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LA PRENSA GRÁFICA Viernes 22 de marzo de 2002
ALICIA LARDÉ DE NASH: REFUGIO DE UN GENIO
Alicia Esther Lardé López–Harrison nació en San Salvador en enero de 1933. Fue hija del doctor Carlos Lardé Arthes y de Alicia López–Har rison. Lardé Arthes nació en el seno de una familia de ascendencia francesa, originada por la pareja de George Lardé Bourdon y Amelie Arthes Etcheverrie (también descendiente de franceses). George y Amelie procrearon ocho hijos: Jorge, Coralie, Luis, Alice, María, Carlos, Enrique y Zelie (ésta última fue la esposa de Salarr ué). El padre de Alicia Lardé López, posteriormente de Nash, se graduó de médico cirujano en la Universidad de El Salvador e hizo estudios de posgrado en las universidades John Hopkings, Baltimore, y la Sorbonne, de París. Mientras vivió en El Salvador fue jefe de la Cruz Roja Salvadoreña y, antes de la Segunda Guerra Mundial, fue presidente de uno de los comités de la Liga de las Naciones. Se casó en segundas nupcias con Alicia López Harrison.
A fuerza de coraje y cariño, una salvadoreña arrebató de las garras de la esquizofrenia paranoica a un genio de la matemática. Es la historia de Alicia Lardé de Nash y de John Nash, que ha dado la vuelta al mundo con la película “Una mente brillante”, con ocho nominaciones al Oscar.
Un espíritu
brillante ECO@LAPRENSA.COM.SV
Cine y realidad
En 1957, Alicia Esther Lardé López-Harrison prometió a John Forbes Nash serle fiel “en la salud y la enfermedad”. Entonces, no sabía la cantidad de firmeza que habría de arrancarle a su espíritu para mantenerse firme en ese compromiso. Había conocido a su futuro esposo en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, Estados Unidos (MIT, por sus siglas en inglés). Ese centro estadounidense había contratado a Nash como instructor en 1951 y había aceptado a Alicia como alumna en la carrera de física a mediados de los 50. Era una de las pocas mujeres que estudiaban en el MIT. El tiempo se encargó de que John y Alicia se encontraran: profesor y alumna, frente a frente, en la
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La ascendencia de Alicia
Viernes 22 de marzo de 2002
VERÓNICA VÁSQUEZ/FRANCISCA GUERRERO
ESPECTÁCULOS
cátedra de cálculo avanzado. ¿Qué vieron uno en el otro? Belleza e intelecto. Para confirmarlo, basta leer el artículo del periódico “The New York Times” de la estadounidense Sylvia Nassar, “Los años perdidos de un premio Nobel”. En él, Ziporrah Levinson, viuda del mentor de Nash en el MIT, Norman Levinson, recuerda a Alicia como “pequeña, graciosa, con extraordinarios ojos oscuros. Muy, muy hermosa”. Mientras que el mismo artículo recoge la impresión que le causó el alto y musculoso Nash a la joven Alicia: “Él era muy, muy bien parecido, muy inteligente”, recuerda la salvadoreña. Inteligencia que le ganó la etiqueta de “genio” entre colegas y profesores, como Albert Einstein y el creador de la bomba atómica, Robert Oppenheimer.
Brillantez que le llevó a elaborar su tesis doctoral a los 21 años, un trabajo de 27 páginas que le valió el premio Nobel de Economía en 1994. Talento que se apagaría a principios de 1959 cuando el genio cayó en las garras de la esquizofrenia paranoica.
Del sueño a la pesadilla Alicia nació en San Salvador en 1933, hija del médico Carlos Lardé Arthes y de Alicia López-Harrison (ver nota aparte). En 1943, sus padres decidieron emigrar a Estados Unidos y establecerse en Biloxi, Mississippi. Después se trasladaron a Nueva York. Alicia llevó una existencia normal hasta que se casó. Los primeros días del matrimonio fueron dichosos y así lo recuerda en el artículo de Nassar: “Fue una época
muy buena de mi vida”. Alicia ya se había graduado y trabajaba en Nueva York, según cuenta el mismo Nash en su autobiografía. El broche de oro lo puso el embarazo de su único hijo, John Charles Nash, quien actualmente también sufre de esquizofrenia. Entonces ocurrió la inesperado: la esquizofrenia paranoica se apoderó de la mente de John. Los pensamientos del genio, entonces de 30 años, se vieron invadidos por voces extrañas, por delirios de persecución y alucinaciones aterradoras. Desde fuera, Alicia veía cómo su esposo se convertía en otra persona. Saltaba de un tema a otro, sin hilación; escribía cartas extrañas a figuras públicas, sus conferencias carecían de sentido y creía que extraterrestres lo contactaban por medio del periódico “The New York Times”.
