UNA OBRA NORMAL
Ricardo Corduente Abad
Sobre las diez de la mañana, poco más o menos, vino a verme Jarry. En el tocadiscos sonaba un rock and roll de los sesenta. Entró y se desparramó directamente sobre los cojines. - ¡Vengo hasta los cojones, tío! – descargó - Resulta que subo en el autobús, que estaba medio vacío y cuando voy a bajar, hay una vieja delante de la puerta, - hablaba como si le hubieran dado cuerda - entonces, le toco en el hombro, así, con dos dedos, y le pregunto que si iba a bajar y la tía, se da la vuelta y empieza a dar gritos, ¡que no le metiera mano!, ¿te imaginas? – estaba cabreado de verdad - ¡La muy puta! Me ha montado un número de la hostia. Menos mal, que una tía, que también iba a bajar, le ha dicho a la vieja que no se enrollase, que yo no le había hecho nada. ¡Qué mal rollo, tío! Le hubiera pegado una patada en la boca. ¡La muy hija de puta! Como vi que se estaba poniendo histérico, abrí un par de cervezas y me senté a su lado para liar un canuto. Jarry seguía moviendo la cabeza y haciendo muecas con la boca. - Venga, tío, déjalo ya, – le animé - ya ha pasado, no vas a amargarte el día por una chorrada. - Es que no lo puedo remediar. Esto no hay quien lo aguante. Es absurdo que ya no se pueda ir por la calle sin que la primera vieja cerda que te encuentres te monte un número. Esto va a acabar muy mal, tío, en serio. Nos bebimos un largo trago, como preparándonos para una conversación extensa. - Yo creo que lo mejor es pasar de todas esas malas historias. Si te estrujas el cerebro, pensando en ellas, es mucho peor. Ten… Le enchufé el canuto en la boca y se lo encendí. La punta se puso al rojo vivo. - Vamos a hablar de otra cosa – dije. - Esto está mucho mejor, - me dijo, después de soltar una gran bocanada de humo, con unos ojos, que ya parecían dos amapolas. Se levantó y quitó el disco que estaba sonando, lo guardó y pinchó el Sleep Dirt de Frank Zappa, al tiempo que me preguntaba que qué estaba haciendo. - He acabado un cuento nuevo – le dije. - ¿Ah, sí, y de qué va?
- Es una historia de amor. Un tío que se enamora de una tía, pero ella no le quiere… - ¡Tío, esos es una vulgar y corriente historia de fotonovela, no me decepciones! – me reprochó con cara de asombro. - Ya ves, de vez en cuando, me gusta escribir paridas – contesté. - Bueno – farfulló con resignación - a ver, ¿de qué va? - Pasa de oírla, tío, no te va a gustar – le dije, casi con mala leche. Y es que, la verdad, a mi me gustaba el cuento. Lo encontraba bonito de verdad, como esas novelas rosa, que te encuentras a veces y te hacen llorar. Y que después haces desaparecer, porque te da vergüenza haberte enternecido con eso. - Venga, hombre, no te mosquees – me dijo, disculpándose -, Seguro que no es una vulgar historia de fotonovela. Con una mierda se puede hacer una estatuilla cojonuda, si el que la modela se enrolla bien. – me convenció. - Sabes hablar, colega, eres el mejor pelota del universo. - No te enrolles y escupe. Le pegué una calada gigante al porro, el humo me calentó los pulmones. Se lo volví a pasar, aguantando la respiración. Después de soltar el humo lentamente, entorné los ojos y respiré hondo. -Bueno, – comencé - la historia es de un tío, que un día, en un festival de disfraces, se hace amigo de un hippie. El hippie y él se llevaron de puta madre durante todo el tiempo del festival, que duró unos tres meses. - ¡Joder, que festival! - Si, es en un pueblo de las afueras y lo organiza el Estado. Sólo para jóvenes y todo gratis. - ¡Cómo mola! Dime dónde está esa ciudad. –bromeó- Como digo, se llevaron muy bien todo ese tiempo, así que, cuando volvieron a la ciudad, siguieron viéndose. El hippie vivía en una onda muy especial y esa marcha le atraía a nuestro amigo. Así, que se vio de pronto metido de lleno en aquel ambiente. Generalmente se reunían todas las tardes en algún parque. Hay también dos tías. Una es la compañera del hippie y la otra, una amiga. El tío, que aún no se como se llamará… - Llámale X.
