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LE PARADIS
El Hotel Escondido, en las playas de Oaxaca, nos recuerda que aunque Dios nos expulsó del edén, el Grupo Habita puede crear otro (mucho más cerca).
Por ÁLVARO RETANA // Fotografía KARLA LISKER
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La última incorporación gastronómica de Hotel Escondido es Kakurega Omakase, un viaje a los sabores y sabiduría niponas. Hay hoteles con encanto y otros con alma, hoteles con leyenda y hasta con bibliografía propia. Y después está Hotel Escondido, un secreto (a voces, afortunadamente) que hace honor a su nombre, ubicado en una playa virgen de la costa de Oaxaca, junto a otro de esos lugares idílicos e íntimos que mantienen un perfil bajo por temor a que el turismo masivo lo transforme en otra cosa, tal vez más rentable, pero mucho menos pura: Casa Wabi. A muy poca distancia de Puerto Escondido, este refugio zen ofrece un escape a la rutina y el estrés urbanos que, junto a los tacones y las prendas de abrigo, se quedan en la puerta de entrada. Sus 16 cabañas, spa, albercas y restaurante, al que se acaba de añadir una nueva incorporación, Kakurega Omakase —el Omakase Escondido—, en un edificio diseñado por Alberto Kalach con un menú de degustación de alta gastronomía nipona, transportan al huésped a un nuevo paraíso que no tiene nada que envidiar al Jardín del Edén original. Pero Hotel Escondido cuenta con una ventaja añadida: aquí también hay tentaciones y lo mejor, como recomendaba Oscar Wilde, es caer en ellas; sólo que en esta ocasión el resultado no es ningún pecado, original o conocido —a estas alturas, la hospitalidad high-end, y más la de este tipo de lujo descalzo, ya sabe que detrás de todo pecado existe una posibilidad de negocio muy rentable— que nos llevará a ser expulsados de un entorno idílico, todo lo contrario: México se ha convertido en una de las mecas del turismo de alta gama a nivel global gracias a la excelencia de su servicio, que trasciende la arrogante y fría perfección del Ancien Régime —no hay nada más passé que la distante gelidez de ciertos destinos, detrás de la que se oculta un clasismo secular—, por una filosofía wabi-sabi, mucho más cálida y humana, que no sólo no se avergüenza de la imperfección, sino que la abraza. La arquitectura y el diseño de los espacios principales llevan la firma de Federico Rivera Río, quien ha conseguido convertir una construcción tradicional del Occidente mexicano con orígenes filipinos, la humilde palapa, en un templo jetsetter que no tiene nada que envidiar al resort más exclusivo en un destino con mayor glamour, pero infinitamente menos auténtico. Es algo que el Grupo Habita sabe hacer a la perfección: devolver a lo local el prestigio de un lujo con raíces.
El hotel cuenta con 16 cabañas que, en medio de un entorno salvaje, proporcionan la máxima privacidad para redescubrir el silencio.