El andamio

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EL ANDAMIO

Ricardo Corduente “Castelfiori”



Aquel era un día muy especial, increíblemente especial. Se atrevería a decir, incluso, que nunca había conocido un día así en su vida. De la noche a la mañana todo había acabado por completo. Y, de la más triste de las miserias, había pasado a sentir su cuerpo rejuvenecer con una jovialidad y unas ansias de vivir que nunca antes había sentido. Pareciera ser como si un pequeño duendecillo, escurridizo y juguetón hubiera estado iluminándole desde hacía un tiempo. Sí, eso debía ser, un duendecillo misterioso que, compungido, seguramente por la mala suerte de toda una vida de indigencia obligada, quería cambiarla, de una vez por todas. La verdad es que poco había faltado, ahora, tenía su casa, su familia y todo había estado a punto de perderse, pendiendo de un hilo durante mucho tiempo. Pero eso ya formaba parte del pasado, hoy, por fin, podía sentirse seguro, le habían dado la condicional, había conseguido un trabajo, no estaba asegurado, pero le servía y tenía todas las trampas pagadas, los niños en el colegio y el estómago lleno ¿Qué más le podía pedir a la vida? Tal vez, un puro… - ¡Eso es, un orondo puro. Cuando termine la faena, me compro uno, no muy caro! Con la mayor de las sonrisas, la mejor que nunca tuvo, saludó a la portera de la comunidad. Se sentía especialmente joven y radiante, subía las escaleras de dos en dos, como si le hubieran inyectado energía en las venas. Un fulgurante sol se colaba por los cristales de las ventanas que acompañaban su marcha a lo largo del pasillo que le conducía a la puerta de la azotea, donde le esperaba su puesto de trabajo. Tenía que dar luz a todas las ventanas del edificio. Ese era su trabajo, limpiar cristales, a pleno sol, respirando la brisa fresca que subía del mar. Cualquier otro, se hubiera quejado por tener que estar trabajando todo el día al sol, pero a él le gustaba, se sentía cómodo, libre, sobre todo cuando tenía que trabajar en el andamio colgante. Suspendido en el vacío se experimentaba esa sensación de ingravidez, que casi te transportaba al espacio, ignorando el mundo de los objetos. Tras haber pasado toda su vida en establecimientos correccionales, por fin, empezaba a ver la vida de otra manera. Hoy, era el cielo, lo que atraía sus sueños. Su claridad vista desde el andamio era casi incomprensible. Tanta belleza albergaban sus pliegues y tanta claridad irradiaban, de manera casi insinuante. Reflejos sobre los cristales de las ventanas del hotel de enfrente, hilaban la más perfecta de las fotografías, la composición que todo artista ha soñado desde tiempos remotos. De pronto, tras el reflejo de los cristales apareció una cara aterrada, que gritaba mientras abría la ventana. - ¡No, no lo haga! ¡No lo haga!


La mueca de su expresión cubría de pánico todo el rostro de aquella persona. Resultaba curioso verlo allí, regordete y pequeño, como encogido. - ¡No sea loco! – volvió a gemir. La verdad es que, aquel anciano parecía realmente preocupado. Tenía la cara desencajada por la angustia, aunque la suya, tras el susto que le acababa de dar con aquellos gritos, tampoco debía de estar muy presentable. - ¿Es a mi? –preguntó nuestro obrero, tras cerciorarse de que no podía estar dirigiéndose a nadie más. - ¡No sea loco, no debe hacer eso! – seguía gritando. - ¿Hacer, qué no debo hacer? Que yo sepa no estoy haciendo nada malo… - ¿Cómo que no? Lo estoy viendo. Piense en su mujer y en sus hijos, si los tiene… ¿ha pensado qué va a ser de ellos, cómo se sentirán? - Me temo que no comprendo… - Bueno, tal vez, no tenga mujer, pero ¿y su madre? ¿Cómo podrá salir adelante? ¿No comprende que mucha gente podría pagar las consecuencias? - Creo que se equivoca… - ¡No, no me equivoco! Sepa que, por muy poca estima que pueda tener uno en sí mismo, siempre encontramos algo importante, algo muy importante, para otras personas, en nosotros. Todo el mundo ocupa un lugar importante en la vida de alguien. - Sí, tiene razón en eso. Y sí, tengo mujer e hijos y los quiero mucho. Yo solo voy a hacer mi trabajo, no comprendo… - ¿Qué es lo que no comprende? ¿Acaso, no comprende que otras personas puedan depender de usted? ¿Pero, no se ha dado cuenta, de que la vida no es sólo lo que se vive hoy, que tal vez, mañana se le presente la oportunidad de hacer algo realmente importante para alguien? ¿Qué es lo que le impulsa a hacer tamaña insensatez? Estaba aturdido. Aquel viejo creía que se iba a suicidar o algo así. Por un momento, comenzó a sentirse incómodo en ese día tan hermoso. Intentó serenarse, respiró hondo, y con el tono más tranquilizador que pudo conseguir, intentó tranquilizar al viejo. - ¡Oiga, no pensará que voy a tirarme desde aquí… - ¿Ah, no? Gracias. ¿Qué más dará, que lo haga desde ahí o desde otro lugar? Lo que importa es que recapacite y no haga tonterías…


