La desvelada espera de Sim贸n Bol铆var
La desvelada espera de Simón Bolívar
JOSÉ RAMÓN LUNA CON PRÓLOGO Y ESTUDIO DE JUAN CARLOS EUREA
LA DESVELADA ESPERA DE SIMÓN BOLÍVAR José Ramón Luna Edición a cargo de Federico Ruiz Tirado, con prólogo y estudio de Juan Carlos Eurea
PRODUCCIÓN EDITORIAL
Gabriel Duno COORDINACIÓN EDITORIAL
Jesús Ernesto Parra DIRECCIÓN DE ARTE
Gustavo Borges Revilla — cienfuegos.com.ve DEPÓSITO LEGAL
Lf138220129002728 ISBN
978-980-259-946-2 Agosto 2012. Caracas - Venezuela © PDVSA Gas Comunal
estudio sobre josé ramón luna
La desvelada espera de Simón Bolívar
Una aproximación a la obra de José Ramón Luna
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Una aproximación a la obra de José Ramón Luna
La obra de cada escritor, no importa su extensión o género, da cuenta plena de la substancia de aquel que la escribe. Este fenómeno se hace aún más evidente en el ensayo, donde el discurso es revelación de los valores intrínsecos y las ideas más profundas del autor. En el caso de José Ramón Luna –maestro, bolivariano, y pedagogo venezolano, esto tiene una directa comprobación, pues el autor no deja de lado el tema educativo, muy al contrario: el centro de la obra literaria, su obra ensayística, es la educación. ¿Cómo aborda el tema? Como buen maestro, no se sienta a dar una clase magistral. Hace algo mucho más revolucionario: se dispone a analizar y criticar el sistema educativo venezolano. Su postura no es la de un académico teórico; sino la de un empirista en praxis: Luna habla desde la experiencia. De allí el valor de su crítica: no la hace desde el conocimiento y los paradigmas solamente, también incorpora las observaciones e información invaluable que sólo a través de la experiencia puede recolectarse: “se ha querido realizar acción supervisora en la escuela Latinoamericana con teorías y planes inspirados en los sistemas europeo y norteamericano. Y eso, evidentemente, ha impedido el funcionamiento eficiente. Todo se ha convertido en una extraordinaria frondosidad teórica y una escasa y equivocada gestión en la práctica.” (Luna, 1974: 40). Habla un maestro, la voz de la experiencia que señala el fallo en que ha incurrido Latinoamérica: en vez de crear sus propias teorías y paradigmas, se han importado y esto ha traído un problema que va implícito en esta acción: al tomar un modelo de La desvelada espera de Simón Bolívar
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afuera, se está olvidando que ese modelo responde a unas condiciones sociales, económicas, políticas, históricas y culturales que es distinto al contexto latinoamericano. Esta disparidad causa que los planes implementados no funcionen porque están diseñados para otro tipo de individuos, en consecuencia, no funciona la teoría en la práctica. Luna no es un crítico más, sino que además se lanza a la labor creativa, se propone crear nuevos modelos educativos partiendo y teniendo como base y motivación, la realidad latinoamericana, que si bien está llena de riqueza y potencial, también está sumida en la pobreza, miseria e ignorancia. Por eso, lanza el reto: Ya es tiempo de que los educadores latinoamericanos nos pongamos a pensar en la fórmula que nos conduzca a superar el desbalance existente entre la teoría y la práctica, entre la prédica y la real disposición de hacer, entre el planeamiento técnico y el realizar empírico rutinario, entre lo que es necesidad y la posibilidad de resolverla. (Luna, 1974: 40)
Latinoamérica debe ser la dueña de su destino. La dueña de su sistema económico y claro está, la dueña y creadora de sus modelos educativos. Y tal labor debe estar orientada en solucionar las problemáticas evidentes: ¿Cómo hacer que el estudiante se motive en aprender? ¿Cómo crear un medio favorable al estudio? ¿Cómo dar con una metodología que ayude a los menos aventajados y perfeccione a los más adelantados estudiantes? ¿Cómo logar que el profesor, el maestro, vea en su trabajo algo más que un medio de subsistencia y halle una meta, un propósito, un proyecto de vida por el que vale la pena esforzarse? Definir y reconocer las necesidades y hallar posibilidades reales de resolverlas es la misión, la idea que propone Luna. Puede que este escritor y maestro sea algo más que un educador. Es también una voz, una conciencia que se ha dado cuenta de las problemáticas educativas y tiene su validez pues él mismo ha estado en el sistema, ha tenido experiencia, ha podido ver resultados de los planes y
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ha experimentado (o sufrido) las fallas. Por eso, no duda en levantar la voz: “Es decir, conciencia de nuestras necesidades así como de nuestras limitaciones para satisfacerlas, puesto que no es posible que sigamos planeando y planeando para no llevar a cabo los planes que formulamos y para no lograr los objetivos que nos proponemos.” (Luna, 1974: 40) Este llamado de conciencia, una verdadera autocrítica de un educador y representante del sistema educativo culmina en una conclusión: un llamado a pensar en nuestras raíces, tomar en cuenta nuestro contexto y no dejar que la marea del mimetismo arrastre nuestra idiosincrasia. Tomar conciencia de quienes somos ayudará a entender la manera en cómo podemos desarrollarnos: Ser sinceros con nosotros y con nuestros países para poner las cosas en claro y arrancar con verdadero sentido de lo que podemos hacer y de la forma cómo ello es factible. Mientras eso no ocurra seguiremos un poco diciendo cosas que no sentimos y utilizando procedimientos que no son los más precisos para efectuar la tarea de educar tal como la requiere este Continente del subdesarrollo. (Luna, 1974: 40)
Luna no se olvida de los aspectos técnicos. Entonces analiza lo que significa el proceso de enseñanza-aprendizaje, que para él, tiene su analogía con el currículo, el plan del alma del hecho educativo, sin dicho plan, la enseñanza no es posible; pero por otro lado, es preciso revisar qué hay en dichos planes: ¿Será que los planes de estudio no son adecuados para los latinoamericanos? ¿Es preciso cambiar el paradigma educativo, prácticamente global, que sin embargo, parece no dar resultado? Para Luna, la clave está en la supervisión: que no es otra cosa que vigilar, analizar, evaluar tanto el proceso de enseñanza, como el de aprendizaje. De esta manera puede evitar un mal que ocurre hasta en las universidades: una cosa es lo que ofrece la institución y otra el resultado real de la educación: una acumulación obsesiva de conocimientos sin que La desvelada espera de Simón Bolívar
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éstos sean asimilados ó menos, puestos en práctica: “…el maestro se encierra con sus muchachos y sus programas y le inculca cosas sin vigencia y sin sentido y sin mensaje.” (Luna, 1974: 48) De esta manera, Luna concluye que la educación no sirve porque está al servicio de cosas que no existen y de realidades inventadas. Todo esto en el afán de “incontaminar” al estudiante, al niño, con los peligros del mundo externo y las influencias que generan los avances tecnológicos y las innovaciones culturales. Así, se genera un sistema que se contenta en cumplir con su plan de estudio y someter al estudiante a una serie de requisitos para cumplirlo. Hecho esto, se supone que la educación está lograda, pero como evidentemente señala Luna, las cosas no son así. En consecuencia, los estudiantes se transforman en analfabetas funcionales, seres sin espíritu crítico y motivación a la superación; al contrario, quedan expuestos y dominados por las mareas de las tendencias actuales, así, hasta el egresado de la universidad se pregunta: ¿Para qué estudié tanto? Ante esto, Luna propone un modelo de lo que debe ser un educador: Lo necesitamos técnico, sí, y eficiente, pero en la medida en que sea capaz de crear, de imaginar, de tener, de porfiar sobre lo que considera que es acertado y lógico y justo, de mantener la defensa de sus puntos de vista con tenaz integridad. De protestar con decisión cuando se quiera atropellar el futuro del hombre entregándole una educación dañosa. Que sea un líder, que no deje de estudiar y de informarse nunca. (Luna, 1974: 48)
Esto es un revolucionario. Un modelo humano que implica una ética humanística y un sentido de pertenencia, amor a la sociedad y las personas que la conforman. Implica tener visión, integridad y perseverancia. Tener creatividad y constancia para trabajar de manera eficiente. Cuán relevante es el mensaje de Luna en estos tiempos actuales del siglo XXI, donde la mediocridad parece ser la norma.
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Luna no sólo toma en cuenta estos aspectos teóricos, filosóficos y éticos, que tienen importancia claro está, pero también considera lo práctico, es decir; el educador, el estudiante, el espacio y los materiales donde interactúan. No tiene ningún problema en aceptar las deficiencias, carencias y limitaciones del sistema educativo latinoamericano. Va más allá. Pretende partir de allí: Luna sostiene que sin una infraestructura mínima, no tiene sentido la supervisión del proceso educativo pues esto ya es una falla grave, estructural que implícitamente daña todo el conjunto educativo. Dicho en palabras simples: si las escuelas están deterioradas o son inadecuadas para los estudiantes o presentan insuficiencias en los insumos necesarios para el proceso educativo, todo esto queda afectado negativamente. (Luna, 1974: 50) Es decir, antes de supervisar, hay que corregir las fallas estructurales del sistema, literalmente hablando, hay que superar el modelo de la escuela incómoda y poco atractiva, o peor, la escuela que está a punto de derrumbarse, o con pizarras o asientos deteriorados. ¿Qué ocurrirá el día en que los centros educativos sean tan atractivos y cómodos para los estudiantes, o incluso más, que sus propios hogares? Luna encuentra el motivo de las desacertadas políticas educativas de los gobiernos latinoamericanos: la planificación y deseo de cumplir metas demasiado ambiciosas y la poca capacidad de análisis para verificar o evaluar adecuadamente el estado del sistema educativo y la posibilidad de llevar a cabo políticas de planificación y ejecución. Luna ve que se trata de una perspectiva alejada de lo real, donde no se toma en cuenta lo que es necesario hacer y lo que se puede; sino que el plan más grande y populista es el que se toma en cuenta. Este error trae las consecuencias que ha sufrido el sistema educativo latinoamericano. (Luna, 1974: 51) Luna concluye su idea sobre la supervisión educativa señalando lo que es necesario para llevarla a cabo adecuadamente. Indica que no sólo es necesario el conocimiento y la experticia técnica; sino también falta algo más, representado en “…la conciencia militante que se alimenta La desvelada espera de Simón Bolívar
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del dolor y de la angustia de estos pueblos irredentos…” (Luna, 1974: 58) lo cual implica valores éticos y humanísticos orientados a tener una amplia sensibilidad social que permita canalizar las frustraciones de los desposeídos y motivarlos a potenciar su voluntad de realización. El pensamiento de Luna no sólo se desarrolla en lo pedagógico y teórico: tiene también su fundamento en la literatura, especialmente la venezolana. Es un lector atento, de Bello, Rodríguez, Bolívar y, especialmente, Rómulo Gallegos. A este último dedica un libro, donde analiza su obra desde el punto de vista educativo. Este interés en Gallegos nace por una motivación común: la situación social, la problemática y vida de los pueblos y sobre todo, los sectores populares: educación, salud, seguridad, el estilo de vida, el alma de los pueblos. Luna identifica en Gallegos su virtud didáctica, su intención pedagógica, su pasión de maestro. El amor y la fe como armas fundamentales de la pedagogía, siendo un ejemplo claro la relación entre Luzardo y Marisela (que simbolizan, a Gallegos y al pueblo venezolano, respectivamente) en sus encuentros (Luna, 1963: 15). Él siempre le enseña cosas a ella, le muestra que hay un mundo más allá de las sabanas, que hay algo más que puede hacer con su vida, que hay otros horizontes que puede alcanzar. Y le dice cómo hacerlo. ¿No es esa la meta definitiva de todo maestro? Otro ejemplo lo encuentra en Simón Bolívar. El Libertador se dio cuenta de que la lucha no terminaba con ganar la guerra y expulsar al imperio español. La razón está en que en el pensamiento del latinoamericano todavía persiste los esquemas y paradigmas españoles. Bolívar se dio cuenta de que los criollos seguían actuando como los españoles y para el pueblo no fue sino un cambio de amo (Luna, 1973: 20). Para lograr la libertad de la patria grande, es preciso entonces un cambio de mentalidad, que nace desde el republicanismo sui generis sostenido primero por Bolívar y ahora, finalmente, llevado a cabo
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a través del socialismo del siglo XXI, liderado por el Comandante Presidente Hugo Chávez. Es preciso dejar de lado los afanes mezquinos, las luchas intestinas y la sed de poder, el caudillismo y el personalismo político. Todo esto hace que se ideen y apliquen políticas basadas sólo en intereses personales y no en el bien colectivo. La obra de Bolívar es una constante exhortación a abandonar los deseos propios en beneficio del bien común. Como dijo el Libertador antes de morir: “si cesan los partidos y se consolida la unión, entonces bajaré tranquilo al sepulcro”. Toda esta aproximación que se ha planteado en este ensayo responde a una motivación semejante: debe haber un cambio en la manera en que piensa el latinoamericano. Pero este cambio de mentalidad no será posible si no se modifica el proceso educativo y se hace más adecuado a las necesidades reales de los estudiantes. Lo que interesa no es desarrollar un individuo erudito, sino un ser sensible de su medio y con capacidad para dar respuesta o idear nuevas propuestas. De esta manera, habrá un futuro para Latinoamérica donde la miseria sea superada y la felicidad de los pueblos deje de ser un sueño y se convierta en una realidad. Juan Carlos Eurea
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Luna, José Ramón. (1963). Rómulo Gallegos, su influencia en la educación venezolana. Caracas: Ministerio de Educación. ____. (1970). La educación popular, un derecho no ejercido. Caracas: Ministerio de Educación. ____. (1974). La supervisión educativa, una inconformidad creadora. Maracay: Ediciones “El Mácaro”. ____. (1983). Bolívar y la integración latinoamericana. La Asunción (Venezuela): Biblioteca de autores y temas neoespartanos.
