Pr贸logo Rafael Tovar y de Teresa
Pr贸logo Rafael Tovar y de Teresa
Editorial Las Ánimas Director general Rodrigo Fernández Chedraui
Coordinadora editorial Judith Segura Medina
Director editorial Arturo Olmedo Díaz
Correctora de estilo María del Carmen Galindo Guerra
Directora de arte y diseño de portada Marcela González Vidal
Composición Gloria Vargas Limón
Coordinadora general Paula Gutiérrez Martínez
Cotejo con la versión original Pedro Enrique Alarcón Hernández Mario Alberto Carrillo Ramírez-Valenzuela Adriana Rosas López
La ruta de Cristóbal Colón, puente de integración geográfica y cultural D. R. © Editorial Las Ánimas S. A. de C. V. Av. Juárez núm. 2915, desp. 503, Colonia La Paz, C. P. 72160, Puebla, Puebla Teléfono: (222) 230.44.14 Blvd. Cristóbal Colón núm. 5, despacho 604, Colonia Fuentes de Las Ánimas, C. P. 91190 Xalapa, Veracruz Teléfonos: (228) 812.60.90 y 812.60.99 Primera edición, Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, 1990. Primera reedición, Editorial Las Ánimas, Academia Nacional de Historia y Geografía, 2013. ISBN: 978-607-9246-19-8
Queda rigurosamente prohibida, sin autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático y la distribución de ejemplares. La presentación y disposición en conjunto y por separado de las fotografías que forman parte de la presente obra son propiedad del editor o se han utilizado con autorización expresa de los titulares de sus derechos, y no podrán ser reproducidas o transmitidas mediante sistema o método electrónico o mecánico alguno, sin consentimiento por escrito del editor o de los titulares de sus derechos.
Contenido Prólogo
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Lic. Rafael Tovar y de Teresa Presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes Introducción
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Comentarios del Lic. José Gómez Gordoa, ex embajador
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de México en España, a la tesis: “La ruta de Cristóbal Colón, puente de integración geográfica y cultural”
El contexto histórico
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El tránsito de la Edad Media a la época contemporánea
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Los factores de la integración hispana
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El designio de Cristóbal Colón
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La visión histórica del “primer viaje”
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y sus fuentes de estudio Documentos colombinos
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Análisis y glosa del Diario de Navegación
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Preámbulo de la jornada expedicionaria
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Primera etapa: el viaje de descubrimiento
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Segunda etapa: la exploración insular
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Tercera etapa: el tornaviaje
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Trascendencia e interpretación del descubrimiento de la ruta de navegación Argumentaciones
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Raíces, presencia y perspectiva de Iberoamérica
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Autores y obras consultadas
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Créditos de imágenes y fotografías
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Directorio
Academia Nacional de Historia y GeografĂa Patrocinada por la unam
Luis Maldonado Venegas Presidente del Consejo Directivo Nacional
Ulises Casab Rueda Vicepresidente del Consejo Directivo Nacional
Jorge Cruz BermĂşdez Secretario General
Aurelio Reyes Larrauri Tesorero
Fernando Paz y Puente Nieto Coordinador General
Dedicatoria Con admiraci贸n y aprecio, a la obra de divulgaci贸n hist贸rica realizada por mis amigos: Enrique Krauze y Jean Meyer.
Con amor para Laura, Luis Felipe y Alberto.
Prólogo Apenas 60 años después de que Cristóbal Colón partiera del puerto de Palos en el primero de los viajes con el que creyó abrir “un camino desde Occidente hacia las Indias Orientales”, Francisco López de Gómara ya se refería al descubrimiento de las nuevas tierras como el acontecimiento histórico más importante después de la creación. Los viajes del navegante genovés redibujaron a tal punto la imagen de la Tierra que se transformó para siempre la imaginación, las creencias y el vigor del género humano. A partir de entonces, la humanidad desplegó el potencial de sus habilidades como en ningún otro momento de su historia, y no era para menos si consideramos que de los dos hechos históricos más relevantes en la datación humana del momento uno era obra divina, y el otro afán del hombre mismo. Cristóbal Colón encarnó las palabras que Pico della Mirandola escribió en el Discurso sobre la dignidad del hombre: llevó a sus coetáneos a dejar atrás el Medioevo para ingresar plenamente en el Renacimiento y convertirse en las criaturas que, a partir de entonces, no conocerán más límites que los impuestos por sí mismas. Intrépido, decidido, dispuesto a poner en duda las afirmaciones de Lactancio y de san Agustín y a recurrir a su ciencia como navegante para rebatir a quienes, aun cuando concedían
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que el mundo pudiera ser redondo, afirmaban que un viaje hacia el hemisferio austral era imposible, pues en la otra mitad del globo sólo estaría la Mar Tenebrosa; Colón inició el gran viaje que va de la Edad Media a un nuevo tiempo y un nuevo mundo. Los países europeos, asiáticos y africanos del Mediterráneo se imponían las Columnas de Hércules en el estrecho de Gibraltar como el límite del orbe con fin que brindaba seguridad, pero que aislaba al mismo tiempo a los tres continentes conocidos, postergando la posibilidad de encontrarse y conocer a las culturas y los seres que habitaban allende aquel tenebroso mar al que hoy llamamos Atlántico. Al romper, con sus descubrimientos, el encierro marítimo del orden medieval, Colón —como bien anota Luis Maldonado Venegas— tendió el puente gracias al cual comenzó la integración geográfica y cultural de dos mundos. Siete años le tomó al genovés hacerse de los apoyos necesarios para emprender una de las aventuras más extraordinarias de la historia y diez realizar los cuatro viajes con los que se hizo visible “el rostro ignorado y aun oculto a la escrutadora pupila de accidente” de las vastas culturas de la actual América, ricas en historia, tradiciones, literatura, ciencia y pensamiento, e indispensable para dar a la historia de la humanidad su cabal completitud. De este admirable personaje, navegante desde los 12 años, se han escrito profusas historias, biografías y estudios con la generosa ambición de despejar al mayor punto posible las incógnitas que lo rodean. “Nada que toque a Colón puede ser limpio y diáfano —afirma el académico
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Juan Gil— y de su nacimiento hasta su muerte todo está envuelto en el misterio”. La aparición de una investigación tan honda como la que realiza Luis Maldonado Venegas no sólo ayuda a comprender y a mirar desde otra perspectiva las motivaciones de Colón, quien sin duda buscó encontrar una ruta más corta para facilitar el comercio con la India, pero que también aspiraba a llegar al Este por el Oeste para poder tener un conocimiento y su voluntad por dialogar con el saber para aportarle nuevos horizontes, lo que dio a Colón las certidumbres para seguir una dirección que hasta entonces nadie había atrevido a tomar. “Con frecuencia es menester desentrañar la clave de hechos fundamentales a partir de indicios aislados o testimonios parciales, seguir huellas difusas, vestigios dispersos, evidencias indirectas, para lograr con la mayor objetividad posible apreciar los acontecimientos del pasado remoto […].” Esta es la vía de investigación que el autor de La ruta de Cristóbal Colón sigue para perfilar a sus lectores los matices históricos y humanos del apasionado cartógrafo y diestro navegante. Con el mismo aliento con que Colón se aventuró al mar oceánico, Maldonado Venegas se remonta cinco siglos atrás para traer hasta nosotros sus propias anotaciones al desaparecido diario de navegación que Colón llevó durante sus travesías, y del cual sólo nos quedan las relaciones compendiadas de Fray Bartolomé de las Casas. De su periplo alrededor de la amplia bibliografía colombiana, Maldonado Venegas extrae sus propias conclusiones, dedicando su análisis a unir las conexiones vitales,
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aunque evasivas, del pasado. Investigador afable, las páginas que hilvana se sustentan en el rigor necesario para atraer al presente obras e informaciones precisas, pero nunca descuida —ni ésta se opone a aquél— la prosa legible que invita al lector a seguir con interés el recorrido que hace por la historia de Cristóbal Colón. La ruta de Cristóbal Colón es un libro necesario, una bitácora que tiende ese puente de integración geográfica y cultural que Luis Maldonado nos invita a transitar. El propio autor, que se formó académicamente en México y en Europa, que ha hecho de su estudio de las leyes y de la historia una pasión personal, con mano firme toma el timón en esta travesía de asombro y emprende un viaje literario documentado y emocionante, lleno de rigor y de creatividad. Con este libro, Luis Maldonado Venegas hace honor a las mejores investigaciones sobre la historia. Parte del convencimiento de que la Historia es, finalmente, un conocimiento vivo, un medio de comprensión del ser humano sobre sí mismo; la historia como conciencia del pasado, que implica una búsqueda siempre cambiante por la verdad, y el historiador con la encomienda de transmitir ese sentido de cambio al público. Si en algún punto de la geología de América se ha visto la llegada de Colón al Nuevo Mundo como la terminación de civilizaciones y culturas, la historia misma nos ha llevado a remirar este hecho como lo que realmente fue: el encuentro —sin que neguemos la doble acepción del término de coincidencia y colisión— entre dos formas de pensamiento; dos mundos, dos culturas con
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su propia mitología, religión, miedos, esperanzas y visiones del mundo. Ningún conocimiento es inmutable ni estático. Colón y la audiencia que impulsó sus viajes son una excelente prueba de ello. Del encuentro entre estos dos mundos surgieron complejas relaciones cuyos trazos no han terminado aún de definirse. Luis Maldonado Venegas sigue con una investigación escrupulosa la ruta que llevó a Cristóbal Colón a adentrarse en la mar oceánica; recrea a través de las fuentes y la reflexión la aventura que lo convirtió en el indudable puente que abrió a dos mundos al mutuo conocimiento. A más de medio milenio de distancia, la empresa de Colón se nos presenta en este volumen desde un nuevo enfoque, impulsándonos a establecer nuevas relaciones de intercambio cultural, intelectual, artístico, comercial, económico y humano entre el gran sistema de naciones que compone a Iberoamérica y a fortalecer las muchas regiones en un diálogo de respeto, que recorra de forma permanente ese puente intangible que levantaron, con cada milla recorrida, las dos carabelas y la nao que comandó el célebre Almirante Cristóbal Colón.
Rafael Tovar y de Teresa Presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
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Introducción En la presente edición, la Academia Nacional de Historia y Geografía, Patrocinada por la unam, difunde el ensayo histórico-geográfico: “La ruta de Cristóbal Colón, Puente de Integración Geográfica y Cultural”, en el que su autor Luis Maldonado Venegas expone acerca del hecho excepcional culminado por el Almirante de la Mar Océana, el 12 de Octubre de 1492, y en cuyo contenido se concluye que: “La trascendencia de este acontecimiento radica en haber descubierto una ruta de navegación intercontinental, que en una acción progresiva permitiría establecer un proceso de integración geográfica, antropológica y cultural”. La tesis de referencia aspira a conciliar las distintas vertientes de interpretación que se han producido a la fecha, en relación con este controvertido acontecimiento que transformó el rumbo e intensidad de la historia universal. Esta interpretación fue sustentada por primera ocasión en el Museo Nacional de Arte, el 12 de Octubre de 1988, en ocasión del acto en el que su autor recibió la insignia de la Legión de Honor Nacional de México. Por encomienda de la Junta Directiva de la propia Academia, el autor de la tesis profundizó en el estudio e investigación de este hecho histórico, dando a conocer las primicias de su estudio el 12 de Octubre de 1990, al instalarse la Comisión para la Conmemoración del Encuentro de Dos Mundos.
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Comentarios del Lic. José Gómez Gordoa, ex embajador de México en España, a la tesis: “La ruta de Cristóbal Colón, puente de integración geográfica y cultural” * Tengo el privilegio de haber sido distinguido por la Legión de Honor Nacional, Institución del más alto prestigio y nivel intelectual, para hacer los comentarios y la glosa a la tesis recepcional del distinguido Abogado Luis Maldonado Venegas. Como ha dicho nuestro presidente ejecutivo, don Antonio Fernández del Castillo, esta institución recibe en su seno a un destacado jurista que, en plenitud de la vida, ama el derecho, profundiza en nuestra historia y cala hondo en las raíces de nuestra nacionalidad, de la que estamos profundamente orgullosos. Nada menos que “La Ruta de Colón, un Puente de Integración Geográfica y Cultural” es el tema seleccionado por quien en breves momentos será recibido como miembro activo de esta prócer * Versión estenográfica de la intervención sustentada en la Ceremonia que la Legión de Honor Nacional de México rindió a la memoria de Cristóbal Colón, el 12 de octubre de 1988 en el Museo Nacional de Arte y en la que el Lic. Luis Maldonado recibió las insignias de esa emérita institución.
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institución y ello en el marco de la conmemoración del 496 aniversario del descubrimiento de América. Tenemos ya a la vista, dentro de cuatro años más, la celebración del V centenario de tan magno acontecimiento, señalado por S.M. Don Juan Carlos I de España, en el teatro Benito Pérez Galdós, el 12 de octubre de 1977, siendo yo en ese momento embajador de México en España, como el evento más significativo para el mundo hispánico en este siglo que, como dice nuestro miembro activo, constituye el inicial y más importante elemento de integración, tanto en lo geográfico como en lo cultural. En efecto, Iberoamérica toda evoca con emoción la exaltación de la histórica y excepcional empresa consumada el 12 de octubre de 1492, por el Almirante de la Mar Océana. Emoción intensa produce el relato de nuestro recipiendario, de aquellos momentos dramáticos en los días previos al arribo a la isla Guanahaní y cuando en el momento feliz los ojos incrédulos de aquellos navegantes españoles, al grito de tierra, ven convertido en realidad el sueño de Colón, avalado por los Reyes Católicos. Es verdad, Lic. Luis Maldonado Venegas, que “junto a la conquista de Bizancio, el llamado descubrimiento de América representó la clave propiciatoria que abriría de modo definitivo el pórtico de la edad moderna, dejando tras de sí las anquilosas pautas del espíritu medieval, contradictorio y disperso, audaz y retraído, solemne y difuso”. Fue así, en efecto, que un cambio profundo se presentó a los ojos de un mundo que terminaba y que en la nueva ruta descubierta se contaba entonces con un nuevo concepto de la vida y de los valores humanos. No solamente los conocimientos geográficos de la Tierra daban un paso gigantesco, si no también se había descubierto algo
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más importante: La humanidad de aquel lado se enriquecía con nuevos hermanos que, al mezclarse con los hombres de Colón y quienes después les siguieron, crearon un inmenso continente y una raza, renovadora, creativa y diferente. Como dice Maldonado Venegas, América, “La bien llamada”, de acuerdo con el autor del término, Stefan Zweig, era un nuevo mundo y también un mundo nuevo, porque aportaba mayor dimensión en los conceptos y en los moldes materiales, intelectuales y espirituales, que hasta ese momento se habían vivido. Es esta una bella ocasión para conmemorar la importancia actual de nuestro continente y concretamente del mundo iberoamericano. Pensamos nosotros que ha llegado nuestra hora, que lejos ya del oropel de las palabras y de la retórica debemos obtener el respeto y el reconocimiento del mundo entero. Sabemos que en esta tarea España nos acompaña fraternalmente y debemos también empezar ya a actuar en todos los foros del mundo en forma coordinada y complementaria, porque nuestros problemas son los mismos y si nuestros sentimientos y nuestros principios fundamentales en materia internacional coinciden, nuestras acciones deberán ser iguales en la defensa común de nuestros intereses. Casi cinco siglos de confrontaciones deben terminar y hacemos votos porque el mundo hispánico tome las decisiones necesarias, a cortísimo plazo, para lograr una Iberoamérica integrada emocionalmente, jurídicamente –y también económicamente–, diciéndole, no sólo a España, sino al mundo entero que aquí están nuestras manos fraternas dispuestas a unirse siguiendo la ruta de Cristóbal Colón como un puente de integración geográfica y cultural y el mejor camino para la consolidación de nuestras 22 repúblicas bajo los principios de justicia, democracia y libertad.
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El contexto hist贸rico
El tránsito de la Edad Media a la época contemporánea
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a cronología histórica fija fronteras que, bajo el signo de los tiempos, van definiendo las fases fundamentales de la ruta ascensional de cada pueblo y de todos en su conjunto. Dos acontecimientos determinaron el paso de la Edad Media a la época moderna, ambos influyeron de modo determinante en la recomposición de la geopolítica y en el replanteamiento de los esquemas culturales que habían prevalecido inalterables durante el amplio periodo del Medievo europeo: tales hechos, reconocidos como parteaguas de la historia por investigadores y analistas, ocurrieron en la segunda mitad del siglo xv.
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El primero de ellos aconteció el 29 de mayo de 1453, fecha en la que el último reducto del Imperio romano de Oriente se abatió estrepitosamente, cediendo al incontenible poderío bélico del ejército infiel, conducido a la victoria por el orgulloso y despiadado sultán Mohamed. El Imperio bizantino, el Imperio romano de Oriente, que en su época de mayor esplendor se extendía desde Persia a los Alpes y abarcaba incluso las desérticas planicies de Asia, formando un Estado colosal, se había desmembrado paulatinamente confinándose a los litorales disminuidos de una capital sin reino, Constantinopla, la antigua Bizancio, en la que se erguía enhiesto y portentoso el símbolo religioso de Justiniano, en la que el dominio de los turcos una vez sometida la ciudad, consagraría culto a Alá y a su profeta Mahoma. Al ser derribada desde el altar mayor la cruz inmortal, Europa se estremece y Roma, Génova, Venecia, Francia, Alemania, España y Portugal contemplan conturbadas la devastación de una de las más bellas capitales del mundo antiguo, la muerte heroica de Constantino, pero sobre todo la afrenta inferida al monolítico fervor religioso del mundo occidental. La derrota y sujeción de Constantinopla asestó a Occidente una herida letal que penetró hasta las fibras más sensibles de su honor político y su fe religiosa; pero, a la par, representó una debacle económica sin precedente.
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Las antes florecientes empresas navales y los prósperos puertos mercantiles de Génova, Venecia, Flandes y Lisboa perdieron violentamente el potencial de acción que les confería el intercambio comercial con Oriente. Se abría de esta manera un desafío a los hombres de ciencia y valor, para explorar nuevas rutas de acceso a las apetecibles riquezas que guardaba para sí la región más distante y enigmática del mundo. Este objetivo, eminentemente pragmático, exigía un cambio profundo en las normas de pensamiento y acción que por siglos habían constreñido el desarrollo de las ciencias y el humanismo; se reclamaba un renovado concepto del mundo y de la vida, del hombre y de su entorno, del contenido y contenedor de la historia. Por ello, junto a la conquista de Bizancio, el llamado descubrimiento de América representó la clave propiciatoria que abriría de modo definitivo el pórtico de la edad moderna, dejando tras de sí las anquilosadas pautas del espíritu medieval, contradictorio y disperso, audaz y retraído, solemne y difuso. En efecto, si pudiéramos representar la imagen de la Edad Media europea, sería al modo de las pinturas flamencas del Renacimiento, en una difusión de luces y sombras, en las que se polarizan corrientes oscurantistas, preñadas de prejuicios y atávicas consignas, que contrastan con el destello vivificante de un espíritu ávido de crear y recrear el mundo.