- Vale. X se enamora de la amiga desde el primer momento. - Un flechazo. - Exacto, un flechazo – Jarry parecía estar empezando a interesarse. - No me digas más, – dijo como soñando burlón -. La tía es rubia con una melena larga y sedosa que le llega hasta la cintura y es dulce y muy guapa. Y… -¡Qué va! – le atajé - Es una tía normal, bastante normal. El mismo X no se explica cómo ha podido enamorarse de esa manera, pero está completamente embobado con ella. - ¡Vaya! – parecía asombrado. - Va pasando el tiempo – continué - y X está cada vez más obsesionado por la tía. Cuando se encuentran todos en el parque, se sienta a su lado y empieza a hablar de cualquier cosa, para romper el hielo, porque la tía no es muy comunicativa, y poco a poco, lleva la conversación a los temas que a él le interesan, para conocer más a la chica, pero a pesar de que lo hace, casi con maestría, siempre le llega el momento en que choca con una fortaleza gélida que se monta la tía para proteger su intimidad. El tío está desesperado porque no consigue sacar nada en concreto. Entonces, decide lanzarse, a ver que pasa y, una tarde, mientras se toman una copa en un bar, se lo cuenta. La tía se queda sorprendida porque no se lo esperaba. En realidad nunca se le hubiera pasado por la cabeza que un tío como X le pudiera plantear aquella situación. - ¿Cómo es X? – Jarry parecía que empezaba a tomarse interés por la historia. Se levantó y fue a por su segunda cerveza – toma. - Gracias. Verás, es un buen tío. Feote, noble, tímido, ya sabes, el típico buenazo con un corazón muy grande, que resultaría atractivo, si no fuera porque tiene una cara que parece un culo y, a veces, para más inri, sin darse cuenta, se pone de un paliza inaguantable. Pero, se le soporta porque es un tío sano y no se entera de lo pesado que puede llegar a resultar. La gente le quiere… - O sea, que lo lleva claro con la tía. Macho, tu eres un sádico. Podías ponerle también que le sudan los sobacos, le cantan los pies y la boca le huele a culo. - ¡Coño, qué le vamos a hacer, la vida es así de dura. El mundo está lleno de gente sin ángel. Pero, déjame que siga. Ella trata de eludir el tema y de cambiar la conversación, pero a X le ha costado un huevo dar el paso y no se resigna a dejarlo. Así que la tía se ve obligada a contarle un rollo, para no hacerle daño. Le dice que no puede ser, que él no la conoce bien, que si la conociera, no pensaría lo mismo y todo eso. X se traga toda la bola y, lo que es su propio problema, lo interpreta como un problema de ella. Piensa que lo que
ocurre es que ella tiene una mala opinión de si misma, algo así como un complejo de inferioridad, ¿entiendes? - O sea, que el muy capullo se piensa que la tía está loquita por él, pero que por algún trauma, no quiere enrollarse – Jarry se había metido de lleno en la historia y me hablaba con mucho interés. - ¡Exacto! Y entonces, empieza a estudiarla con más intensidad porque está convencido de poder quitarle cualquier mala historia que tenga en la cabeza. Pero, una y otra vez, se va pegando contra la muralla autodefensiva y no logra sacar nada en concreto. - Dame un cigarro. - Jarry estaba calentando el chocolate para liarse otro porro. Era como un ritual verlo allí sentado liando, todo un ceremonial, calcado de una vez a otra: con la punta de la lengua humedecía el cigarrillo a lo largo y luego le extraía una tirita de papel, volcaba el tabaco sobre la palma de su mano y con tres dedos de la otra hacía la mezcla dando pequeños pellizcos, luego tapando la mezcla con el papel, le daba la vuelta sobre la otra mano… mientras, prosigue - Pero, si la tía se encierra tanto en su defensa, será que a lo mejor tiene alguna historia rara en verdad… - Y la tiene, pero X no es capaz de hacerle hablar, aunque, como nada es absolutamente imposible, alguna que otra vez le consigue sacar algo, pero no lo suficiente, como para tener la certeza de qué es lo que la preocupa. Tan solo descubre algo seguro: ella nunca ha tenido cariño de nadie. Entonces, se propone reparar esa necesidad, haciendo lo que realmente está deseando desde el principio y empieza a caerle con tonterías. Mi amigo me acercó su regalito. Lo encendí y me quedé colgado. En realidad, aún estaba colocado del anterior y de los anteriores… la mente se me iba y no podía controlarla: Gatos con tres cabezas… ¿tres cabezas? Tres cabezas, gatos y leones con tres cabezas. De pronto, la voz de Jarry me hizo reaccionar. - ¡Eh, tío, que te has quedado colgado! ¡Baja, hombre, que te estoy hablando! - ¡Uf, estoy muy colocado…! – dije con la lengua acartonada y el paladar reseco - Creo que me voy a tomar otra cerveza fresquita. - Buena idea.- asintió Jarry. Nos levantamos y fuimos hasta la cocina. Cogimos un par de cervezas heladas y nos sentamos sobre el mármol del fogón. Jarry seguía dándole vueltas a lo de X y la chica. - Ese tío de la historia se ha metido en un mal rollo. Aunque, la peor parte se la lleva la chica. ¿Te imaginas, lo jodido que tiene que ser aguantar a un palizas que, además, está enamorado?. Joder, es un mal rollo para la pobre chica.
