Mi amigo otileña

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Ricardo Corduente “Castelfiori”


Quisiera haberme sumido en un profundo sueño y por nada del mundo, encontrarme en la situación en la que me encuentro. Hay algo, de lo sucedido esta tarde, que no termina de encajar en lo normal. Seguramente, tan solo sea un pequeño detalle, pasado por alto en un descuido, el que lograse convertir la caótica e incomprensible situación en la que me encuentro, en una armoniosa y placentera sucesión de acontecimientos cotidianos. Me he despertado, esta tarde, al oír el timbre de la puerta y al abrir, me he encontrado a Otileña sentado en la escalera, liando un cigarrillo de marihuana. Puesto en pie, me ha entregado unos discos, que llevaba bajo el brazo y dirigiéndose hacia adentro, ha murmurado, al pasar junto a mi: - Vamos a olvidarnos, por un momento, de todo lo que nos rodea. Nos hemos instalado cómodamente en la sala de estar, mientras el tocadiscos hacía sonar una maravillosa música, fruto, seguramente, de un minucioso escrutinio por parte de mi amigo. Con aquel cigarrillo, fumado casi en silencio, hemos llegado a alcanzar una sensación de irrealidad, tan perfecta, que a mí me hubiera bastado para pasar una buena tarde, hablando de los miles de proyectos que cruzan por mi cabeza. Sin embargo, antes de que se consumiera totalmente, Otileña ha comenzado a fabricar un nuevo cigarrillo, apurando el primero, hasta fumarse parte del cartón, que utiliza como filtro. - Hoy todo ha de ser distinto – me ha dicho - , estoy cansado de esta vida monótona, que no conduce a ninguna parte, quiero crear, hacer de lo vulgar, las más bellas composiciones, quiero que la sensibilidad penetre en el núcleo de cada una de mis células y las haga estallar de belleza y creatividad… Y he decidido que sea, a partir de hoy. - Es cierto – le he contestado -, sin embargo, no creo que esta sea la mejor manera de empezar… - No lo comprendes – me ha interrumpido – no se trata de empezar, sino de terminar…Hoy es el día, que he escogido para acabar con todo lo anterior. Y la mejor manera de lograrlo, es sumiéndome en la inconsciencia, como si volviera a nacer desde ahora. Y no te pido que vengas conmigo, porque ha de ser una decisión personal, pero sé que tú también vendrás y que, pase lo que pase, seguirás adelante. Perplejo ante sus palabras, me sumí en un profundo pensamiento, según parece, en este estado de semi embriaguez, las cosas adquieren una dimensión diferente y los problemas se observan desde un punto de vista mucho más positivo y realista.


- Tienes razón – le dije -, yo también estoy harto de tanta mediocridad. Cientos y cientos de veces, noches y noches enteras, he pasado tratando de encontrar una solución y siempre me he topado con la moraleja del árbol viejo y torcido. Tal vez, la solución esté ahí, hay que volver a empezar. La gran diferencia estriba en todo ese cúmulo de experiencias, que año a año, hemos ido atesorando. De repente, me he sentido inundado de satisfacción, un poco, tal vez, por efecto de lo fumado, pero sobre todo, porque había tomado una decisión muy importante para mí y eso me llenaba de gozo. El último cigarrillo de marihuana lo hemos fumado, también en silencio. Parecía como si ambos estuviéramos muy ocupados en nuestras cavilaciones. Yo ya había alcanzado un estado de ausencia casi total, aunque no tan extremado, como para no poder observar , que mi amigo, en su anhelo por aprovechar, hasta el final, el último cigarrillo, estaba fumándose, sin darse cuenta, las yemas de sus propios dedos. No he podido reaccionar, estaba completamente preguntándome si se daría cuenta de lo que estaba haciendo.