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Dos triunfos fundamentales para la evolución del pensamiento y del progreso espiritual de la época deben ser acreditados a la profusa obra cultural prohijada por el inquisitivo sistema medieval, tal es el caso de la conciliación definitiva de la fe y la razón vertida en el caudal de la filosofía escolástica, que logró armonizar los principios de la sabiduría helénica, con los dictados del credo cristiano. A su vez, el Renacimiento europeo propendió al despliegue de un potencial pleno y creativo en los órdenes y disciplinas del arte y el conocimiento, forjando una nueva visión estética y sentando las bases para la definición de un renovado concepto de la Moral y de la Ciencia. La suma escolástica y el movimiento renacentista son prendas que exornan el horizonte cultural de la Edad Media; no obstante, advertimos en el gran contenedor de la época signos nefastos que oprimen y obstruyen legítimos reclamos por explicar de modo racional y fundado el entorno físico y sociológico de la era. Giordano Bruno muere en la cruz, Miguel Servet y Copérnico, entre otros muchos, sufren persecuciones e injustas sentencias, en aras de sostener evidencias científicas, oponibles a un orden dogmático salvaguardado por la intolerancia. El modelo heliocéntrico de Ptolomeo y la idea de una configuración llana de la Tierra eran conceptos que habían sido superados por la sabiduría cósmica de la antigua Hélade, pero que en una regresión inusitada fueron sepultados
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por la incuria del tiempo y el sectarismo religioso que predominaba.* Cuestiones que en nuestros días pudieran parecer inofensivas disquisiciones académicas representaban auténticos desafíos al orden establecido que ponían en juego vida y destino. En las postrimerías de la Edad Media, para la cúpula del pensamiento, algunas de las hipótesis científicas más progresistas ya constituían verdades incontrovertibles, pero había una conciencia popular dominada por juicios superficiales y temerarios, dentro de los que destacaba la convicción de que el gran océano, a más de ser el límite cósmico del mundo, abrigaba, más allá de las “Columnas de Hércules”, monstruos míticos e invencibles acechanzas; * Sarton, George, Ciencia Antigua y Civilización Moderna, México, D .F.: Fondo de Cultura Económica, 1960, pp. 59 y·60. "En primer lugar, el Almagesto definió lo que llamamos sistema ptolomeico, es decir, el sistema solar que tiene por centro la Tierra. Siguiendo a Hiparco, Ptolomeo rechazó las ideas de Aristarco de Samos (III, a.C.), en cuyo pensamiento se descubre una anticipación del sistema copernicano. Hiparco y Ptolomeo lo rechazaron porque no se ajustaba suficientemente a sus propias observaciones. Sus objeciones eran de la misma naturaleza que las que opuso Tycho Brahe a fines del siglo xvi sólo después que Kepler remplazó, en, 1609, las trayectorias circulares por las elípticas, fue posible conciliar las observaciones con las ideas de Aristarco o de Copérnico. Al magnífico método del Almagesto se debió la supremacía del sistema ptolemaico hasta el siglo xvi, a pesar de las abundantes críticas, que se fueron haciendo cada vez más agudas a medida que las observaciones aumentaban en número y precisión".
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entretejiendo relatos legendarios, que infundían temor y desconcierto aun a los más osados navegantes. El objetivo común de las potencias marítimas occidentales por descubrir una ruta expedita hacia el Oriente, con miras a establecer intercambio comercial con esta apartada región del universo, había despertado la inquietud por explotar trayectorias marítimas que inmortalizarían épicas gestas y nombres de leyenda. 1 Enrique “El Navegante” y Vasco de Gama encarnan el cabal efluvio de ese clima de aventura, al que antepusieron la firme creencia de que el extremo meridional de las costas africanas no se extendía más allá del Ecuador. Marco Polo, siguiendo distinta ruta, contribuyó también, con el relato de la excepcional expedición que efectuó al extremo Oriente, a idealizar la visión de las tierras prósperas y distantes de Asia y a reafirmar la necesidad de establecer comunicación e intercambio Benítez, Fernando, La Ruta de Hernán Cortés, México, D. F.: Fondo de Cultura Económica, Lecturas Mexicanas, 1983, p. 31. "En 1471, una expedición toca el ecuador y regresa con noticias desconcertantes: Se navega por la pretendida región de los mares hirvientes con la misma facilidad que en el Mediterráneo, un día plácido de verano. Trece años más tarde, Diego Cámen toca el Congo. En 1486, Bartolomé Díaz —seis años antes del descubrimiento de América— avista el cabo de Buena Esperanza, abriendo el camino a India de Marco Polo. Venecia ha dejado de tener el monopolio de las especias orientales. A Portugal afluyen las riquezas y la gloria. El sol de la historia ilumina la pequeña nación que, por una hora, paladea la felicidad de ser la primera de Europa".
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Enrique "El Navegante".
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fluido con las exóticas culturas reveladas en sus memorias de viaje. En este ambiente de creación y búsqueda, el significado del término descubrimiento ya se aplicaba en el siglo v con la connotación que se le confiere en la actualidad, esto es: poner de manifiesto algo que permanecía oculto. Desde la perspectiva científica de la época las empresas de exploración contribuyeron notablemente a ampliar los horizontes de la Geografía, Cartografía, Climatología y Oceanografía y permitieron expandir el conocimiento en disciplinas naturales como la Botánica y la Zoología, entre las principales. Los descubrimientos de la época fueron también un canal de acceso a la pluralidad de expresiones antropológicas y culturales, que afloraban en las diversas latitudes con las que el mundo occidental establecía nuevos contactos. Para la visión parcial del mundo que predominaba en la Europa premoderna no existía, en consecuencia, un concepto de mayor envergadura que el de descubrimiento; y el auge del desarrollo científico, auspiciado por el espíritu renacentista, festejaba de continuo estos hallazgos como expresión de progreso y renovación. No existía mayor dignidad para un científico o expedicionario de la época que ostentar el título de descubridor.
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En los círculos europeos que habían logrado liberarse de los prejuicios medievales, como ya ocurría en Holanda, Portugal y Alemania, el método científico aspiraba, a través de la observación directa, a develar enigmas, a desvanecer mitos y dogmas; el anhelo de descubri miento fue, en síntesis, la fuerza propulsora y la mejor divisa de esta época tipificada por los signos del cambio. En este sentido, no debe extrañarnos que el concepto de descubrimiento fuera de uso común tratándose de toda empresa de exploración naval y que sus implicaciones, a más del crédito científico que llevara implícito, adquiría la mayor trascendencia económica y comercial, tanto para sus ejecutores, como para las potencias o particulares que le otorgaban su patrocinio político y financiero.
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Los factores de la integraci贸n hispana
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a España de los siglos xv al xvii, a la que correspondió emprender la aventura del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo, era un mosaico de razas y civilizaciones asimiladas en el decurso de su historia. Mesopotamia, Egipto, Persia, Fenicia, trasmitieron sus conocimientos a los griegos, quienes desarrollándolos los heredaron a Roma, que a su vez los extendió por el mundo hasta entonces conocido: árabes, judíos, celtas, visigodos, iberos y cartagineses participaron también en el proceso preliminar de unificación y establecimiento del Estado español que, como tal, recibió la influencia de la Edad Media y el Renacimiento europeo. “Trajano nació en Italia, cerca de Sevilla, Adriano fue Español, y Marco Aurelio, el emperador filósofo, llevaba en sus venas sangre española también: Letrón, originario de Córdoba fue maestro de Ovidio y Séneca
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representa en el decir de Ganivet: la imagen del español de todos los tiempos”. 2 De manera que el caudal cultural de Occidente se vertió en el espíritu del pueblo hispano; el Cantar de Mío Cid es eco de las epopeyas homéricas; las Tablas alfonsinas, trasunto de la sabiduría de Justiniano y el pensamiento filosófico de Aristóteles, encuentran en Averroes a uno de sus más preclaros comentaristas. El Estado monárquico español se configuró paulatinamente bajo un proceso de integración fincado en alianzas matrimoniales o como también le denomina Haurioau: uniones personales. La expansión de dominios se fincaba a su vez en el sistema de herencia o bien por acciones de descubrimiento o conquista. En su origen el reino se constituía como un Estado autónomo e independiente, a la unión de reinos se le llamó corona y finalmente a la fusión de éstas monarquía. La monarquía española aglutinó en principio a cinco primitivos reinos cristianos que lograron sobrevivir al embate de la España visigótica, conservándose independientes de la dominación musulmana instaurada por el largo periodo de ocho siglos en la península ibérica. Dichos reinos eran los de: León, Castilla, que se separó de éste en el año de 1432, Galicia, Navarra, el Chávez Hayhoe, Salvador, Historia Sociológica de México, México, D. F.: Ed. S.C.H.H, 1944. t. II, p. 52.
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condado de Barcelona y, en el siglo xi, surge el reino de Aragón al emanciparse del de Navarra. El reino de León vinculó al de Galicia y habiendo Fernando III de Castilla heredado la corona de ambos, a principios del siglo xiii, los tres estados formaron una sola corona. La paulatina unificación del Estado español se consolidó en 1474 al unirse en matrimonio Doña Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, reconocidos como las figuras centrales de la historia de España y célebremente conocidos con la denominación de los Reyes Católicos El reino mancomunado, que tuvo como divisa el lema: Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando, pone de relieve el destacado valor de sus personas y obras, de entre las que destaca el haber consumado la cruzada contra el Islam, la unificación política peninsular, el descubrimiento de América, la afirmación de la potencialidad de España en Europa, el establecimiento del orden interno, la consolidación de la autoridad monárquica, la defensa de la unidad de credo, así como el fomento de la economía pública y privada. La acción conjunta de ambos monarcas fue en todo punto relevante, demostrando una entereza sin igual; enérgica, firme y austera; largueza de miras y una envergadura de horizontes, que contrasta con la
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anarquía que prevaleció en el ambiente político de la decadente corte de Enrique IV. Isabel fue hija del segundo matrimonio de Juan II con Isabel de Portugal, la infanta nació en Madrigal de las Altas Torres el 22 de abril de 1451, Fernando nació el 10 de mayo de 1452 en Aragón, en la villa fronteriza de Sos, cuyos enhiestos muros vigilaban de tiempo inmemorial las agresiones de los navarros. Ambos se casaron en Valladolid el 19 de octubre de 1469, las bodas se celebraron en secreto, contraviniendo la voluntad de Enrique IV, quien al descubrir la alianza se aprestó a proclamar a Juana “La Beltraneja” como legítima heredera al trono. Al ocurrir la muerte de Enrique IV el 11 de diciembre de 1474, Isabel era proclamada también reina de Castilla en la ciudad de Segovia. La monarquía instaurada por Don Fernando y Doña Isabel tuvo en inicio discrepancias de fondo respecto a quién debía ejercer el gobierno de Castilla, felizmente se llegó a un acuerdo conocido con el nombre de La Concordia de Segovia, suscrito el 15 de enero de 1475, en el que se reconocía a Isabel como legítima propietaria de Castilla, no obstante otorgaba a Don Fernando ventajas sustanciales, como la mutua ostentación de los títulos y su intervención en los asuntos de la cancillería y en la administración de justicia.
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Otros peligros acechaban al trono de Castilla, siendo apoyada la causa de Doña Juana por Alfonso V de Portugal, quien la reconoce como legítima reina de Castilla, título que asume el 12 de mayo de 1475, iniciándose una devastadora guerra civil. Los portugueses desencadenaron una ofensiva, acreditando a favor de su causa sendas victorias en Toro y Zamora, más tarde el movimiento de rebeldía se difundió por Galicia. La reconquista de los sitios mencionados ocurrió un año después; en tanto la pacificación de Extremadura y Andalucía consumió los dos años subsecuentes, la paz con Portugal se firmó en 1479 en el castillo de Percerías de Moura. Asegurada la estabilidad de la corona, se hacía imprescindible afirmar la autoridad de la monarquía, no obstante se suscitaron nuevos reveses para los soberanos de Castilla y Aragón. En 1477 fue menester sofocar la sublevación de Alfonso Maldonado en Segovia; aquel mismo año el duque de Medina Sidonia y el Marqués de Cádiz condescendieron finalmente con el partido de los monarcas, declinando el patrocinio que habían venido otorgando a la rebelión. La pacificación de Galicia y el apaciguamiento de los problemas de Cataluña fueron emprendidos en los años de 1480 y 1483. Superados estos obstáculos, era
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ya el momento de pensar en la realización de grandes empresas. Con tan altas miras y abrazando una causa nacional, se resolvieron a acometer la liberación del último reducto del dominio árabe en España, el reino Nazarí. El objetivo propuesto fue realizado después del duro sitio de Málaga, ocurrido el 2 de enero de 1492; el glorioso 1492 en el que se consumó también la expansión del dominio hispano en lo que oficialmente se denominaron Las Indias Orientales, el glorioso 1492 que coronó la tenacidad de los monarcas, en especial la de Doña Isabel, su católica majestad, puesta al servicio de una causa tan importante para España y para el mundo. En pleno apogeo de su obra, la quebrantada salud de Isabel declinó prematuramente, su muerte acaecida en Medina del Campo ocurre el 26 de noviembre de 1504. Al dictar su testamento, la soberana tuvo buen cuidado de insistir en encomendar a sus sucesores el justo y buen trato a los naturales de las tierras descubiertas en el Nuevo Mundo, siguiendo las disposiciones que habían auspiciado y que dieron origen al llamado “Derecho Indiano”. 3 De España, Isabel L., cit. México a través de los Siglos, México, D. F.: Cumbre, 1989, t. III, p. VI. "En el testamento de la Serenísima muy Católica reyna Doña Isabel, de gloriosa memoria, se haya la cláusula siguiente: << Cuando nos fueron concedidos por la Sta. Sede Apostólica las Islas y Tierrafirme del Mar Océano,
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Por lo que corresponde a Don Fernando, fue nombrado regente de Castilla; en los últimos años de su reinado patrocinó importantes empresas de conquista, reafirmó la unidad de España, anexionando la corona de Castilla y la de Navarra Cispirenaica, y mantuvo la política de fomento a los descubrimientos oceánicos. La muerte le sorprendió en Madrigalejo el 25 de enero de 1516, cuando realizaba un viaje a Andalucía.
descubiertas, y por descubrir, nuestro principal intención fue al tiempo que lo suplicamos al Papa Alexandro VI de buena memoria, que nos hizo la dicha concesión, al procurar inducir, y traer los pueblos de ellas, y los convertir a nuestra Santa Fe Católica y enviar a las dichas Islas y Tierrafirme, Prelados y Religiosos, Clérigos y otras personas doctas, y temerosas de Dios y para instruir los vecinos y moradores de ellas ala Fe Católica, y los doctrinar y enseñar buenas costumbres, y poner en ello la diligencia debida, según más largamente en las letras de dicha concesión se contiene. Suplico al Rey mi Señor muy afectuosamente, y encargo, y mando a la princesa mi hija, y al príncipe su marido, que así lo hayan, y cumplan, y que este sea su principal fin, y en ello pongan mucha diligencia, y no consientan, ni den lugar a que los Indios vecinos, y moradores de dichas Islas y Tierra firme, ganados, y por ganar, reciban agrabio alguno en sus personas, y bienes: mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remenden y provean, de manera, que no se exceda cosa alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es inyungido y mandado>>”
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El designio de Crist贸bal Col贸n
A
proximarse al litoral humano de Cristóbal Colón plantea un conjunto de interrogantes puestas en evidencia por las críticas e hipótesis desarrolladas en relación con su obra y personalidad. Las versiones más difundidas nos allegan no uno sino diversos perfiles biográficos, que entre sí muestran discrepancias definitivas. Los escasos informes y las abundantes especulaciones hacen difusos la vida, pensamiento y acción de esta gran figura de la humanidad. Para algunos investigadores la carencia de elementos fundados de información se atribuye al propio Cristóbal Colón, quien, según se afirma, una vez encumbrado a la alta jerarquía de los títulos conferidos, procuró ocultar su modesto origen y desvanecer toda evidencia de las primeras etapas de su vida. Conocemos con veracidad algunos rasgos característicos de su temperamento: su tozudez, iracundia y megalomanía. Sus detractores han subrayado los aspectos negativos de ese carácter que le provocaría
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severos reveses, en particular durante los últimos años de su vida. Y en efecto, tales características resultaban, a no dudarlo, una limitante para el ejercicio de sus funciones como virrey y gobernador de las tierras descubiertas, pero debemos aceptar también que las mismas condiciones fueron determinantes para sostener el arrojo y tenacidad con las que defendió, primero, la puesta en marcha del proyecto de 1492 y, después, las acciones necesarias para llevarlo a su culminación. Aun cuando careciéramos de cualquier dato biográfico del prócer Almirante de la Mar Océana, bastaría conocer que fue un hombre dotado de una fe ciega y de una voluntad inconmovible acerca del destino que debía cumplir en el contexto de su época y circunstancia. Lo demás es lo de menos. Por lo que corresponde a la biografía generalmente reconocida, sin demérito de subrayar que no existe ningún pronunciamiento definitivo al respecto, cabría referir algunos aspectos propuestos por la crítica moderna. Se afirma que Cristóbal Colón nació en Génova, entre los años 1446 y 1451 en el barrio de Quarto, donde se estableció el matrimonio de Doménico Colombo y Susana Fontana-Rosa. Los Colombo se encontraban dedicados a la tradición artesanal: el gremio los tejedores. Es probable que entre los años 1474 y 1475, Colón visitara la isla de Chío, ejerciendo la ocupación de mercader,
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asimismo que visitara Inglaterra a bordo de las galeras genovesas fletadas por los marinos Di Negro y Spíndola; dicha flota fue sorprendida el 13 de agosto de 1476 a la altura del Cabo San Vicente por el Corsario Guillermo de Casanova, desviando el curso de la travesía a las costas de Lisboa, en donde Cristóbal Colón se instaló junto con su hermano Bartolomé, consagrándose a la confección de mapas y portulanos. Ya tocando los linderos de la leyenda, se afirma que Colón sostuvo correspondencia con el físico florentino Pablo Toscanelli y que abrevó en el estudio de las teorías de Pedro de Ailly, Bartolomé Pereztello, así como en la narración del náufrago español “Sánchez”, de la que había tenido conocimiento durante su estancia en Puerto Santo. Se afirma también que en 1481, cuando acompañó al almirante Azumbaga a las costas de Guinea, sostenía ya el proyecto de descubrir unas misteriosas islas existentes en el Atlántico. Consta que en 1482 acudió a la corte de Juan II de Portugal para argumentar la idea de descubrir tierras en el Oeste, navegando a través del océano. En esa oportunidad, la junta de cosmógrafos a la que se remitió la revisión de la propuesta rechazó esta por inexacta y falta de fundamento científico. Se trasladó a España acompañado de su hijo Diego en 1484 a invitación del duque de Medinaceli. Entró al servicio de los Reyes Católicos en enero de 1486 y fue recibido por la reina Isabel en marzo del mismo año.
