30 relatos y una despedida
30 relatos y una despedida Javier Arquímedes Merchán 1ª edición: © Ediciones de autor 2022 Colección: Retratos Depósito legal: AR2022000024 ISBN: 978-980-18-2570-8 correo electrónico: edicionesestival@hotmail.com Levantamiento de textos y artes finales: Estival & Asociados
Diseño de portada: Karwin Poleo En la portada: Foto de Kindel Media en Pexels Digitalización: Talleres de Codarte A.C.
Editor digital: Ediciones de autor & Asociados Digitized in Venezuela
Javier Arquímedes Merchán
30 relatos y una despedida
30 relatos y una despedida
1. Don Rafael Silva
Melquíades, era el menor de la estirpe Silva Pinto Ochoa. Nacido en 1920. Plena dictadura del Benemérito General Juan Vicente Gómez, quien había logrado la pacificación del país, de revoluciones, golpes, revueltas y escaramuzas, todas en función del poder en la presidencia y en nombre del pueblo. Sin embargo, desde que tuvo memoria, Victoria con su capacidad extraordinaria de narradora de hechos pasados y bíblicos, se encargaría de documentarlo de todos los sucesos y anécdotas de la familia. Si Victoria lo había visto, lo recordaba con detalles de lujo tal cual lo narraba. Así pues, Melquíades recordaría las incursiones de su padre, el viejo Rafael Silva, derivadas como consecuencia de las escaramuzas del Mocho Hernández. Por lo cual, el Señor del Café, siempre fue perseguido como enemigo del gobierno. Melquíades mantenía vivo el recuerdo del día en que una comisión de soldados hizo presencia, en apresurado tropel de caballos, en la Casa Grande en busca de Don Rafael. Él se encontraba almorzando junto a José Antonio, Luis Miguel, Magín, Antonio María, Rafaelito y Rodrigo. Un gran nerviosismo se apoderó de las mujeres de la casa. No era la primera vez que comisiones del gobierno llegaban a buscarlo. Pero sí la única en que se hallaba en casa. [9]
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—Padre, llegó el gobierno —con voz entrecortada por el susto, lo alertó Sara. —Quédense tranquilos, no se levanten de la mesa, no pasará nada. —Les dijo no sin mucha serenidad y suave hablar—: María del Carmen, diles que no estoy. Mientras, en voz muy baja y queda, recitaba la oración de San Marcos de León. Misia María del Carmen salió a la puerta a recibirlos. —Buenas tardes, buscamos a Rafael Silva. —Él no se encuentra en casa. —Déjenos pasar, tenemos que revisar —Pasen ustedes Los agentes del gobierno revisaron minuciosamente toda la casa, incluyendo el comedor. Y por algún artilugio y protección de aquella oración, nunca vieron a Don Rafael, que siguió sentado, impávido, frente a la mesa. Le tocaría a misia María del Carmen despedir a los funcionarios. Mientras toda la familia estaba sorprendida y asombrada. El susto no se les pasaba. Luego, se le oyó decir: —Hijos míos, no olviden las enseñanzas de las escrituras, tenemos que ser hijos de Dios. Y mantener el amor familiar. Para que lo humano y lo divino se asimilen, y la gracia del Padre siempre esté con nosotros. El orden y la disciplina en la casa eran llevados e impuestos por misia María del Carmen. Quien diligentemente les había enseñado a todos a leer y escribir. Siempre bajo los preceptos -10-
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y enseñanzas del cristianismo, bajo las escrituras bíblicas. Pero todo giraba bajo la autoridad ponderada de Don Rafael, que desde pequeños los inició en las labores del campo, cultivos, animales y bestias. Y les inculcó y adiestró en el «Juego de Garrote». Una especie de arte en la defensa personal, del cual era experto avanzado. En diligente enseñanza, les decía: El equilibrio y ligereza es lo fundamental en la defensa, no el garrote, ni la fuerza con que lanzas el golpe. Y fundamentaba… —Nos perfeccionamos con el garrote para la defensa. No para el ataque. —dijo. Y agregaba… —Si lo sustituimos por un machete seríamos sanguinarios. Y perderíamos la gracia de Dios. Curiosamente, los hizo maestros en aquel arte de defenderse. Pero todos fueron hombres tranquilos y de paz. Comedidos y respetuosos. Hombres de bien. Es mejor serlo que parecerlo. Frase que les repitió como un principio de vida. Y completaría la formación y buena educación familiar. Esta frase la asumió Melquíades como el legado más preciado. Y vivió ajustado a ello. De todos los hijos, Melquíades, se destacaría como uno de los mejores exponentes del Juego de Punta. Temido y respetado en toda la comarca y más allá. Y por lo mismo, su fama le traería innumerables desafíos y peleas. Unas, para defender el -11-
honor de una doncella, otras solo como prueba de un paisano, empeñado en ser mejor peleador que Melquíades. Y otras para defender a un buen amigo.
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2. La laguna encantada
De regreso de la población de Nirgua, ya en pleno dominio de la Cordillera, una espesa niebla lo cubrió todo. Y el frío obligó a Melquíades a cobijarse con su poncho. La visibilidad era nula. Y en plena montaña de Cerro Azul, Melquíades decidió dejar que el caballo prosiguiera el camino, como otras veces, lo haría acertadamente. Mientras avanzaba, prácticamente a ciegas, guiado y confiado en su caballo, recordó las advertencias de su padre, Don Rafael Silva: —Cuídate de la montaña. No te confíes. Ella tiene vida propia. Y sus propias leyes. Si te encuentras perdido, solo tienes que orar. Y hacer lo que te dicte tu corazón… la oración Melquíades, la oración. Cuando salió de la niebla, extrañamente la vegetación era diferente. El camino era otro. Pensó: —Cómo es posible que el caballo haya equivocado el camino… Igual siguió la marcha. Y fue alentado por el sonoro canto de muchas aves. Que con sus trinos y revoloteos cuando le compusieron el cuerpo. Fue identificando árboles y plantas, cuyos frutos se disputaban los pájaros y araguatos en alegre algarabía. Con mucha atención y en concentrada observación, analizaba el ambiente. Nunca había estado en estos parajes. Y se dijo: «Estoy perdido». [13]
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Para sorpresa suya, de pronto el camino finalizó. Y observó la quietud de una gran masa de agua. Serena y en calma total. Maravillado, comentó en voz alta: La laguna encantada... Recordó todos los cuentos y relatos de su padre: La montaña guarda sus secretos y misterios. «Existe una Laguna Encantada, que muy pocos han visto. Pues, la cordillera los escoge y les permite llegar. Es un lugar mágico. El que llega allí, debe actuar con respeto y en armonía con todo lo que existe. Por ningún motivo se permite cazar animales. Solo pescar para comer ahí mismo. Las frutas pueden consumirse, pero no son para llevar… Así que, es como otro mundo, donde la presencia de Dios está viva». Melquíades estaba en ese otro mundo mágico. Donde la quietud de la laguna estaba en sincronía con el trinar de las aves; con el suave vaivén de las ramas de los árboles en danza obligada por la brisa… Bajó del caballo, se quitó el sombrero, se inclinó para refrescarse la cabeza y la cara con el agua clara. Hizo beber al caballo. Y en íntima comunión con aquel universo que era solo suyo, reflexionó: —Esto es divino, soy uno de los pocos escogidos, gracias, Padre por tan alto honor… Posó sus rodillas en la tierra, como en humillación total ante tanta grandeza y magnificencia. Cerró los ojos y comenzó a orar, en agradecimiento sincero por la vida. Sintió plena identificación con todo lo que lo rodeaba. Al terminar de orar, -14-
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las lágrimas salían de sus ojos, maravillado por esa experiencia espiritual. En ese momento vino a su mente un pensamiento que lo acompañaría por siempre: —Voy a ser eterno, jamás moriré. Cuando se dispuso a retomar el camino a «La Sierra», observó unas guayabas de buen tamaño y en su punto de maduración. No aguantó la tentación y tomó varias. Guardó unas, mientras se comía ávidamente otra. El aroma, el sabor, la textura eran únicas. Y se adelantó a marchar. Inesperadamente fue envuelto otra vez por la espesa niebla. Y al disiparse aquella bruma, se encontró de nuevo frente a la laguna. No lo podía creer, incrédulo se decía: —Es imposible siempre anduve recto por el camino, nunca di la vuelta. Al volver a ver el guayabo y sus inmejorables frutos, recordó las enseñanzas de su padre. Y en seguida saco las frutas que había guardado y las dejó al pie del árbol. Ya en avance definitivo en su camino a «La Sierra», se desvió a «Las Guafas». Debía contarles a sus hermanos José Alfredo y Victoria. Y también a su hijo Amílcar, la confirmación extraordinaria de su encuentro con «La Laguna Encantada».
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3. Eclipse
Para 1916, Victoria, una de las hermanas mayores de Melquíades, apenas contaba con 8 años. Luego del desayuno y las oraciones consabidas de la mañana, misia María del Carmen le encomendó la misión de ir a los predios de la familia Zerpa, donde vivía Juan Andrés, quien se dedicaba a la recolección de miel silvestre de abejas y la guardaba en frascos y siempre tenía para la venta. La miel mezclada con el jugo de limón serviría para aliviar la tos de su hermano Magín. Quien sufría día y noche y no podía dormir por la molesta afección. Era un jueves 03 de febrero. Victoria, siempre vivaz y determinante salió al camino, atravesando el Cafetal Mayor, alegre, correteando y captando todos los detalles del paisaje. Serranía y lomas con aguas corrientes y cristalinas, un bosque lleno de vida, pájaros en coro de múltiples cantos, ardillas saltarinas, mariposas revoloteando en armonía de colores. Sentía al respirar, que todo aquello le pertenecía. Era un recorrido de unos tres kilómetros, que hacía entusiastamente. —Buenos días por la mañana. Como amanecen… manda a decir mi mama que les agradece un frasco de miel, a cuenta. Que luego ella ajusta con Juan Andrés. Metió la botella del preciado líquido en el morral tejido de cocuiza, que ella misma había [17]
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elaborado, con la tutoría de misia María del Carmen. Una vez cumplido con lo indicado, se apresuró a realizar el regreso a casa. A mitad del camino, después del Paso de las Guacharacas, en la quebrada de aguas limpias y transparentes, comenzó a observar extrañamente que el día se iba opacando y desaparecía la luz del sol. Serían cerca de las 11:30 de la mañana. Levantó la mirada y vio literalmente, cómo el sol iba desapareciendo, al ser sustituido, casi en su totalidad por una enorme mancha negra. Las aves dejaron de cantar y alzaron el vuelo para anidar. Las ardillas se guardaron. Las mariposas no revoloteaban. Un poco antes de la oscuridad total, atinó a resguardarse al pie de un centenario samán. Hubo un silencio brutal y surgió un frío que le espelucó el cuerpo. Volvió a alzar la mirada y admiró el cielo más estrellado que jamás volverían a ver sus ojos, eran miles de luminiscentes astros. Hecho que mantuviera vivo en su memoria fotográfica hasta el final de sus días. Así, logró admirar la bóveda celeste, más espectacular nunca vista. Entre el susto y el temor por aquel suceso, no podía explicarse cómo en pleno día soleado, en época de sequía, se le venía la noche antes del tiempo. Y en minutos, así como llegó la oscuridad total, se vino el día nuevamente. Los pájaros en alegre vuelo volvieron a cantar. Las ardillas saltaban en danza acelerada en los árboles. Y volvieron las coloridas mariposas. En su mente revivían las enseñanzas bíblicas de misia María del Carmen, sobre el Juicio Final y la «gran tribulación». -18-
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Corrió a casa con el corazón en la mano. Al llegar encontró a su madre, hermanos y toda la peonada en el patio de la Casa Grande, arrodillados en el suelo de tierra, en ferviente oración y plegarias de arrepentimiento, pidiéndole al Padre Altísimo por el perdón de todos sus pecados. Llegaba el gran juicio, pues estaban en el «mil y más». Fue la hora más larga de su vida de rezandera. Todos, alzaban la mirada y veían cómo la gran mancha oscura iba desapareciendo lentamente del sol. Y continuaban, en voz alta con el Padre Nuestro. Cuando la funesta sombra desapareció totalmente y dio paso al luminoso resplandor solar, se sintieron agradecidos y esperanzados. Y celebraban con gozo. Porque Dios había escuchado sus plegarias.
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4. Carmen Rosalía… luto
Desde aquella tarde gris, en «El Pao» de «San Juan Bautista», misia María del Carmen guardó un luto cerrado, por el resto de su vida. Después del entierro de su tercera hija. Puestas una al lado de la otra, en aquel pequeño cementerio. No le habían alcanzado los días para rezarles, como Dios manda a sus tres hijas. Se le habían ido una tras otra, sin darle tiempo de llorarlas. Con tanto dolor se le secaron las lágrimas. Solo la precognición de que era la voluntad de Dios la mantenía de pie. Saber que eran los designios del Padre Altísimo, le daban resignación para orar y pedir por el descanso eterno de sus muchachas. Pero no solo llevaría el luto de sus vestidos, sino del alma. Cuando Carmen Rosalía, anunció su compromiso para casarse con Juan Andrés, misia María del Carmen se sintió complacida: —Es un buen muchacho, hacendoso, trabajador. Tiene su propio fundo. A Rosalía le irá bien… El acto sacramental del matrimonio eclesiástico se realizó un sábado en la mañana. El cura llegó con el novio el día anterior, traído de Manrique. Las jóvenes hermanas de Rosalía, Rosa Guadalupe y Carmen Dolores se encargaron de adornar y engalanar la Iglesia. Con flores silvestres [21]
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y del jardín familiar. Cuando Rosalía hizo su entrada al santo recinto, vestida totalmente de blanco, con velo y corona, irradiando su belleza frugal, prístina y virginal, a misia María del Carmen se le salieron las lágrimas de alegría por ver a su adorada hija convertida en toda una mujer y porque desde aquel momento la perdería. Rosalía iniciaría su vida marital en la población de «El Pao», lejos de la familia. Lo propio, hicieron José Antonio y Magín, por instrucciones precisas de misia María del Carmen. Construyeron la enramada para el baile con el conjunto de cuerdas y violín. Aseguraron suficientes bebidas para el brindis. Y montaron la gran fogata para cocinar las carnes en vara, además de una ternera y varios lechones. Rodrigo se encargó de instalar una serie de bancos de tablas, improvisados alrededor de la enramada, en el patio sombreado. Sara y Victoria ordenaron y vistieron los mesones y mesas para los novios e invitados. Y engalanaron la casa y sus alrededores. Así, todo estaba a punto para el gran festín. Antes de salir para «La Sierra», a misia María del Carmen, se le escuchó la voz de mando: —No quiero sorpresas, todo debe estar como lo dispuse. Quiero orden y cordura. Nada de borrachos fastidiosos y mucho menos peleas. Melquíades te encargas de eso… Luego del acto religioso, familiares y convidados hicieron acto de presencia para festejar por todo lo alto el importante suceso familiar. Después de los primeros brindis y copas para los -22-
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presentes, el conjunto inició su repertorio musical. Pasillos, joropos, merengues y las infaltables bombas. Donde Victoria y Magín se lucieron con sus coplas rimadas, festivas y bien intencionadas en homenaje a los jóvenes esposos. Así, Victoria soltó su bomba: —Dios bendiga a los esposos con salud, bonanza y alegría sigan tocando sabroso para la novia Rosalía A lo que Magín, luego de la ronda de baile y música del pasillo, replicaba: —La gracia divina los proteja a Juan Andrés y Rosalía dulce como panal de abejas bendiciones a la hermana mía. Por muchos días se habló del gran baile y festín del matrimonio de Carmen Rosalía. En una breve despedida, los esposos, se dispusieron a iniciar el viaje hacia la felicidad. Así, Magín les comunicó: —Las bestias están listas. Yeguas y caballos... Debían realizar el viaje en bestias hasta Manrique. Donde tomarían un transporte automotor hasta San Carlos. Luego, otro hasta «El Tinaco». Y finalmente, un servicio pasajero que los llevaría a «El Pao». En la época postgomecista, las vías de comunicación en el estado Cojedes eran muy limitadas. Y el sistema de salud y asistencia social muy precaria. Eran pues, poblaciones sustentadas por la actividad agrícola y pecuaria. Cultivos y ganadería. -23-
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Así, la población de «El Pao», estaba asentada a orillas del río del mismo nombre. Donde la pesca amainaba y contribuía al sustento de sus habitantes. Este, afluente del Río Portuguesa, mantenía comunicación fluvial con el Río Apure. La bienvenida para los nuevos esposos, de familiares y amigos, fue de mucho agrado para Rosalía. Quién se incorporó a gusto y entusiastamente a los quehaceres del fundo. Y fue reconocida y querida por todos en la población. Carmen Rosalía, mantenía y reflejaba una radiante salud, con mucho vigor y emprendimiento. Fabricaba sombreros de cogollo, de las plantas de caña brava, que crecían en abundancia a orillas del río. Del cebo del ganado, procesaba y elaboraba el jabón para lavar la ropa y de uso personal. Ayudaba en la cría y engorde del ganado para la venta y consumo familiar. En fin, se constituyó en la mano derecha de su esposo Juan Andrés Pérez González. Eran los dueños del fundo. Y para completar tanta dicha, habían tenido dos preciosas hijas. Que crecían sanas, al cobijo de sus queridos padres. Bebían, comían, rezaban… eran felices. Tanta felicidad fue interrumpida por una enfermedad repentina de Rosalía. Quien cayó en cama, con mucho malestar, con fiebres muy altas, náuseas, su piel adquirió una amarillenta tonalidad y fue presa de vómitos de color café. Era la Peste Negra, la fiebre amarilla. En seguida, Juan Andrés, mandó aviso a la familia en «Las Guafas». Y misia María del Car-24-
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men, sin tardanzas, les ordenó a Rosa Guadalupe y Carmen Dolores: —Váyanse para «El Pao», a cuidar y velar por Rosalía… También, Juan Andrés hizo traer al médico del «Beaterio de Siervas de Nuestra Señora de los Dolores, donde recibían enseñanzas niñas de la alta burguesía venezolana, traídas de diferentes regiones, específicamente de Valencia y Caracas». Cuando llegaron las hermanas, ya era el séptimo día que Rosalía cumplía enferma. Al décimo día, Rosalía estaba muy mal, casi de gravedad. Y así, le fue comunicado a la madre. Cuando misia María del Carmen llegó acompañada de Sara y Victoria, ya era el doceavo día de la terrible enfermedad. Encontró a su hija postrada, al borde de la muerte. Rosalía, en dolorosa premonición, se despidió de su amado: —Te encargo a las niñas, cuídalas hasta hacerlas mujeres de bien. Pidió llevaran a sus hermanas, para darles el último adiós. Eran sus trillizas como se decían. Y en un doloroso llanto, misia María del Carmen, con un beso en la frente, le dijo adiós a su pequeña hija. En la tarde-noche del tercer novenario, Rosa Guadalupe empezó a sentirse mal. Para Juan Andrés fue una idéntica repetición. Volvió a vivir en carne propia la manifestación de la terrible enfermedad, esta vez con su cuñada. Quién moriría, irremediablemente al décimo día. Pero la fatalidad, no se detenía. También Carmen Dolores se infectaría del mortal mal y -25-
no lograría sobrevivir. La peste negra se llevaba a las hijas de María del Carmen… Madre y hermanas sumidas en inmenso sufrimiento, no lograban entender tanta tribulación. En ardientes plegarias y vivo rosario pedían al Padre Altísimo por el descanso eterno de sus almas. Misia María del Carmen las lloró hasta secarse, hasta que ya no le salían lágrimas. Hasta la última gota. Y más nunca se vería correr una lágrima por sus mejillas. El luto lo llevó por siempre. Y como por revelación divina, Victoria, desde aquellos días, hizo un pacto íntimo con nuestro Señor, de no casarse jamás. Como si aquella unión había sido la causante de tan funesta fatalidad. En voto de entrega virginal, sería para siempre la Niña Victoria.
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5. Rodrigo Los Señores del Café
La hacienda «Las Guaduas», mejor conocida como «Las Guafas», mantenía un ritmo activo y permanente. De todos los hijos del jefe de familia Don Rafael Silva, el más hacendoso y dedicado era Rodrigo. Planificaba y atendía los cultivos, ayudaba en la cría de animales, mantenía los caminos y cortaba leña para el gran fogón de la casa de la hacienda. Que estaba ubicada muy cerca de una quebrada de aguas cristalinas y frías. Tan fría, que en algunas épocas del año se podía apreciar, al amanecer, una lámina de hielo en la superficie. Pues, era agua pura y las temperaturas eran muy bajas. Por la altura geográfica y proximidad al Cerro Azul, la cumbre más alta del Estado Cojedes, 1780 msnm y una de las más altas del lindero interior de la Cordillera Central de Venezuela. Ubicación que privilegiaba una abundante y frondosa vegetación de un bosque húmedo del trópico, como una alfombra vegetal. Y les daba ventajas para desarrollar actividades para un mejor vivir. El café y los cultivos domésticos eran la especialidad de Rodrigo. Las bestias, caballos, yeguas, mulas y burros era el área de Magín. Que realmente era un mago en el manejo y adiestramiento de bestias. Aprendido de su padre en sabias y disciplinadas lecciones. Sería Magín el maestro e instructor de Mel[27]
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quíades. Quien demostraría una gran habilidad y destreza para tales actividades. El cultivo por excelencia de la hacienda era el Café. «Los Señores del Café», así llamaban a Don Rafael Silva y sus hijos. Todos eran hombres y mujeres de trabajo, enseñados y adiestrados disciplinadamente para cumplir y lograr cabalmente las faenas necesarias en la hacienda. Expertos en los cultivos, criadores, leñadores y constructores. Para lo cual, la madera en abundancia en el bosque era fundamental. Rodrigo era un constructor consumado, cuyas artes en el manejo y diseño con la madera le daban notoriedad y reconocimiento. Muy temprano en la mañana, antes de salir el sol, misia María del Carmen coló el café y preparó el desayuno y el avío para sus hijos jornaleros. El primero en asistir al ceremonial matutino ante el mesón del comedor, contiguo al fogón, fue Rodrigo. Bien comido y fortificado por una buena taza de café; tomó el hacha, el machete, las sogas, cuchillo al cincho y salió al bosque. Desde hace días había planificado cortar un frondoso Samán. Una vez aserrado lo utilizaría para construir un nuevo entrepiso en el depósito de granos y carne seca y alimentos en general. Reforzaría corrales y cerca perimetral. —Viejo mañana voy a cortar un samán que tengo vistiao por los lados del «Paso de los Jobos». -28-
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Le diría al papá. —Vete con Melquíades. Fue la orden y el consejo. Solo que esta vez, porfiadamente, no esperó por Melquíades y nadie lo acompañó. Ya, en la faena final, el árbol había sido desmembrado y podado de todas las ramas secundarias y las tenía ordenadas. Faltaba muy poco para el corte final del tronco principal, bien asegurado con las sogas a los árboles contiguos. Se dispuso a dar el corte final y verlo caer. Pero la vida le jugó al joven Rodrigo su último momento de leñador. El robusto tronco se desprendió, en el preciso momento que Rodrigo lo bordeaba para la inspección final. Golpeándolo con una furia descomunal que lo suspendió en el aire y lo arrojó varios metros, dejándolo inconsciente, íngrimo y solo en la inmensidad del bosque. Cuando en la tarde no regresó, misia María del Carmen, su madre abnegada, alarmada y llena de preocupación le comentó a Don Rafael y a sus hijos: —Se fue muy temprano, todavía no salía el sol, iba a cortar un Samán por el paso de los jobos. Se encendieron todas las lámparas de querosén, improvisaron más mechurrios. En el negro de la noche, la más oscura para Melquíades, buscaron a Rodrigo, sin resultado. Lo encontraron tres días después. Todavía estaba vivo, apenas se le sentía la respiración. Lo llevaron a la casa de la hacienda. Sabían que agonizaba, pero el Médico -29-
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más cercano estaba en San Carlos, una travesía en mulas y caminos imposible para Rodrigo. La desesperación y la tristeza embargaron a toda la familia, jornaleros y vecinos de «Las Guafas». Rodrigo murió sin despertar. No hubo tiempo de auxiliarlo. Solo el desconsuelo de encontrarlo vivo y no poder hacer nada. Como una nube gris, el llanto y la tristeza cubrieron a toda la comarca de «Las Guafas». Para el viejo Rafael Silva fue la estocada final y definitiva que le jugaría la vida. Lo que no habían logrado las guerras y escaramuzas en contra de los gobiernos de Caracas, legado de los alzamientos del Mocho Hernández, se lo reclamaba la montaña de Cerro Azul. Se encerró en su cuarto. No comió ni bebió más. Misia María del Carmen en oración permanente le pedía al Altísimo que no le quitara también al esposo. «La Casa» y «Las Guafas» toda las embargó la pena. Magín no cantaría más sus décimas y coplas al son del cuatro. Y la Niña Victoria se entregó día y noche a la oración. Como signado por la Divina Providencia a los ocho días dejo de respirar el Señor del Café. No soportó la desgracia de enterrar a un hijo. El joven Melquíades fue el gran ausente en las fiestas de «La Sierra» y de Nirgua. Se le vería cabizbajo al pasitrote con su caballo por la hermosa serranía. Por mucho tiempo guardó luto, dejó de ir a bailes y beber en bares y cantinas, en respeto de luto interno y personal por su queri-30-
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do hermano. Por aquellos días la Niña Victoria no lloró, guardó un profundo silencio, como un voto, pero se le oiría decir: —Después de tantas fiestas, vienen las calamidades. Misia María del Carmen, Victoria y sus hermanas guardaron un luto cerrado, de negro total. Y hasta el vino que tomaban para espantar el frío y conmemorar a nuestro Señor, no lo bebieron más. El animado Magín, coplero, cantador de Bombas y velorio se dedicó a cultivar la tierra y cuidar las bestias. José Antonio, el mayor de los hermanos, y Victoria se encargaron diligentemente de los rezos, aprendidos y hasta heredados de la madre.
