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CHANEL VS. SCHIAPARELLI
Dos de las mujeres más importantes del siglo XX forjaron una enemistad legendaria, pero también moldearon dos ideas distintas sobre la feminidad.
Por NATALIA SILVA
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Acasi un siglo del inicio de estas casas, Chanel y Schiaparelli siguen siendo nombres relevantes en la industria. Pero a quien más hizo justicia la historia fue a Gabrielle Chanel, sobre quien se han escrito varios libros y producido películas, todas narrando la misma historia de cómo a los 12 años la francesa fue abandonada por su padre en un orfanato dirigido por unas monjas tras la muerte de su madre. La historia se ha contado de mil maneras y la misma Chanel se encargó de enturbiarla, asegurando que creció en casa de «unas tías». Pero en lo que coinciden casi todos los relatos es en que su habilidad para la costura la adquirió en el orfanato, el mote de «Coco» en el cabaret y el financiamiento para emprender su negocio lo obtuvo gracias a un amante (o dos).
Coco Chanel retratada en 1938 por Roger Schall en La Pausa, su casa en la Riviera Francesa.
La historia de Schiaparelli, por el contrario, es más privilegiada pero menos conocida. Las cuatro paredes que vieron nacer a la italiana fueron las del Palazzo Corsini, en Roma. Hija de madre aristocrática y conservadora, de padre académico e intelectual, y en general rodeada de una familia de nombres prominentes en la alta sociedad italiana, la mente creativa y algo frívola de Elsa se sentía fuera de lugar. Este espíritu liberal la llevaría a buscar suerte en cualquier ciudad fuera de su Italia natal. A principios de 1910 se encontró en Londres, donde su fascinación por lo místico la llevó a conocer a su primer y único marido, Wilhelm de Kerlor, un inglés que aseguraba tener poderes psíquicos. La vida de Schiaparelli fue tan surrealista como sus diseños y después de que su marido fuera deportado de Inglaterra por practicar la adivinación, ambos migraron a Nueva York. Poco tiempo después nació su única hija, Gogo, quien después del abandono de De Kerlor, tomó el apellido de su madre.
Para los primeros años de los 1920, Chanel ya había perdido al amor de su vida Arthur Boy Capel, ya había comprado el edificio completo de su mítica tienda en la Rue Cambon y estaba preparada para lanzar su primera fragancia, el icónico Chanel N°5. Mientras tanto, en Nueva York, con tan solo 18 meses de edad, Gogo Schiaparelli fue diagnosticada con poliomielitis, lo que se convirtieron en dos años difíciles tanto para la madre como para la hija. Elsa utilizó todas sus influencias para salir de Nueva York, evitando regresar a Roma, a pesar de seguir recibiendo apoyo económico de su familia. Dichas influencias hicieron que a mediados de los 20 llegara a la escena de París una artista italiana, que logró entrar en el círculo de genios como Man Ray, Marcel Duchamp y Salvador Dalí. Esta misteriosa mujer era
Ignacio Lobera ha logrado lo más difícil para un artista: tener su propio estilo, sin ser cautivo de él. El protagonismo de la línea, la economía de medios y una estética muy reconocible (y perturbadora) son sus armas de seducción para cautivar al espectador.
En 1935, Schiaparelli traslada su boutique al Hôtel de Fontpertuis, 21 place Vendôme.
siete años menor que Chanel, dato que puede parecer banal pero para una mujer que se quitaba una década representaba una diferencia —y una amenaza— considerable. No sólo eso, sino que esta «artista italiana», como Chanel la llamaba, fue acogida por Paul Poiret, enemigo acérrimo de Coco, al ver su interés en la moda.