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La resolución a su proyecto es pospuesta una y otra vez por la junta de sabios y teólogos, quienes cuestionan cálculos y estimaciones, oponiendo argumentos cartográficos, astronómicos y filosóficos contundentes. Es irrecusable que las hipótesis en las que Colón apoyó sus objetivos y argumentaciones suscitaron múltiples controversias; si a esto se suma la precariedad de los conocimientos científicos imperantes y la intransigencia de los círculos cortesanos, resultaba fácilmente debatible el proyecto, que fue objetado persistentemente por los censores y eruditos. Tal es el contexto en el que se fragua la empresa concebida por Colón y en cuya ejecución comprometió todos sus empeños, debiendo conjurar los múltiples obstáculos que se interpusieron para la puesta en marcha del proyecto. Conjugar voluntades, sensibilizar el ánimo de nobles y dignatarios, realizar innumerables esperas, salvar repulsas y superar estrecheces, sobreponerse al flagelo de ansias y decepciones, nada hizo flaquear su convicción, su ciega confianza y la absoluta seguridad en la viabilidad de su empresa, la que finalmente obtuvo el apoyo de la corona de Castilla, merced a los buenos oficios desplegados por los duques de Medina Sidonia y Medinaceli y del modesto clérigo guardián del convento de la Rábida, Fray Juan Pérez, confesor de Isabel la Católica, soberana gestora de la unidad hispana.
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Después de innumerables gestiones, los propósitos de Cristóbal Colón son satisfechos y reflejados en las Capitulaciones de Santa Fe, firmadas el 17 de abril de 1492. Cabe destacar que en dichas capitulaciones, contra lo que algunos investigadores han argumentado, quedó claramente definido el mandato y los privilegios que se confirieron a Colón y, además, aparece de modo explícito el concepto descubrimiento, ya que su misión consistía en descubrir una ruta de navegación a las Indias Orientales, navegando desde Occidente y asegurar en favor de la corona de Castilla nuevas tierras y gente en la trayectoria que emprendería la expedición. Cumplidas las determinantes de la primera incursión, Colón realizó entre 1493 y 1504 tres viajes posteriores; en ese periodo adquirió tintes de dramatismo su obstinado empeño por arribar a las tierras del oro y las especias, y sus infructuosos afanes para lograr este propósito avivaron recelos e intrigas palaciegas, que conspiraron en su contra ensombreciendo su gloria y prestigio. En 1500 regresó a España ignominiosamente cargado de cadenas, por orden de Francisco de Bobadilla. Los reyes lo recibieron con la consideración debida al almirante y descubridor, pero lo relevaron definitivamente de sus cargos de virrey y gobernador de las tierras descubiertas. En su último viaje iniciado el 11 de mayo de 1502 recorrió el litoral del istmo centroamericano y naufragó en Jamaica el 23 de junio de 1503.
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Enfermo, retornó a España el 7 de noviembre de 1504; amargado por la sensación de las injusticias inferidas y abatido por las dolencias contraídas en sus viajes, le sorprendió la muerte en la ciudad de Valladolid el 20 de mayo de 1506. En su testamento quedan expuestos patéticos signos de desaliento, expresados en reproches y reclamos, como aparece en los fragmentos que a continuación se reproducen: Valladolid, 19 Mayo 1506 […] En la noble villa de Valladolid, a diez y nueve días del mes de Mayo, año del nacimiento de Nuestro Salvador Jhesucristo de mil e quinientos e seis años, por ante mí, Pedro de lnoxedo, escrivano de cámara de Sus Altezas y escrivano de provincia en la su corte e chancillería e su escribano e notorio público en todos los sus reinos e señoríos, e de los testigos de yuso escritos, el señor don Cristóbal Colón, Altamirantee Visorey e Governador General de las islas e tierra firme de las Indias descubiertas e por descubrir que dixo que era, estando enfermo de su cuerpo, dixo que, por cuanto él tenía fecho su testamento por ante escrivano público, qu’ él agora retificava e retificó el dicho testamento, e lo aprovava e aprovó por bueno, y si necesario era lo otorgava e otorgó de nuevo [...]
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[...] E para cumplir el dicho su testamento qu’ él tenía e tiene fecho e otorgado, e todo lo en él contenido, cada una cosa e parte d’ ello, e nombrava e nombró por sus testamentarios e complidores de su ánima al señor don Diego Colón, su hijo, e a don Bartholomé Colón, su hermano, e a Juan de Porras, tesorero de Viscaya, para qu’ ellos todos tres complan su testamento, e todo lo en él contenido e en el dicho escrito e todas las mandas e legatos e obsequias en él contenidas. Para lo cual dixo que dava e dió todo su poder bastante, e que otorgava e otorgó ante mí el dicho escribano todo lo contenido en el dicho escrito; e a los presentes dixo que rogava e rogó qued’ ello fuesen testigos [...] […] El Rey e la Reina, Nuestros Señores, cuando yo les serví con las Indias, digo serví, que parece que yo por la voluntad de Dios Nuestro Señor, se las di, como cosa que era mía, puédolo decir, porque importuné a Sus Altezas, non gastaron ni quisieron gastar para ello salvo un cuento de maravedis, e a mí fue necesario de gasta el resto [...] […] Ansí plugo a Sus Altezas que yo uniese en mi parte de las dichas Indias, islas e tierra firme, que son al Poniente de una raya, que mandaron marcar sobre las islas delos Azores y aquellas de Cabo Verde, cien leguas, la cual pasadepoloapolo, que yo uvieseenmiparte <el> tercio y el ochavo de toda, e más el diesmo de lo qu’ está en ellas, como más largo se amuestra por los dichos mis privilegios e cartas de merced. Porque fasta agora no se
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ha sabido renta de las dichas Indias, porque yo pueda repartir d’ ella lo que d’ ella qui abaxo diré, e se espera en la misericordia de Nuestro Señor que se ayan de aver bien grande, mi intención sería y es que don Fernando, mi hijo, uniese d’ ella un cuento y medio cada un año, e don Bartholomé, mi hermano, ciento y cincuenta mil maraevedís, e don Diego, mi hermano, cien mil maravedis, porque es de la Iglesia. Mas esto non lo puedo dezir determinadamiente, porque fasta agora non e avido ni ay renta conocida, como dicho es [...] […] Diego e mando a don Diego, mi hijo, o a quien heredare, que pague todas las deudas que dexo aquí en un memorial, por la forma que allí dice, e más las otras quejustamente parecerán que yo deva. Ele mando que aya encomendada a Beatriz Enríquez, madre de don Fernando, mi hijo, que la probea que pueda bevir honestamente, como persona a quien yo soy en tanto cargo. Yesto se haga por mi descargo de la conciencia, porque esto pesa mucho para mi ánima. La razón d’ ello non es lícito de la escrevir aquí. Fecha a XXV de Agosto de mille quinientos e cinco años: sigue Christo Ferens [...]. 4
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Cristóbal Colón, Testamento.
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La visión histórica del “primer viaje” y sus fuentes de estudio
A
firma Octavio Paz que la historia es más que un saber una sabiduría, “que participa de la ciencia por sus métodos y de la poesía por su visión. Como la ciencia es un descubrimiento; como la poesía una recreación”. 5 En efecto, al intentar una visión del pasado, no es poco frecuente incurrir en el error de querer vislumbrarlo con un sentido determinista, como si una unidad monolítica amalgamara sucesos y personajes, los anclara en coordenadas de tiempo y espacio relacionándolos entre sí, con una estructura lógica, perfecta e incontrovertible. Este modo de apreciar el pasado es entendible bajo el concepto de que la historia se construye prospectivamente, en tanto se analiza y valora retrospectivamente. Al hecho histórico lo motiva el ímpetu de ser y de hacer, al análisis histórico lo mueve el objetivo concreto Paz, Octavio, Quetzalcóatl y Guadalupe, prefacio, J. Lafaye, México, D. F.: Fondo de Cultura, 1985. p. 12. 5
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de conocer y comprender tales hechos, para medir la dimensión de su influjo espacio-temporal. Por ello, lo que para el estudioso del ayer se manifiesta como obvio y necesario dentro de un contexto de claras referencias, para el protagonista histórico puede representar un empeño incierto, inesperado e incluso inverosímil. Empero, ambos factores son interdependientes, forman los extremos de un mismo hilo conductor, en el que a la manera de una corriente eléctrica, la fuente de energía se desplaza progresivamente para hacer posible que en un punto más o menos distante se genere una luz incandescente capaz de iluminar un radio determinado de acción. Sin la interacción que debe relacionar a los sucesos con la manera de apreciarlos, el sentido del acontecer de pueblos y épocas carecería de fundamento y proyección. Uno es el enclave de la historia, el otro, su impulso trascendente. En este proceso lo que importa, finalmente, es que exista la mayor concordancia posible entre los hechos, la intención a priori que los indujo y la interpretación a posteriori que los valora. Que la historia que se intuye y que se vive sea equivalente a la historia que se inscribe para la posteridad. De la gesta naval emprendida por Cristóbal Colón entre los años 1492 y 1493 ha corrido ya mucha tinta; el
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relato de los hechos y el análisis de sus causas y efectos se han estudiado y descrito desde distintos enfoques culturales y bajo el rigor científico de la historia y sus disciplinas asociadas. No obstante, el venero de posibilidades que nos ofrece el acontecimiento en cuestión no se ha agotado y permanece vigente el interés del investigador, analista y diletante de nuestro pasado, en profundizar los antecedentes y consecuentes del comúnmente denominado descubrimiento de América. Este vivo interés confirma el impacto y reverberación que en el espacio y en el tiempo histórico produjo la hazaña del oscuro navegante genovés, que por mérito de su visión y tenacidad emergió de su tiempo como una figura universal de primer orden. Así como la geografía nos constriñe, así también el tiempo en sus distintas instancias nos aísla y nos separa. La hazaña de Cristóbal Colón, o mejor aún, la historia que de esa hazaña recreamos, no ha podido sustraerse a estas condicionantes; sin embargo, se ha visto persistentemente acometida, ya por la frugalidad de las fuentes de información directa, ya por la injerencia más o menos intencionada de opiniones y juicios temerarios que han logrado imponerse al paso del tiempo, magnificando o minimizando los acontecimientos, según se trate de opiniones proclives o detractoras a la figura del Almirante. Es verdad que para el análisis histórico, conforme transcurre el tiempo, se alcanza mayor distancia crítica
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para valorar los sucesos y los personajes; pero, en la misma medida se va haciendo más complejo discriminar los elementos objetivos de los factores puramente subjetivos que se van sobreponiendo y obstruyen la posibilidad de arribar a una visión clarificada de los acontecimientos materia de análisis. Con frecuencia es menester desentrañar la clave de hechos fundamentales a partir de indicios aislados o testimonios parciales, seguir huellas difusas, vestigios dispersos, evidencias indirectas, para lograr con la mayor objetividad posible apreciar los acontecimientos del pasado remoto, condición que en todo caso se explica como necesaria para sustentar criterios de comprensión de mayor profundidad.
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Cr贸nica y Documentos glosa del colombinos diario de navegaci贸n
A
l intentar un análisis de la primera incursión trasatlántica, se impone la necesidad de acudir a las fuentes originales, por fortuna, suficientes para adentrarnos en la relación de los hechos fundamentales que marcaron el devenir de esta gran empresa histórica. De los documentos colombinos relacionados con el primer viaje de Colón a la América insular figuran las cartas dirigidas a Rodrigo Escobedo y Luis de Santangel, amén de otros documentos de referencia, como notas marginales en el cuaderno de bitácora, la relación de la gente que acompañó a Colón, sin olvidar los capitulares de Santa Fe que sentaron las bases para la realización del proyecto. Se tiene conocimiento, también, de una carta-relación dictada por Colón a los reyes Fernando e Isabel el 14 de febrero de 1493, en la que se resumían los aspectos centrales de la expedición. Este documento se redactó durante el viaje de retorno, en un momento apremiante en el que una violenta tempestad puso en riesgo a la flota
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y con ello sembró la amenaza de perecer sin haber comunicado los resultados y hallazgos obtenidos. El documento, protegido con un recubrimiento de cera, fue echado a la mar en un tonel herméticamente cerrado, con la esperanza de que las noticias contenidas en él llegaran a conocimiento del mundo occidental. Como es comprensible, el manuscrito se perdió en la magnitud del océano y de él no se ha vuelto a tener conocimiento, salvo por burdas falsificaciones que han sido unánimemente objetadas. En similares términos Colón redactó la crónica sintética que dirigió a Luis de Santangel y Gabriel Sánchez. 6 La descripción epistolar de referencia la despachó el Almirante a su destinatario, tan pronto arribó al puerto de Lisboa, siendo este el principal medio de divulgación de los hechos acaecidos en el primer viaje, ya que se imprimió Colón, Cristóbal, carta a Gabriel Sanchez, tesorero del rey Fernando de España, 14 de febrero de 1493. “Señor, porque sé que habréis placer de la gran victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viaje, os escribo ésta, por la cual sabréis como en 33 días pasé a las Indias, con la armada que los ilustrísimos Rey y Reyna nuestros señores me dieron, donde yo hallé muchas islas pobladas con gente sin número, y de ellas todas he tomado posesión por sus altezas con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho. A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador, a conmemoración de Su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo esto ha dado: los indios la llaman Guanahani. A la segunda puse nombre la isla de Santa María de Concepción: a la tercera Fernandina; a la cuarta, Isabela; a la quinta, la isla Juana, y así a cada una un nombre nuevo”.
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en Barcelona en el año de 1493 y con posterioridad fue reproducida y diseminada profusamente. La versión más conocida se debe a la traducción al latín que formuló Leandro de Cosco y que se imprimió en Roma, París, Basilea y Amberes entre 1493 y 1494. 7 Recientemente el profesor Rumeu de Armas publicó nueve cartas inéditas de Cristóbal Colón a los Reyes Católicos, en un ejemplar editado en España bajo el título Manuscrito del libro copiador de Cristóbal Colón. Las cartas en cuestión aluden a los viajes subsecuentes que emprendió el Almirante al Nuevo Mundo; éstas contienen detalles hasta ahora Boorstin, Daniel J., Los Descubridores, Barcelona: Editorial Crítica, 1986, p. 236. “Colón escribió su propio relato de lo que él pensaba que había llevado a cabo y deseaba que otros también creyeran, a bordo de su nave, cerca de las Azores, cuando regresaba de su primer viaje a mediados de febrero de 1493. Puesto que hubiera sido una falta de respeto dirigirse directamente a Fernando e Isabel, le informó en una carta dirigida a Santangel, el funcionario de la corona que había convencido a Isabel en el último minuto de que apoyara la empresa de las Indias de Colón. La carta del navegante, escrita en castellano, fue impresa en Barcelona el 1 de abril de 1493 y luego traducida al latín con fecha del 29 de abril, e impresa luego otra vez en Roma en el mes de mayo bajo la forma de un folleto de ocho páginas titulado De Insulis Inventis. Reimpresa con frecuencia y rapidez, se transformó, teniendo en cuenta las costumbres de la época, en un best seller. En Roma se hicieron tres ediciones más en 1493 y se imprimieron otras seis en París, Basilea y Amberes entre 1493 y 1494. A mediados de junio de 1493, la carta había sido traducida al toscano, el dialecto de Florencia, bajo la forma de poema de 68 estrofas, e impresa una vez en Roma y dos en Florencia en 1493”.
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desconocidos en relación con los hechos protagonizados por Colón y, si bien no se encuentran directamente referidas a su primer viaje, en ellas se incluyen referencias e impresiones personales que nos ayudan a compenetrarnos en la psicología del personaje y en la visión de sus primeros descubrimientos. Por lo que respecta a una relación más detallada de la célebre travesía, se tiene conocimiento de un documento único por su grado de precisión en los anales de las campañas de navegación, comúnmente conocido como diario de a bordo o diario de navegación, en el que el Almirante fue asentando día a día los pormenores de su incursión marítima; el consabido diario fue dictado en un estilo sobrio y conciso, pero cuidadoso y claro en el detalle, como corresponde al memorial de una expedición que había despertado las mayores controversias, incluso antes de que la flota zarpara en pos de su destino. El original de este diario fue entregado por el propio Colón a los Reyes Católicos, en Barcelona, al retorno de su viaje. Como era costumbre quedó bajo el resguardo de los archivos reales, formándose copia fiel del mismo que se entregó al Almirante de la Mar Océana y que conservó la familia de Colón, como se sabe por distintas referencias.
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Por desgracia, ambos documentos han desaparecido y no obstante la dedicación de esforzados investigadores a la fecha han sido infructuosos los empeños por recuperarlos. Existe en cambio una versión sumaria de dicho diario, integrada por el fraile dominico Bartolomé de las Casas, quien tuvo a su alcance el texto íntegro del documento posiblemente durante su estancia en Santo Domingo; el original de esta relación glosada, que sirvió de base a Fray Bartolomé de las Casas para redactar su Historia General de las Indias, se preserva actualmente en la Biblioteca Nacional de Madrid. Se han emitido diversos juicios en relación con la veracidad del texto formulado por Bartolomé de las Casas, no obstante, es claramente apreciada en dicho documento la meticulosidad de Fray Bartolomé de las Casas para diferenciar las citas textuales de Colón, de las interpolaciones o glosas formuladas por el propio fray dominico, este factor, aunado al reconocimiento que se confiere a Fray Bartolomé de las Casas como cronista e historiador objetivo y digno de todo crédito, ha llevado a estimar que la versión sintética del diario de navegación es la fuente más sólida para sustentar cualquier estudio de la hazaña colombina. Podría interponerse una defensa a la acuciosidad y gran respeto a la objetividad descriptiva que Fray Bartolomé de las Casas mostró en el ejercicio de sus cualida-
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des de cronista e historiador, podría, en contraposición, argumentarse su celo religioso y su empeño por conferir un papel evangelizador a la incursión de España en los nuevos confines de la América insular y continental; el hecho inobjetable es que el diario de navegación continúa siendo uno de los documentos colombinos de indudable valor histórico y obligada referencia. De otra parte, al confrontar la versión del diario acotado por Fray Bartolomé de las Casas, con la narración comprendida en la carta dirigida por Cristóbal Colón a Santangel y Gabriel Sánchez, se aprecia plena concordancia entre los hechos descritos, con el beneficio a favor del diario de navegación de lograr mayor precisión y claridad en el relato de los acontecimientos. Conforme a lo expresado hemos resuelto revisar los momentos centrales del histórico viaje, siguiendo cuidadosamente la relación de los hechos contenida en el mencionado diario, para desprender de ella comentarios específicos que profundicen en el conocimiento del acontecer referido.