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6. María Gracia
Melquíades, el 20 de Septiembre de 1958 llegó a San Carlos. Para entonces ya era el legendario Coronel Cholas Negras. José Melquíades Silva Pinto Ochoa, como el mismo se presentaba. A manera de abarcar a toda la familia resumida en su nombre. Vivíamos en la casa grande de La Morena. En plena Avenida Portuguesa de la Villa de San Carlos de Austria. Capital del estado. Pero no dejaba de ser un Pueblo de características eminentemente rurales. Destacaba en el patio de la casa un Cañafístola, como de 10 metros de altura, cuyos frutos colgantes, de pulpa negruzca y dulce comíamos libremente. Llegó montado en Clavelito, venía de «La Sierra», el Paraíso de Cojedes. En una travesía de unos 50 Km que hacía cómodamente y disfrutaba. Llegó con su prestancia de hacendado, cabalgando en su pasitrotero. Dejó a Clavelito en el patio sombreado, amarrado al cañafístola. Donde también el caballo comía del fruto, cuyo sabor siempre me supo a melaza. Le dijo al Toco, quien le decía papá y realmente se llamaba Rafael Eustoquio, jovenzuelo de unos 14 años: —Hijo quítele la silla al caballo y refrésquelo. Pero El Toco no aguantó las ganas de montar el caballo, más afamado de la comarca. —Papá préstame a «Clavelito» para dar un paseo. [33]
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Salió sigiloso de la estancia y al llegar a la polvorienta Avenida Ricaurte apresuró la marcha. Ya en el mero centro de la pequeña ciudad, derrochaba prestancia y físico. Pero en un momento de acelerada velocidad, el caballo se le desbocó y no pudo controlarlo. Así, de repente, se encontró en plena Plaza Bolívar. Se asustó, se puso nervioso… no podía parar la carrera de Clavelito. Con la voz de alto de los gendarmes se le complicó la vida. Y cruzó en diagonal, de punta a punta la Plaza, pasando a modo de saludo frente al monumento ecuestre de «El Libertador». Los policías al ver terrible falta y afrenta a la imagen de Bolívar y a la plaza misma, montaron en la radio patrulla para perseguir y apresar al atrevido jinete. «El Toco Merchán» en acelerado galope a toda velocidad con «Clavelito» seguía en un caos total. Por poco atropella a una mujer y su niño, que a duras penas se puso a salvo, dejando bolsas y paquetes al aire. Un borracho al ver y oír el galope pensó que alucinaba: —Me perdí, estoy en la manga de coleo de «Los Malabares». Cuando llegó a «La Morena», todos en la casa escucharon la carrera y los pasos en apuro de «Clavelito». Al salir encontraron al caballo destilando grandes gotas de sudor y brioso en exceso por el esfuerzo. «El Toco» al desmontar estaba pálido con el corazón que casi se le salía del pecho. Los policías le pisaban los talones. Melquíades con gran autoridad y presencia mediaría para apaciguar los ánimos y ganas de los -34-
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funcionarios de apresar y darle una reprimenda al zagaletón. Pero Melquíades se encargó de reprenderlo con un soberano regaño… igual, el asunto no pasaría a mayores. La casa grande, como se le conocía, era una propiedad de unas dos hectáreas de terreno, colindante con la también llamada Avenida Circunvalación, al norte de la ciudad. Para entonces la abuela misia María del Carmen Pinto, vivía en San Carlos, viuda de Don Rafael Silva, con su hija Corona y nietos. Bertha, Blanca, Rafael, Lola y Amílcar Jesús. La casa era autosustentable. Como muchas de la época. Sembradíos de maíz, yuca, ñame, ocumo, topocho, cambur, quinchoncho. Y animales, patos, gallinas, gansos, pavos, cochinos. Había comida… La visita de Melquíades de 3 días para asistir a unas reuniones del partido Acción Democrática, AD, ir al Palacio de Gobierno y Concejo Municipal se prolongó más de dos semanas. En el alboroto de la carrera de «Clavelito», «Toco» y policías. Llegaron todos los vecinos, unos abogaron por el joven, otros por curiosidad. Y entre ellos apareció, la que para Melquíades fue un ángel celestial, encarnada en la joven más hermosa, jamás vista por ojo humano, quedó impávido, sin habla. Era María Gracia, hija de una amiga de la familia. La piel de porcelana con la belleza frugal y virginal de una mujer de 18 años en la flor de su esplendor. Hacia honor a su nombre, poseía la gracia divina de una sublime belleza. Dulce, educada, bien conducida y de atri-35-
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butos femeninos insuperables. Quedó embriagado e impregnado de amor por aquella mujer sobrenatural. En la primera oportunidad la abordó: —Usted es la mujer más hermosa que han visto mis ojos. —Si su merced lo dice. Contestaría, con una voz que arrullaba, pero tímidamente esquiva. —Vi que le gustan los caballos, venga esta tarde a casa de Bertha y la enseño a montar. Veríamos al «Toco» bañando, peinando y adornando a Clavelito casi a diario. Dispuesto y ataviado para las clases con María Gracia. Para Melquíades eran citas mágicas de amor. En las tardes, después de las 5 el diestro jinete enseñaba sus mejores artes del oficio ecuestre. Nunca desperdició un momento para hacerle saber la admiración y amor puro que sentía por ella. A lo que respondía: —Apenas nos conocemos. Eso no puede ser. Cómo va a sentir tanto, ni sabe quién soy. Y Clavelito, en complicidad total, se dejaba llevar y conducir por la bella aprendiz, con una destreza sorprendente. En pocos días cabalgaba al pasitrote con el caballo. Nunca más una doncella montaría con tanta naturalidad y maestría un corcel. Fue el centro de comentarios, de elogios y salves. Y otros no tan buenos, en toda la comarca. El domingo, muy temprano, Melquíades se alistó impecablemente. Con su mejor pantalón y -36-
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camisa manga larga. Lustró las botas como en sus mejores tiempos del servicio militar. Acicaló el sombrero. Y le dijo a la hermana: —Victoria prepárame el desayuno, que voy a unas diligencias. Era un hombre de oración y de fe. Formado, como todos los hijos de misia María del Carmen, para rezar. Así, todas las noches antes de acostarse, rezaba de rodillas, humillado ante nuestro Padre Altísimo. Costumbre que mantuvo hasta el final de sus días. Pero no era hombre de ir a misa. —Y adónde vas tan temprano, hoy domingo Melquíades — lo inquirió la hermana. —Voy a misa —dijo. Él sabía que María Gracia, asistía todos los domingos a misa, acompañada de sus padres. A la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán. Allí la volvería a ver. Y así fue. Oyó la misa sentado detrás de ellos... Les dio la paz, primero a los padres con respeto y solemnidad, luego a ella, mirándola a los ojos. Eso bastaba para saberla suya. Ella se le entregó sin restricciones. En absoluta devoción. Y Melquíades la amó sin reservas en entrega total. Como jamás hubo de amar a una mujer. A sabiendas que no sería para ella, porque hombres como Melquíades no le pertenecían a nadie. Siempre se iban, nunca se quedaban. Ya no lo volvería a ver, porque los amores verdaderos son como un destello de una estrella fugaz. -37-
Poco tiempo después María Gracia se comprometería y se casaría en Caracas. Melquíades volvió a «La Sierra» donde lo esperaba su esposa Carmen Rosa.
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7. El águila negra
Cuando el joven lo confrontó, pistola en mano, para asaltarlo, enseguida resguardó a su señora esposa detrás suyo. Poseía una aguda capacidad de análisis en estos eventos. Que solía solucionar sin males mayores. La apariencia y fisonomía del asaltante le permitieron deducir, erróneamente, que podía controlar la situación. —Esto es un quieto, viejo… Entrégame la cadena, el reloj, la pulsera y dame todo el dinero que cargas encima… Y tú, vieja, dame la cartera. Les dijo el asaltante en tono amenazante. En ese sucinto y breve instante, pensó que ese carajito, tan disminuido y que apenas tendría unos 18 años no era digno oponente. Y podía doblegarlo. Pensó en la pistola que siempre cargaba consigo y en un rápido movimiento trató de desenfundarla. No atinó a sacarla. Cuando se escucharon dos disparos y caía la gran humanidad de su cuerpo al suelo. Su esposa, en un solo temblor de llanto y dolor acudió a socorrerlo. No lograba entender todavía que pasaba. A plena luz del día, sería la una de la tarde. A las puertas del restaurante, donde siempre almorzaban, cuando iban con diligencias pautadas, en la vecina ciudad de Acarigua del estado Portuguesa. «El Águila Negra», impecablemente vestido de negro. Sombrero Pelo e’ Guama, botas Lo[39]
·30 relatos y una despedida·
blan, camisa manga larga, cadena, pulsera y reloj de oro. Había sido el más guapo de «La Morena» en sus tiempos mozos y se creía que de toda la pequeña ciudad de San Carlos. Lejos en el tiempo, había quedado el recuerdo de aquel día de abril que llegó a «La Sierra», el Paraíso de Cojedes, a desafiar y pelear con Melquíades. Con la sola misión de probar que era el más guapo. Estaba en la flor de la vida. Con buen porte, fuerte, de buena pinta y arrojo de valentía. Su fama y notoriedad de peleador le precedía. Su decisión de ir a «La Sierra» en plena época de celebración de las fiestas patronales del pueblo, no fue casualidad. Retar en pelea limpia, al más guapo de la Parroquia Juan Ángel Bravo, bajo la mirada de todos, le daría reconocimiento y haría oficial al «más guapo». Según, por sus condiciones y capacidad, tendría ventaja y sería el afortunado ganador. Para la década del 50 del siglo XX, la Parroquia Juan Ángel Bravo, con sus pueblos de Berreblén, Campo Alegre, Paja Brava, Las Tucuraguas, Paragüito, «La Sierra» y demás caseríos, reunía más de 10 mil habitantes. Y un sin número de pobladores asistía a disfrutar y compartir de las festividades. Aquel día, el poblado amaneció de fiesta. A las 6 se escucharon en el cielo el estallido de los cohetes, en aquel paisaje puro, resonaban con mayor fuerza. Era la costumbre y manera de anunciar a los serranos que era día de fiesta. Así, a las 8 de la mañana el cura, venido de San Carlos el día anterior, conmemoró la misa y -40-
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realizó los consabidos bautismos. Luego, según el programa de fiesta, en la explanada de la polvorienta y única calle se realizaron las competencias de carreras de caballo, carreras de cintas a caballo y corrida de sortija. Los jinetes inscritos asistieron con sus mejores corceles. Melquíades con su caballo Clavelito fue el campeón de las diversas competencias. En una larga soga, tejida con el cuero curtido de ganado, tendida en lo alto, colocaban cintas de colores o sortijas, que debían ser tomadas, de acuerdo con el caso, por los jinetes, suspendidos en el aire sobre el caballo. También, realizaban una peligrosa variedad de la corrida de la sortija, que apenas elevada del suelo, el jinete, literalmente salía a cuerpo entero del caballo, en plena carrera, sostenido por un solo estribo, para introducir un dedo dentro del aro, volver a la silla y mostrar la prenda sin dejarla caer. A la 1 de la tarde, seguían llegando visitantes y turistas a la fiesta. Del auto rústico Willys, que de paso, era el único servicio de transporte, desde San Carlos, que prestaba Don Felipe, bajó un hombre alto y de gran prestancia. Llamó mucho la atención, por su vestimenta toda impecablemente de negro; desde el sombrero hasta las botas y ataviado de prendas de oro que brillaban bajo el sol. Se trataba del «Águila Negra». Muchos lugareños y visitantes se habían reunido alrededor de la bodega de Chiche, donde se vendían víveres, verduras, granos, carne seca, -41-
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sogas, sacos, picos, palas. Todo lo que buscaras Chiche lo tenía. Y por supuesto licores y cervezas. Así, se encontraban departiendo y en alegre conversación. José Ignacio Ochoa, caminó a refrescarse con una fría, se topó con el impresionante personaje. Lo reconoció de inmediato. Lo había visto pelear en San Carlos. —Buenas tardes, amigo —le increpó el Águila Negra. —Ando buscando a Melquíades Silva. ¿Dónde lo puedo encontrar? Pues, a la verdad, ahorita, no lo he visto. José Ignacio era amigo y compadre de Melquíades. Y eran parientes. Llegó hasta donde estaba Melquíades. En voz baja le dijo: —Primo te andan buscando, ten mucho cuidado. Esa frase bastó para ponerlo en alerta. Estaba al lado del mostrador de despacho, rodeado de otros amigos. —Buenas tardes, compañeros. Estoy buscando a Melquíades Silva… Retumbó la voz, en el silencio absoluto que hubo en el instante que el Águila Negra entró al recinto. A medida que se aproximaba, fueron apartándose, uno a uno, hasta descubrir la figura pequeña y delgada de José Melquíades. Quien al momento, se acomodó el sombrero de medio lado, sin dejar la cerveza, que tenía en la mano. Y no lo dejó acercarse más: -42-
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—Yo soy Melquíades Silva. ¿Con quién tengo el gusto? —Soy el Águila Negra. Y vengo a pelear contigo. Al instante, le cambió la faz. El ánimo festivo desapareció. Se le enrojeció la cara. Y mostrando cautela, le dijo: —Cómo va a ser eso posible, yo no te conozco. Tú no me has hecho nada. Como vamos a pelear de la nada. A lo que el «Águila Negra» argumentó: —Yo soy el peleador campeón de San Carlos. Y he sabido que nunca has perdido una pelea. Hoy se sabrá quién es el más guapo. —¡Salga Melquíades! Dio media vuelta y se posó en la mitad de la calle, frente a la bodega. Enseguida todos salieron a presenciar el desafío. A pesar de la fama y lo temido que era Melquíades, en los asuntos de peleas, jamás había arremetido contra un oponente sin causa alguna. Para él era un asunto de honor, más que de bravuconadas. En este caso, no tuvo más remedio que salir a enfrentarse con aquel desconocido, que venía desde lejos, a probarlo. Lugareños y turistas hicieron un gran círculo. Donde todos tenían una vista excepcional. Nadie sabía por qué, ni con quién… solo que Melquíades iba a pelear. Alcanzó a ver a José Ignacio: Toma chico… Le dio a sostener el sombrero. Sacó el cuchillo y -43-
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se lo entregó: Guárdamelo, en esta pelea no me hace falta. Frente a frente, los contrincantes se estudiaron unos segundos. El «Águila Negra» pensaba: —Imposible que este pequeño y delgado hombre me gane. Si lo conecto con un solo golpe, lo acabo. Mientras Melquíades observaba el movimiento de sus piernas y brazos. Y cómo se cuadraba al estilo de un boxeador. En rápido movimiento, la inmensa humanidad se abalanzó sobre Melquíades, lanzando agresivos golpes que iban directo a su cabeza. Pero Melquíades en rápido zigzag y agachado casi al ras del suelo, lo tomó del ruedo del pantalón de la pierna derecha, con una velocidad impactante. Suspendiendo al «Águila Negra» en el aire y haciéndolo caer de espaldas a cuerpo entero. El polvo seco y amarillento bañó literalmente todo el negro impecable de aquel personaje. Igual como cayó, se levantó inmediatamente. Sacudiéndose el polvo que lo cubría todo. Encolerizado hasta más no poder, le dijo: —Ahora es que vamos a pelear. Poseído por la ira. Lo volvió a atacar de la misma forma y más descuidadamente. Lo que Melquíades aprovechó nuevamente. Esta vez, por el lado izquierdo. El cuerpo inmenso, se elevó horizontalmente y caía terriblemente en el colchón de tierra polvorienta. Esta vez, quedó muy adolorido y golpeado. Lo ayudaron a pa-44-
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rarse. Se sacudía el polvo del cabello, de la cara, las orejas… Aún se sacudía el pantalón, cuando dijo: —Ya peleamos. Eres un hombre de cuidado. Me equivoqué contigo. Tienes mi respeto. Melquíades, todavía receloso. Lo observaba a distancia. Cuando lo sorprendió la invitación: —Vamos a tomarnos una cerveza. Yo no tengo nada en tu contra. Un peleador como tú ha de ser mi amigo. Vente, chico… —Cerveza para todos, yo las brindo… Le gritó al cantinero. Cuando extendió la mano para estrecharla. Melquíades se mostró esquivo y muy receloso. Todavía, con el nerviosismo que lo embargaba, al momento de querellarse. Al final, terminó dándose la mano con aquel campeón de las peleas. Se tomaron una y más cervezas, y en franca conversación departieron largamente… José Ignacio le decía: —Tranquilo Melquíades, el hombre es derecho. Y cumple la palabra. Extrañamente, nadie se arrimó al círculo de aquellas tres personas. Como si un cerco invisible se los prohibiera. Fueron amigos sinceros y de gran respeto. Hasta aquella tarde fatídica, en la que Francisco Pancho Aguilar había perdido su última pelea.
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8. Sin cabeza…
Entrada la tarde, después de todos los eventos programados oficialmente, en el día principal, de las fiestas patronales de «La Sierra», en pleno ambiente festivo, se reunieron lugareños y visitantes frente a la Bodega «El Último Tiro», de Víctor León. Ya entusiasmados y con el espíritu elevado por los tragos de aguardiente y de cerveza. Entre risas y cuentos, surgió a colación el increíble acto, que se decía, podía realizar Félix Camacho y que muy pocos afirmaban ser testigos. Félix Camacho era oriundo de la Cordillera y reconocido hombre de respeto y consideración, de buen porte y amigo de Melquíades. Que con el tiempo llegarían a ser compadres. Así, entre chanzas y camaradería convencieron a Camacho de hacer su mágico acto… Ignacio Ochoa se acercó a Melquíades: —Chico, Félix Camacho está dejándose llevar por la gente. Tú sabes que esas cosas son delicadas y no son para el público. Él, a ti te escucha. Dile que no lo haga… Así, Melquíades procuró atender la petición del amigo… Y dirigiéndose hacia Rafael le comentó calladamente: —Compadre, ya esta gente está borracha. Te lo piden para ver un espectáculo. Tú y yo sabemos que no es para todo el mundo. Ellos no conocen… [47]
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Determinante, le respondió: —Precisamente Melquíades, es para que conozcan… Después de hoy no volverán a ser los mismos. La enérgica voz de Melquíades se dejó oír, por encima del bullicio: —Guarden a los niños, a todos… Uno a uno fueron alejando a todos los pequeños y no tan pequeños de aquel sitio, en plena calle de «La Sierra». Hasta que quedaron solo los adultos. Bertha, de tan solo doce años, resguardada, precisamente en casa de Melquíades. Cuyo sitio quedaba casi al frente de la Bodega. Junto a sus primas, Ninín, Blanca y Leonor, hijas de Magín. Yolanda y Blanca, hijas de Melquíades. Todas contemporáneas. Serían testigos de tan sorprendente suceso... Cuando Félix tomó el Machete, se hizo un silencio sepulcral. En ese instante, nadie alzo la botella para tomar. Todos en curiosa atención, mantenían la mirada sobre Rafael. Quien llevaba su mano izquierda por encima de la cabeza y la tomaba por los cabellos. Una vez que la aseguró fuertemente. Con un movimiento firme y certero de la mano derecha, traspasó el afilado machete al través de su cuello, cortándola en seco. Atónitos, se quedaron estáticos, nadie movió un pelo. El silencio era aturdidor. Asombrados, observaban el desplazamiento del cuerpo sosteniendo la cabeza en el aire que mantenía los ojos abiertos, como dirigiendo los -48-
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pasos que daba el cuerpo. Dio tres pasos. Se detuvo. Como mostrándola ante la incrédula audiencia… Y volvió a colocar la cabeza en su sitio… En la mente de Bertha perduraría por siempre, aquel instante de extraordinaria crudeza, cuando el filoso sable traspasaba totalmente el cuello de aquel hombre, en plena calle y a la luz del día. Pero lo más impresionante fue ver cómo aquella cabeza sin cuerpo tenía vida y le aterró la forma de mirar de sus ojos. Mientras el cuerpo daba unos pasos. Luego, la mano izquierda con una perfecta sincronización colocaba nuevamente la cabeza sobre el tronco. Y al instante volvió a ser el mismo Félix Camacho de siempre… Después de aquella tarde, no volvieron a ser los mismos.
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9. Comadronas
—Chicho corre por Mamavieja, estoy pariendo. El muchacho tiene la cabeza casi afuera. Fue el grito de Bertha, en desespero total. Era su quinto hijo y también era varón. Tuvo que sostenerlo con la mano derecha, mientras caminaba desde la cocina a buscar acomodo en la cama del dormitorio, asistida por la Tía Victoria. Corría el año de 1962. Bertha y Victoria estaban levantadas desde las 04:30 de la madrugada, como todos los días. Para sancochar el maíz blanco, molerlo, amasar y hacer las consabidas arepas para el desayuno del Chicho Agüiño y todos en la familia. Victoria había venido de «Las Guafas» para las exequias de su hermana Corona. Y se quedó más de año y medio. Ese día, viernes 28 de diciembre, en plena molienda del maíz, le vinieron los dolores de parto a Bertha. —Matoria estoy pariendo. —Le dijo adolorida. —Bendito sea Dios muchacha, ¿cómo va a ser? Era Leonel Arquímedes que venía a ver la luz de este mundo. —Chicho antes de irte, pon a hervir agua en la olla del maíz. Casualmente, Melquíades se encontraba en San Carlos. Había llegado un día después de la Natividad del Cristo. Acostumbrado a levantarse [51]
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temprano, ya estaba en el cobertizo, revisando a su caballo Clavelito. Al escuchar los gritos, entró a la casa y al ver lo que sucedía se aprestó para ayudar. Cuando el Chicho salió en busca de la Abuela Juana, ya Melquíades tenía el caballo ensillado. —Me voy a adelantar para apurar a misia Juana. —Le dijo y salió al trote. Chicho, debía recorrer el camino al pie del cerro de «La Misión de La Morena», atravesando una decena de casas, todas de bahareques, hasta llegar al campo de tiro donde anidaban los guineos. Al llegar, ya misia Juana estaba lista y apertrechada. Abrigada y con el velo sobre la cabeza por el frío decembrino. Ya amanecía, el sol mostraba su luminosidad mañanera, cuando iniciaron el retorno a La Morena. Mamavieja se había constituido como la principal partera de la comarca. Y había asistido a Bertha en todos los partos de sus hijos. Así, previamente a manera de consulta obstétrica, mantuvo un control durante el embarazo. Palpando el vientre materno, aplicando suaves masajes y suministrando infusiones. Para conducir a un seguro y feliz parto. Por la forma puntiaguda desarrollada por el abdomen en los últimos meses, la línea oscura que subía verticalmente desde el bajo vientre hasta más arriba del ombligo y los movimientos y tamaño de la criatura, le permitieron predecir que la criatura era varón. Todos los hijos de Bertha los había dado a luz en la casa de La Morena. Y todos parteados por -52-
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la abuela Juana. Pues era la comadrona de la familia. Oficio que ejercía magistralmente desde que lo aprendió de su madre. Cuando llegó, ya el niño estaba naciendo. Y encontró a Victoria asistiendo a la parturienta. Enseguida asumió diestramente el control. Cortando el cordón umbilical. Alzó al varón hasta verlo llorar. Lo aseo con pañales y lo acomodó al lado de la madre. Luego procedió a sacar y eliminar restos de placenta y limpiar finalmente a la parturienta. Mamavieja con voz grave y autoritaria, le dijo a Victoria: —Háganle un caldo de gallina criolla y se lo dan caliente. Victoria y Melquíades fueron testigos de excepción del nuevo alumbramiento. —Es un varón sano. ¿Cómo lo llamarás Bertha?... —comentó la comadrona. —Debe llamarse Inocencio, hoy es día de los santos inocentes. Acotó la tía Victoria. Quien poseía memoria fotográfica, así todos los hechos, acontecimientos y nacimientos familiares le eran consultados. Pues era el registro y calendario oficial de la familia. Lo que Victoria presenciaba era guardado y grabado en su memoria con una exactitud asombrosa. Para Melquíades fue motivo de regocijo y alegría. Un nuevo nacimiento era festejado y de buen augurio en la familia. Se trataba del segundo hijo de Ángel Custodio Agüiño. -53-
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—Enhorabuena Chicho. Es un varón. Sigue creciendo la familia, es una bendición. A eso de las 10 de la mañana, se escuchó el sonido característico proveniente de un cuerno de toro. Seguido de los golpes arrebatados a una lata de «aceite Diana». Se trataba de una comparsa de locainas o parranda de locos. Que venía en un solo tropel en entrada acelerada, a bailar al son de músicos con cuatro, violín, maracas y tambor. Para conmemorar el día de los santos inocentes, como era costumbre en toda La Villa de San Carlos de Austria. Una veintena de hombres jóvenes, con máscaras y una farsa de vestidos femeninos. Bailaban alocadamente y sin orden. Como en desesperada tragedia. En irónica parodia al fatídico suceso herodiano. Bailaron bajo el cañafístola. No los dejaron entrar a la casa. Todos salieron a ver el ocurrente espectáculo. Misia María del Carmen, advirtió: —Cuiden los patos y gallinas, que se los roban. Victoria, a garrotazo limpio, sirvió de contención, a las desviadas intenciones de los «locos danzantes». Sin aviso, los músicos dejaron de tocar. Y en un grito de dolor, uno de ellos cayó al suelo, —lo habían reconocido, era el Negro Fortuna— para dar a luz al niño bendito. Y en alzas mostraban una muñeca de trapo desnuda, era el recién nacido. Para quien pedía ofrendas y regalos. Melquíades les dio un real de plata. Al llamado sonoro del cuerno de toro, salieron despavoridos, igual como habían llegado. A -54-
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los músicos el Chicho les obsequió unos tragos del aguardiente de ponsigué. Pues, todos eran amigos y conocidos. Después de felicitar en homenaje sincero al alegre papá. Melquíades, aprovechó la oportunidad y se presentó con tres gallinas. —Chico, esto hay que celebrarlo. Victoria, tomó las gallinas vivas, les torció el pescuezo una por una, las sumergió en gran cantidad de agua hirviente, las desplumó, las seccionó en presas pequeñas. Y en un santiamén estaba el sancocho de gallina montado en el fogón. Con hortalizas y verduras cultivadas en el conuco de la casa. Luego, con una minuciosa destreza, limpió las vísceras de las gallinas y les agregó sal y limón, para freírlas como chicharrón. El Chicho y Melquíades las comían con arepa y mucho ají picante. El Tío Melquíades con el entusiasmo de los miaos, llegó por la tardecita acompañado por el Tuerto José Ramón Oviedo y su hermano Carlos Oviedo. Dos virtuosos guitarristas, músicos y serenateros. Primos de Bertha. El Chicho fue enseguida y desenterró una garrafa de aguardiente de ponsigué aliñado, que tres meses atrás había preparado a manera de cóctel, con aguardiente de caña clara Recreo, canela, clavos dulces, anís, pimienta dulce, papelón y la ciruela del ponsigué. El cual enterró a poca profundidad al lado del cobertizo. El tiempo, el calor y la oscuridad añejaban exquisitamente esta bebida espirituosa. Tradicional para el brin-55-
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dis de los acostumbrados miaos, por el nuevo alumbramiento. Después de los primeros tragos iniciaron la serenata con canciones de Los Panchos. Se pasearon por las rancheras de Antonio Aguilar y el repertorio de Julio Jaramillo. Que eran la debilidad musical de Melquíades, el chicho y hasta de la misma Bertha. Quien le dijo a Matoria… —Dígale al primo que me cante Entre copa y copa… Ya entrada la noche, para homenajear a los flamantes padres y como bendición para el crío, llegó la parranda «Los Indios de la Morena», agrupación musical decembrina, formada principalmente por los hermanos y primos de Chicho. Y se le conocía también como «los Hermanos Agüiño». Inmediatamente los guitarristas se incorporaron al golpe de aguinaldos de la parranda. Y lo propio hizo Chicho con el furruco, que le entregó Manuel Alvarado. También participaban en la parranda Jesús, Juancito y Simón Agüiño. Rosell Ortega y Evaristo Machado —Digan sus nombres… —Gritó Marcelino. El virtuoso maraquero, que imitando el aletear sonoro de una turca gris iniciaba el aguinaldo—: Ay, Leonel Arquímedes en buen día has nacido que los santos inocentes te brinden su abrigo A Bertha Merchán le canto sabroso -56-
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y al niño Jesús reciba con gozo… Los cantadores dejaban escuchar sus versos alegóricos y de felicitaciones a todos y cada uno de los presentes. Normalmente, la parranda interpretaba no más de tres aguinaldos. Pero con el entusiasmo de los miaos del Chicho, se quedaron pasadas las 10 de la noche. —Un palo pa’ los parranderos… —exclamó Armando González, el Tamborero mayor. —Bertha, nos vamos y nos llevamos a Chicho. —Dijo Arístides, quien fungía como director, compositor y arreglista de la Parranda—. Manuel Alvarado vamos a tu casa, que todavía no le hemos cantado a tu gente.
