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Irena Sendler
from ¡Ánimo!
Nacida en Otwock (Polonia) en 1910, Irena Krzyzanowska se convirtió en Irena Sendler al casarse con Mieczysław Sendler en 1931. Desde niña, convivió con la solidaridad y el respeto a los demás, valores que aprendió de su padre, el médico Stanisław Krzyz`anowski.
A pesar de quedar huérfana de padre a muy temprana edad, dos frases de su progenitor quedaron impregnadas en su espíritu para siempre. Así lo recuerda ella:
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«Mi padre murió cuando yo tenía siete años. Nunca olvidaré sus palabras: “Las personas se divi- den en buenas y malas. La nacionalidad, la raza, la religión, carecen de significado. Lo único importante es la persona”. El segundo principio que me inculcó fue la obligación de tender la mano a cualquiera que estuviera necesitado».
Si estas frases le calaron tan hondo, fue porque vio cómo su padre las practicaba con el ejemplo.
Stanisław era un médico fuera de lo común, su profunda humanidad lo llevaba a aceptar pacientes que el resto de galenos rechazaba y que no podían pagarle, entre ellos muchos judíos. Fiel a sus principios, en 1917, durante una epidemia de tifus, el doctor Krzyz`anowski falleció al contraer la enfermedad que sufrían sus pacientes y a quienes muchos de sus colegas no habían querido atender por miedo a contagiarse.
Siguiendo el ejemplo paterno, Irena quiso dedicar su vida a los demás y se hizo enfermera. En 1939, cuando Alemania invadió Polonia, trabajaba en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia, que se encargaba de proporcionar comidas y medicinas a los más pobres.
Un año después, los alemanes crearon el gueto de Varsovia: un reducido espacio rodeado por un muro en el que hacinaron a todos los judíos de la ciudad. Su destino final era ser deportados a diferentes campos de exterminio. Las condiciones de vida eran tan deplorables que mensualmente morían 5000 personas a causa del hambre y las enfermedades.
Irena se propuso salvar la vida del mayor número de judíos posible, centrándose en los niños, que eran los más fáciles de salvar. Solo había una forma de hacerlo: sacándolos del gueto. Como paso previo, se unió al Zegota, una sociedad secreta que se dedicaba a ayudar a los judíos, y se hizo miembro del cuerpo sanitario que se encargaba de los casos de enfermedades contagiosas, lo que le permitía poder entrar en el gueto. Más tarde logró obtener pases para otras colaboradoras.
Su plan de acción era complicado, pero resultó eficaz. En primer lugar, debía convencer a los padres de que entregaran sus hijos a una desconocida que ni siquiera les ofrecía la garantía de que los niños se salvarían. La situación en el gueto era tan desesperada y el futuro tan incierto, que la mayoría aceptaba entregárselos. En segundo lugar, tenía que sacar a los niños de un recinto rodeado por un muro de tres metros vigilado día y noche. A unos los sacaba escondidos entre los adultos autorizados a salir el exterior para realizar trabajos que nadie quería hacer; a otros, a través de las cloacas o de los sótanos de los edificios adyacentes al muro. Ocultaba a los niños en sacos, en bolsos llenos de ropa, en cajas de madera y hasta en féretros.
Una vez fuera, buscaba familias que los adoptaran. Gente normal capaz de hacer algo tan extraordinario como poner en peligro su vida para salvar la de un niño desconocido.
Finalmente, otros miembros de Zegota preparaban documentos falsos para hacer pasar a los niños por polacos católicos.
Si Irena no encontraba quien los acogiera, los confiaba a orfanatos cristianos.
Con un ingenio y un empuje fuera de lo común y una asombrosa capacidad de organización, en un año y medio, hasta la evacuación del gueto, Irena rescató a más de 2500 niños. Quería que los pequeños pudieran recuperar en el futuro su identidad y a sus familias, por lo que apuntaba en una lista los nombres verdaderos y los nuevos nombres de todos los que rescataba.
En 1943, Irena fue delatada a la Gestapo. La sometieron a una tortura tan brutal que sufrió sus