Núm. 01 | Ejemplar gratuito Paco Ignacio Taibo II en Capítulo I • Carmen Boullosa escribe para Los Suicidas • Entrevista a Daniel Sada María Aura en Caras vemos, escritores no sabemos Pastiche: homenaje a Roberto Bolaño
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“E
l nombre les queda”, dijo el español rubio como de metro ochenta, sonrisa amable, “lanzar una revista literaria en México, a inicios de 2009, es un suicidio; comercial, por lo menos”. Ni hablar. Los proyectos suicidas, ésos que apuestan a la posibilidad remota en contra del sentido común de mercado no nacen de la pasión ni del sueño de gloria, sino de una necesidad más primaria. Su objetivo es la ejecución del proyecto, no el producto terminado. Eso es Los Suicidas. En este primer número, les tenemos invitados de lujo, Carmen Boullosa que estará colaborando con nosotros en este y los números siguientes. Paco Ignacio Taibo II que nos pasó el primer capítulo de su nueva novela de piratas. Después de décadas, revive el mítico Sandokán y sus tigres de Malasia, quienes bajo el control de Taibo son más anti-imperialistas que nunca. Tenemos una entrevista con Daniel Sada, premio Herralde de novela 2008, donde descubriremos quién es detrás de los párrafos y su postura frente al suicidio. Nos vamos de viaje por los submundos de las filias sexuales y una de sus prácticas más controversiales. Visitamos al chileno Bolaño en un texto homenaje a sus detectives salvajes, y también revisaremos algunas de las manías de los escritores contemporáneos. Sean ustedes bienvenidos a Los Suicidas. Sirva esta editorial de invitación a todos los interesados en ver nuestro proceso de caída. Búscanos cada tres meses. Suicidarse es gratis. Los Suicidas también.
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ÍNDICE EDITORIAL Director editorial César Augusto Tejeda Argüelles ctejeda@lossuicidas.com.mx Coordinador editorial Hernán Ganesh Sarquís de la Torre hsarquis@lossuicidas.com.mx Consejo editorial Elías Chávez Alejandro García Abreu Eunice Mier y de la Barrera Rubén Rojo Aura Correctora de estilo Eunice Mier y de la Barrera Colaboradores Carmen Boullosa Alvaro García Alejandro García Abreu Dora Márquez Imai Eunice Hernández Eunice Mier y de la Barrera Elman Trevizo Higuera Iván Vilchis Ibarra Mail revista@lossuicidas.com.mx ARTE Y DISEÑO Arte y diseño editorial Biutiful, S.C. hello@biutiful.com.mx Asesoría de arte Carla Qua Fotografía Mariana Guevara Mariana Sevilla María Alicia Tejeda Iván Vilchis Ibarra Ilustraciones Carla Qua Marylen Alatriste Imai Miguel Ángel Loredo Ferruco Ilustración de portada Pablo Caballero COMERCIALIZACÓN Y PUBLICIDAD Roberto Sánchez. T. 5272 6088 rsanchez@publiscorp.com
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Editorial Manías y Caprichos
¿Qué tienen en común los perros y algunas conejitas de Play Boy? Por Elman Trevizo Higuera
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Mitología reciclable
El Ícaro contemporáneo
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Mishima Por Iván Vilchis Ibarra
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Dossier Pregúntale al Doctor Strangelove
Yerno Infeliz
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Entrevista
Paco Ignacio Taibo II Por César Tejeda
Hipoxifilia El chaperón
LOS SUICIDAS®, Publicación trimestral, 6 de Abril del 2009. Editor
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Capítulo I
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La valquiria
Responsable: Hernán Ganesh Sarquís de la Torre. Director General: César Augusto Tejeda Argüelles. Número de Certificado de Reserva otorgado por el Instituto Nacional de Derecho de Autor: 04 – 2008 121613482500 Certificado de Licitud de Título número: en trámite
en Amatlán # 104 colonia Condesa. C.P. 06170 México D.F. Tel. 1054 6832 E-Mail: patasarriba@lossuicidas.com.mx Imprime: Ediciones Del Lirio con domicilio en Azucenas número 10 Col. San Juan Xalpa Delegación Iztapalapa C.P. 09850, México D.F. Teléfono 5613 4257. Distribuido por: Editorial Patas Arriba S. de R.L. de C.V. con domicilio en Amatlán # 104 colonia Condesa. C.P. 06170 México D.F. Tel. 1054 6832
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Por Paco Ignacio Taibo II
El escritor y un suicida. Daniel Sada
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Duty Free
In Memoriam Por Monserrat Varela Mejía
Caras vemos, escritores no sabemos
¡Estoy viva! Por María Aura
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Un suicidio de Cecilio Babosa
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Pastiche
Por Imai
Mezcal Los Suicidas Por César Tejeda
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Carmen Boullosa
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Libros
Por Eunice Mier y de la Barrera
Certificado de Licitud de Contenido número: en trámite LOS SUICIDAS es una publicación de Editorial Patas Arriba S. de R.L. de C.V. con domicilio
Visita
Por H.G. Sarquís
Sexocracia Por Dora Márquez
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Optimismo exacerbado Por Alejandro García Abreu
Por Eunice Hernández
Cine
Odradek
El más bien siempre de Daniel Sada Como una mordida en la entrepierna Por Alvaro García
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|MANÍAS Y CAPRICHOS|
|MANÍAS Y CAPRICHOS|
¿Qué tienen en común algunos escritores y las conejitas de Play Boy?
No sólo Salma Hayek, Paris Hilton, Belinda y las conejitas de Play Boy tienen como mascotas a perros de diferentes razas que siempre traen consigo o los presumen con euforia desmedida apenas alguien va a visitarlas a sus lujosas residencias. También algunos escritores tienen a los perros como fieles compañeros y hasta se fotografían con ellos. Si pensaron que sólo los mininos ocupaban un lugar especial en la vida de los literatos, he aquí un ejemplo de lo contrario.
N
Ilustración: Miguel Á.Loredo
Pero, dime, Orfeo, ¿no se os ocurrirá alguna vez a los perros creeros hombres, así como ha habido hombres que se han creído perros? Miguel de Unamuno
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o es nuevo hablar de la gran afición de Sergio Pitol por los perros. Esto lo saben bien los amigos de este conocido escritor que han recibido llamadas telefónicas a horas inusuales preguntándoles ¿no quieres un perro? Ya no tengo espacio para uno más en mi casa. El amor que les tiene no sólo se nota en su convivencia diaria, sino también en su escritura, pues no se ha aguantado las ganas de hacer ensayos sobre los canes, por ejemplo el prólogo que escribió para la novela de Virgina Woolf, Flush, la cual trata sobre las aventuras de un cockerspaniel que en un principio vive en una modesta finca para repentinamente mudarse a la mansión de una poetisa. También, en 1997 Pitol publicó un ensayo sobre relatos protagonizados por perros, mencionando a Berganza y Cipión de Cervantes, Sharik de Bulganov, Kashtanka de Chejov, Niké de Tibor Dery, entre otros canes que han ocupado el lugar de honor en alguna historia, aunque muchos de ellos son perros callejeros con un gran sufrimiento; pero curiosamente ese sufrimiento, más que canino, es humano. Aunque cabe preguntarse cómo es un sufrimiento canino. Sólo ellos lo sabrán. El escritor veracruzano recuerda en ese ensayo, la relación que han tenido muchos escritores con los perros. Tal es el caso de Bauschan con Thomas Mann, y Tulip con J. R. Ackerley; ambos autores escribieron testimonios de la vida con sus mascotas, argumentando que gracias a los perros lograron la verdadera unidad con el universo.
Por Elman Trevizo Higuera
Esto lo saben bien los amigos de este conocido escritor que han recibido llamadas telefónicas a horas inusuales preguntándoles ¿no quieres un perro? Ya no tengo espacio para uno más en mi casa.
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…hay escritores mexicanos como Mario Bellatin y Xavier Velasco que no dejan a sol y sombra a sus cuadrúpedos, y cuando tienen oportunidad, miran a la lente de una cámara sonriendo y abrazando a sus peludos camaradas
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Al parecer, Pitol comparte esta opinión, pues al platicar de su vida cotidiana en diversas entrevistas dice que vive en una casa y un jardín que cuesta un dineral mantenerlos; no se aburre nunca, pasa temporadas en soledad y cerca de la naturaleza; pero de lo único que no podría prescindir es de sus perros. Quienes se han acercado a las entrevistas de este autor, ganador del Premio Cervantes en el 2005, seguramente encontraron los nombres de sus fieles compañeros, Homero, Diana y Sacho. Todos ellos tan dispares en personalidad y sufrimiento, que al referirse Pitol a ellos, pareciera que habla de tres seres humanos que lo extrañan cuando sale de viaje y lo reciben con alegría y “pillerías” a su regreso en la casa de Xalapa. Por ese amor que les tiene a los perros, mantiene un constante apoyo a asociaciones que se dedican a su adopción. Como muestra: el 27 de enero de 2007 se trasladaron a los habitantes del albergue canino de Amigos de los Animales de Xalapa a su nuevo hogar en el Centro Veterinario y de Convivencia “Sergio Pitol” en Palo Gacho. Casi al término del siglo anterior, el fotógrafo Rogelio Cuellar realizó una sesión de fotografías al autor de El viaje en su casa de campo de un pueblo español; en una de ellas, el escritor aparece con Sacho, un collie barbudo que lo acompaña a todas partes viajando miles de kilómetros, convirtiéndose en un perro peregrino, igual que su amo. En su libro El arte de la fuga, Pitol relata un extraño sueño protagonizado por Sacho. Así como Sergio Pitol, hay escritores mexicanos como Mario Bellatin y Xavier Velasco que no dejan a sol y sombra a sus cuadrúpedos, y cuando tienen oportunidad, miran a la lente de una cámara sonriendo y abrazando a sus peludos camaradas. Se rumora – no es oficial – que muchas veces Bellatin ha llegado a eventos con un perro galgo que lo acompaña a todos lados, como es común en muchos lugares públicos, le han prohibido la entrada con el animal. Después de discutir con el encargado de
la puerta, Bellatin da media vuelta y se retira indignado, platicando con su rechazado compañero. A lo largo de la literatura han existido innumerables escritores que profesan cariño a estos seres considerados los mejores amigos del hombre, aunque escritores como Monsiváis y Elena Garro digan que los gatos tienen más derecho de ocupar este puesto. Franz Kafka es uno de esos autores que atenuaron su soledad teniendo varios perros a su lado. Pero no solamente
como compañía pueden servir los canes, también sirven para detectar droga, encontrar a personas perdidas, para salvar vidas; y quizá con el tiempo sirvan para detectar los malos libros escritos por sus amos. Serían de gran ayuda para saber qué libro puede publicarse y cuál requiere encajonarse por un buen tiempo. Ahora sí, cuando nos pregunten, ¿qué tienen en común las conejitas de Play Boy y algunos escritores?, diremos sin titubear, el gusto por los perros y las pasarelas.
