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1r d’ESO “La perfección nos mata” Núria Figueras i Matavacas _1r d’ESO “Los sesenta y tres crímenes

108 “La perfección nos mata” Núria Figueras i Matavacas / 1r d’ESO LLENGUA CASTELLANA_1r PREMI

Eric, sí, es nuestro protagonista. Nació el 17 de julio de 1989 y justo el día en que ocurrió esta historia cumplió sus treinta y dos años. ¿Qué sabemos de él? Poca cosa, ya que era un hombre reservado y trabajaba como cirujano en el Hospital General de Madrid. No parece mucha información, pero esto que sabemos es muy importante.

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Si retrocedemos veinte años, podemos ver que nuestro protagonista tiene doce años y vive con su familia, su madre y su padre, en Madrid ciudad. Sabemos que el padre es mayor que la madre pero no se conoce cuantos años. Su padre, desde que él nació, ha estado encerrado en casa, día y noche, y su madre solo podía salir de casa cuando el padre le permitía hacerlo. Eric sabía que para su duodécimo cumpleaños, su madre le había preparado una gran sorpresa. A las once de la noche de aquel mismo día, su madre lo levantó de la cama y, sin decirle nada, se fueron caminando silenciosamente hasta la puerta, pero justo allí estaba su padre. El padre, deduciendo las intenciones de su mujer, la cogió y de un golpe de cuchillo cayó muerta a sus pies.

Y esa misma noche, Eric se quedó sin madre y también sin padre, ya que éste escapó. Hasta que no tuvo quince años, Eric no entendió que su madre se quería ir de casa porque su padre era un abusador. Y desde ese día a Eric le importó mucho su imagen ya que todos, durante un tiempo, lo conocieron como “el hijo del abusador” y, por si eso no fuera poco, siempre llevaba un cuchillo encima, por si acaso...

El día que cumplía treinta y dos años, Eric se levantó para ir al trabajo. Como cada día, se vistió con unos pantalones azules, una camisa blanca y unas bambas Adidas rojas. Se preparó el desayuno: unos cereales con leche y se peinó como lo hacía siempre. Se podría decir que Eric era una persona muy organizada y maniática a la vez porque si no lo

tenía todo bien colocado no se podía ir de casa. Al terminar, se preparó la mochila. En ella guardó su agenda donde lo tenía todo apuntado, absolutamente todo, hasta la hora que tenía que ir al baño y ducharse. Se puso una muda de recambio igual a la que llevaba ese día, un peine, su bata de cirujano y el chuchillo… éste siempre lo guardaba dentro de un neceser azul, envuelto en papel de burbujas, para que no se notara nada.

Se puso la mochila y a las ocho cincuenta y nueve salió de su casa, ni más tarde ni más temprano. Eric nunca pasaba por la calle principal, siempre andaba por calles mucho más pequeñas, donde nunca pasaba nadie. Se podría decir que Eric tenía pánico a la gente, porque la cosa que más miedo le daba era que pensaran mal de él, y en vez de afrontar su miedo, lo intentaba evitar.

A las nueve y cuarto llegó al Hospital, siempre llegaba quince minutos antes de la hora de entrar a trabajar. Se puso unos guantes de plástico azules y un gorro de médico. Los del Hospital no le obligaban a utilizar ni gorro ni guantes hasta no llegar al quirófano, donde sí que era obligatorio. No hizo muchos pasos más que ya se encontró con su jefe, un hombre bajito, delgado y con muy mal genio. El jefe y Eric no tenían muy buena relación, de hecho, el jefe Marcos le quería despedir, pero como Eric era tan buen cirujano, no lo hacía. Marcos le informó que tenía que operar a un señor de setenta y cinco años, el cual tenía una vena del corazón obstruida. Eric, como ya había tratado mucho con pacientes que tenían dolencias parecidas, ya sabía qué hacer. Cuando Eric ya se iba, Marcos le paró y le dijo que como hacía tan bien su trabajo, había venido un chico llamado Diego Rodríguez, el cual lo estaría observando mientras hacía la operación y que también le podría ayudar. Diego era un muchacho muy muy tímido, estaba estudiando medicina y ya le faltaba poco para terminar la universidad, solo le quedaban las prácticas en un hospital.

Eric se dirigió al quirófano, donde se encontró a Diego que le indicó que se tenía que poner una bata, unos guantes y un gorro. Diego se los puso de inmediato. Al entrar al quirófano, se tuvieron que esperar a que llegara el paciente, y durante unos minutos hubo un silencio incómodo, hasta que Diego le preguntó como se llamaba y qué tipo de

110 operación iban a practicar. Eric le respondió, con la voz temblorosa, porque como ya sabemos que era una persona muy poco sociable y, después de lo que vivió con su familia, le costaba mucho coger confianza con la gente y nunca hablaba con nadie.