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Biografía de José Ramón Luna
José Ramón Luna nace en 1922, en La Asunción, estado Nueva Esparta. Estudió la primaria en Tucupita, luego en Caracas obtuvo el título de Maestro de Educación Primaria Urbana. Ejerce en ciudades y pueblos del interior del país. Allí es donde más aprende, pues desarrolla sensibilidad humana y social, el sentimiento y pasión de ser venezolano y toma conciencia de la realidad socio-económica de Venezuela, aspectos que le permitirán desarrollar su talento como escritor y educador. Defensor y luchador de las causas sociales y humanas y con ideas progresistas, soberanas y democráticas; sufrió la persecución y prisión en el periodo de la dictadura (1948-1958). Fue Secretario General de la Federación Venezolana de Maestros, en el período 1960-1962. Cursó el Profesorado de Educación en Universidad Central y en 1964 obtiene su licenciatura. Trabaja en el Plan General de Reorganización del Sistema de Supervisión Educacional y desempeña cargos de importancia en el Ministerio de Educación. Comienza la producción escrita, pues publica, ya desde 1963 artículos que aparecen en la prensa nacional y publica varios libros, entre los que destacan: Bolívar y la integración latinoamericana (1973), Gallegos:
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su influencia en la educación venezolana (1963), El positivismo en la historia del pensamiento venezolano (1971). Sus artículos monográficos, tales como La supervisión educativa (1974), Deserción escolar y marginalidad (1976) toman tal relevancia que es invitado a Brasil y Perú a presentar sus ideas y leer dichas monografías. Es un ensayista que alcanzó notoriedad, se ganó premios y reconocimientos por su dedicada y afinada labor intelectual. El pensamiento de Luna se concentra en la idea de la unidad del pueblo (y, en consecuencia, los pueblos) para superar el atraso y la miseria mediante el ejercicio de una democracia real, traducida en una realidad dinámica que conduzca a los pueblos a una vida más justa y digna. Su pensamiento se orienta a favor de una América Latina libre de influencias y dependencias, soberana y dueña de su propio destino, que no es otro que el señalado por el padre de la patria grande: Simón Bolívar. En sus escritos, logra el acertado equilibrio de expresar gran pasión con su discurso, a través de la claridad y profundidad del pensamiento; que tiene como tema el ideal bolivariano, actualizado y presentado para el lector del barrio, la colonia, la favela que sueña y lucha por un futuro mejor.
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Cronología de José Ramón Luna
José Ramón Luna
Hechos políticos en Venezuela
Hechos en la literatura venezolana
1922
Nace en La Asunción, Nueva Esparta.
Venezuela se encuentra dominada por la cruenta dictadura de Juan Vicente Gómez. Son perseguidos líderes políticos y activistas, es cercenado cualquier intento democrático y además el gobierno de turno cierra la Universidad Central de Venezuela, por lo que numerosos intelectuales y artistas venezolanos hullen al extranjero.
Aparece Cuentos grotescos de J.R. Pocaterra. La novela semana (dirigida por J.R. Pocaterra y Rómulo Gallegos). Fundado el diario El Heraldo.
1929
Estudia primaria en Tucupita, Delta Amacuro.
Intento de golpe militar e invasión del General Román Delgado Chalbaud con el vapor alemán “Falke”. También son aplastadas otras insurrecciones contra Gómez. Terremoto en Cumaná.
Rufino Blanco Fombona publica El modernismo y los poetas modernistas. Rómulo Gallegos: Doña Bárbara.
1938
Llega a Caracas a cursar estudios en la Escuela Normal de Hombres de Caracas.
Se consolida el gobierno de López Contreras, se decreta la participación de los obreros en las utilidades de las empresas y se crea la Contraloría General de la República.
Andrés Eloy Blanco: Baedecker 2000.
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1941
Alcanza el título de Educación Primaria Urbana. Maestro de grado en Aragua.
El General Medina Angarita es electo presidente por el Congreso, el partido Acción Democrática es legalizado.
1942
Director de Escuela en Yaracuy.
Venezuela firma un trata- Rómulo Gallegos: do de límites sobre aguas El forastero. Juan Liscano: Contienda. territoriales con Gran Bretaña. Submarinos alemanes causan estragos a la flota petrolera. Se une, en conjunto a los países latinoamericanos en ruptura con los países del eje. Promulgada Ley de Hidrocarburos. Creado Ministerio de Hidrocarburos.
1946
Supervisor de Distrito Escolar en Delta Amacuro, Trujillo, Lara, Nueva Esparta y Portuguesa.
Es fundado el partido político COPEI. Es fundada la Marina Mercante Nacional.
Salvador Garmendia: El parque.
1950
Destituido del cargo de Supervisor. Perseguido y fustigado por la dictadura perezjimenista y sometido varias veces a prisión. Ejerce como Maestro en la Escuela Municipal Unitaria en Maiquetía.
Carlos Delgado Chalbaud, jefe de la junta de gobierno, junto a Suarez Flamerich y Pérez Jiménez, que depuso en 1948 al presidente electo Rómulo Gallegos; es secuestrado y asesinado y asume transitoriamente Suarez Flamerich.
Escritores, intelectuales y artistas sufren la persecución política, al abogar por una salida democrática y no respaldar la dictadura.
1952
Destituido y excluido de la docencia se refugia en actividades gerenciales privadas.
La dictadura se consolida: el país es gobernado por el dictador, General Marcos Pérez Jiménez.
Guillermo Meneses: El falso cuaderno de Narciso Espejo.
1959
Vuelve al Magisterio como supervisor con ámbito en Lara, Yaracuy, Portuguesa y Barinas, y luego a nivel nacional. Dirigente gremial.
Cambios en la política venezolana, luego de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez.
Salvador Garmendia: Los pequeños seres.
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Cronología de José Ramón Luna
Mariano Picón Salas: Formación y proceso de la literatura venezolana.
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1960
Secretario Nacional de Organización del Consejo Directivo Nacional de la Federación Venezolana de Maestros.
Se crean, por iniciativa Rafael Cadenas: de Juan Pablo Pérez Cuadernos del desAlfonso, la Corporación tierro. Venezolana del Petróleo y la OPEP.
1963
Escribe Rómulo Gallegos, su influencia en la educación venezolana.
Es electo presidente Raúl Leoni, del partido Acción Democrática AD. Comienza la lucha guerrillera en Venezuela.
Cadenas publica el célebre poema: “Derrota”. Renato Rodríguez: Al sur del Ecuanil.
1964
Alcanza el título de Licenciado en Educación de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV. Desempeña cargos en Direcciones de Docencia. Miembro de la Comisión de Supervisión de la Oficina de Planeamiento Integral de la Educación, destinada a la reorganización del sistema de supervisión.
Grandes obras públicas y desarrollo cultural.
José Vicente Abreu: Se llamaba S/N.
1965
Escribe Algunas consideraciones sobre planteamiento educativo. Realiza Seminario de Postgrado y obtiene Certificado de Seminario de Doctorado en la UCV.
1968
Escribe Los Pardos, una clase social de la colonia; Enseñanza y Práctica del Civismo en la Escuela; La Enseñanza del Civismo; El Estudio de la Historia.
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Es electo presidente de la Adriano González república Rafael Caldera, León: País portátil. del partido COPEI. Francisco Massiani: Piedra de mar. Se afianzan diversos movimientos literarios y artísticos que enriquecen el panorama cultural venezolano. Algunos de estos grupos están ideológica y políticamente comprometidos, por lo que también son militantes de la izquierda y hasta de la guerrilla.
1970
Escribe Semblanza de una Promoción sin nombre; La Educación Popular, Un derecho no ejercido. Obtiene Premio Vallenilla Lanz por el ensayo El Positivismo en la Historia del Pensamiento Venezolano. Miembro de la Comisión de Profesionalización para el Personal de Servicio de la Educación Técnica - Ministerio de Educación. Jefe de la Comisión de Estudios y Asesoría de la División de Relaciones con Empresas e Instituciones - Ministerio de Educación.
Venezuela se convierte en líder de la industria petrolera mundial.
1971
Jubilado por el Ministerio de Educación. Escribe Cuando se tiene un hijo. Jefe de la División de Administración y Planeamiento del Programa Regional de Desarrollo Educativo para América Latina y el Caribe. OEA. (Hasta 1978).
Se hacen reformas fiscales y en la política petrolera. Se funda el partido Movimiento al Socialismo (MAS).
Carlos Noguera: Historias de la calle Lincoln.
1972
Escribe Una Clase Magistral (Homenaje al Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa en su 70 aniversario).
Venezuela denuncia el tratado de reciprocidad con los Estados Unidos.
Orlando Araujo: Narrativa venezolana contemporánea. Salvador Garmendia: Los escondites.
1973
Escribe Bolívar y la Integración Latinoamericana.
Es electo Carlos Andrés Pérez presidente de la república, del partido AD.
J. Liscano: Panorama de la literatura venezolana actual.
1974
Escribe Vargas y la idea de la Educación Popular.
Carlos Andrés Pérez asume la presidencia y decreta la nacionalización del hierro.
José Balza: Setecientas palmeras plantadas en un mismo lugar.
1975
Escribe El Poder Moral propuesto por el Libertador.
Es aprobada la Ley de Nacionalización de la Industria Petrolera.
Osvaldo Trejo: Texto de un texto con Teresas.
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Cronología de José Ramón Luna
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1976
Escribe La presencia militante.
1978
Escribe ¿Y los margina- Es electo presidente Luis dos? Herrera Campins, del partido COPEI. Venezuela suscribe el Tratado Amazónico.
1983
Escribe Prieto. Boceto para una semblanza de la tierra y del hombre; Deserción escolar y marginalidad; La supervisión educativa: Una inconformidad creadora. 1983: Colaborador en los periódicos La Esfera y El Heraldo. Escribió en El Nacional y El Mundo (Caracas), El Impulso (Barquisimeto), Frontera (Mérida), El Pueblo de Guayana (San Félix), El Sol de Margarita y Diario del Caribe (Porlamar).
Denzil Romero: La Es electo presidente Jaime Lusinchi, del par- tragedia del Generalísimo. tido AD. El viernes 18 de febrero se devalúa la moneda venezolana frente al dólar, que hasta ese momento, parecía ser una de las más solidas. Es conocido este día como el “viernes negro” y fue el fin de la era de aparente prosperidad económica de Venezuela y comenzó a evidenciarse las fallas del sistema económico, la falta de atención a las clases desposeídas y la enorme deuda social contraída.
1984
Escribe La Desvelada Espera de Simón Bolívar.
Asume la presidencia Lusinchi, prometiendo reformas y reestructuración de la economía venezolana.
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Estados Unidos elimina las preferencias arancelarias a Venezuela y Ecuador, porque pertenecen a la OPEP.
Arturo Uslar Pietri: Oficio de difuntos.
Eugenio Montejo: Terredad.
Miguel Otero Silva: La piedra que era Cristo.