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|MITOLOGÍA RECICL ABLE|
El ÍC ÍCARO CONTEM CO PORÁNEO “Vete por la sombrita porque los bombones se derriten con el sol.” Dicho popular
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ay quienes necesitan instructivo incluso para volar. Otros a pesar de seguir minuciosamente cada paso, nunca logran despegarse del suelo, y unos cuantos, reciben el instructivo de manera gratuita, lo miran con curiosidad, lo cuestionan, lo transgreden y vuelan hacia lo alto para luego caer despavoridos, deslumbrados por el sol; éstos son los ÍCAROS contemporáneos. Confieso ser una de ellos: he volado por los cielos de mí misma, por la bóveda celeste que contiene a la realidad, y en muchas ocasiones, a pesar del equilibro del vuelo, el vértigo me ha invitado a soltar las alas y dejarme caer. Caer por la noche, caer por el día, caer por las ilusiones, por los sueños, pero al fin y al cabo, caer. Quizá el vértigo, ese exquisito o nauseabundo mareo es la característica principal de todo ÍCARO, antiguo y moderno. Pero no es cualquier
Ilustración: Carla Qua
Por Eunice Hernández
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vértigo, es una excitación que se produce al final del vuelo y que está cosido al deseo incandescente de trascender, al apetito feroz de llegar más alto, de querer más, aún sabiendo que esto producirá el catastrófico descenso. Por lo general, el término caer tiene una connotación negativa, pero cualquiera que haya saltado del bungee, rapeleado o que se haya deslizado en una avalancha, conoce las delicias del sucumbir, del inmenso éxtasis de bajar. Por ello, diría yo, que el ÍCARO contemporáneo por excelencia es el Extreme-sport man. Ya sea en su versión urbana o eco-turista, el Extremesport man (o girl) se deleita con vivir en el límite, en la delgada línea de la imprudencia y la estupidez, y la pasión glorificada del deporte, de la adrenalina corriendo por todos los espacios de su cuerpo. Otros más delicados, como los artistas, también conforman este célebre grupo de los ÍCAROS contemporáneos, pues qué sensación más vertiginosa que la de exponerse a la crítica y a la descapitalización económica con el único objeto de crear algo nuevo, hermosamente perfecto, y a veces, hermosamente inútil; qué comportamiento más propio de un ÍCARO que desprender el vuelo por la vida con maletas, con libros, con estudios y con esa tranquilidad de un Boeing 776 para aventarse por la salida de emergencia justo antes de la cortesía de bebidas nacionales, solamente por la impetuosa necesidad de echarse un chapuzón en el agujero de la creación. No obstante, ni el vértigo, ni la voracidad son los únicos rasgos del ÍCARO contemporáneo, así que para entender a este arquetipo moderno, hay que mirar su decisión primera de por qué volar. En el mito griego, ÍCARO y su padre DÉDALO, son encerrados en el laberinto que paradójicamente el mismo DÉDALO construyó por mandato del rey Minos para ence-
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rrar a su hijo, el temible Minotauro. Y como en toda buena historia, Minos ha desterrado a ÍCARO y a su padre a esta peligrosa prisión por culpa de una mujer: Ariadna. Mas no os confundáis, ni ÍCARO, muchacho imberbe todavía, ni DÉDALO, alma caritativa y bonachona cual profesor de la UNAM, están enamorados de Ariadna, sino que DÉDALO siguiendo su impulso filantrópico de poner la ciencia al servicio de la humanidad, decide darle a Ariadna el ovillo mágico con el que Teseo, su enamorado, podrá regresar del laberinto después de matar a su hermano, el grotesco Minotauro. Conclusión: los mitos griegos sí dan de qué hablar, pero más allá del escándalo acostumbrado y de las perversas relaciones familiares entre dioses, héroes y simples mortales, nótese que DÉDALO e ÍCARO se encuentran en la situación en la que están por la tiranía, por la represión de un violento Minos, y la única forma posible de escapar, es volar… elevarse sobre la fortaleza de piedra, sobre la isla que encierra al laberinto y sobre el mar custodiado por los navíos del rey Minos hasta llegar a la libertad. Una vez más, Dédalo hace uso de su ingenio y construye lo nunca imaginado: un instrumento para volar… “Hijo- le dice a ícaro- vuela con prudencia
y guarda siempre en los aires una distancia conveniente. Si te elevas demasiado hacia el sol, su calor fundirá la cera de tus alas; si vuelas demasiado bajo, la humedad del mar, las hará en extremo pesadas para tus débiles fuerzas. Evita uno y otro extremo y sígueme sin cesar”.1 Ahí está: la solución entregada, el instructivo claro para volar, tan sólo con una mínima restricción que obviamente ÍCARO no puede evitar. Así, comienza el vuelo temeroso, siguiendo el consejo del padre; pero una vez en los aires, sintiendo en su cuerpo el cosquilleo del viento y el encanto de flotar, se eleva como un rayo solar. La imprudencia, la arrogancia, lo inevitable: las alas de ÍCARO como el eco de una sentencia se derriten como bombones por culpa del sol. ÍCARO tan obediente como un yuppie en su nave recién estampada en los carriles del segundo piso del periférico, tan soberbio como cualquier hijo moderno minutos antes de la famosa y casi siempre verídica frase del te lo dije, del ay, mi hijito. Caer, estallar y en el mejor de los casos, rebotar pueden ser los infortunios de volar sin manuales didácticos y sin paracaídas, pero en el desciframiento de los mitos siempre hay elementos que brillan como la imagen de cualquier ÍCARO planeando libremente por los cielos, o el transeúnte, que sentado desde el parque, confirma la paradoja nietzschesiana que dice que “cuanto más nos elevamos, más pequeños parecemos a quienes no saben volar”.
1 HUMBERT, Mitología griega y romana, España, Editorial Gustavo Gili, p. 178
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MIS MISHIMA: Por Iván Vilchis Ibarra
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uáles son los medios de expresión que utiliza el hombre para transmitir su ideología de vida? Algunos pensarían que la literatura, la música, la pintura o cualquiera de las bellas artes; pero cuando un hombre utiliza el fin de su vida como medio de expresión es preciso mencionar a Yukio Mishima. Autor de novelas como Música, Confesiones de una máscara y Nieve de Primavera, Mishima se diferenció desde pequeño de los demás niños por su condición enfermiza. Cuando alcanzó una edad adulta comenzó a entrenarse, física y mentalmente, para dejar atrás su pasado de fragilidad y poder así llegar a la plenitud. Mishima convirtió sus ideales políticos en una doctrina, formó y entrenó a su propio ejército, y finalmente, escribió el final de su vida en un acto suicida. Es irónico que su última herramienta literaria fuera la espada de un samurai y su propia sangre. Era de esperarse que la vida de este personaje fuera plasmada en el negativo de una película por otro artista con la sensibilidad y visión del propio Mishima. Paul Schrader, guionista de importantes obras cinematográficas como Taxi Driver y La última tentación de Cristo, escribe y dirige la cinta que narra la vida y muerte de Yukio Mishima. En su obra, Schrader explora cuatro capítulos de la vida de su personaje: “La belleza” (una introspección de su etapa infantil donde es criado por su abuela y marcado por la muerte
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“Una vida en cuatro capítulos” de Paul Schrader. de su mentora); “El Arte” (donde Mishima evoluciona como escritor de numerosas novelas y obras de teatro, y obtiene conciencia de la importancia de la belleza física como parte de la ética); “La acción” (nos muestra su etapa como líder público y de su ejército. Los ideales políticos arraigados en la mente de este personaje tienen eco en la cabeza de jóvenes dispuestos a dejar la vida misma por un Japón puro y sin capitalismo); y “La armonía de la pluma y la espada” (la última expresión artística e ideológica de Yukio Mishima). Estéticamente, Mishima es una combinación de un ambiente excitante lleno de color y escenas filmadas en blanco y negro. Es importante mencionar que la colaboración de John Bailey (fotógrafo), Eiko Ishioka (diseñador de producción), Phillip Glass (compositor) y el equipo de producción formado por los legendarios Francis Ford Coppola y George Lucas, es una parte fundamental en la realización de esta cinta. Extractos de la obra de Mishima son representados en secuencias llenas de escenografía colorida que recuerdan al teatro Kabuki y nos transportan a un mundo complejo, pero a la vez hermoso. La actuación de Ken Ogata explora las partes más sensibles del escritor y nos muestra una cara más simpática del personaje, desde su oculta homosexualidad hasta su disciplinado papel como general de un ejército, Ogata interpreta a Mishima con una sutileza magnífica que nos hace reflexionar, más que juzgar, a un hombre dispuesto a llevar sus ideales hasta las últimas consecuencias. El acto mismo de entregar la vida como un medio de expresión es algo para reflexionar y honrar a cualquiera que esté dispuesto a hacerlo: “…en el instante en que la espada desgarró su carne, el disco luminoso del sol se levantó detrás de sus párpados y explotó, iluminando el cielo por un instante”. Mishima | Dirección: Paul Schrader, Guión: Paul Schrader, Fotografía: John Bailey, Nacionalidad: USA, JAP, Duración: 120 minutos, Género: Biográfica, Año: 1985.
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Si en la guerra como el amor todo se vale… ¿por qué en el sexo no?
Hipoxifilia Dejaré todo mi aliento entre tus manos. Diario del otro yo
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an sólo imaginar que somos susceptibles a que alguien nos robe el aliento ha dejado de ser una somera y pueril idealización romántica de la inquietante presencia del amante para transformarse en la asimilación rotunda y profunda de la unión entre la vida y la muerte, coexistente ante el desborde del placer, porque ¿no es una pausada muerte el lento abandono de la respiración?, ¿no es el deshilado hálito provocado por el gozo una fusión entre nuestro éxtasis y nuestra extinción? El bloqueo de la respiración causada por la estampa del amante ha sido durante varios años una expresión coloquial adjudicada principalmente a una naturaleza sosa, pero paralelamente hay quienes, sin llenarse de palabras, la han convertido en un acto concreto, certero y provocado, generando lo que hoy conocemos como hipoxifi-
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lia, o asfixia erótica, ese placer devenido tras un decremento de la captación de oxígeno, de la pareja o la propia, a través de la obstrucción de las vías respiratorias. En una básica conceptualización del hecho, no sobrarán las categorizaciones de la asfixia erótica como una perversión -una desviación del acto o instinto sexual- o una parafilia, es decir, una constante presente que dirige el máximo placer sexual a algo más allá de la penetración. Como quiera considerarse, la hipoxifilia pone de manifiesto mucho más. Esta practica se incluye en las denominadas BDSM (Bondage, Dominación, Sado-masoquismo), que traen tras de sí un extenso discurso reflexivo de sus practicantes para definir sus motivos de ser. Quienes la realizan, ya sea solos o acompañados, atan alrededor del cuello cintas, lazos,
Fotografías: Mariana Sevilla Modelo: Natalia Camila Hernández
Por Dora Márquez
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El bloqueo de la respiración causada por la estampa del amante ha sido durante varios años una expresión coloquial adjudicada principalmente a una naturaleza sosa, pero paralelamente hay quienes, sin llenarse de palabras, la han convertido en un acto concreto, certero y provocado, generando lo que hoy conocemos como hipoxifilia...
cinturones o cuerdas con nudos que puedan manipularse a voluntad, también pueden introducir objetos a la boca para dificultar aún más la respiración, así como cubrir la cabeza con bolsas o capuchas, los más extremos llegan a ingerir sustancias que disminuyen la captación de oxígeno. Científicamente, el placer físico se origina porque la escasa oxigenación del cerebro, denominada asfixia eufórica simple y parcial, envuelve a la persona en un estado muy parecido a una
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semi-alucinación; además, provoca la contracción de la musculatura de las vesículas seminales lo cual origina una erección y el vaciamiento del esperma. Existen rumores que durante el siglo XV esta práctica fue utilizada como un remedio contra la disfunción eréctil y la impotencia, tras observar que víctimas sentenciadas a la horca, presentaban erección y/o eyaculación durante el ahorcamiento e inclusive, después de la muerte.