- No, no… lo que quiero decir, es que no voy a hacerlo… Ni desde aquí, ni desde ningún sitio… - No trate de engañarme, sé que, en un momento u otro, lo va a hacer. - Pero, hombre, le estoy diciendo que no pienso suicidarme. Todo es un malentendido. Lo que debe hacer, ahora, es entrar en la habitación. Está, usted, muy impresionado. No debe preocuparse por mí, nunca he sentido impulsos suicidas y le aseguro, que no creo que vaya a tenerlos nunca, a partir de hoy. Hoy por hoy, siento demasiado apego por la vida. Intentó tranquilizar sus palabras con una sonrisa condescendiente y reconfortante, pero el espontáneo del hotel no pensaba abandonar. - ¡No! ¡No me muevo de aquí! ¡Y usted, no se mueva de ahí, si no quiere que llame a la policía! - ¿A la policía? ¿Qué tiene que ver la policía? - Ellos impedirán que lo haga… Aquello se estaba complicando, no quería ver a la policía ni tener nada que ver con ningún policía más. Bastante había pasado - Mire, buen hombre, ya le he dicho que no pienso tirarme, usted tiene dos opciones, creérselo o no creérselo y yo no tengo la más mínima preocupación por saber cuál de las dos decide… - Y yo, lo único que le digo es que, seguiré aquí y haré todo lo posible por convencerle y que no pienso abandonar hasta conseguirlo… - Está bien, mañana me pasaré por aquí, a ver cómo lo lleva… - Como de un solo paso, llamo a la policía… - Haga lo que le parezca… Empezó a recoger sus cosas para abandonar el andamio. El viejo, sin abandonar la ventana, descolgó y marcó. - Señorita, póngame con la policía, es urgente… Todo el cuerpo de nuestro hombre sufrió una especie de descarga eléctrica que, a modo de escalofrío, le recorrió todo el sistema nervioso en centésimas de segundo. Se agarró a la barandilla y gritó a su captor. - ¿Pero qué hace? ¿Está loco? ¡Cuelgue ese teléfono!


- En usted está que lo haga. Lo único que ha de hacer, es quedarse ahí y hablar conmigo… - Está bien, está bien, no me moveré de aquí, cuelgue… así… bien, y ahora, ¿dígame qué quiere? - Vaya, veo que, aún teniendo esas intenciones tan macabras, conserva, usted, el miedo a según qué cosas… - ¿Qué miedo, ni que…? Usted, lo que debe hacer, es volverse a la cama, ya verá como, así se tranquiliza… - ¿Cómo voy a tranquilizarme, teniendo un suicida en la fachada de enfrente? - Mire, entiéndame, de una vez, no soy ningún suicida, soy un limpia cristales, que venía a trabajar, como cada semana, hasta que usted apareció… - No le creo… - Me da igual, que me crea o no, yo sé lo que soy y usted no me conoce de nada. Déjeme en paz, me voy, y ya está… - Si, para que pueda hacerlo más tarde… - ¡Joder, no! ¡No voy a hacerlo, ni ahora ni nunca! Si quisiera tirarme, lo haría… ¿qué me detiene aquí? - Yo. - ¿Y, a usted, qué le importa? ¿Acaso un hombre no es libre de hacer lo que le plazca con su vida? - Está reconociendo que su intención sí es la de acabar con su vida… - No le estoy reconociendo nada. Usted lo tergiversa todo… - Para nada. Es usted el que se está contradiciendo. A ver, ¿si no quiere suicidarse, qué hace, ahí, subido? - Ya se lo he dicho y usted no se lo cree. Ya le he dicho que me voy y no pasa nada, pero usted no me deja marchar… -Claro, para poder tirarse cómodamente desde cualquier otro lado, donde a nadie le importe su vida… - ¡Joder!... Vale, supongamos que fuera verdad… ¿A usted qué mierda le importa? ¡Es mi vida y hago con ella lo que me da la gana!