Parecía estar muy afectado por la suerte de la protagonista de mi cuento. - Al final, ella lo manda a la mierda ¿no? – preguntó esperanzado. - No. Resulta que, como el tío no es mala persona, la chica se encariña de él y, para no hacerle daño, cada vez que es acosada, intenta salirse con evasivas. Y él lo interpreta como que ella quiere, pero no puede y que, en el fondo, está realmente enamorada de él. - ¡Coño, menudo lío! Una situación así no puede aguantar mucho. Es imposible vivir de esa manera. – Jarry soplaba y resoplaba, afectado, no solo por la historia, él también había fumado lo suyo.- Entonces, la tía se enrolla con otro y X se queda tirado ¿no? -Te equivocas otra vez. Ella es una especie de lobo solitario. Pasa mucho tiempo apartada de los demás e, incluso cuando está en el grupo, permanece callada, observando. En cuanto a enrollarse con algún tío, es algo que nunca se puede relacionar con ella, ya que resulta inaccesible por su forma de ser. Jarry parecía llegar al colmo del asombro. - ¡Joder, esto es todo un drama! ¿Qué es lo que pasa entonces? - Lo que pasa, es que, como tú bien has dicho, una situación así no se puede aguantar por mucho tiempo. Y nace otro tipo de relación, más extraño, si cabe, alimentado por la obstinación de X por no ver la realidad. Él se convierte en su sombra y la colma de atenciones. Algo así, como un novio místico, de esos, que aguantan un largo noviazgo de abstinencia amorosa, esperando que llegue el día en que su amada se decida a consentir. Y la chica aguanta con resignación aquel mal rollo, que llega a asquearle algunas veces, por no decirle claramente a X que se vaya a hacer gárgaras con toda esa historia. Si alguna vez no puede contenerse y se enfada con él, lo único que le dice es que se deje ya de comedias y que no se burle de ella. Y, como te puedes imaginar, esto hace que el tipo se pique, aún más, con los malditos complejos de la chica y se desespere, al no conseguir romper aquella barrera absurda, que lo separa de la felicidad. - No sigas, tío – me interrumpió Jarry -, no puedo más. ¡Me estás destrozando los nervios con ese par de jilipollas! ¿Cómo se puede ser tan idiota? – Estaba furioso, de nuevo. - ¡Eh, no te cabrees, otra vez, que no es más que un cuento! - Mira, sabes que no puedo soportar a la gente que no es clara. Simplemente eso. A mi me gusta que me vengan siempre de frente, con la verdad por delante.
