La lavandera de S. Simón

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Eva Mejuto . Bea Gregores

"Nunca había visto esa parte de la isla, la torreta y la verja, ni los guardias con fusiles que vigilaban, ni los cientos de hombres que esperaban detrás de ellos, con el hambre y el miedo en sus miradas. Desde nuestra casa sólo se veían unos árboles y el puente. Nada más. Las cosas no siempre son como parecen...".

LA LAVANDERA DE

SAN SIMÓN Eva Mejuto

Bea Gregores

La isla de San Simón fue, durante la guerra civil, cárcel y campo de concentración para más de seis mil hombres inocentes. Muchas fueron las mujeres que, desinteresadamente, ayudaron a hacerles más soportable la condena llevándoles comida y ropa limpia a la isla. La lavandera de San Simón es un testimonio que pretende ayudar a recuperar las voces silenciadas de la historia

ISBN 978-84-123116-3-1

www.loguezediciones.es

LA LAVANDERA DE san simón

Lóguez




A la memoria de Xulio Lima Outeda, el niño de esta historia, que murió en enero de 2020 sin llegar a ver su libro y nunca volvió a la isla de San Simón

Título original: A lavandeira de San Simón Traducción de Eva Mejuto © del texto: Eva Mejuto 2020 © de las ilustraciones: Bea Gregores 2020 © derechos universales en español: Lóguez Ediciones 2021 ISBN: 978-84123116-3-1 Depósito Legal: S 226-2021 Printed in Spain: Grafo, S.A. www.loguezediciones.es

Fotografías de las guardas iniciales (de arriba a abajo y de izquierda a derecha): Imágenes cedidas por Cal 3 Fotografía, Redondela. 1. Vista de la Isla de San Simón desde Cesantes. 2. Lavanderas en A Xunqueira (Redondela). 3. Postal de época del lazareto. 4. Puerto de A Portela, Redondela. 5. Upo Mendi, barco prisión (Fotografías de Dámaso Carrasco tomadas en San Simón durante la guerra, pertenecientes al documental Aillados, Antonio Caeiro, 2001. 6. Filas de ancianos para recibir el mísero rancho con el que eran mal alimentados. 7. Torreta de vigilancia en la entrada oeste de la isla. 8. Lanchones con las visitas llegando a la isla. 9. Presos saliendo de la isla (imagen de portada del libro: Aillados. A memoria dos presos de 1936 na Illa de San Simón, Antonio Caeiro, Antonio, Juan A. González e Clara de Saá. Ir Indo, 1995). Fotografías de las guardas finales: 1. Josefa Bernárdez y Carmen Veiga Bernárdez, madre y hermana de José Mejuto Bernárdez. Imágenes del libro Cartas de un condenado a muerte, Alvarellos Editora, 2015. 2. Peregrina Outeda Barbeito y Rafael Lima Pintos, madre y padre de Julio Lima Outeda. Rafael estuvo preso en San Simón, sin condena alguna y de ahí pasó a la cárcel de Vigo. Antes de morir, en Portonovo en 1988, le dijo a su nieta: “Contadle a vuestros descendientes lo que yo he vivido y padecido, que no se olvide lo que nos hicieron. Que no se repita”. 3. Ramona Míguez Montero y 4. Teresa Otero Míguez, fotos cedidas por la familia. 5. Ernestina Otero Sestelo, maestra y pedagoga natural de Redondela, represaliada por sus ideas progresistas y su apoyo a la República. 6. Xosé Viétez de Soto con su hija Ana, en el paseo de los Mirtos en San Simón. Foto de Dámaso Carrasco, tomada del documental: Aillados, Antonio Caeiro, 2001. 7. Julio Lima Outeda, el niño protagonista de esta historia. Falleció en enero de 2020 en Portonovo, sin haber regresado nunca más a San Simón. 8. Peregrina Outeda Barbeito, de joven. Cosía con la tela de la bandera del barco de su esposo ropa para sus hijos, cuando Rafael estaba preso. 9. Faustino Otero y 10. Su mujer Bernardina Lino, desde su casa de A Portela ayudaban a los presos y a las familias con el abastecimiento de ropa y comida. (Fotos cedidas por la familia).

MIXTO

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LA LAVANDERA DE

SAN SIMÓN Eva Mejuto

Bea Gregores

Lóguez



Hoy es miércoles y, como todos los miércoles, la casa huele a ropa limpia, a jabón mezclado con limón y lavanda. A Michus le encanta revolcarse, estirarse y anidar hecha un ovillo en la ropa recién lavada. Hasta que mamá llega y le regaña y la gata huye por la ventana a toda velocidad. Mamá protesta porque le deja la colada llena de pelos. A mí también me gusta tumbarme sobre la ropa y respirar ese olor a limpio. Después la doblo de nuevo, para que mi madre no se enfade tanto.


No quiero fastidiar a mamá, que ya tiene la pobre mucho trabajo con la ropa: cargarla a cuestas en un balde hasta el lavadero, ponerla en remojo, enjabonar, frotar, enjuagar, volver a frotar, volver a enjuagar, aclarar. Retorcer. Cargarla mojada, que pesa aún más, para tenderla en casa y secarla al sol. Después, toca doblarla, plancharla y ponerle limón y lavanda. Mamá va al lavadero muy temprano, justo cuando nace el sol. Dice que así tiene más sitio, pero yo sé que es porque mucha gente la mira mal.




Los miércoles también huele a empanada recién horneada. Cuando mamá tiene la ropa preparada se pone a amasar y a preparar el relleno con las sepias frescas que nos traen los marineros. Yo le ayudo casi siempre. Amasar es divertido, pero limpiar sepias me da mucho asco; se quedan las manos negras y malolientes y los niños se burlan de mí. Yo quería que la empanada fuese para nosotras, pero mamá repite una y otra vez que tenemos que compartir con los que menos tienen, ¡qué rabia me da! Para que no me enfade, me da un beso y las conchas con las que hago barquitos con mensajes secretos. Quizás alguno de ellos atraviese el océano y se encuentre con papá.


—¿Puedo ir hoy contigo, mamá? —es la pregunta que hago cada miércoles y que siempre tiene la misma respuesta. —No, todavía eres muy pequeña. Ella se empeña en que comprenderé todo cuando sea mayor, pero yo ya me canso de tanto esperar para hacer y comprender las cosas. Me acerco al puerto refunfuñando para ayudarla. Claro, para cargar y ayudar parece que sí soy grande.


El olor de la empanada me hace olvidar el enfado. “Y si tomase sólo una esquinita? Nadie tendría por qué enterarse”. Y, como todos los miércoles, arranco el corrusco aún caliente y lo meto en el bolsillo.


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