Psicológicamente, los motivos y placeres varían de un practicante a otro, por lo que es imposible generalizarlos. Creo, simplemente que el placer de los hipoxifílicos, como el resto de los placeres sexuales, se encuentra en una unión constante con la fantasía e imaginación, traspasando por mucho la cópula convencional o aquella destinada para fecundar, y quizá, metafísicamente hablando, el gozo máximo se crea en la divergencia de vida y muerte que se encuentra durante el orgasmo y que coloca a la fusión sexual como un espacio donde los límites desaparecen y se encuentra ese camino de morir y renacer. Sin embargo, sean cuales sean los motivos, no hay que perder de vista que esta práctica, como otras tantas, claramente pone en riesgo la vida. Un mal cálculo de fuerza, tiempo e incluso de interpretación, puede transformar la experiencia placentera en un hecho mortal. Determinar la muerte por asfixia erótica, sobretodo la auto asfixia, es muy complejo, dado que las circunstancias se asemejan a una escena de suicidio. Para ello, deben tomarse en cuenta tanto los objetos que rodean la escena como la postura del cuerpo y aspectos psicológicos de las víctimas. La muerte de Michael Hutchence en 1997, fue registrada oficialmente como suicidio aunque se sospecha que murió mientras realizaba una auto asfixia erótica. En 2004, el miembro de la extrema derecha británica Kristian Etchelles fue encontrado bajo circunstancias similares; así mismo, los informes forenses de Estados Unidos registran muertes por asfixia erótica entre 500 y mil personas.1 El bloqueo de la respiración provoca congestión del sistema nervioso cerebral, estancamiento
de la sangre, por ello la presencia de pigmentaciones moradas o azules en la piel, trastornos visuales, fijeza en la mirada, zumbidos en los oídos y desmayos, convulsiones que inician en el rostro y continúan en las extremidades, velación de esfínteres y finalmente, la muerte. Así mismo, puede originarse una parálisis cardíaca por la falta de ventilación pulmonar al obstruir la laringe o a consecuencia de un ataque de pánico, así como los efectos colaterales de disfagia, ronquera, dificultad permanente para respirar, amnesia o trastornos mentales y emocionales. De ahí, que los mismos miembros de la comunidad BDSM marquen pautas para reducir los riegos en sus prácticas. Comentan que deben ser actos SSC (safe-sane-consensual) es decir, seguros a través de la información, el uso de objetos de fácil manipulación y de materiales flexibles (como goma o plásticos suaves) y la diferenciación constante entre la fantasía y la realidad; sanos al practicarse sin consumir drogas o bebidas que disloquen la percepción y los movimientos y bajo la consideración constante de la experiencia de los practicantes para asumir el nivel de intensidad, y por último deben ser prácticas consensuadas, es decir, realizarse posteriormente al acuerdo de la forma, intensidad y señales de alto para terminar en el momento en cualquiera de sus practicantes no desee continuar. La próxima vez que sientas que alguien te roba el aliento, piensa en tu imaginación sexual responsable, que sin duda será tu mejor aliada…Al final, cada quién decide, porque esto es una Sexocracia. 1 http://www.elmundo.es/papel/hemeroteca/1994/02/10/ mundo/554475.html
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|EL CHAPERÓN|
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Tienes una opción. Vivir o morir. Cada suspiro es una opción. Cada minuto es una opción. Ser o no ser. Chuck Palahniuk
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El suicidio a veces nace de la cobardía, pero no siempre; la cobardía a veces lo previene, ya que hay tantos de los que viven por miedo a morir como de los que mueren por miedo a vivir.
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La vida es como una película, si ya te echaste la mitad y cada segundo fue malo, probablemente no va a mejorar al final. Nadie puede culparte por salirte del cine antes. Doug Stanhope El suicidio es un derecho humano fundamental, esto no significa que sea moralmente deseable. Sólo significa que la sociedad no tiene el derecho moral de interferir. Thomas Szasz
Charles Caleb Colton
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El suicidio es muchas veces el punto final a una carrera artística. Kurt Vonnegut, Jr
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Nueve hombres de cada diez son suicidas. Benjamín Franklin Entre las miserias de nuestra vida en la tierra, el suicidio constituye el más preciado don que Dios ha concedido al hombre. Plinio el viejo
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A nadie le faltan buenas razones para suicidarse. Cesare Pavese
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When you’ve got nowhere to turn, turn on the gas. Truman Capote
A mis editores: A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria o aún peor, sólo os pido que en compensación por las ganancias que os he proporcionado, os ocupéis de los gastos de mis funerales. Os saludo rompiendo la pluma. Emilio Salgari
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El único problema filosófico verdaderamente serio es el suicidio. Juzgar si la vida es o no digna de vivir es la respuesta fundamental a la suma de preguntas filosóficas. Todo lo demás -si tiene o no el mundo tres dimensiones, si la mente tiene nueve o doce categorías- viene después. Ésos son juegos; aquello se debe contestar primero. Albert Camus
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Yo entiendo que la posibilidad de matarse constituye una válvula de seguridad. Teniéndola, el hombre no tiene derecho a decir que la vida es insoportable. Tolstoi
|O S EDCRCAI D ÓE NK| |
| O| SDERCACDI ÓE N K|
Optimismo exacerbado “que es el mozo alegre,aunque su alegría paga mil pensiones a la melarquía” Góngora Por Alejandro García Abreu
Ilustración: Carla Qua
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onstan autores que prefiguran su suicidio en su obra, que lo anuncian y anticipan. En el extremo opuesto se encuentran aquellos que destilan bienestar y holgura, cuyos textos refutan el acto final. Resulta paradójico: el inventor del optimismo se suicidó. Dale Carnegie nació en 1888 en Maryville, Missouri, donde creció en una granja. En su juventud, trabajó en el campo y a la vez realizó sus estudios en el State Teacher’s College en Warrensburg. Posteriormente, vendió cursos de correspondencia a hacendados; luego se convirtió en exitoso vendedor de tocino, jabón y manteca de la empresa Armour & Company, y así consiguió salir de la pobreza que había sufrido durante largo tiempo. Su primer libro, publicado en 1936, fue Cómo ganar amigos e influir en la gente, y se ha convertido en uno de los libros más vendidos de la historia y ha sido traducido a decenas de idiomas. El primer matrimonio de Carnegie acabó en divorcio en 1931. En 1944 se
casó con Dorothy Price Vanderpool, también divorciada. Tuvo dos hijas, Rosemary, de su primera esposa, y Donna Dale, de la segunda. Dale Breckenridge Carnegey cambió su nombre con la intención de “satisfacer las necesidades de sus clientes” y obtener mayores ganancias. Manipuló ortográficamente su apellido materno para que coincidiera con el del empresario Andrew Carnegie —fundador de la Carnegie Steel Company, del Carnegie Hall y la segunda persona más rica de la historia, después de Rockefeller—, cuando éste era signo de respeto y reconocimiento. Dale Carnegie, autor también de cursos para aprender a relacionarse, conseguir amigos y alcanzar el éxito en la vida, es el padre
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Dale Carnegie, autor también de cursos para aprender a relacionarse, conseguir amigos y alcanzar el éxito en la vida, es el padre incuestionable del género de libros de autoayuda y su biografía podría coincidir con la descripción de algunos personajes minúsculos de Kafka incuestionable del género de libros de autoayuda y su biografía podría coincidir con la descripción de algunos personajes minúsculos de Kafka. Una de sus trilladas frases fue: “si tenemos pensamientos felices, seremos felices. Si tenemos pensamientos tristes, nos sentiremos tristes”. Carnegie fue diagnosticado con la enfermedad de Hodgkin —un tipo de linfoma maligno— a principios de la década de los cincuenta. Tras proscribir al suicidio en sus libros, devastado por el padecimiento y temiendo el peor desenlace, Carnegie se quitó la vida el primero de noviembre de 1955, en su casa. El paciente adelantó su muerte; hubiera cumplido sesenta y siete años el veinticuatro del mismo mes. Su obituario, publicado por The New York Times el dos de noviembre de 1955, negó el suicidio, convirtiéndolo inmediatamente en tabú. Sus herederas y los fundadores del Curso Dale Carnegie —un programa de autoayuda basado en un plan de estudios estandarizado, dirigido a todo tipo de público (principalmente a empresarios) e impartido por instructores en muchas partes del mundo— negaron la versión de que el autor había levantado
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la mano sobre sí mismo. La razón es obvia: si los lectores y los asistentes de los cursos supieran que su gurú se quitó la vida, la empresa Carnegie —una asociación exageradamente redituable— se hundiría inevitablemente. Investigaciones subsecuentes y diversas fuentes “ilegítimas” han rebatido infinidad de veces la versión “oficial”, sin conseguir la atención de los millones de seguidores. La industria editorial de la autoayuda ha experimentado un incremento en los últimos años. Pretende acercarse a “lo nuevo”, pero no conoce nada nuevo, pues sólo repite lo que el sentido común dicta. En una ocasión un editor honesto respondió a la pregunta de por qué hay tantos libros de autoayuda: “Hay tantos porque ninguno funciona. Si los libros de autoayuda sirvieran se habría escrito sólo uno”. Los optimistas aseguran que los buenos momentos son frecuentes y duraderos, y los malos, eventuales y sin importancia. Creen que siempre tienen el control de la situación y que son capaces de solucionar cualquier adversidad repentina. Pero el optimismo exacerbado —un asidero alucinógeno— no cura el cáncer, no salva la vida. Y en sus últimos días lo supo muy bien Carnegie, un charlatán a fin de cuentas. Tras su muerte voluntaria, su obra se convierte en un gesto de afectación hilarante, porque resulta contradicha e interrumpida. Desde entonces, el optimista por excelencia ha figurado como un caso raro y extravagante en múltiples libros sobre autores y personajes suicidas. Esos volúmenes, lejos de tratar las dimensiones literarias e históricas del acto o de escudriñar las circunstancias de aquellos que exploraron la última frontera, trivializan la huida de la propia vida. Por ello, un amigo sugirió en una ocasión que los libros sobre el suicidio deberían estar en los anaqueles de autoayuda de las librerías.
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|DOSSIER|
Datos curiosos Suicidas en México.
/
Que nomás en 2007 se registraron
d 4,394
Que de ésos, nomás 773 fueron mujeres, de las cuales 530 decidieron usar el método de ahorcamiento o estrangulamiento. Sólo 4 lo lograron saltando de un lugar elevado.
Que el INEGI engloba a 72 hombres y mujeres suicidas bajo el misterioso método de “otro”.
e
-
Que las pastillas son mucho más populares entre las mujeres que entre los caballeros: 37 de 773 se quitaron la vida con ellas; entre los hombres la proporción fue 17 de 3,620.
DATOS • Que entre los 3,620 hombres suicidas, el método más popular, usado por 2,797 de ellos, fue también el estrangulamiento; el disparo de arma de fuego, en un distante segundo lugar, con 486 usuarios satisfechos. Y sólo 7 prefirieron el salto de altura como su boleto de salida. • Que la Redacción de Los Suicidas deduce que los “otros” métodos
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desconocidos de suicidio podrían ser los siguientes: - Muerte por sobredosis de spots positivos en los canales de Televisa.
• Muerte por asfixia al no poder parar de reír con las proyecciones de crecimiento para el 2009 del Banco de México.
- Muerte por ingesta de datos incomprensibles emitidos por la Secretaria de Hacienda.
• Que si usted contempla el suicidio le recomendamos saltar de un lugar elevado, por aquello de la originalidad.
- Muerte por compasión al leer el último aumento al salario mínimo.
• Que Los Suicidas no promueve el suicidio como respuesta a nada, nomás como respuesta a todo.
-Muerte por aburrimiento al intentar procesar el último discurso del primer mandatario.