- Mire, joven, no diga tonterías, usted, en estos momentos, no es consciente de lo que hace… - ¿Qué sabe, usted, si soy o no consciente? ¿Acaso puede saber todo cuanto ocurre en mi corazón, lo que pienso, lo que siento? ¿Quién se cree que es? ¿Dios? - No blasfeme, hijo. Si realmente cree, usted, en Dios, sabrá que, eso que pretende hacer, va en contra de su voluntad… - Mire, hay momentos, en la vida del hombre, en que la duda alcanza supremacía sobre la inteligencia. Entonces, para nada sirven creencias y tabúes. La vida pierde todo valor y ya no se desea, porque, en realidad, de nada sirve. Lo sé, porque he conocido personas que lo hicieron… Sin saber cómo, su estado de ánimo había cambiado por completo, se sentía desgraciado y ya no recordaba el motivo de su alegría anterior, si alguna vez, la había habido… Ya no estaba seguro de nada. - Oiga, mejor lo dejamos, no me encuentro muy bien y me gustaría marcharme a casa… - No se marchará, por lo menos, mientras yo pueda estar seguro de que no hará ninguna locura. - ¡Locuras, locuras! ¿Qué entenderá el mundo por locura? ¿Cuál es la diferencia entre lo bueno y lo malo?... Nadie. Nadie ha sido capaz, nunca, de descubrirlo… Pero usted no lo comprendería… Son, tantas y tantas, las cosas que disfrazan de cordura la enajenación… Tanta gente muere, cada día, sin desearlo… y los motivos de sus muertes son tan absurdos… ¿qué más dará una vida para nadie?... En realidad, la vida es lo único que nos pertenece por completo, lo único de lo que podemos disponer en cualquier momento… lo único que es más fácil de conseguir, que la libertad… - Está equivocado, su vida no le pertenece… - No, ahora mismo, le pertenece a usted, cabrón, que me tiene cogido por los huevos, y no me deja más opción que saltar o… ¿o qué? ¿Qué alternativa tengo? - Abandonar sus verdaderas intenciones… - No son mis intenciones, son las suyas. Yo venía feliz a mi trabajo y, ahora, me encuentro preso de sus manías… ya no sé ni lo que pienso… estoy desesperado… - Reconocer el problema es el primer paso. Reconocer que siente esa aberración le ayudará a disolverla. Poder llegar a ser libre, de verdad.


- Pues, si, ahora siento ganas de acabar con todo… de abandonar esta absurda prisión, en la que se ha convertido mi vida…ser libre, por primera vez en toda mi vida… - Por eso, estoy yo aquí, porque, mientras yo esté, no lo hará… - ¿Quién se cree, usted, que es, mi ángel de la guarda? - Algo así, podría decirse, un alma limpia, que vela por su vida… - Pues, mira, “ángel de la guarda”, la has cagado durante toda mi vida, aunque, lo que he pasado, no puede decirse que se pueda considerar vida. No tuve infancia, me abandonaron en una casa cuna. No tuve adolescencia, nadie me adoptó ni me acogió y pasé, después, a un correccional, al que le llamaban “internado” y, de ahí, a la cárcel. Miseria, mentiras, traiciones, injusticias, desprecios, menosprecios, humillaciones, difamaciones, mentiras y más mentiras…Ya me he cansado de creer que hay una vida para mi, porque no la ha habido ni la habrá nunca, porque nací “intocable”, como en la India. ¡Estoy harto de vivir! ¡Estoy harto de toda esta pantomima! Gracias, por nada… Y saltó.



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