Al poco rato, llegó la enfermera con el paciente sedado. La enfermera saludó con un toque de cabeza y Eric indicó a Diego que se colocara la mascarilla. Enseguida se pusieron manos a la obra: Diego iba haciendo todo lo que Eric le pedía. Unos momentos más tarde, llegó la parte más importante de la operación: Eric levantó un momento su cabeza y de repente recordó que su padre se llamaba Diego. En ese instante todo se desmoronó y hasta Diego notó que algo pasaba, pero no dijo nada, se quedó callado mirando a Eric. Éste, como no quería quedar mal, para no dañar su imagen de buen cirujano, siguió como si nada pasara, pero algo sí pasaba: le empezó a temblar la mano y no se podía sacar de la mente a su madre en el suelo muerta. Pero como Eric ya tenía experiencia operando, se tranquilizó y siguió. Luego gritó ¡Bisturí! y, al instante, ya tenía el bisturí en la mano. Unos segundos después, penetró el bisturí en la vena y cogió luego una malla muy pequeña para poder ensancharla. Pero eso no ocurrió así… Justo cuando le pidió la malla a Diego, le volvió a venir la imagen de su familia y otra vez le empezó a temblar el pulso, pero mucho más rápido y, en un segundo, en el monitor empezó a disminuir la altura de las constantes vitales, hasta quedar en una línea horizontal. Eric, al verlo, se estresó tanto que se sentó al suelo y no paraba de decir ¡He matado a un paciente, me van a despedir! Diego, con una voz muy floja, dijo: ¿Quieres que llame a las enfermeras? ¡No! -contestó Eric-. ¡Ni se te ocurra!, ¡Y como le digas a alguien lo que ha pasado, te vas a enterar! ¿Y qué quieres que diga? -contestó el aprendiz-. Diremos que, justo al acabar la operación, le vino un ataque al corazón e intentamos reanimarlo con el desfibrilador y no despertó… -respondió él- Ni se te ocurra decir esto a alguien… Eric, al terminar la operación, se fue a casa e intentó dormir, pero no podía sacarse de la cabeza que había matado a una persona y que alguien lo sabía. Todo el respeto que había ganado no serviría de nada, no quería volver a ser el centro de atención.

Mientras Eric estaba en casa, Diego estaba en el Hospital, e hizo todo lo que Eric le dijo y al irse a su casa no volvería nunca más allí. Pero no todo fue tan sencillo, justo cuando le faltaban cinco metros para llegar a la puerta, Marcos lo llamó. En ese momento el corazón de Diego empezó a acelerarse: no quería contar nada. Se dio la vuelta, su jefe le llevó a su despacho donde le preguntó lo que había pasado. Diego levantó los hombros como diciendo que no sabía nada y su jefe continuó insistiendo: ¿Estás seguro?, tú estabas allí y piensa que si nos mientes lo pondremos en tu informe. Diego, al escuchar eso, se alarmó. Estuvo pensando unos momentos hasta que dijo: No se lo digas a Eric que te lo he dicho, pero justo cuando tenía que poner la malla empezó a temblar, y al ver lo que había hecho, no hizo nada más que empezar a repetir una frase una y otra vez. Fue muy raro, de hecho no lo entendí. Al escuchar esas palabras, Marcos volvió a preguntar: ¿Por qué temblaba? Diego volvió a levantar los hombros, y luego Marcos le dijo que ya se podía ir. Diego no podía parar de pensar qué pasaría si Eric sabía que se lo había dicho al jefe.

La mañana siguiente, Eric se preparó como cada día y se fue al trabajo. Al llegar, su jefe estaba en la puerta. En ese momento Eric se imaginaba lo que podría pasar, así que pasó de largo pero… ¡Eric! Era Marcos y, justo cuando vio que giraba la cabeza, dijo: ¡A mi despacho, ya! Eric empezó a subir las escaleras y, justo en la segunda planta, se paró y entró en una sala. Se tuvo que esperar unos minutos, pero en menos de diez ya había llegado su jefe. Eric tragó saliva y su jefe dijo: Me he enterado de lo que pasó ayer, Diego me lo contó, ¿me puedes decir por qué no llamaste a las enfermeras o hiciste algo para impedir la muerte del paciente? Eric se quedó en shock y la rabia lo dominó por completo, luego dijo: ¿Sabes donde está Diego?, creo que él también tendría que estar aquí… Marcos dijo que estaba en la sala ciento veintinueve. Eric se fue ha buscar a Diego, y en unos minutos ya estaban los dos sentados en el despacho de Marcos. Pero Eric no solo fue a buscar a Diego, sino también a su mochila. Seguidamente Eric sacó su neceser azul y empezó a desenvolver muy lentamente lo que tenía allí escondido. Eric, ¿se puede saber qué haces?... ¡Eric! -gritaba el jefe. Cuando ya tenía el cuchillo desenvuelto gritó: ¡Los dos, sentaos al suelo y ni se os ocurra decir algo! Marcos y Diego le hicieron caso. Tú, Marcos, serás el primero: eres vil y cruel y no te atreves a despedirme porque

112 soy un buen cirujano, si no ya lo habrías hecho hace tiempo. Por eso y por mucho más, te mereces la peor y la dolorosa muerte… -dijo él- Y en nada ya tenía un cuchillo clavado en el corazón. Diego se quedó paralizado y solo dijo: ¡Por favor, ten piedad! Eric se lo quedó mirando y dijo: Tú tampoco has hecho cosas muy malas, pero sabes mi secreto, y por tanto tendré que hacerlo… y además te dije que no lo hicieras y lo hiciste igual. ¿Qué he hecho? -preguntó Diego con miedo. Pues contar a Marcos que había matado a ese paciente... Eric pensó que matar a Diego con un cuchillo no sería la idea más adecuada y finalmente decidió taparle la boca con la mano para que no pudiera respirar. En unos minutos ya había matado a sus dos “enemigos”, así que se fue del hospital, para no volver.

Cuando llegó a su casa, dejó la mochila en el suelo y empezó a lavar el cuchillo. Al ver toda la sangre en la pica le dio un ataque de ansiedad y se fue corriendo al baño. Allí se vio reflejado en el espejo. Se quedó mirando durante unos minutos y se dio cuenta de que se parecía a su padre, tanto de aspecto como mentalmente. Se volvió a mirar y vio a su padre… No podía soportar ver eso, así que no tenía otra que volver a utilizar el cuchillo.

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