Le expliqué a Jarry que los chicos de mi cuento, no es que fueran mala gente, sino que, simplemente, las circunstancias de la vida habían hecho, de ellos, dos seres especiales y que si se enrollaban mal, no era por culpa suya, sino por que eran así y no podían remediarlo. Pareció estar de acuerdo, pero añadió: - De todas formas, no me negarás que acabas de parir dos seres bastante tontos. - Es cierto – reconocí -, pero en la vida real también los hay. Permanecimos en silencio algunos minutos, pero en seguida, Jarry se sintió intrigado. - ¿Cómo sigue? - Fue pasando el tiempo. X se acaramelaba con la chica, intentando no pasarse, aunque no siempre lo lograba. Y ella aguantaba estoicamente el chaparrón diario. Pero llegó el momento en que X no pudo más y le propuso nuevamente que lo intentaran, al menos por un tiempo. - ¡Joder, qué persistente, el tío! Yo creo que, después de aguantar tanto tiempo al pie del cañón, se merecería que tú, que eres su dios y hacedor, le dieras una oportunidad y no tanto puteo – sugirió Jarry. - Si, eso estaría bien – reconocí - pero te olvidas de que la chica no lo puede asimilar. Resulta totalmente imposible para ella cualquier tipo de relación íntima con X. - ¡Mierda! – protestó - ¡Tampoco es para tanto! Hemos quedado en que el tipo no era mala persona y que, aparte de esa historia, se solía enrollar bien por lo general. Así, que la tía podía hacer un sacrificio, digo yo, y olvidarse de la cara de culo del tío. Porque, al fin y al cabo, lo quería ¿no? - Si, pero no en el sentido emocional – aclaré -, sino a un nivel puramente amistoso. Además, puede haber alguna razón más profunda que obligue a la chica a portarse así, algo que esté escondido en lo más profundo de su persona y que nadie haya podido descubrir aún. - ¿Por ejemplo? - Pues, por ejemplo, si pensamos en que, no solo no le atrae una relación con X, sino que, parece que rehusa la relación íntima con cualquier tío, eso podría estar motivado por alguna experiencia anterior, posiblemente de la infancia, de la que saliera traumatizada. - ¡Ah, mira, eso es otra cosa! A lo mejor es cierto que está enferma… - No sería una enfermedad, sería un trauma. El tiempo va pasando y las cosas adquieren matices insospechados de una tirantez que llega a rozar a veces con la crueldad mental. Hasta que un día explota todo y la tía se va.
Entonces, X se queda muy tirado. Al cabo de un tiempo, en una charla con el hippy y su mujer, X reacciona de pronto, como si se despertase de un mal sueño, y ve claramente todo el daño que había estado haciendo a la tía. Pero ya es demasiado tarde para remediarlo y, martirizado por el sentimiento de culpa, decide suicidarse. Y así termina la historia. Jarry estaba mirándome con la boca abierta. Era evidente que el final no le había gustado en absoluto y así me lo dio a entender. - ¡Coño, tío! ¡Te has enrollado muy mal con esos pobres chicos! Les podías haber buscado un final más feliz… No se… No digo que se casaran, pero… ¡Joder, la hostia! ¡El suicidio…! No contesté a esta última observación. Me levanté, fui a la cocina y preparé café. Jarry siguió pensando, en su sillón, con aire insatisfecho. De pronto, pregunto: -¿Dónde viven, en la ciudad o en el campo? - En la ciudad. Se levantó de un salto del sillón y vino corriendo a la cocina con la cara iluminada y radiante de felicidad. Como si hubiera encontrado la solución a sus preocupaciones. - ¡Claro, tronco! Por eso se enrollan tan mal. – dijo - Lo que deberías hacer es perdonarle la vida al coleguita X y, un par de páginas atrás, empaquetarlos y mandarlos a vivir al campo. Allí todo cambiaría. No te puedes imaginar, lo que nos jode la vida vivir en la ciudad. No me pareció mala idea y le dije que estudiaría seriamente esa posibilidad. Nos tomamos un par de carajillos de ron, cada uno y estuvimos hablando de los libros, discos y películas que habíamos comprado últimamente, para terminar maldiciendo de nuevo a la vieja zorra del autobús. A las ocho de la tarde, Jarry se levantó para marcharse. Le acompañé hasta la puerta del ascensor. Antes de que la puerta se cerrara, me volvió a recordar lo del viaje al campo. - No seas mierda, tío. Hazles un favor, criaturillas… Asentí con la cabeza. Jarry apretó el botón y desapareció tras la puerta del ascensor. Yo regresé a la mesa, recogí las cuartillas del cuento, las enganché con un clip y busqué la última página. Escribí FIN, bajo el último párrafo, al tiempo que las lágrimas no pudieron ser contenidas por más tiempo y comenzaron a bañar mis ojos. - ¿Soy un cabrón como dios? o ¿Soy un cabrón, como Dios…? No sé…