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La desvelada espera de Simón Bolívar
“I. Tierra y patria indefinidas”
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I. Tierra y patria indefinidas
Bajo el signo de la búsqueda
La búsqueda es el distintivo esencial del hombre, y se identifica con la inconformidad. Es angustia, brega y agonía en aras de la gran aspiración, la superación del ser humano en todo tiempo, en toda circunstancia. Es la búsqueda que averigua para encontrar la verdad, que indaga para hacer más racional la existencia. Es la búsqueda que en procura del progreso –que es sabiduría y es bienestar– escudriña todos los posibles para edificar con solidez la permanencia de la felicidad del género humano. La fatalidad sociohistórica inscribe a Venezuela y a su pueblo –y a los faeneros que en la hechura nacional han estado en la exigente brega– desde su más temprana indefinición, bajo ese signo insoslayable, puesto que esa ha de ser la respuesta obligada a su condición de organismo vivo en función de realizarse plenamente. En efecto, la vida venezolana –la tierra, el ser, el ambiente ha tenido una característica dominante, incluso antes de poseer nombre la nacionalidad. Fue y es la angustia su rasgo vital. Forcejeo que en la prehistoria nacional, como en cualquiera de las etapas subsiguientes, e impelido por la indetenible fuerza evolutiva, se enfrenta a la remota, lucha contra el atraso y sigue en pos de la buenaventura. Es la inteligencia en postura irremediablemente avanzadora por sobre La desvelada espera de Simón Bolívar
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lo que es torpe, por encima de lo que es maligno, a porfía con lo que es mañoso. Semejante acontecer es lo que explica que el errante aborigen de la tierra ignorada, de la geografía no descrita, casi en los lindes de la animalidad, vaya a plantar su fuerza física y su inteligencia –soportes de su necesidad– ante aquella naturaleza sobrecogedora y brutal, ante aquel horizonte sin vislumbre, frente a la ferocidad ambiental. Y logre subsistir. Esa es la ruta para explicar la triquiñuela del indio angustiado que mintió en El Dorado; la conducta del negro, de mano esclava y alma atormentada, que se fue a los montes en busca de la mejor forma de eludir su desgracia; la configuración del mestizo –producto de aquella conquista aterradora, de aquella colonización barbarizada– resto del indio diezmado, rezago de negro torturado, retazo de blanco lascivo, representativo del nuevo tipo venezolano. Después de todo, es el triunfo de la búsqueda inconforme sobre la adversidad temeraria. Además, lo que luego del Descubrimiento se llamó Venezuela fue encontrado por azar. Dicho acontecimiento halla una tierra, una selva, unos ríos, unos pobladores que causan en sus descubridores maravillosas sorpresas. Esto, gracias a los encantos proclamados por aquellos, debía ser tratado en forma edificante. En cambio, se vuelve presa de conquista, botín de dominación, arrebato de codicia, objeto de usurpación, posesión irrestricta del más fuerte. Y bajo la advocación de tales fueros, por la hostigación descomedida, se cambia el mundo aborigen ingenuo, mágico, propio, por otro foráneo de alegada superioridad y apremiante en el trabajo explotador de minas y haciendas. Se sustituye lo que fue propiedad y beneficio común, con la apropiación de lo producido en tierra de encomienda, por mano enfeudada y voluntad vapuleada. Por la misma vía se
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impone otra religión, otro idioma, otra cultura posesiva y absorbente. Se instituye la esclavitud. A pesar de la fuerza aplastante de la gestión invasora, la persona sometida físicamente ingenió alguna manera de aliviar el tormento. Su entrega no fue total. Soporta el padecimiento y al mismo tiempo estimula la esperanza, vibra con el anhelo que conducirá al cambio de su condición. La historia nacional está poblada de gestos, de acciones, de sueños, aventuras y protestas protagonizadas por indígenas, por esclavos, por mestizos, surgidos del fondo mismo de la opresión, como muestras del indoblegable temple del hombre, por muy descomunal y muy bárbaro que pueda ser el proceder del opresor. Es la lucha por la supervivencia de la especie, del espíritu de la persona, sustentados en la dignidad del hombre, en busca de la luz y de la libertad. Identificación y magnitud del propósito
Precisamente en los momentos de la búsqueda, en plena lucha desigual, en el debate aclaratorio de un destino brumoso, en medio de la pugnacidad de las distintas corrientes del proceso social, cuando aún tierra y patria son indefiniciones, hace su aparición en aquel escenario generador del propósito final venezolano, de la inequívoca orientación, la presencia luminosa de Simón Bolívar para conducir los esfuerzos hacia una concepción de libertad sin grietas, hacia la dimensión exigida por la figura y el ser hermoso y limpio de la patria nueva. Antevé las dificultades, sopesa los factores de diverso signo, calibra las ventajas y los riesgos, y concluye en que no basta para que Venezuela sea libre la separación de España, que se declare país independiente. La patria tiene que poseer perfil clarificado, autonomía en sus ejecutorias, firmeza en sus convicciones, criterio y voz inalienables, La desvelada espera de Simón Bolívar
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junto con una inconfundible personalidad identificadora de su ser mestizo, desamarrada definitivamente del coloniaje, y poblada por un hombre también enteramente libre. Condición ésta que no se la confiere solamente el hecho de habitar en un territorio políticamente independiente, constitucionalmente autónomo e inscrito con demarcaciones propias en el contexto general de las naciones. El venezolano para ser libre –piensa Bolívar– ha de ser honesto, leal y consecuente. Ser culto y poseer clara conciencia de las implicaciones y responsabilidades que comporta el disfrute de la libertad. Para que se dé este conjunto de atributos individuales y colectivos, la persona y la sociedad deben ser educados que, en este caso quiere decir, a más de instruidos, formados la mente, el alma, el corazón y el cuerpo. La educación es requisito primario de la libertad. La ignorancia es elemento favorable para la destrucción de los valores positivos que ennoblecen la condición humana. Además, el existir del hombre verdaderamente libre debe estar asignado por un tratamiento justo del individuo en una sociedad igualitaria. Con tal predicación y tras esas perspectivas encabeza Bolívar uno de los más robustos y denodados movimientos destinados al hallazgo de un país como estaba concebido en su ideal e integrado a él un compatriota como deseaba formarlo su ideario. Era el propósito y a él se entregó para que Venezuela y América Latina fueran libres y lo fueran igualmente los seres que las poblaran. La empujadora voluntad de Bolívar y esa majadera pasión suya por la igualdad de los hombres y la libertad de las sociedades, es lo que viene a conferirle calor colectivo y aliento popular a aquella pretensión que los mantuanos llamaron independencia, y el común veía con desdén y apreciaba con desconfianza, puesto que estaba propiciada por los amos, los mismos que lo privaban de la libertad. En efecto, el pleito inicial entre dos castas deja de serlo cuando se cam-
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bia la justificación de la acción separatista y se amplía la dimensión del suceso, al incorporar los conceptos de justicia social, igualdad, educación para todos. Sólo así la libertad proclamada será verdad posible. Por eso la gesta capitaneada por Bolívar no se reduce a la guerra, al triunfo bélico sobre el imperio ultramarino. Su ideal se extendía a resultados más trascendentes y de mayor permanencia, tales como la educación para el pueblo, tierra para los campesinos, abolición de la esclavitud, cese de las excepciones y los privilegios. Y para hacer tangibles tales exigencias ideó, planeó, legisló y se agotó en una extenuante labor continuadora de la diligente búsqueda comenzada por el remoto poblador inicial, y cuyos balbuceos de cambio se pierden allá lejos en los meandros de una historia que no se conoce enteramente. El transparente binomio
Esta idea dominante es la que precisamente distingue a Bolívar de sus contemporáneos capitanes de empresa. No se limita a ser un guerrero a quien se le llenaba la vanidad con el fulgor del triunfo en la batalla, no fue un legislador que hizo la ley y se sentó a esperar los resultados, no fue magistrado a quien deslumbró la majestad que confiere el poder y los beneficios de allí derivados. Lo que a muchos resultaba primordial, para él fue transitorio debido a la falta de valor permanente. Este se lo confería solamente a hechos como la elevación del ser humano, la moral practicante, la probidad en el mando, la lealtad a las instituciones republicanas, la honestidad en la administración de la hacienda pública, el respeto al honor del hombre, la elevación de la patria a la posición más alta y más válida de la existencia republicana. Así lo dejó expresado como agónica imploración, a fin de que su empeñosa obra no fuera víctima de efímero entusiasmo ni de frágil improvisación. Y fuera, sí, campo donde se materializara aquel transparente binomio que su talento había conLa desvelada espera de Simón Bolívar
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cebido libre de la inmediatez adjetiva, lejos del relámpago efectista, y traducibles sus dos términos en Independencia y Libertad, Patria Feliz y Ciudadano Libre. Eso sí, con la advertencia complementaria de que no se puede ser cabalmente ciudadano si no se es capaz de distinguir la concordia de la anarquía. Para nada bueno sirve el talento cultivado si no se tiene aptitud para impedir la improbidad. No es posible preservar la libertad si no se hace equilibrado ejercicio de las obligaciones y los derechos en la vida de la república. No estarán garantizadas la convivencia, la igualdad y el mutuo respeto si no están educados la mente y el cuerpo. La grosería material no puede ser rectora de una sociedad, ello encarnaría la prescindencia de los dictados del espíritu, la renuncia a los principios y a la práctica de la moral. Eran esas las reflexiones del pensar inconforme y visionario de Bolívar. Esas las grandes preocupaciones de su alma y las reclamaciones de su inquieto hacer. Son las estimulaciones para magnificar el propósito elemental de ser libre, con todas las implicaciones de una gran gesta. Son los atributos para identificar la tierra y definir la patria. Mata que se logra como balance primario de la proeza emancipadora, y que debe consolidarse después.
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II. La libertad como plenitud
La idea generatriz
En la oportunidad de evocar la prédica, la acción, la obra de Bolívar, se hace presente una revaluación de su pensamiento, de su mandato, de lo que está pendiente de realización en cada porción de su ideario. Por supuesto, una revaluación contrastada en el tiempo, en el acontecer, con la imprescindible adaptación de su pensamiento a tales relatividades, pues este pensar que es portador de precisión y de altura prospectiva, también está dotado de un apreciable grado de adaptabilidad. Allí está la clave del posible éxito del ideal orientador como lo es la felicidad de la patria y la unión de los conciudadanos, facilitadas ambas adquisiciones por la educación y la moral. Regla de ductibilidad válida, asimismo, para adaptar haceres a las particulares realidades físicas y humanas de cada país latinoamericano. Hay más. Ese conjunto de pensamientos y anhelos está regido por la idea generatriz que es la libertad del hombre. Expresada de manera comprensiva, abarcadora, totalista. Libertad en el sentido ecuménico de un hombre sin reato de temores ni miedo, por ningún concepto. Sin tener atados a influencias perniciosas ni el corazón ni la mente, que no pueda ser llevado a asumir un comportamiento reñido con la moral pública, con la ética individual, con la solidaridad colectiva, con la obligante necesidad de ser útil. De ahí su aseveraLa desvelada espera de Simón Bolívar
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ción referida a que la libertad política pudiera resultar frustránea si sólo se obtiene de ella al regodeo efectivista en la teoría filosófica, la exhibición de los principios, el disfrute de ciertas libertades públicas. A dicha creación debe dotársele de capacidad económico social que permita al conglomerado y a sus asociados el goce equilibrado de los bienes proporcionados por la cultura, la ciencia, la técnica, la economía, la educación. Eso será posible y positivamente fructífero –es su persistencia– si tiene como sustentación la capacidad integral proporcionada por una sólida educación. No hay un don mayor que ésta. Merced a su orientación, a su contenido y a su práctica se hace tangible el adecuado provecho de todos los demás bienes. Por el contrario, su ausencia motiva muchas de las desdichas de la vida. Y es que no puede ser enteramente libre una sociedad ignorante de su propio valimiento y de sus perspectivas, y si no sabe plantear correctamente sus apreciaciones sobre la igualdad y la justicia. Asimismo, no puede ser hombre completo el individuo, no importa el rol que ocupe, si no han sido desarrolladas sus potencialidades para entender su papel y dirigir su actuación, de tal modo que no lo domine la soberbia o el deseo de oprimir a sus semejantes, ni tenga, tampoco, alma de sumisión y de entrega que lo incapacite para comprender que la opresión y el maltrato son crueles manifestaciones de la injusticia, y que no existe ley alguna, ni natural ni positiva, determinante del fatalismo y la conformidad de unos ante la arrogancia de los otros. Resulta colofón obligado de la idea mencionada que no puede ser ciudadano de militancia eficiente en la nueva república, políticamente independiente y democráticamente igualitaria, aquel partidario de la tesis según la cual la Independencia condujo a la simpleza de cambiar de manos el poder, la riqueza y las oportunidades mejores, en una especie de venezolanización del oprobioso ventajismo peninsular. De igual modo, no corresponde dicha calificación al que
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piense y sienta –como rezago de sometimiento colonial que le subyuga la voluntad– que pueda haber un hombre amo de otro. Falsean también su condición de ciudadanos los ubicados en puesto rector, si no asimilan que su posición se les otorga por su mayor capacidad, por su juicio ecuánime y no porque algún intangible designio, inalcanzable para la generalidad, les ordena hacer su voluntad omnímoda, sin respeto por la opinión ajena, sin consideración para el sentimiento del prójimo, con burla hacia la aspiración de los otros. La percepción raizal
He ahí el complejo ideario. Detrás de la idea el hombre. Y con ella y por ella percibió Bolívar la raíz, la médula en la formación del venezolano y las contingencias generadoras de la nueva sociedad. Valoró el comportamiento de sus compatriotas en todos los rangos y categorías, la interrelación en los diferentes estratos. Antevió cómo habría de acomodarse la gente a la nueva modalidad sociopolítica y cómo pasarían los acontecimientos y cuáles serían sus consecuencias. Dichas apreciaciones lo llevaron a establecer que la república y la patria serían muy perecederas si pretendían limitarse a usufructuar los limitados favores arrojados por la contienda separatista. Era menester adecuar el ambiente, borrar el viejo esquema organizativo, proveer al individuo de atributos diferentes a los heredados. Y en esa dirección, sentar como premisa que la abulia no hace patria, la inmoralidad desvirtúa a todo lo que es noble y lo que es recto, la ignorancia es posesión perjudicial para todo, la arrogancia es mala consejera en la función de gobernar. Tan sano y previsor convencimiento lo condujo a precisas conclusiones, por virtud de las cuales pudo dejar dicho: Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía, y del vicio, no hemos podido adquirir ni saber, ni La desvelada espera de Simón Bolívar
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poder, ni virtud. Discípulos de tan perniciosos maestros, las lecciones que hemos recibido y los ejemplos que hemos estudiado, son los más destructores. Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza; por el vicio se nos ha degradado más que por la superstición. La esclavitud es la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga abusan de la incredulidad de hombres ajenos a todo conocimiento político, económico o civil: adoptan como realidades las que son puras ilusiones, toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia. (…) Un pueblo pervertido si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla; porque en vano se esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud, que el imperio de las leyes es más poderoso que el de los tiranos, porque son más flexibles, y todo debe someterse a su benéfico rigor; que las buenas costumbres, y no la fuerza, son las columnas de las leyes; que el ejercicio de la libertad.1
La sentencia orientadora
Al poner énfasis reiterativo sobre la fuerza de aquellas ideas surgidas de la enjundia de su razonamiento, exterioriza la sentencia orientadora para la preservación de la existencia y la salud de la república y de sus instituciones. Es entonces cuando ante el Congreso de Angostura, en 1819, proclama la primacía de la moral y de las luces a tales fines, y plantea la necesidad de proporcionarlas en forma eminente a la comunidad nacional. En concordancia con tal opinión, ya había discernido que “las naciones marchan al término de su grandeza con el mismo paso con que camina la educación”. Munido con estos pensamientos y convencido de la contundencia de la virtud y de la sabiduría en la organización de un Estado jus-
Simón Bolívar, Obras completas, Librería Piñango, Caracas, s/f. Vol. III, pp. 677 y 678.
