Llamada de Medianoche | Abril 2021

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34 Actualidades EN LA CRUZ

DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿por qué me has desamparado?

La cuarta frase del Señor en la cruz Desde la sexta hora a la novena, reinó la oscuridad sobre la Tierra. El grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, provino de en medio de las tinieblas, de modo que no sabemos todo lo que sucedió en la cruz ni somos capaces de comprender la profundidad del momento. Qué bueno sería que esto contribuya a que los hijos de Dios comprendan su responsabilidad frente a su Salvador y Señor. ¿Cuánto amor deberíamos mostrar a Aquel que nos salvó de la ira de Dios?

La cruz del Gólgota revela toda la verdad acerca de la santidad de Dios y lo terrible del pecado. No existe ninguna posibilidad de que un pecador por sí mismo pueda acercarse a Dios. En Isaías 6:3, 5 leemos: “Y el uno al otro daba voces, diciendo: ¡Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria! […]. Entonces dije: ¡ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos”. Por otra parte, 1 Timoteo 6:16 dice: “El único que tiene in-

mortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén”. El pecado ya ocasionó mucho mal y cada vez genera más daño. Dios jamás lo acepta. En pleno siglo XXI, sigue siendo el pecado la principal razón de la crisis: familias desesperadas, matrimonios rotos, hijos que sufren y cargan con todas las consecuencias, interminables lágrimas y mucho sufrimiento –todo por causa del pecado–. Donde reina el pecado o se peca, Dios no está presente: Dios y el pecado no se mezclan: “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Is. 59:1-2). No justifiquemos el pecado llamándolo debilidad o diciendo “todo el mundo se equivoca”: el pecado es pecado, la mentira es mentira. Dios perdona, pero Su perdón tiene un precio. La siguiente ilustración clarifica este concepto: Una joven fue arrestada por exceso de velocidad, por lo que tuvo que comparecer ante el juez. El magistrado leyó la acusación ante el tribunal y determinó el fallo: 500 dólares de multa o diez días de cárcel. La joven no tenía el dinero para pagar la pena y se había paralizado ante la posibilidad de pasar diez días presa. Sin embargo, para sorpresa de todos, algo admirable sucedió. El juez se puso de pie, se quitó su toga y caminó hacia la joven. Sacó su billetera, retiró quinientos dólares y pagó su multa. De este modo, la muchacha quedó libre. La explicación de por qué el magistrado actuó de este modo fue: ¡el juez también era el padre de la joven! Él amaba a su hija, pero al mismo tiempo, era un buen juez que no podía tan solo ignorar las exi-


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