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10. Mamavieja La Abuela Juana
Cuando conocí a mi tatarabuela misia Juana, ya era Mamavieja, así le decíamos todos. Era la Matrona y regente de toda y grande familia Agüiño. Criadora de chivos, patos, cochinos, gallinas y guineos, infinitos guineos. Y poseía un sembradío, que era más que un conuco, de maíz, quinchoncho, yuca, ocumo, topocho. Con un patio inmenso, lleno de árboles frutales, guayabos, mangos, guanábanos, mereyes, jobos, níspero, merecure, varios samanes y cañafístola. Los patos con crías, muchos patos hacían vida en una quebrada de aguas claras que atravesaba la estancia. La cocina de Mamavieja cubría una gran área. Fue el fogón más grande que conocí en toda mi vida. Era una gran troja suspendida a un metro del piso de tierra, de unos ocho metros de largo y un metro de ancho. Donde el fuego y calor de los tizones nunca se apagaba. Era la propia casa de campo en aquel San Carlos de los años 60, corría 1965. Mamavieja y su sucesora mi tía Petra, vivían literalmente en el fogón. Así, siempre había comida, para la familia, y todo aquel que llegara de visita o pasara simplemente a saludar. Un buen café colado en manga y servido en tazas elaboradas con el fruto del totumo. Un suculento sancocho de costillas y hueso de cogote de res, servido en platos hondos de [59]
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totuma con cucharillas hechas también de totuma. Toda la vajilla para comer era artesanal de totuma. Eran maravillosas artesanas, criadoras de animales y junto a sus sobrinas Isabel, Judith, Socorro, Irene, Ana (la negra Agüiño), Esperanza. Y los vigorosos jóvenes, liderados por el tío Pablo Agüiño, el padrote. Y los sobrinos Marcelino, Ángel Custodio (el Chicho Agüiño), Arístides, Simón, Jesús, Juancito. Todos hombres y mujeres de bien. Y participaban activamente en los quehaceres de la casa. Era impresionante ver unos 50 kilos de carne de res salada, secándose y ahumándose, colgando encima del fogón. Pues el matadero municipal estaba ubicado justo al lado de la propiedad. Y los jóvenes eran obligados trabajadores desde la madrugada diaria para beneficiar las reses. Sobre todo Pablo y Marcelino. Expertos en dicha labor, nunca faltaba en casa desde los mejores cortes hasta las vísceras y huesos de la res. Un exquisito teretere de vísceras, una buena sopa de mondongo y un pisillo de carne seca era infaltable en la mesa, venidas de las manos de las diestras cocineras. Mamavieja mantenía una rigurosa disciplina, orden y conducta en toda la casa. Al lado de la puerta de la cocina, que salía al patío, permanecía guindado en la pared el rejo. Una especie de soga tejida con cuero de ganado. Con el cual se castigaba a todo aquel que cometiera una falta, desde los chicos hasta los tarajallos. Así, el rejo siempre estaba en uso. -60-
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Aquella tarde dominguera de Enero, Melquíades nos acompañó a visitar a Mamavieja. —Voy con ustedes Bertha, le voy a negociar unos chivos a misia Juana. Al entrar a la casa, de habitaciones amplias y salones aireados, fuimos por un largo pasillo hasta la cocina, que era el sitio donde Mamavieja recibía y atendía a todo el que la visitaba. A Melquíades le llamó la atención dos grandes garrafas de vidrio, de esas de vino Sansón, cada una llena con una preparación diferente de Ají Picante. Una natural y la otra con suero. Con un sabor y aroma de impecable exquisitez. —Son los ajíes de Arístides —comentó la tía Petra. Enseguida, sin perder tiempo, la abuela atizó los maderos, sopló suavemente y avivó por enésima vez el fuego del gran fogón y montó la olla para volver a colar café. Cuando hubo de hervir el agua y antes de colar, oímos la voz grave y fuerte, como de un trueno, de Petra. —Perucho, busque la totuma. Vaya a ordeñar la chiva. Lleve a Javielito. Era el primo Pedro, los dos estábamos por cumplir 5 años. Perucho era un consumado y experto ordeñador. Al llegar al corral, aseguró y ajustó la madre que amamantaba su cría. Sentado en un banquito, colocó la totuma debajo de la ubre. Y con sus pequeñas manos realizó el ordeño magistralmente. De la fuente salían proyectados a presión las líneas blanquísimas de leche -61-
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fresca. Perucho sabía de antemano la medida que debía llenar de la totuma. —Pruébela primo —dijo. Con la inocencia infantil nos pintamos unos bigotes blancos al saborear aquella leche dulce y tibia. Mamavieja sirvió el café en las tazas de totumas, dosificando a cada taza una porción de leche fresca directa del ordeño. Fue el café más sabroso que he disfrutado en la vida. —Misia Juana, es la primera vez que tomo café con leche fresca de chiva, es mejor que con leche de vaca —comento Melquíades. —Caramba Bertha misia Juana posee una pequeña hacienda, tiene de todo. Y un enjambre de muchachas bonitas. Que están faltas de un buen rozador. —Tío, usted con sus vainas. Melquíades recorrió la propiedad y observó con detenimiento un buen rebaño de chivos y demás animales. Los sembradíos bien cuidados y reverdecidos. Le llamó la atención la gran cantidad de guineos en parvada comiendo en el patio. Los guineos anidaban en la sabana aledaña, donde funcionaba el Polígono de Tiro. Se le conocía como el campo de tiro. Los guineos de Doña Juana eran incontables. Cualquier vecino que lo necesitaba, asistía al campo y recogía cuantos huevos quisiese para comer, no pasaba nada. Cuando tuvieron que mudarse, a finales de 1960, por la construcción del moderno centro deportivo y parque Dr. Guillermo Barreto Mén-62-
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dez, los guineos desaparecieron. El campo donde anidaban se convirtió en el vistoso Campo de Fútbol. El patio y predios de los sembradíos dieron paso al Estadio de Béisbol. La quebrada donde se criaban patos y se empantanaban los cochinos fue canalizada y revestida. El matadero fue cerrado. Todo el ámbito campestre y natural pereció. —Quiero comprarle 5 hembras y un macho. Le dijo Melquíades a misia Juana. Con lo cual iniciaría la cría y multiplicación de la empresa de chivos en «La Sierra». —También le compro unos guineos. —Esos se los regalo, lleve todos los que pueda agarrar. Le comento la abuela a carcajada limpia. Una vez hecho el negocio. Se oyó la voz de la negra Ana: —La mesa está servida, vengan a comer. Carne mechada, caraotas, arroz, tajadas, arepas y una gran porción de queso blanco rayado. Realmente era un festín. Preparada a punta de leña. Era el plato presente en la mayoría de las mesas de la pequeña ciudad de La Villa de San Carlos de Austria. La carne seca y ahumada adquiría un peculiar sabor que sobresalía. Para Melquíades fue un homenaje, pues prefería las carnes y pescados maníos. Esto es, salados y puestos a la intemperie hasta lograr el comienzo de una mínima descomposición. Hasta lograr un color y olor sobresaliente. Y esta carne mechada, había sido guisada de la que se conservaba encima del fo-63-
gón. Melquíades le vació una generosa cantidad del ají con suero. Luego otra similar del natural. La tía Petra salía todos los días, bien de mañanita, con una ponchera llena de arepas peladas, que se colocaba encima de la cabeza, apoyada en un nido de tela que servía de asiento. En equilibrio total, con las manos sueltas, caminaba calle abajo de la polvorienta y populosa Avenida Ricaurte. No alcanzaba a llegar al centro del poblado, a la Av. Bolívar, cuando ya las había vendido todas. Su voz de trueno retumbaba en todas las casas y comercios. —Arepas peladas. —Esto, está muy bueno Petra. Que buena mano tienes para la cocina, deberías montar un puesto de comida. Fueron las palabras de agradecimiento del coronel Cholas Negras. Durante el festín; a Bertha, mi papá el chicho Agüiño y Melquíades les volvieron a servir café en totuma y a los chicos, nos dieron carato de agua de maíz. Que era el sumo de la cocción del maíz para las arepas. Preparado con canela, vainilla y endulzado con papelón. Melquíades seguía agregando picante a su plato, con un disfrute y placer que se confundía con lo lloroso de sus ojos. —No pica nada —decía. —Tío vas a perder la comida con tanto ají — le comentó Bertha. Con una risa pícara y alegre, secándose las lágrimas y el sudor de la cara, le contestó: —Es mejor que haga daño y no que se pierda. -64-
11. El tío Luis… La concepción
—Yo escucho radio estados uníos, allá en «La Concepción»… Le oímos decir al tío Luis Miguel… de figura menuda. Con un sombrero que lo arropaba todo. Vestido totalmente de kaki y de alpargatas. Nunca aprendió a leer ni escribir. Y siempre con una pella de chimo en la boca. Inmerso en ese mundo perdido del Caserío de La Concepción, que no pertenecía al Estado Cojedes, y el único camino para mantener comunicación con el exterior era hacia «La Sierra». Venía a San Carlos cada 2 o 3 años. Todo lo que necesitaba para vivir, lo tenía en La Concepción. Cultivos, animales, su mujer, sus hijos y su tierra. Jamás dejó de trabajar. Fiel a su familia… El conocimiento civilizado no le hizo falta. Lo sustentaba su nobleza y la querencia por su tierra, su mujer y sus muchachos. Las primeras veces, llegaba con sus arreos de burros y sus hijos mayores, a visitar a su señora madre misia María del Carmen. Venían a San Carlos por la carretera de El Cacao, de mejor acceso. Hincados de rodillas, le pedían la bendición. Ceremonial que repetían todos y luego le daban el consabido beso en la frente. El tío Luis y Rafaelito se comprometieron en matrimonio coordinadamente y al mismo tiempo con Isabel y Beatriz Rodríguez, quienes eran [65]
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hermanas y precisamente vivían en La Concepción. Isabel se casaría con Rafaelito y le daría dos hijos. Y Beatriz se uniría a Luis Miguel pariendo una catorcera de muchachos. Así pues, era cierto, Luis Miguel, sintonizaba con un pequeño radio de doble banda —que había comprado en Comercial Fraino, en la Calle Real de San Carlos— en el dial de Banda Corta «La Voz de los Estados Unidos de América». Ese pequeño artefacto de baterías era el medio que los comunicaba con el mundo exterior. Melquíades, tomaba sus perros cazadores, acompañado de Amílcar y cabalgaban a casa de Luis Miguel. Salían de «Las Guafas» y en agradable travesía pasaban por los poblados de Las Tucuraguas y Cogollito. Eran caminos de arreos. Pernoctaban dos o tres días en la estancia de La Concepción. Se enteraban del estado del viejo Luis y su familia. Y salían a cazar Lapas o Cochinos de Monte. De manera que, lo de la caza era un pretexto para saber directamente de Luis Miguel. Real ermitaño, aislado del mundo. En acertada premonición, advirtió Magín: —Melquíades hay que estar pendiente de Luis Miguel y los muchachos. Porque Beatriz, trae taras de familia y en cualquier luna se le puede manifestar. Efectivamente, desde el último parto, la Madre de La Concepción no era la misma. Olvidaba algunas cosas. Su estado tranquilo y amoroso, se tornaba, por momentos, en rabia y hasta agresivo. -66-
·Javier Arquímedes Merchán·
Melquíades, atendiendo la advertencia de Magín, conversaba aparte con Luis Miguel: —Chico, Magín está preocupado por la salud de Beatriz. Por su comportamiento. Tienes que estar pendiente de su conducta. A lo que el hermano respondía: —Sí Melquíades, estoy muy pendiente. Los muchachos también. Ella está bien. Muy tranquila. Y pues, era una verdad a medias. Porque en los días de Luna Nueva, con la inmensidad luminosa que no cabía en toda la Cordillera, Beatriz cambiaba de humor y de proceder… En una oportunidad, sin explicación, con una furia descomunal atacó abiertamente al esposo. Ante lo cual, no para defenderse, sino buscando calmarla, la abrazo fuertemente. Pero en el forcejeo cayeron al suelo. Llevando él la peor parte. Salió con el brazo izquierdo fracturado. Así, en una relación de muchos cuidos y paciencia. Mantuvieron a Beatriz, en atención permanente. Cuando daba visos de cambios en el carácter, estaban todos atentos. Y encontraron la manera de vivir con esa circunstancia. Nunca buscó ayuda médica. No hacía falta. Eran cosas de Dios. La cruz que el Señor le imponía y él llevaría hasta el final de sus días. Momentos de desesperación y mucho dolor vivieron los hijos, cuando se produjo un cambio repentino en el carácter de Beatriz. Y nadie se dio cuenta… a eso de las 8 de la noche, el tío Luis se encontraba retozando en su hamaca, todavía no apagaban las lámparas de kerosene. Se -67-
quedó dormido… Beatriz se le acercó sigilosa y rápidamente con una Mano de Pilón en alza. No les dio tiempo ni a José Baudilio ni a Bienvenido, de prevenir ni evitar la terrible acción de su madre, contra el indefenso Luis Miguel. Le asestó un seco golpe en la cabeza, que por poco lo mata. Dejándolo inconsciente por tres días. Cuando recobró milagrosamente el conocimiento, se encontraba en una cama del Hospital General de San Carlos. El tío Luis Miguel volvería a La Concepción. Con su mujer, sus muchachos y su tierra… extremaron las atenciones a la madre, que desde la noche fatídica mantenía un estado aletargado y conversaba sola y calladamente… aún en las noches de Luna Nueva la vida en La Concepción continuaba…
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12. Gallina a la sierpe
Melquíades, sentado en el mesón de la cocina, tomaba una taza de café en totuma, luego de regresar de una reunión en el Partido Acción Democrática, donde entre otros asuntos, trataría con Don Marcos Vilera, el mantenimiento de la vialidad de Manrique a «La Sierra», pidiendo los buenos oficios de Don Marcos, que, sin ser funcionario de gobierno ni adeco, se había abrogado para él la responsabilidad de mejorar y patrolear las carreteras rurales de la Zona Norte de San Carlos. Así pues, Don Marcos Vilera solicitaba ante el Ministerio de Transporte o la Gobernación, la maquinaria y equipo. Procuraba el transporte e inspeccionaba personalmente la ejecución de dichas labores en la época de verano. Cuando se tomó el último sorbo de la divina bebida, escuchó gritos, gente corriendo, niños alborotados… —Agárrenla, no dejen que corra tanto… — Manifestaba Misia María del Carmen. Bertha y el mismo Amílcar Jesús, corrían para tratar de atraparla. Ángel, Agustín y Alirio procuraron hacerlo, sin resultados. Para los pequeños Leonel y Javier Arquímedes se trataba de un juego, en el cual participaron alegremente, en resuelta carrera junto a los demás. [69]
·30 relatos y una despedida·
Igual les fue imposible, ninguno pudo ponerle mano a la gallina criolla, que picoteaba en el patio, buscando lombrices, brotes de hierbas, semillas y encontró una pequeña serpiente y a picotazo limpio, asombrosamente había dominado y dado fin. Luego en el intento de comérsela, fue tragándosela de a poco, hasta que no pudo más. Puesto que la culebrita, que media unos 30 centímetros, quedó colgando del pico. Al sentirse asfixiada y en brusca agitación, movía la cabeza a los lados. Y correteaba por todo el patío. Solo quedaron los niños Alirio, Javier y el negrito, con la curiosidad y paciencia infantil. Y como grandes investigadores y conocedores de los vericuetos de su patío, calladamente vinieron donde el tío Melquíades: —Sabemos dónde está la gallina… —Llévenme al sitio… vamos por ella. Atravesaron parte del conuco de la casa, la encontraron debajo de unas matas de cambur. Estaba muerta. Asfixiada por la serpiente alojada totalmente en su pescuezo. Melquíades la tomó en sus manos. Cuando llegó al patio, ya los niños habían alertado a todos: —El tío Melquíades trae la gallina… el tío Melquíades trae la gallina. Mostró a todos la larga cola que colgaba del pico del ave y se dirigió al lavadero… Bertha, con un tono de voz autoritaria y cara seria, le dijo: —Melquíades que va a hacer con esa gallina… -70-
·Javier Arquímedes Merchán·
—Pues Bertha, chica, es una polla criolla, que está bien gorda. No se puede botar. Es mejor que haga daño y no que se pierda… Misia María del Carmen, le recordó a Bertha las prácticas alimenticias de Melquíades: —De todos mis muchachos, Melquíades desarrolló una predilección única para comer carne de animales de cacería. Desde pequeño le gustó ir de cacería. Más de una vez llegó con cochinos de monte descuartizados, dejados por los cunaguaros y tigres. Los preparaba y se los comía… ese, se va a comer la gallina con todo y culebra… Bertha, de inmediato entró a la cocina, buscó un sartén viejo, que usaba para recoger las cenizas del fogón. Llevándoselo de inmediato. Al entregárselo le dijo: —Tío aquí es donde cocinará su gallina y hágalo aquí en el patio. En mi cocina no lo quiero ver. —Chica, por lo menos, préstame una olla para hervir el agua… A lo que Bertha ofuscada le respondió: —Usted no va a meter esa gallina envenenada en mis ollas. Ahí tiene esa lata de aceite… Los niños, en divertida aventura, observaban atentamente todo lo que el tío Melquíades se disponía a hacer con la gallina… Primero sacó la pequeña serpiente. El mismo Melquíades se sorprendió: —Caramba, es bien larga… Exhibiéndola a los pequeños ayudantes. —Vengan, vamos a botarla… -71-
La dejaron en el límite del patío con el conuco… los pequeños aprovecharon para examinar a plenitud a la temida víbora. Con un palito la movían hacia los lados, le daban vueltas… Melquíades, montó el fogón, con el agua en el recipiente de hojalata, que Bertha le había indicado. Una vez que hirvió el agua, procedió a beneficiar completamente la gallina en piezas pequeñas. Aprovechando los tizones del fogón, colocó el viejo sartén con aceite y empezó a freírla… el olor de la fritura alertó a Bertha... Se asomó al patio: —Melquíades no se le ocurra darle de esa gallina a los niños, que yo lo conozco a usted… muchachos vénganse para adentro… Los niños obedientes, se adentraron a la cocina, donde estaba la madre. Pero con la inquietud y la espinita de ver al tío comerse la gallina envenenada… Y así fue, en un descuido de Bertha, regresaron sigilosos donde el tío… efectivamente, Melquíades sacaba el sartén del fogón, con las piezas doraditas completamente, les escurrió el aceite sobrante y fue a la cocina por dos arepas… Bertha se volvió a asomar: —Tío, ya le dije, no le dé a los niños… muchachos para adentro… Imposible retenerlos. Ellos tenían que ser testigos directos, cuando el tío comiera… y así fue, al momento, estaban presenciando como Melquíades saboreaba las piezas crujientes de la polla… Echó una ojeada a la puerta de la cocina y le dio una pieza crujiente a cada uno. -72-
13. Zenón
—Ayayay… ayayay… ayayay… —Gritaba en quejido profundo, lleno de dolor, con un llanto que se escuchaba en todo el Barrio—: se murió mi bordón Tanilo. Esa mata de Almendrón, la sembró ella. Ese taburete, lo tejió ella… Ayayay… ayayay… ayayay… Por qué… Por qué… Por qué, Dios mío, te la llevaste… Era el tío Nicolás, imitando a la perfección, en una farsa extraordinaria, a doña Margarita, quien lloraba sufridamente a su nieta, a la cual le decía, «mi bordón Tanilo». Realmente se llamaba Zenón Merchán… La noche anterior había asistido al velorio de la joven difunta, en compañía de su sobrino Alirio. En el Sector Barrio Nuevo, un verdadero asentamiento campesino. Nicolás no era rezandero y no acostumbraba a asistir a los entierros. Pero era infaltable en todos los velorios de la pequeña ciudad, de familias amigas y allegadas. Pues, en esa época, a comienzos de los 70, era costumbre la presencia de un cuentero y echador de chistes en los velorios. Era una manera de hacer la vigilia y acompañar a los deudos, que permanecían hasta altas horas de la noche y a los que amanecían en el funeral. Cuando Melquíades escuchó los gritos, se apersonó intrigado: —Es Nicolás con sus vainas. Pensé que había ocurrido una tragedia… [73]
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A los pocos días, Nicolás instruyó a sus sobrinos Alirio y Arquímedes para que lloraran a grito limpio, tal cual. Alirio en exacta repetición, lloraba sufridamente, gritando las mismas frases de Doña margarita: —Ayayay… ayayay… ayayay… se murió… se murió… se murió… Dios mío… por qué… por qué… por qué te lo llevaste… Gritos y llanto repetidos invadieron la paz del Barrio, a la una de la tarde y como convidados, los vecinos, uno a uno, fueron saliendo a la calle y se dirigían rápidamente a casa de Bertha… pues, algo pasaba. Llegaron todos en cambote, se apretujaron en la puerta de entrada, para enterarse de lo que sucedía. Al ver a la muchedumbre, los jóvenes se quedaron en silencio total. Doña Isabel Rumbos, Doña Carmen Ojeda, Doña Victoria López, Doña Cointa, el negro Julio, Ruperto, Dolores, Damasio, Carlos Quiñonez, Don Laurencio Matute, las Sánchez y demás, asistían para averiguar… Encontraron a Nicolás tirado en la sala, de largo a largo, en posición de muerto, quieto, inerte, no respiraba… nadie se atrevía a decir nada. Hasta que Don Lorenzo rompió el hielo: —Y está muerto de verdad… verdad. En ese instante, con una voz de ultratumba y gutural, asintiendo con la cabeza, sin cambiar la posición, dijo Nicolás: —Síííí… -74-
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Unos salieron molestos por la chanza, otros se reían de la ocurrencia. Cuando se incorporaba, sacudiéndose, aprovechó Don Lorenzo: —Caramba Nicolás, usted no se acomoda. No tiene remedio… Por esos días, Arquímedes escuchaba unos comentarios en casa y el Barrio: —Murió José Dolores, el papá de Olores. —¿De qué murió? —Murió de repente… —¿De qué murió el bordón Tanilo? —Estaba tranquila en el patio y murió de repente. —¿De qué murió Bonifacio? —Murió de repente. De manera que, para el escolar, «de repente», era una enfermedad letal, que había sido la causante de esas y otras muertes… —Bertha me acabo de enterar que murió Don Clemente Blanco. Comentó Melquíades: —Ahí, en los caminitos de la Morena. Dicen que murió de repente. No puedo ir al velorio. En un rato me voy a «La Sierra». A lo que dijo Nicolás: —Yo lo conocí. Asistiré al funeral. Los muchachos me llevan. Efectivamente, Nicolás se hizo acompañar por el joven Alirio. Cuando llegaron al velorio, ya habían realizado el primer rezo. La mayoría de las personas se encontraban sentadas, alrededor de Don Federico, quien, hacía gala de sus -75-
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mejores cuentos y chistes en el patio, a las afueras de la sala funeraria. Mejor conocido como Federico Nuca Panda… Alirio buscó dos sillas y se ubicaron calladamente, a distancia de aquella asamblea. Algunos vecinos se acercaban a saludar al viejo Nicolás, y se iban sentando a conversar junto a él. Al poco rato, le pidieron que les echara un cuento. A lo que accedió con naturalidad. Era lo que mejor hacía. De pronto, tenían una audiencia similar los dos cuenteros. Así, el número de personas alrededor de Nicolás fue creciendo, hasta que Don Federico se quedó solo. No le quedó otra, que arrimarse también. Con historias, tras los cuentos y chistes fue transcurriendo el tiempo. Se habían realizado los tres rezos consabidos. Y pasaba ya de la medianoche. Hasta que, en un tono irónico, no aguantó Don Federico: —Usted se la da de gracioso, Nicolás. Le voy a regalar una contra para que lo proteja, no le vayan a hacer mal de ojo… Inmediatamente, Nicolás se llevó las dos manos a la entrepierna del pantalón, en alusión directa a su virilidad, y le ripostó: No se preocupe Federico. Aquí la cargo… Gesto que arrancó grandes carcajadas y risas colectivas en los presentes. Federico, lleno de ira: —Yo sé que usted se la da guapo. Salga, vamos a pelear. Lo voy a enseñar a respetar.