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to, en la exposición de motivos del proyecto de Constitución que presentara a dicha asamblea, incluye esta trascendental declaración soporte de un programa de gobierno sinceramente preocupado por la sanidad cívica y el continuo fortalecimiento de las estructuras del país: Para formar un gobierno estable se requiere la base de un espíritu nacional que tenga por objeto una inclinación uniforme hacia dos puntos capitales, moderar la voluntad general, y limitar la autoridad pública. (…) Esta ciencia se adquiere insensiblemente por la práctica y por el estudio. El progreso de las luces es el que ensancha el progreso de la práctica, y la rectitud del espíritu es la que ensancha el progreso de las luces. (…) Los venezolanos aman la Patria, pero no aman sus leyes, porque éstas han sido nocivas y eran la fuente del mal, tampoco han podido amar a sus magistrados porque eran inicuos, y los nuevos apenas son conocidos en la carrera en que han entrado. Si no hay un respeto sagrado por la Patria, por las leyes y por las autoridades, la sociedad es una confusión, un abismo: es un conflicto singular de hombre a hombre, de cuerpo a cuerpo.2
Y en ocasión tan especial, al tiempo que pedía derribar el monstruoso edificio de las antiguas leyes, “funestas reliquias de todos los despotismos antiguos y modernos”, clamaba por la elevación de un templo a la justicia, “y bajo los auspicios de su santa inspiración dictemos un Código de Leyes Venezolanas”. Y agrega como precautelativa complementación del andamiaje estatal. (...) Demos a nuestra república una cuarta potestad cuyo dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, el espíritu público, las buenas costumbres y la moral republicana. Constituyamos este Areópago para que vele sobre la educación de los niños, sobre la instrucción nacional; para que purifique lo que se haya corrompido en la República; que acuse la ingratitud, el
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Ibid, p. 691. La desvelada espera de Simón Bolívar
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egoísmo, la frialdad del amor a la patria, el ocio, la negligencia de los ciudadanos; que juzgue de los principios de corrupción, de los ejemplos perniciosos, debiendo corregir las costumbres con penas morales, como las leyes castigan los delitos con penas aflictivas, y no solamente lo que choca contra ellas, sino lo que la burla; no solamente lo que las ataca, sino lo que las debilita, no solamente lo que viola la Constitución sino lo que viola el respeto público. La jurisdicción de este tribunal verdaderamente santo, deberá ser efectiva con respeto a la educación y a la instrucción, y de opinión solamente en las penas y castigos. Pero sus anales, o registros donde se consignen sus actas, o deliberaciones, los principios morales y las acciones de los ciudadanos, serán los libros de la virtud y del vicio. Libro que consultará el pueblo para sus elecciones, los Magistrados para sus resoluciones, y los Jueces para sus juicios.3
Con idéntica preocupación, en el mismo tono creador de previsiva idealidad, expresa: Meditando sobre el modo efectivo de regenerar el carácter y las costumbres que la tiranía y la guerra nos han dado me he sentido la audacia de inventar un Poder Moral, sacado del fondo de la obscura antigüedad, y de aquellas olvidadas leyes que mantuvieron algún tiempo la virtud entre los griegos y los romanos. Bien puede ser tenido por un cándido delirio mas no es imposible, y yo me lisonjeo que no desdeñaréis enteramente un pensamiento que mejorado por la experiencia y las luces puede llegar a ser eficaz.4
Alta jerarquía y larga perspectiva
Apoyado el Libertador en la certeza de que la formación de un individuo noble, justo y solidario depende en gran parte de una educación bien concebida y administrada con rectitud, se hace heraldo 3
Ibid, p. 692.
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Ibid, p. 693.
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postulante de la educación popular. Que no es baratura de desecho entregada a las clases menos pudientes económica y socialmente, ni generosa concesión de los poderosos, sino derecho pleno de igual disfrute para todos, y en nombre del cual las mayorías reclaman amplitud y buena calidad en el contenido educativo. Un análisis de esas proposiciones, la comparación de las mismas con el pretérito remoto venezolano, con el pasado reciente y con los acontecimientos de la actualidad, y al enjuiciarlas desde allá y desde acá, llevan a concluir en que Simón Bolívar es un esclarecido ideólogo de la educación venezolana, de recia vívida actualidad. Resalta en este sentido que no se limita a elucubrar alrededor de los altos supuestos filosóficos y de las concepciones sociales donde se apoya la teoría educativa y se basa la política educacional. Tampoco se queda en el acto de legislar, decretar, disponer. Dilata su acción desde los fundamentos constitucionales hasta los detalles reglamentistas correspondientes y las normas sobre asuntos de amplia gama. Se ocupa de lo referente a las edificaciones escolares, la organización de los planteles, el equipamiento y dotación de los mismos, la edificación y distribución de textos, el comportamiento de los docentes, las obligaciones del Estado para con ellos, los procedimientos didácticos y las medidas disciplinarias para dirigir la actuación de los alumnos. Precisa que el Director (el Maestro) debe ser “un hombre distinguido por su educación, por la pureza de sus costumbres, por la naturalidad de sus modales, jovial, accesible, dócil, franco”; asienta que el aseo es la primera máxima que debe inculcarse al alumno porque “no hay vista más agradable que la de una persona que lleva la dentadura, las manos, el rostro y el vestido limpio”, recomienda la enseñanza de la urbanidad; establece un cuadro sinóptico que comprende la dicción, la lectura, la escritura, la aritmética y la geografía; sugiere determinados métodos para la enseñanza de la lectura y de La desvelada espera de Simón Bolívar
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la Geografía Universal; concede gran importancia a los juegos y recreaciones, “tan necesarios a los niños como el alimento”; expresa que “la educación de los niños debe ser siempre adecuada a su edad, inclinaciones, genio y temperamento”; advierte que “la memoria demasiado pronta es una facultad brillante, pero redunda en detrimento de la comprensión”, por lo cual deben tratarse ambas facultades adecuadamente; hace específicas recomendaciones acerca de la educación maternal y sobre la creación de planteles, desde los niveles inferiores hasta la universidad. Estos y otros son de los muchos rasgos identificadores de su amplitud de criterio y su grande interés por el asunto, ya plasmados en sus proposiciones de Angostura al considerar la educación como diligencia primogénita del Congreso porque “la nación será sabia, virtuosa, guerrera, si los principios de su educación son sabios, virtuosos y militares; ella será imbécil, supersticiosa, afeminada y fanática si se la cría en la escuela de estos errores”. Tales son la alta jerarquía y la larga perspectiva de la concepción educativa del Libertador. Desde lo más excelso hasta el último detalle. La intransigencia admirable
En lo relativo a la moral, Bolívar es, verdaderamente, de una intransigencia admirable. No es pacatería ni apariencia. Se trata de una convicción vital. Conforme con los principios de ese credo que quiso inculcar a sus conciudadanos como código de comportamiento, nadie tiene derecho a poseer lo que no es suyo. No puede ser posesión de la persona lo que ésta no ha obtenido honradamente. No merece respeto quien calumnia o engaña. Es condenable la deslealtad como lo es la inconsecuencia, la ingratitud y la mentira. Todo vicio es censurable como toda virtud es plausible. No existe atribu-
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ción alguna en funcionario alguno, por más alta que sea su posición en los estamentos administrativos del Estado, que lo faculte para disponer, distraer, usurpar los bienes de la República. Con su vida debe pagar quien cometa delito de tanta magnitud. El desprecio público es la sanción para la inmoralidad. Esta conduce a la descalificación personal y a la pérdida de la categoría ciudadana. Como quiera que la carencia de moral privada y pública envenenaba el ambiente de su tiempo, más de un momento desagradable tuvo que enfrentar y combatir. Hay destacadas referencias a su propia actitud en cuanto a los fondos públicos y a su conducta como gobernante. En 1824 renuncia a los treinta mil pesos que como pensión le había asignado el Congreso de Colombia, porque “no la necesito para vivir, en tanto que el tesoro público está agotado”. En 1825 rechaza el millón de pesos que, junto con otros honores le ha conferido el Congreso del Perú “porque las leyes de mi patria y de mi corazón me lo prohíben”. Muestra elocuente de absoluto rechazo a la corrupción, aunque sea en sus más simples amagos, es la respuesta que da a Santander cuando éste en 1826 le propone que sea el protector de la compañía inglesa que le iniciaría la apertura del Canal de Panamá. Le expresa que no sólo le parece inconveniente la proposición en cuanto a él, “sino que me adelanto a aconsejarle que no intervenga Ud. (…) Yo estoy cierto que nadie verá con gusto que Ud. y yo, que hemos estado a la cabeza del gobierno, nos mezclemos en negocios puramente especulativos”. Es drásticamente severo cuando decreta en 1813 que “todo aquel que fuera convencido de haber defraudado los caudales de la renta nacional del tabaco, o vendiéndolo clandestinamente fuera del estanco, o dilapidándolos con manejos ilícitos, será pasado por las armas, y embargados sus bienes para reducir los gastos y perjuicios que origine”. Y lo es igualmente cuando en 1822 emite otra dispoLa desvelada espera de Simón Bolívar
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sición según la cual “el empleado de la hacienda nacional a quien se justificare sumariamente fraude o malversación de los intereses públicos o resultare alcanzado, se le aplicará irremisiblemente la pena de muerte sin necesidad de más proceso que los informes de los tribunales respectivos”. Muchos episodios más son demostrativos de su celo y de su pulcritud como ciudadano y como magistrado, y de su nobleza moral. Por una parte había sostenido que “la ingratitud es el crimen más grande que pueden atreverse los hombres a cometer” y que lo más lejos que de él estaba era el dolo y la perfidia, y por otro lado consideraba que el deber sagrado de un republicano era el de dar cuentas al pueblo de la administración. Todo ese decir, aconsejar y hacer encontraba en su actuación el ejemplo más convincente y nacía de su propia estructura anímica e intelectual, del medio donde se desenvolvía y de la naturaleza de las gentes con quienes tenía que tratar. Aunque en algunos casos pudiera parecer exageración, cierto es que no se dejó ganar por el radicalismo obnubilante ni por el idealismo enfermizo. Sabía exactamente dónde estaba situado, hacia donde se dirigía y qué era lo más recomendable en cada caso. Vale decir que (...) el sentido de la realidad iberoamericana, su conocimiento de que las multitudes que integran las nuevas naciones están constituidas por gente ignorante, llena de resabios y malas costumbres y dominadas por oligarquías rapaces y sordas a todos los reclamos, lo lleva a pensar siempre en que la educación popular es el único instrumento para lograr el implantamiento y definitiva consolidación de la democracia en el continente. Liquidar la miseria de esas mismas multitudes era otro de sus
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empeños pues pensaba que la miseria y la ignorancia eran las fuerzas aliadas a la corrupción.5
De allí aquella enfática declaración de la moral y las luces como polos de la República. De allí aquella jerarquización de la exigencia constructiva compendiada en “Moral y Luces son nuestras primeras necesidades”.
Ramón J. Velázquez, “Bolívar y la Moral de los Gobernantes”, en Ensayos Venezolanos, Editorial Ateneo de Caracas, Caracas, 1979, p. 66.