embobado,

- ¡Oye! - me ha dicho, de pronto, con una cara de incredulidad tan grande, como la que yo debía tener - ¿Has visto esto? ¡Me estoy chamuscando! - ¡Sí, tío! ¿No te duele? - En absoluto… Ni siquiera siento los dedos y sin embargo, tengo perfecto control sobre ellos… Además, no te lo vas a creer, es lo más fuerte, que he fumado en mi vida… diferente… No he sabido qué decirle. En realidad, parecía que no sintiera cómo, poco a poco, se le iban consumiendo los dedos, con un olor tan profundo, que embriagaba los sentidos. - Es absurdo – he acertado a decir - ¿Cómo es posible que no sientas nada? No puede ser… creo que hemos abusado de la hierba… - No lo sé, pero esto funciona. Y con un gesto rápido y decidido, ha cogido la navaja que había sobre la mesa y sin pensárselo, ni un momento, la ha clavado en su pierna, arrancando, ante mis ojos atónitos, un trocito de carne, que ha colocado sobre la mesa, lo ha picado con la navaja, cuidadosamente, como si estuviese picando cebolla, para mezclarlo luego, con un poco de tabaco y hacer un nuevo cigarrillo.


- Toma, enciéndelo tú – me ha dicho, al concluir su trabajo –, va a ser la primera vez en la historia, que alguien se fume a un amigo. – Y se ha echado a reír. No sé por qué extraña razón, yo no sentía nada especial con respecto a lo que estaba ocurriendo, parecía como si todo me diera igual, incluso, llegaba a hacerme gracia aquella situación tan absurda y ambos hemos estallado en carcajadas. - Tío… no sé si está bien lo que estamos haciendo… - le he dicho – creo que en estos momentos, no somos conscientes… mejor será que no hagamos barbaridades. Y, con avidez, casi con necesidad, he encendido el cigarrillo que me ofrecía. - No debes preocuparte por nada, - me ha dicho – pues, nada de cuanto salga de nosotros, puede ser malo, pues nuestra naturaleza es buena y nuestro cuerpo no es más que un simple instrumento de nuestro espíritu… comienzo a verlo todo mucho más claro. Su penetrante olor ha llenado mis pulmones y luego mi cerebro, cristalizándome los pensamientos. Nunca antes, había sentido una sensación tan placentera y nunca en mi vida había tenido una percepción completa, tan llena de dimensiones. Nuestros pensamientos se conectaron y ya no era necesario hablar para comunicarnos. Hemos atravesado la barrera que separa la realidad de la fantasía, los colores han emergido de todas partes y las moléculas de todo, han comenzado a chocar entre sí, entonando armoniosas melodías. Otileña me ha contado muchas historias, fantásticas historias de mundos remotos, mientras su cuerpo iba desapareciendo, trozo a trozo, entre el fulgor de la ceniza candente, primero, las piernas, luego, los pies, el tronco, los brazos… todo a velocidad vertiginosa, en aquella orgía de colores, olores, sentimientos, nuevos sentidos, hasta que, entrada la noche, sentí, que tan solo quedaba sobre la mesa el cerebro, la boca y la mano derecha de mi amigo y me estaba gustando especialmente y él, con un gesto increíblemente simpático, me ha guiñado el ojo y me ha pedido que terminara su trabajo. Llorando de emoción y algo perturbado por todo cuanto hemos hecho esta tarde, he fabricado un gran cucurucho de papel, que a modo de alambique, he introducido en su boca, cubriendo, con el otro extremo más ancho, el cerebro de Otileña, tras prenderle fuego. A lo largo de nuestra aventura, me ha repetido, varias veces, la casi obsesión, que era para él, llegar a fumarse su propio cerebro y el significado


tan profundo, que ello podía tener. Y, ahora, estaba consumiéndose ante mis ojos, que se han cerrado impotentes, para no presenciar aquella escena terrible, que sin embargo, encerraba algo de misticismo. El timbre de la puerta ha sonado y todo ha desaparecido. ¡Todo había sido un sueño! Al abrir, me he encontrado a Otileña sentado en la escalera, liando un cigarrillo de marihuana, con unos discos bajo el brazo… ¡Uf! ¿Qué pasa? ¿Se lo cuento o espero a ver…? Me acaba de decir, al entrar: - Ven, vamos a olvidarnos de todo cuanto nos rodea… Sinceramente, quisiera haberme sumido en un profundo sueño y por nada del mundo, encontrarme en la situación en la que me encuentro….


Ricardo Corduente “Castelfiori”


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