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Carta
QUERIDO DOCTOR:
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más importante es que los nietos te salgan bonitos. Con los genes no se juega. ¿A qué dijiste que te dedicabas, prieto?” -Soy pintor. La mesa rompió en carcajadas. Julianito me apretó el muslo y relamió sus labios, “a mí me encantan los pintores”. Ya no sé qué hacer doctor. Mi pelota de grasa dice que a ella no le importa, pero ha cambiado. Está muy distante. Ya no se lanza por los sidrales. Huele a loción de hombre (cuando regresa del trabajo, no sé por qué). Ayúdeme por favor.
Mi gordita bella y yo tenemos más de dos meses de novios. La semana pasada, con el pretexto de un cumpleaños, fui invitado a una comida en la que finalmente conocí a mi suegra. Sobra decir que los nervios me asaltaron desde la noche anterior. No pude pegar el ojo pensando en todas esas conversaciones en las que mi llenita divina me contaba las cosas horribles que su mamá les había hecho a sus ex novios. Usualmente mi imaginación vuela en estas situaciones sociales e imagino los peores escenarios posibles. Como cuando terminé la carrera y no quería ir a la graduación por miedo al asbesto del salón que rentaron junto a la plaza de toros. Pero cuando llega la hora de la verdad, la situación misma nunca es tan horrible. Este caso fue la excepción. La bruja me odió. Para empezar, se refería a mí
Atte. Yerno infeliz (Carta resumida)
Tu cobardía parece ser el aspecto más fuerte de tu personalidad. Al menos eso pensé hasta que llegué a la parte de tu carta donde explicas que eres pintor y el dilema empezó: ¿Es más idiota que marica o al revés? Espero te refieras a pintor de brocha gorda porque si te sientes artista deja que te explique algo: el arte requiere carácter, bombón. Carácter que no tienes. Un hombre que no sabe lidiar con su suegra no es un hombre de verdad. Originalmente mi respuesta terminaba aquí, pero
como “el prieto ése” (excepto en una ocasión que me llamó “el enano ése”) y le fue imposible, o al menos eso dijo, aprenderse mi nombre. Le aconsejó a mi novia, enfrente de todo el mundo, que me botara y le hiciera caso a Julianito, “el hijo de la vecina que siempre te ha echado el ojo”. Mi gorda loca le dijo que Julianito vendía crack en la secundaria de la colonia a lo que mamá respondió: “por lo menos él sí sabe vestirse, tiene un gusto impecable para los zapatos” mientras miraba mis Crocs naranjas. Julianito, sentado a mi lado, se defendió: jamás en su vida había hecho negocios en la secundaria. Se limitaba a los lockers del club deportivo del barrio, donde vendía esteroides a los niños nadadores. La suegra agregó: “lo
por presión del equipo editorial, quienes retuvieron mi cheque hasta que mandara “una respuesta digna de nuestros lectores”, decidí extenderme un poco y tratar de ayudarte. Seamos honestos: probablemente eres la clase de alfeñique que ayudaba a promocionar los programas de Charles Atlas. Abre los ojos: las arañas radiactivas no existen, Parker. Tuviste la suerte suficiente (o le prendiste un chingo de veladoras a tu San Antonio de cabeza) como para que una mujer (o eso presumo) se fijara en ti. No lo arruines con exquisiteces. Usualmente recomendaría plantarle cara a la harpía. Actuar como hombre y decirle “Mi nombre es Ausencio, señora” o como
YERNO INFELIZ:
Fotografías: Miguel Á.Loredo
|yerno 01 infeliz| Por H.G. Sarquís
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chingados sea que tus padres, malagradecidos con la sociedad que les dio cobijo, te nombraron. Ésa seguro fue una noche de copas (o mezcales en la banqueta de la vinata de tu barrio, en su caso) que tu madre no podrá olvidar jamás. Hemos establecido que eres incapaz de comportarte como un hombre. He aquí una serie de consejos que tal vez ayuden a tu triste persona.
CONSEJOS
Consejo
(El que no seguirás por puto)
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Consejo
01
NO HAGAS NADA.
02
TERMINA CON ELLA.
03
LO QUE HARÍA EL DR. STRANGELOVE
Escenario A: Tu novia ignora a mamá. Tu novia blande el peso de la culpa sobre tu cabeza por el resto de su relación imposibilitando que tú la botes. Finalmente llega hombre nuevo a su vida y te bota. Escenario B: Llega hombre nuevo a su vida y te bota.
Escenario A: Botas a tu novia y quedas devastado. Te vas a un table en La Merced. Despiertas en un motel sin poder recordar el nombre de tu ex. Ni de cómo llegaste ahí. Ni los últimos seis meses de tu vida (no sería una gran pérdida, si me preguntas a mí). (Muerto el perro se acaba la rabia). Escenario A: I Invita a tu suegra a un almuerzo en casa de tus padres. “Quiero que conozca a mi mamá, señora”. Aplica dos (2) gotas de la solución adjunta a esta carta en el vaso de jugo de tu suegra. Plancha tu traje negro. Escenario B: Invita a tu suegra a un almuerzo en casa de tus padres. “Quiero que conozca a mi mamá, señora”. Aplica dos (2) gotas de la solución adjunta a esta carta en el vaso de jugo de tu novia. Plánchate a tu suegra. Suerte con eso, Da Vinci.
Ilustración: H. G. Sarquis
Consejo (Tu favorito)
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Entrevista a Paco Ignacio
Taibo II Por César Tejeda
Ilustraciones: Ferruco
Q
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ueríamos que Paco Ignacio Taibo II fuera el padrino de Los Suicidas. Una presunta amiga de él nos había dicho que para conseguir algo así, teníamos que llegar al escritor teniendo entre las manos una propuesta concreta. Pensamos, ambiciosamente, que un artículo de opinión histórico de tres cuartillas estaría bien. La verdad es que hubiéramos dado casi cualquier cosa porque escribiera lo primero que le viniera en gana; en primera, por humildes; y en segunda, porque a ese tipo de personas suelen venirle en gana buenas cosas, y sobre todo si vienen primero. Conseguimos su correo electrónico pero no tuvimos ninguna respuesta. Luego, un amigo, que es su vecino, nos dijo exactamente dónde tocar el timbre para encontrarlo. Y así hicimos, sólo que nos dijeron que no estaba, que dejáramos nuestra propuesta de colaboración en el buzón; y tampoco obtuvimos respuesta. ¿Por qué Paco Ignacio Taibo II? Porque somos lectores cautivos de Belascoarán Shayne. Además, porque teníamos confianza en que nos escucharía; tal vez nos diría que no, luego nos preocuparíamos por eso, pero los
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¿Por qué Paco Ignacio Taibo II? Porque somos lectores cautivos de Belascoarán Shayne. Además, porque teníamos confianza en que nos escucharía; tal vez nos diría que no, luego nos preocuparíamos por eso, pero los escritores como él suelen tener interés en escuchar a los demás
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escritores como él suelen tener interés en escuchar a los demás. Descartados estaban otros como Villoro, supusimos que aunque llegáramos a conseguir el teléfono de su casa, nuestra llamada no pasaría de su mujer. Con la urgencia de conseguir un padrino fuimos a tocarle nuevamente. Hernán tuvo razón, es más seguro importunar a la gente a la hora de la comida, barriga llena…
Expusimos en pocas y nerviosas palabras el proyecto y lo invitamos a colaborar en él. “No, apenas y tengo tiempo para escribir”, dijo. Lo comprendimos de inmediato. Siempre me he preguntado cómo se puede ser un escritor prolífero y además… no sé, director de un canal de televisión, por decir algo. “Pero les ofrezco el primer capítulo de mi próxima novela”. Y eso era muchísimo más de lo que hubiéramos imaginado y enmudecimos de la impresión, con el pretexto, claro, de que cualquier agradecimiento se hubiera quedado corto. “Vengan por él en un mes, pero háblenme antes para hacer una cita”, dijo aludiendo, seguramente, a nuestra interrupción de aquella tarde. Esa primera plática con Taibo II fue a mediados de diciembre y no volvimos a sentarnos en su mesa hasta finales de febrero. Es sabido por todos, que a los escritores famosos, cansados de dar entrevistas, les es agobiante contestar siempre lo mismo, de modo que nos rompimos la cabeza… para llegar a las mismas preguntas de siempre. Me asombró la valentía de Hernán cuando preguntó a boca floja que si seguía en pie aquello de “regalarnos” el primer capítulo de su próxima novela, “claro”, contestó. Nos dijo que trabajaba en revivir las lecturas favoritas de su niñez, esas aventuras de piratas en el sureste
Paco Ignacio Taibo II nos abrió la puerta sin consultar antes nuestras caras. En efecto, estaba terminando de comer y nos invitó a que nos sentáramos con él, “yo que ustedes, diría rápido lo que tienen que decir”. El problema es que cuando se está en la mesa de Paco Ignacio Taibo II a uno le dan más ganas de escuchar. Se levantó por sus cigarros, Hernán le ofreció uno de sus Camel pero lo rechazó, “ésos son para después de fumar”, dijo mientras encendía un Romeo y Julieta.
asiático, ¿algo parecido a Sandokán? “No se trata de algo parecido, es un libro de Sandokán: El retorno de los tigres de Malasia. Más anti imperialistas que nunca”, y al decirlo no pudo evitar reír, orgulloso e infantil a la vez, haciéndonos cómplices de su idea. Además de eso, trabaja un proyecto de historia narrativa con el objetivo de relatar lo que realmente ocurrió en la batalla del Álamo, “los héroes gringos dan lástima”. Una vez terminado el tema del presente literario de nuestro entrevistado y cambiando radicalmente de materia, acudimos a nuestras dos preguntas estrella: ¿El suicidio ha tenido alguna influencia en su obra? Y, ¿si decidiera
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suicidarse, cómo lo haría? Opuesto a lo que pensé, nuestras preguntas no le provocaron ninguna sorpresa y las contestó con la franqueza y rapidez de siempre. Taibo II es sobre todo un tipo franco. Nos comentó, con respecto a la primera pregunta, que tres de sus compañeros del 68, “gente muy valiosa”, se había suicidado dejando en él una profunda herida, pero que más allá de eso, el suicidio no había tenido ninguna influencia en él ni en su obra. A lo segundo contestó, “pienso que el derecho a morir es sagrado, siempre y cuando uno no se aviente de la azotea y caiga encima de otros dos; sin embargo, soy un optimista patológico y los optimistas patológicos aguantamos hasta el último”. Luego quisimos saber si frecuentaba la obra de escritores mexicanos menores de treinta años y nos contestó que estaba más conectado con la generación entre los 30 y 40. Hubiéramos querido preguntarle directamente por qué no lee a menores de treinta o algo así, pero Hernán decidió llevar la plática a terrenos más indirectos preguntándole si consideraba que nuestra generación es más apática que las anteriores, “aunque ahora se la pasan empujando carritos en el supermercado, ya llegará su momento”. El tiempo se nos iba acabando, o por lo menos eso sentíamos ya que la plática iba perdiendo fluidez. Yo podía evadir la incomodidad “tomando apuntes” en mi laptop pero Hernán no, así que se le ocurrió preguntar qué era lo que el escritor tenía pensado hacer para celebrar el bicentenario, “acercarme a la gente, dar conferencias en la calle. La mejor manera de matar las conmemoraciones son las estatuas. Hay que hablar de las cosas como pasaron realmente. Si vamos a ser castigados por una historia aburrida hay que recuperar lo que fue: dos guerras civiles que definieron el rumbo del país.” Y luego el silencio. Paco Ignacio Taibo II se levantó y caminó hacia su computadora, “si no tienen más que decir…” y como no quería perderme de su plática quise saber si no tenía planeado algún Belascoarán.
