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Parque del Retiro” Aniol Colomer i Roma
246 “Retórica y libertad en el Parque del Retiro” Aniol Colomer i Roma / 2n de Batxillerat
LLENGUA CASTELLANA_TEATRE_1r PREMI
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El Parque del Retiro, las nueve de la mañana, martes. Un hombre que empieza a dejar atrás la mediana edad, Ricardo Bonilla, está sentado en un banco delante del estanque. Lleva puesto un sombrero negro con una cinta grisácea alrededor de la copa. Viste una camisa blanca, una americana negra de terciopelo y unos pantalones de ese mismo color. A esa hora reina un silencio casi total en el parque, interrumpido solamente por el cantar de los pájaros, el sonido de las fuentes y las caricias de la brisa en las ramas de los árboles. Ricardo saca del bolsillo de su americana una hoja de papel meticulosamente doblada, la despliega y empieza a leerla con voz suficientemente suave para no ser escuchado, pero sí para escucharse a sí mismo.
RICARDO: “Retruena el tambor; la turba avanza terrible el rostro y la mirada fiera; flota, teñida en sangre, la bandera; silba el ronco fusil; cruje la lanza…” (Los Rojos, Manuel Reina) De repente, la paz se estropea cuando irrumpe un joven a gritos que habla por teléfono mientras, desviando su mirada hacia el estanque, se detiene de espaldas justo delante de Ricardo Bonilla sin siquiera percatarse de su presencia y obligándolo a detener su lectura.
MARTÍN: ¡Fui el único que confió en ti antes de empezar con todo esto! ¡Llevábamos tres años trabajando juntos! ¡Me podrás echar pero no vas a cambiarme, soy un alma libre, que lo se… El joven corta en seco su lamento justo al darse cuenta de que ya lo han colgado. Aparta el móvil de su oreja y lo mira por unos segundos a la vez que niega con la cabeza, lo guarda en su bolsillo y se da la vuelta. En ese instante, Ricardo, que ya llevaba un rato esperando ser
descubierto, apunta con la más desafiante de las miradas a los ojos del joven. Este descubre a Ricardo Bonilla a la vez que se da cuenta de que había interrumpido algo. Abatido por la noticia que le acaban de dar, no le da más vueltas, se sienta a su lado y lanza un suspiro.
MARTÍN: Menudo día llevo. Me he levantado con trabajo y me iré a dormir desempleado. Aún no me lo creo. El que me ha echado era mi amigo, nos conocíamos desde la escuela, ¿sabe? Bonilla no responde, dobla el papel y se lo guarda otra vez en el bolsillo. Vuelve a mirar fijamente al joven. MARTÍN: ¿Está escuchando lo que le digo o sencillamente no le importa? RICARDO: Con que un alma libre… MARTÍN: ¿Se lo he dicho al hombre con quien hablaba? Ni me había enterado. Veo que al final tendré que convertirlo en mi lema —dice, mientras dibuja una tímida sonrisa—.
RICARDO: Debes repetirlo mucho, entonces. MARTÍN: Exactamente, me define. Está usted hablando con un hombre libre.
RICARDO: Y tan libre que ahora te has quedado sin trabajo. Fíjate tú qué curiosidad, dos jubilados juntos; uno con sesenta y ocho y el otro con apenas treinta.
MARTÍN: No haga broma. Lo digo muy en serio. RICARDO: La libertad es un ideal inalcanzable. E incluso inexistente, diría yo.
MARTÍN: La libertad es nuestro derecho fundamental.
RICARDO: Un lujo sobrevalorado.
MARTÍN: ¿Un lujo? ¿Trata usted de lujo a lo que debiera ser inherente a nuestra especie? La libertad es algo que se nos tiene que dar sí o sí. RICARDO: ¿Dar? Un derecho ni se da ni se quita, en todo caso se garantiza. Esta es la prueba de que no sabes ni lo que defiendes. Además, lo que sí nos es inherente es la capacidad de relacionarnos, el hecho de generar dinámicas de dependencia, de estrechar lazos y de establecer jerarquías; no ir de abanderados de algo que ni sabemos lo que verdaderamente es.
MARTÍN: No se cómo aún hay quien puede pensar así. Cómo se nota que es de otra época…
Ricardo se ríe.
RICARDO: ¿Dices que soy de otra época? ¿Se trata de otro argumento o me lo tomo como un indicio de tu frustración? MARTÍN: No estoy para nada frustrado. Tengo la razón y con que yo me crea lo que digo ya me basta.
RICARDO: Que poca ambición, entonces. MARTÍN: De esto no me falta.