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III. La temeraria empresa
Identificación de la adversidad
En concordancia con los lineamientos del propósito y en la configuración de la empresa para realizarlo, queda claro que el pensamiento emancipador de Bolívar y su proyecto político tienen como finalidad fundamental la organización estable y el funcionamiento eficiente de una república libre, dueña soberana de sus actos, respetada por sus virtudes y calificada por la suma de felicidad que sea capaz de proporcionar a sus habitantes. Llevar a término tan hermoso prospecto ha de ser trabajo que enfrente y supere con notable éxito las dificultades de la realidad, descifre e interprete con claridad la conformación de los hechos hasta el presente y estime las características previsibles de la futura nación. Así fue. Al Libertador lo acompañó visión certera sobre aquel complejo espectro y le midió el tamaño al cúmulo de impedimentos que podía obstar al temerario cometido. Como ya se ha visto, Venezuela independiente tenía el peso muerto de una colonización de tres siglos realizada bajo las concepciones medievales y de un Renacimiento tardío. La sociedad nacional la conformaban clases sociales tajantemente diferenciadas y regidas por los privilegios, corruptelas y abusos de la vida colonial, aplicados a las relaciones de predominio de la aristocracia sobre los demás sectores. Por gene-
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raciones los estamentos populares habían crecido bajo la influencia del terror, la servidumbre, la esclavitud, lo cual se refleja en su actuación dominada por la indecisión y la desconfianza. Además, el alma concupiscente y logrera de los conquistadores y colonizadores había caído sobre estas tierras y estas gentes con el propósito del disfrute exhaustivo y arrasador de todo bien y todo haber. A tales fines egoístas, era frecuente que la virtud fuese derrotada por el vicio. Desde las oscuridades de la entraña de ese todo heteróclito surge el desafío a las pretensiones de Bolívar. Cómo construir contra eso tan negativamente comprometido, una patria plena de donaire espiritual y de efectividad material; de inconfundible identidad venezolana, sin resabios estranguladores de la civilidad, el progreso y la gloria. Ahí hace presencia la indócil interrogante capaz de desarmar los ánimos, de enfriar el corazón, de destemplar la voluntad. El dificultoso planteo estimula su vocación y reta sus capacidades para dominar la oposición inmanente metida en la médula misma de aquella temeraria empresa. Y se plantea en la escena sin hacer concesiones al desaliento. Está consciente de que su empeño y su constancia deben situarse por encima de las dificultades de cualquier signo. E incidentalmente tiene la oportunidad de anunciarlo con una alardosa y retumbante expresión. Es aquella proferida sobre las ruinas del tempo de San Jacinto después del terremoto (1812), cuando el fanatismo religioso fomenta el pánico ante la gente angustiada por la tragedia. Increpa al mentiroso representante de la iglesia de Dios, y exclama desafiante: “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”. Tiene veintiocho años, de su apasionado corazón y de su resolución juvenil sale el estimulante fuego patriótico para insuflar fe popular a la gran tarea y la necesaria percepción para identificar el múltiple enemigo de sus designios. La desvelada espera de Simón Bolívar
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Si bien pudiera afirmarse que la frase es producto de un arrebato debido a una fatalista y fanática provocación, que no comprendía todo el significado de tan comprometedor anuncio, y que lo dicho, además, estaba circunscrito a las fuerzas naturales, lo cierto es que antes del incidente mencionado y después del mismo, el ideal de Bolívar y la garra bregadora de Bolívar deben enfrentar la oposición de una naturaleza multánime y multiforme. En todo caso, y por sobre cualquier especulación, la promesa estaba hecha y su decisión de cumplir la respaldó con la fuerza, con el alma y con la vida. Efectivamente, es esa naturaleza un oponente que hace acto de presencia en las montañas, en las selvas, en los ríos, en el tiempo inclemente, en la escasez de recursos, en la superioridad de las fuerzas enemigas; y está en el atraso, en la ignorancia, en el fanatismo, en la incredulidad de la gente; en las estrecheces que acogotan a las colectividades que él pretende hacer libres. Y lo que está en la fragilidad de la salud de él mismo. Y más allá surge del alma de los hombres, pues en muchos se refugian variantes de la deslealtad, la ingratitud, la envidia. A toda esa amplia urdimbre hizo alusión abarcadora la sentencia de aquella hora tormentosa, al identificar la contumaz perturbación adversativa. El alma mercenaria de lo antipopular
La situación se hace más terca a medida que se domeñan selvas, se esguazan ríos, se tramontan páramos, se ganan batallas, se establecen instituciones y se configuran estructuras para fijar aquella liberación ecuménica, aquella libertad totalista, aquella sociedad igualitaria y justa; cuando la indiferencia inicial de las masas se vuelve voluntad favorable a la guerra de liberación. Entonces se siente el espectro de signo contrario, identificado por la bastardía en el propósito, la turbiedad en la acción, la doble faz en la palabra, la solapada intriga,
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el alma mercenaria de lo antipopular. De este modo, mientras el patriótico empeño bolivariano avanza, muchos de quienes debían coadyuvar a su consolidación material, trabaja a la sombra –como el crimen a cuyo servicio están– o descaradamente para desviar el afán del conductor o para destruir la obra reivindicativa general, y así dar paso al egoísta aprovechamiento, personal o grupal, de lo destinado al beneficio colectivo. Y fue tan ruin y tan obstinadamente cruel esa “naturaleza” que constriñó la voluntad del Libertador a la distracción de energías en sofocar intrigas, en armonizar discordias, en acallar parroquialismos, gastando en necios menesteres el tiempo y la acción debidos a los requerimientos nobles y útiles al grandioso cometido de las armonías convivientes en la patria grande de la libertad maciza, de la límpida integración comunal. Por ese tortuoso camino, perseguido y execrado, se le condujo hasta la consumación de su ser en lastimoso destierro, clamando por la unión como su última voluntad. Y dejó como encargo a las generaciones posteriores la culminación de su ideal, la complementación de su trabajo, la corporización de su criatura. Lo que tuvo y tiene el significado de superar los limitantes que cercaron su actuación en cuanto al tiempo, a las contrariedades ambientales, a lo refractario de su ideología en los sectores del conservantismo. La incumbencia encomendada fue asumida por aquellos que fueron sus leales seguidores y contó con el anhelo reivindicador de las masas. La bandera de la libertad, de la democracia, de la igualdad y de la dignificación popular seguía flameando como un mandato. Estaba izada como una aspiración. Mas la infidelidad cobró lo suyo. Los partidarios de la “tropicalización del privilegio” que había sido europeo, y que hacían labor de zapa contra la causa del pueblo, aprovecharon la oportunidad para renunciar al credo jurado, para abandonar la posición, para La desvelada espera de Simón Bolívar
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revolverse por el camino andado. Los avances y los triunfos fueron empequeñecidos, y aunque Venezuela podía exhibir su condición de país independiente, la galanura de patria que había sido anhelo de Bolívar, empezaba a ser suplantada por otra reducida y mezquina, tamañita y esquinera. Y a la muerte del héroe se produjo la estampida de intereses y ambiciones con la intención de sepultar la grandiosa creación definitivamente. Independiente, sí, pero nuestra. Habría dicho la oligarquía nacional. Fue la actuación antibolivariana del antiguo estamento heredero del rango colonial y el apetito desbordado de los militares renegados de su origen popular que asociaron su prestigio a los civiles reaccionarios –letrados, financistas, empresarios– para fraguar el contubernio revanchista. La vieja guardia social aparentemente desbordada por la revolución y supeditada a sus efectos, retoma su status de privilegio y ventaja. Sus energías solamente estaban agazapadas en espera de la oportunidad para el zarpazo. Era la naturaleza moral que hacía crisis para la agresión destructiva. La hora era menguada. Presentes estaban los ramalazos de una naturaleza encabritada por la estimulación de las bajas pasiones. A la dinámica del cambio se oponía la añoranza del bienestar y la holganza que estuvieron a punto de escurrirse. Ante la posible democratización de la vida en común se resentía el orgullo del rancio linaje, harto de soberbia y de abundancia. Era la fementida solidaridad que se descubría para dar paso a la oposición inmanente en el seno de aquella sociedad reaccionaria y contra la liberación de los oprimidos. La consigna instigadora
A pesar de todo aquello, persistía en la Venezuela deseosa de mejoramiento una consigna de tenacidad indesviable. Sentía las exigen-
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cias de su ser interior, las inquietudes de su alma mestiza acicateados por la búsqueda y el desasosiego. Todo aupado por la instigación perviviente de su creador, por la sugestión de los sinceros discípulos y seguidores que, aún en desventaja, seguían adelante. Promovida, además, por la ínsita dinámica del cuerpo social que es impedimento para la entrega sumisa y para la extinción de la vena combatiente por la excelencia. Se mantiene vivo el ánimo batallador para vencer la naturaleza. De ahí que la historia registra variadísimas contingencias sucedidas al calor de esa divisa, porque así lo ha requerido el impulso que lleva hacia la dominación de una etapa y sigue a la culminación de la próxima, y sigue hacia la resolución de un nuevo problema en busca de la perfectibilidad. En ese tesón ha habido caídas y retrocesos. Pero no rendición absoluta. El deseo de elevación de la sociedad no se agota. No existe la estática de la satisfacción, sino la dinámica de la búsqueda creadora. Por eso el pueblo nunca arría la bandera de su reivindicación. A veces se ha pretendido confundir como tal la conducta de espurias y arbitrarias representaciones suyas burladoras de la premisa moral que prohíbe negociar con la honra de una colectividad y traficar con la fe de los humildes. Es conveniente repetir que quien haya podido transarse no es el pueblo, quien haya negociado no es el país, quien haya abjurado de su deber no es el hombre leal, no es el ciudadano probo, no es el venezolano honrado, ni es extracción de las clases populares quien lo haya hecho. Han sido, sí, individualidades renegadas o núcleos de la avaricia y de la opulencia, han sido el ánimo y la conducta soliviantados por el deseo de posesión insaciable, han sido “un tumulto de doctores acabritados y una legión de generales retrecheros”.6 Son los que renunciaron a Bolívar pero hacen protestas de sinceridad en
Andrés Eloy Blanco, “Aniversario de Carabobo”, en Obras Completas, Ediciones del Congreso de la República, Caracas, 1973, Tomo III, p. 61.
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cuanto a los ideales de él y de solidaridad con su obra, pero cuya conducta real es diametralmente opuesta a la sedicente declaración de fidelidad. Son los que utilizan el nombre y la gloria y la sombra de Bolívar para hacerle daño a la patria de Bolívar, para llenar de borrones la plana de Bolívar. Son los depredadores que lo invocan para sus tropelías en cada oportunidad en que “con la sombra de Bolívar disimularon su sombra los sombríos”. Son “los hombres que entraron a saco en nuestra historia y montaron a Bolívar en el anca de su caballo saqueador”7. Son los que no pueden o no quieren entender que la libertad y la dignidad del hombre son resultantes del continuo enfrentamiento con la naturaleza para hacerla obedecer en toda su complicada heterogeneidad. Son en definitiva, aquellos que no han sido capaces de domeñar, ni siquiera morigerar, el lado malo, la fase oscura de su propia naturaleza y han sucumbido ante la incitación de la heterodoxia moral. El terco propósito de vencer
Sin embargo, Venezuela ha seguido tras la huella de su orientador. El país incorruptible, inspirado en el ideal excelso de su padre, pervive en el anhelo de la plenitud de su destino. Con ese rumbo y por ese camino se ha forjado esta tierra, esta gente y esta patria. Merced a las solicitudes del cambiante vivir ha ido modificando su hábitat y modificándose el ser venezolano, siempre hacia estadios superiores. Dificultosa la marcha, lento el avance, ausente la resignación. En los diferentes avatares ha estado el empecinado propósito de vencer. En los tropezones, en las mermas y en las compensaciones ha sido inmutable la consigna incitadora. Fue así en la marcha imprecisa del primitivo trashumante de flecha y guarura, y lo fue cuan-
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Ibid, p. 60.
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do el habitante autóctono, ya sedenterizado, se vuelve cosechero, hacedor de cacharros, adorador de ídolos. Y estuvo como respuesta de la “tierra de gracia” cuando se le cambió la ingenuidad colombina, la audacia de Yáñez Pinzón y el ojo madrugador de Rodrigo de Triana por el hierro de la conquista, la opresión de la colonia y la atemorizadora imposición de la oración católica. Ha sido actitud de vigilia constante y bregadora persistencia en aquella palestra de pasión y empuje, de ideal y de sangre, de coraje y patriotismo que culminó en la Independencia. Fue la gallardía reivindicativa, la rabia reparadora, el estremezón social igualitario protagonizado por la masa defraudada, en la guerra de la Federación. Es esta vigilancia permanente a fin de que el ideal de Bolívar no zozobre contrariado por la rústica incomprensión del pueblo ignaro o por la oblicua y habilidosa interpretación de los pensadores de orientación impura. Sigue siendo la porfía del bien contra la maldad, de la civilidad contra el salvajismo, de la luz contra la tiniebla, de la moral contra la corrupción. Esa sostenida ejecutoria –que es mentalidad despierta, voz alzada y mano disponible– en todo tiempo y lugar, a veces resistiendo traumáticas agresiones, es la representación de una estirpe que abroquelada en su vergüenza no da descanso a la barda enemiga, y no podrá dárselo mientras tenga connotación apremiante la apreciación bolivariana sobre la moral y las luces. Mientras haya dificultad o desinterés en identificar que la más cerril naturaleza está alojada en el ánima del hombre mismo, que el énfasis civilizador ha de ponerse en desbastar lo que tiene de rudo y de impuro el ser de los venezolanos. En tanto ese hacer no se realice, la tarea estará inconclusa. Y lo está porque las necesidades identificadas como principales no han sido satisfechas al nivel demandado en cada oportunidad. Por eso está vivo el ideal y tiene vigencia la doctrina. Por eso la genuina Venezuela, joven de espíritu y de generación, actúa en favor de la La desvelada espera de Simón Bolívar
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consigna instigadora que le entregara Simón Bolívar, pues con él cree que “un pueblo que combate, al fin triunfa”. La compleja dimensión opositora
Para calibrar la empresa mayor que consigo debía acarrear la liberación del espíritu, el cultivo de la mente, granjearse el favor colectivo, morigerar los hábitos y preparar los temperamentos en favor de la convivencia solidaria, se precisa tomar del caleidoscopio histórico algunas evidencias de las irregularidades confrontadas en el trayecto de la hazañosa propuesta. Añádase a todo lo dicho que el tipo engendrado por concurrencia de tres etnias y desarrollado en trescientos años de coloniaje, es un individuo con un concepto indefinido de patria. No muy comprensible y mucho menos asimilable al prototipo contenido en la concepción bolivariana. La precariedad obedece al hecho de ser el mestizo venezolano producto de la mezcla de sangres, caracteres, sentimientos y culturas, bajo los caprichos y arbitrariedades de un régimen absolutista. Donde unos pocos hacían la ley a su caprichoso gusto y su antojosa medida, y los otros tenían que someterse a ella sin alternativa posible. Una sociedad donde aún siendo los pardos mayoría –además de los contingentes negro e indio– opera la voluntad opresora del blancaje minoritario. Esa mayoría tenía sobre sí el baldón de su condición inferiorizada por el origen, y troquelados allá adentro en el alma los estereotipos negativos que le había impreso la discriminación, el desconocimiento del alfabeto, los moretones y tumefacción del palo y la tortura. De toda esta estrafalaria combinación de factores degenerativos, tenía que salir un espíritu debilitado, sin espontaneidad para la lucha. Eso es. Mixtificada la moral, la luz ausente. Cada quien en su posición, en su nivel, en su oficio, bajo el mandato inapelable de la superioridad abusiva.
