Bajo palabra

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Bajo Palabra Carmen Zanetti Dueñas Licenciada en Filosofía por la UAM www.carmenzanetti.es

Resumen Este artículo trata de dar a conocer o difundir un nuevo movimiento –el de la Filosofía Práctica-. Este movimiento está ligado al ejercicio de

actividades

(Cafés filosóficos, Consultas filosóficas, PIP –Philosophy in Pubs-, School of Life -Alain de Botton-…) que tratan de rescatar la concepción de la filosofía antigua como “medicina del alma”, es decir, un ejercicio que liga de forma inextricable la filosofía con la vida cotidiana de los hombres. Estas actividades filosóficas que se están extendiendo intentan restituir una labor olvidada y que algunos consideramos de gran pertinencia y potencial de ayuda en nuestra vida contemporánea. Abstract This article tries to introduce a new philosophical movement –Philosophical Counseling- and various practises involved as Philosophical Coffees, Philosophical inquiries, Philosophy in Pubs, The School of Life –Alain de Botton-… which try to rescue the ancient philosophical conception of philosophy as “soul medicine”, an activity that links philosophy with daily life of men and women. These philosoplical activities tries to restore a forgotten labor tha some of us consider of great relevance and potential aid in our contemporary life.

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¿Está la filosofía legitimada para abordar las tribulaciones de la vida cotidiana de los hombres en la contemporaneidad? Algunos de los que lean esta introducción estarán familiarizados con una nueva práctica profesional, denominada Asesoramiento filosófico, Terapia filosófica, Práctica filosófica, Orientación filosófica o Counseling filosófico (como mayormente se la denomina en países como Canadá, EE.UU, Inglaterra…); muchos otros, seguramente, ni siquiera imaginen que en la actualidad haya consultas atendidas por filósofas/os1 que facilitan procesos de reflexión sobre la filosofía de vida de los consultantes que acuden a ellas. La desilusión de los amantes de la filosofía en la Universidad Cuando decidí matricularme en la Universidad para cursar la Licenciatura de Filosofía, mi entorno más cercano reaccionó, en general, cuestionando mi elección: “¿Filosofía?”, dijeron, ¿No te resultaría más rentable estudiar otra cosa a la que después le puedas sacar algún partido?”. Un día, uno de mis hijos, sentenció algo más o menos así: “Haz lo que quieras madre, me dijo, pero que sepas que por más que pienses y le des vueltas al rollo filosófico, no vas a conseguir nada salvo complicarte la vida: es para lo único que sirve la filosofía.” Evidentemente yo tenía otras expectativas: ¿Cómo podía ser que la filosofía no pudiera ser de alguna utilidad para mi vida? La sentencia “Conócete a ti mismo”, ¿no era, acaso una sentencia filosófica? ¿Cómo podía ser que la Filosofía no sirviera para aquello que ella misma alentaba desde tan antiguo? Es obvio, a estas alturas ya, que me dejé guiar por mi intuición (ahora mi pasión). No “di bolilla” –como diría un argentino- a ninguna de sus advertencias. Para entonces, yo tenía la experiencia personal de haber cursado

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Doy a palabra fisósofa/o en este contexto un doble sentido: el de haber transitado y finalizado los estudios universitarios de filosofía y el de estar abierto a una constante revisión de los fundamentos que sustentan la propia filosofía de vida. Es decir, aúna, tanto el conocimiento teórico como el práctico como garante, tanto de la preparación teórica y académica, como de la madurez filosófica del consultor o filósofo asesor.

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la carrera de Counseling2 y aquellos años habían cuestionado y transformado mi vida de forma radical. ¿Podría

transitar la carrera de Filosofía en la

Universidad, sin que ello me modificara?, ¿Sería verdad que pudiera transitar el recorrido de la Historia del pensamiento filosófico occidental sin que mi vida, mis creencias, mi modo de conducirme en la vida fueran cuestionados de alguna manera?, ¿Era la Filosofía únicamente un saber teórico que nada tenía que ver con mi vida concreta?. Imposible, me dije. El impulso que me indicaba recorrer el camino de la filosofía era tan genuino e intenso, que decidí guiarme por mi propia intuición. ¿Y…?, se preguntarán algunos. La Universidad me abrió un mundo por el que básicamente sentía fascinación. ¡Todo ese conjunto de Sistemas de Pensamiento…! Me atraía la idea de adentrarme en ellos e intentar vislumbrar o comprender algo de todo aquello. Y digo intentar, porque reconozco que, a veces, la fuerza de atracción hacia aquellos textos de filosofía era contrarrestada por la enorme complejidad, tanto de su lenguaje como de sus argumentaciones. Encontré personajes sorprendentes: Heráclito, Parménides, Sócrates, Platón, Aristóteles, Epicuro, Descartes, Kant, Stuart Mil, Marx, ¡Spinoza!, Leibniz, Sartre, ¡Nietzsche!, Heidegger, Husserl, Foucault, Pierre Hadot... Me maravillaba pensar que de una sola cabeza pudiera salir todos aquellos pensamientos. En un principio me costó mucho relacionar todos esos conocimientos con la pasión que yo perseguía: el descubrimiento del potencial de la filosofía para aliviar el sufrimiento y mejorar la vida humana. Encontré, de la mano de Spinoza o de Nietzsche algunas intuiciones sobre la naturaleza de los afectos o sobre la concepción de la salud que resonaban con las cosas que yo había ido reflexionando a lo largo de mi recorrido profesional y personal. Sin 2