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·Javier Arquímedes Merchán·
Nicolás, con una serenidad que molestaba más al rabioso cuentero, le echaba una ojeada a su sobrino Alirio, y mostraba una sonrisita entre los dientes. Ya iracundo, Federico: —No puedo aceptar esa ofensa. Salga… Levantándose, Nicolás: —Está bien chico. Voy a pelear contigo. Sígueme… Y bajó por los caminitos, hasta la Redoma del Hospital, como unas dos cuadras. Mientras le decía: —Sígame Don Federico. Ahora es que va a ver peleando a un hombre guapo. Sígame, Federico Nuca Panda… El velorio se quedó solo. Todos bajaron a ser testigos de la gran pelea entre los dos viejos cuenteros. Zenón, como guiando a la muchedumbre, daba unos pasos agigantados, mientras repetía: —Sígame Federico… Al llegar a la Redoma, lo conminó Federico: —Párese para que peleemos. No se me acobarde… Zenón, sin detener la marcha, con un tono irónico y desafiante: —Sígame… que en «El Tinaco» es que vamos a pelear. Era esa maravillosa manera que tenía Zenón de resolver los altercados sin materializar un enfrentamiento real… La población de «El Tinaco» quedaba a unos 16 km de San Carlos… todos entendieron que era otra chanza más del viejo cuentero. -77-
14. El entierro
El viejo Nicolás Merchán, no se llamaba Nicolás sino Zenón. Un asunto de nombres postizos que se repetiría en la familia… Agustincito el de Bertha, no es Agustín, sino Héctor José. Humbertico el de Blanca, no es Humberto, sino Carlos José… Hermano de José Rafael Merchán, cuñado de Melquíades. Siempre juguetón, alegre, con una chanza a flor de piel, humorista. Cuentero y creador de inverosímiles historias. Nicolás, era de esos tipos que, al llegar a cualquier sitio, alegraba irremediablemente a la gente y transmitía una sensación de alta jocosidad, que a todos agradaba. Imposible no reírse de sus comentarios y ocurrencias. Era un fabricador de sonrisas. Con él, las personas eran felices. Andaba repartiendo amor, a su manera. Y en eso, era incansable. —Chico, Nicolás, desde muchacho, ha sido muy divertido. Y siempre se muestra alegre y echador de bromas. Pero, es mejor no provocarlo —comentó Melquíades. —Nicolás y Rafael Merchán, eran indetenibles. Nadie los doblegaba… Resulta que, Melquíades había sido testigo de una eventual pelea, de este par contra otros cuatro hermanos juntos… Estando en una fiesta en Cogollito, se presentó un fuerte altercado entre Nicolás y uno de los [79]
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hermanos. Que le reclamaba a Nicolás, por su relación con una de sus hermanas. Imperativamente lo conminaba a tener un trato digno, con decoro y honor hacia la hermana… a lo cual Nicolás le respondió con una salida divertida y evasiva. Lo que enfureció al joven. Retándolo a pelear, a modo de defensa del honor de la doncella. —No te metas cuñao, con esos, nosotros podemos —dijo Rafael a Melquíades. Los cuatro hombres, se plantaron fuera de la enramada del baile: —Ustedes se la dan de guapos… vengan para que lleven palo del bueno. Los vamos a enseñar a respetar… Así, cual duelo a Punta de Garrote. Iniciaron aquella pelea cada uno contra dos… —Cómo vas porai, Nicolás. —Increíblemente en plena refriega, le preguntaba José Rafael. Y él, jocosamente le respondía: —Chico, yo pensaba que mis cuñados servían. Aquí los llevo en un solo baile… De tal manera, siempre se esperaba de Nicolás una ocurrencia divertida. Una chanza a un paisano. Así, a comienzos de los años 70, Nicolás llegó a la casa en el Barrio Los Pocitos. Con todas sus pertenencias, en una pequeña maleta. Y con todo su arsenal de alegrías. Para acompañar a su sobrina Bertha, que recién enviudaba. Y quedaba sola, con la carga de sus seis muchachos. Enton-80-
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ces el Tío Nicolás hasta cocinaba para los escolares y procuraba apoyo en el sustento diario. Nicolás tenía una dicción impecable pero cambiaba las palabras y hasta los nombres porque para él todo era un juego. Impostaba la voz como caracterizando a cada quien que estaba a su lado. Enseguida se hizo amigo de todos los vecinos. Con una gran empatía y familiaridad. Alegrando y jugándoles bromas a todos. Una tarde le preguntó al sobrino Alirio: —Alidio, como es eso del artículo 21, que habla el gobierno… Tío, es un decreto para los negocios que vendan comida y alimentos, que cumplan con las normas sanitarias. El que no cumpla con el decreto, le cierran el negocio. Nunca dejaba pasar una oportunidad… le dijo: —Alidio búscate papel y lápiz… Y empezó a dictarle una carta, dirigida a Don Laurencio Matute, quien era dueño de una pequeña Bodega. Que apenas, vendía caramelos y una chicha casera que hacía una de sus hijas… En la tarde noche, cuando llegó el hijo mayor Laurencio y encontró el local cerrado, se extrañó. Y le pregunto: —Papa qué pasó con la bodega, porqué la cerró. No vendió la chicha…. Ingenuamente le respondió: —Me la mandaron a cerrar. Por el artículo 21… Y le mostró el manuscrito que le había dejado Nicolás… -81-
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—Él me dijo, sino cumple con el Decreto tiene que cerrar. Aquí está la orden. Sorprendido y abrumado, por la ignorancia del viejo bodeguero: —Pero papá, esto no es ningún documento del gobierno. Es una joda del viejo Nicolás… Y la leyó: —Estimado Don Laurencio. En vista que no cumple con las normas sanitarias en su bodega. Queda cerrada por el artículo 21. Firma. Nicolás Merchán…. Era un meticuloso escudriñador de la personalidad de cada uno. Una vez descubiertos y analizados, sabía cómo proceder y a quién involucrar en sus ocurrencias, cargadas de un alto humor negro… Después de trabajar durante 15 días seguidos en una finca de Don Pablo Herrera, en La Chorrera, cerca de San Carlos. En la reconstrucción de la cerca perimetral con estantillos y alambre púas y en la cosecha de Ajonjolí. Nicolás, junto a Ramón Rumbos, Don Lorenzo y los jóvenes Ángel Merchán y Ramón Antonio Castro. Vinieron a descansar el fin de semana. El domingo por la tarde, Nicolás buscó a Don Lorenzo y le comentó, muy seriamente: —Don Lorenzo tenemos que buscar unas chivas… allá en la finca. Yo sé dónde están. En las noches he visto como una nube blanquita. Una luz blanquísima. Y ya sé dónde están ubicadas. Mañana mismo las buscaremos… A lo cual Don Lorenzo asintió con gran curiosidad y suma motivación. -82-
·Javier Arquímedes Merchán·
El lunes al oscurecer, Don Lorenzo se apersonó ante Nicolás con un pico, una chícora y una pala, le dijo: —Vamos pues, a buscar las chivas… llevemos a los muchachos para que nos ayuden a sacar el entierro… Nicolás, se hizo acompañar de Ángel y Ramón Antonio. Y los condujo iluminando el camino con la linterna. Cuando ya habían caminado como 20 minutos. Apagó la linterna. Y comento: —Don Loro, allá donde se ve eso blanquito. Ahí es. Al llegar al sitio esperado. Nicolás iluminó el rebaño de Chivos de la finca. Y le dijo: —Don Loro, agarre usted la blanca, déjeme la negra a mí. Y de inmediato, salió corriendo detrás de uno de los animales. Por supuesto, que realmente no agarró ninguno. Se trataba de una jodedera más del tío Nicolás. Don Lorenzo, en arenga de rabia, le diría: —Caramba Don Nicolás. Pensé que usted era un hombre serio. Cómo me va a salir con estas cosas… Don Lorenzo, hombre de palabra, de mucho respeto, rezandero. En molestia total, duró una semana sin dirigirle la palabra al bromista Nicolás.
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15. Melquíades… sanador
—Amílcar, tú también eres sanador de bestias. Melquíades te enseñó… Le preguntamos con curiosidad al hijo mayor del coronel. Que toda su vida la entregó, desde pequeño, a esa tierra maravillosa de «Las Guafas», en pleno Cerro Azul, de la Cordillera Central de Venezuela. Haciéndose uno con su suelo, fauna y flora. Aprendió a cultivar el Cafeto y los rubros tradicionales para subsistir y la cría de ganado. Como su padre, se hizo un experto jinete. Siempre vivió con Matoria y el Mocho. Sus últimos tíos, que lo acompañaron fielmente. A diferencia de su hermano Oscar. Músico de oído de la guitarra y el requinto. Virtuoso acompañante de tríos y parrandas. Y se había dedicado a ser policía. Y al igual que el resto de sus hermanas, habían salido de «La Sierra». —Chico, la verdad, que sí aprendí. Pero el asunto es de mucha seriedad. Y hay que dedicarle tiempo. Las bestias mías, cuando se enferman, yo las curo. Pero el bueno en esa cosa es Melquíades. No tiene padrote. Chico, Melquíades sanaba animales que estaban enfermos, en Nirgua o Tinaquillo, estando él en «La Sierra». Y para eso se requiere mucha fuerza espiritual…—Respondió Amílcar. Siendo Prefecto de «La Sierra», Melquíades tuvo la grata oportunidad de conocer al joven compositor José Manuel Falcón, quién visitaba [85]
·30 relatos y una despedida·
a su familia y tal vez, inspirándose para escribir su famosa canción «Aquél». Así, fue invitado al almuerzo campestre en honor al sobrino e ilustre visitante. Luego de la comida, el viejo Pablo Falcón los llamó aparte: —Melquíades, mi sobrino está altamente preocupado. Dejó un caballo muy enfermo con tratamiento veterinario, pero no ha mejorado. Te agradezco hagas lo necesario para la sanación. Acucioso, indagó Melquíades: —El animal está en Tinaquillo. ¿Cómo se llama?… —Le respondió José Manuel: se llama Patas Negras. Lo tengo en mi fundo, en la Vía al Cerro Las Tetas. Lo tomó del brazo y caminó con él hacia un apartado fuera de la casa. Alzando su mano derecha. En una serie de oraciones y confirmaciones espirituales dichas en voz alta. Y en dirección al Cerro Las Tetas. Absorto y sin desviar la mirada… Después de varios minutos, le dijo: —El caballo se va a salvar. Ya se paró. Es un noble animal. Quédese tranquilo… Impresionado y esperanzado volvió a la reunión familiar. A sabiendas de la predilección que tenía el coronel por las armas, le comentó en privado a su tío: Si mi caballo se ha parado y se salva, le regalaré a Don Melquíades una Pistola… Pues, cuando le preguntó a Melquíades, cuanto costaba la consulta. Se acomodó el sombrero de medio lado y le dijo: —El mejor pago para mí, es su agradecimiento y la cura del animal. Soy un amante de esos -86-
·Javier Arquímedes Merchán·
seres. El caballo es el animal más noble que pueda existir. Años después, el viejo Melquíades me mostraría una pistola niquelada, que guardaba celosamente: —Esta me la regaló un muchacho de Tinaquillo, de los Falcón. Uno que compone canciones… Este conocimiento de la sanación de las bestias, caballos, mulos, burros. Animales de suma importancia en el transporte de cargas, alimentos, arreos y traslado de personas y hasta el ganado… venía desde tiempos ancestrales. En este caso, Don Rafael Silva había sido el Abad que diligentemente y sin mezquindad se encargó de transmitir el Sacerdocio de la Sanación a sus hijos. Y sería Magín, el más avanzado aprendiz, el que completaría la instrucción de Melquíades. Les decía Don Rafael: —Todo animal tiene sanación. Sincronicen en paz y tranquilidad el amor y la oración. Y nuestro señor, que siempre nos oye, hará lo demás… Así, que años después, cuando Magín repetía la magistral fórmula. Melquíades irónicamente y a carcajada limpia, le recordaba: —Menos tu burro mocho… Resulta que, en el invierno de 1968, Magín se atrevió, a cruzar el puente Colgante en el paso de Los Chupones del «Río Tirgua», peligrosamente fatigado y en avanzado deterioro. Pues el río presentaba un cauce de máxima crecida y violenta velocidad de sus aguas, preñado con una de esas lluvias centenarias. El nivel del agua casi llegaba al fatigado puente. -87-
Conduciendo un Burro cargado de maíz, que llevaba a Manrique. Lentamente y con sumo cuidado donde pisaba, por el estrecho corredor. Pero sus cuidados fueron inútiles. Ya en la mitad de la pasarela, en un mal paso que procuró, sobre uno de los tablones en mal estado, perdiendo el equilibrio, el animal con todo y carga, cayó sobre el mar de aguas turbulentas, desapareciendo en cuestión de segundos. Y por poco se lleva a Magín también. Aferrado fuertemente a una de las guayas, quedó en el aire, hasta retornar a la calzada del puente. Así, que el Burro Mocho de Magín, no tuvo remedio.
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16. Caminando hacia El Paraíso
Iniciaron el viaje después del mediodía. Luego de asegurar los juguetes, golosinas, piñatas, cuadernos, libros, colores, lápices, ropa nueva de diversas tallas infantiles… Y un cargamento de alegría y cariño para llevarles a los niños de «La Sierra». Era el 04 de Enero de 1977, plenilunio de luna nueva. Iban con la planificada intención de realizar una fiesta infantil de año nuevo y como regalo de los Reyes Magos para la muchachada del Paraíso de Cojedes. Pertenecían al Club Juvenil Unidad en Marcha, de la Gran Fraternidad Universal. Con el apoyo de Don Tomás Pérez y Amílcar Jesús Merchán, llegaron al paradero de los Ramírez en Manrique, Don Tomás en su camioneta pick up Chevrolet 1972, Color Marrón. Y la Ford pick up vino tinto de Amílcar. Para lograr el traslado de todos. La mayoría no llegaba a los 18 años de edad. Todos eran adolescentes. Unos pertenecían al «Grupo de Teatro Acuario», dirigido por el poeta Daniel Suárez. Otros participaban en la Coral, bajo la tutela de la noble Profesora Aurea de Mendoza. Un buen número de ellos eran discípulos de yoga, orientados por Peter Kiermaier, un tipo de origen alemán. Y la mayoría practicaba el vegetarianismo. [89]
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De tal manera, que en el ocaso del día, comenzaron a remontar la cuesta desde Manrique hasta «La Sierra», en franca caminata. Todos iban con los morrales sobre la espalda repletos de presentes para los niños. Para Melquíades, recorrer el camino desde Manrique a «La Sierra», a pie, era costumbre necesaria, que había hecho desde joven. Pero, para los noveles excursionistas, se trataba de una emocionante aventura. Que comenzaron a vivir al observar los chorros de agua pura y limpia, que fluían de la serranía, a los lados de la vía, desde que empezaron la caminata en Tierra Caliente. Disfrutaban el sabor puro y lo frío del agua, para refrescarse y calmar la sed… A medida que avanzaban, se adentraban a un ambiente natural exclusivo. Morichales y bosques montañosos. El clima iba haciéndose cada vez más fresco y agradable, a medida que caminaban y caía la tarde. Y allí en el sitio de Mundo Nuevo, se maravillaron como el morichal y el bosque denso e inmenso, se hacían uno con la montaña. Con un clima especial, que no los abandonaría hasta llegar a «La Sierra». Entre subidas y bajadas, cantos y conversas, villancicos y parrandas, el difícil y largo camino, se les hacía grato y alegre. Al llegar la noche, el camino cortaba en dos el bosque inmenso, cuando comenzaron a bajar y ya no subieron más. Estaban llegando al río. Las pocas linternas que cargaban, no fueron necesarias, pues la luna nueva iluminaba todo el cami-90-
·Javier Arquímedes Merchán·
no como un gran faro celestial. Al saberse en el paso de Los Chupones, en el puente sobre el Río Tirgua, decidieron tomarse un breve descanso… Pero unas voces y destellos de linternas en el lecho de «Los Chupones» los alertaron. Arturo Pérez, hijo de Don Tomás y Henry López, hijo de Doña Carmen López, fueron los investigadores que bajaron a la orilla del río, para conocer que sucedía. Se trataba de un asunto oficial. Un grupo de lugareños de «La Sierra» acompañados por el Prefecto, Melquíades Silva, resguardaban el cuerpo de un vecino de Berreblen, que encontrándose de pesca en las aguas del Tirgua, se había desplomado repentinamente y fue arrastrado por la corriente. Así, avisado por los familiares, el prefecto, conformó un grupo de rescate con policías y vecinos. Una vez encontrado el infortunado, se vieron obligados a llevarlo aguas abajo, hasta «Los Chupones», por la imposibilidad que representaba regresarlo por el espeso bosque y las aguas rápidas del río, en la oscuridad de la noche. Donde esperaban a una autoridad forense para el levantamiento del cuerpo. La muchachada dicharachera y alegre, hubo de guardar silencio ante el llamado de atención de Prudencio Coromoto Falcón, sobrino del que, a la postre, sería el reconocido compositor José Manuel Falcón: —Muchachos guardemos respeto y consideración. No es casual nuestra presencia aquí. Y les puedo asegurar que estamos en sintonía para que este cristiano continúe en el plano evolutivo de su existencia… -91-
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Palabras que entendidas o no, procuraron sosiego y silencio en ellos. La noche avanzaba y la luna en todo su esplendor seguía iluminando el camino hacia el Paraíso. Así, decidieron seguir la marcha. Al llegar a la cúspide de la subida de «El Salto del Diablo» se maravillaron al observar las copas de los árboles —que a manera de alfombras de nieve— blanquísimas y aterciopeladas, coronaban el profundo cañón del Río Tirgua. Toda la serranía y los helechales eran liberados de la oscuridad, por un inmensurable reflector espacial que emanaba de la luminosidad lunar. En avanzada hora de la madrugada hicieron el arribo al Paraíso de Cojedes. La veintena de jóvenes se alojaron en casas de familiares y conocidos. Pero Carlos Enrique García, junto a Arturo Pérez y Williams López se alojaron en la sede de la Prefectura. Antes de dormir, Carlos se asomó a una habitación contigua y observó un buen número de urnas funerarias. Que era un servicio institucional a la comarca… Imagen que perturbó un poco a los tres jóvenes. No más, habían encontrado el sueño, los despertó un estruendoso ruido, rasgaduras y unos lastimeros maullidos. Resulta que un intrépido gato, en ánimo de atrapar una rata, tropezó con uno de los candelabros. Mientras saltaba a una de las urnas y trataba de clavar sus garras para asirse, dejando escuchar su maullido de susto y sorpresa… claro, ya no pudieron dormir en el resto de la noche. -92-
·Javier Arquímedes Merchán·
Al amanecer, como impulsados por un influjo mágico y con la vibrante energía juvenil, todos se activaron muy temprano con la motivación de la actividad infantil. Y todos observaron en silencio, como en devota oración, la panorámica majestuosidad de la montaña de Cerro Azul, que se fundía con el celeste infinito del cielo. Previa reunión con Don Melquíades Silva, el Prefecto y lugareños colaboradores, se trazaron las directrices para la realización de la fiesta infantil. Fueron convocados todos los niños. Casa por casa. Le tocaría a Carlos Enrique con Dagmar Haché y Mary Falcón, visitar unas 10 viviendas para realizar la invitación. Y en todas les ofrecieron una generosa taza de café… Y a las 11 de la mañana, el parque contiguo a la escuela estaba lleno, de todos los infantes y madres de «La Sierra», Berreblen y Paja larga. La chiquillería fue organizada e incorporada a participar activamente en juegos y competencias, con disfraces de Reyes Magos, payasos, canciones y sketch de teatro… por las chicas Miyari Morales, Zoraida Pérez, Karla Gutiérrez, Mary y Luz Falcón, Dagmar Haché, Nora, Mírlene y Zaida Escalona. Acompañadas por los jóvenes Carlos Enrique García, Henry López, José Ygnacio Ochoa, Arturo y Luis Pérez, Daniel Suárez, Williams López, Javier Arquímedes Merchán… Las Piñatas repletas de caramelos y golosinas fueron la sensación de la fiesta. Los premios de los juegos elevaron el entusiasmo de los pequeños. -93-
Y muy al estilo Serrano, el conjunto de Cuerdas de «La Sierra», con «El Capino» Carmelo Sánchez con el violín, amenizó el final del importante festejo infantil. Todos los niños se llevaron un presente. Cuadernos, juego de colores, libros, juguetes, ropa a la medida y un cotillón lleno de golosinas… ese día los más pequeños de «La Sierra» fueron felices. Quienes habían recibido y en abundancia los presentes de los Reyes Magos. Y lo manifestaban en «la infinita alegría de recibir un regalo, con la inocencia recién estrenada, de que en el gesto, la magia de la Navidad podía hacer realidad cualquier sueño». Como escribiría el Dr. Carlos Enrique García, 40 años después, en sus Crónicas Médicas… Dicha, que disfrutaron y compartieron los hacedores de tan significativo evento. Por muchos años, en días de año nuevo, todos en «La Sierra», esperaban la llegada de los Reyes Magos, que venían caminando desde San Carlos, llenos de presentes, premios y regalos para los niños. Pero sobre todo, traían la mochila del corazón repleto de amor y alegrías para repartir a todos.