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An谩lisis y Cr贸nica glosa del diario de Diario de navegaci贸n Navegaci贸n
Preámbulo de la jornada expedicionaria
C
omo se refiere puntualmente en el diario, la flota zarpó del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492 integrada por tres pequeñas embarcaciones: la nao Santa María y las carabelas denominadas La Pinta y La Niña. El financiamiento de la empresa a cargo del tesoro de Castilla implicó una inversión próxima a un millón 400 000 maravedíes. Puestos en ejecución los capitulares de Santa Fe, era imperativo resolver los términos para el financiamiento de la empresa, respaldada por la Corona de Castilla. Sobre este tema, se han entretejido muchos mitos y leyendas, constan sin embargo hechos ciertos acerca
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de las condiciones en que se integró la flota, avituallada y dotada de la tripulación requerida. Cabe destacar que los Reyes Católicos emitieron una ordenanza que fue leída el 23 de mayo en la iglesia parroquial de San Jorge, por el notario de Palos don Francisco Fernández, con la que se sentenció al municipio de Palos: “A proporcionar a su cargo y expensas dos carabelas, equipadas para una navegación de doce meses”, apoyándose en las evidencias aportadas en relación con un suceso sujeto a litigio, por el que se denunció la participación de la población de Palos en el cargamento de un cuantioso contrabando de mercancías importadas de África, sin disponer de la licencia real. 8 La disposición emitida por la real ordenanza fue terminante y fijó un plazo perentorio para su cumplimiento, ya que apremiaba al municipio a aparejar las embarcaciones: “en los diez días subsiguientes a la recepción Wright, Louis B., op. cit., p. 89. “De alguna manera, el puerto de Palos había ofendido a la Corona y por tal ofensa los soberanos emitieron, el 30 de abril de 1492, una orden por la cual, en el plazo de treinta días, a contar desde el momento de su recepción, la ciudad debía preparar y equipar, a sus expensas, dos carabelas para uso de Colón en un viaje “hacia ciertas regiones del Mar Océano”. Con instrucciones para fletar una tercera carabela, Colón llegó a Palos el 22 de mayo, y puso manos a la obra para organizar su flotilla. A finales de julio tenía tres barcos equipados y listos para un año de viaje, con una adecuada tripulación de unos noventa hombres. El propio almirante, como capitán general de la flota, eligió la Santa María como su nave. Las otras dos carabelas eran la Niña y la Pinta”. 8
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de la orden”, a riesgo de aplicar una multa, superior al gravamen ya impuesto. 9 Bajo este procedimiento, se allanó, en buena medida, el gravoso costo que la empresa implicaba para los diezmados recursos de la Corona de Castilla, consumidos durante las últimas campañas emprendidas contra la dominación árabe. Las informaciones que han llegado a nuestros días son imprecisas en cuanto al número exacto de los tripulantes que conformaron la expedición; las estimaciones formuladas por estudiosos del tema se refieren a una cifra próxima a 90 marineros, en su mayoría originarios de Palos, Moguer y Huelva. Eventualmente se ha llegado a considerar que entre los miembros de la tripulación predominaban personajes de baja calaña, exonerados de condenas por delitos infamantes. Sobre esta infundada afirmación conviene dejar establecido que, de entre los que participaron en el memorable viaje, sólo cuatro marineros eran presos redimidos, uno, condenado a muerte por homicidio en riña, y tres, sentenciados por haber participado en la fuga de un reo de delito común. Por otra parte, existe evidencia de que al seleccionar a su tripulación Colón tuvo buen cuidado de percatarse que los aspirantes comprobaran experiencia y pericia en Granzotto, G., Cristóbal Colón, México, D. F.: Editorial Javier Vergara, 1985, p. 154.
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la navegación, como lo requería la difícil travesía que se proponía realizar. Excepción hecha de algunos integrantes de la tripulación llamados a cumplir otros menesteres, el oficio de navegante fue una condición necesaria, pues es sabido que además de los maestres, pilotos, marineros y grumetes, sólo se embarcaron los imprescindibles asistentes: un intérprete conocedor de lenguas orientales, árabe y hebreo, un cirujano, un boticario y un platero. Otro hecho significativo dentro del proceso de reclutamiento de los expedicionarios que acompañaron a Colón estriba en la decisión tomada por el Almirante para atraer a un experimentado navegante, de amplio prestigio y reconocimiento, cuyas relaciones fincadas en el puerto de Palos contribuyeron a persuadir a los marineros indecisos para sumarse a la dudosa empresa de navegación. Aquel navegante era Martín Alonso Pinzón, con quien Colón mantuvo siempre reservas, suspicacias y aun serias diferencias, pero que coadyuvó destacadamente al logro de los objetivos previstos. La estrategia de Colón tuvo el efecto esperado, ya que la participación de Martín Alonso disipó las hostilidades, instando a los marinos de profesión a sumarse al proyecto. No menos significativa fue la contribución de Alonso Pinzón en el desafío náutico, merced a sus indiscutibles dotes de marino, que en ocasiones se han sobreestimado y, en otras, soslayado injustamente.
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Es posible que el binomio formado por Cristóbal Colón y Martín Alonso Pinzón haya sido decisivo para el éxito del viaje. A la distancia, es prácticamente imposible deslindar con precisión los méritos atribuibles a cada personaje de los que participaron en la expedición; pero no consideramos apropiado partir de conjeturas para poner en duda el sitio histórico asignado a Cristóbal Colón, confiriéndolo a otro o a otros; preferimos reconocer que a cada cual le corresponde sintetizar sus propios atributos, y en este sentido ni ocultaremos ni disminuiremos valores. Pinzón fue un factor importante e incluso trascendente para cristalizar el descubrimiento continental; pero el factótum de esta determinante histórica lo fue Cristóbal Colón, sin margen de discusión, como tendremos oportunidad de argumentarlo en un apartado posterior de nuestro análisis. Por lo que corresponde a las características propias de las embarcaciones, bastaría mencionar que las tres naves que integraron la flota eran de hechura artesanal y disponían del instrumental básico para la navegación. La nao Santa María y la carabela La Pinta, correspondieron a las aportadas por el municipio de Palos, en cumplimiento de la ordenanza real ya referida. La Niña con una capacidad de 100-105 toneles fue construida en los astilleros de Moguer y su propietario fue Juan Niño, quién actuó como maestre de la misma
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durante la expedición. Originalmente disponía de un sistema con velas latinas, que posteriormente fue cambiado por velas cuadrangulares. Capitaneó esta embarcación Vicente Yáñez Pinzón, el piloto de a bordo fue Sancho Ruiz de Gama y el contramaestre Bartolomé García. El total de la tripulación se encontró conformado por 24 elementos. La Pinta fue construida en los astilleros fluviales de Palos, con una capacidad de 105-110 toneles, sus propietarios fueron Gómez Rascón y Cristóbal Quintero, la embarcación era menos liviana y maniobrable que La Niña; pero al mismo tiempo más sólida y resistente para los propósitos de un largo viaje, llamado a confrontar las veleidades del océano. El capitán de esta embarcación fue Martín Alonso Pinzón, el piloto, Cristóbal García de Sarmiento, el maestre, Francisco Martín Pinzón, y el contramaestre, Juan Quintero. La tripulación se integró por un total de 27 marinos. La Santa María fue la embarcación almirante, capitaneada por el propio Cristóbal Colón. Era la de mayor capacidad —entre 150 y 200 toneles— con una longitud de 24 metros, aproximadamente; se le llamaba “La Gallega” por haber sido construida originalmente en Galicia, su propietario era Juan de la Cosa, quien actuó también como maestre; su piloto, Pedro Alonso Niño; y el contramaestre, un marino de nombre Chachú. A bordo se embarcaron 39 efectivos.
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Primera etapa: el viaje de descubrimiento
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res momentos fundamentales están presentes en la cronología de la primera incursión de Cristóbal Colón a las proximidades del continente americano. El primero de estos capítulos se inicia el 3 de agosto de 1492, fecha en que da inicio el célebre viaje y culmina el 12 de octubre con el desembarco en la costa occidental de Guanahaní. La segunda etapa corresponde a la exploración, efectuada a partir de la propia isla de San Salvador, se extiende a un centenar de islas dispersas en un vasto radio del mar Caribe y concluye en el mes de enero de 1493 en La Española.
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La tercera y última fase está comprendida por el tornaviaje, emprendido en bahía de Las Flechas, el 16 de enero de 1493 y finaliza el 13 de marzo del mismo año, en el puerto de origen de la expedición. Correspondiendo a estos tres momentos capitulares, remontaremos cinco siglos de análisis y glosas, apostillas e interpolaciones, quizá una distancia de tal magnitud en el tiempo como lo fue en el espacio oceánico la acción precursora que desembocó en la integración geográfica y humana de dos continentes. Sigamos fielmente la guía del diario de navegación, que en la pluma del fray dominico, cronista de las Indias Occidentales, se encabeza con el siguiente título: “Este es el primer viaje y las derrotas y camino que hizo el Almirante Don Cristóbal Colón cuando descubrió las Indias, puesto someramente, sin el prólogo que hizo a los Reyes que va a la letra y comienza de esta manera: in nomine domini nostri Jesu Christi”. 10 Las primeras líneas del diario se dedican a cumplir con una fórmula ritual seguida durante el Medievo y aún en épocas posteriores, para exaltar las virtudes y buen juicio de los amparadores de la empresa, asentando los propósitos y miras que los movían a patrocinar el proyecto, así como el mandato que se confería a sus ejecutantes. Digno es reproducir algunos pasajes de este proemio con el que se abría no sólo la memoria escrita de un 10
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Las Casas, Bartolomé de, Diario de Navegación de Cristóbal Colón.
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viaje singular sino también –como en realidad lo fue– un capítulo de la historia universal. Porque, cristianissimos y muy altos y muy excelentes y muy poderosos Príncipes, Rey e Reina de las Españas y de las islas de la mar, Nuestros Señores, este presente año de 1492, después de Vuestras Altezas aver dado fin a la guerra de los moros que reinavan en Europa, y aver acabado la guerra en la muy grande ciudad de Granada, adonde este presente año, a dos días del mes de Enero, por fuerca de armas vide poner las vanderas reales de Vuestras Altezas en las torres de la Alfambra, que es la fortaleza de la dicha ciudad, y vide salir al rey moro a las puertas de la ciudad, y besar las reales manos de Vuestras Altezas y del Príncipe mi Señor, y luego en aquel presente mes, por la información que yo avía dado a Vuestras Altezas de las tierras de India y de un Príncipe que es llamado Gran Can (que quiere dezir en nuestro romance Rey de los Reyes), como muchas vezes el y sus antecessores avian enbiado a Roma a pedir doctores en nuestra Sancto Padre le avia proveido y se perdian tantos pueblos, cayendo en idolatrias e rescibiendo en si sectas de perdicion; y Vuestras Altezas, como católicos cristianos y príncipes amadores de la sancta fe cristiana y acrecentadores d’ella y enemigos de la secta de Mahoma y de todas idolatrías y heregias, pensaron de embiarme a mi, Cristóval Colon, a las dichas partidas de India para ver los dichos príncipes y
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los pueblos y las tierras y la disposición d’ellas y de todo, y la manera que se pudiera tener para la conversión d’ellas a nuestra sancta fe, y ordenaron que yo no fuese por tierra al Oriente, por donde se costumbra de andar, salvo por el camino de Occidente, por ende hasta oy no sabemos por cierta fe que aya passado nadie [...] [...] mandaron Vuestras Altezas a mí que con armada suficiente me fuese a las dichas partidas de India, y para ello me hizieron grandes mercedes y me anoblecieron, que dende en adelante yo me llamase Don y fuese Almirante Mayor de la mar Occéana y Visorey e Governador perpetuo de todas las islas y tierra firme que yo descubriese y ganase, y de aquí en adelante se decubriesen y ganasen en en la mar Occéana, y así sucediese mi hijo mayor, y él así de grado en grado para siempre jamás [...] [...] y llevé el camino de las islas de Canaria de Vuestras Altezas, que son en la dicha mar Occéana, para de allí tomar mi derrota y navegar tanto, que yo llegase a las indias, y dar la embaxada de Vuestras Altezas a aquellos príncipes y complir lo que así me avían mandado, y para esto pensé en escrevir todo este viaje muy puntualmente, de día en día todo lo que yo hiziese y viese pasase, como adelante se veirá. 11
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Las Casas, Bartolomé de, op. cit., p. 44.
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Siguiendo el diario de navegación es posible constatar que la travesía inició con los mejores augurios, pues las condiciones fueron benignas en todo sentido para la navegación, de suerte que las carabelas emplearon apenas seis días para llegar a las inmediaciones de las Islas Canarias, en un tramo que habitualmente requería de 10 días de trayecto. El plan de viaje trazado por Colón había previsto tocar las Islas Canarias, tanto para avituallar debidamente a las embarcaciones como para producir en la tripulación el efecto psicológico de reducir, con esta escala, el largo tránsito oceánico que se adivinaba. El 7 de agosto, cuando en el horizonte se perfilaban ya los contornos de las Islas Azores, ocurrió un incidente, y cabe aquí precaverse de utilizar el término "incidente", ya que las condiciones en que aquél se produjo sugieren un sabotaje plenamente calculado. El timón de La Pinta se resbaló de los goznes dejando la embarcación fuera de mando. Las sospechas recayeron en el mismo propietario de la carabela, quien había opuesto franca resistencia a la orden dictada por los Reyes Católicos el 30 de abril, para poner a disposición de la expedición colombina su embarcación, temeroso de perderla al trasponer los limites de las Canarias. Los pormenores de aquel contratiempo, el primero de los muchos que tendría que afrontar la empresa, quedaron referidos en los asientos del diario del 6 y 7 de agosto, como se lee a continuación:
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Lunes, 6 de Agosto Salto o desencasóse el governario de la caravela Pinta, donde iva Martín Alonso Pinzón, a la que se creyó o sospechó por industria de un Gómez Rascón y Cristóval Quintero, cuya era la caravela, poque le pesava ir aquel viaje, y dize el Almirante que antes que partiesen avían hallado en ciertos reveses y grisquetas, como dizen a los dichos. Víose allí el Almirante en gran turbación por no poder ayudar a la dicha caravela sin su peligro, y dize que alguna pena perdía con saber que Martín Alonso Pinzón era persona esforzada y de buen ingenio. En fin, anduvieron entre día y noche veinte y nueve leguas. 12 Martes, 7 de Agosto Tornóse a saltar el governalle a la Pinta y adobáronlo y anduvieron en demanda de la isla de Lanzarote, que es una de las islas de Canaria, y anduvieron entre día y noche veinte y cinco leguas. 13
La avería fue superada momentáneamente, pero la improvisada reparación pronto cedió a las difíciles condiciones del viento y la mar; en esta ocasión la embarcación se había afectado irremisiblemente, el velero quedó a la deriva y empezó a hacer agua. 12 13
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Ibid., p. 46. Idem.
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La resolución de Colón fue enfilar el rumbo de las embarcaciones restantes a tierra firme, previo acuerdo establecido con Pinzón para volver a reunirse con él en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria, en donde existía un astillero que permitiría realizar las faenas de reparación o en su defecto sustituir a la embarcación averiada: Miércoles, 8 de Agosto. Ouo entre los pilotos de las tres caravelas opiniones diversas dónde estavan, y el Almirante salió más verdadero, y quisiera ir a Gran Canaria por dexar la caravela Pinta, porque iva mal acondicionada del governario y hazía agua, y quisiera tomar allí otra si la hallara; no pudieron tomarla aquel día. 14
En esa fecha, la Santa María y La Niña se encontraban situadas en aguas de la Isla Mayor y no fue sino hasta el domingo 12 cuando anclaron en la isla de La Gomera, donde Colón se dispuso a aprovisionarse en debida forma e indagar la posibilidad de allegarse una nueva embarcación, pues a su juicio los daños sufridos por La Pinta la habían tornado innavegable. En La Gomera permaneció por espacio de una semana, para trasladarse posteriormente al puerto de Las Palmas; a su arribo La Pinta no había tocado aún 14
Ibid., p. 47.
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puerto, lo que ocurrió hasta el 24 de agosto, tras 12 días de navegar a la deriva. Tan pronto la embarcación fue sometida a represión, en el astillero se aceleraron los trabajos para reconstruir los machos del timón, objetivo que se alcanzó en el escaso término de una semana, así Colón renunció a su decisión inicial de sustituir a la embarcación. Por otra parte, aprovechó la estadía en Las Palmas para modificar el velamen triangular de La Niña por el de forma cuadrangular, con cuya imperecedera imagen trascendería la flota a la historia de la navegación. Satisfechos los trabajos de reparación, las tres carabelas retornaron a la isla de La Gomera para avituallarse y como lo dicta el diario de navegación: “Tomada, pues, agua y leña y carnes y lo demás que tenían los hombres que dejó en la Gomera el Almirante cuando fue a la isla de Canaria a adobar la carabela Pinta, finalmente se hizo a la vela de la dicha isla de la Gomera con sus tres carabelas, el jueves a seis días de Setiembre”. 15 Nunca antes en la historia de la navegación, una expedición se había internado en la vastedad del océano, como ocurrió en el caso de la flota colombina. Las grandes empresas que habían logrado circunnavegar el continente africano, lo habían hecho bordeando las costas; por otra parte, se tenía un amplio dominio del Mediterráneo, en el que los trayectos no tenían margen de comparación 15
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Ibid., p. 48.