JOHN NASH (de pie) y Alicia Lardé (al fondo) junto a unos amigos en una fotografía tomada en los años 50.
LOS ESPOSOS Nash el día de su boda, en 1957. Nash renunció a su cargo como catedrático del MIT y poco después ingresó en el Hospital psiquiátrico McLean, donde estuvo 50 días.
LA PEQUEÑA Alicia en San Salvador en una imagen captada cerca de 1940.
Martin Nash en Washington, en 1960.
En la enfermedad A partir de entonces, Alicia tuvo que tomar decisiones dolorosas en cuanto al manejo de la enfermedad de su esposo. Según consta en la autobiografía del matemático, Nash ingresó en tres ocasiones diferentes a hospitales psiquiátricos. Pasaba de cinco a ocho meses interno contra su voluntad y recurría a argumentos legales para poder salir. Los tratamientos abarcaban el psicoanálisis (que injustamente culpó de la esquizofrenia de Nash al embarazo de Alicia) y la terapia de choque con insulina. En un chat conducido por la cadena MSNBC, Sylvia Nassar apun-
ALICIA y su hijo John Charles
tó: “Nash nunca pensó que estaba enfermo”. Y agregó: “Culpó a Alicia de cooperar con la gente que lo hospitalizaba (...); para ella (la situación) era intolerable y creo que la evidencia demuestra que (Alicia) se divorció de mala gana, cuando ya no podía hacerle frente (al problema)”. Firmaron los papeles en 1963, pero nunca perdieron contacto en los siete años que Nash dejó la casa. Él vivió en el hogar materno hasta que su madre murió en 1968. El matemático siempre deseó volver junto a Alicia. Así, en 1970, ella lo dejó regresar
y le ofreció refugio. Nassar cuenta en el chat que, en ese momento, Alicia estaba desempleada. Había trabajado como investigadora en ingeniería en la RCA de Princeton, pero la habían dejado cesante. Fueron años de escasez en los que Alicia tuvo que trabajar arduamente y pedir ayuda económica a familiares y amigos. Laboró durante años en Con Edison —compañía proveedora de energía eléctrica en Nueva York— y en Tránsito de Nueva Jersey. Hubo un período en que debía levantarse a las cuatro de la maña-
na y pasar dos horas trasladándose por Manhattan hacia su trabajo. “Fue una vida muy dura”, concluye Nassar en el chat, “y ella lo mantuvo todo a flote”. Todo lo hizo con el único objetivo de garantizarle a Nash un ambiente de paz, lejos de las frías paredes de los hospitales psiquiátricos. Ahora está convencida de que vivir sin presiones en su casa y en los pasillos de Fine Hall en la Universidad de Princeton, Nueva Jersey, fue la clave de la remisión de la enfermedad. En ese tiempo, no tomó medicamentos.
El artículo de Nassar relata que, poco a poco, Nash logró rechazar racionalmente los pensamientos irracionales que le provocaba la enfermedad. Así, la enfermedad remitió a principios de los 90, con la sorpresa añadida de que en 1994 le otorgaron el premio Nobel de Economía. Tenía 66 años. Alicia, hoy de 69 años, estuvo a su lado en aquel gran día, tan cerca como en los días aciagos. Ahora, el genio, de 74 años, continúa trabajando en la Universidad de Princeton. En junio de 2001 se volvieron a casar, jurándose los mismos votos que hace 45 años. Nassar concluye en el chat: “¿Por qué Alicia Nash permaneció junto a él? Porque lo amaba”. Y sólo el amor de su brillante espíritu fue capaz de rescatar la mente brillante de Nash.