17. Sorte
—Esta noche no podemos trabajar. Estoy imposibilitada para realizar los rituales. No me han dado permiso para abrir el portal. Tenemos que esperar hasta mañana, que la Reina nos de licencia para ubicar una entrada y podamos hacer los rituales y comenzar con las obras espirituales… Explicación dada por la joven y bella maestra, de apenas 34 años. Que fungía de Materia en aquella excursión de familiares y allegados, con Melquíades y sus sobrinos. Serían las 6 de la tarde de un sábado, a finales del mes de abril, a mediados de los 80. Estaban en Quibayo, en el corazón de la montaña de Sorte. Llegaron en dos vehículos, eran un grupo numeroso de personas. Cada uno con un objetivo y petición diferente, para obtener oportuna solución. La montaña de Sorte, visitada por Melquíades en sus años de juventud, fue el ambiente mágico religioso donde amplió sus conocimientos en los asuntos esotéricos y espirituales… corría el año de 1945 y para el 25 de enero se celebrarían las fiestas patronales de Nirgua en honor a Nuestra Señora de la Victoria del Prado de Talavera. Que se extendían por una semana completa. Melquíades Cumpliría para ese 31 de enero sus primeros 25 años. Así, entusiasmado con su eterno amigo y primo, Ignacio Ochoa, planifica[95]
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ron visitar y conocer Sorte. Y asistirían, luego, a las fiestas de Nirgua… La curiosidad y la fascinación los invadía por pisar los suelos encantados de María Lionza. Así, el Domingo 21 estaban llegando y haciendo contacto con Adivinadoras y Tarotistas. Maravillados y deslumbrados por el espléndido ambiente de la montaña de Sorte y por la experiencia única de conocer y aprender las artes de la magia y la cartomancia, se quedaron 3 días. Los dos asumieron aquellas enseñanzas con mucha reserva. Como una vivencia individual. Que no necesitaba divulgarse. Melquíades avanzaría y pondría en práctica mucho de lo aprendido. En cambio Ignacio se lo guardó, como voto de silencio, y nunca se le vio fumando tabaco, leyendo cartas, ensalmando a un cristiano, sanando bestias. Así, los dos primos regresaron a la población de Nirgua para estar a tiempo en la inauguración del Campeonato de Coleo, en el cual Melquíades esperaba tener notoria participación… Toros coleados, juegos de ruleta y azar, fiestas, música, bailes, amoríos y apuestas era el programa completo y cumplido por estos jóvenes iniciados en los avatares de la vida, terrenal y divina... Bertha y demás, hicieron el viaje por la Carretera Panamericana. Que va desde Tocuyito a Nirgua. Precisamente, al llegar a la Población de Nirgua, la bruja los condujo al Cementerio Municipal. Allí visitaron el Mausoleo del Brujo mayor Don Nicanor Ochoa. Les impresionó como estaban dispuestas, cientos de velas de color blanco, encendidas sobre la tumba. Algunos hi-96-
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cieron lo propio, colocando una vela encendida. Mientras la yerbatera dedicaba unas oraciones al espíritu de Nicanor… Y prosiguieron la marcha hasta la ciudad de Chivacoa, último vestigio de civilización, antes de internarse en la montaña, a escasos 6 km… La joven guía, los instruyó: —Aprovechen y compren los materiales y velas que les falten. También, los licores y aguardientes solicitados por los espíritus… Alirio y Javier Arquímedes, que andaban más como turistas y curiosos, acordaron comprar unas cervezas, para calmar la sed durante la travesía en Sorte. Pero entre los dos sumaban muy poco dinero. Así, recurrieron a Jesús Amílcar: —Chamo, entre Alirio y yo tenemos apenas 20 bolívares. Queremos comprar dos cajas de cervezas de lata. Nos faltan 100 Bs… Pásalos ahí. Pero Amílcar se les hizo el loco y no hizo el aporte necesario... El viejo Fermín observando la situación, se acercó a los jóvenes, metió la mano al bolsillo, y mostrando una gran paca, sacó un billete de 100 Bs., y dirigiéndose a Alirio, hizo un dibujo sonoro en el aire, al sacudir el billete que agarraba con sus índices y pulgares de las dos manos: —Aquí tiene socio, compren las cervezas. Entonces, aquella visita, repetida 40 años después, revivía en Melquíades todo un cúmulo de emociones y aprendizajes, y se gozaba de sus gratos recuerdos… Mientras el grupo buscaba dónde resguardarse, para pasar la noche. Los jóvenes Alirio y -97-
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Javier caminaron por aquel parque exuberante. Observando, viendo, examinando y apreciando todo a su alrededor… se percataron de la rigurosa custodia que ejercían funcionarios de seguridad, guardias nacionales y policía científica, todos con el armamento en mano. Y cuando pasaban por un esbelto puente, sobre un arroyo, llamó su atención los trabajos espirituales que realizaba un joven brujo, cuya voz sobresalía en el húmedo bosque: —Catalina, pásame la mariguana… La joven Catalina, veía azarosamente al Guardia Nacional y muy nerviosa se puso de pie, fue directo a un bolso de mano y sacó un pequeño envoltorio. El adivinador, luego de encender un cigarrillo, hecho con la picadura de la hierba, empezó a consumirlo y después de varias aspiraciones profundas, se identificó: —Yo soy un malandro, asesinado bajo la dictadura de Pérez Jiménez… el problema en tu casa, es que tu mamá le está montando cachos a tu viejo. Porque a él ya no se le para… Comentario que les permitió advertir, que posiblemente, se trataba de un impostor y falso médium. Pues, en época de la dictadura no se conocían los llamados «malandros» y mucho menos consumidores de drogas a este estilo. Ya entrada la noche, siguieron con la breve inspección, encontraron grupos trabajando con la Corte Chamarrera, con la Corte Africana. Y les llamó fuertemente la atención, un grupo muy numeroso de jóvenes femíneos que también -98-
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hacían lo propio. Se le ocurrió preguntar a Arquímedes: —Alirio, y este bojote de maricos, están brujeando para qué. ¿Que pedirán todos juntos? —Pues chico, que más van a pedir, placer parejo… En improvisado campamento, pasaron la noche y procuraron descansar… Al amanecer del domingo, en caminata matinal, la médium hizo un estudio de lugares y entorno, para ubicar el mejor sitio, e iniciar los trabajos espirituales. Así, encontró el lugar justo y adecuado para abrir el portal. Un poco después del mediodía, llevó a todos al paraje seleccionado. En un claro del bosque, bajo inmensos árboles, al lado de un arroyo, cascadas y pozos de aguas cristalinas… Y les hizo la observación: —Las encinas y el agua son los canales para establecer el nexo y la comunicación con las fuerzas divinas y celestiales… Con una serie de oraciones y plegarias elevadas a las potencias y cortes celestiales y en específico a la reina María Lionza, protectora de las aguas y las cosechas. Yara, figura mítica de la feminidad, el amor y la naturaleza… Dio inicio al proceso para permitir la posesa, ayudada por otra chica bastante joven, que fungía de «Banco» y permitir fueran llegando los entes espirituales. A medida que la joven maestra, en un trance profundo, se transfiguraba y establecía contacto, primeramente, con la Negra Francisca: -99-
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—Quienes vienen a hacer trabajos. Trajeron los materiales y las ofrendas… Se le escuchó decir con una voz y aspecto facial, que no eran de ella… Así, fueron pasando uno a uno y le recitaban su petición y deseo. A lo cual, para cada quien, tenía una explicación diferente. Les daba orientaciones precisas, que hacer y cómo usar los elementos que todos habían llevado. Esencias, perfumes, jabones, polvos, velas blancas y de colores, licores y otros elementos. Bertha, hizo sus peticiones y ofrendas. Y se sentó junto a Alirio y Arquímedes, que seguían observando y curioseando todo el acontecer, con mucho detenimiento. Mientras tanto, Amílcar, fue instruido a acostarse boca arriba en el terreno limpio y lo rodearon completamente con velas encendidas. El calor de las 3 de la tarde, del bosque, más el proveniente de la cercanía de las velas, lo fueron agobiando, a medida que pasaba el tiempo. De igual manera, no quitaba la mirada, en admiración abierta de la belleza y atributos, de la joven bruja. Cuya imagen de mujer bella y natural llamaban poderosamente su atención. Arrullaba con su voz. Sus labios y risa, lo envolvían en una complicidad amatoria. Pero su busto y piernas perfectas lo incitaban a seguirla admirando con ojos ávidos de amor y pasión. Al tiempo que iba apagando las velas con sus dedos. Y le pedía a Alirio que le quitara las hormigas del cuerpo, que lo picaban y fastidiaban… -100-
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Así, hizo su manifestación la India Mara. Que prosiguió dando indicaciones y respuestas a las peticiones… Sorpresivamente, India Mara, fijó la vista en Jesús Amílcar, en su lecho en el suelo, y lo arengó: —Respeta la materia Al caer la tarde, con un cambio de actitud, de voz y ademanes, que efectuó la médium, el Banco colocó rápidamente un pequeño asiento, donde se posó la espiritista. Le colocó un sombrero encima de la cabeza y un bastón en su mano derecha. Al tiempo que se escuchaba la frase de apertura y entrada: —Una güevona, mira quien llegó aquí... el brujo y curandero más grande… Era Don Nicanor Ochoa… y en esta oportunidad, la actitud y gestos fueron perfectamente definidos y muy característicos por la joven mujer que fungía como materia. Estableciendo de inmediato un diálogo con el Banco: —Trajeron el aguardiente… —dijo Nicanor Ochoa. —Sí, Nicanor. Dos botellas de cocuy. —Como es la güevona. Yo pedí una caja de cocuy «Leal»… Ya me voy a ir de esta vaina… Todas estas cosas eran fijadas por Alirio, que permanecía en silencio, aturdido con un intenso dolor estomacal, por una úlcera, que lo doblegaba. Igual, con el humor de siempre, volteó hacia Arquímedes y Bertha, y les comentó: —Ya van a estar hartos... Como dice Agustín… Una caja de cocuy… Muy difícil que Jesús cumpla esa petición. -101-
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El dolor ulceroso del enfermo iba en aumento. Y Bertha, preocupada, se atrevió a platearle abiertamente a Nicanor el padecer de Alirio… La petición de la madre, tuvo su respuesta: —Estos muchachos, no creen, pero respetan… busquen Anicillo en el monte. Y me lo traen. Con eso se cura. Bertha conocía la mata de Anicillo, pues era propia y silvestre de la Cordillera Interior y abundante en los campos de su infancia de «Las Guafas» y «La Sierra». Caminaron en los alrededores, internándose brevemente en la espesa vegetación. Pero fue una búsqueda infructuosa… regresaron afligidos: —Qué pasó con el Anicillo… Inquirió Nicanor —No hay. No lo encontramos… Contesto Bertha. Levantó la mano izquierda y señaló un lugar: —Busquen por ahí. De seguro lo encuentran. Volvieron al bosque. En orientación hacia el sitio señalado, y encontraron la macolla de Anicillo, más grande y frondosa, jamás vista por Bertha. Emanaba un aroma que perfumaba todo a su alrededor: —Hijo, ni en «Las Guafas» vi una mata de Anicillo tan grande y hermosa como esta. Cortaron varias ramas, como lo había indicado el curandero y regresaron al portal. —Corten la hojas y métanlas dentro de una botella de cocuy. Y tráiganla para santiguarla. -102-
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Se hizo como dijo y le acercaron la botella. Que luego de una serie de oraciones y conjuros, la regreso a manos de Bertha. Y prescribió: —Que se tome un trago ahorita. Y dos más tarde a destiempo… El enfermo, que no se había atrevido a probar siquiera una cerveza. Cuando tuvo la botella del cocuy en sus manos, con el Anicillo y conjurada, la revisaba, observaba el color, la destapó, la olió, leyó la etiqueta, con los 40 grados alcohólicos… Arrugó la cara y devolvió la botella sin probarla… Ya finalizando el proceso y en familiar diálogo con Nicanor, Amílcar dijo: —Nicanor, yo soy un hombre pa’lante… —Pa’lante coño e’ tu madre. Y te pusiste duro anoche para poner cien bolívares…
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18. Mi vida apenas comienza
Para mediados de los años 90, el viejo Melquíades, que apenas había cumplido 70 años, estaba divorciado por segunda vez desde hacía varios años. Llegó a la casa montonera de San Carlos, donde Bertha, su sobrina querida. Ella siempre lo atendía y sustentaba con posada y comida. Los días que el decidiera quedarse, hasta culminar sus diligencias en la capital del estado. —Bertha te traje café molido, está purito, lo tostamos y molimos donde Ninín. Y unos aguacates del patio de la casa, están muy buenos… qué tienes para comer. La pregunta rigurosa. Luego de dar las bendiciones a todos y dar el parte de cómo estaban en «La Sierra» y «Las Guafas». —Lo que hay son unas caraotas con arepa. Se sentó a la mesa a degustar del plato. —Hay ají… Melquíades, como buen vecino de la zona norte y de «La Sierra», gustaba mucho del picante… vació una buena porción del picante y se dispuso a comer. Mientras tanto Bertha montaba a hervir el agua para colar café, y seguía conversando con el tío. Solo que, en plena confusión por tanta querencia y cercanía hacia el coronel, le soltó a manera de consejo… —Melquíades mire cómo anda, solo, sin que nadie lo atienda ni lo quiera. Búsquese una vie[105]
ja que lo acompañe, le haga comida, le lave y le planche. Dejó el plato casi intacto. Se levantó de la mesa con un ánimo acelerado. Y le ripostó la frase que perduraría en la familia… —Bertha, tu como que te pusiste loca chica. Quién te dijo a ti que yo ando rematando viejas… ¡Yo no ando rematando viejas! Salió de la casa, a paso apresurado y mucha molestia. Fue una de las pocas veces que vimos a Melquíades bravo. Siempre comedido, educado, jamás le oímos una mala palabra. Ese mismo día a eso de las 4 de la tarde, se reunieron todos los hijos de Bertha, a tomar café. Ninguno vivía ya en la casa, pero como por obligación, asistían a la ceremonia del café casi todos los días. Bertha nos contaría el motivo de la rabia y mucho enojo de Melquíades, al punto de no terminar de comer. Para todos fue motivo de risas y chanzas, que nos permitió pasar una tarde amena y entretenida. Fue una salida más, del convencimiento que tenía José Melquíades que apenas comenzaba a vivir. Con nuevos bríos. Sobre todo al lograr la venta de las tierras de la hacienda de «Las Guafas». Con lo cual volvería a tener los recursos suficientes para iniciar un buen negocio. Así, su vida apenas comenzaba y no precisamente al lado de una mujer de avanzada edad. Vainas de Melquíades.
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19. Los compadres….Don Ignacio Ochoa
Encontrarse en la Calle real de San Carlos, era un hecho muy casual. Donde todo el mundo se saludaba. Y seguía su camino. Aquellos dos amigos y parientes, que se decían compadres, se vieron en esa esquina popular y llena de gente, donde funcionaba la barbería «El Águila de Oro». Ignacio venía saliendo de afeitarse, ritual que acostumbraba, un sábado de cada mes, antes del mediodía. Y Melquíades iba entrando. —Chico, te espero en El Luchador. Ahí conversamos, bebemos y nos comemos algo. Cuando Ignacio entró a la distinguida y popular Cantina. Que quedaba justo al lado de la barbería, saludó al Coco Abinazar, regente y dueño del negocio. Y al Dr. Méndez, junto a él en la barra, que ya se había tomado varias cervezas. Era el médico de la pequeña ciudad, ponderado, gentil y sabio, cualquier dolencia de niño o adulto, la curaba. Levantó la cara, alzó la mirada: —Prefecto, caramba que gusto saludarte. Mira Coco, la gente buena de «La Sierra». Tráele una fría. Ignacio Ochoa, había sido nombrado prefecto de «La Sierra» y Manrique en 1979, bajo el mandato del presidente Luis Herrera Campins. Gestión que realizó a satisfacción de sus coterráneos [107]
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y suya propia. Pues como oriundo de la Zona Norte, era conocedor de todo y de todos. La amistad con Melquíades se remontaba a su niñez. Habían crecido juntos. Y se habían hecho hombres derechos en familiar camaradería. Félix Camacho dijo de ellos: —Solos son de cuidado. Pero juntos son de temer. Así pues, cuando Melquíades se incorporó a la barra, Ignacio estaba en amena conversación con el Dr. Méndez y ocasionales intervenciones del Coco Abinazar, entre despachos y atenciones a los clientes. Al verlo llegar, el Dr. Méndez comentó: —Coco, que está pasando. Dos prefectos juntos y de «La Sierra». Cuidao con una vaina… Comentario lleno de jocosidad y alegría, por el encuentro con los dos compadres. Después de varias cervezas y recordar anécdotas ocurridas a ambos en Manrique y «La Sierra», no faltó la petición del Dr. Méndez y el mismo Coco, de una demostración de aquellos dos legendarios Jugadores de Punta. Coco, en ánimo entusiasta, tomó dos Veras que adornaban la pared junto a otros objetos, y se las entregó a cada uno. Y como en una danza de artes marciales, fueron marcando cada uno sus movimientos en ataques y defensas. Primero suavemente y luego con mucha velocidad. Lo hacían de memoria. Y con una destreza de maestros. Al terminar el duelo imaginario, el Dr. Méndez estrechó la mano de cada uno de sus viejos amigos, y comentó: -108-
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—Para mí ha sido un gran placer verlos en esta falsa disputa. Ustedes dos son hombres de cuidado… Pero ya es suficiente. Debo ir a la consulta. Coco dame la cuenta… Al marcharse el médico. Le dijo Ignacio a Melquíades: —Compadre, hoy no vamos a caer en provocaciones y mucho menos vamos a pelear… Ahora te voy a poner en la rockola el pasaje que más te gusta… Se trataba del pasaje llanero, interpretado por Jesús Moreno, «Que te perdone el Diablo». Los dos amigos escuchaban en deleite total la canción, como absortos por una nostalgia compartida. Cuando de pronto dejó de sonar. Un paisano que compartía una mesa con dos más había «tumbado» el 45 y dejó sonar otra, pero de Francisco Montoya. Se vieron las caras… y le dijo Ignacio: —Déjalo tranquilo Melquíades, esta prendido… La advertencia tranquilizó al coronel. Pero seguía en alerta. Ignacio lo conocía y sabía de su accionar, ante lo que se consideraba una afrenta. «El Coco» advirtió lo sucedido e inmediatamente les colocó dos botellas heladas: —Estas van por la casa. Y siguieron explicándole al Coco como aprendieron el Juego de Puntas. Mientras de la rockola, seguían escuchándose varios joropos llaneros. Hasta que se hizo un silencio en el equipo. Y le dijo Melquíades: —Ahora pon a sonar el respaldo. -109-
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En esos días, los discos de 45 revoluciones traían una canción promocional por el lado A y la del lado B se le llamaba «el respaldo». Pero… de igual manera, otro paisano, de la misma mesa, se levantó y tumbó la canción. Esto se repitió tres veces. Ignacio, a pesar de la terca incitación, quería evitar a toda costa el enfrentamiento: —Vamos a quedarnos tranquilos Melquíades. Esos tipos están muy tomados. Y nosotros hoy andamos de buenas. Tú sabes que los tres no pueden con nosotros. Lo hacen por provocación. Vamos a tomarnos otra… Ignacio, que cuando mozo, no dejó pasar ninguna instigación. Ahora, como decía, se encontraba en una etapa de vivir serenamente y en paz. Así lo entendió Melquíades: —Está bien compadre, se hará como tú dices. Hoy no vamos a pelear. Pero por circunstancias de justicia de la vida, dos de los hombres se levantaron, con la necesidad de orinar. Melquíades rápidamente, fue a la Rockola, puso a sonar un joropo, y también fue a orinar. En vista de la tardanza de sus compañeros, el tercer individuo, también se apersonó. Cuando Ignacio vio a Melquíades venir hacia la barra, con la vera en la mano. Todavía ofuscado y nervioso. Le dijo: —Caramba chico, no te pudiste aguantar. Melquíades respondió: —Solo les di un escarmiento. Para que aprendan que los hombres se respetan. -110-
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Al poco rato, salieron los tres, maltrechos y adoloridos. Y como caminaron en dirección a la barra. Tanto Melquíades como Ignacio los esperaban con vera en mano y en alerta. Uno de ellos alcanzó a decir: —«Coco» danos la cuenta.
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20. El prefecto
Para los años 70, la carretera a «La Sierra» había sido mejorada sustancialmente. Seguía siendo una vía rural, con muchas curvas y fuertes pendientes. Pero con mejor facilidad para su uso… Y tal vez, como decía Amílcar Jesús: —Esa es la motivación mayor. Si la pavimentan no tiene emoción ir a «La Sierra»… La aventura de realizar ese recorrido, atravesando y adentrándose en la Cordillera. Serranías y lomas. Paisajes de Palma Moriche. Vegetación baja y densa con todas las especies. El Gran Bosque de inmensos árboles. Orquídeas. Vertientes de aguas cristalinas, ríos y quebradas. Todos los pájaros del mundo. Desde ardillas hasta la majestuosa danta. Echarse una zambullida en el Paso de los Chupones en el Río Tirgua. Observar el cañón de El Salto del Diablo, con miles de copas de árboles en panorámica celestial. En la cúspide de la Subida de Peña ver la majestuosidad total de la Cordillera plena y más allá, la llanura infinita… Todo este maravilloso mágico paisaje se vivenciaba, antes de llegar a «La Sierra», era una experiencia única. Le placía a la familia ver el vehículo rústico, llegar a casa, con Melquíades bajando los sacos con frutales y café. En época de lluvia, lleno de barro desde las botas hasta el sombrero. El jeep atiborrado de lodo hasta el techo. Y en época de [113]
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sequía, lleno de polvo, hasta las pestañas y el cabello… Igual al bajarse, siempre, sacudía el sombrero pelo e´ guama, le quitaba el barro o lo liberaba del polvo… Salían todos a ayudar al tío con los sacos de frutos, Alirio, El Negro, Javier. Pero el comercio en estos días era una manera de aprovechar el transporte y pasaba a ser secundario en las prioridades de Melquíades. Pues, lo importante que lo ocupaba, era la campaña electoral, que a finales de 1973, se realizaba para elegir nuevo presidente de la República. Melquíades, pues, era el Jefe de Campaña en la parroquia Juan Ángel Bravo. Así, comandaba e impartía directrices en toda la comarca. Emanadas de su Partido Acción Democrática en favor del candidato Carlos Andrés Pérez. Quien fue el abanderado y ganador para las elecciones de Diciembre. Melquíades se convirtió en un servidor público por excelencia y el mejor asistente del prójimo. Si alguien se enfermaba, niño o adulto, Melquíades compraba y traía los medicamentos desde San Carlos. Procuraba la urna y el servicio funerario para cualquier vecino que dejara de existir. A través de los buenos oficios de Don Marcos Vilera reparó y mejoró la carretera… Estaba en campaña. Fijaba y repartía afiches y panfletos. Y en su momento con la parrilla electoral de los candidatos, explicando con mucha paciencia, como -114-
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votar y por quién… Así, todos sus esfuerzos dieron fruto. A comienzos de 1974, Melquíades fue nombrado Prefecto de «La Sierra» y toda la Parroquia Juan Ángel Bravo. Era el segundo de la familia que ostentaba un cargo público de importancia. El primero había sido su sobrino querido, Rafael Eustoquio, el Toco Merchán. Quien a mediados de los años 60 fue nombrado Comandante General de la Policía del Estado Cojedes. Melquíades, conocía profundamente toda la región y su gente. Había hecho un sondeo de todas sus necesidades. Estaba integrado afectivamente con su entorno y sus pobladores… Gestionó los créditos agrícolas para sus paisanos agricultores, sin distinción. Siguió procurando las mejoras para la vialidad y aupando y organizando las Fiestas Patronales de «La Sierra». Ejerció su autoridad con mucha comprensión y siempre en beneficio de su comunidad. Orden y seguridad se disfrutaba en la Parroquia. Los robos y fechorías fueron controlados y se aminoraron los casos. Las peleas y desafíos, disminuyeron a su máxima expresión. Vecino pasado de tragos, era asistido por los gendarmes: —Me lo ponen preso. Hasta que le pase la pea. Y mañana temprano lo largan para su casa… Era la orden directa del Prefecto. A todos conocía. Sino eran parientes, eran compadres o amigos. Logró ayudas y asistencia para todos, pero para él no se procuró ningún beneficio personal: -115-
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—Los adecos tenemos que dar el ejemplo. Manejar la cosa pública debe hacerse con pulcritud y decencia… Comentaba, con satisfacción propia y orgullosa convicción. Como signado por la Divina Providencia, le tocaría a su primo, compadre y amigo, Ignacio Ochoa. Ejercer el cargo como primera autoridad de la comarca. Años después, a comienzos de los 80, este paisano del Paraíso de Cojedes, recibió el cargo de Prefecto de Manrique y «La Sierra». De igual manera, se hizo sentir por su eficiente gestión y buen juicio para ejercer su autoridad. Identificado con la vocación de servicio impersonal, resolvió la necesaria cartera crediticia para los rubros agrícolas. Procuró acertadamente el bienestar de sus coterráneos y dignificó el gentilicio de las Parroquias. A finales de la gestión de Ignacio, en una tarde de agosto, después de un inmenso palo de agua, que descargó toda el agua del cielo. Y limpió los cielos de la Cordillera. Y dejó al Cerro Azul al descubierto en toda su majestuosidad y esplendor, por un momento fugaz. Hasta que una densa neblina, bajó de la montaña y lo abarcó todo. Tanto, que a tres metros, no se distinguían uno de otro. Salieron con sus abrigos y chaquetas. Y como en invitación consabida se encontraron los dos Prefectos y parientes en la Bodega «El Último Tiro». Se despedía el viejo Ignacio de su querida Cordillera y su gente… Los dos ordenaron el mismo -116-
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trago, para mitigar el frío y aliviar la nostalgia de tiempos pasados… luego del saludo y los apretones de mano. Brindaron con afecto, aquellos dos amigos… Melquíades, inició la conversación jocosamente: —A buena vaina se llevó el cura, Ignacio. Llevándole la corriente y muy dicharachero, preguntaba: —¿Por qué? Para que el coronel, completara: —Por pendejo. Y soltaban la carcajada, y volvían a brindar de la botella de cocuy Leal. Cuyo aroma y sabor, lo hacía de la predilección de ambos. —Te pusiste viejo José Melquíades. —No chico, ahora es cuando… soy el propio semental. Ando más brioso que un caballo enamorao. Eran contemporáneos. Casi de la misma edad… Recordaron sus tiempos de mozos. Cuando cada uno por su lado aprendió a jugar Garrote. Y su primer encuentro, que los hizo enfrentarse para probarse, como lo hacían todos y demostrar la destreza de cada quien. Expresó Melquíades, con un dejo de añoranza: —Eras muy bueno. Quizás el mejor. Tu técnica y ligereza eran impresionantes. Claro, tu calidad de pacífico y tu manera de evitar una pelea te permitieron pasar desapercibido. —Y tu chico, con ese afán de pelear y defenderte de todos, te hicieron el más renombrado y temido… Pero todo eso, ahora, de nada sirve… Solo nos quedan los recuerdos. -117-
—Es verdad, Ignacio. Pero fuimos afortunados, vivimos bien. Fuimos y somos hombres derechos. Le doy gracias a Dios por tanta dicha y le pido perdón por los pecados cometidos… en cambio tu eres un santo. —Ni tanto, mi compadre, también cometí errores y tengo mis pecados… echémonos otro palo…
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21. José Antonio… tabaco para mascar
Los perros empezaron a ladrar, pero Matoria sabía que avisaban que alguien llegaba: —Asómese Javielito, vea quién viene… Efectivamente, llegaba de visita el viejo José Antonio. Hermano mayor de Melquíades y de toda la estirpe Silva Pinto Ochoa. Con un bastón en la mano. Sombrero pelo e’ guama. Camisa color blanco manga larga. Pantalón Ruxton de Kaki. Al cincho un cuchillo. Y la Marusa donde traía una buena porción de tabaco aliñado para mascar. Asomado a la puerta de la cocina, le dije: —Matoria, creo, es el tío José Antonio. Comentó, llena de sorpresa: —Ave María Purísima… ¿qué hará ese viejo por estos lados? Antes de entrar a la casa, soltó un negro escupitajo. Se sacó la mascá de la boca y la botó. Tomó el pañuelo para limpiarse boca y dedos. Se quitó el sombrero. Arrinconó el bastón. Y se dirigió a Victoria: —¿Cómo está hermana? Dios te bendiga. Dándole un beso en la frente. Victoria le contestó: —Amén hermano, estoy bien… este es Javier, hijo de Bertha. —Ah… Bertha, la hija de Corona… Asintió José Antonio. [119]
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En el momento que el viejo José Antonio, se inclinaba para besar a la hermana, recordé aquel día, estando en la cocina de la casa de Los Pocitos, en San Carlos, con mi hermano Alirio Jesús. Nos sorprendió un fuerte ruido, y un gran estremecimiento en el piso de tierra, como si se tratara de un temblor.. Realmente nos asustó oír y sentir aquel estruendo. Cuando reaccionamos, vimos de rodillas en tierra, a tres hijos de José Antonio, que le pedían la bendición a la Abuela María del Carmen. Eran José María, Ismael y Amado. Y de igual manera, al levantarse, uno a uno le fue dando un beso en la frente a la abuela. Imagen que jamás olvidaríamos. —Y donde está Amílcar… Preguntó el hermano. Matoria, le explicó: —Subió, muy temprano a ver el Café de arriba y darle una vuelta al ganado. Se fue en el caballo. Debe llegar en un rato. Cuando la hermana le ofreció de comer las caraotas, que acababa de aliñar con el sofrito de cebolla y ajo. Agregándole el cilantro de monte, cortado menudamente. No pudo resistirse al olor de los granos, recién hechos. Y sacó de la marusa un trozo de carne asada: —Póngalo en la mesa con las arepas… Acompañé a mis dos tíos abuelos, en aquella sabrosa comida. Solucionada básicamente, pero con resultados de un banquete, por su sabor y exquisitez. Y la infaltable pregunta: —Victoria… ¿tienes ají?… -120-
·Javier Arquímedes Merchán·
El tío le regó un chorro del frasco. El olor invadió todo el ambiente. La boca se me hizo agua. También le puse un poco del picoso pebre. Luego de la comida, sacó de la marusa una bolsa con picadura de tabaco: —Te traje este poco. Sé que ya no tienes… A lo cual respondió Victoria: —No hombre, que voy a tener. Las últimas matas se perdieron, pisadas por los cochinos de monte... El Tabaco era sembrado, aporcado y cuidado hasta el punto de cosecha. Clasificado, secado y procesado para aliñarlo, uno y otro para la picadura. Aún, cuando sabían hacer chimó, el viejo José Antonio, siempre se inclinó por la mascá. Matoria, inmediatamente buscó una hojita de papel, colocó una porción de tabaco picado, y fabricó el cigarrillo sin más. Ayudada por sus dedos y lengua. Lo impresionante fue ver, cuando tomó con el pulgar e índice de la mano derecha, una brasa ardiente del fogón, avivándola con un soplido en el aire, para encender el cigarrillo. Tiempo después, me explicaría mi amigo el Dr. Henry López, que ya no tenía sensibilidad en la yema de los dedos. Precisamente se pierde por la prolongada exposición, de toda la vida, al fuego directo de los tizones del fogón. Así, los dos hermanos se sentaron bajo la sombra del Rosa de Montaña, una a fumarse su cigarrillo y el otro a mascar su tabaco aliñado. Hablaron sin descanso. Poniéndose al día de parte y parte de los últimos acontecimientos familiares. -121-
Al despedirse, José Antonio comentó, que se había enterado del percance de Matoria con el viejo Simón. Y camino a casa de Amado, pasaba a verificar cómo estaba. Y asegurarse de su bienestar. Resulta, que Simón, conocido de siempre por Matoria y toda la familia. Llegó a visitarla, pasado de tragos. Y había intentado enamorarla, pero a la mala. Un Vaine, José Antonio… a ese viejo, lo saqué de aquí a empujones, y le di dos planazos con el machete… Le contestó Victoria. Soltando una carcajada irónica.