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con esta larga e incierta incursión, acerca de la cual se carecía de toda experiencia. Apenas reiniciada la travesía, el sábado 8 de septiembre, la flota colombina asistió al encuentro con un personaje intangible que había de coadyuvar decisivamente al éxito de la empresa. El diario de navegación registra lacónicamente que: “comenzó a ventear nordeste y la embarcación tomó su vía y camino al oeste”, 16 a partir de este nuevo progreso, la flota fue incrementando su velocidad de desplazamiento, movida por una mano invisible, proclive a la voluntad prefijada por Colón de gobernar las embarcaciones hacia la ruta propuesta. La flota había tomado la corriente de los vientos alisios, que constituye un fenómeno natural, único en su género. Vientos que soplan eternamente en una misma dirección, de oriente a occidente, ni más ni menos que en el tramo elegido por Colón, esto es, a la altura del paralelo 20, y en la directriz que mejor convino para alcanzar el continente inesperado que encontraría en su camino el osado navegante. 17 Idem. Boorstin, Daniel J., op. cit., p. 232. “La obstinada devoción de Cristóbal Colón a su ‘empresa de las Indias’ y todos los tesoros de Fernando e Isabel no hubieran servido para nada si Colón no hubiese tenido vientos a favor y si el navegante no hubiese sabido cómo manejar estos vientos para que le llevaran a destino y de vuelta a casa. La edad de la Navegación a vela, acabada ya hace tanto 16 17
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Otro factor decisivo que actuó favorablemente en la ruta seguida por Colón fue el de las corrientes marinas, en particular la del giro del Atlántico Norte, localizada en el mismo tramo en que ocurren los vientos alisios y que hasta nuestros días se estima como la ruta más asequible y directa entre la península ibérica y las márgenes del continente americano: Ambos elementos contribuyeron a que las tres embarcaciones abrieran una ruta hasta entonces inexplorada, en condiciones que fueron calificadas por los expedicionarios como de “franca bonanza”. El propio diario registra la argucia seguida por Colón de asentar en la bitácora distancias disminuidas, en relación con las que en realidad se cumplían en cada jornada, para evitar que los ánimos de la tripulación decayeran ante la conciencia del largo trayecto recorrido y la incertidumbre del que aún faltaba cumplir. Sobre este particular, se observan pertinaces anotaciones, como las indicadas el lunes 10 de septiembre, que refieren: “en aquel día con su noche anduvo 60 leguas,* a 10 millas por hora, que son 2 leguas y tiempo, se ha llevado consigo el asombro que deberíamos sentir por la maestría de Colón en el dominio de los vientos. El navegante estaba muy equivocado, es evidente, con respecto a los continentes. No conocía realmente las tierras, pero sí conocía el mar, lo que en aquella época significaba sobre todo conocer los vientos”.
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media, pero no contaba sino 48 leguas, porque no se asombrase la gente si el viaje fuese largo”. 18 Conviene tener presente este hecho, ya que induce a considerar que los cálculos erróneos que Colón había realizado para sustentar el proyecto pudieron, en esencia, ser un elemento de convencimiento para atraer a su favor las voluntades y apoyos necesarios, en tanto podría tener cierta conciencia de que tales estimaciones en la realidad correspondían a una extensión en extremo mayor a la argumentada por él mismo. Con todo y ello, los sentimientos de insurrección y temor que rondaban de continuo en el ambiente, hostigando y aun dificultando el éxito del proyecto, fueron constantes entre aquel conjunto heterogéneo de personajes anónimos que viajaron a bordo de las frágiles embarcaciones. Marinos formados en los rudos menesteres de la navegación, pero cuyos ánimos socavados por la ignorancia y la superstición, habían horadado emociones que fueron desplazándose de la curiosidad y la aventura a la inquietud y la zozobra, para finalmente transfigurarse en desesperación, pavor y rebeldía. Apenas resulta creíble que Colón haya logrado sofocar los temores continuos de la tripulación por * La legua italiana equivale a 4 millas. 18 Ibid., p. 49.
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un periodo tan prolongado, en medio de un escenario que no podía sino provocar angustias y desesperanzas. Todos estos factores hubo de confrontarlos la tenacidad y tozudez de Cristóbal Colón; fue una batalla librada contra los elementos naturales, pero también, y de modo especial, contra las condiciones de su tiempo. Cuando en el horizonte no hay puntos de referencia y por días y semanas se navega en la inmensa soledad del gran océano, es frecuente, aun en las experiencias navales de nuestros días, que sucedan condiciones tensas y apremiantes entre la marinería, a pesar de que se tiene clara conciencia de la trayectoria y punto de destino hacia el que se avanza; con mayor razón son entendibles los constantes sobresaltos de ánimo y los conatos de motín que se registraron durante la incursión seguida por Colón, en una ruta dudosa y hacia un objetivo incierto. Al seguir la estela de los sucesos anotados en el diario, se percibe esta síntesis de inquietud, subyacente incluso en el propio Colón, que trataba de deducir en la mar y el cielo indicios que contribuyeran a apuntalar la certidumbre de que avanzaban hacia el objetivo proyectado. Así, por ejemplo, el viernes 14 de septiembre, apenas reiniciada la travesía, faltando casi un mes de navegación, el diario de a bordo revela prematuros
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presagios de descubrimiento, declarados en un tono de candidez y ansiedad, que pone en evidencia la angustia reprimida de los tripulantes: “aquí dijeron los de la carabela Niña que habían visto un garjao y un rabo de junco y estas aves nunca se apartan de tierra cuando más 25 leguas”. 19 Comentarios como éste se vierten con insistencia en la cronología del viaje: “en aquella mañana dice que vió un ave blanca que no suele dormir en la mar [...], “tomaron un pájaro con la mano que era como un garjao; era pájaro de río y no de mar, los pies tiene como gaviota [...]”, “vieron una tórtola y un alcatráz y otro pajarito de río y otras aves blancas [...], “Las hierbas eran muchas y hallaron cangrejos en ellas”. 20 El jueves 13 de septiembre se registró un hecho que despertó las mayores controversias a bordo, el diario señala: “las corrientes eran contrarias. En este día al comienzo de la noche las agujas noruesteavan y a la mañana nordesteavan algún tanto”. 21 El fenómeno era explicable en razón de la proximidad del meridiano magnético cero y el movimiento de la Estrella Polar que provoca variaciones en la brújula, era un fenómeno ya conocido, pero fue Colón el primero en apreciarlo directamente y en señalarlo. El domingo 16, la flota se internó en la Mar de los Sargazos que en el diario se describe como: “muchas Ibid., p. 50. Ibid., p. 50, 51, 52. 21 Ibid., p. 50. 19 20
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manadas de hierba muy verde que poco había que se despegaron de la tierra”, 22 por lo cual todos juzgaron que se encontraban cerca de una isla pero no de tierra firme, ya que según el Almirante “la tierra firme hago más adelante”. 23 El lunes 17, continúan registrándose observaciones que buscan anticipar el arribo a la tierra de promisión. El olor, el color del mar, las características del viento, las formas de las nubes, todo era motivo de especulaciones: El agua de la mar hayavan menos salada desde que salieron de Las Canarias, los aires siempre más suaves. Iban muy alegres todos, y los navíos, quienes mas podían andar andava por ver primero tierra. Vieron muchas toninas y los de la Niña mataron una. Dize aquí el Almirante -que aquellas ‘señales eran el Poniente, donde espero en aquel alto Dios, en cuyas manos están todas ‘las victorias, que muy presto nos dará tierra. 24
Resulta evidente que todas estas consideraciones sembraban expectativas que henchían de entusiasmo a la tripulación en el primer momento, pero que una vez insatisfechas acentuaban el desengaño y los sentimientos de apremio, que conforme transcurría el tiempo cobraban mayor dimensión. Idem. Idem. 24 Ibid., p. 51. 22 23
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Una justificación que Colón interpuso a los argumentos de encontrarse próximos a tierra firme consistió en señalar que, en efecto, la flota se situaba en la proximidad de un archipiélago, pero que era su voluntad no desviar el rumbo de la expedición, por su intención de alcanzar las Indias Orientales, como se constata en las anotaciones del 19 de septiembre: Vinieron unos llovizneros sin viento, lo que es señal de cierta tierra. No quiso detenerse barloventeando el Almirante para averiguar si avía tierra, más de que tuvo por cierto que a la banda del Norte y del Sur avía algunas islas, como en la verdad lo estaban y él iba por medio d’ ellas, porque su voluntad era de seguir adelante hasta las Indias, y el tiempo es bueno; porque plaziendo a Dios a la buelta todo se vería. 25
Desde el primer encuentro con los vientos alisios, la expedición había alcanzado una velocidad creciente. Inesperadamente, el 22 de septiembre aparecieron vientos contrarios que en el sentir del propio Colón fueron proclives a su interés de atenuar los quebrantos y maledicencia de la tripulación, que había difundido versiones fatalistas, como la de que era posible navegar por aquellas aguas en una ruta de ida, pero que resultaría imposible emprender en su momento el necesario retorno; así lo asentó el Almirante al 25
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Las Casas, Bartolomé de, op. cit., p. 52.
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destacar en el diario: “mucho me fue necessario este viento contrario, porque mi gente andavan muy estimulados que pensaban que no venteaban en estos mares vientos para bolver a España”. 26 Después de tres días de sortear los vientos procedentes del sudeste, amainaron las brisas, pero no así la intensidad del oleaje que fue tornándose cada vez más pronunciado. Este es un fenómeno común en un tramo del Atlántico, pero su desconocimiento suscitó nuevos temores y murmuraciones entre los marinos, excepto en Colón que advertía en aquellas olas largas un signo providencial, como lo registró en los asientos del 23 de septiembre al declarar: “así que muy necessario me fue la mar alta, que no pareció salvo el tiempo de los judíos cuando salieron de Egipto contra Moisés, que los sacava del captiverio”. 27 Una nueva expectación se produjo el 25 de septiembre, cuando Martín Alonso Pinzón dio voz de alerta ante la aparente evidencia de tierra firme, a lo que el Almirante “se echó a dar gracias a nuestro Señor de rodillas, y el Martín Alonso dezía: gloria in escelsis Deo con su gente”. 28 Colón dispuso de inmediato orientar el rumbo de la expedición hacia el punto donde se afirmó haber avistado tierra. Ibid., p. 53. Idem. 28 Ibid., p. 54. 26 27
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A la mañana siguiente el desánimo se generalizó al corroborar “que lo que se dezian que había sido tierra no lo era, sino cielo”. 29 El 1° de octubre surgió una disquisición entre el piloto de la nave almirante acerca de los cálculos de la distancia recorrida, ya que éste estimaba haber recorrido 578 leguas contra las 584 registradas por Colón; si bien el cálculo verdadero lo guardaba para sí mismo el Almirante, quien juzgaba que el recorrido había consumido 707 leguas hasta ese momento. Durante los primeros días de octubre se fueron intensificando los signos y evidencias de tierra próxima, tan pronto se observaban pardelas, grajos, ánades, alcatraces o aves blancas parecidas a gaviotas, que reafirmaban el convencimiento del inminente hallazgo. El 6 de octubre tal conjunto de manifestaciones llevó a pensar a muchos que se había sobrepasado ya el área insular de Cipango y avanzaban de frente al macizo continental de Asia, el propio Martín Alonso Pinzón fue de este parecer, a lo que Cristóbal Colón argumentaba en contrario “que si la erravan no pudieran tan presto tomar tierra, y que era mejor una vez ir a la tierra firme y después a las islas”. 30 El 7 de octubre, el Almirante dispuso enfilar la proa en dirección oeste-sudeste atendiendo a “una multitud de aves” que se desplazaban en esa dirección; hecho fortuito acerca del cual aún en nuestros 29 30
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Ibid., p. 55. Ibid., p. 58.
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días se especula, ya que de no haberse realizado ese ajuste en la orientación de las embarcaciones Colón habría arribado a las costas de la Florida, con las consecuentes derivaciones históricas, al extremo que “los actuales pobladores del norte de América serían herederos de la cultura hispana, en tanto muy probablemente centro y sudamérica hablarían y pensarían en portugués, inglés y francés”. 31 Los destinos de millones de seres humanos se modificaron en aquel día por un factor insignificante, casi pueril; pero, con frecuencia los caminos de la historia se modifican por la acción de circunstancias de esta naturaleza. Para este momento la expectación había crecido; en el interés de los marinos se encontraba presente la promesa de los Reyes Católicos de conceder como merced especial una pensión vitalicia de 10 000 maravedíes anuales al primer marino que alertara sobre la presencia de tierra firme. En la víspera del descubrimiento los signos eran palmarios, e inaplazable el ansiado encuentro con la orilla opuesta del gran océano. Junto a la Santa María se observaron flotando un junco, una caña, un bastón que parecía tallado por la mano humana, una rama verde como recién arrancada Caso, Antonio, Discursos a la Nación Mexicana, México, D. F.: Porrúa, 1933, p. 39. 31
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de un arbusto con una florecilla encima “similar a la rosa de castilla”. Después la noche disipó toda perspectiva del horizonte, no obstante lo cual el diario de navegación dejó asentado la impresión de que Colón vislumbró en la lejanía una luz, hecho que hizo corroborar al mayordomo Pedro Gutiérrez y al real inspector Rodrigo Sánchez; pero, como este último dudara de dicha percepción, se prefirió no declarar el acontecimiento a pesar de que el Almirante “tuvo por cierto estar junto a la tierra”. A las dos de la madrugada del viernes 12 de octubre, a bordo de La Pinta, un marino de nombre Rodrigo de Triana comunicó a voz abierta la venturosa proclama. Apenas se extinguió el último hálito de aquella exclamación, el estruendo de los cañones confirmaba la veracidad del encuentro. Habían surcado la oquedad del océano para arribar a los confines del mundo; por fin, los expedicionarios tenían ante sí el perfil definido de un continente distante e ignoto en el que colmarían sus ansias de fortuna, aventura y riqueza. Entre el asombro de unos y la incredulidad de otros, el rostro de Colón debió irradiar destellos de triunfo. No era para menos, su voluntad indoblegable se había impuesto a las fuerzas de la naturaleza, la incomprensión de sus contemporáneos, los prejuicios
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de la época, la adversidad y la intriga, y había vencido a contrapelo. La expectación concluía; una espera que se prolongaba desde los orígenes del mundo se disipaba en un instante, en un segundo glorioso que se elevaría como un reto demoledor a las generaciones venideras, al confirmar que no existen límites convencionales para el esfuerzo humano. La página gloriosa en los anales de la historia universal es digna de ser reproducida íntegramente, por lo que damos cuenta de los pormenores de esta jornada precursora, apegándonos a la descripción contenida en el multicitado memorial del célebre y controvertido viaje. Navegó al Güesudeste. Tuvieron mucha mar, más que en todo el viaje avían tenido. Vieron pardelas y junco verde junto a la nao. Vieron los de la carabela Pinta una caña y un palo, y tomaron otro palillo labrado a lo que parecía con hierro, y un pedazo de caña y otra yerva que nace en tierra y una tablilla: Los de la carabela Niña también vieron otras señales de tierra y un palillo cargado d’escaramojos. Con estas señales respiraron y alegráronse todos. Anduvieron en este día, hasta puesto el sol, 27 leguas. Después del sol puesto, navegó a su primer camino al Güeste. Andarían doze millas cada ora,
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y hasta dos oras después de media noche andarían 90 millas, que son 22 leguas y media. Y porque la caravela Pinta era más velera e iva delante del Almirante, halló tierra y hizo las señas qu’el Almirante avía mandado. Esta tierra vido primero un marinero que se dezía Rodrigo de Triana, puesto que el Almirante, a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vido lumbre; aunque fue cosa tan cerrada que no quiso afirmar que fuese tierra, pero llamó a Pedro Gutiérrez repostero d’estrados del Rey e dixole que parecía lumbre, que mirasse él, y así lo hizo, vídola. Dixolo también a Rodrigo Sánchez de Segovia, q el Rey y la Reina embiavan en el armada por veedor, el cual no vido nada porque no estava en lugar do la pudiese ver. Después q’ el Almirante lo dixo, se vido una vez una vez o dos, yera como una candelilla de cera que se alcava y levantava, lo cual a pocos pareciera ser indicio de tierra; pero el Almirante tuvo por cierto estar junto a la tierra. Por lo cual, cuando dixeron la Salve, que la acostumbran dezir e cantar a su manera todos los marineros y se hallan todos, rogó y amonestólos el Almirante que hiziesen buena guarda al castillo de proa, y mirasen bien por la tierra, y que al que le dixese primero que vía tierra le daría luego un jubón de seda, sin las otras mercedes que los Reyes avían prometido, que eran diez mil maravedís de juro a quien primero le viese. A las dos oras después de media
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noche pareció la tierra, de la cual estarían dos leguas. Amainaron todas las velas, y quedaron con el treo que es la vela grande, sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporizando hasta el día viernes que llegaron a una isleta de los lucayos, que se llamavan en lengua de indios Guanahaní. Luego vieron gente desnuda, y el Almirante salió a tierra en la barca armada y Martín Alonso Pincon y Viceinte Anes, su hermano, que era capitán de la Niña. Sacó el Almirante la vandera real y los capitanes con dos vanderas de la Cruz Verde, que llevava el Almirante en todos los navíos por seña, con una F y una 1, encima de cada letra su corona, una de un cabo de la + y otra de otro. Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas maneras. El Almirante llamó a los dos capitanes ya los demás que saltaron en tierra, y a Rodrigo d’ Escobedo escrivano de toda el armada, ya Rodrigo Sánches de Segovia, y dixo que le diesen por fe y testimonio cómo él por ante todos tomava, como de hecho tomó, posesión de la dicha isla ‘por el Rey e por la Reina sus señores, haziendo las protestaciones que se requerien, como más largo se contiene en los testimonios que allí se hizieron por, escripto. Luego se ayuntó allí mucha gente de la isla. Esto que se sigue son palabras formales del Almirante en su libro de su primera navegación y descubrimiento d’estas lndias. “Yo”, dize él, “porque nos tuviesen mucha amistad,
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porque cognoscí que era’ gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra sancta fe con amor que no por fuerza, le di a algunos d’ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían en el pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que ovieron mucho plazer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos adonde nos estávamos, nadando, y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras muchas, y nos las trocavan por otras cosas que nos les dávamos, como cuentezillas de vidrio y cascaveles. En fin, todo tomavan y daban de aquello que tenían de buena voluntas, más me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andaban todos desnudos como su madre los parió, y también las mugeres, aunque no vide más de una farto moza, y todos los que yo vi eras todos mancebos, que ninguno vide de edad de más de XXX años, muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras, los cabellos gruesos cuasi como sedas de cola de cavallos e cortos. Los cabellos traen por encima de las cejas salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan. D’ ellos se pintan de prieto, y d’ ellos son de la color de los canarios, ni negros ni blancos, y d’ ellos se pintan de blanco y d’ ellos de colorado y d ellos de lo que fallan; y d’ ellos se pintan las caras, y d’ ellos todo el cuerpo, y d’ ellos solos los ojos, y d’ ellos solo el nariz.
