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2n de Batxillerat “El patio de los cerezos” Abril Mas i Baurier

236 “El patio de los cerezos” Abril Mas i Baurier / 2n de Batxillerat

LLENGUA CASTELLANA_PROSA_2n PREMI

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Asuka había muerto hacía unas horas, a la princesa Kimiko se le comunicó de inmediato. La habían encontrado por la mañana sentada frente la puerta de la sala del biombo azul. Kimiko ahora necesitaría a otra criada, así que avisó a Naoki, el jefe de los guardias, para que le encontrara alguien tan fiel como Asuka había sido. Fue esa misma tarde que llegó a las puertas del palacio Suzume una bella y joven aprendiz en el taller de sombreros cercano al palacio.

Suzume nunca había observado el palacio pasadas sus murallas, y de hecho aún podía acordarse del primer día que lo vio. Ella llegaba por primera vez a la ciudad y, a lo lejos, observaba como en medio de un mar de tejados se elevaba la estructura más alta y hermosa que jamás había contemplado. Una sucesión de tejados con acabados puntiagudos estilizaban la geometría del palacio pareciéndose a pétalos de cerezo que, planeando con delicadeza uno sobre otro, delimitaban las paredes que conformaban el cuerpo del edificio. Desde cerca, ya cruzadas sus murallas, pareciole aún más impresionante, observaba el gran trabajo en la estilizada madera y el detallismo en los acabamientos de los tejados. Fue en ese instante de observación en el que Kiyoko, una criada de mayor edad, se le acercó. El carácter con el que la recibió cortó fríamente el momento de admiración al edificio. Juntas entraron en el palacio. Paseó junto a Kiyoko por las distintas estancias del palacio, al mismo tiempo que sus oídos recibían apáticas palabras relatando el comportamiento apropiado de una criada. Sus ojos se desviaban a los muebles y a la bella armonía de los espacios. Visitaron la mismísima habitación de la princesa y la sala del sol. Ambas estancias estaban delimitadas por paredes con hermosas escenas naturales, y cubiertas por un techo

precioso y sencillo de finas vigas y planchas de madera de ciprés. Saltar de sala en sala era desorientador, y Kiyoko finalmente optó por enseñarle el punto de unión de todos los espacios. Al abrirse la puerta de salida de la sala de la luna, donde ellas se encontraban, empezó a entrever pétalos rosados suspendidos en el aire. Cerezos, pensó. Salieron a un porche cubierto por vigas y tablones de madera de cedro. Rodeado por la estructura se encontraba un patio donde ondulaban las rosadas copas de los árboles latiendo al ritmo del viento. A cada suspiro, se volvían a levantar en el aire los pétalos de las flores de cerezo, en una bellísima danza con el viento. Suzume se olvidó del tiempo, solamente existía de forma atemporal aquel espacio que lo llenaba todo. El edificio enmarcaba la escena, al mismo tiempo que formaba parte de ella, en una apasionada conversación entre la sinuosidad de los árboles y la rigidez de la arquitectura.

La voz de Kiyoko irrumpió y dio un giro en la conversación. Suzume volvió a despertar. El viento sopló más fuerte, y la paz se transformó en una alterada discusión. Permanecieron en el patio hasta que el creciente ímpetu del altercado las obligó a volver a la seguridad de las estancias, donde terminaron la visita al palacio.

La vida que le prometía Kiyoko al quedarse a trabajar al palacio era poco mejor a aquella que Suzume ya conocía, pero fue el patio, el corazón del palacio aquello que, por la plenitud que le aportaba, la obligó a quedarse allí. Durante sus largos años de servicio en palacio mantuvo una gran fidelidad a la princesa, pero nunca como la que tuvo hacia el patio de los cerezos. Cada día, antes de la salida de la primera luz del día, saldría a visitarlo, se sentaría ante la puerta de la sala del biombo azul y contemplaría día tras día cómo los cerezos, el viento, y la arquitectura actuaban en hermosa consonancia solamente para ella.

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