Ensayo
La Belleza y la verdad de las cosas
Indíbil García de Walls
Tiempo muerto a la luz de una crisis buscada ¡Oh, España; tú eres la más bella de todas las tierras! S. Isidoro de Sevilla (Original en latín de Laus Spaniae, en la Historia Gothorum, siglo VII)
Nos contaron que fue mentira El Fin de la Historia que anunciaba Francis Fukuyama en su obra de mismo título. La historia, en nuestra civilización cristiana, avanza según un tiempo lineal y no según uno cíclico tal como entienden culturas orientales y otras. De ahí que se haya visto el progreso temporal como una ideología, y las ideologías como progreso en el tiempo. Y aunque no ha sido el fin de la historia, sin embargo hemos asistido al fin de la empatía humana -tan cacareada en eslóganes de consejeros y del "coaching" de décadas anteriores-, gracias a un miedo infundado, extendido entre una población de por sí temerosa y distraída de lo importante. A su vez, la legión de "niños interiores" de cada cual, suscitados por esos consejeros de todo pelaje, se han tenido que quedar en sus reductos, ahí dentro. En esa inquietud, donde el espíritu entra en el tiempo o donde lo eterno entra en la finitud. Imponiéndose a nosotros una normalidad patológica que nos ha hecho mal vivir peligrosamente. Es la estela de la inercia que imprimieron los conspícuos Hobbes o Locke, la que nos ha varado en esta playa vital de tiempo muerto que es nuestra realidad actual. Sí, ahora ponemos el posesivo en español a todo, como en inglés "my head": "nuestros políticos", "nuestros sanitarios", "nuestra constitución"... "nuestras cabezas", "nuestros embusteros", "my leg", "mis cojones", "nuestra escoria"... y no hay que escarbar
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