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En el desarrollo compulsivo de este panorama se encuentran hechos como la educación elemental –monopolizada por los misioneros para enseñar catecismo y obediencia– comienza sesenta y dos años después del Descubrimiento y el primer establecimiento escolar que pudiera llamarse oficial porque en su creación interviene el Cabildo, se establece en Caracas en 1591, distante casi un siglo de 1498, y a veinticuatro años de fundada la ciudad, y taxativamente establecido que no estaba permitida la concurrencia a dicha institución de los mulatos y demás castas de gente inferior. Todavía a muy escasos años de la Declaración de la Independencia, lleva el gremio de pardos una representación ante el Ayuntamiento caraqueño con la solicitud de una escuela de primeras letras para sus niños que a la fecha carecían de ella, tal como había ocurrido a sus ascendientes. Es después de dos siglos y un cuarto cuando se puede considerar que existe en Venezuela servicios educacionales desde la elemental hasta la universitaria. Presente siempre la política discriminatoria cuyas disposiciones cuidaban que ni al Seminario ni a la Universidad entraban los pardos y otra gente de “baja y servil condición”, pues debía negárseles la instrucción de la que hasta ahora habían carecido y “deben carecer en lo adelante”. La Universidad vino a establecerse en el país en 1725, es decir, ciento ochenta y siete años más tarde que la de Santo Domingo, y ciento setenta y cuatro años después que la de Lima y la de México. Y muchos otros episodios y situaciones hay para atestiguar el escamoteo de la luz y el deterioro de la moral como ingrediente de una densa oposición. La improductiva heredad
El sedimento de la discriminación educacional y cultural se junta con otras desventajas y deficiencias, y todo ese colosal contrapeso es arrojado como herencia al triunfante movimiento independentisLa desvelada espera de Simón Bolívar
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ta, al proyecto bolivariano. Es más. La primera Constitución incluye, para corregir la desviación anterior, y como uno de los derechos fundamentales, la educación para todos. Fue así para la élite. En cuanto a su disfrute por los demás, la prescripción fue solo letra. Había ocurrido que el poder cambió de manos pero no llegó a las del pueblo. Además la tarea capital era defender la independencia recién decretada. Ni organización, ni dinero, ni tiempo había para poner en marcha menesteres tan exigentes y comprometedores como era la educación para el común. La voluntad fue manifestada, la legislación fundamental estaba promulgada. Y nada más. Faltaba darle concreción de vida palpable a las realizaciones que de allí debían derivarse. Por otro lado, la esclavitud y el feudalismo habían quedado enteros, y con ellos las penurias sociales y morales acarreadas a sus víctimas, y continuaron boyantes las posesiones de los señores terratenientes y comerciantes, usufructuarios monopólicos del poder político y económico. Las prácticas en el manejo de los asuntos públicos no eran, con mucho, dechado alguno ni siquiera de moderación. Incumplimiento de la ley –en una como descomedida vuelta al resabio colonial de “se acata pero no se cumple”, ante los mandatos del derecho indiano– desconocimiento de compromisos y convenios, discernimiento de la razón y de la justicia a discreción de patronazgo, magistrados venales, funcionarios corrompidos, jueces prevaricadores. Y el tradicional ensañamiento de las oligarquías territorial y comercial contra el pueblo bajo. A ese piélago de imposibles, a contrapelo de la realidad, debía enfrentarse el “hombre de las dificultades”, con barro de semejante espesura debía amasar el “alfarero de repúblicas”, pues increíblemente de allí debía surgir la nacionalidad, la patria, con estricto sentido de propiedad, con inconfundible estirpe popular, con entero señorío de autenticidad. Así estaba configurado el reto zafio a la
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hazañosa comisión por asumir. Y el talento y la audacia de Bolívar aceptaron el desafío resueltamente. Contrariando todos los vaticinios y las malas intenciones emanados del grandemente adverso testimonio de la realidad. Como resultado de la desvelada tenacidad dejó hecha la parte fundamental de la patria, consciente de la insatisfacción de las necesidades de primer orden que había anunciado. Dejó lección dictada y quehacer encomendado ante la certidumbre del albur destructivo que corría su patriótica obra de libertad y de grandeza, pendiente de complementación triunfal. El cumplimiento del encargo dejaría sin efecto la dolorosa decepción que le hizo pensar y decir que había “arado en el mar”. Flota en el ambiente la categórica exigencia popular para que tan acerba reflexión no sea verdad. Y para que tampoco lo sea que “la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás”, como lo expresó en 1830.
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IV. Largo camino de insatisfacción
Dos mitades diferentes
Una nueva etapa comienza cuando Venezuela es separada de la Gran Colombia. La Constitución de 1830 y las leyes respectivas recogen los fundamentos filosóficos precedentes en materia de educación desde 1811. Igualmente la República y sus instituciones dirigentes definen los objetivos referidos a la formación del ciudadano, la preservación del orden, la moral y las buenas costumbres. Asimismo, la legislación prescribe celo y pulcritud en el manejo de los bienes de la nación, los cuales deben ser custodiados con la más alta escrupulosidad y honradez. Sin embargo, una mirada al interregno de ciento cinco años que va desde 1830 a 1935 revela una casuística cuya cita sería exageradamente prolija, donde puede apreciarse claramente que los propósitos escritos en las diversas constituciones no siempre se cumplieron, aún cuando en toda oportunidad se tuvo cuidado de enfatizar los objetivos del Estado y la obligación de alcanzarlos fielmente. Se hizo hincapié en la estimulación de la rectitud moral y de una fecunda obra educativa. Varios fueron los factores influyentes en la inconstancia de semejante comportamiento. Entre otros, los largos períodos de penuria
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económica, la sangría causada por las guerras de la Independencia y de la Federación, la intranquilidad social provocada por la negación de las reivindicaciones populares prometidas como justificación de aquellas dos contiendas, la inestabilidad política motivada por la constante recurrencia a las armas –alzamientos, golpes, montoneras, “revoluciones”– para dirimir diferencias entre gamonales, terratenientes y “compadres” ganosos de asaltar el poder y saquear el fisco. También fue causa de severos descalabros la naturaleza de los gobiernos. Unos demagógicos, de verborrea y mentira infinitas. Otros tiránicos hasta la más cruel barbarie, cuyo dominio se sujetó sobre el crimen, la tortura y la muerte. Además, la filosofía no escrita de estos mandatarios era gobernar el país para dominarlo en todos los órdenes. Explotarlo, bien por gestiones domésticas o como testaferros y socios de gobiernos o empresas forasteros, sin mayor preocupación por las necesidades colectivas. Conforme con tal predisposición fue característica de casi todos –algunas tímidas excepciones lucen apabulladas– la inmoralidad, el dolo, el peculado, la malversación, demostrativos de su innata deshonestidad. Muchos de los personajes gobernantes eran gente incapaz para la función. Emergidos generalmente de algún movimiento guerrero triunfante, su principal ganancia era el poder discrecional. Algunos eran absolutamente ignorantes. Eran “generales” y “coroneles” salidos de turbión pasional generado por la ambición de dominio. Hubo también doctores y plumarios, condición que tampoco garantizó su capacidad en el arte de gobernar con sabiduría, rectitud y honradez. Son como dos mitades diferentes de la misma realidad. Una primera época afirmativa en que los venezolanos ofrecen a la libertad de América un caudal excedente de ideas y de energía, y una segunda época negativa en que recluidos ya de nueLa desvelada espera de Simón Bolívar
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vo en nuestro escenario cantoral nos devoramos unos a otros; matamos venezolanos porque no hay godos ni españoles; guerreamos y peleamos y nos “alzamos” porque se ha destruido en el rencor fratricida todo concepto y toda idea de convivencia política. A los libertadores se oponen entonces los dictadores; los jefes de la mesnada ululante, y la “cosa pública” se volvía despojo privado.8
Talento sin probidad
En este crítico existir de la venezolanidad y por lapso tan largo, no es posible pasar por alto sino, por el contrario, destacarlo como contradicción con la cultura adquirida y en oposición al ideal bolivariano, el soporte que ha encontrado el mal gobierno, y sobre todo el despotismo, en la conducta colaboracionista asumida por los intelectuales con luz pero sin moral –“el talento sin probidad es un azote”– traducida en teorizar, legislar, escribir proclamas, pergeñar alabanzas, componer versitos laudatorios, “Buscarle la vuelta” a los caprichos, ocurrencias y barbaridades del caudillo, del jefe. Por efectos de tal proceder la patria venezolana ha sido “ultrajada, pillada, torturada al socaire de un torrente verbal hipócrita y patriotero, entonado por una manada de intelectualoides sin probidad, a sueldo del sátrapa de turno y de los estamentos sociales que le brindaban su respaldo clasista.”9 Son numerosas las muestras a este respecto, y en cuanto a la actitud laudatoria y adulante ante la barbarie o la falsía que martirizaban al país. “Así bajo el reinado de los ‘césares’, los intelectuales venezolanos solieron llamarse ‘orfebres’, coleccionistas de adjetivos, optimistas y alabadores profesionales.
Mariano Picón Salas, Suma de Venezuela, Editorial Doña Bárbara, C.A. Caracas, 1966, p. 84.
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Carlos Irazábal, Venezuela Esclava y Feudal, Editorial Ateneo de Caracas, 1980, p. 5.
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(…). En la alabanza fácil y la conformidad ante un estado social desventurado como era el de nuestro país, se olvidó aquel pensamiento constructivo que tuvo la generación de la Independencia”.10 Ciertamente, bastante ayudaron los doctores a la permanencia del despotismo –si hasta llegaron a justificarlo con especulaciones y teorías sociológicas fatalistas– a la huida de la luz y a la descomposición moral. Rómulo Gallegos pone en boca de uno de sus personajes, al referirse a la Universidad: “De aquí salen los segundones de nuestra democracia, aventureros también. (…) Vienen a esta oportunidad a pulirse las inteligencias, para introducirse por asalto o por sorpresa en esa aristocracia del talento, que, como la de la sangre, es entre nosotros oclocracia de advenedizos”. Y en seguida la apostrofa: “Casa de segundones! Hermana menor de la revuelta armada! Tú también tienes la culpa!”.11 Está suficientemente demostrado que el equívoco, fortuito o deliberado, de los sucedáneos del Libertador, desvió la conducción de la obra inicial. Se abandonó la vía derecha por el atajo tortuoso. Gobernar no era una exigencia patriótica y moral que debía cumplirse con el mayor desvelo y complacencia. Era el regodeo en la gracia del poder y la oportunidad de permitir a familiares y amigos, al arrimo del gobierno, la comisión de hechos pecaminosos cuyos resultados se pudieron medir en aumento de la fortuna, ascenso en la escala social. Todo en desmedro de los bienes de la República, la decencia política y el crédito del gentilicio. Importó poco el compromiso contraído, el trato de honor, la firmeza de la palabra empeñada, así como el respeto al nombre y a la gloria de los libertadores –unos cuantos habían desertado de su
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Mariano Picón Salas, Ibid, p. 94.
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Rómulo Gallegos, Reinaldo Solar, Monte Avila Editores, Caracas, 1972, p. 155. La desvelada espera de Simón Bolívar
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propia gloria y de su legítimo prestigio como factores del triunfo revolucionario popular– para ir tras el señuelo de la riqueza fácil, de la cuota de poder subalterno y en pos de la bonanza que proporciona el cubileteo de las influencias. Esto fue determinante en la pérdida de confianza por parte de la ciudadanía. La administración pública era negocio remunerador de grupos privilegiados. La palabra asentada en la ley y la tesis voceada en ocasiones de estirada solemnidad, estaban inficionadas de hipocresía. Servían, por lo tanto, para engañar a los que segregados de los beneficios, padecían sus desventajas, y sobre todo al pueblo llano que, decepcionado, se consumía en su rancho, su analfabetismo, su insalubridad, su abandono; en las arbitrariedades de los jefes civiles y militares. La esperanza de redención con que se había incorporado a la lucha se la destrozaban quienes se apartaron calculadoramente de la senda del Héroe para entrar en el reparto de haberes que, según su criterio chiquito, valen más que la lealtad, son más resplandecientes que el honor. Sin esfuerzo alguno se colige que en un ambiente así, con esa manera de proceder, con gente de tal laya que tuvo en sus manos por un período tan extensa la posibilidad de legislar, ordenar y ejecutar, quedaba poco campo y reducido interés para desarrollar la educación y fomentar la moral. Por lo tanto, la vida republicana de Venezuela se vio atropellada en su esencia y maculada en su ideal. En efecto, “(...) buena parte de los trastornos políticos y de la defectuosa obra administrativa de los gobiernos… se ha debido tanto como a la inepcia e incapacidad propiamente, a una palpable carencia de virtudes públicas. Se ha ido estructurando en las multitudes, a costa de violaciones de la palabra empeñada, una imagen del político absolutamente distinta a la pensada y realizada por Bolívar. A los ojos de las mayorías… el individuo sin moral es el verdadero “político”, por eso el peculado, la
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concusión, el soborno, el fraude y la mentira han proliferado causando tanto daño.12
De lejos viene esta presencia repugnante. Un acto “político” es un negocio, generalmente sucio. La penetrante claridad del Libertador identificó la imagen, redondeó la figura, midió su proyección y propuso la fórmula adecuada para contrarrestar los desquiciamientos causados por la conducta de dirigentes falsarios de la rectitud en la conducción de los negocios públicos. Sería una extravagancia afirmar que durante ese siglo y más de inestabilidad, de arbitrariedades, de bárbaros, de embusteros, de inescrupulosidad, de insinceros devaneos democráticos, se fortificaron las letras y se afianzaron las virtudes como pivotes en la construcción de la República. Pues no se quería crearle al individuo noción de su ser, de sus derechos, de su valer y la conciencia y satisfacción de ser virtuoso. La manera opuesta habría resultado un absurdo, pues sería práctica contraria a los intereses del sistema formado a espaldas del ideal bolivariano. En consecuencia, se ejercitaban los medios de perpetuar el dominio y la posesión, así se atropellara la vergüenza y se saltara por encima de la ética. Y en una burda pretensión de apariencias, a la dominación de cualquier tipo siempre se le consideró justificada, así constituyera una deformación a las atribuciones del mando. A la posesión se le conceptuaba como resultado del trabajo honrado, o de la suerte, aunque fuese producto de la mala maña. Es infinitamente deplorable que a un cuadro tan deprimente y que causó daño por siempre irreparable a Venezuela, haya contribuido parte significativa de la intelectualidad, como si quisiera con una inexcusable contumacia, en su desairada actuación, corroborar la
12 J.L. Salcedo Bastardo, Visión y revisión de Bolívar, Ediciones del Ministerio de Educación, Caracas, 1960, pp. 89 y 90.