Los 20 fueron tiempos fértiles para Chanel, quien expandió su imperio hacia las fragancias, a una línea de beauté y a consolidar el legado del petite robe noire. En palabras de la francesa: «en la vida sólo hay tiempo para dos cosas: para el trabajo y para el amor», y así, después de la repentina muerte de Boy Capel, en los años 20, Chanel vivió varios romances con algunos personajes prominentes de la época como el compositor Igor Stravinsky, el ilustrador Paul Iribe y el Duque de Westminster. Para Schiaparelli, en cambio, este periodo fue de crecimiento lento y de apostarle a ideas como la creación de un suéter con ilusión óptica que le trajo algo de atención en la prensa, hasta que en 1927 decide fundar su marca homónima. A diferencia de Gabrielle, Elsa forjó muchas amistades con personajes de la época, pero poco se sabe de algún romance con cualquiera de ellos. En su autobiografía Elsa admitiría que
«los hombres admiran a las mujeres fuertes pero no las aman».
Así, inmersa en su creatividad, Schiaparellli comenzó a destacar con diseños excéntricos como «la falda dividida» en 1931; un culotte precedente del pantalón, cuya controversia fue buena publicidad para la italiana, a tal grado que en 1934 la revista Time la eligió
«La rivalidad de ambos personajes nos recuerda que no existe una sola manera de ser mujer»
Schiaparelli liberó a la moda femenina de la esclavitud de ser bonita y apostó por lo inusual. como la primera diseñadora en protagonizar su portada. La creciente popularidad de Elsa Schiaparelli, y la ausencia de Chanel en la escena parisina —al pasar cada vez más tiempo en la Riviera Francesa— volvieron cada vez más relevante a Schiap, como se hacía llamar. Así, en 1936, cuando la también controversial Wallis Simpson anunció su compromiso con el príncipe Edward, el vestido que eligió fue el Lobster Dress, una colaboración de Dalí y Schiaparelli.
Para 1939 la relación entre ambas diseñadoras se había vuelto hostil, sobre todo en el mundo artístico de París. Habría que analizar tan sólo lo que cada mujer decidió vestir para una mítica fiesta de disfraces aquel año. De acuerdo con las escritoras Bettina Ballard y Meryle Secrest, una narcisista Chanel acudió disfrazada de sí misma mientras que la imaginativa Schiap decidió disfrazarse de árbol. Con falsa inocencia, Chanel invitó a Elsa a bailar, acercándola cada vez más al candelabro de velas que iluminaban la habitación hasta que la italiana se prendió fuego y algunos invitados se vieron obligados a rociar su trago sobre ella. Sin embargo, el destino tendría otros planes y el 3 de septiembre de ese año, estalló la Segunda Guerra Mundial. Schiaparelli se fue a Nueva York y Chanel se refugió en su suite del Ritz. Si bien la guerra terminó en 1945, fue hasta 1954 cuando Schiap cerró permanentemente su firma y ese mismo año Chanel presentó la colección con la que reactivaría su imperio.
El legado de cada una de ellas rompió los esquemas del estilo femenino del siglo XIX y a su manera abrieron las puertas a lenguajes en la moda que antes se percibían inapropiados para la mujer. Para Chanel, la feminidad se construye de los contrastes, de retomar elementos masculinos como los jerseys de rayas, los pantalones, las fragancias no florales, e incluso el uso de elementos como la camelia o la piel de conejo, ambos símbolos de las clases más bajas o las cortesanas. Chanel, la mujer, vivía su sexualidad a placer y trabajó hasta el fin para construir la primera marca de lujo global.
Por su parte Schiaparelli liberó a la moda femenina de la necesidad de «ser bonita», construyendo la belleza a partir de la excentricidad de llevar un zapato en la cabeza, de estampados como papel de periódico o animal print, o la osadía —para aquel tiempo— de cerrar un vestido con un cierre visible. Schiaparelli no tuvo miedo al divorcio o ser madre soltera, y el primero de los doce mandamientos para la mujer, con los que cierra su autobiografía dice: «la mayoría de las mujeres no se conocen ni a sí mismas, deberían hacerlo».