22. En poca agua
—Rafael Eustoquio, vamos el sábado para «La Sierra». Necesito que manejes. Nos vamos en la Bronco… Le dije al tío Toco, a sabiendas que le agradaría mucho la invitación. —Recogemos a Melquíades y visitamos a Amílcar en «Las Guafas». —Dale hijo. —Me respondió entusiastamente. Corría enero, mes intermedio de la época seca. Ese sábado, temprano pasamos por el viejo Rafael. En mi camioneta Bronco 4x4. Cuya transmisión de velocidades, empezaba a mostrar problemas al accionar el retroceso, a veces, se desembragaba. Igual nos aventuramos en el viaje, que para el Toco y para mí, era un reencuentro con nuestros ancestros y familia, en ese ambiente natural excelso y maravilloso, en la Cordillera Central de Venezuela. Apenas habíamos recorrido unos minutos, y ya en pleno ascenso hacía la zona norte del estado, sentimos el cambio del clima. Más fresco y agradable. Comenzamos a ver parte de la serranía, con verde vegetación, pasando las poblaciones de La Palma y Mango Redondo. Fue inevitable hacer una parada en el sitio de Cheo, ahí en plena vía de la Palma. Verduras, tubérculos y frutas de la [123]
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época. Lechones y ovejos enteros, listos para llevar. Probamos los chicharrones con yuca. Y Cheo nos obligó a llevarnos medio lechón: —Me lo paga luego, si quiere llévese también el ovejo. Noble y gentil el viejo Cheo. Al comenzar a subir La Pared, para llegar a Manrique, sentimos el cambio total de la temperatura. Con un ambiente, olor y clima de montaña. Salimos de Manrique, sitio con características de pueblo andino, fresco y acogedor. Pero, el comienzo de la vía, en Mundo Nuevo nos da la bienvenida al paisaje y clima propio de la Cordillera Central. Vegetación abundante de bosque y riachuelos. Divisamos en la cumbre vial El Monumento al indio. Escultura realizada por el artista popular Don Demetrio Silva, pariente de Melquíades. Así, nos tocó bajar varios kilómetros hasta llegar a la cota cero y nivel del río Tirgua, en el paso de Los Chupones. Río de aguas cristalinas y un paisaje espectacular. Desde el puente pudimos ver en magnífico nado cardúmenes de coporos y saltadores. Alguna vez me comentó el Poeta Daniel Suárez: —Hasta aquí, en Los Chupones, llegaban los dominios e influencia de la princesa Yara, María Lionza. Realmente sentimos lo espiritualmente mágico y especial del río, pasando sigilosamente por ese túnel de vegetación ancestral. Estábamos a mitad de camino a «La Sierra». -124-
·Javier Arquímedes Merchán·
Ya, en pleno dominio de la subida de Peña, divisamos el cerro Las Tetas de Tinaquillo. Era la señal de que estábamos llegando a «La Sierra». Al llegar a la Fila, como le llaman los lugareños, Toco no pudo esconder la emoción y alegría: —¡Estamos llegando hijo! … Vamos donde Ninín. El poblado está ubicado en una pequeña y angosta explanada, a 50 Km desde San Carlos, a 1912 msnm. Al pie del Cerro Azul. Ninín, con su voz queda, suave y amorosa. Nos recibe con sorpresa y alegría. —Bendición mi vieja… Mira a quién traje. Le dije, todavía estirándome por el viaje. —Pero, si es El Toco… Si estas viejo, chico. Comento, soltando una risita burlona. —Yo lo que soy es un carajito. Ripostó Toco, y lanzó su dardo: —Hoy he visto 550 mujeres. Todas feas, incluyéndola a usted señora. —Toco no cambia... Pero pasen, les voy a montar café. El café de Ninín. Sembrado en el patio de la casa. Cultivado y asistido en su pequeño bosque particular de árboles de aguacates, guamas, pomarrosas, rosa de montaña y jobos. Cosechado por las manos de ella y de su esposo Jesús, en selección de las cerezas del cafeto, con el punto justo de madurez. Secados al sol y descascarados, para obtener el grano limpio. De esta manera, Ninín producía en exclusiva, su café de Origen. Cuando llegamos, Ninín estaba terminando de limpiar, casualmente, una cesta de varios ki-125-
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los. Y ya tenía un caldero grande montado en el fogón a leña, para comenzar a tostarlos. La ayudamos, dándole vueltas y moviendo suavemente los granos, con una paleta de madera, hasta lograr ese tono oscuro acaramelado que conocemos de los granos del café. Era un olor embriagador que perfumaba todo. Ya está listo… También la ayudamos a molerlo, en el viejo molino «Corona». Le dije: —Ahora sí puedes montar el agua. Queremos que cueles de este café. Fue el mejor que hemos tomado desde siempre. Con un aroma celestial. Un exquisito sabor, jamás superado. —Dame otra taza Ninín. Todos repetimos la excelsa bebida, provenía en su totalidad de aquella mujer, llena de paciente amor y dulzura. Mientras Dayana se quedó ayudando a Ninín a cocinar el cerdo y unas caraotas para la comida. Fuimos en busca del viejo Melquíades. —Pero chico, cómo llegan así, sin avisar. Les habría hecho una parada de recibimiento con la tropa. Nos dijo, en su siempre irónica chanza y personaje de Coronel. En saludo cariñoso, le dijo Toco: —Bendición Papá… venimos por ti. Vamos donde Ninín que nos está cocinando. Y luego iremos donde Amílcar. Como la mayoría de las casas de la zona, Ninín posee cocina a gas. Pero los granos, arepas y -126-
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asados los prepara en el fogón. En un pequeño caney que le construyó Jesús, aledaño a la casa. De regreso, ya el marrano estaba a punto en el gran caldero. Lo acompañamos con caraotas y arepas asadas de budare. Todo cocinado a fuego libre a leña. —Entonces, van a «Las Guafas», tengan cuidado en el paso de la quebrada, se está comiendo la carretera, me dijeron los muchachos. Dios los cuide. Fue la advertencia de Ninín. Efectivamente el trayecto al sitio de Amílcar, se hizo en corto tiempo. Atravesamos con sumo cuidado el paso de la quebrada, por donde apenas cabía el rodamiento del vehículo. —Esta camioneta es muy grande chico. Esta buena es para cogerle cría. Comentó Melquíades. Todos íbamos contentos, en pleno disfrute del maravilloso entorno. Un manto alfombrado de vegetación y bosque. Aire puro y fresco que nos revitalizaba. Dejamos la camioneta y caminamos al encuentro de la casa de Amílcar. Adentrándonos en el bosque lleno de vida. Vino a mi memoria aquellos minutos vivenciados por la Niña Victoria durante el eclipse total de sol, el 03 de febrero de 1916. La montaña nos hablaba, éramos uno con ese inmenso mundo vegetal. Ardillas de rama en rama. El alegre revoloteo de las mariposas y el sembradío de los cafetos. Al llegar a los predios de la casa, notamos la piedra de trillar que hacía juego con la que estaba en casa de Bertha, que -127-
·30 relatos y una despedida·
en otrora habían sido utilizadas en la hacienda, para el proceso de obtención del grano limpio del café. Encontramos a Amílcar en absoluta soledad. Solo, solito. Pero al vernos, su rostro se llenó de alegría. —¿Cómo está la vaina Amílcar? La pregunta consabida —Aquí, chico. En Poca Agua… Estamos bien… Y se trajeron a Melquíades y al Toco. Durante más de tres horas nos pusimos al día con el primo, en buena y familiar conversación. Y volvimos a tomar café. En un instante me percaté que no había visto ninguna bestia: —Amílcar y el caballo, lo vendiste. ¿No tienes ningún animal para las labores? —Chico, precisamente, ahí donde está parada Dayana, todavía están las huellas del Tigre. Debajo de ese Rosa Montaña amarraba mi Yegua. Y hace unos días llegó el Tigre y me la mató. Los ojos nos saltaron por dicha noticia. Y nos acercamos a verificar las hendiduras de las huellas del animal en la tierra. Dayana asustada, veía en todos los sentidos, como buscando al felino. Efectivamente, estaban las marcas estampadas de sus patas y el pelaje de la yegua suelto en el suelo. Al caer el sol, nos comentó Amílcar: —Se les hace tarde. Mejor se quedan y se van en la mañana. —No «Papá»… Fue la respuesta de Dayana… -128-
·Javier Arquímedes Merchán·
—Usted está loco. Aquí nos come el tigre. Y en firme resolución, nos dijo: —Me adelantaré caminando. Los espero en la fila. Elías se viene conmigo. Pasaría una media hora, cuando decidimos retornar. —Vayan con Dios. Gracias por la visita. Tengan cuidado en el paso de la quebrada. Nos despidió el primo afablemente. Y con nuestra promesa de regresar. Ya casi oscurecía. Y en pleno trayecto, en el paso de la quebrada, el vehículo dejo de avanzar. Al ver por la ventanilla me percate que estábamos al borde del abismo. Casi aterrorizado y con voz temerosa, les dije: —Bajen todos. Por la puerta del chofer… Lo hicimos con mucha cautela, uno por uno. Y al ver lo que pasaba. Nos paralizamos por un instante. La rueda derecha estaba suspendida en el aire. Y todavía giraba libremente. Decidimos activar la tracción 4x4 y ayudar empujando de retroceso. En el primer intento la rueda casi lograba salir del vacío y pisar la calzada, pero el embrague botó la velocidad. Pero se mantuvo estable. Fueron momentos de angustia y alta preocupación. Repetimos la acción, conmigo empujaban Stalin y Melquíades. Mientras Toco aplicaba sus mejores destrezas de chofer. En este segundo intento y muy lentamente la llanta se fue subiendo a la vía, hasta que la camioneta quedó completamente segura y en las 4 ruedas sobre la vía. -129-
Un alivio general nos embargó. Melquíades dio gracias al Padre Altísimo, orando en voz alta. Nos dispusimos, todos, cuan banderilleros de pista, a señalizar e indicarle a Rafael Eustoquio por donde avanzar. Y muy despacio, logró desplazarse, por el estrecho paso de la quebrada. Les dije: —No le comentemos a Dayana. La encontramos, en alegre caminata, adelantada hacia «La Sierra». —Pensé que se iban a quedar… Caminando se aprecia mucho más la belleza natural de todo esto. Realmente es un paraíso. Pero ninguno soltaba palabra, nadie decía nada. Nuestras caras nos delataban. Algo había pasado. —Algo pasó… Que pasó. Cuéntenme vale. Comentaba Dayana, en tono de preocupación. Stalin José se encargó de contarle lo sucedido. Al llegar a ««La Sierra»», nos sentamos por un buen rato, sobre la acera, frente a la casa de Melquíades. Como asegurándonos de estar en contacto con la madre tierra y aferrándonos a su protección y seguridad.
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23. Bertha…
Después de colar el café de la tarde, se servía una buena porción en su taza de peltre y cargaba a su nieto querido, Javier Eduardo… Sentada en el patio, bajo la sombra del aguacate, disfrutaba de aquel café traído de «La Sierra» por el tío Melquíades. Que se lo había enviado su prima Ninín. Ya tostado, la misma Bertha lo había molido. Así que era una taza de café de origen… del patio de Ninín. Era una de las cosas que más le complacía. El aroma y sabor de ese café recién molido, le rememoraba vívidamente a «Las Guafas». Donde había nacido y tenido una infancia feliz… —«La Sierra»… —dijo en voz alta… Mojaba la punta del dedo índice y amorosamente colocaba las gotitas de café en los labios del niño, de apenas 6 meses de nacido, quien, pasando la lengua por sus labios, despertaba a un nuevo sabor, que le gustaba. Bertha, hija de María Corona Silva y Rafael Merchán, había llegado a San Carlos en Septiembre de 1949, con apenas 12 años. Con la muerte de su Padre José Rafael Silva y de su Esposo José Rafael Merchán. Corona se vio obligada a emigrar con sus hijos a la capital del estado, en busca de mejores condiciones para la familia. También vino con ellos misia María del Carmen… [131]
·30 relatos y una despedida·
Para ese momento, Diciembre de 1984, Bertha era una abuela consumada, con creces, todos sus hijos estaban casados y con cría. Así que, por fin, a su manera, la vida le había sonreído… Y ya era Diciembre. Eso le bastaba para ver la vida con el color de la unidad familiar. Las hallacas, el dulce de lechosa, la torta negra, el ponche crema, la música decembrina, las serenatas de parrandas… todo giraba alrededor de las reuniones de la familia, hijos, nueras y nietos, en su casa, el 24 y 31 de Diciembre. Dolencias y penurias desaparecían mágicamente y daban paso a la alegría y el espíritu navideño que Bertha mantenía y profesaba… Tania, Nancy Ramos, Pastor López, Billo ’s, Los Melódicos, Los Blanco… se encargaban de engalanar musicalmente las festividades y bailes para las pascuas. Daba instrucciones precisas: —Las hallacas las vamos a hacer el Sábado 22. Así que debemos tener todo listo para el viernes. —Fermín vamos a encargarle unos 10 kilos de hojas para las hallacas a Don Pedro, el español, allá en La Colonia... —Negro tráeme todas las verduras, aceitunas, alcaparras y aliños el viernes y el pabilo... El Ají Dulce que sea oloroso... —Don Laurencio va a matar el sábado de madrugada, ya le encargué los 10 kilos de carne... —Faltan los 5 kilos de cochino, Fermín, tráelos de donde Cheo, allá en Mango Redondo… Con dos gallinas es suficiente, esas las compramos en el Chino Cantón… -132-
·Javier Arquímedes Merchán·
—Ya compré el maíz blanco, para la masa del guiso… Así pues, todo era perfectamente programado y que no faltara nada para el alegre evento. Que se constituía en un cariñoso encuentro familiar. Todos participaban y colaboraban en la elaboración de las hallacas… Agustín y Alirio, molían el maíz. Aída y Virginia cortaban las verduras. Belkis y Juanita cortaban y lavaban las hojas. Todas las mujeres ayudaban a cortar, menuda y geométricamente las carnes de res, cerdo y gallina. Todo ejecutado bajo la estricta supervisión de Bertha… Y en un gran caldero montado en un fogón a leña con aceite onotado, la magistral cocinera, iba agregando todos los ingredientes del guiso, hasta obtener el sofrito a punto y añadía todas las carnes. Destacaba la inmensa paleta usada por Ángel y el Negro, para darle vuelta y remover constantemente toda esa sensacional mixtura de ingredientes. —Mabertha, creo que ya está listo… Comentó Ángel. Al momento que el viejo Fermín llegaba con tres botellas de ponche crema de Eliodoro González. Vale decir, que sin el ponche no había hallacas… Bebida predilecta de Bertha e infaltable en esta larga jornada. Bertha, finalmente fue agregando caldo de res y la masa del maíz blanco, hasta que obtuvo el tan esperado guiso para las hallacas. Mientras el guiso se enfriaba en múltiples recipientes. Se dispuso un gran mesón con las hojas, aceitunas, alcaparras y verduras cortadas en -133-
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juliana. Y comenzaron a empacar, a doble hoja, una porción medida del guiso, coronado con tiras de pimentón rojo, cebolla, aceitunas y encurtidos. La familia elaboraba unas 150 hallacas, hasta la media noche y más… cuando Ángel sacaba las últimas de la olla, cocinadas en el fogón a leña. Con las primeras copas del exquisito ponche crema, comenzaban a armar las hallacas, con todos sentados, como en un altar, frente al mesón… Arquímedes dejaba sonar en el pick up de Bertha los aguinaldos de Tania. Era el momento de hablar de la Noche Buena… —Mamá y hacemos el Pavo para el 24… Preguntaba Virginia. —No, no, no… con este bojote de hallacas. Llevamos al horno de la Panadería La Morena, la pierna de cochino que trajo Fermín, pan de jamón, y listo, hacemos la cena de Noche Buena. Está resuelto… De manera que, el pavo de Bertha era para el 31… Bertha, en un tiempo se había dedicado, primero, a la crianza de Gallinas Ponedoras, en un ambiente acondicionado en el patio de la casa para tal fin. Luego, Fermín le trajo más de 50 Pavos… de los cuales, reservó unos para el consumo de la familia. Y precisamente quedaba uno, que caminaba maniao de lo gordo, como decía Bertha. Y así fue, el mismo 31 de Diciembre, muy temprano, antes de irse el Negro Merchán a trabajar con Fermín, ordenó Bertha: -134-
·Javier Arquímedes Merchán·
—Me emborrachan el Pavo… Ayudado por Arquímedes, el negro fue dosificándole el vino, La Sagrada Familia… Los Matute, los Hernández, las Ojeda… estaban al tanto del pavo horneado. Como invitados, con el fervor alegre y festivo se hicieron presentes desde las 10 de la noche. Así que, a las 11 la rumba estaba prendida en casa de Bertha… Bailaban y brindaban… pero de alguna manera, todos, estaban atentos y muy pendientes de la cena con el Pavo… faltaban pocos minutos para las 12, Bertha no tuvo a bien, de poner la cena… no repartió el Pavo. Así, cuando llegó Amílcar Jesús, iban saliendo los fiesteros a sus casas… Luego del cañonazo, fueron llegando uno a uno, a dar el feliz año… Mientras se dejaba oír las canciones de Billo’ s, en la voz de Cheo García y Memo Morales. Con mayor efusividad bailaban y brindaban. Se armó la fiesta nuevamente con más ganas… y todos, seguían pendientes de la repartición del pavo… Se acercó Alirio: —Mamá, vamos a servir el pavo… Bertha alzo la mirada, realizando un rápido paneo de la concurrencia: —No hijo, claro que no. Olvídese de eso. Serían las 02:00 de la madrugada, ya Bertha y Fermín estaban descansando y se había acabado la celebración. Alirio se había quedado con Laurencio Matute conversando. De pronto preguntó el vecino: —Loco y no quedó ni un pedacito de pavo, para probarlo… -135-
Los dos se fueron a la cocina a meterle al pavo… cuando los sorprendió la frase jocosa e irónica de Bertha: —Laurencio, ¿usted puso? Se le cayó la cara de vergüenza y apenado se retiró sin pronunciar palabra. Unos 40 minutos más tarde. Hacían una entrada en silencio y sigilosa por la puerta trasera de la casa, Javier Arquímedes, Carlos Enrique García, Henry López y José Ygnacio Ochoa. Observaron la luz encendida de la cocina y la presencia de alguien. Era Agustín, quien se había despertado con hambre y estaba con la bandeja del pavo, sobre la mesa: —Eso fue lo que quedó. Dejaron la osamenta… Efectivamente sobre la bandeja, quedaba el carapacho perfectamente desnudo, sin carnes. El mismo Agustín comió con ellos las migajas y de la pequeña porción del relleno, que se encontraba en el fondo de la bandeja. Recogían con el casabe a mano limpia. Muchachos, me voy a dormir… les dijo Agustín. Al desplazarse por el pasillo, le notaron los dos bolsillos abultados del pantalón nuevo. Llevaba los muslos del pavo en cada bolsillo…
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24. Riñones y parranda en el barrio
Pasadas las fiestas decembrinas y las Pascuas de Reyes, regresó Melquíades a San Carlos, corría enero de 1966. Temprano, por la mañana llegó a la casa grande de La Morena. Venía desde «La Sierra», en el único transporte pasajero, el Jeep Willys de Don Felipe. En la parrilla sobre el techo del vehículo, traía dos sacos de aguacate y un saco de café en granos para comerciarlos en el Abasto Castillo, de Don Andrés Castillo. Que era un importante paradero, pues llegaban de toda la Zona Norte con caballos, yeguas, burros, mulas. Para abastecerse de mercancía, insumos y alimentos. Don Andrés tenia de todo. Ropa, láminas de zinc, tubos, herramientas, palas picos, chícoras, escopetas, papelería, licores, carne seca, chigüire y pescado salados. Cuando Alirio lo vio abriendo la reja, para entrar al predio, salió en carrera a recibirlo, tras él, Javier Arquímedes y el Negrito de Bertha. Melquíades era apreciado y muy querido por toda la familia. Especialmente por los pequeños, pues les dispensaba un trato con mucho cariño y confianza. Y hasta compartía su comida con ellos… así, para ellos traía especialmente, un racimo de cambures. Cuando vio al pequeño Alirio, le dijo, con voz militar: [137]
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—Canacho, párese firme… saque el pecho… agazape a la gente… no es ningún pendejo el que llegó… es el coronel cholas negras… Y se reía festivamente. Alegría que compartían los jóvenes efusivamente… era un ceremonial que repetiría hasta el ocaso de su existencia. Después de vender los frutos y realizar los trámites y gestiones en las oficinas del gobierno, regresó a la casa ya por la tarde, con una bolsa con dos riñones, un corazón y bofe de res… al verlo cortando las piezas de las asaduras en el lavadero del patio, se le acercaron… Les dijo: —Canacho, lleve al pelotón a buscar leña seca, para el gran frito. Que ya vamos a comer… Los pequeños, recogieron suficientes leños para avivar el fuego del frito de Melquíades… pero de todo ese plato, lo que más degustaban, era el riñón, que el tío les daba en pedazos pequeños, en una gran camaradería, realizaban un festín culinario. Alirio le dijo a Melquíades: —Tío ahí debajo del jobo, están unos huesos con carne que quedaron de una vaca que mató Chicho… Así era, el Chicho Agüiño junto a su primo Marcelino, dos días atrás, habían beneficiado una res para vender la carne y demás, para las hallacas de quinchoncho en los Días de Reyes. Melquíades, interesado buscó los huesos que soltaban cierta pestilencia manía y realmente muy pocos se atreverían a consumir… Ensegui-138-
·Javier Arquímedes Merchán·
da acrecentó el fuego con más tizones, saló los huesos y los puso al fuego, a manera de asado… De manera que, cuando Arquímedes al ver los riñones en el Abasto La Puerta de los hermanos Arocha, después que había pedido un solomo completo, costillas de cerdo y chorizos. Pensó inevitablemente en el coronel… y pidió varios para llevar. Estaban haciendo las hallacas en la casa de Los Pocitos, ya Bertha no estaba, era el 23 de Diciembre de 2003, pero Virginia mantenía la tradición unida a sus hermanos. —Hermana, mientras tu armas las hallacas, voy a comprar unos pellejos para una parrilla, busco los instrumentos y al poeta Daniel Suárez. Vamos a alegrar las hallacas… Le comentó Arquímedes a Virginia. Y así fue, llegaron con la tambora, el furruco, las maracas, el güiro, las charrascas y el parrandero Daniel Suárez con el cuatro en la mano. —Virginia te traje el ponche crema… Compadre hoy vamos a tomar Buchanan´s… Vamos a entonarnos para cantar aguinaldos. Tenemos refuerzos. Vienen el periodista Carlos Hernández, Carlanga, el Comandante Abrahan Chirinos y el Dr. Manuel Sánchez, el ginecólogo… Así que aprevéngase. Ángel se encargó de encender el carbón para el asado. Cuando llegó Carlanga, con una botella de Chivas Regal, ya la parrilla estaba montada. Así, fueron llegando los demás invitados, como puestos de acuerdo, cada uno con una botella de Whisky. Chirinos se presentó con otra de Bucha-139-
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nan ‘s y coronó de último el Dr. Manuel Sánchez con una de Etiqueta negra… Pero la atracción eran los riñones, dorándose en la parrilla al carbón… rememorando al tío Melquíades. Explicaban y ampliaban las bondades y suculencia de estas piezas asadas o al sartén… Después de saborear las primeras hallacas y con mucho entusiasmo por el ambiente decembrino, comentó Carlitos: —Poeta ya es la hora de la parranda… Daniel en inspiración total, se paseó por casi treinta años de tradición, cantando aguinaldos todos los diciembres, interpretaron aguinaldos viejos y nuevos… todos se incorporaron a participar: el Negro Merchán, Carlanga, Manuel, Chirinos, Virginia, Heryfer, Dayana, Irma, el mismo Jesús Amílcar y Ángel que había terminado de cocinar las últimas hallacas. Conformaron un gran parrando familiar donde todos tocaban, hacían coro y cuerpo de baile… Y en animada euforia, soltó la frase el parrandero Daniel: —La parranda es para cantar de casa en casa, salgamos al barrio… Así, que en minutos se encontraban en casa de Coromoto Hernández, quien enseguida se apoderó de la tambora. Cantaron un aguinaldo de Abel Suárez, Amor Querido. —Un palo pa’ los parranderos… —exclamó Javier Arquímedes. Tocaron unos tres golpes más y pasaron a casa de Doña Carmen… que también hacia las -140-
·Javier Arquímedes Merchán·
consabidas hallacas junto a sus hijos, Jonás, Sonia Mercedes, Argelia del Carmen y Digna Coromoto, los Ojeda en pleno. Alegría y celebración llevaba la Parranda… Los sorprendió la especial deferencia que tuvo la familia Rivas… que ya dormían. Al escuchar los versos de los parranderos, pidiendo abrieran la puerta… Y en agradable bienvenida, Ramón, el dueño de casa, después de la primera canción, sacó varios billetes y los metió en el Cuatro e inmediatamente, Eloy, su hijo, descorchó una botella de Chequers y la brindó a los parranderos. Así, visitando casa por casa, pasaron a cantarle al Psiquiatra Roseliano Vidal y su joven esposa… hasta darle la vuelta completa a la cuadra… y llegar donde Laurencio Matute, quien, al ver a Coromoto de Tamborero, le dijo: Tú pusiste…
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25. Justicia divina