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razón del Libertador cuando sentenció que “el talento sin probidad es un azote”. La influyente presencia del petróleo
Sea útil añadir que en 1935, año en que termina el período más largo de los gobiernos dictatoriales, el país era una dolida lacra moral. Estaban corrompidas las esferas dirigentes tanto en el gobierno como en el empresariado, y la llamada aristocracia social. Los sectores medios estaban presos de la desorientación; el proletariado, lleno de temor y de perplejidad aguantaba su desgracia. A los hechos motivadores de semejante existencia descompuesta, viene a sumarse de manera definitiva y prepotente la repentina aparición del petróleo, cuyo torrente extendió el radio de la aventura, de la facilidad, de la irresponsabilidad y de la ablandadora corrupción. Fue ese hito, esa presencia determinante, la mayor coyuntura para que a partir de allí empezara el cambio de la figura y el hacer del país –de agrícola y pastoril a minero– mediante la inusitada explosión de una riqueza para repartir entre los sectores de primera fila. Simplemente la presa se hizo más grande y más apetitosa. Su fuerza desquiciadora del escrúpulo y de la contención se agigantó. Por supuesto, en esta oportunidad, como en las otras, “la champaña de las copas no llegaba a las totumas”, como dijo Andrés Eloy Blanco. La visión egoísta de la clase empresarial le hacía entender que su ahora reforzada y abundante economía significaba igual situación bonancible para el país y la resolución de las injusticias tradicionales, cuando en verdad ocurría un considerable aumento de la riqueza de las castas privilegiadas, mengua para el beneficio colectivo y acrecentamiento de la desigualdad social y económica padecida por los pobres. Añádase los atentados contra el decoro y el patriotismo cometidos para complacer a las compañías petroleras que recompen-
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saban con holgura el disimulo y la complicidad en sus truhanerías brindados por el gobierno y por las fuerzas más vivas. Dice Mario Briceño Iragorry al referirse al asunto: Nadie niega la ventaja que la República ha podido derivar de las fuertes sumas que por regalías, impuestos, sueldos, salarios y demás inversiones le ingresan por razón del petróleo. En cambio, nadie se atreve a negar tampoco que la falta de sentido patriótico y la ausencia de espíritu de previsión han hecho de la abundancia venezolana un instrumento de la disolución nacional, propicio a la apertura de caminos de corrupción y de molicie… Gracias a la posibilidad de gastar a mano abierta, se ha tirado el dinero al voleo, hasta ser el país una inmensa mina realenga que privilegiados indígenas y forasteros (estos con mayor provecho) procuran explotar a sus anchas.13
Arturo Uslar Pietri sobre el tema apunta: La riqueza petrolera fomenta igualmente un grave estado de desigualdad social. Mayorías pobres, sin fe en el trabajo, y sin gusto por el género de vida a que están limitadas, frente a minorías favorecidas por la riqueza petrolera en forma avarienta, mágica y deslumbrante (…) Detrás de la decadencia de la agricultura está el petróleo. Detrás de nuestra posibilidad de exportar está el petróleo. Detrás de nuestros altos costos está el petróleo. Detrás de nuestros puertos abarrotados de importaciones de alimentos está el petróleo (…) Petróleo es el que empuja al campesino del campo hacia la ciudad. El petróleo es la fuente que va haciendo más ancho el peligroso foso de la desigualdad social… De petróleo se alimenta la inquietud social y la inestabilidad.14
13 Mario Briceño Iragorry, Mensaje sin destino, Monte Avila Editores, Caracas 1972, p. 81. 14 Arturo Uslar Pietri, “El Petróleo y la Inestabilidad”, en De una a otra Venezuela, Monte Avila Editores, Caracas 1972, pp. 61, 62 y 65.
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Como un abundamiento necesario en el desventurado balance, en ese largo camino de insatisfacciones, se debe decir que para 1936 había más de setenta por ciento de analfabetos, apenas estaba inscrito el 19 por ciento de la población escolar. Necesitaba el país diez mil maestros, solamente estaban nombrados 3.500 y de ellos 3.100 no tenían título. En el transcurso de veinte años la Escuela Normal de Hombres graduó ciento cincuenta maestros. No se conocía el kindergarten, no había escuela para la población indígena y, en medio de aquella vasta ruralidad, no había ni una sola escuela granja. Estas referencias –reducidas ante la inmensidad de testimonios y comprobaciones que podrían traerse– constituyen válido muestreo de la torcedura habida en el ser de la patria fuera de la senda bolivariana. Y paralela a todos esos aconteceres la consigna sobre la prima necesidad de la moral y de las luces ha mantenido su actualidad, cobrando a veces instantes de urgente y desgarrador reclamo. La heterogénea inconsecuencia
El hecho de permanecer vivo el pensamiento de Bolívar por estar deficitariamente atendidos sus mandatos y recomendaciones, implica un estado de mortificación desesperante para el país. Porque la mayoría está consciente de la fuerza decisiva del factor educación para intensificar el vigor o delatar la debilidad de una nación. Y la moral encuentra fortalecido bastión en aquel factor. Las adquisiciones, verbigracia, que por asistencia técnica, tecnológica y científica facilitan los países desarrollados a cualquier nación que no disponga de una sólida formación educacional, inmancablemente se traducirán en préstamos cuyo pago y devolución es la dependencia de toda índole por parte del país asistido, significativa del embargo de la autonomía nacional en favor del país asistente. Un sometimiento así ha perturbado por mucho tiempo la identidad de Venezuela y hace nugatorios sus esfuerzos autonómicos.
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Por eso la educación debe ser cuidada con extremoso celo, porque de su textura dependerá –ya lo dijo Bolívar– la personalidad de la nación entera, incluida en ésta la solidez moral. Dicho de otro modo, mucha claridad en los propósitos, mucha precisión en los contenidos y mucho tino en las actividades debe observar la comunidad en el desenvolvimiento de su sistema educacional. A fin de formar al venezolano de estos tiempos, con las exigencias vitales de la nacionalidad. Y para ello no debe perderse de vista que: Según sea la educación –su filosofía, su texto, su intención, sus procedimientos, así ha de ser el producto que de ella se obtenga (…) Una educación menguada de contenido ha de producir ignorantes, una educación oropelesca y vacua ha de formar insensatos, una educación anacrónica engendra remisos a la defensa de la dignidad y, bastardos para la hazaña creadora; una educación manipulada y predeterminada fabrica incondicionales y crea alienados; una educación carente del sentido de la proyección del hombre, insufla a éste el sentimiento de la conformidad, de la desgana y de la entrega frente a la imposición; una educación impuesta tiene como producto la obediencia ciega; una educación falta de ética sirve para forjar la improbidad.15
De ahí que sea imprescindible, en su enjuiciamiento de la textura de la educación y de su discurrir, considerar otras influencias para que lo dicho por Bolívar haya mantenido militante su verdad a más de ciento sesenta años. Están presentes la rémora de la tradición educativa reaccionaria de los primeros tiempos, el extenso intervalo de gobiernos despóticos cuyo interés no era educar y formar sino embrutecer y corromper para dominar con mayor facilidad. Y se destaca otro de alta factura como es la crónica falta de correspondencia entre la teoría y la práctica, entre la proposición y la realización, entre la planificación y la ejecución. Es la inconsecuencia histórica 15 José Ramón Luna, ¿Y los marginados?, Ediciones Magister, Caracas 1978, pp. 107, 108.
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del Estado con sus propios postulados reiteradamente escritos y decretados, pero sin ser sometidos disciplinadamente y con actitud crítica a un procesamiento sistemático que los haga realidad. En la generación de dicho fenómeno no han influido, además, los episodios de quita y pon interruptores de la vida institucional. La misma circunstancia ha procreado un vicio en los administradores de los planes educativos, que es la falta de continuidad –una como manía de innovar sin dirección certera– lo cual ha sido terreno abonado para la improvisación. Ese resbaladizo contexto de impulsos, estancamientos y retrocesos ha impedido que se lleve a cabo una obra consistente en sus principios, sostenida en su ejecución y confiable en sus productos. Es, si se quiere, un muestrario de las soluciones de continuidad que han caracterizado la actividad. Ha pesado bastante también el que siempre –desde el ayer colonial hasta el hoy republicano– los proyectistas de la educación han visto más hacia el exterior, a lo que se piensa y se hace en otros ambientes, en lugar de explorar hondo y extenso el alma y el corazón de Venezuela, en busca de las bases para una filosofía propia a cuya luz se desarrollen contenidos concordantes con el ser del país, y hacer hombres de definido sentimiento nacional, apegados a la querencia de su moral, puestos al servicio de una comunidad a la cual se siente, se ama, se interpreta y por la que se trabaja. Eso no se ha logrado. En la formación del venezolano las influencias extranjeras han sido dominantes, y el Estado no ha sido capaz de dotarlo de instrumentos educativos y éticos para rechazar en forma contundente la perniciosa injerencia extraña, que lo conduce a una lamentable condición de extranjero habitador de su tierra natal, conocedor de rumbos y otros mundos e ignorante de los suyos, con predilección por lo forastero y desdén por lo propio. No resultaría una exageración afirmar que gran parte de los venezolanos de hoy no tienen conciencia de lo que es Venezuela, de las
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grandes potencialidades y valores que ofrece para que sus hijos la realicen. He allí la razón para que a casi cinco siglos del Descubrimiento, no haya sido posible sacudir definitivamente la dependencia. Desligarse de esa como vocación por desnaturalizarse. Sólo que la dependencia ha cambiado de signo y de estilo, según han concurrido las circunstancias. Desde el más cabal estado de colonia en los siglos iniciales a las modernas prácticas del neocolonialismo, con sus respectivas implicaciones y consecuencias, no ha sido posible el hallazgo de la personalidad nacional propiamente dicha. He ahí la explicación para que transcurridos ciento setenta y un años de la Independencia, y a ciento sesenta y cuatro de haberse exteriorizado el conocido criterio de Angostura, todavía se está en la búsqueda de las características de la legítima autenticidad nacional, y se aspire a una democracia social como desideratum y guía del régimen político que sea soporte de una educación completa y cimiento de una radiante moral. Alguien ha dicho –con desbordada angustia ante la persistencia del fracaso– que es necesario hacer una educación criolla, de filosofía nacional, con un sistema administrativo venezolano, como instrumento convincente en la nacionalización de los hijos de Venezuela. Entonces, y así, se habrá llegado al término de la inconsecuencia y de la fragilidad en los sentimientos. De no ser así, y mientras pervivan los ingredientes de la inestabilidad en la actuación, la inarmonía en los juicios y la discontinuidad en los procedimientos, el camino será más largo y las insatisfacciones más ostensibles.
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V. La indeseable vigencia
Vergüenza debería dar
En lo expuesto está palpitante la proclamación bolivariana, su concepción de patria. Y está presente la dolida experiencia de no haberla logrado todavía. El pensamiento del Libertador se revela vigente. Vigencia que arde, que quema, que enrostra irresponsabilidad y despreocupación, y convoca al desvelo a fin de terminar lo que está pendiente de esa redondez armónica y grandiosa. Vigencia que es indeseable porque tiene su razón de ser, porque nace de la desidia, del abandono, de la actitud negativa. Vigencia que tiene ejemplo eminente en que el Estado, a la hora presente, haya vuelto a declarar la educación como su primera prioridad; así como que en el sentimiento nacional flota un ánimo mayoritario de repulsión contra las prácticas corruptivas, que hoy por hoy dominan la noticia nacional como sucesos de diaria ocurrencia, tanto en el sector público como con el sector privado. Enrarece el ambiente de la vida del país la permanente mención y denuncia de hechos como apropiación indebida, falsificación, atraco, robo, estafa, peculado, extorsión, comisiones, coima, negociado, enriquecimiento ilícito, malversación. A lo cual hay que agregar la proliferación del delito común, el tráfico y el consumo de drogas. Así como la desmedida afición por el azar representada en loterías, terminales, carreras de caballos y otros jue-
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gos para cuya práctica se viaja expresamente al exterior o se hace clandestinamente en el país. Actualmente la riqueza petrolera, con su más grande caudal de todos los tiempos, ha venido a reforzar su tradicional potencia para abatir el decoro, afectando principalmente a representantes de las clases altas y media, y derramando hacia los demás su influjo degradante aunque rechazado por la honradez de las clases humildes. El afán de riqueza rápida y fácil a través de cualquier medio, lícito o no, el lujo, el derroche, han comprometido gravemente la moral pública, la ética administrativa, la conducta personal. El repulsivo acontecer es orden del día en Ministerios, Gobernaciones, Consejos Municipales, Institutos Autónomos, Empresas del Estado, Bancos, Industrias, Comercios, Corporaciones privadas. Se diría que son contados los establecimientos y raras las excepciones donde no se descubra un hecho doloso de la extensa gama delictiva. Todo ocurre sin que la justicia muestre su acción punitiva porque esta rama del poder también está afectada de insolvencia y en la mayoría de los casos los delitos quedan impunes, después de una hipócrita alharaca donde se prometen investigaciones exhaustivas y castigos implacables, todo lo cual se hace nugatorio ante el inmoral tráfico de valimientos que protege recíprocamente a los culpables, integrantes de una suerte de gang o sindicato de la complicidad. No hay escarmiento de ningún tipo para los delincuentes llamados de “cuello blanco”. Los pillos y los bribones con influencia política y dinero manipulan, interfieren y sobornan en los predios judiciales. Exhiben su impudicia y alardean de su honorabilidad. En la cárcel están los transgresores pertenecientes a las clases humildes, a merced de una “justicia” tardía e injusta. Tan lamentables atentados contra la honradez vienen a ser la repetición en grande de los actos repudiados por el Libertador. O como
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los de aquella gente que en época más reciente “descubrió el arte de los más veloces negocios, de las compañías fantasmas, de vender al gobierno a mil lo que les costó veinte, y con el dinero fácil imponer a todos su derroche y atapuzado mal gusto”.16 “Gentes que ni siquiera se habían capacitado para ser ricos, saltando todas las etapas sociales y culturales, se veían de pronto con una ingente masa de millones”.17 Es la presencia aumentada de aquel venezolano que señaló Arturo Uslar Pietri: Todos miran los signos exteriores de una riqueza fácil y creciente. Automóviles, hermosas casas, fiestas, diversiones, comidas y trajes de lujo. Todos los miran: el que llegó ayer con el lío de ropas a la espalda, y el estudiante que sale de la Universidad con borla reciente. Todos saben que lo que ayer se compró por diez hoy se vendió por veinte. Que el que anteayer puso el tenducho de mercancías hoy es un poderoso comerciante que habla de millones con indiferencia. Pululan los ejemplos de la gente enriquecida rápidamente. Enriquecidas en el azar de la especulación. No son ejemplos de estabilidad laboriosa sino de asalto y de azar. Todos quieren ser ricos de esa misma manera rápida. Todos se sienten sin arraigo en lo que están haciendo. Todos se sienten como con un billete de lotería en el bolsillo. Deseando y esperando la avarienta riqueza.18
Se da el caso que menciona Luis B. Prieto F., cuando habla de la “septicemia de la moral” que ataca al organismo social de Venezuela: “Nos encontramos en presencia de un fenómeno que cada día cobra mayor significación. Ser honesto, ser veraz, ser consecuente son condiciones que muchos ponen al lado y sólo toman del hom-
16
Mariano Picón Salas, Ibid., p. 23.