RICARDO: Vas servido de todo, no te falta de nada. Sin embargo, y no es por hurgar en la herida, te has quedado sin trabajo. ¿No crees que aquí falla algo? MARTÍN: Tampoco me lo recuerde demasiado, ¿le parece? RICARDO: Ningún problema, no hablemos más del tema. Se produce un silencio incómodo. Ricardo, que al enredarse en el debate sobre la libertad se ha evadido de la realidad, recuerda que está allí para leer su hoja de papel antes de que el joven le interrumpa su lectura.
RICARDO: A todo esto, ¿no has visto que yo estaba haciendo mis cosas tranquilamente? MARTÍN: Veo que debatir sobre tan exquisito tema le ha desconcertado totalmente —afirma, burlón—.
RICARDO: No hablo en broma. MARTÍN: ¿Está enfadado porque ve que ha perdido? RICARDO: ¿Yo? ¿Perder? Tú y tus argumentos no convenceríais a nadie que fuera mínimamente sensato. Además, yo no te conozco de nada.
MARTÍN: ¿Asustado, tal vez? RICARDO: Jamás. MARTÍN: ¿Entonces?
RICARDO: ¿No sé ni quién eres y pretendes que me ponga a debatir contigo? MARTÍN: Si quiere me presento… RICARDO: Sería un buen comienzo, probablemente. El joven ve que Ricardo parece relajar su tono y que empieza a mostrarse más predispuesto a hablar con él. Excitado, coge aire.
MARTÍN: Mire, me llamo Martín, Martín Alcácer. Tengo veintiséis años, aunque le parezca raro es la primera vez que piso este parque, porque no soy de Madrid, soy de Valencia. Me he quedado sin trabajo hoy mismo y es usted el primero en saberlo. De hecho, no se lo he dicho ni a mi madre, supongo que tendré que llamarla. Por cierto, ahora que hablo de mi madre, hoy ella iba a…
250 RICARDO: Veo que te gusta mucho hablar —afirma, interrumpiendo a Martín—. Te había dicho que si querías podías decirme quién eras, no que me leyeras tu biografía.
MARTÍN: Tiene usted razón —dice, recuperando la sonrisa que había perdido unos instantes atrás— me lo dicen mucho.
RICARDO: ¿Y de qué trabajabas? Si me permites la indiscreción, claro. MARTÍN: Estudié ingeniería informática en Valencia, de donde soy, por cierto, que no sé si se lo he dicho. Después me mudé aquí a Madrid donde abrí una empresa con mi amigo, al que no sé si debería seguir llamándole así, ahora que lo pienso, pero bueno, eso es otro tema. Las cosas nos iban muy bien desde que abrimos y, hace cosa de un mes, yo decidí proponerle un plan de ampliación que sobre el papel prometía mucho, pero que se atas…
RICARDO: Ya me está empezando a cansar tu circunloquio constante, demasiada subordinación.
MARTÍN: Nada de subordinación, ya le he dicho que soy un alma libre. RICARDO: Le hablaba de lingüística, pero da igual. Cuéntame al menos como acaba tu historia.
MARTÍN: Pues que mi plan se atascó por problemas con la constructora. ¿El resultado? La culpa: mía; la solución: echarme. RICARDO: Pues pocas cosas no te han pasado, la verdad. MARTÍN: Y que lo diga, pero pocas han sido buenas como ha visto usted. En fin, ya le he pedido no hablar más de este tema. Corramos un tupido velo.
RICARDO: No me hables de Cupido. MARTÍN: Tupido, digo.
RICARDO: ¡Uy! Perdona, olvida lo que he dicho. Me falla un poco el oído —dice, señalándose la oreja derecha—
MARTÍN: Si quiere me lo puede explicar, puestos a compartir confesiones…
RICARDO: ¿Explicar el qué? MARTÍN: Usted sabrá, pero ha sido parecerle oír la palabra “Cupido” que se le han iluminado los ojos.
RICARDO: No hay nada que explicar. Además, ¿no hablabas tanto de la importancia de ser libre? MARTÍN: Usted lo ha dicho, de ser libre. Ahora le pedía una confesión.
RICARDO: Entonces deberías saber que, como dijo Calixto, a quien dices tu secreto, das tu libertad.
MARTÍN: ¿Calixto? Supongo que vuelve a tratarse de lingüística… RICARDO: Más bien de literatura. MARTÍN: No entiendo nada, solo que siem… RICARDO: Deberías entenderlo, pues —dice, interrumpiendo bruscamente a Martín—
MARTÍN: ¿Perdone?