Por alguna razón no le gustó mi pregunta, tal vez por frecuente o tal vez por estar fuera de lugar después. El chiste es que Taibo II emitió su primer y único monosílabo de la tarde, “no”. Tampoco quiso decirnos quiénes eran sus escritores de novela policiaca favoritos, “siempre que quiero hacer una lista de cinco terminan siendo cuarenta”. Y pensar que nosotros apenas vamos llegando a Dashiel Hammett y Raymond Chandler… Taibo se sentó en su escritorio para mandar a mi correo electrónico el primer capítulo de El retorno de los tigres de Malasia. Más anti imperialistas que nunca. Se me ocurrió que Los Suicidas podría publicar en cada entrega un capítulo primero y la sección podría llamarse así. Pero luego volví a la realidad: para eso haría falta que todos los escritores fueran Taibo II.
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El retorno de los tigres de Malasia. Más anti imperialistas que nunca. Paco Ignacio Taibo II
Ilustración: Marylen Alatriste
Capítulo I EL HORROR Los dos hombres salieron de la niebla lentamente, como si renacieran; uno de ellos iba casi desnudo, a no ser que se pudiera llamar vestimenta a los restos de la camisa de seda que colgaban escasamente sobre un brazo, a un calzoncillo cubierto de lodo y su calzado, una única bota que lo hacía cojear; el otro sangraba aparatosamente de una herida en la frente, a pesar de lo cual estaba fumando un puro. A causa de su apariencia fantasmal ambos personajes parecían jóvenes aun sin serlo; quizá el brillo de sus ojos, el aura de energía que esparcían en la atmósfera, la sensación de violencia triunfante, las risas sueltas y las amplias sonrisas, el flujo de adrenalina que flotaba en torno a ellos, imitara la juventud, y la imitaba airosa y convincentemente. Una segunda mirada no podía ocultar las abundantes canas en la cabeza de aquel que tenía la camisa destrozada y el torso lleno de arañazos, un malayo, y las arrugas profundas en torno a los ojos del hombre del puro, sin duda de origen meridional europeo quien lucía en medio del tizne las manchas en la piel de quien había bebido el sol durante muchos años. Iban armados con hachas de mango corto y revólveres muy singulares, unos Turret de seis tiros de tambor horizontal, muy poco comunes en el mundo y particularmente extraños en aquella zona del planeta, porque habían sido construidos especialmente para ellos por el ingeniero y armero J. W. Cochran en Allen, Pennsykvania. Los hombres conversaban animadamente en una mezcla de inglés
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|CAPÍTULO I|
y malayo, en la que frecuentemente aparecían palabras chinas, portugués de Macao e incluso alguna palabra obscena en el idioma favorito de la procacidad, el francés. La brisa marina era insuficiente para disipar la niebla y sólo lograba mezclarse con ella llevando hasta los dos hombres, que caminaban por un sendero rocoso que ascendía hacia la nada, el olor de la sal. El sonido de una sirena, pareció indicar que el mundo exterior seguía existiendo: dos toques cortos y uno largo. - Siguen ahí- dijo Yáñez de Gomara, y arrojó el puro hacia el sonido del silbato que surgía de la niebla. - Son como la suerte, hermanito, nunca nos abandonan- respondió Sandokán. Los dos hombres apresuraron la ascensión siguiendo difícilmente el caminito marcado entre las rocas, que unos instantes después los llevó hasta una cabaña de palma. - ¡Serim! - clamó el príncipe malayo al ver que nadie los estaba esperando en el exterior. - Algo raro está pasando. Nuestros problemas no terminaron allá atrás- dijo Yáñez. Sandokán repitió la contraseña en voz alta y ante la ausencia de respuesta amartilló la pistola. El portugués dio una patada a la puerta de la cabaña que se desplomó botando sus goznes y entró con su revólver en la mano. El instante en que le tomó habituar los ojos a la escasa luz fue precedido por el descubrimiento del horror. Yáñez no era un hombre que se asustara fácilmente; a lo largo de su azarosa vida había visto prácticamente todas las formas del mal, la brutalidad y la barbarie: pero había algo en el interior de aquella pequeña cabaña alumbrada tan sólo por la tenue luz del amanecer que se filtraba por las hojas de palma entrelazadas que cubrían la única ventana, que lo hizo temblar. Sobre la mesa, junto a restos de una comida sin duda abandonada intempestivamente por sus dueños, yacían tres cadáveres de niñas destripadas, los cuerpos abiertos en
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canal y en sus rostros, que mostraban la última imagen del terror, un extraño signo pintado con su propia sangre. El impacto de la escena hizo que Yánez retrocediera tropezando con Sandokán. Yáñez salió a las afueras de la cabaña y respiró profundamente para rehuir el vómito. En ese instante, de la choza surgieron gritos y un disparo de revólver, Yáñez giró para enfrentarse a lo desconocido agradeciendo inconscientemente que la acción lo sacara de la pesadilla. - Mira lo que he encontrado. Casi lo mato- dijo Sandokán surgiendo de la puerta con un enano colgando de su mano por el cinturón. Era un enano de rasgos africanos más que asiáticos, similar a los pigmeos que alguna vez había podido ver Yáñez en el mercado de Zanzíbar, y proclamaba una docena de idiomas y una docena de idiomas y dialectos y entendían los rudimentos de otras tantas lenguas más, podía comprender. El enano tenía en su rostro pintado en sangre el mismo extraño signo. Parecía un patético juguete roto. - Esas eran las hijas de Dakao, pero ¿dónde está él? ¿Dónde está su mujer? - ¡Mierda Puta! ¿Quién puede querer asesinar a tres niñas pequeñas? ¿Ante qué salvajismo nos encontramos? - ¿Qué tienen que ver con los que nos emboscaron? ¿Eran los mismos? - ¿Dónde están los asesinos, pequeño? Y el enano, como si lo hubiera entendido, comenzó a sollozar señalando hacia el mar. - Vámonos rápido de aquí. Luego tendremos tiempo para interrogarlo, y si no, llevémoslo a Hong Kong, allí hablan todas las lenguas del planeta, y para engañar a los recaudadores de impuestos, han inventada una nueva. Sandokán sacó de su fajilla una bengala y encendiéndola la disparó hacia la niebla. Casi instantáneamente la sirena de la lancha respondió con dos toques cortos y uno largo.
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EL ESCRITOR Y UN SUICIDA.
Hoy:
Daniel Sada. sin titubear ante lo dicho, ante lo escrito. No sigue las reglas, ni en su escritura ni en su vida personal, será que me acostumbré a jugar solo, no podía jugar con otros niños porque tenían reglas. Vivía solo e inventaba mis juegos, se me fue creando un problema con la autoridad: me estorbaba. Descubrí la escritura porque ésta no tenía potestad; el arte tiene esa libertad que no te da otra profesión, yo invento y así vivo. No
una broma, como si fuera un buen o mal chiste. No sé si esta realidad sea la mejor de todas, pero la única realidad es la de Dios; no sé cuál sea, no sé quién sea Dios o si hay un ser superior, y es entonces cuando esta realidad me parece incompleta, quizás tal vez por eso nos guste crear y rellenarla con arte o incluso con tecnología, pero no concibo esta vida como un todo, le faltan demasiadas cosas, me dice Daniel Sada con los ojos pegados a los míos. Él es así: un escritor de vista aferrada, un hombre con huevos vaya, porque pocos son los que sostienen la mirada
desprecio la compañía, la agradezco mientras no se me impongan reglas. Sorbe el café y yo pienso en la soledad, en la libertad de la tinta, términos que parecen intrínsecos al arte de la literatura, ¿hace cuánto que está solo? ¿Se siente solo? Los escritores son seres solitarios, de otra manera no podrían crear. Para ser creador debes estar solo; esa dependencia hacia los demás no es un rasgo que corresponda a todo tipo de personas; la gente casi siempre necesita estar acompañada, yo prefiero asumir la soledad y después agradecer la compañía.
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e gusta pensar en el origen de la vida como si fuera un cuento; pensar que el mundo ya estaba hecho y que sólo llegaron el hombre y los animales a habitarlo. La idea de que el mundo es un escenario siempre me parece grata en términos literarios. Como decía Borges: “Dios puso los huesos y la paleontología para confundir a los geólogos.” Me gustar pensar que la vida se creó como
Fotografías: Eunice Mier y de la Barrera.
Por Eunice Mier y de la Barrera.
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Se teje en mi memoria la frase, su frase de Luces Artificiales: “¡Yo lo quiero así, con esa cara y con ese carácter!” ¿Quién no quiere a Sada? El que no lo conozca, el que nunca lo haya leído, el envidioso, presumido o egoísta; las ideas que le salen son bromas de la vida, escribe porque sí, porque tiene el entorno adosado al alma y a la mano, por eso me confirma que no puede escribir enamorado o herido, escribo por entusiasmo y gozo, si no hay alegría en mi espíritu me parece inútil escribir; no escribo porque tenga vacíos profundos; necesito ver a la literatura como una fiesta. Como decía Gómez de la Serna, “uno tiene que escribir como si estuviera en medio de una guerra”, tu espacio debe ser maravilloso aunque traspasando las paredes todo sea deplorable; me gusta que los misterios de la vida, los más profundos y extraños, me inviten al gozo. El magma, la esencia para el ser humano no tiene que ser desgraciada sino gozosa. Por eso, todos sus libros son sus hijos consentidos, a todas sus novelas las quiere por igual, de una u otra manera,
Los escritores son seres solitarios, de otra manera no podrían crear. Para ser creador debes estar solo; esa dependencia hacia los demás no es un rasgo que corresponda a todo tipo de personas; la gente casi siempre necesita estar acompañada, yo prefiero asumir la soledad y después agradecer la compañía.
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siento que en algunas puse más de mí, pero todas las hice con entrega, amor y disciplina, “Porque parece mentira”, es una novela de 700 hojas en la que vertí todo mi espíritu durante mucho tiempo, pero no es tan diferente a “Una de dos” que es más pequeña; en todas puse lo mejor de mí, no puedo tener una preferencia, eso lo dirá el lector, pero yo como hacedor no tengo favoritas. El café es una de las manías constantes de Daniel, desde que lo conozco -un par de años atrás-, siempre lo recuerdo preparando las semillas en el agua hirviendo en una cocina que huele más a familia que a libros; le gusta la armonía, odia el desorden, lo imprevisto: si me dicen, en este momento tienes que ir a firmar algo, me desconcentra mucho; tengo organizada mi vida y lo incidental me disgusta, me considero sistemático. No le gusta el olor de aquello que lo marea o le produce náuseas, ahora que ya no fumo, el cigarro me es desagradable, no creí que me fuera a pasar, nunca me creí un fundamentalista antitabaco y ahora lo soy. Tampoco me gusta la gente neurótica, trato de huir de todo lo que me cause conflicto. Sus grandes amigos desde hace mucho tiempo son los libros, y he tenido otros que a lo largo de la vida me han traicionado; me considero una persona de afectos profundos y quien no los tiene, no va conmigo, me aparto; quiero mucho a la gente y cuando pienso que no dan todo o que me buscan por interés, pues ahí ya no doy más. Y he errado con varias personas, claro, y me he llevado varios trancazos muy dolorosos, es por eso que cuando alguien me da todo, lo agradezco infinitamente. Cree que todos los sentidos son indispensables, pero si tuviera que vivir sin uno de ellos escogería, sin duda, el oído, para no escuchar pendejadas.