El profesor Manuel Artiles, en su artículo ”Qué es el Counseling” define la especificidad de la tarea del consultor psicológico (counselor) así: Un consultor psicológico tiene como objeto relacional no lo patológico sino lo pático de su cliente. … Entiendo aquí “pathos” como sufrimiento común del ser humano. (Doy una explicación un poco más amplia de lo que es el Counseling en mi página web: www.carmenzanetti.es).

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embargo, fue el último año, al conocer más en profundidad a Epicuro, el momento en el que vi reflejada con mayor exactitud la concepción que yo abrigaba sobre la filosofía. Los filósofos de la antigüedad tenían muy claro que la sabiduría estaba indisolublemente ligada al discernimiento de lo que era “la vida buena”, una indagación y una preocupación que una buena parte de la actual filosofía académica ha dejado muy de lado. Es quizás éste uno de los motivos (y la filosofía debería preguntarse sobre su responsabilidad en esta paulatina desafección que ha ido generando) por los que la propia filosofía y los derroteros por los que ha derivado su discurso, han ido alejando la atención y diluyendo la curiosidad de la ciudadanía en el tiempo presente.

EPICURO: La filosofía como terapia del alma3 Las escuelas filosóficas helenísticas de Grecia y Roma –epicúreos, escépticos y estoicos- concibieron la filosofía como un medio para afrontar las dificultades de la vida humana, viendo al filósofo como un médico compasivo cuyas artes podían curar o aliviar muchos de los sufrimientos humanos. De hecho, el uso de la analogía médica y del lenguaje de la enfermedad y la curación aplicado a la disciplina filosófica estaba muy extendido en la Antigüedad, una analogía que surge de la comparación de los instructores morales con los médicos, de tal modo que, al igual que la medicina trata el cuerpo, la filosofía trata el alma. Medicina y filosofía, pues, son medios para lograr el mismo fin, una vida libre de penas y enfermedades, artes prácticas cuya función será la curación de las enfermedades del cuerpo y los sufrimientos del alma respectivamente. El olvido de este periodo en la enseñanza de los clásicos proyecta una imagen distorsionada de la tradición filosófica y nos priva de argumentos filosóficos altamente clarificadores.

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Basado en la obra de Nussbaum, Martha C., La Terapia del deseo

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Para Epicuro, de la misma manera que de nada sirve un arte médico que no erradique la enfermedad de los cuerpos, tampoco hay utilidad ninguna en la filosofía si no erradica el sufrimiento del alma. La filosofía bien entendida, pues, no es sino el arte de vivir (téchne bíou), produciéndose un amplio y profundo acuerdo durante este período helenístico y romano en que la motivación fundamental del filosofar es la perentoriedad de aliviar el sufrimiento humano y su objetivo, la eudaimonía, el florecimiento humano. Se deduce de este posicionamiento un compromiso de toda filosofía ética médica con la acción, pues el descubrimiento de lo que los seres humanos adolecen y de lo que necesitan es el preludio inseparable del intento de sanarlos y darles lo que necesitan. La analogía médica expresa este compromiso. Dado que as enfermedades que esta filosofía saca a la luz son, ante todo, enfermedades de la creencia y del juicio, ... el reconocimiento del error está íntimamente ligado a la aprehensión de la verdad4 . Esto quiere decir que una filosofía moral médica está comprometida con la argumentación filosófica5. Para Epicuro, la creencia falsa es la raíz de toda dolencia, por lo que el arte curativo debe ser un arte del razonamiento capaz de enfrentarse a la falsa creencia y vencerla. Este arte es para Epicuro la filosofía convenientemente entendida. Por eso Epicuro se compromete con la misión de asegurar la buena vida a todos y cada uno de los individuos: no sólo a los nobles, sino a los campesinos, las mujeres, los esclavos, incluso los analfabetos. La única misión propia de la filosofía es la curación de las almas, por lo que los argumentos destinados a otros fines se considerarán hueros. Un argumento válido, simple, elegante, pero no eficaz causalmente no tiene más utilidad en filosofía de la que un medicamento de bello colorido y buen olor, pero ineficaz, tiene en medicina6. La misión pues de los argumentos de la filosofía epicúrea es, ante todo,

la de actuar momo causas del buen vivir 7. Uno de los rasgos que

caracterizan la filosofía de Epicuro es, entonces, su finalidad práctica. Es así, 4