RICARDO: Nada, nada. Continúa. MARTÍN: Simplemente le decía que siempre terminamos en el mismo tema, independientemente de lo que fuera que estuviésemos hablando.
RICARDO: Esto es una muestra más de la universalidad del concepto de libertad.
252 MARTÍN: Sin duda. Veo que coincidimos en algo. RICARDO: En poco. Y ahora lo verás. Déjame invitarte a hacer un ejercicio mental. Responde a esta pregunta: ¿Te sientes encerrado de algún modo? MARTÍN: Pues claro que no, de hecho este parque me está empezando a gustar de verdad. Aquí me siento verdaderamente… ¡libre!
RICARDO: Verás que no es así. MARTÍN: No creo que pueda hacerme cambiar de opinión. RICARDO: Haz una cosa. Levántate un momento y trata de mirar alrededor tuyo. ¿Ves alguna valla que cierre el parque? ¿Algún elemento que obstruya la presencia de tu derecho fundamental? —Dice con tono ligeramente burlesco, imitando la compleja forma de hablar del joven—.
MARTÍN: Pues, tampoco. RICARDO: Sin embargo, sabes tan bien como yo que si nos quedásemos aquí hasta la hora de cerrar el parque, un vallado que no vemos nos encerraría impidiendo entonces cualquier posibilidad de salir.
MARTÍN: Sí, pero no veo a dónde quieres llegar… RICARDO: Aun así, el hecho de que te rodee un vallado no te genera un sentimiento excesivo de ahogo, ¿verdad? MARTÍN: La verdad es que no, no me siento ahogado, no. RICARDO: ¡Ahora nos entendemos! Con esto, lo que quiero decirte es que no siempre es necesario ver un límite para saber que estás encerrado, pero este sí que se necesita a la hora de conseguir cierto orden. Ahora te hago la pregunta otra vez: ¿te sientes encerrado? MARTÍN: A lo mejor, visto de este modo, tiene usted razón.
RICARDO: Quiero escuchar un no… MARTÍN: ¿No tiene suficiente con ver que finalmente me ha convencido?
RICARDO: Quiero escuchar un no… MARTÍN: Está bien, está bien. ¡No! No me siento encerrado. RICARDO: ¡Eso quería oír! Ricardo sonríe con motivo de su victoria dialéctica mientras Martín intenta todavía hacerse a la idea de lo que le acaban de decir.
MARTÍN: Debe estar usted orgulloso. Creo que es la primera vez que asumo ante alguien que no tengo la razón. No se lo diga a nadie, ¿me hace el favor?
Ricardo, eufórico por su victoria, ignora la súplica de Martín y se dispone a completar su humillación.
RICARDO: Mira, no te lo quería decir hasta convencerte, pero, ¿quieres saber lo que leía cuando has llegado? Puestos a hablar de libertad… MARTÍN: Adelante, adelante —se rinde Martín, cada vez más humillado al comprobar que Ricardo no había dicho su última palabra—. Con el sermón que me acaba de dar sobre libertad, no espero menos de un texto sobre esta temática que le haya llamado la atención…
RICARDO: Escucha bien, entonces. Las dos últimas estrofas del poema que leía podrían encajar perfectamente con la que, a mi parecer, debería ser la definición de libertad. Sobran las palabras y los matices cuando lo que se escribe es tan claro: “Viva la libertad! La turba grita, cuando, furiosa, al mar se precipita y todo cuanto ve quema y destruye…
254 Oh libertad! Oh libertad sagrada! Maldita sea la hueste degradada que tu precioso nombre prostituye.”
(Los Rojos, Manuel Reina)
MARTÍN: ¿Me permite la réplica? RICARDO: ¡Faltaría más! —exclama— MARTÍN:
“La libertad como un antiguo espejo roto en la luz, se multiplica más, y cada vez que un trozo da un reflejo el tiempo nuevo le repite al viejo: ni un paso atrás.”
(Ni un paso atrás, Pedro Mir)
RICARDO: No vas a poder ganarme, ¿lo sabes, verdad? MARTIN: No me diga que… RICARDO:
“Magnífica es la riqueza; la libertad, admirable; la salud, mucho mejor; y mejor que esta, mi madre.”
(Cantar, Manuel Reina)
Ricardo se levanta del banco y se acerca a la barandilla del estanque. Mira fijamente el Palacio de Cristal con el rostro indescifrable. Dobla lenta, muy lentamente su cuartilla y esboza una sonrisa con la satisfacción de quien se siente vencedor, antes de guardarla definitivamente en su bolsillo.