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Uno oye mucha tontería... Y entonces dejo fluir las pavadas y le pregunto si piensa que el gobierno guarda o esconde archivos extraterrestres, se ríe pero me contesta serio, a mí los ovnis me caen gordos, nunca se aparecen en una multitud, me gustaría que aterrizaran en el partido AméricaChivas para que mucha gente supiera que existen y no sólo una o dos personas; que aterrizaran en el Zócalo y no en lugares recónditos en los que toman fotos que no sabemos si son reales o inventadas; me niego a creer en los extraterrestres, no creo que seamos seres exclusivos en el universo, pero prefiero ignorarlos; si vienen quisiera conocerlos, convivir con ellos, por qué tienen que aislarse; me gustaría que me contaran de su vida, quizá son menos imperfectos que los seres humanos, quizá escriben mejor literatura que nosotros. Y ese detalle de humildad me rebota en la cabeza, ¡acaba de ganar el premio Herralde 2008 de novela!, sin duda una de las mejores noticias que haya recibido, pero no: la mejor noticia para mí es estar bien de salud, tener amplificadas todas mis facultades; estar lleno de vida... ésa sí que es una noticia deslumbrante. A Sada le interesa que lo que haga tenga repercusión, pero sin tener que moverse de su casa, si ser famoso es viajar de acá para allá, estar dos dias en un lugar y mañana en otro y descuidar las cosas esenciales de la vida, prefiero no ser famoso; me importa mi entorno, mi armonía personal, y si eso se desarticula en aras de la fama, el poder, el dinero o lo que sea, entonces no quiero vivir esa vida. Y en esta vida, con los jóvenes que de pronto se sienten desencantados por la literatura, por esta extraña existencia que les ha tocado recibir, el escritor recomieda que lean algo que no reconozcan
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de inmediato, podría hacer un listado infinito de libros, pero si lees lo que vives no tiene caso leerlo; una buena manera de iniciarse en la literatura es leer lo que no identifiques de inmediato, lo que te deje extrañeza y no corresponda tácitamente a la vida: la literatura fantástica, los clásicos, cosas que al mismo tiempo te enriquezcan; no recomendaría que leyeran lo que reconocen en la realidad que viven porque para esto no se necesitan libros, sólo la vida; les aconsejaría una literatura que los transportara a otros mundos. Y si de dejar este mundo se tratara, si Daniel Sada pensara en suicidarse, ¿cuál sería su manera de hacerlo? Él me ve absorto, abre unos hoyos grandes en sus pupilas y recuerda lo que dijo Cioran, “el que piensa en suicidarse es porque cree que mejoraría las cosas”, y Daniel no cree que mejoraría las cosas. Yo nunca me suicidaría, no pienso en eso, no está en mis alcances intelectuales; si existiera una ocasión muy desesperada podría jugar con esa idea, y de ser así, quisiera entonces que fuera algo lo más rápido posible, algo donde no supiera que se me va la vida, un balazo por ejemplo; si tomara pastillas sentiría que se me va la vida. Tampoco creo en la desaparición total, no creo en la reencarnación, los egipcios tenían la creencia de que cuando se morían se convertían en una sombra, y el hecho de tener la posibilidad de ser una sombra me interesa mucho; no creo que cuando la gente muere desaparece totalmente; sólo existe una transformación. Así pues, me quedo con el olor a café de Daniel, con su armonía, con sus arcanos ojos y con la trascendencia de sus letras hechas sombra para esta vida y todas las que sigan. Un Daniel Sada que sin duda, no podrá morir, sólo transformarse.
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IN MEMORIAM D
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espierto. El corazón me galopa enfurecidamente. Tomo dos bocanadas de aire. Todo es oscuridad. Sentí entre sueños que caía, que moría. Recorro el lugar con la mirada: paredes blancas, sábanas blancas. Tengo una sonda clavada al brazo izquierdo,
lee una revista sentada en un sillón, a mi lado. Otra vez traigo esa sonda en el brazo. Otra vez veo este brazo ajeno, siento miedo. La mujer me descubre: se da cuenta de mi respiración agitada; de mis ojos abiertos. Mejor los cierro. ¡Doctor! grita emocionada, luego me toma de la mano. ¿Quién es ella?
un brazo que no reconozco. Un escalofrío eriza mi cuerpo. Arranco la sonda de un tirón y me pongo de pie. Siento un hormigueo que me recorre. Voy al baño dando tumbos. Al abrir la puerta miro incrédulo la imagen del espejo. *** Quiero abrir los ojos pero los párpados me pesan. De pronto recuerdo el espanto. Fue una pesadilla, pienso. Hay mucha luz en la habitación. Estoy en el mismo cuarto blanco, el de mi sueño. Una mujer mayor
Hijito, ¿me escuchas? Su voz se quiebra. ¿Puedes oírme? Sí, intento contestar con un ronquido. Alguien habla, una mujer mayor. Alguien más, otra mujer. Están muy cerca de mí. Escucho: El doctor teme por sus desvanecimientos. ¿No salió normal la tomografía? Dice que se trata de un daño interno, mañana vendrá. ¿Y la niña? No tiene caso que lo vea así. Pero ya ha despertado un par de veces, tal vez le ayude verla. Oigo un zumbido largo. Abro los ojos fácilmente. Una mujer me está sosteniendo
Fotografía: Mariana Guevara
Por Montserrat Varela Mejía
– ¿Te olvidaste de mí? – Cada día. Carlos Azar
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el brazo, parece una enfermera. ¡Doctor, el paciente despertó! Un hombre ceñudo se acerca. ¿Puede oírme? La enfermera trae un pequeño gafete prendido del pecho: María. De pronto recuerdo algo. María. El sonido de ese nombre, un aroma. El doctor insiste: ¿Señor Fuentes, puede oírme? Mis ojos se nublan. El zumbido se vuelve cada vez más fuerte. María, recuerdo. María, murmuro. Y me aferro a ese nombre que
tor Fuentes. Un apellido es todo lo que me describe por el momento. Un apellido es todo lo que soy. Pero mi consuelo es saber que amo. ¿Me amará María? El sueño se ha disipado por completo pero esta vez decido no levantarme. Estoy amarrado al suero. Estoy destinado a esta cama blanca. A este muro blanco. Mi entrepierna está mojada. Escurro la mano bajo la sábana blanca para sentir mi erección. María ha estado ahí. Yo he estado muchas veces en ella. Recuerdo sus manos pequeñas y frías, sus labios tersos rozando mi piel. Me quedé dormido anoche. Mi madre, como he decidido nombrarla, ya no está en el sillón. Estoy solo. Me siento solo. Pero sé que mientras tenga ese único recuerdo...Lo sé. Ella me ama. ¡Si pudiera conocer su rostro! No quiero llorar mientras me masturbo. No quiero llorar frente al recuerdo de sus enormes ojos *** Grito. Mi corazón está galopando a toda prisa. Tuve un sueño horrible. Que
con mi madre aquel día. Abro lentamente los ojos. No me parece familiar, ni siquiera un rasgo o un gesto me ayuda a recordarla. Ella está llorando, eso me incomoda. Su llanto me avergüenza, me culpa. Gabriel, escúchame. Tienes que reponerte pronto. Todos te necesitamos. Mañana va a venir alguien... María, suplico. Sí, ella va a estar aquí. Pero tienes que reponerte. Haz un esfuerzo, por nosotras. Mamá se fue a descansar. Mañana vendremos temprano las tres. Me besa la frente. Y de golpe llega a mí la imagen de María, toda ella boca besándome la frente. Decía que me amaba, le gustaba abrazarme rodeándome el cuello, luego yo la sujetaba para darle vueltas mientras le devolvía los besos. *** Siento como si me taladraran por dentro. Mi cabeza late. La luz del día me molesta. Una neblina me baña la mirada. Estoy confundido. Una sombra se acerca a mí, besa mi mejilla. Hola, Gabriel, dice
el rostro muy cerca del mío. La sombra se mueve, se quita. Trato desesperadamente de encontrar mis labios con los suyos. El rostro se aclara por un instante. Son los enormes ojos que tanto amo, los labios tersos. No, ella no puede ser María. Pero son sus ojos, su olor, su cabello. Yo a María la he besado, he hundido mis labios en su sexo, he acariciado todo su cuerpo, la he penetrado. Recuerdo el placer que sentía al estar con ella y sus ojos ansiosos de mí. ¿Qué digo? María, con sus pequeñas manos blancas ¡Es una niña! Siento frío. Las manos me tiemblan. Aparto a la niña de un golpe. ¡Gabriel, que te pasa, es tu hija! Vamos nena, dejemos descansar a papá. El único recuerdo que conservo es lo único que quisiera olvidar. Siento náuseas. Estoy sudando. ¿Quién soy? Soy Gabriel Fuentes. Ya no quiero saberlo. No quiero recordar más. Vuelvo a arrancarme la sonda. Duele. Me lo merezco. Una arcada llega hasta mi garganta. Me levanto. Abro
navega solitario en mi memoria. Es de noche, estoy conciente. Tal vez María era esa mujer que escuché hablar el otro día sentada en el sillón. Pero no, la voz de María era más dulce. No sé si lo recuerdo o lo imagino: María olía a lavanda, su cabello era castaño, su piel tersa, su aliento fresco. La amaba. Ella solía acariciarme el rostro. Sus ojos eran color miel. Pero no recuerdo su cara. ¿En qué parte de mi inservible cabeza se escondió su rostro? Señor Fuentes, me dijo el doc-
caía. Quería regresar a la cama pero el piso desaparecía. La enfermera está tomándome el pulso. Tres doctores están frente a ella. Inyectan a mi sonda algo que me quema por dentro. El doctor me hace tomar unas pastillas minúsculas. ¿Se encuentra bien, Sr. Fuentes? Creo que sí, pero no es cierto. Todavía me atormenta la pesadilla, el miedo. El sueño por fin me vence. Gabriel, ¿me escuchas? Soy Mónica, tu hermana. Era la voz que conversaba
la sombra de mi hermana. Ya está aquí María. Una sombra más pequeña se sienta a mi lado, sobre la sábana blanca. Mis ojos se esfuerzan en vano por enfocar. Esta es mi oportunidad de ver el rostro de María, de recobrar mi memoria, de saber. Extiendo mi brazo. Rozo una cabellera delgada con mis dedos. ¡Es María sin duda alguna! Una cabeza se inclina hacia mi pecho. Huele a lavanda, pero es demasiado pequeña. Mis ojos se desorbitan empeñados en ver. Sostengo
la puerta del baño. Observo una imagen en el espejo que me mira llorando. Le doy un puñetazo y mi mano sangra. Miro a la ventana. Un sexto piso, tal vez más. Te lo debo. Perdóname, María. Caigo. María olía a lavanda, sus brazos se colgaban de mi cuello, sus ojos enormes me admiraban, su piel me pertenecía, su cabello me acariciaba, su rostro, su rostro, lo recuerdo. María era la madre. Tan parecidas. María había muerto, pero prometí recordarla.
Otra vez veo este brazo ajeno, siento miedo. La mujer me descubre: se da cuenta de mi respiración agitada; de mis ojos abiertos. Mejor los cierro. ¡Doctor! grita emocionada, luego me toma de la mano. ¿Quién es ella? Hijito, ¿me escuchas? Su voz se quiebra. ¿Puedes oírme? Sí, intento contestar con un ronquido
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|CARAS VEMOS|
¡Estoy Viva!