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Ellos no traen armas ni las cognoscen, porque tavan con ignorancia. No tienen algún fierro; sus azagayas son unas varas sin fierro y algunas d’ ellas tienen al cabo un diente de pece, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vide algunos que tenían señales de feridas en sus cuerpos, y les hize señas qué era aquello, y ellos me mostraron cómo allí venían gente de otras islas que estavan cerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí e creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por captivos. Ellos deven ser buenos servidores y de buen ingenio, que muy presto dizen todo lo que les dezía. Y creo que ligeramente se harían cristianos, que me pareció que ninguna secta tenía. Yo plaziendo a Nuestro Señor levaré de aquí al tiempo de mi partida seis de Vuestras Altezas para que deprendan fablar. Ninguna bestia de ninguna manera vide, salvo papagayos en esta isla. Todas son palabras del Almirante. 32
Esta es, de modo escueto, la descripción de los hechos acontecidos en la alborada de aquel 12 de octubre, como es posible apreciar el diario de navegación ubica en la descripción de este pasaje los dos factores fundamentales en los que se ha centrado la atención 32
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Las Casas, Bartolomé de, op. cit., p. 60, 62 y ss.
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de la copiosa historiografía del descubrimiento y cuyo significado ha despertado apasionados debates. Estos dos factores son, a saber: el hallazgo de tierra firme después de 33 días de travesía desde la última escala realizada por la flota en la isla de La Gomera y el primer contacto con pueblos y gente asentada en un hemisferio hasta entonces ignorado. Cabría destacar que en la descripción de los hechos registrados en relación con las jornadas del 11 y 12 de octubre, Bartolomé de las Casas tuvo buen cuidado de insistir en que las descripciones reproducidas en el diario eran fieles a los registros dictados por Cristóbal Colón y así quedó de manifiesto al considerarse que: “esto que se sigue son palabras formales del Almirante en su libro de su primera navegación y descubrimiento de estas Indias” y ratifica más adelante “todas son palabras del Almirante”. 33
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Ibid., p. 63.
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Segunda etapa: la exploración insular
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l hecho popularmente aceptado estriba en considerar que la hazaña trasatlántica de 1492 tuvo su perihelio en aquel memorable 12 de octubre; lo cierto es que esa fecha únicamente señala la conclusión de la primera fase de la gran empresa marítima. No es difícil inferir que el recorrido de exploración insular de la flota castellana y el viaje de retorno a su punto de origen, con todo y ser menos seductor para el observador histórico, representó una condición necesaria para conferir trascendencia al acontecimiento que nos ocupa. Si la expedición hubiese sucumbido a los frecuentes peligros y obstáculos que se interpusieron en su ruta de
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exploración y regreso, poco o nulo significado hubiese tenido para la historia universal; si acaso se daría cuenta de ella en algún oscuro registro, como uno de tantos viajes sin retorno por demás frecuentes en aquella época que no hacían sino acrecer las consideraciones populares acerca de los insondables misterios de la mar océana. 34 Apreciar en su plenitud la grandeza del hecho histórico que nos ocupa, reclama en consecuencia visualizar el primer viaje de Cristóbal Colón al distante y distinto continente, como una travesía precursora, en su ruta de ida y de retorno. Bastaría recapitular de manera sucinta los momentos cruciales del accidentado viaje de exploración y retorno para corroborar que se confrontaron severos reveses que representaron, entre otros infortunios, la pérdida de la nao Santa María y, en más de una ocasión, el riesgo de que la embarcación almirante y la carabela La Pinta se encontraran en punto de zozobrar. Sobre el particular es oportuno recordar que en el primer viaje, de los cuatro efectuados por Cristóbal Boorstin, Daniel J., op. cit., p. 233. “Como ya hemos visto, el de Colón no era el primer viaje emprendido desde la península ibérica para intentar la vía del Atlántico occidental. Dulmo y Estreito, que habían partido en el año de 1487 para encontrar la legendaría isla de la Antilla, cometieron el error de zarpar directamente hacia el oeste desde las Azores en unas latitudes elevadas, y nunca se había sabido nada más de ellos. Los navegantes portugueses no habían logrado entenderse con los vientos”.
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Colón al nuevo continente, el área explorada, desde San Salvador hasta La Española, constituye uno de los archipiélagos con mayores riesgos y peligros para la navegación; incluso en nuestros días, en que se tiene un amplio conocimiento del área y una tecnología naval muy superior a los rudimentarios instrumentos y a la fragilidad de la embarcaciones de las que dispuso el Almirante y su intrépida tripulación. Bajíos rocosos, escollos, bancos de arena, son característicos en el dédalo insular de las Bahamas, a ellos se agregaron condiciones especialmente adversas para la navegación, lluvias pertinaces, mares violentas y encrespadas, sorpresivas tormentas y vientos adversos. No obstante estos obstáculos, la obstinada voluntad de Cristóbal Colón y su febril empeño por arribar a las márgenes de Cipango y Catay lo empujaron a avanzar en su recorrido, a cuyo paso se iban sucediendo los hallazgos de islas e isletas que fueron cuidadosamente ubicadas en la carta de navegación, exploradas y bautizadas con sus nuevos patronímicos hispanos, que lo mismo evocaban la supremacía de los Reyes Católicos sobre los nuevos dominios, que la protección de los santos patronos conmemorados en la fecha de su descubrimiento o la geomorfología de los sitios caracterizados. San Salvador, Santa María de la Concepción, Isabela, Fernandina, La Virgen, Tortuga, Santa Catalina, Islas de Arena, Cabo Hermoso, Laguna Verde, Las
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Palmas, Elefante, Campana, Cinquín, Mar de Nuestra Señora, Puerto Príncipe, Punta Piena y Lazada, Las Flechas, Navidad; entre muchos otros, integraron aquel catálogo en el que se anteponía la voz hispana a los nombres aborígenes como Guanahaní, Colba, Bofio, Baneque y que los descubridores se empeñaban obstinadamente en relacionar con legendarios sitios y ciudades del Oriente como Saomete, Quisay y Cipango. Por otra parte, en el memorial de la incursión naval, ya se advierte el énfasis a ciertos conceptos que definirían el enfoque occidental con el que sería valorada la dimensión física y humana del Nuevo Mundo; la visión con la que Europa conocería y percibiría el horizonte continental que se abriría progresivamente a sus ansias de fortuna, aventura y evangelización. Los conceptos referidos corresponden centralmente a tres cuestiones reiteradamente apuntadas en el diario de navegación, a saber: Primera, la convicción de haber franqueado “el abismo atlántico” para tocar las márgenes del Asia; segunda, la exuberancia y riqueza natural de las tierras descubiertas; y tercera, la noble bondad y sumisión de sus naturales. La alusión a estas tres cuestiones se encuentra relacionada cotidianamente en el multicitado diario, durante la fase de exploración efectuada por la flota entre los meses de octubre de 1492 y enero de 1493. La cita de algunos
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fragmentos, nos permite poner de manifiesto lo hasta aquí argumentado: […] Son estas islas muy verdes y fértiles y de aires muy dulces, y puede haber muchas cosas que yo no sé, porque no me quiero detener por calar y andar muchas islas para fallar oro […] […] Aquí nace el oro que traen colgado a la naríz, más por no perder tiempo, quiero ir a ver si puedo topar a la isla de Cipango[…] […] Esta gente es muy simple en armas, como verán Vuestras Altezas, de siete que hize tomar para le llevar y depender nuestra habla. [...] Esta isla es grandísima y tengo determinado de la rodear, porque según puedo entender, en ella o cerca de ella hay mina de oro. […] De esta gente no le conozco secta ninguna y creo que muy presto se tornarían cristianos, y porque ellos son de muy buen entender. […] Y así no surgí de aquella angla, y aun porque vide este cabo de ella tan verde y tan fermoso, así como todas las otras cosas y tierras de estas islas que yo no sé a donde me vaya primero, ni se me cansan los ojos de ver tan fermosas verduras y tan diversas de las nuestras, y aun creo que a en ellas muchas hierbas y muchos árboles que valen mucho en España para tinturas y para medicinas en especería, más yo no las cognozco, de que llevo gran pena.
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[…] por ende, si el tiempo me da lugar, luego me partiré a rodear esta Isla fasta que yo aya lengua con este rey y ver si puedo aver del oro que oyo que trae, y despues partir para otra isla grande mucho, que creo que debe ser Cipango, segun las señas que me dan estos indios que yo traigo, a la cual ellos llaman Colba […] 35 Nunca tan fermosa cosa vido, lleno de árboles, todo cercado el río fermosos y verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto cada uno de su manera; aves muchos y paxaritos que cantaban muy dulcemente; avía gran cantidad de palmos de otra manera que las de Guinea y de las nuestras y los pies sin aquella camisa y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas; la tierra muy llana […] […] Dize que hayó árboles y frutas de muy maravilloso sabor, y dize que deve aver vacas en ella y otros ganados, porque vido cabezas de gúessos que le parecían de vaca, aves y paxaritos y el cantar de los grillos en toda la noche con que se holgaban todos […] […] Dize que todo era tan fermoso lo que vía, que no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza […] […] Tengo por dicho, Sereníssimos Príncipes, que sabiendo la lengua dispuesta suya personas devotas religiosas, que luego todos se tornarían cristianos […] […] Así que deben Vuestras Altezas determinarse a los hazer cristianos, que creo que si comienzan, en poco 35
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Se refiere a la isla de Cuba.
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tiempo acabarán de los aver convertido a nuestra sancta fe multidumbre de pueblos, y cobrando grandes señoríos y riquezas, y todos sus pueblos de la España. […] Porque sin duda es en estas tierras grandíssima suma de oro, que no sin causa dizen estos indios que yo traigo que ha estas islas adonde cavan el oro y lo traen al pescuezo, a las orejas y a los brazos e a las piernas, y son manillas muy gruessas, y también ha piedras y ha perlas preciosas y infinita especería […] […] Crean Vuestras Altezas que en el Mundo todo no puede aver mejor gente ni más mansa; deben tomar Vuestras Altezas grande alegría porque luego los harán cristianos y los avrán enseñado en buenas costumbres de sus reinos, que más mejor gente ni tierra puede ser, y la gente y la tierra en tanta cantidad que yo no sé ya como escriba […] También diz que supo que detrás de las isla Ioana, de la parte del Sur, ay otra isla grande, en que ay mayor cantidad de oro que en esta, en tanto grado que cogian los pedazos mayores que havas, y en la isla Española se cogian los pedazos de oro de las minas como granos de trigos. 36
Los pasajes invocados confirman que aun antes de emprender el retorno la visión de los descubridores intencional o involuntariamente quedaba definida y con ello la concepción con la que el viejo continente iría progresivamente 36
Las Casas, Bartolomé de, op. cit., pp. 65, 68, 71 y ss.
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construyendo la imagen idealizada de los hombres, hechos y lugares revelados. Esta comprensión contenida en los primeros relatos del descubrimiento sembraría la semilla de las posteriores ansias de conquista, dominación, evangelización y aventura; avivaría el anhelo de conocimiento, la mística de servicio, pero también la fiebre de empresa y enriquecimiento. Sin intención de justificar los errores de enfoque referidos, consideramos que tal índole de apreciaciones resultaba ampliamente comprensible, ya que respondían precisamente al interés de dar por sentado el cumplimiento de los compromisos adquiridos en los capitulares de Santa Fe: abrir una nueva ruta de navegación hacia el Oriente para favorecer el tráfico comercial y ampliar los dominios geográficos y humanos en beneficio del Imperio español. Ese era el mandato de Colón, ese el objetivo de la empresa y no podría menos que suponerse que una vez surcado el derrotero virgen del gran océano, las perspectivas en las que se había apoyado el proyecto, debían cumplirse por igual. A los ojos de los descubridores, aquella primera aproximación sólo podría significar un conjunto de evidencias para comprobar íntegramente las hipótesis de Cristóbal Colón, nadie estaba en condición de discriminar los aciertos y errores, ni mucho menos la explicación cabal de los acontecimientos vividos con tanta intensidad.
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Como se ha destacado anteriormente, el viaje de retorno constituyó también una resultante fundamental que no debe soslayarse, por cuanto permitió determinar una ruta que cerraba el circuito de intercomunicación marítima entre las dos márgenes continentales. Es evidente que la exploración insular no había reportado los beneficios esperados de ella; en todo caso, podía considerarse como un conjunto de indicios que dejaban en pie muchas dudas por desvanecer. El propósito económico-comercial de la travesía no había podido consumarse: ni oro, ni especias, ni piedras preciosas, ni exóticas mercaderías componían el producto final de aquella larga y azarosa travesía. Media docena de indígenas semidesnudos, un exiguo caudal de piezas labradas en metales preciosos, una corte de papagayos, y una bien dispuesta selección de frutos, plantas tropicales y resinas integraban el frugal tributo que se entregaría a los monarcas; el ansiado encuentro con el Gran Kan tendría que esperar para mejor oportunidad y subsecuente gloria de España y de su gran Almirante de la Mar Océana. Pero finalmente qué significado tenía aquello frente a la estremecedora noticia de la que era portavoz el Almirante, ya era posible “un camino desde occidente hacia las Indias Orientales”, otros viajes permitirían avanzar y culminar los propósitos prefijados, por ahora se imponía poner en conocimiento de sus Católicas Majestades la
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esperanza fundada de restaurar la frágil economía española y compensarle del floreciente tráfico comercial de Portugal, a través de la ruta establecida con el Oriente, bordeando las costas africanas. No tenía objeto posponer la decisión del tornaviaje, principalmente teniendo presentes diversos factores que se habían conjurado para dificultar la permanencia en tierras tan hostiles como distantes. Era ostensible el deterioro de las embarcaciones, se habían agotado los ánimos y la energía de la tripulación, crecían las suspicacias entre el Almirante y Martín Alonso Pinzón y las circunstancias habían forzado a establecer la primera colonia española con 39 miembros de la tripulación. En efecto, siguiendo una de tantas falsas noticias proporcionadas por los nativos, acerca de la ubicación de la ansiada tierra del oro y las especias, Cristóbal Colón ordenó dirigir la exploración al norte del extremo oriental de Cuba. En un punto de la incursión, La Pinta capitaneada por Martín Alonso Pinzón, se separó de la flota, de la cual perdió contacto por espacio de dos meses. Los infructuosos empeños por alcanzar el destino idealizado por Colón llevaron de tumbo en tumbo a las carabelas Santa María y La Niña, con La Pinta, todavía perdida en los mares, bordeando las costas del actual Haití, hasta la tragedia ocurrida en la media noche del 24 de
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diciembre. La Santa María encalló en una plataforma rocosa, situada en la Bahía del Caracol, en el extremo noreste de La Española. Ante el irremisible hundimiento de la embarcación se dispuso el salvamento de los restos del naufragio y con ellos se estableció la primera sede de una colonia europea en el nuevo continente. Como es ampliamente conocido en memoria del trágico acontecimiento, Colón denominó aquella bahía y al fuerte erigido en aquel sitio con el nombre de Navidad. El sorpresivo desastre sólo pudo ser restañado por el reencuentro de la carabela extraviada, el 6 de enero, en un punto próximo a la desembocadura del Río de Gracias, en el área denominada por Colón como Montecristo. Apremiados, porque tanto La Pinta como La Niña empezaban a hacer agua, se fondearon las embarcaciones en el llamado Cabo de Samana para restaurar las quillas y calafatearlas, ahí se produjo el inesperado encuentro con los primeros naturales que demostraron beligerancia contra los exploradores, en una confrontación sin mayores consecuencias, que no obstante marcó un indicio de duda acerca de la ductilidad y servidumbre que tanto había ponderado Colón como característica común de los naturales. Este suceso motivó que Colón resolviera nombrar a la bahía con el apelativo de Las Flechas y ahí también decidió iniciar su avanzada de retorno al continente europeo.
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Tercera etapa: el tornaviaje
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ristóbal Colón sabía que los vientos alisios que habían favorecido notablemente el impulso de las embarcaciones en su ruta de ida serían sus principales adversarios al intentar seguir la misma estela de navegación en el ansiado retorno. No bastaba con haber logrado identificar una ruta de arribo, era menester descubrir a tientas, con los únicos medios de la intuición y el conocimiento empírico del navegante, un derrotero favorable para asegurar el regreso. En esa búsqueda Colón navegó al norte intentando esquivar la franja de los vientos alisios. Zigzagueando para lograr contrarrestar sus efectos y alcan-
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zar latitudes más altas, se enfiló hacia levante, con orientación este-noreste. En la latitud de las Bermudas logró finalmente identificar la ruta idónea con vientos occidentales que empujaron a popa las carabelas, hacia su objetivo en la península ibérica. Sin contratiempos en su primera etapa, la travesía avanzó considerablemente. Para el 6 de febrero –con un cálculo asombroso– Colón estimó encontrarse a 75 millas al sur de las Azores, lo cual constituía una gran aproximación a la realidad. Lo propio ocurrió cuando el Almirante, apoyándose en la observación directa de la Estrella Polar, estimó que el astro del norte aparecía tan alto como en el cabo de San Vicente, consideración que “erraba apenas en un grado en las estimaciones correctas”. Por efecto del choque de las masas de aire frío del Ártico y el aire cálido del Trópico, las condiciones del mar se transformaron violentamente, originándose una tempestad que durante tres días y tres noches, del 12 al 15 de febrero, puso en franco peligro a las dos embarcaciones. El ímpetu inaudito de los vientos y oleadas provocó que las naves se separaran y perdieran contacto en la inmensidad del océano. Una vez más acudimos a la cita textual del diario de navegación, para dejar fiel constancia de uno de los momentos cruciales de la célebre travesía.
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Martes, 12 de Hebrero. Navegó al Leste seies millas por ora esta noche, y andaría hasta el día 73 millas, que son 18 leguas y un cuarto. Aquí comenzó a tener grande mar y tormenta; y si no fuera la carabela diz que muy buena y bien aderezada, temiera perderse. El día correría onze o doze leguas, con mucho trabajo y peligro […] 37 Miercoles, 13 de Hebrero. Después del sol puesto hasta el día, tuvo gran trabajo del viento y de la mar muy alta y tormenta; relampagueó hazia el Nornordeste tres vezes; dixo ser señal de gran tempestad que avía de venir de aquella parte o de su contrario. Anduvo a árbol seco lo más de la noche, después dio una poca de vela y andaría 52 (y dos) millas, que son treze leguas. En este día blandeó un poco el viento, pero luego creció y la mar se hizo terrible, y cruzavan las olas que atormentaban los navios. Andaría 55 millas, que son treze leguas y medias. 38 Jueves, 14 de Hebrero. Esta noche creció el viento y las olas eran espantables, contraria una de otra, que cruzavan y embaracaban el 37 38
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Ibid., p. 185. Ibid., p. 186.
