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Hyatt Ziva Puerto Vallarta brinda a sus huéspedes seguridad gracias a iniciativas como Playa Safe Stay, pero ofrece algo mejor: ganas de regresar.

Por ÁLVARO RETANA

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Hay un género literario que pocos investigadores tienen en cuenta a la hora de elegir un tema para su tesis, pero que resulta tan fascinante como cualquier oda medieval o una novela perdida de Marcel Proust: la promoción turística compuesta por los antiguos folletos, los textos corporativos de las grandes cadenas hoteleras y las descripciones que acompañan a una galería de imágenes en las páginas web, que suelen incluir descripciones como esta: «swim-up, piscinas privadas, una variada y singular gastronomía y muchas más amenidades lo esperan en Hyatt Ziva Puerto Vallarta: el escenario perfecto para quienes buscan un escape romántico, una convivencia familiar o celebrar una ocasión especial». Lo cierto es que, este ejemplo concreto, no ha sido seleccionado al azar, sino que ilustra a la perfección uno de los pilares de mi frustrada tesis sobre el género turístico: no hay nada más emocionante que vivir un hotel —descubrirlo desde que llegas al lobby para hacer el check-in, saborear su comida, conocer al servicio y elegir tu coctel favorito, contemplar una puesta de sol memorable y sentir las primeras llamas de ese flechazo que se experimenta cuando sientes que un lugar no es sólo un escenario, sino también un personaje con sus propias emociones— y, sin embargo, menos emocional que la fórmula empleada para publicitar las virtudes de un hotel. En el caso del Hyatt Ziva Puerto Vallarta lo primero que llama la atención es el toque humano. En la actualidad, eso es lo que distingue a un hotel de lujo de otro en el que, simplemente, duermes. Aquí, no te sientes como un huésped, sino como un invitado, parte de una familia compuesta no por un staff, sino por personas con nombre propio cuyo trabajo consiste en hacerte sentir no como en casa, sino mil veces mejor. Aunque hay 335 suites con vistas al mar, no tienes en ningún momento la sensación de estar en un resort multitudinario, sino todo lo contrario: un oasis hecho a la medida donde es posible desconectar, dejar el reloj y la agenda a un lado y concentrarse en lo que importa: el color de un cielo que vira del azul más profundo a unos tonos, entre melocotón, malva y magenta, que parecen extraídos de un lienzo fauve; el sabor de un pescado fresco elaborado al momento con ingredientes locales —hay cuatro restaurantes, con una opción internacional, y food carts; además de cinco bares— y las notas del vino; el sonido de las olas, que llega desde la playa hasta tu suite (las hay con piscina privada); el lomo de una ballena, en plena temporada, emergiendo del mar mientras el sol sale y tiñe de dorado un día que promete ser mejor aún que el anterior… Hay tantos momentos únicos que se pueden vivir aquí que resulta muy difícil traducir todas esas emociones —porque eso es un hotel: recuerdos, vivencias y, sí, esa palabra tan devaluada, experiencias— en una fría lista de servicios y amenidades que, sin duda, cumplen su función en una web o un press-release, pero no en una crónica escrita con la intención de que quien la lea pueda experimentar lo que sentimos: que la vida puede —y debe— mejor que la rutina. Como lo es en Hyatt Ziva Puerto Vallarta.

En respuesta a la pandemia, el programa Playa Safe Stay se enfoca en colaborar con el turismo para proveer medidas de prevención antiviral.

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