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Recibí una llamada de mi primo Rubén, me preguntaba si yo escribo, si quiero publicar algo. Ya me lo habían preguntado muchas veces antes, y mi respuesta era siempre la misma: “mis padres son escritores, y muy buenos, es mejor que yo no me meta ahí”. Pero siempre me quedaba la espinita, ¿y por qué no? Así que esta vez, cuando mi querido Rubén me pidió que escribiera algo para el primer número de esta revista, dije: “¡va, es tiempo de intentarlo!” El año 2009 es mi año de la suerte, es el año en que me toca romper todos mis límites y enfrentar todos mis miedos, es el primer año de mi vida en que no tengo padre. Eso tiene que cambiar las cosas. Por
para mí no era todas esas cosas que la gente veía y admiraba en él, para mí, papá eran unas manos calientes, una mirada amorosa y un poco burlona: “sí, mi Mariquita, no te preocupes, así es la vida”. Y aquí tengo que parar un segundo. Este ejercicio de escribir de pronto se ha convertido en otro, en recordar a mi padre, en pensar quién era él para mí. Ése sí es un reto que cuesta sangre. Pero para eso estamos aquí, para jugarnos la sangre en cada cosa que hacemos, ¿no? Sigo, entonces. Murió hace siete meses y el dolor se empieza a sentir, el Planeta empieza a resentir su ausencia. Y yo. A todos nos pasa o nos va a pasar, nuestros padres se tienen que morir, así es la ley de
algo en psicoanálisis existe la figura retórica de matar al padre, alguna importancia debe tener y algunas buenas consecuencias también. Yo hubiera preferido que mi proceso no fuera tan literal, que mi padre no estuviera, literalmente, metido en una urna y convertido en cenizas. Pero así fue y ésta soy yo y agradezco lo que me toca vivir; agradezco las cosas buenas, las bonitas y dulces, pero también las amargas y las dolorosas y las agrias, como esta muerte. Mi padre era el gran Alejandro Aura. Y
la naturaleza. Pero nadie nos enseña ni nos advierte que va a doler, no sabemos cómo estar en un mundo en el que ya no está esa persona a quien tanto queremos. Yo no sé cómo hacerlo y por eso pienso que es bueno escribir esto, no sé si los aburra, espero que sientan conmigo, a fin de cuentas, mi trabajo (ser actriz) se trata de eso, de hacer sentir a las personas. ¿Cómo se vive un duelo? ¿Cómo se le hace para quedarse con las cosas buenas y no permitir que el dolor nos quite la vida?
Fotografía: Iván Vilchis Ibarra
Por María Aura
María Aura (ciudad de México, 1982) empezó a actuar en teatro con su padre, el escritor Alejandro Aura, a los tres años. Su debut cinematográfico fue en Y tu mamá también. Estudió en el Stella Adler Studio of Acting, en Nueva York. En 2003 regresó a México y desde entonces ha participado en películas como Niñas Mal, Conozca la Cabeza de Juan Pérez, Spam y Arráncame la Vida. En la pantalla chica interpretó el personaje antagónico de Mariana en Vivir Sin Ti. También la vimos en la serie de Fox, Tiempo Final, compartiendo créditos con Jesús Ochoa. Este año estrenó la película Amar. Los Suicidas | 49
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Tengo algunas ideas: para empezar hay que dejarlo estar, no lo podemos quitar, más bien hay que aprender a convivir con él. A ver, me voy a detener tantito y voy a buscar otro camino, porque siento que este experimento de escribir se está convirtiendo en un texto de autoayuda. ¡No, por favor! Yo creo que no hace falta buscar proverbios que nos digan para dónde ir, sino abrir los ojos y sentir el Mundo, ver a nuestro alrededor, leer un poema de Tomás Segovia y darse cuenta que la vida no es una batalla, sino un disfrute, un regalo. Soñé que Tomás Segovia era ciego e infinitamente feliz; caminábamos juntos, él con su bastón y sus lentes oscuros y éramos felices. Tomás es tan feliz en la vida real, tiene alrededor de ochenta años y sus ojos le brillan conforme su cabeza va imaginando cosas, conforme va recordando cómo hizo él, con sus manos, toda la tubería de una casa en el sur de Francia. Mira a su alre-
últimamente, que la vida está increíble (qué fresa soné, pero es cierto). Poder saborear un trago de vino, una mordidita de chocolate, tocarle la mano a la persona de al lado, cruzar la mirada con El Bigo, todas estas cosas simples me tienen extasiada, vivo como en un parque de diversiones, no me la puedo creer, estar es tan delicioso que se me hace agua la boca cada mañana cuando me despierto, nada más de pensar que hoy también me toca estar.
dedor y disfruta estar aquí. Tomás es el ejemplo que me queda de un padre, es esa persona que ha vivido más que tú, que es sabio y generoso y quiere mostrarte cómo es la vida. Le agradezco que esté en este mundo. Aunque fuera ciego, espero que nunca lo sea (nomás está medio sordo), disfrutaría de los olores de las calles y de las personas, de la memoria, de los planes a futuro. Eso quiero aprender, a estar y estar y estar. Y otra cosa; me he dado cuenta,
Vuelve a estallar en mi plexo el asombro De despertar al día y de encontrarme vivo Bajo la fresca luz de un joven sol jovial
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PLEXO Ah sí Cuidaré que viva intacta Esta audaz gratitud desprotegida No me hundiré en la inercia De pensar que es tan sólo porque salgo De la turbia desgracia Por lo que una vez más Como en aquellas límpidas mañanas de mi tiempo
Ah no No humillaré la maravilla.
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MARÍA AURA EN CITAS • Jamás contemplaría el suicidio, es más, quisiera tener ocho o diez vidas. Una amiga decía: “saber que el suicidio está allí, es como ver que hay una puerta cuando se es claustrofóbico y saber que tienes esa opción.” •¿Best sellers? No hay tiempo para leer cosas malas. • Sobre cuál fue el último libro que no terminé, esa no te la voy a contestar. Si alguna vez lo hice, seguramente fue culpa mía. Para qué escoges un libro que no te va a gustar. • Escribo mis sueños como cuentos. • Mi género favorito es la novela. He leído todo Milan Kundera. Siempre regalo libros de Kundera. • Redescubrí la poesía de mi papá después de su muerte. Dejé de leer a mi mamá cuando una de sus novelas me pegó. • Estoy leyendo Una novela rusa, de Emmanuel Carrère. • El personaje más difícil que he interpretado fue el de “Arráncame la vida”; el más divertido, el de “Niñas mal”; y el que más me ha gustado fue el de un corto llamado “Oblivion” basado en un cuento de Mario Benedetti. • En “Amar” me divertí mucho. Interpreté a una recién casada. Fue divertido dejar los papeles de chavitas.
Tomás Segovia, del libro Siempretodavía. Ediciones Sin Nombre.
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Mezcal
·Los Suicidas·
Ilustración: Imai
“La vida no es tan breve como se piensa”. Roberto Bolaño
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César Tejeda, calle Zempoala, colonia Narvarte, cerca de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, México DF, enero de 2066. Ay, muchachos, les dije cuando abrí la puerta, éstas no son horas de andar tocando. Ellos se me quedaron viendo así como si yo no les hubiera dicho nada, y como si tampoco tuvieran ganas de decirme nada a mí. Andamos buscando un libro, terminó diciendo el más alto de los dos, le pregunté que si mi departamento tenía cara
había mucho que decir de esa novela y a esos dos jóvenes se les notaba que hablaban lento. No habían creído lo del libro en el norte porque cuando regresé de la cocina, los vi buscándolo en mis libreros, se notaba que eso hacían porque no pasaban sus ojos por encimita como los que sólo ven curio-
de biblioteca y me contestó que no moviendo la cabeza. Pásenle nomás, no importa, ya sé que hay mucha gente buscando libros últimamente. En el fondo me daba gusto, no había recibido visitas en mucho tiempo y creo que mis libros no las habían recibido nunca. ¿Y cuál es ese libro que andan buscando?, le pregunté al que no había dicho nada para asegurarme que no era mudo y contestó. Supongo que puse cara de asustado porque asustado me sentí cuando les dije que hace mucho tiempo que no sabía nada de ese libro, que andaba perdido en el norte. Sin decir nada me fui a la cocina por algo de tomar, elegí una botella de mezcal porque era la única que estaba llena, ya sabía que la plática iba a ser larga,
seando, iban con los ojos bien pegados a los lomos. Siéntense, muchachos, están en su casa, dije, mientras ponía la botella de mezcal y los vasos en la mesita de en medio. Había supuesto que se espantarían antes de tomarlo, porque ese mezcal sólo se conseguía en el norte, era una producción limitada que ya nadie conocía y la botella parecía como de veneno, y encima de todo, se llamaba mezcal Los Suicidas, pero no se asustaron nada, al contrario,
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El alto quiso saber si lo que estaba diciendo era que aquel era un libro maldito y yo tuve que ser enérgico cuando dije que no, que los malditos éramos nosotros
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se sirvieron como si fuera una garrafa y comenzaron a tomárselo como si agua. No sé por qué yo había imaginado que comenzarían por sólo mojarse los labios. ¿No tienen curiosidad de saber qué es lo que se toman?, pregunté, y el chaparro me contestó que no porque ya lo había leído en la botella, el alto sólo quiso saber si era oaxaqueño y por mí supo que no lo era, que era del norte y el chaparro insinuó que yo debía tener algo con el norte ya que sólo me refería a ese lugar y lo interrumpí diciéndole que no era cierto, que ni lo conocía, que lo único que tenía algo que ver con el norte allí era el mezcal que bebíamos y en dado caso, ese libro que andaban buscando. Vino un silencio en el que yo me sentí muy incómodo pero no quise romperlo porque las preguntas debían tenerlas ellos. ¿Qué tiene que ver ese libro con el norte?, me preguntó el más alto y yo le contesté que ese libro siempre acababa en el norte, no importaba si se iba de viaje a Israel o a otro lado lejano, siempre acababa en el norte de México y ahí te dejaba tirado. ¿Cómo un libro puede dejar tirado a uno en algún sitio?, preguntó el chaparro, y yo le dije que no fuera menso, que era un decir, que era una cosa de la mente y como me notó enojado me pidió una disculpa, dio un sorbo grande a su vaso, se sirvió más mezcal Los Suicidas y luego me dijo que de eso él ya no se acordaba, lo disculpé porque de verdad se lo creí. Se voltea-
preguntó el más alto y yo le contesté que no, que me refería a progenitores. Entonces les tuve que contar sobre la maldición García Madero. El alto quiso saber si lo que estaba diciendo era que aquel era un libro maldito y yo tuve que ser enérgico cuando dije que no, que los malditos éramos nosotros. Cuando el chaparro pidió que le explicara la maldición aquella se lo conté todo de un jalón, así tuvo que ser: que el primero de nosotros, nosotros mis amigos, que había leído el libro se apellidaba García Pérez y que mientras estaba leyéndolo supo que su papá se había enfermado de cáncer de próstata y que había caído muerto a las pocas semanas, incluso antes de que acabara el libro, pero como uno no lee algo y lo relaciona a esas cosas se lo recomendó a otro amigo que se llamaba Ismael, y que justo estaba leyéndolo en su cuarto cuando su padre le habló para contarle que tenía de ese cáncer en el cerebro, pero a Ismael sí le dio tiempo de acabar el libro antes de que su papá se muriera. Pero como con todo y uno lee un libro y se le muere un padre y al otro le pasa lo mismo, uno sigue sin relacionar una cosa con la otra, entonces mi amigo Ismael me lo prestó a mí y ya estaba apunto de terminar el libro cuando mi padre enfermó de cáncer en el estómago y un año después se murió. Fue hasta entonces que hicimos la relación y siempre que hablábamos del libro lo venerábamos pero también
dónde podía conseguir el libro porque a él no le importaba eso y yo insistí en que ese libro se había perdido en el norte, en el desierto de Sonora probablemente, y entonces se desesperó y me dijo que ése era mi libro y que no debía ser el único, entonces yo tuve que ser más preciso, acentuando con la voz, que yo nunca había dicho que mi libro se había perdido en el norte, que yo había dicho que “el libro” se había perdido en el norte, acentuando “el libro”, y me dijo que el mío no debía ser el único y yo le dije otra vez que no lo era, que no fuera necio y que no estuviera matando padres. Se quedaron callados, se les veía el enojo y me sentí mal porque a fin de cuentas sólo eran dos muchachos buscando un libro y yo tenía muchos y conocía el que querían, sólo que no podía decirles más de lo que había dicho ya. No maten a sus padres, muchachos, dije. Nuestros padres ya están muertos, dijo el chaparro
ron a ver con cara de que no sabían qué era lo que estaban haciendo allí conmigo, entonces decidí ponerle punto final al numerito. Miren, muchachos, les dije fastidiado, ese libro no está en mis libreros porque lo perdí hace mucho tiempo, ¿pero sí lo leyó?, interrumpió el más alto. Claro que sí, respondí, lo leí como hace sesenta años, y ahora a mis ochenta y dos me sigo acordando de todo. Les repetí que ese libro estaba perdido en el norte y que debían dejar de buscarlo ni siquiera les convenía encontrarlo, ¿por qué?, preguntó; el chaparro, porque ese libro mata padres, le contesté sin darle más explicaciones, ya que ese chaparro me hacía enojar, ¿cómo que padres, se refiere a padrecitos de la iglesia?,
advertíamos a la gente, y entonces un amigo que se llamaba Hernán, como no tenía ya padre no le importó leerlo, pero a él se le murió el padrino, ya no de cáncer sino de cirrosis, y cuando él recomendó el libro a su prima, la advirtió de todo, entonces ella decidió no leerlo, pero un día se lo dejaron en la escuela así que no le quedo más remedio que hacerlo, lo bueno, eso creyó ella, era que para entonces ya no le importaba nada porque el padre se había vuelto un cabrón hijo de puta, pero entonces se le murió la abuela, y la cadena siguió hasta donde ya no eran conocidos míos, siempre igual. Ya muy tarde nos dimos cuenta de que nos habíamos matado a los papás entre nosotros. El más alto me preguntó que
¿o a poco usted cree que sólo su libro es lo que mata a los papás? Y yo le dije que no, pero que se me figuraba que así era porque a fin de cuentas yo sólo había tenido uno, un padre, y entonces se rieron y con eso nos reconciliamos. Seguimos hablando del libro hasta que se acabó la botella de mezcal Los Suicidas. Se fueron agradecidos porque estaban ebrios y porque, por lo menos, sabían que ese libro no estaba en la ciudad.