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navío que no podía pasar delante ni salir de entre medias d’llas y quebravan en él; llevava el papahígo muy baxo, para que solamente lo sacase algo de las ondas; andaría así tres oras y correría 20 millas. Crecía mucho la mar y el viento, y viendo el peligro grande, comenzó a correr a popa donde el viento le llevase, porque no avía otro remedio. Entonces comensó a correr también la carabela Pinta en que iva Martín Alonso, y desapareció […] Escrive aquí el Almirante las causas que le ponían temor de que allí Nuestro Señor no quisiese que pereciese y otras que le davan esperanza de que Dios lo avía de llevar a salvamento para que tales nuevas como llevava a los Reyes no pareciesen […] […] Después, con los aguaceros y turbionadas, se mudó el viento al Güeste y andaría así a popa sólo con el trinquete cinco oras con la mar muy desconcertada, y andaría dos leguas y media al Nordeste. Avía quitado el papahígo de la vela mayor, por miedo de alguna onda de la mar no se lo llevase del todo. 39 Viernes, 15 de Hebrero. Ayer, después del sol puesto, comenzó a mostrarse el cielo de la vanda del Güeste, y mostraba que quería de hazia allí ventar; dio la boneta a la vela mayor; todavía la mar era altíssima, aunque iva algo baxándose. Anduvo 39
Ibid., pp. 186 y ss.
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al Lersnordeste quatro millas por ora, y en treze oras de noche fueron treza leguas. Después del sol salido, vieron tierra; parecíales por proa al Lesnordeste; algunos dezían que era la isla de la Madera, otros que era la roca de Sintra en Portugal, junto a Lisboa […] 40
A pesar de los considerables esfuerzos por dirigir la embarcación a tierra de abrigo, el 16 de febrero fue imposible cumplir con este propósito, por el “mucho viento y mar” y la “cerrazón” del horizonte que impedía percibir con claridad el rumbo exacto que convenía emprender. Esa noche el Almirante pudo conciliar el sueño, porque desde el miércoles no había dormido y “quedaba muy dolorido de las piernas por el mucho frío, el agua y el poco comer”. 41 El lunes 18 fue posible anclar en las proximidades de la isla de Santa María de los Azores, cuyos pobladores recibieron las primicias de la gran hazaña, y se maravillaron, al punto de que “Dieron muchas gracias a Dios, e hicieron muchas alegrías por las nuevas que sabían de haber el Almirante descubierto las Indias”. 42 Al alba del día 19, día de carnestolendas, hasta el punto donde se encontraba fondeada la embarcación llegó una embajada del capitán de la isla, Joao de Castanheira, con Ibid., p. 189. Ibid., p. 190. 42 Ibid., p. 191. 40 41
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el envío de víveres, noticias de amplias garantías y oferta de apoyo. Confiado en estas expresiones y en las buenas relaciones que tenía Portugal con Castilla, Colón se dispuso a cumplir el voto comprometido en el momento más angustioso de la tormenta, para acudir “en la primera tierra donde oviese casa de Nuestra Señora” a rendirle oración de gracia, por lo que acordó enviar a la mitad de la tripulación a dar satisfacción a este propósito. Es posible que el capitán de la isla le confiriera poca credibilidad a una versión tan inverosímil como la que recibió de sus emisarios, era más cuerdo suponer que en realidad que aquella era una incursión pirata a las costas africanas que sorprendida por el tiempo se vio forzada a guarecerse en la pequeña isla. Cualquiera que haya sido la razón, ocurrió que el capitán Castanheira, lejos de prodigar la protección y honores ofrecidos, resolvió aprehender a los miembros de la tripulación en tierra y encabezar una guarnición para hacer lo propio con los que permanecían aún a bordo de la embarcación A una distancia prudente de la carabela, Castanheira y Colón sostuvieron una acalorada discusión. El Almirante exigía una explicación de por qué se detenía a su gente sin causa justificada, invocaba los poderes otorgados por los reyes de Castilla y sus títulos de almirante de la Mar Océana y virrey de Las Indias, a todo lo cual “respondió
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el Capitán y los demás no conocer aca Rey e Reina de Castilla, ni sus cortes, ni le avían miedo, antes les daría a saber qué era Portugal, cuasi amenazadando”. 43 No era desde luego el recibimiento que Colón había imaginado para lustre de su gran empresa, pero las cosas no estaban para contemplaciones, por lo que ante el temor de que se suscitara un franco enfrentamiento resolvió huir mar adentro con la intención de encontrar un puerto de resguardo en la isla de San Miguel, pero las condiciones inclementes del temporal se lo impidieron, por lo que muy a su pesar tuvo necesidad después de “grande peligro y trabajo” de retornar a la isla Santa María. El viernes 22 un nuevo grupo de emisarios, formado por cinco marineros, un clérigo y un escribano acudieron a la carabela solicitando del Almirante ser recibidos a bordo, a lo que Colón accedió. El objetivo de la misión era constatar la validez de los poderes esgrimidos por Cristóbal Colón para cumplir con la encomienda del viaje. Los testimonios, cartas y provisiones exhibidas no dejaron ya lugar a dudas, por lo que tan pronto desembarcaron en la isla los enviados del capitán Castanheira, se dispuso la inmediata libertad de la tripulación. El 24 de febrero, “visto que era buen tiempo para ir a Castilla”, Colón dispuso reemprender el trayecto con rumbo al cabo de San Vicente, que se imponía como la ruta obligada al puerto de Palos. 43
Ibid., p. 192.
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La carabela avanzó sin contratiempo 111 millas durante esa jornada y 65 millas en la subsiguiente. El martes 26 amainó la fuerza del viento y se sucedieron aguaceros como presagio inequívoco de tormenta. El miércoles 27, cuando la embarcación se encontraba situada a 125 leguas del cabo de San Vicente, los vientos contrarios y las grandes olas alteraron su curso amenazando una vez más el designio de la expedición. Al despuntar el alba del domingo 3 de marzo una turbonada embistió a la endeble carabela desgajando su velamen, cuando tenía ante sí los litorales de Portugal, a la aventura del puerto de Lisboa. La violenta borrasca cobró magnitud al anochecer, La Niña se debatió en el vórtice del ciclón Atlántico, empujada sin control hacia la embocadura del Tajo. Pareciera que las fuerzas de la naturaleza se obstinaran en infligir a los descubridores penalidades y obstáculos, para colmar de grandeza la excepcional aventura, situándola en la perspectiva de las epopeyas y narraciones legendarias. Los acontecimientos trasponían ya los límites de lo inverosímil, la historia cobraba tintes de ficción, y el cúmulo de las vivencias de aquel viaje singular era apenas creíble para sus propios protagonistas. Los avatares y peligros acaecidos el 4 de marzo motivaron el fondeo de la averiada carabela en el puerto de Rastelo, que dista cuatro millas de Lisboa, tras
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un combate sobrehumano contra la terrible tormenta “que se pensaron perder de los mares de dos partes que venían y los vientos, que parecía que levantaron la carabela en los aires y agua del cielo y relámpagos de muchas partes”. 44 Al amanecer, la embarcación logró adentrarse en el estuario del Tajo, esquivando con gran dificultad las escolleras, bajo la pertinaz borrasca. La embarcación ancló finalmente en el puerto de Rastelo, próximo a la Villa de Cascaes, una población de navegantes y pescadores asentada al pie del peñasco de Cintra. La maltrecha tripulación arribó extenuada, ante el asombro de los pobladores que acudían maravillados a constatar la buena fortuna de aquellos hombres de mar que habían logrado vencer a lo que calificaron de el peor invierno en los últimos lustros, ya que tan sólo en Flandes habían perecido 25 naos. La situación de Colón no podía ser más comprometida, un hecho fortuito lo ubicaba nuevamente en dominios del rey Juan, a quien no quedaba más alternativa que ponerlo en conocimiento de los hechos, ya que la embarcación requería reparaciones mayores, exigiéndose por consiguiente el beneficio de un astillero. El mismo día de su arribo el Almirante despachó una misiva al rey de Portugal, explicándole el objeto y cumplimiento de su misión, así como las dificultades 44
Ibid., p. 188.
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que atravesaba la expedición y solicitando autorización para remontar el río hasta Lisboa. Aguardando respuesta del monarca, el 5 de marzo ocurrió el encuentro memorable entre quienes merecerían a juicio de la posteridad el calificativo de los más encumbrados navegantes de su tiempo. Desde una nave de artillería de bandera portuguesa anclada junto a La Niña, se desplazó una barcaza con objeto de inspeccionar a la carabela; a bordo navegaba el segundo comandante del navío portugués, Bartolomé Díaz, quien cinco años atrás había consumado la proeza de doblar el cabo de Buena Esperanza. La conversación sostenida por los dos gloriosos marinos se constriñó a fórmulas lacónicas y terminantes. Bartolomé Díaz exigía a Colón que “se embarcase en el batel para ir a dar cuenta a los hazedores del rey e al capitán de la dicha nao portuguesa”, a lo que naturalmente respondió Colón con ampulosas expresiones relativas a su rango de “Almirante de los Reyes de Castilla y de Virrey de las Indias”. 45 Entonces Bartolomé Díaz pidió examinar los documentos que lo acreditaban y Colón los exhibió sin tardanza. 45
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Ibid., pp. 198-199.
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Tan pronto tuvo conocimiento de la inspección realizada por Díaz, el capitán del buque de guerra, de nombre Álvaro Damán, con “atabales, trompetas y añafiles, haciendo gran fiesta vino a la carabela, habló con el Almirante y le ofreció hacer todo lo que él mandase”. 46 Los portugueses eran en su época una potencia naval y sabían reconocer el mérito extraordinario de la empresa cumplida por Colón; de las inmediaciones acudía gente de toda ralea a rendir homenaje a los descubridores, sin faltar desde luego el propio rey de Portugal quien se apresuró a enviar a Colón a un despacho invitándolo a acudir a la corte y disponiendo que todo lo que a él fuera necesario, a su gente y a la carabela se le otorgase sin dilación. A causa de una epidemia de peste el rey Juan se encontraba alojado en el convento de Santa María de las Virtudes, en el Valle del Paraíso, distante nueve leguas de la capital del reino, y hasta allá se trasladó el Almirante de la Mar Océana, escoltado conforme a su dignidad. Colón fue objeto de una recepción esplendorosa, que distaba mucho de la ingrata displicencia que años atrás le había manifestado aquella corte, a la que infructuosamente pretendió persuadir de su ambicioso proyecto. 46
Ibid., p. 199.
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El rey lo acogió con mucha honra “y le hizo mucho favor y mandó sentar y habló bien, ofreciéndole que le mandaría todo lo que los Reyes de Castilla y a su servicio cumpliese”, 47 mostró gran satisfacción por el buen término del viaje y por haberse resuelto a realizarlo y en un punto de la conversación sugirió que las capitulaciones existentes entre los reyes de Castilla y él le atribuían derechos sobre el descubrimiento y conquista realizados, aludiendo al Tratado de Alcazobes, suscrito en 1479. Colón se limitó a declarar que desconocía las capitulaciones invocadas y que en el cumplimiento de su encargo había tenido el cuidado de evitar toda ruta de navegación hacia Guinea, tal como lo habían mandado los Reyes Católicos en todos los puertos de Andalucía. Antes de retomar la carabela, Colón realizó una visita de cortesía a la reina de Portugal, en el monasterio de San Antonio de Villafranca y pernoctó en Allandra. Al anochecer del 12 de marzo, Cristóbal Colón de retorno en Lisboa encontró a La Niña reluciente y debidamente avituallada. Levó anclas al amanecer del 13 de marzo, “a las ocho horas con la marea dirigente
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Ibid., pp. 200, 201.
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y el viento nornoreste dio la vela para ir a Sevilla”. 48 Al día siguiente, manteniéndolo en ruta sur, la embarcación se desplazó a la altura del cabo San Vicente y el viernes 15 de marzo al filo del mediodía entró por la Barra de Saltes, para atracar en el puerto de Palos del que había partido ocho meses atrás. El marino genovés frisaba los 42 años de edad y aquel retorno representaba la culminación de su portentosa empresa y, a no dudarlo, el inicio de su fama, de su gloria, pero también de su designio cercado por la ingratitud y la incomprensión. El diario de navegación concluye con la relación de los acontecimientos acaecidos el 15 de marzo: Viernes, 15 de Marzo […] Ayer después del sol puesto, navegó a su camino hasta el día con poco viento, y al salir del sol se ahlló sobre Saltés, y a ora de mediodía, con la marea de montante, entró por la barra de Saltés hasta dentro del puerto de donde avía partido a tres de Agosto del año passado. Y así dize él que acababa agora esta escriptura, salvo qu’estava de propósito de ir a Barcelona por la mar, en la cual ciudad le davan nuevas que Sus Altezas estavan, y esto para les hazer relación de todo su viaje que Nuestro Señor le avía dexado hazer 48
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Ibid., p. 203.
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y le quiso alumbrar en él. Porque ciertamente, allende qu’él sabía y tenía firme y fuerte sin escrúpulos que Su Alta Magestad haze todas las cosas buenas y que todo es bueno salvo el pecado y que no se puede abalar ni pensar cosa que no sea de su consentimiento, <<esto d’este viaje cognosco>>, dize el Almirante, <<que milagrosamente lo a mostrado [s], así como se puede comprehender por esta escriptura, por muchos milagros señados que a mostrado en el viaje, y de mí, que a tanto tiempo questoy en la Corte de vuestras Altezas con oppósito y contra sentencia de tantas personas principales de vuestra casa, los cuales eran contra mí, poniendo este hecho que era burla, el cual espero en Nuestro Señor que será la mayor honra de la Cristiandad que así ligeramente aya jamás aparecido>>. Estas son finales palabras del Almirante don Cristóbal Colón, de su primer viaje a las Indias y al descubrimiento d’ellas. Deo Gracias. 49
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Ibid., pp. 203, 204.
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Trascendencia e interpretaci贸n del descubrimiento de la ruta de navegaci贸n
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cinco siglos de distancia, es teóricamente posible vislumbrar con más sereno juicio los hechos y factores reseñados; no obstante, el cúmulo de apreciaciones ordenadas a este fin siembran aún dudas y discrepancias. Divergentes en sus orientaciones y definiciones, las multiplicadas hipótesis nos permiten confirmar que el arribo al Nuevo Mundo constituyó una empresa de tal magnitud que no puede ser encasillada en la limitante de una fecha ritual, la que si bien cumple un cometido simbólico y fija la referencia cronológica de uno de los grandes sucesos históricos, supone derivaciones tan profundas y complejas que deben ser apreciadas en función de diversas instancias de interpretación. Es incuestionable que, ante todo y por sobre todo, se manifiesta como la hazaña de un elevado destino humano, proeza que se consumó en un instante preciso, eternizado más tarde por la historia y resguardado con venerable aprecio por las generaciones subsecuentes.
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A la par hemos de advertir en dicho acontecer la expresión de una empresa colectiva proyectada a través del tiempo, a la manera de las gestas antiguas que carecen de un autor preciso. Dotado de un efecto de tracto sucesivo, el acontecimiento tomó carta de naturalización a partir del momento en que se establece de modo definitivo y continuo una ruta de tránsito intracontinental, modificando el rumbo e intensidad de la historia, al crearse las condiciones indispen sables para establecer un proceso de integración geográfica, antropológica y cultural, que atribuiría unidad plena a nuestra conciencia cósmica. Se discurre en nuestros días, si el hecho meritorio que ha de reconocerse a Cristóbal Colón es propiamente el del descubrimiento de América; se reflexiona asimismo acerca de si la obra humana del gran Almirante produjo el encuentro de dos mundos o, en su caso, el choque de dos expresiones diversas de la cultura; se propone que lo de América no fue un hallazgo, sino una sublime invención e incluso se afirma que fue un acto consciente de dominación. En el fondo de estas interpretaciones hemos de precavernos de que no ha menester disminuir o soslayar el justo reconocimiento que ha de atribuirse al ímpetu del prominente personaje genovés, para explicar sus móviles, derivaciones e inclusive sus desaciertos y errores. Es un hecho que el mundo ya no pudo ser el mismo después de aquel 12 de octubre, y por ello toda interpretación
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deberá conducirnos a establecer en todo caso, cual si no lo fue el del descubrimiento, el valor atribuible a la empresa precursora de Cristóbal Colón. La carencia de información acerca de la vida del gran navegante ha incidido para acentuar la polémica. Ante la dificultad de delinear su litoral humano, crecen los mitos y en su contra se tejen aventuradas investigaciones históricas. Los estudios formulados por el maestro Alfonso Sierra Partida ponen de manifiesto el compendio de tesis e interpretaciones producidas sobre el particular: Con todo el haberse generalizado la idea de su origen genovés, se han producido opiniones divergentes como las de Lorenzo Galindez de Carbajal, que ubica la cuna del Almirante en la Isla de Córcega. Pedro Mártir de Anglería contribuyó también a difundir la idea de su nacionalidad española, fundado en el desconocimiento pleno que Colón tenía del idioma italiano y del dialecto genovés, en cambio poseía amplio dominio de la lengua española, en cuyo uso con frecuencia imprimía giros de claro acento catalán. El británico Charles Molow, afirma que Colón nació en Inglaterra, pero residió en Génova. El historiador escandinavo Thorwald Brynidsen lo suponía de origen griego, sucediéndose a ésta la cadena de patrias y un número sorprendente de eslabones que unen desde las creencias literarias, hasta las pruebas desconcertantes de su origen.