Nussbaum, Martha C. op. cit., pag. 58 Ídem 6 Nussbaum, op. cit., pag. 160 7 Ídem 5

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que para Epicuro la valoración de cada rama de la filosofía ha de hacerse teniendo en cuenta su contribución a la práctica, ya que si no contribuye a esta finalidad será vana e inútil. En Epicuro, pues, la filosofía es, no un teorizar o un saber objetivo, sino una actividad que, a la manera de las medicinas para el cuerpo, cura las almas. En un mundo caótico y alienante filosofar es una urgencia vital, una perspectiva que dota al filósofo de una de una función y una praxis ineludible. La filosofía es una actividad (enérgeia) que con palabras y razonamientos proporciona una vida feliz (frg. 219 Us). Esta actividad comporta a la vez una actitud ante el mundo que infunde a la persona una disposición anímica fundamental para el vivir cotidiano, y que hace del filósofo un sabio (sophós). La Carta a Meneceo se abre con un llamamiento al cultivo universal de la filosofía, fundado en la relación indisociable entre filosofía y felicidad: Que nadie, por joven, tarde en filosofar, ni, por viejo, de filosofar se canse. Pues para nadie es demasiado pronto ni demasiado tarde en lo que atañe a la salud de su alma. La comparación de la filosofía con la medicina refleja la condición de ser una ciencia al servicio de la vida del individuo: Vana es la palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia del hombre. Pues así como ningún beneficio hay de la medicina que no expulsa las enfermedades del cuerpo, tampoco lo hay de la filosofía, si no expulsa la dolencia del alma (frg. 221 Us). En medio de una sociedad enferma de falsos ideales y creencias erróneas, perturbada por la angustia, el temor y la servidumbre, el filósofo aparece como el psiquiatra que posee un potente fármaco capaz de liberar al individuo de la enfermedad colectiva y conducirle a la cordura y la felicidad que vienen de mano de la sabiduría. El filósofo pues, no persigue un ideal teórico, sino que el verdadero philósophos es el sophos, el que sabe vivir con su saber. La doctrina epicúrea pues, subordina el conocimiento a la finalidad de todo individuo: la eudaimonía. Esto no constituye, sin embargo, un Número 30 - Junio 2016- www.revistaenfoquehumanistico.com 6


menosprecio del estudio y la investigación de la realidad; de hecho, para que se produzca la liberación filosófica es necesario el conocimiento científico pues sólo el conocimiento real de la Naturaleza nos garantiza la auténtica serenidad de ánimo, la ataraxía. Es necesario, entonces, para alcanzar la felicidad, el conocimiento de las causas reales de las cosas pues este conocimiento es el que libera al estudioso de los fantasmas irracionales, de las creencias angustiosas y de las esperanzas vanas. En resumen, podríamos decir que el epicureísmo no rechaza la theoría; antes bien, la ejerce de forma dogmática y sistemáticamente, pero este ejercicio se desprende, no de una sobrevaloración del celo teorético, no de un afán por la investigación y la especulación emprendidas por mor de sí mismas, sino de la exigencia de la vida misma en orden a su plenitud.

De la filosofía como terapia del alma al asesoramiento filosófico8 “El discurso filosófico no esculpe estatuas inmóviles, sino que todo lo que toca desea volverlo activo, eficaz y vivo. Inspira impulsos motores, juicios generadores de actos útiles, elecciones a favor del bien”. (Plutarco) La idea generalizada que la gente de la calle alberga sobre la filosofía es que se trata de una compleja, árida y abstracta disciplina intelectual, cuyos temas están completamente alejados de sus problemas cotidianos. Las palabras de Plutarco nos hablan, en cambio, de una filosofía claramente comprometida con el desarrollo personal y la formación ética de los cuidados9. Según esta concepción originaria de la filosofía –que hoy se quiere recuperartoda persona puede y debe ser filósofa; de hecho, lo es en la medida en que no se conforma con vivir sometida al dictado de la costumbre, de las convenciones sociales y de las creencias vigentes, y aspira a ser dueña de su vida, eligiendo 8

Basado en el Capítulo 1 –de la Doctora en Filosofía y precursora del Asesoramiento filosófico en España, Mónica Cavallé- del libro arte de vivir, arte de pensar: Iniciación al asesoramiento filosófico (Desclée de Brouwer, 2009). 9 Cavallé, Mónica y Machado, Julián D, arte de vivir, arte de pensar. Iniciación al asesoramiento filosófico, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2009, pag 11