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El “más bien
siempre”
de Daniel Sada Por Carmen Boullosa
S
omos de la misma generación. Entramos al mundo literario en los setentas, cargando nuestro poemas bajo el brazo, al México que Roberto Bolaño, otro joven poeta de esos tiempos, eternizó en Los detectives salvajes. Daniel Sada apareció en el círculo que rodeaba al Taller Martín Pescador de Juan Pascoe. Entre otros, estaban Verónica Volkow, Francisco Hinojosa, José María Espinasa, Francisco Segovia, José Luis Rivas, Coral Bracho, Alfonso D’Aquino. Del otro lado del ring estaban los
como nosotros, no hablaba como nosotros, no sobrevivía de la chiripada como nosotros, hacía negocios —compraba y vendía—, parecía gente decente y no, como era nuestro caso, un poeta huarachudo, melenudo, muerto de hambre (aunque anoto que, como recuerda con precisión Juan Pascoe, Bolaño siempre traía la ropa planchada, difería en ese punto de nuestro aspecto). Hizo falta que nos enseñara sus textos
infrarrealistas, Juan Pascoe había impreso un libro de Roberto Bolaño —su primero—, y otro del gurú de aquel bando, Efraín Huerta. Éramos grupos contrarios, enemigos casados. Ellos infras, nosotros no teníamos nombre. Verónica Volkow era amiga de las dos tropas. Trotsky fue el excipiente de esta receta: el hermano de Juan, Ricardo Pascoe, y Roberto Bolaño eran trotskistas, y Verónica Volkow la bisnieta. Juan Pascoe estaba por imprimir un libro de Octavio Paz (con Thomlinson), el gurú de nuestra cancha, los sin nombre ganábamos ese match. Me acuerdo de la primera vez que leí los poemas de Daniel Sada, y de la primera vez que lo vi. No se vestía
para que lo reconociéramos como uno de los nuestros. Sus poemas eran precisamente distintos. Sada ya tenía su voz, su peculiar sentido del humor. Era un excéntrico y en esto era como nosotros. Su excentricidad no era estridente, sino involuntaria, auténtica. Necesaria. Sincera, no impostada. Tenía ya un oído perfecto, y la combinación que me sigue perturbando: la mezcla de simpleza con barroquismo, de refinamiento con materia del vulgo. También había en él
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|CARMEN BOULLOSA|
una astucia literaria de la que daba muestras precoces. Citaba de memoria a grandes poetas, y siempre tenía un dicho popular a la mano. Desde ese punto de arranque o comienzo brillantes, Sada ha emprendido un camino personal perseverante y atinado (aquí brazo a brazo ya no sólo de los poetas de nuestra generación, sino también de los narradores, Juan Villoro, y de los que, como él, nos volvimos anfibios, Roberto Bolaño, Fabio Morábito, la Boullosa). De Lampa vida a Albedrío a Una de dos, a Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, Luces artificiales, Ritmo Delta, La duración de los empeños simples, fue anexando a su energía inicial sustancia narrativa. Así llegó a Casi nunca, para mí su mejor novela. Casi nunca es de sala de conciertos y de plaza pública. Su lengua que la crítica ha calificado de —barroca— está desprovista de adornos y artificios. No sé si es afortunado llamarlo barroco; si lo es, el suyo es un barroco austero, de una austeridad casi cruel. No deja respiro. Tensa cada fra-
cuadrados y nunca más de tres de alto, prácticamente no despega el cuerpo verbal del piso. La suya es lengua con-de piruetas y virtuosismos, pero no circense: tiene el recato del confesionario, y transcurre a medias en el burdel. Su humor no es festivo sino, por decirle de algún modo aunque no es el más preciso, fúnebre o de funeraria. No deja burro con cabeza, cubre de la cópula a la prostituta, a la santa, a la tía celestina post-lúbrica, a la plaza del pueblo, a la papelería, al billar o al holocausto. Arrasa parejo. Tiene algo de desacralización mecánica, deja al acto carnal en franco ridículo, al deseo como una bobada. Seca lo que toca: el agrónomo, que debiera crear plantíos, se vuelve en las manos de Sada un carnicero. Lo temerario en él no es aventurero sino estático. Sada rompe barreras pero no porque se las brinque o las transgreda, sino porque impone sobre éstas un peso. Las derrumba, y se ríe, dejando al lector en descampado. El mundo desolado de los personajes de Casi nunca, los miserables comedores de frijoles que se dejan esclavizar por miedo, la pareja de cacos y su cómplice que aprovechan el primer gesto de confianza de sus patrones para desplumarlos, el reencuentro yermo, muerto, de los viejos amantes, es siempre motivo de
se en una suerte de desesperación placentera, erotizada. Sólo aquí, me parece, hay erotismo en la fría mirada narrativa del escritor que convierte al (punido, adorado, mitificado) acto carnal en un —mete-saca. Esa lengua, pelada, desnuda, musical, espirituosa pero no espiritual, es un caso único. Con ésta, contra toda lógica, Daniel Sada, como decía, ha ido imponiendo velocidad a su prosa contemplativa, e incluso auto-contemplativa. Vale decir que baila el zapateado en cinco centímetros
júbilo del narrador que encuentra en esta corte de miserables los motores de vapor de su alegría narrativa. El periplo de sus fracasos conforma su densidad traslúcida. Esta densidad, si es densidad, llega a serlo en un ejercicio contrario al que practica Lezama Lima —no tiene un origen erótico o sensual, tampoco intelectual—, también contrario al de autores como Krista Wolf, producto en ese caso de un desgarramiento en la ética colectiva, vuelto evidente en su prosa. No: su densidad —si es densidad— es la celebración de la llaga, de la fractura, del desgarramiento, del sinsentido. Y esto no casi nunca, sino más bien siempre.
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|LIBROS|
|LIBROS|
… Como una mordida en la entrepierna
… Por Alvaro García
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C
on múltiples obras en su haber, entre ellas Trainspotting y Acid House, Irvine Welsh regresa a la prosa corta con su segundo libro de cuentos. Conformado por cuatro relatos breves y una novella1, If You Liked School, You’ll Love Work retoma los elementos recurrentes en la obra de Welsh: el deterioro moral, la exploración de las pulsiones básicas, el lenguaje vernáculo plagado de slang, el uso de drogas, el humor corrosivo; pero también es un experimento literario sobre el estilo y la perspectiva narrativa, en donde cada historia muestra un vasto mosaico de personajes nunca antes explorados en su obra: inmigrantes mexicanos, jovencitas snobs de Chicago, un director de cine texano y hasta un fracasado jockey escocés. El libro abre con “Rattle Snakes”, relato en el que tres estadounidenses tienen un accidente en el desierto tras consumir yagué. Después de que uno de ellos sufre una mordedura de serpiente en el pene, dos violentos inmigrantes mexicanos los confrontan. En “If You Liked School, You’ll love Work”, relato que da título a la colección, Michael Baker
se da cuenta que las intenciones de Yolanda con él van más allá de una simple sesión de preguntas y respuestas. Finalmente, “Kingdom of Fife” narra las desventuras de Jason King, un ex jockey jugador de futbol de mesa que se enamora de Jenni Cahill, la acaudalada hija de un mafioso. Con osadía, Welsh opta por darle un enfoque más cosmopolita a su narrativa. Sólo “Kingdom of Fife” transcurre en su nativa Escocia; los demás relatos en Estados Unidos y las Islas Canarias. Si bien Welsh es reconocido por impregnar su literatura con los modismos y expresiones particulares de distintos grupos sociales del Reino Unido —como el caso de Trainspotting—, en If You Liked School, You’ll Love Work parece que esta fórmula no encaja completamente, ya que no en todas las historias alcanza la mímesis precisa del lenguaje para cada personaje, tal como ocurre en “Rattle Snakes” y en “The DOGS of Lincoln Park”; sólo en territorio familiar Welsh consigue desarrollar personajes del todo verosímiles, como el protagonista de “Kingdom of Fife”. Sin embargo, aquéllos que siguen la obra del autor encontrarán en esta colección
—un inglés expatriado dueño de un bar en una idílica isla española— intenta mantener su vida bajo control asediado por una ex esposa, dos amantes, su hija e incluso la mafia. “The DOGS of Lincoln Park” relata la desaparición de Toto, la mascota de Kendra Cross, quien es miembro de un grupo elitista de Chicago. La intriga comienza cuando ella sospecha de su vecino, un chef coreano. En “Miss Arizona”, un joven aspirante a director de cine pretende realizar la biografía de su difunto héroe cinematográfico mediante una entrevista con la viuda, Yolanda. Pronto
que su ingenio incisivo se mantiene fresco. Lo grotesco y lo absurdamente hilarante converge con lo trágico para transmitir una sensación de ambivalencia respecto a la temática propia de cada relato. Es de esperarse que un libro en donde hay decapitaciones, peleas de perros, mordidas de serpiente en los genitales y accidentes vehiculares, dé pie a la reflexión sobre cuán bajo puede caer el hombre y qué tan duro puede ser el castigo. Welsh, Irvine, If You Liked School, You’ll Love Work, W.W. 1 Breve relato en prosa.
Norton & Company, Londres, 2007, pp. 391.
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|SECCIÓN|
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