Se pudiera decir que, en más de la mitad de las edificaciones de la Villa de San Carlos de Austria, había participado como Maestro de Obra, el bonachón Jesús María López. Oriundo de la población de Manrique. Paciente, tranquilo, amable y conversador. Era de esos personajes que inspiraban confianza. Así, fue cultivando amistades y relaciones de trabajo con todos los constructores de la Ciudad —Italianos, Portugueses y Nacionales—y por supuesto era amigo y parroquia de Amílcar Jesús Merchán, sobrino directo de Melquíades, que, a mediados de los años 80, se había consolidado como un dinámico constructor emergente. Y se disponía a iniciar la construcción de la Casa Sindical, bajo la contratación del Ministerio de Desarrollo Urbano… —Entonces tocayo, cuento con usted para la obra… Le preguntó Amílcar al viejo Maestro. A lo que imperturbable, le dijo: —Claro que sí, Jesús, yo soy un hombre de palabra. Cuando comenzamos… Era la manera de aquellos dos amigos de cerrar el trato, para comenzar las labores de la construcción de la sede. Y remato Amílcar: —Venga conmigo al Ministerio, me van a entregar los planos. Aprovechamos y nos reunimos con el Director y la Inspección. [143]
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En la sala de espera, se encontraron con Don Andrés Muñoz, viejo constructor de oficio, en afable conversación, pasaron las horas. Mientras la secretaria anunciaba: —Pase Sr. Francisco Massare… pase Sr. Maola… pase Sr. Scarpone… pase Sr. Zevola… En un momento, se levantó Don Andrés, dirigiéndose a la secretaria, que lo conocía: —Dígale al Director que aquí esta Andresiño Muñuñini. Quien quita y me atienda al escuchar mi nombre… Así, Amílcar Jesús, inició la construcción, con la participación de su hermano Alirio. Y la alta colaboración de Ámel Blanco, que hacía honor a su nombre, siempre esperanzado y festivo, para procurar materiales, equipos y herramientas. Tanto, que Agustín le llamó «el motriz». Ubicaba y conseguía todo, con o sin dinero. Era el primero en llegar a la obra, pero, diariamente, a las 4 de la tarde, entregaba las llaves del camión, porque se iba. No lo paraba nadie. Amílcar lo conminaba: —Pero Ámel, todavía no son las 6… no hemos terminado la faena… A lo que ripostaba: —Tú no entiendes Amílcar Jesús… me zapatea la garganta. Necesito tomarme mis cervezas. A la par, el Maestro Jesús María, tenía un tren de verdaderos maestros, destacaban en estas primeras actividades, los Maestros Cabilleros. El negro Francisco, cuya experiencia le precedía, entre otras, había participado en la construcción del Hospital General de San Carlos. -144-
·Javier Arquímedes Merchán·
Trabajaba sin camisa, a plena luz del sol veranero de San Carlos… era el propio alquimista del acero, logrando los cortes y dobleces necesarios para lograr las caprichosas y exigentes formas del diseño. No era un cabillero común. Su conocimiento profundo, en la interpretación de planos, en esta área, le permitió opinar y corregir aspectos significativos en la confección de las estructuras fundacionales de la obra… Pero, a eso de las 11 de la mañana, se escabullía, por los caminitos, al sitio de Elías. Se tomaba 3 cervezas negras tercio Polar. Regresaba con el sol de la 1 de la tarde y soltaba la ocurrente frase: —Aprieta sol, que el negro es fresco. Lo propio hacía Boca e’ Chivo, cabillero de toda la vida de Jesús María. Se conocían desde hace mucho. Un lunes, primer día de labores semanal, Boca e’ Chivo no asistió a la pega. —Amigo, porque no vino al trabajo ayer… Le dijo Jesús María, con seriedad. Respondiendo de inmediato: —Chico se me murió una hermana que vivía en Lagunitas, ayer la enterramos. —Cómo va a ser. Caramba viejo, mí sentido pésame… Le comentó, solidario Jesús María. Se hizo costumbre, las faltas al trabajo los lunes, de Boca e’ Chivo… Siempre con una justificación familiar: — Se murió una tía… se me murió un sobrino, el más querido de la familia… se murió un tío en Las Vegas, hermano de mi papá… -145-
Un martes, a primeras horas de la mañana. Jesús María, alarmado, llamó a un pequeño cónclave: —Amílcar, Alirio, Agustín, usted también Ámel, háganme el favor… Una vez reunidos todos, con Boca e’ Chivo presente… Con voz pausada, pero con firmeza, les dijo: —Caramba, amigos, tenemos un problema muy grave. En este caso, con el señor Boca e’ Chivo. El asunto es muy serio. Resulta que Dios la tiene agarrada con este maestro. Ha tenido que faltar los últimos 5 lunes. Primero se le murió una hermana. Luego un sobrino, muy querido. Un primo... otro tío. Esto no puede ser. Será que Dios se puso loco. Dios no puede estar loco… cómo Dios va a matar a todos los seres queridos de una persona y a dejar un cristiano sin familia…
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26. Amores de estudiantes
—Chico, esos nombres de ahora son muy atravesados y ligados. Antes se buscaba respetar el santoral… cómo es qué se llama la muchacha hija de Doris… Comentaba Melquíades, reconociendo a la pequeña sobrina. Hija del Nene Rodríguez y una hija de Ninín. Los dos oriundos de «La Sierra». Y por circunstancias de trabajo de el Nene. Puesto que laboraba en EDELCA, la Electricidad del Caroní. Se fueron a vivir a Tumeremo, en el estado Bolívar, al Sur de Venezuela. Era Amghelys, en la flor de los 17 años. Y estudiando su último año de Bachillerato en Contabilidad. Decidida, enérgica, activa, ocurrente y conversadora… Tal vez, todo eso junto fue lo que flechó, irremediablemente a mi sobrino y ahijado Elías. Quien se encontraba cursando el cuarto semestre de Ingeniería Eléctrica en Barquisimeto. Se conocieron precisamente en Tumeremo. Más bien en el Fundo de su padre, el Nene. Saliendo de Tumeremo hacia la Gran Sabana. Nunca vimos que se hablaron. Ni siquiera un saludo. Nada, eran mimos. Testigo, en primera fila, de esa no comunicación, fue una inmensa tarántula, que al anochecer, salía de su nido y pasaba sigilosamente, al través de los tortolos. [147]
·30 relatos y una despedida·
Claro, supimos se habían comunicado a través del celular. Que, astutamente, habían obtenido de Elías. —Hola bebé —Hola —Cómo estás —Bien —Tienes novia —No. Y esa fue toda la conversación. Suficiente y completa, para que los dos se consideraran novios. A partir de ese momento, surgió esa llama de amor profundo. Inexplicable, en aquellos dos jóvenes. En contra de la distancia. Las circunstancias económicas. De la juventud y los papás… Nada los detuvo para concretar su romance. En agosto, ella vendría con toda la familia de vacaciones a «La Sierra» y él la esperaría. El, que nunca había ido a Manrique, se encargó de organizar un viaje expreso, de visita a la Abuela Ninín. Así pues, emprendimos el camino hacía «La Sierra», en la Explorer XLT, que a según, no era apta para la travesía. Al bajarnos Elías me dijo: —Padrino téngame esto. Resguárdelo… Me extrañé, al ver un peluche del Diablo de Tasmania. Le dije: —Qué es esto vale… ese es el regalo, para enamorarla. En serio. Y soltamos la carcajada. -148-
·Javier Arquímedes Merchán·
A una señal del enamorado, fui en busca del Tasmania… Cuando le entregó el peluche… A ella le brillaron lo ojos, irradió una sonrisa amplia, contenta y desinhibida le dio un beso. Agradecida. Se sentía homenajeada y querida. Fue feliz… Ese gesto bastó para sellar su amor. No necesitarían más. Ella entendió que lo amaba sin reservas y se sentía correspondida. Los dos, por primera vez amaban. Tanto, que no les cabía en el pecho. Y que no podían vivir sin el otro. Amores de estudiantes, puro y virginal. —Cómo es posible que no te vinieras vale… Me lo prometiste... Por supuesto que no hay transporte. Hoy es 31 de diciembre... Tenías que venirte ayer. Como yo te lo dije... Te lo expliqué muy bien... Me dices a esta hora que no vienes... Esto me pasa a mí por pendeja… Eran los mensajes que le llegaban a Elías. Y seguían llegando unos tras otros, incesantemente… —Claro, seguro planificaste todo para estar con la otra… Y la pendeja en «La Sierra»... A mí me respetas... Me vine solo para estar contigo... Te lo dije, voy para que estemos juntos... Pasaremos el fin de año, juntos… Sabía que no ibas a venir… Seguía leyendo los mensajes, pensaba: —Es verdad, vino por mí. Y no fui. Ella me quiere. Solo vino por mí. Dejaron de llegar más mensajes… y de pronto llegó el que más temía: —Está bien, no vengas. Pero hasta aquí llegamos. Lo nuestro se acabó. -149-
·30 relatos y una despedida·
El corazón se le comprimió. Sentía que una espada le traspasaba el pecho. El mundo se le acababa. Se le terminaba la vida. En angustia total, Sentía que no podía respirar. Su único amor. El amor de su vida, lo dejaba. Y era su culpa. Desde ese momento, su pensamiento se agudizó, elaborando un plan para recuperarla. Calculaba y media meticulosamente las palabras que le diría al verla, para contentarla. Pero nada le resultaba. Hasta que dijo: —Listo, ya sé… Al final de la tarde, se vería a Elías muy colaborador. Haciendo las diligencias finales para la cena, en la camioneta de la tía. De tal manera, que Elías era el chofer de la Vitara para todo y de todos… En la cena, apenas probó un traguito de vino. Y se le vería comer poco. Y la mamá lo sorprendió preparando un plato, como para llevar. Le dijo: —Lo guardaré para mañana. Quedó todo muy bueno y seguro se lo comen todo. Después del feliz año. Aprovechando la algarabía, los abrazos, los lloriqueos y la música del nuevo año. Tomó el avío, una botella de Whisky y salió apresuradamente. Se topó con Elimar, la hermana mayor: —Para dónde vas Chamo. Le respondió sin detener el paso: —Ya vengo, voy por una amiga. -150-
·Javier Arquímedes Merchán·
Cuando giró en la Redoma del Mango, camino a Manrique, sintió el nerviosismo de irse solo. Pero pensó en Amghelys… Y aceleró la marcha. Adelantado en Mundo Nuevo. Cuando se le acabó el pavimento de la vialidad, se sintió dueño absoluto de la carretera. Las luces iluminaban todo y más allá. Sintió frío y se tomó un trago de la media botella de Buchanan’s que traía. Al llegar al Puente de los Chupones, paró la marcha. Se echó otro palo, se encomendó a nuestro Señor. Y comenzó a subir lentamente. Sin desacelerar. Su corazón, puesto en su amada, no dejaba que el pensamiento lo atemorizara. Al llegar a la planicie, después de la Vuelta de la Loca, se sintió aliviado: —Estoy cerca... —Dijo en voz alta. Realmente estaba cerca, solo le faltaba subir Peña y llegar a la Fila de «La Sierra». Increíblemente lo había hecho. Estaba cumpliendo su promesa. Pasaría el Año Nuevo con el amor de su vida. Todavía Ninín hablaba con los hijos, en el porche de la casa, frente a la calle. Disfrutando un Ponche Crema, que Doris le había enviado… Y ya casi no aguantaban la cantaleta de Anghy: —Es que todos son iguales. Yo de boba me vine para estar con él. Abuela, no me vuelvo a enamorar… Extrañados, al ver el vehículo estacionarse, frente a ellos. No lo podían creer. Era Elías, que descendía del vehículo, con un regalo para Amghy… -151-
El primero de enero, temprano en la mañana, sonaba el teléfono insistentemente. Hasta que Amílcar, que estaba en la cocina organizando, para hacer un sancocho de costilla y cogote, atendió: —Aló, buenos días. Ninín. Feliz año nuevo. Cómo estás…. Le llamaba la prima Ninín de «La Sierra». Para informarle de un joven visitante, que tenía allá en su casa: —Mira loco, aquí está tu hijo. Pero el otro. El que llaman Elías. Llegó anoche, después de las 12. Serían como la una y media. Llegó solo en una camioneta colorá. Manejando él. Vino a traerle un regalo a la Amghy. —Se quería devolver anoche mismo. Yo no lo dejé. Después que hablamos un rato. Lo acosté en el rancho de Jesús. Te llamo porque sé que ese muchacho se robó ese carro. Para que no se preocupen. Él está bien. En un rato le doy comida y te lo encamino…
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27. La fiebre del oro…
—¡Toee!... Javier Arquímedes, como está la vaina… necesito ayuda en un asunto, y tú eres el indicado. Hay que hacerle un estudio de suelo a la parcela de El Muertico. Es un requisito muy importante, para concretar el negocio de compra… Me lo está pidiendo el Dr. Pérez Almaraz… Se trataba de Ángel Esteban Sutil, el Negro Sutil. Hijo de Doña Simona… Al hablar, se balanceaba de un lado a otro, con una voz grave y curtida de un habitante de la Zona Metropolitana de Caracas… Si alguien conoce Caracas, una metrópolis que crece día a día, ese es el negro Sutil. Increíblemente poseía, en grado superlativo, una notable erudición de todas las zonas y municipios que conforman a la Gran Caracas… Nacido en Aragüita de Barlovento. Dicharachero, de buen humor, avezado jugador de dominó y amigo del viejo Fermín. Tanto, que se decían hermanos. Aunque Fermín era oriundo de Bejuma, Estado Carabobo, por su semejanza de color y devoción, muchos pensaban que realmente lo eran. Y no lo negaban. Y así se fraguó esta relación inquebrantable de verdadero afecto. Llegaron a establecer una amistad que duraría por siempre… Sutil, llegó a San Carlos, en un flamante Fairlane 500, último modelo. Para ejercer como Depositario Judicial de unos Silos Agrícolas, para almacenamiento de granos, que con el tiempo [153]
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pasarían a formar parte del patrimonio de la Universidad de los Llanos «Ezequiel Zamora». Así, que por casualidad se conocieron, cuando Sutil trataba de ubicar una vivienda, para arrendarla y establecerse con su familia. Para lo cual, contó con la ayuda y apoyo incondicional de Fermín. Entre la celebración de apertura de la nueva casa, tragos de whisky y cervezas, partidas de dominó y uno que otro negocio, fueron consolidando la amistad. Rápidamente se hizo sentir y era notoria su presencia, en la sociedad de la pequeña Ciudad… pues era el Doctor Sutil, especialista en asuntos legales. Siempre con un maletín ejecutivo y una agenda. Aunque realmente, era un experto leguleyo… no tuvo la oportunidad de estudiar más allá de la escuela primaria. Pero tenía una capacidad única en los asuntos jurídicos y siempre andaba alerta para realizar e intervenir en cualquier negocio, grande o pequeño. La idea era ganarse una buena comisión… y este era el caso que lo ocupaba con las Tierras y el estudio de suelo, que por supuesto, arrojó resultados que daban fe de las bondades y alto potencial para el desarrollo agrícola y pecuario. Y finalmente, ejecutó el trato. Nunca perdió el contacto con el bufete de abogados del Dr. Pérez Almaraz, así que, viajaba a Caracas permanentemente, su centro de operaciones para los asuntos legales, que daban sustento a cualquier negocio. Extrañamente, luego de culminar el proceso como Depositario Judicial, el viejo Sutil se dejó -154-
·Javier Arquímedes Merchán·
atrapar por el calor, el ambiente y la gente de la Villa de San Carlos. Así, que se quedó. Era uno más de la localidad. Su adicción al juego de dominó y la Caída en las barajas, lo hizo asiduo visitante del Club El Rincón Familiar, que pertenecía a Jesús María Travieso, y regentaba el afable German. Todas las tardes se le veía llegar, zapatos lustrados, camisa manga larga y paltó. Al entrar soltaba el saludo que siempre lo caracterizó: —Toee… llego el hijo de Doña Simona. Y no juego con marruñeco. Para sus compañeros de juego era motivo de comentarios y chanzas. Encabezadas por el siempre alegre y jodedor Alí Pérez: —Coño Negro, vienes de sacar la cédula… Con esa pinta y ese color pareces un forro de urna… El negro por mucho que mame no blanquea… andas trabajando como un negro para vivir como un blanco… A todas esas frases y refranes Sutil se adelantaba con otra y una amplia sonrisa: —Háganse los pendejos… ya los voy a chaparrear. El hijo de Doña Simona no tiene rival… Y los remataba con una genial frase: —Muchacho no le gana a viejo, sino haciéndole mandao… El mismo Jesús Amílcar y sus hermanos visitaban el Club de German Brix, como le decían. Pero destacaba como jugador de dominó y de mejores ocurrencias y chistes, el ingenioso Alí Pérez. Como todo natural de La Morena, era amigo de infancia de Jesús Amílcar y de Melquíades. Alí -155-
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era hijo de Don Nicasio, el primer barbero del populoso sector La Morena, en plena Avenida Ricaurte… Siempre sonriente y con una salida jocosa a todo lo que comentaba: —Vengase Sutil… yo para ganarle a un negro como usted, solo necesito un muñeco que se siente frente a mi… Tanta curiosidad despertaba la apariencia y estampa de Sutil, que una larga tarde de juego, aprovechando una ida al urinario, tomaron el maletín y lo abrieron: en su interior vieron, encima de los papeles y documentos, una pequeña revista de carreras de caballos, «La Fusta»; un plátano verde, un rollo de papel higiénico y unos puros. Cerraron el mismo antes de que regresara… La mamadera de gallo no se hizo esperar, por parte de Alí Pérez, quien además, inteligentemente lo hacía para confundir al adversario y procurar ganar el juego… El viejo Sutil, como buen hijo de Barlovento, acostumbraba fumarse un buen Tabaco ocasionalmente. Cosa que disfrutaba enteramente. Y se daba una paseada por los asuntos espirituales para chequear como estaba la suerte. Fumaba y conversaba: —La amistad es el valor más sagrado que tiene y mantiene un hombre… la Amistad es para siempre… Con buenos amigos vivimos en camaradería, alegría y la pasamos mejor… Y hay algo muy importante, las mujeres de los amigos son intocables… Y así vivía Sutil, valorando la amistad, más que el dinero. Ayudando a todo el que necesitaba -156-
·Javier Arquímedes Merchán·
de lo poco que tenía… y componiendo Golpes Mirandinos. Con una privilegiada inspiración y goce natural, que le había permitido producir una serie de canciones, que hasta fueron grabadas y sonadas en la Radio por Margarito Aristiguieta y Fulgencio Aquino, entre otros. Esto le permitió codearse con copleros y músicos de la región, como Inés Carillo y Vicentico Rodríguez… Memorables fueron las partidas de dominó, que se hacían los lunes en el nuevo local del viejo Travieso, Club La Pichincha. Donde se enfrentaban Fermín y Sutil Contra Travieso y Germán. Eran verdaderas batallas de pensadas, paciencia, observación y análisis. Todos eran conocidos, pero todos querían ganar y lograr el triunfo y demostrar la superioridad en aquel juego de máxima exigencia mental… A Melquíades le pareció un personaje muy peculiar: —Chico, ese Sutil es un hombre que sabe moverse en los tribunales y como hacer negocios. Además, parece serio. En una de las visitas de Melquíades, mostró a la familia, unas piedras pequeñas, de un amarillo metálico, cuyo brillo y color llamaban mucho la atención... Y preguntó intrigado: —Serán pepitas de oro. Abundan en la cueva de Los Guacharos, allá en «Las Guafas». Cuando Sutil se enteró, vino a revisar las piedras y tuvo gran entusiasmo. Que revivió en Melquíades, nuevamente, la posibilidad de tener un nuevo crecimiento económico, esta vez, con mucho oro. -157-
La familia toda se creó altas expectativas. Y los embargó una alegría esperanzadora, como un resurgimiento de otra fiebre del oro… entonces Melquíades, instruido por Sutil, fue a la mina y tomó unas muestras más grandes y las trajo. Estas rocas de mediano tamaño, fueron llevadas a Caracas, donde se les hizo un estudio riguroso, por orfebres conocidos por Sutil… Los resultados no fueron los esperados… Era el oro de los pobres, la pirita. El falso Oro. Cuando Sutil le informaba a Melquíades de la mala nueva, al ver la cara de infortunio, le soltó una ocurrente frase: —Caramba coronel… Cuando uno está salao, la mujer de uno pare de otro, y el carajito se parece a uno…
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28. El muerto… uno más de la familia
—Son almas en pena, Bertha. Que no han pasado a la luz. Apegados en este mundo terrenal a algo importante que dejaron por hacer. Pueden estar aferrados a lo material. O buscan el perdón… Comentaba Melquíades, con una voz queda y reflexiva. Con una seriedad que pocas veces le vimos al coronel. Se trataba de una consulta de Bertha sobre los ruidos, pasos y otros eventos que se manifestaban en la casa de Los Pocitos. Y remató: —De cualquier manera, es con la oración que puede ayudarse a estas ánimas. A lo que Bertha, ripostó: —Tío, pero ya le hemos hecho un novenario. Por recomendación de Don Rito… para sacarlo de pena. Y nada, todavía se escuchan cosas. Y hasta lo hemos visto. Es un hombre… Melquíades, pensativo concluyó: —Entonces el asunto es material. Dejó un entierro. Hasta que no lo encuentren no sale de pena. Pero ni Don Rito ni yo podemos ayudar. Melquíades dominaba el arte de curar bestias y animales, aprendido de su padre Don Rafael Silva y perfeccionado con Magín. Pero en estos asuntos, prefería no involucrarse. Desde que se mudaron a Los Pocitos, los pequeños Leonel Arquímedes y Javier, de cinco y [159]
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seis años, escuchaban casi todas las noches, como eran esparcidos unos puñados de arena fina, sobre el techo de láminas de zinc. Otras noches oían, nítidamente, el lanzamiento de siete mediecitos de plata, todos a la vez, cuyo sonido les era familiar. Al punto que, el Negro Merchán, en varias oportunidades se subió al techo, en busca de la plata. Pero lo que no olvidarían jamás, les ocurrió para unas fiestas patronales de San Carlos. El viernes 05 de noviembre de 1967, se encontraban solos en la cocina de la casa. Serían las 8 de la noche. El Chicho Agüiño, su padre, se había ido con unos amigos a los Toros Coleados desde temprano. Y Bertha, le dijo: —Hoy voy al templete con las muchachas. La Junga y Carmen Ojeda. Van a tocar Los Blanco de Maracaibo y Sonoritmo. Nos encontramos allá… Sentados, cerca de la puerta que daba al patío, esperando les diera sueño. Oyeron los pasos de alguien entrando desde la puerta principal, en dirección a ellos. Al principio creyeron ver la silueta de un hombre, que por las pisadas, fuertes y contundentes que producían los zapatos «machotes», de moda en esos días, si decirse nada, pensaron que era el tío Toco. Y momentáneamente siguieron su tertulia infantil. Pero al darse cuenta, que, en el tiempo debido, el tío no llegaba a ellos. Voltearon y al no ver a nadie, muy asustados, cerraron todas las puertas, y se resguardaron en el dormitorio, arropados totalmente. Cuando -160-
·Javier Arquímedes Merchán·
llegaron sus hermanos que estaban en la esquina, de «los mangos», no querían abrir las puertas. Años después, ya siendo abuelo, el Negro Merchán volvería a vivir un momento similar. En la cocina, acompañado de su hermana Virginia y su sobrina Isis Mariam. Todos oyeron las pisadas de un hombre entrando a la casa desde la entrada principal hacia la cocina. Pero luego, dejo de caminar. Al verificar quién llegaba, no vieron a nadie. El Negro Merchán buscó en todas partes, sala de estar, dormitorios, comedor. Nadie, no había nadie. En el verano de 1970, Melquíades que se había quedado a dormir en casa de Bertha, en Los Pocitos, se levantó muy temprano, como de costumbre. A eso de las 06:30, con el sombrero en la mano y listo para salir al centro de la ciudad. Entró a la cocina. Llamado por el irresistible aroma del café recién colado. Le preguntó la sobrina: —Tío quiere café… cómo amaneció. Durmió bien… —Caramba, Bertha la verdad no pude descansar. El Chicho con esa bañadera ahí afuera, no me dejó dormir. Bertha impresionada: —Pero tío, si Chicho se bañó anoche, antes de acostarnos todos, serían las 11, y no se levantó más, hasta ahorita. Que viene a tomar café. Chicho, acostumbraba bañarse en las noches, con una totuma, al lado del estanque de aguas, en el lavadero. Y se dejaba escuchar el sonido al vaciar cada vasija de agua en el cuerpo y caer al -161-
piso. Pero aquella noche, el que desveló a Melquiades fue otro. En una tarde de café, con Virginia, Heryfer y Raquel Sánchez. Mientras el Negro tostaba el comino para los condimentos. Javier le preguntó: —Virginia y el muerto… —Pues, hermano la otra noche, como que encontró el corotero sucio en la cocina. Porque pasó toda la noche fregando, la vajilla y las ollas. Lo oí hasta la madrugada. Comentaría Virginia, ya en una forma familiar, como acostumbrada a la presencia y manifestaciones del muerto. —Y tú Heryfer. No lo has visto más… —Tío, claro que sí lo he visto. Verdad mami. Lo vimos las dos: Bien pulio. Como si iba para una fiesta. Muy bien vestido. Cargaba tremenda pinta. Hasta un sombrero tenía. Y bien enzapatado… —Y Raquel tú nunca lo has visto: —¡Chúpamelo!... No joda. Ni lo quiero ver. Ustedes son locos. Como hablan así. Si lo llego a ver, pego la carrera… Muchos de la familia se han ido… pero el muerto, en los días de verano, suele bañarse en el patio.