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sus metas y examinando sus experiencias para extraer de ellas sus propias verdades y orientar de forma autónoma su acción. En este sentido, la práctica del asesoramiento filosófico personal consistiría en una relación de ayuda en la que un filósofo y un consultante entablan un diálogo confidencial orientado a que éste último clarifique sus propias confusiones, conflictos, dudas existenciales o retos personales. Se trata de un diálogo en el que el filósofo asesor facilita un espacio de escucha profesional –a través del despliegue de unas actitudes y de una metodología que

ha aprendido o desarrollado- que favorece que el consultante tome

conciencia de sus vivencias y de las ideas, creencias y supuestos latentes en ellas, a fin de que pueda hacerse cargo de las concepciones básicas que alberga sobre sí mismo y sobre la realidad y las implicaciones directas que tienen en su modo de vivir y de actuar. La toma de conciencia de los juicios limitados, ilógicos o irracionales que hemos ido absorbiendo e incorporando y la

puesta

en

evidencia

de

nuestras falacias

argumentativas

y sus

contradicciones favorece que la persona que consulta entre nuevo en contacto con un potencial latente y enquistado que no ha podido desplegarse, descubriendo nuevas comprensiones y horizontes de sentido que le permitan elaborar y encarnar una filosofía personal propia. El asesor filosófico no ofrece, pues, soluciones ni respuestas concretas; tampoco ofrece remedios que alivien de forma transitoria el malestar de los consultantes ni da indicaciones sobre cómo debemos actuar, sino más bien lo que facilita es el descubrimiento de la verdad propia, partiendo del presupuesto de que muchas inquietudes o conflictos que nos afligen están asociados a nuestras concepciones básicas del mundo y de nosotros mismos, y sobre cuestiones de índole filosófico-existencial, como las preguntas sobre la propia felicidad, el deber, el amor, el compromiso político, etc. El filósofo asesor sería pues un facilitador de la reflexión, pero de una reflexión no paternalista ni jerárquica, que respeta y fomenta la autonomía y la responsabilidad sobre sí mismos de sus interlocutores. Esta reflexión está ordenada a clarificar la

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filosofía personal del consultante, esa que late en sus dificultades o inquietudes y que generalmente es la que le hace acudir a alguien para que le ayude. A sabiendas de que nuestra vida es siempre la encarnación de una filosofía, de una concepción sobre el mundo y sobre nosotros mismos, al filósofo asesor le ocupa facilitar un espacio de confianza en el que, a través del despliegue de algunas actitudes básicas cultivadas personalmente y el ejercicio de una metodología de trabajo propia, se cree una relación de escucha empática y de aceptación propicia para que pueda salir a la luz la filosofía íntimamente entretejida en las actitudes, emociones y conductas del consultante y que permita la apertura de nuevos horizontes de sentido. El objetivo, pues, es favorecer la coherencia interna de la persona que acude a la consulta con el fin de que pueda vivir con una mayor amplitud de conciencia y autenticidad, desde la comprensión de que la dimensión transformadora es intrínseca a la reflexión filosófica. La perspectiva pues, no es psicológica ni médica, sino existencial y filosófica. No busca en las dificultades que le plantean los consultantes indicios de trastornos o disfunciones psicológicas, sino que ve en ellas retos derivados de la andadura vital de la persona. Es esta dimensión transformacional intrínseca a la filosofía lo que permite caracterizar al asesoramiento filosófico como “terapia”, siempre que este término se utilice exclusivamente en el sentido que le otorgaban los antiguos cuando calificaban a la filosofía de “garante de la salud del alma”, o se entienda a la luz de su sentido etimológico originario –el que lo vincula al término griego therapeúein: servir, cuidar-. “La mayoría de los hombres piensan que la Psicología es una ciencia relativamente moderna. Opinan eso porque la palabra ´psicología´ se difundió en general en los últimos 100 o 150 años. Olvidan, sin embargo, que hay una psicología anterior a ésta, que se extendió más o menos desde el año 500 a. Cristo hasta el siglo XVII, aunque no se le haya llamado ´psicología´, sino ´ética´, y también, más frecuentemente, ´filosofía´; pero no era otra cosa que psicología. ¿Cuáles eran entonces la naturaleza y los fines de esta psicología Número 30 - Junio 2016- www.revistaenfoquehumanistico.com 9


premoderna? A esto se puede responder muy sucintamente: era el conocimiento del alma del hombre con el fin de convertirlo en un hombre mejor”. (Eric Fromm) BIBILIOGRAFIA Nussbaum, Martha C., La terapia del deseo, Ed. Paidós, Barcelona, 2003 Cavallé, Mónica y Machado, Julián D, arte de vivir, arte de pensar. Iniciación al asesoramiento filosófico, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2007

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