17
Ibid, p. 128.
18
Arturo Uslar Pietri, Ibid., p. 63.
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bre aquellas cualidades que sirven para el enriquecimiento, la comodidad y la molicie”.19 En relación con las virtudes cívicas se advierte un peligroso desamor por Venezuela y sus prendas culturales, el cual se manifiesta en posiciones y gustos preferenciales por lo extranjero. Así ocurre con la música, el lenguaje, el baile, las costumbres, la comida, los viajes. Y es notable la despreocupación por lo que Venezuela encierra en su geografía, en su paisaje, en su arte, su historia, su folklore. Son hechos concretos de confusión en el sentimiento patriótico, debilitamiento del espíritu nacional y quebradura de la moral republicana, del sustento cívico. El pueblo bolivariano de verdad siente pesar y decepción ante la magrura del cuadro nacional que se ofrece al Libertador en su bicentenario, y cuya pobreza no la podrán ocultar las estatuas, los discursos, los homenajes y las ceremonias de la ocasión. Vergüenza debería dar a quienes todavía utilizan ese crónico estilo patrañero de la apariencia. Testimonios de una crisis
Infinidad de testimonios hay en la reiteración de una frase que ya resulta manoseado lugar común. Por todas partes se repite que la educación está en crisis. Que no sirve eficientemente porque está a la zaga de la movilidad nacional, del desplazamiento del acontecer cotidiano; porque su contenido en algún grado está inscrito en el pasado, como si se considerara al país detenido en el tiempo. Y como esa incongruencia abarca un período considerablemente largo, se entiende como producto natural suyo una crisis correlativa del
19 Luis B. Prieto F., “¿Sobra la honestidad?”, en Las Ideas no se degüellan, Equinoccio Editorial de la Universidad Simón Bolívar, Caracas, 1980, p. 48.
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concepto y del comportamiento correspondiente a una sana moral, como debe ser la de un hombre “bien construido por dentro”. Para un juicio cabal al respecto, debe tomarse muy en cuenta que el sistema educativo actual muestra la acumulación de excesivas diferencias forjadas en todo el tiempo anterior. Y luce como inhábil para darle un vuelco reparador al estado de cosas por la rectificación de los esquemas normativos y la agilización de una política funcional y pronta junto a una administración certera y eficaz. En esta visión se configura un grave apuro para el país en cuanto al aporte revaluador que pueda hacerle la educación –aunque se hable de cambio, de revolución– porque el sistema, enredado en sus propios hilos, pareciera no encontrar una salida airosa, y, entretanto, la madeja de las inconveniencias se va haciendo más tramada: calidad deficiente en todos los niveles, precariedad de valores cívicos y morales en los egresados, más de medio millón de niños sin escuela, una respetable mayoría que no llega siquiera al tercer grado de la educación básica, millón y medio de analfabetos absolutos, pronunciados índices de ausentismo, deserción, repitencia, inasistencia, reprobación, segregación por el nivel superior de los egresados del nivel medio, dispendioso y bajo rendimiento en la educación universitaria, inadecuación de los contenidos programáticos respectivos a los requerimientos de la tecnología moderna y a las exigencias del mercado de trabajo, grueso caudal de jóvenes y adolescentes que, sin oportunidades para educarse o para trabajar, van a engrosar las filas del desempleo que finalmente los lleva a la vagancia y al vicio, a la delincuencia. Lo anterior demuestra que no basta el mejoramiento cuantitativo –ha sido enorme el crecimiento en todos los órdenes– mientras sea penosa la calidad y sea indefinido el para qué se educa. Responder a esa primera prioridad, que ayer se dijo primera necesidad, debe tener en cuenta necesariamente los aquilatados juicios del Liberta-
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dor sobre cómo debe ser la educación para que el hombre sea un buen ciudadano. Un punto esencial al respecto se refiere al educador. Baldíos serán los esfuerzos por llevar a término los predicados de la teoría educativa si no hay un personal idóneo. El docente debe sentir y entender que la patria está aquí y no en la brisa que sopla del extranjero, que el buen venezolano debe palpitar con los sentimientos y los problemas de su tierra. Esta pieza clave en el proceso debe ser un hombre de firme perfil ético, con ánimo para la entrega total al servicio colectivo, sin utilitarismo más allá de lo que manda la moral, concede la honradez y permite la justicia. Debe ser decidido y tenaz en el ejercicio de sus derechos políticos, sociales y profesionales y estar presto frente a cualquier atropello frente a la colectividad a la cual sirve. Hombre de carácter blandengue, de personalidad pusilánime y de raquítica moral no puede ser factor confiable para una educación mejor, puesto que no puede educar adecuadamente a nadie. Optimismo y decisión
La recuperación del país es absolutamente posible si a sus grandes recursos se les suma la decisión y el coraje. La acción hay que verla con optimismo y enfrentarla resueltamente. En el camino son difíciles los tiempos y urgentes las exigencias. Por eso hay que poner todo rigor y desplegar toda la voluntad en lograr la normalidad existencial de la comunidad venezolana por la posesión en el más alto grado de la moral y de las luces, y dejar atrás la indeseable vigencia –atraso educativo y apabullante corrupción– donde la oscurana arropa, y a su sombra la carestía moral hace sus víctimas. Siempre con la repetida advertencia que son necesidades permanentes porque lo demanda la dinámica del crecimiento y de la perfectibilidad. Pero inaceptable como consigna obligada de primer plano, ahora como en los primeros tiempos, determinada todavía por la inclinaLa desvelada espera de Simón Bolívar
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ción al avasallaje o por el subdesarrollo claudicante. No entenderlo así constituiría un repugnante baldón para el gentilicio venezolano. Un testimonio complementario del cuerpo de la situación y de la medida del esfuerzo que debe ser desplegado para enderezar las acciones con pulso firme, está en lo expresado en la Memoria y cuenta del Ministerio de Educación: La enorme expansión que significa el triplicar en 20 años la capacidad instalada del sistema educativo y la creación de tres millones de nuevos puestos escolares, ha obligado a un crecimiento en el personal docente, de planteles escolares y en la estructura de administración, sin que muchas veces se contara con los recursos humanos suficientemente capacitados, ni una infraestructura física adecuada. Por lo tanto esta expansión difícilmente podía ocurrir sin un consecuente deterioro de la calidad educativa, lo que ha dado origen a un conjunto de problemas que impiden que el sistema responda en forma adecuada y eficiente a las exigencias del desarrollo cultural, social y económico del país… Los problemas de la calidad de la enseñanza se deben a un conjunto de causas. (…) De ordinario se descuida al aspecto formativo para hacer énfasis en la exposición de hechos y teorías. La actuación de los docentes no se corresponde muchas veces con el perfil que reclama una tarea educativa cada vez más compleja (…) En las escuelas de 1ro a 6to aún existe un 18,5 por ciento de maestros no graduados. El 48 por ciento de los profesores de liceos y colegios de los ciclos básico, diversificado y profesional no poseen título de educación superior.20
En otro aspecto el mismo documento oficial dice: Igualmente, es necesario señalar el problema de la persistencia del analfabetismo y los bajos niveles culturales de la población de 15 años y más, en especial en las zonas rurales y suburba-
20 Ministerio de Educación, Memoria y cuenta, Imprenta Nacional, Caracas, 1981, p. 81.
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nas.(…) Esta situación es aún más notoria en el sector agrícola donde se observa que el 44,5 por ciento de la fuerza de trabajo es analfabeta absoluto, elevándose a 71 por ciento el índice de analfabetismo funcional en el caso de los trabajadores varones, y 84 por ciento en el caso de la fuerza de trabajo femenina.21
Volver a Bolívar
Son dolorosas y elocuentes estas muestras. Y son irrebatibles. Delatan lo indeseable –la luz intermitente y la moral al borde del naufragio– y convocan a una vuelta al pensamiento, a la angustia y a los propósitos de Simón Bolívar que, con la necesaria adaptación metodológica a las nuevas realidades, se mantienen en plena vigencia. Porque ciertamente están vivos y actuales y presentes, esperando la voluntad que los haga efectivos. Es imperativo tomarlos ante estas desgarradoras vivencias e impulsar una política educacional, además de una acción moralizadora por otros medios, que conjugue la experiencia acumulada –aciertos, errores, retardos, frustraciones– con los deseos y las necesidades de ahora, y realice labor continua y sistemática que, basada en las demandas del presente, sea preparación para enfrentar los pedidos del futuro, en una equilibrada apreciación de las limitaciones y posibilidades, sin derroches y sin exageraciones ni despilfarros de los recursos, como país en la órbita del subdesarrollo. Sin pretensiones absurdas de desarrollismo importado, y sin sonrojo de confesar lo que se es y con suficiente valentía y resolución para trabajar por lo que se quiere ser. Con la responsable convicción patriótica de que en el mundo próximo inmediato no puede pretenderse una actuación digna y honrosa, con graves estropeos en la cultura, con una personalidad distorsionada por el snobismo, con abultadas deficiencias científicas y educativas, con dudosa moral,
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Ibid, p. 81. La desvelada espera de Simón Bolívar
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con el sector mayoritario de la población formado por analfabetas, miserables, ignorantes, viciosos y marginados. ¡Volver a Bolívar! Que está metido en cada pálpito de la suerte venezolana, y que seguramente recriminaría con un severo regaño, por lo menos, que se esté en deuda con su mandato, que se haya permitido la erosión de su ideario y el deterioro de su obra y que aún se exhiba como proposición que “moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Cuando deberían ser ya conquistas definitivas, principios y prácticas sólidamente arraigados, en permanente impulso mejorador, y no motivación de preferenciales haceres destinados a superar anacrónicos status en ambos campos. Por eso se impone, con toda urgencia, bajarlas del pedestal de las primeras prioridades y disponerlas de tal suerte que la eliminación de su condición viciada actual, haga que el país pueda exhibir ante las otras comunidades una presencia incorruptible, una cultura homogénea y suya, una capacidad de conveniencia internacional equilibrada e igualitaria. Sin concesiones a la minusvalía de unos ni a la prepotencia de otros. Moral y luces que enaltecen por su brillantez y no que avergüenzan por la mediocridad en que vegetan como afrenta sobre la gloria del Libertador. La tamaña empresa de una patria robusta, erguida en su grandeza global, está en el camino bien andado de su porvenir, en el aliento fortificado de sus hijos para edificarla en el cuerpo y en el alma y en la inconfundible manera de ser ella misma. A costos onerosamente altos se ha logrado andar con marcada lentitud, siempre con relativo progreso. El balance no es del todo desfavorable. Hay logros significativos. Lo que falta tiene asegurada su consecución a la luz —mejor que la sombra— del Libertador. Esa esplendente existencia sí es la condensación real de las auténticas primeras necesidades.
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La afirmación del sistema democrático y la implantación de un régimen administrativo eficiente auspiciarán que ya no más se retroceda, que Venezuela avance con paso decidido y pulso firme hacia la eminencia que la historia le tiene reservada. ¡Ahí está Simón Bolívar, en desvelada espera!
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Contenido
Estudio sobre José Ramón Luna, por Juan Carlos Eurea
Una aproximación a la obra de José Ramón Luna Biografía de José Ramón Luna Cronología de José Ramón Luna
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La desvelada espera de Simón Bolívar
I. Tierra y patria indefinidas
3
Bajo el signo de la búsqueda
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Identificación y magnitud del propósito
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El transparente binomio
7
II. La libertad como plenitud
9
La idea generatriz La percepción raizal
9 11
La sentencia orientadora
12
Alta jerarquía y larga perspectiva
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La intransigencia admirable
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III. La temeraria empresa
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Identificación de la adversidad
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El alma mercenaria de lo antipopular
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La consigna instigadora
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El terco propósito de vencer
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La compleja dimensión opositora
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La improductiva heredad
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IV. Largo camino de insatisfacción
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Dos mitades diferentes
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Talento sin probidad
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La influyente presencia del petróleo
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La heterogénea inconsecuencia
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V. La indeseable vigencia
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Vergüenza debería dar
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Testimonios de una crisis
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Optimismo y decisión
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Volver a Bolívar
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