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29. El arpa legendaria…
—Ingeniero, qué va a hacer mañana… Le preguntaba el Maestro Amado Lovera a Javier Arquímedes. Quien, como todos, le profesaba al legendario arpista una profunda admiración y respeto. Amado, nacido en El Baúl, al Sur del estado. En pleno llano, al lado del Río Cojedes. Gente humilde y sencilla, pero con un corazón repleto de amor por su tierra y sus costumbres. El Río y la Tierra, proveedores de las principales actividades para el sustento, marcaron al viejo músico para toda su vida… Se habían conocido en los años 90. Cuando el Maestro fungía como Diputado a la Asamblea Regional. Y le preguntó, al amigo en común Pancho Mamburrio –Francisco Sánchez—por un profesional de la ingeniería, para que apoyara a su hijo Carlos en la ejecución de una obra de construcción. Así establecieron una buena amistad, que les permitía compartir momentos y ambientes más allá de los asuntos laborales… La respuesta fue condescendiente para el famoso instrumentista: —Pues, nada mi viejo… que vamos a hacer… —Vámonos mañana para El Baúl, que me dices. —Pues, nos iremos, me llevaré a Dayana. —Sí claro vale… también va mi mujer y mi pequeña hija. [163]
·30 relatos y una despedida·
Así quedó establecido… al día siguiente, un sábado soleado de Febrero, salieron con la fresca, temprano en la mañana. En el mismo Fairlane 500 que Arquímedes le había comprado al Negro Sutil. —Por cierto, cuando acompañado de Pancho, se lo mostraba al apreciado Tío, Don José Castro, esposo de Blanca Elia Merchán; sobrina de Melquíades, éste arrojó la frase lapidaria: «Putas y carros viejos, terminan en manos de pendejos…»—.. Con la vía en buenas condiciones, que otrora, había acondicionado y mejorado totalmente el Gobernador Alberto Galíndez, les tomó una dos horas llegar a la pintoresca población. Viajaban sin apuros, primero hicieron una parada en Tinaco, en casa de su hijo Carlos Lovera, su discípulo y ya consagrado músico en la mandolina, el bajo y el arpa. En esta oportunidad no los pudo acompañar. El viejo maestro fungía de guía del placentero viaje. Así, al llegar al sitio de la represa de «El Pao», a nivel de Las Galeras comentó: —La represa… ese inmenso lago de agua dulce. No se ha aprovechado a plenitud, todo el potencial que brinda. Se debería construir un Gran Hotel Internacional… tenemos un sol eterno, como le gusta al extranjero nuestro clima… Realizar eventos nacionales e internacionales de veleros, canotaje, pesca… Incorporar a la gente de «El Pao» a todo eso… por supuesto el Caney Llanero del Hotel sería mío… Y se sonrió entusiastamente. Amado había tenido la oportunidad de visitar más de 30 capi-164-
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tales de diferentes países del mundo, incluyendo Japón. Acompañando con su Conjunto Oro de Venezuela, al insigne cantante Don Mario Suárez. Al estar en la cúspide de las Galeras de «El Pao», observaron la recta de Paraima y la vialidad que se perdía en la llanura inmensa: —Las Galeras, son primas hermanas del Macizo Guayanés, por eso encontramos suelo primigenio, rocas ígneas, granito, cuarzo. Y se dice que hay oro, diamantes y uranio. Pero, metido en ese inmenso bosque y en esas serranías hay mucho ganado y agricultura… Y gente trabajadora… Paraima… Muy bien les cantó Dámaso Figueredo a todos estos sitios y a Las Galeras… Al llegar a Caño Benito, hicieron otra parada, estiraron las piernas y se refrescaron… les dijo: —Sigamos, estamos a mitad de camino. Ahora nos detendremos en el Hato el Socorro, llegando a San Miguel. Para que las muchachas conozcan las Cadenas de El Baúl. Así lo hicieron, era una parada obligada… Yacían, del lado izquierdo, al costado del cerro, dos inmensas cadenas de 100 metros de largo cada una. Con eslabones de 0,70… unidos con la vieja técnica del hierro forjado. A pesar del largo período de exposición a la intemperie, estaban intactas. El origen de las cadenas y cómo llegaron, siempre ha sido un misterio. Que originó mitos y leyendas. Compartidas por visitantes y lugareños, de labio a oído. El espectacular tamaño y su semejanza a las cadenas usadas por las embarcaciones de alta envergadura para levar el ancla, han dejado volar la imaginación de los Llaneros -165-
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y extraños… Amado, después de pasearse por todas las leyendas sobre la famosa cadena, preciso: —Claro, por encima de todos esos cuentos, prevalece la explicación, de Don Ramón Villegas Izquiel, Cronista de El Baúl. Nos comentó, a José Castro y a mí, que estas cadenas, fueron traídas en los años de 1940 a esta región, con la finalidad de realizar la deforestación. Estos parajes eran bosques, de grandes árboles… Entonces, los extremos de las cadenas eran conectados a dos grandes Tractores, que tiraban de los arboles hasta sacarlos de la tierra con todo y raíces… Pero ya vámonos, estamos llegando. Nos detendremos en la gasolinera. Al llegar a San Miguel. Así pues, avistaron el río, pausado con toda la majestad de su cauce… parados sobre el embarcadero de concreto, observaron la boca del Río Tinaco fusionándose con el Cojedes… La imaginación de Amado se dejó llevar por las aguas de su infancia: —Por su cercanía con El Baúl, aquí en bongos y canoas pasaban a los paisanos de una orilla a otra, incluso, mucho tiempo después de estar construido el moderno puente… —En tiempos ancestrales, en la época de lluvia, llegaban embarcaciones grandes y bongos repletos de mercadería, materiales y alimentos. Y de aquí salían cargados con carne y pescado seco y queso, hacia San Fernando de Apure… el centro de todo este comercio era la Casa de Alto… —Más allá de las bocas del Tinaco, estaba un garcero de infinitas aves… Corocoras, blancas y morenas; y guacharacas… Vicentico Rodríguez -166-
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le ha cantado de una manera maravillosa… Paso Real de San Miguel… La entrada a la población, la hicieron a orilla de río, por la nombrada Calle Los Placeres. Para disfrutar de la fusión que se manifiesta entre pueblo y río… Amado les explicaba que el nombre de la calle se debía a la gran cantidad de locales y expendios de licores que todavía existen, para el disfrute y gozo de turistas y lugareños… y les precisó: —Exactamente en este paraje del río, frente a este club, en 1970 estuvo Julio Jaramillo cantando, con arpa, cuatro y maracas, acompañado del Maestro Cándido Herrera, mi amigo y paisano… les cuento que Julio Jaramillo, estuvo visitando los sitios que dieron origen a cada tema seleccionado para su primer disco con el cancionero venezolano… Y notablemente emocionado, comenzó a cantar un verso de la canción «Tardes Cojedeñas»… —…Una tarde de paseo, una tarde de paseo, por la calle los placeres. Vi esos lindos panoramas. Ay panoramas, que envuelven al río Cojedes… En este caso, grabó esta hermosa pieza que compuso e interpretó el paisano Juanito Navarro… No es una leyenda, Julio Jaramillo se tomó unas cervezas en la calle Los Placeres… Todavía embebidos por el paisaje y la vivida historia, Amado les dijo: —Antes de llegar a mi casa, vamos a visitar al negro Zapata. Serían las 11 de la mañana, encontraron al Negro sentado en la entrada de la casa, en com-167-
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pañía de Manuel Nadiel… el viejo Maestro no ocultaba la alegría de reencontrarse con sus amigos paisanos: —Caramba Negro, donde encontraste a este carajito… Cómo que estaban esperándonos… Amigablemente y con el tono característico del gentilicio bauleño. No solo los recibió alegremente, sino que les abría las puertas de su corazón. El negro Zapata, jefe de una estirpe de Compositores e intérpretes de la música llanera, de una familia respetada y querida. Hermano de Ángel Zapata, sobresaliente cantautor: —Hablando del rey de Roma… Esta es tu casa Amado. Siempre lo será… Lo propio hizo el joven compositor y cantante Manuel Daniel… con un fuerte abrazo recibió al maestro. Y dispensó unos saludos afectuosos al resto de la comitiva… Aunque Manuel no era músico —no tocaba ningún instrumento—se había convertido en un compositor con mucha notoriedad, incluso a nivel nacional… Siempre comentaba que Amado Lovera era su mentor y maestro, y lo consideraba y quería como a un padre… El Negro Zapata, exclamó: —Por ahí me quedan unas frías, esto hay que celebrarlo. Aquí está con nosotros el futuro Alcalde de El Baúl… Resultaba que a Amado se le había ocurrido, aspirar a la candidatura para la Alcaldía del Municipio... Y andaba en campaña. Proyecto político que finalmente no se concretó… -168-
·Javier Arquímedes Merchán·
Después de las primeras cervezas y contagiado del gozo de los presentes, Amado comento: —Negro, es la primera vez que estos jóvenes visitan nuestro pueblo. Hay que atenderlos como se debe… —No te preocupes mi viejo, que por ahí me quedan unos pellejos… Manuel, vamos a prender la candela… A un lado de la casa, en el patio, con leños secos, hicieron un promontorio piramidal. Que de inmediato estaba ardiendo en llama viva. A la par el Negro Zapata mostró unos vistosos cortes enteros de carne de res… —Me quedaron estas piezas de una novilla que matamos ayer en la finca de Ángel. Ayudado por Manuel y el mismo Amado, cubrieron totalmente, con abundante sal gruesa todas las piezas de carne, hasta hacer una costra de sal… unos 50 kilos en total. Y las insertaron a lo largo de unas varas, confeccionadas de un arbusto llamado Quemadera. Una vez consumidos, a medias, los leños, que emitían un calor intenso, colocaron las varas con la carne, a fin se fueran asando, a distancia, con el caluroso vapor. En un santiamén, el Negro Zapata, Amado Lovera y Manuel Nadiel habían montado una fiesta llanera en El Baúl. No tardó el Negro en entonar unos joropos y pasajes con el cuatro. Y Manuel alzo su voz, para dejar escuchar sus canciones… Viéndose envuelto en la acostumbrada celebración, Amado hizo un aparte, y le comento al Negro: -169-
—Esto está muy bueno… Voy a la casa a saludar a mi gente. Y a instalar a Arquímedes y a Dayana… antes que se haga más tarde… y regresamos cuanto antes… La casa materna de Amado reflejaba calor humano, sencillez y su cercanía al Río la enmarcaban en un cuadro de naturaleza viva…Un espectacular corredor lo coronaba hacia el patio, varios juegos de maracas colgadas en la pared, un cuatro y una vieja arpa adornaban la estancia. Dándole un toque a caney llanero… le emocionó a Dayana una campechana colgada en el amplio corredor. Realmente tenía una confección exclusiva, cortes perfectos, hecha con cuidado, con un acabado de primera. Esta hamaca campechana, estaba curtida, como acostumbrada a darle cariño a su huésped. Estaba hecha con amor y regalaba afecto al usarla… les dijo Amado: —Esa es matrimonial. En esa campechana pueden dormir los dos. —Y esa Arpa es legendaria, la conservo como una reliquia. Con ella aprendí a tocar… es la fundadora. De regreso con el Negro Zapata, ya la fiesta estaba prendida. Arpa, cuatro y maracas. Los copleros locales desfilaban en homenaje sincero al amigo y viejo arpista. Ya entrada la noche el mismo Amado acompañó a Manuel Nadiel con su trova, quien aprovechó la oportunidad y cantó varias piezas nuevas, próximas a grabar en su nuevo disco. En son de juego, irónicamente fraseó: —En El Baúl, todo el mundo ama a Amado. -170-
30. Hombre y paisaje
Comían semillas tostadas de ahuyama, con mucho ají picante. Tubérculos y verduras provenientes del laboreo de la tierra. Ñame, yuca, ocumo, plátano, cambur, ajo, cebolla, cebollín, tomates. Gallinas, cerdos y animales de cacería formaban parte de su dieta alimenticia. Los prodigiosos granos, cultivados por ellos mismos. Caraotas, quinchoncho, frijol, tapiramas. Y el preciado maíz, que se constituía como el pan diario. Todo lo concerniente a los trabajos de la tierra, para el sustento, se realizaba de una manera natural y orgánica. El hombre compenetrado con su terruño, plantas y animales. En un equilibrio y armonía total. Los cultivos y cría eran cuidados y atendidos directamente. Planta por planta. Animal por animal… El café tenía un sitial especial y preponderante. No solo era el elixir divino que se tomaba todos los días, para iniciar las actividades de cada cristiano, sino que era el cultivo que mantenía la economía y sustentaba el progreso familiar y colectivo de ese paraíso terrenal de «Las Guafas», al pie del Cerro Azul de la Cordillera Central de Venezuela. Tanto, que servía de pago para los Jornaleros y como trueque en muchas actividades de negocio en la región. Esta relación única del hombre con su entorno natural, para vivir, permitía mantener, una exclusiva estabilidad y equilibrio del medio ambiente. [171]
·30 relatos y una despedida·
Manteniendo un ecosistema en equilibrio y con una renovación limpia y duradera en el tiempo. La geografía marca al hombre. Y ellos eran uno con la cordillera. Vivían con respeto y en paz con su entorno… y su clima. Así, eran personas que vivían y tenían lo que necesitaban para ser felices… «Es mejor serlo, que parecerlo», principio de vida ético y de proceder. Que los enmarcaba en una relación franca y sincera con el prójimo, pero con respeto y consideración a la tierra y sus frutos, a los animales y a la montaña… Las limitaciones y privaciones lo manejaban con el principio educativo familiar, «Es mejor que haga daño y no que se pierda», para la optimización y uso de los recursos que le brindaba la cordillera y que ellos procuraban y convertían en generosidad, abundancia y riqueza. Vivían en comunión de hombre y paisaje. En los años 80, Agustín Merchán, comenzaba a laborar en la Malariología, ente rector para el control y erradicación de las enfermedades tropicales que afectaban al Estado Cojedes. El Mal de Chagas, era uno de los flagelos de mayor presencia, que originaba la muerte de personas aparentemente sanas. Les llamaban los chiperos. Puesto que, el objetivo principal era realizar una programada fumigación periódica, para controlar el Chipo, insecto responsable de la transmisión de la enfermedad. Así, todos los años realizaban este periplo, transportados en cuadrillas —por la camioneta tipo Hembrita Toyota—por todos los -172-
caseríos y poblados de la Zona Norte del Estado y por mulas donde solo había caminos. Más del 60% de la población estaba infectada. Y muchos con síntomas crónicos… Impresionantemente, la generación de hombres y mujeres de las familias Silva Pinto Ochoa y Merchán que se formaron y vivieron desde principios del Siglo XX al pie de Cerro Azul, no sufrieron nunca este terrible mal. José Antonio, Luis Miguel, Antonio María, El Mocho Alfredo, Victoria, el mismo Melquíades, Ovidio, Zenón, Nina… fueron longevos. El propio Amílcar, hijo mayor de Melquíades, que vivió bajo estos principios y costumbres de vida, no padeció la infección. Inmunizados y fortalecidos contra este y otros males. Por la forma sosegada y tranquila de vida. En una relación profundamente espiritual entre su religión, plantas, animales, casa… que les permitió ser bienaventurados… Fabricaban sus sombreros, con los cogollos tiernos de la Caña Brava. Elaboraban el jabón, para lavar y asearse, de la grasa del ganado. Tenían madera en abundancia para construir sus casas y muebles. Las ramas de la palma moriche se constituían en una cubierta de techo perfecta. Mantenían y mejoraban los caminos… Melquíades ensilló la Yegua, alistó los perros, machete y escopeta… muy temprano en la mañana. Con la idea de adentrarse en la montaña. Iba al Bosque de los Araguatos… Cuando entró a la cocina, a beber café, vestido y listo para partir, Misia María del Carmen, lo increpó: -173-
—para dónde vas hijo. Y tan temprano… —Voy al bosque a cazar un araguato… —Pero Melquíades, tu estas enfermo… —Precisamente madre. Se trata de conseguir la cura para este mal… Resulta que Melquíades se había contagiado de la temible tuberculosis. Que había diezmado, una gran cantidad de la población, en toda la región. Y Melquíades tenía la certeza que bebiendo la sangre de este animal y cubriéndose la espalda con su cuero, conseguiría la sanación… Y así fue. Extrañamente, a los días de haber realizado el curioso tratamiento con la sangre y el cuero del animal, comenzó a sentir una franca mejoría y sanó completamente. Jamás reveló como había adquirido el conocimiento y procedimiento para curarse. Solo mencionaba someramente, cómo se había sanado de la tuberculosis. Con la certeza de que sería eterno… Así, lo comentaría a su sobrina Bertha, rondando los 80 años: —No voy a morir jamás. Voy a ser eterno. Y pues, un cristiano que deje este mundo a la edad de 95 años. Después de vivir plenamente y como Dios manda, se ajusta a este principio de eternidad. Nunca mueren. Su memoria y testimonios quedan con nosotros. Las ganas de vivir de Melquíades eran sobrehumanas e impresionantes, poco antes de dejarnos, se le veía haciendo negocios, vendiendo café y aguacates en los mercados de los caminitos y el Chino Cantón [174]
·Javier Arquímedes Merchán·
de San Carlos… su espíritu y ánimo eran inagotables. Lleno de amor y querencia por la vida y sus semejantes. A esa edad, todavía aceptaba los desafíos para Jugar Punta, de sus amigos y conocidos comerciantes… apenas se le había cansado el corazón físico, no bombeaba el torrente sanguíneo que necesitaba la vitalidad del coronel cholas negras, aun cuando le fue colocado un marcapaso… Dios lo reclamó para probarlo en las contiendas celestiales.
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Despedida Se me va el amor. Lo retengo preso conmigo. Supera el Sahara y retorna. Lo conservo conmigo. Se desvanece en la laguna encantada. Con la niebla me confundo. Pierdo el camino y sigo. Pierdo el camino. El Sahara me lo devuelve. No lo reconozco. Perdido estoy. Mi caballo regresa solo. Encantado estoy…
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Índice 30 relatos y una despedida 1. Don Rafael Silva, 9 · 2. La Laguna Encantada, 13 · 3. Eclipse, 17 · 4. Carmen Rosalía…luto, 21 · 5. Rodrigo. Los señores del café, 27 · 6 .María Gracia, 33 · 7. El Águila Negra, 39 · 8. Sin cabeza…, 47 · 9. Comadronas, 51 · 10. Mamavieja. La abuela Juana, 59 · 11. El tío Luis…La Concepción, 65 · 12. Gallina a la sierpe, 69 · 13. Zenón, 73 14. El entierro, 79 · 15. Melquíades… sanador, 85 · 16. Caminando hacia el paraíso, 89 · 17. Sorte, 95 · 18. Mi vida apenas comienza, 105 · 19. Los compadres…Don Ignacio Ochoa, 107 · 20. El prefecto, 113 · 21. José Antonio… tabaco para mascar, 119 · 22. En poca agua, 123 · 23. Bertha, 131 · 24. Riñones y parranda en el barrio, 137 · 25. Justicia divina, 143 · 26. Amores de estudiantes, 147 · 27. La fiebre del oro..., 153 · 28. El muerto…uno más de la familia, 159 · 29. El arpa legendaria, 163 · 30. Hombre y paisaje, 171 · Despedida, 176.
30 relatos y una despedida, cuyo autor es Javier Arquímedes Merchán se terminó de digitalizar durante el mes de abril de 2022. Labrado con la ayuda de Dios, en su alzadura se emplearon Sabon LT Std de 9 a 11 puntos.