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Islandia, Polonia, Rusia y aun Vasconia han participado en la disputa acerca de la real cuna de su nacimiento e incluso en la propia Italia, se repartieron tal gloria Ciudades de Nervi, Arbizoli, Cogoleto, Piacenza, Savona y la reconocida Génova. 50
Un manto de compacta niebla se despliega para obstruir una visión clara de la vida y personalidad del prominente personaje; desconocemos incluso su efigie, y se generan conjeturas que trágicamente nos impiden seguir la estela de sus verdaderas convicciones y propósitos, incluso, los que sustentaron la magnífica empresa a la que consagró sus mayores afanes. Desde otro ángulo, ya no el de su identidad, sino el de su obra histórica, se invocan abundantes evidencias para comprobar que antes de Cristóbal Colón flotas pertenecientes a antiguas culturas habían tocado ya las márgenes del continente. 51 Sierra Partida, Alfonso, “Cristóbal Colón: Enigma y Tragedia”, conferencia dictada en la Casa de la Cultura de Mixcoac, en febrero de 1977. 51 Chávez Hayhoe, Salvador, op. cit., pp. 134,135. “América era para los europeos de aquellos tiempos la legendaria tierra de que hablaban los poetas griegos, y así recordaban que Platón en los diálogos de Timeo y Cricia decía que en remotos tiempos hubo en el mar Atlántico grandes y pobladas tierras y una isla llamada Atlántida, que desapareció tragada por las aguas a consecuencia de tremendos terremotos. Aristóteles hablaba de islas descubiertas por los cartagineses cuyo sitio nunca quisieron revelar y siempre impidieron que otros 50
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El Dr. Jacobo Friend sostiene la tesis de que América fue descubierta hace 3,000 años. Mario Gaettoni Celli, secretario de la Academia Internacional para Estudios Mediterráneos, afirma que los antiguos pelasgos y etruscos arribaron a América en el Siglo VII antes de Cristo y el historiador norteamericano Charles E. Lummins, establece que los navegantes escandinavos habían descubierto y realizado diversas expediciones a la América del Norte, fijándose dichas travesías en un periodo próximo a los 2,000 años antes de Cristo. Se abunda en consideraciones, al sustentarse la apasionante y por demás discutida presencia del célebre vikingo Leif Eriksson y su hermano menor Thorvald en el año 1,006 antes de Cristo, cuando con treinta navíos partió de Groelandia, descubrió y dio nombre a Terranova, llamada por ellos Helluland, Nueva Escocia y Cabo Cod en la región septentrional de la América continental. 52
En otro orden, se reitera que Cristóbal Colón, al emprender la travesía que lo conduciría al hallazgo de la América insular, carecía de la conciencia, más aún del propósito declarado de arribar a un nuevo mundo. Ciertamente, el proyecto original de Colón radicaba en fijar una nueva ruta hacia las apetecidas regiones navegantes llegaran a ellas; Solino dice que se hacían cuarenta días y de aquí muchos han creído que se trata de las islas de Cuba o de Haití”. 52 Sierra Partida, Alfonso, op. cit.
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orientales de Cipango y Catay. Obstinado en el propósito de demostrar que había consumado estos anhelos, realizó después del primero e histórico viaje tres nuevas empresas de exploración, y hasta su muerte se encontró persuadido de haber bordeado un archipiélago adyacente a Japón. 53 Correspondería a posteriores viajes de exploración, entre los que se cuentan los encomendados a la capitanía de Ojeda, Guerra y Niño, Yáñez Pinzón, Lepe, Vélez de Mendoza y Rodrigo de Bastidas, el ir develando los enigmas de la existencia de un enorme litoral, ahora conocido como Costa Atlántica Septentrional de América del Sur, desde el Golfo de Darien hasta el cabo extremo oriental de Brasil. 54 Chávez Hayhoe, Salvador, op. cit., p. 137. “Naturalmente al ir avanzando en los descubrimientos se iban deshaciendo estos errores pero todavía muchos años después nuestro gran misionero Fray Martín de Valencia, creía que Nueva España estaba muy cerca de China y otros sostenían que por Cíbola se podía llegar al Asia y que las Molucas estaban muy cerca de Panamá. En aquellos tiempos se consideraba como indudable que América y Asia no había una distancia mayor de seiscientas leguas”. 54 Chávez, Ezequiel A., Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía, Estadística, México, D. F.: 1937. “Otros, que no él, fueron de ello más y más haciéndose cargo: Américo Vespucio con Juan de la Cosa y Alonso de Ojeda recorrían, desde los seis y medio grados de latitud meridional, las costas de América del Sur hasta las bocas del Amazonas, hasta la del Magdalena, en la expedición que en mayo de 1499 había emprendido: Pedro Alvarez Cabral tocaba las del Brasil de 1500, y tres años antes, en 1497, el veneciano Juan Caboto, tremolaba la bandera del Rey de Inglaterra sobre la Isla de Terranova, y quizá sobre 53
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A no dudarlo, el mérito de comunicar el insospechado hallazgo de un continente diverso correspondió al cartógrafo italiano Américo Vespucio, 55 quien dio a conocer en sus obras Mundus novus y Quator Navigationes, la percepción de una nueva y distinta estancia geográfica, la del continente que adoptaría para sí el nombre del propio Vespucio. 56 la Nueva Escocia, dando así el primer paso de aquél inmenso peregrinar de las gentes de habla inglesa, que andando los siglos las trajo hasta las aguas del Río Bravo, llamado por ellos, como antes se llamó, Grande; en las fronteras de México. Cuatro años después, en 1501, los hermanos Corterreal descubrían la península del Labrador y la Bahía de Hudson”. 55 Gómez Alonso, Paula, Exploración y Conquista en México y Centroamérica, México, D. F.: Ed. S.M.G.E., 1972, p. 6. “Una de las más valiosas defensas de Vespucio, se debe, nada menos, a Cristóbal Colón, quien lo elogia con calor en una carta que se encuentra en todas las obras citadas, pero que deseamos reproducir aquí para comprobación de la confianza y del afecto que Colón sentía por Vespucio: <<5 de febrero de 1505. Querido hijo: Díez Méndez ha salido de aquí el lunes 3 del corriente mes. Después de su partida ha hablado con Américo Vespuchy, quien se dirige a la Corte, a donde ha sido llamado para ser consultado sobre unos cuantos asuntos relacionados con la navegación. Ha manifestado siempre el deseo de serme agradable (siempre tuvo deseo de eme hacer placer); es mucho hombre de bien. La suerte ha sido esquiva, como a tanto otros. Sus desvelos deseo de lograr, si a sus manos está, algo que redonde a mi bien. No sabría indicar desde aquí más exactamente el qué nos podría ser de provecho, por que no sé qué se pretende de él. Pero está resulto a hacer en mi favor todo lo que sea posible>>”. 56 O'Gorman, Edmundo. Colón salió a probar que existía un continente austral desconocido y regresó con la idea de que todo era Asia; Vespucio salió a comprobar que todo era Asia y volvió con la idea de que había un continente austral desconocido.
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América “la bien llamada”, de la que Stefan Zweig expresara: Es la palabra a propósito para la exclamación entusiasta, y clara para retener en la memoria, palabra enjundiosa, hechida, varonil, que cuadra a un joven continente, a un pueblo fuerte de altas miras –y añade el pequeño geógrafo, creo inconscientemente con su desacierto histórico, algo muy significativo al designar el mundo que surgía de entre las tinieblas con esta palabra hermana de Asia, Europa y África. Es palabra potente cuyo empuje elimina todas las demás denominaciones: América, la bien llamada. 57
Zweig, Stefan, Cit. Gómez Alonso, Paula, op. cit. p. 2. Dice Stefán Zweig en <<“Américo Vespucio”>> (5a. edic., 1963) lo siguiente: “La palabra nueva existe, y subsiste, y no sólo gracias a la propuesta casual de Waldseemüller, ni por lógica o por falta de lógica, ni por esto o aquello, sino por su potencia fonética inmanente. América comienza y termina con la vocal más sonora del lenguaje humano, entremezclando armoniosamente a las demás. Es palabra a propósito para la exclamación entusiasta, clara para retener en la memoria; palabra enjundiosa, henchida, varonil y que cuadra a un país joven, a un pueblo fuerte, de altas miras; el pequeño geógrafo creó, inconscientemente, con su desacierto histórico, algo muy significativo al designar el mundo que surgía de entre las tinieblas, con esta palabra hermana de Asia, Europa y Africa “<<es palabra conquistadora. Es palabra potente, cuyo empuje elimina todas las demás denominaciones>>”. 57
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Para abundar en argumentos hostiles a la obra del Almirante de la Mar Océana, se ha señalado que aunado a la falta de conciencia de ese nuevo continente Colón culminó el éxito de la empresa, merced a un golpe de suerte, por cuanto los cálculos astronómicos y las cartas de navegación por él trazadas se apoyaban en estimaciones erróneas que disminuían en grado sumo el perímetro ecuatorial de la esfera terrestre, fundado en la equívoca hipótesis que situaba al continente asiático en el preciso sitio en el que se localizaba un continente imprevisto e inimaginado por él. Colón calculó la distancia entre la península ibérica y el dominio del Gran Kan, en 5 000 millas marinas y de 2 400 al Japón. Dichos cálculos eran desproporcionadamente inexactos, pero este error contribuyó al logro de la trascendental empresa, cuyo éxito si en realidad fue una mezcla de error y buena fortuna, no ha de disputar a Colón el honor que de suyo le corresponde; de suerte que, por haber creído que las Islas Canarias se encontraban ubicadas en la latitud de Japón, tuvo la fortuna de tomar los vientos alisios y las corrientes marinas, derivadas del giro del Atlántico Norte, si hubiese navegado en altas latitudes, es probable que la empresa hubiese fracasado. 58 Wright, Louis B., Los conquistadores de lo imposible, Buenos Aires, Argentina: Ed. Javier Vergara, 1979, p. 85. “Colón Había sacado sus ideas sobre la cercanía de Asia de sus lecturas de Marco Polo, y de su estudio de las teorías del doctor Paolo Toscanelli, un culto médico florentino. En 1474 un clérigo amigo de Toscanelli habló al rey de Portugal sobre puntos de vista del médico y obtuvo del florentino una
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Finalmente, se objeta que el arribo al nuevo continente constituía ya un hecho inevitable, por cuanto la cultura occidental había desarrollado la tecnología naval imprescindible para confrontar semejante desafío. A las críticas y objeciones enunciadas, se precisa establecer las siguientes
Argumentaciones
1. Si Colón no fue el primero en arribar al continente americano es altamente probable, pero aun en el supuesto de que otros antes que él surcaron el océano Atlántico realizando similar proeza, debemos aceptar que ninguna carta que incluía un mapa en el cual se mostraba a China a unas 5,000 millas náuticas al oeste de Lisboa. Cipango o Japón, se hallaba más cerca aún. Al enterarse de las ideas del florentino, Colón le escribió y recibió una copia de su carta de 1474, y un seductor mapa. Éste, con su distancia acortada a China, era el que la comisión de la reina Isabel no podía tragar, porque contradecía todas las nociones tradicionales de la geografía basada en Ptolomeo. Asia no podía estar tan cerca de Europa, y en esa conclusión la comisión estaba en lo cierto. Nadie soñaba, y menos aún Colón, que hubiese otro continente entre ambos”.
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travesía como la que él emprendió transformó tan determinantemente al mundo. 59 2. Es un hecho que Colón nunca tuvo la conciencia de haber arribado a un nuevo continente. Suponiéndolo las Indias Orientales, asentadas en el Asia mítica y milenaria, vivió y murió persuadido de esta errónea conclusión; pero cabría recordar que junto con él el mundo entero compartió tal error de enfoque, incluso los más encumbrados círculos científicos de la época aceptaron como verdaderos los hechos revelados por el primer viaje; es en consecuencia injusto reprocharle exclusivamente a Colón este equívoco y no a las circunstancias de una época y cultura que no se encontraban preparadas para anticipar el verdadero hallazgo de la incursión. 3. Se argumenta insistentemente que el éxito de la empresa colombina se debió a circunstancias fortuitas, y no a la visión y capacidad de Cristóbal Colón, olvidándose que existe un gran cúmulo de hallazgos y Torres Bodet, Jaime, El Descubrimiento del Nuevo Mundo. Obras escogidas, México, D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1983, p. 917. “De improviso, todas las nociones occidentales cambiaron de alcance y de dirección. A la idea del hombre ecuménico, planetario, que no podía ya quedar circunscrito a las reglas de la cultura mediterránea. Esta súbita ampliación de la Tierra acentúo el poder del Renacimiento, hizo más complejo el significado de la Reforma y fue indispensable para llegar al concepto de la civilización como fórmula universal. Durante siglos, el procedimiento elegido para tales finalidades fue la conquista y su aprovechamiento económico, el coloniaje”.
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descubrimientos producto de factores coadyuvantes, no siempre considerados en las previsiones de sus realizadores, lo cual no reduce el mérito de éstos, ni el reconocimiento que debe conferírseles. 4. Si el llamado descubrimiento constituía un hecho inevitable puede ser cierto, pero que fue Colón el que satisfizo la determinante de tan preclaro destino es igualmente irrecusable. Los progresos científicos, las técnicas e instrumentos de navegación y en general el desarrollo naval de la época podían estar en condiciones de emprender el desafío de incursionar por el vasto Atlántico; pero precisamente porque existía el avance tecnológico para lograr este propósito, se pone en evidencia que éste no era el único factor para cumplir dicho cometido, se requería una voluntad firme y un carácter férreo para sostener y llevar a su plena realización un proyecto al que todos le negaban posibilidades. Esta fue la misión que Colón desempeñó y en cuyo interés comprometió todos sus esfuerzos. 5. Es verdad que el descubrimiento de la ruta de navegación fundada por Cristóbal Colón fue preterintencional. Sus resultados y efectos fueron más allá de la intención querida y calculada por su autor. Cristóbal Colón no intuía la enorme trascendencia y los profundos efectos qué habría de prohijar su bien lograda travesía, pero ¿quién podría tener tal sentido
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clarividente? Colón hizo lo suyo y si algo podríamos reprocharle es el haber alcanzado la consagración de una obra que rebasó a sus propias expectativas. 6. Por lo que respecta a la teoría que atribuye el éxito de la expedición naval de 1492 a la pericia y capacidad de Martín Alonso Pinzón y no a la de Colón, ésta se desvanece ante el hecho de que en dos prolongadas etapas del viaje, la carabela La Pinta capitaneada por Pinzón se separó de la flota, quizá en los momentos cruciales de la expedición, sin menoscabo de la capacidad de Colón para llevar a buen cumplimiento la empresa. 7. Se pretende menospreciar los logros de esta excepcional travesía, enfatizando que lo que Colón descubrió no fue el continente americano, sino un centenar de islas del mismo; pero no es lo relevante de su hazaña el haber bordeado apenas los litorales difusos de un mundo desconocido, sino el haber emprendido exitosamente una ruta que vincularía al viejo continente con un nuevo mundo, cuyas primeras noticias reveló él y no otro. De otra parte, es preciso aceptar que sin el cumplimiento de esta necesaria condición, no se hubiera estado en aptitud de identificar progresivamente nuevas estancias geográficas hasta llegar a la compresión de la existencia de un nuevo continente, a partir de lo que Stuart Mill denominó como una “coaligación de hechos”. 60 Chávez, Ezequiel A., op. cit., pp. 191 y 192. “Cuando a poco los descubrimientos se tocaron unos a otros y los cosmógrafos trazaron 60
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En síntesis, sin el descubrimiento colombino de la ruta de navegación que relacionó ambos extremos del océano y permitió ampliar las exploraciones de mares, tierras y litorales, la gloria que hoy se le atribuye a Américo Vespucio, Magallanes, Sebastián Elcano y tantos otros no hubiera podido cumplirse. No sabemos a ciencia cierta que habría acontecido sin Colón y su decisión indoblegable: cuánto tiempo tendría que haber transcurrido para comunicar a ambos continentes; qué sucesos se habrían producido como resultante y quiénes serían para la historia sus promotores y realizadores. No sabemos, sin Colón y su genio intuitivo, qué rumbo habría tomado la historia, son simples conjeturas e inútiles disquisiciones cualesquiera de las hipótesis que se propongan al respecto; lo que sí sabemos fehacientemente es que tal como ocurrieron los hechos, tal como Colón contribuyó a que ocurrieran, los acontecimientos de 1492 actuaron como una línea que los juntase, hízose lo que Juan Stuart Mill habría llamado una coligación de hechos: Una inmensa coaligación de hechos. De ella, por lo que a la América del Sur toca, tuvo intuición Américo Vespucio, como lo reveló en su carta de 1504 a Lorenzo Piero de Medici y a Piedro Soderini, Gonfaloniero de Florencia, cuando les escribían con gozo inmenso: “al sur de la línea equinoccinal, en donde los antiguos declararon que no había continente” […], “yo he encontrado” […] “la cuarta parte de la Tierra; no islas nada más; no la vanguardia del Asia, sino la cuarta parte de la Tierra”.
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detonador, como activador de una empresa colectiva continuada en el devenir del tiempo, que desembocaría no sólo en la invención o en la concepción de un continente nuevo y diverso a sus raíces, sino en la configuración de un rostro renovado para el hogar común de la especie humana. 61 8. Colón es el precursor de una de las más encumbradas conquistas de la humanidad: legar a la posteridad una ruta de navegación que actuaría y sigue operando como un puente de dimensiones colosales, uniendo la frontera marítima de dos mundos distantes y diversos. A nuestro entender, este es el hecho fundamental que debe tenerse presente al tratar de dimensionar la obra de Cristóbal Colón. Es preciso recordar que el reconocimiento y asombro que suscitó en su momento la hazaña colombina respondió al mérito de revelar la existencia de “una ruta de navegación” y no un continente nuevo, ya que como Chávez, Ezequiel A., op. cit., pp. 197 y 198. “Levantemos el pensamiento hasta la sombra inmensa del navegante que primero que nadie atravesó el Atlántico, por en medio, entre los dos polos; no por el norte como lo habían hecho los escandinavos desde el año de 1,000, quizás, o a caso desde antes: -en donde su descubrimiento, como antes el de los escandinavos, podría no haber tenido grandes consecuencias-, sino por en medio, entre los dos polos; que haciéndolo así, no nada más aseguró la comunicación material permanente de los dos continentes, sino la progresiva formación del mestizaje psíquico del y el otro, que al fin hará de los habitantes todos del Planeta ciudadanos de un solo Mundo en que todos, al cabo, se entiendan”. 61
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se ha señalado no estaban en condiciones de intuir ni Colón ni sus contemporáneos, la existencia de una masa continental distinta al Asia descrita y ponderada por Marco Polo en sus memorias de viaje. Descubrir, abrir y trazar esa ruta de navegación fue la condición imprescindible para iniciar un sucesivo proceso que desembocaría en la conciencia del nuevo mundo y de su realidad física y humana. Al trasponer las “Columnas de Hércules”, el gran almirante rompe con atavismos ancestrales, contribuye a cimentar las bases de un conocimiento fundado en la evidencia, crea la perspectiva de una realidad geográfica y humana que al expandir la perspectiva del horizonte azul e insondable de su tiempo alentó y motivó a sus contemporáneos, que libres de perjuicios se suceden en continuados viajes de exploración y aventura. La ruta fundada por Colón constituye, si se quiere, un solo eslabón, pero un eslabón que ataría al mundo, permitiéndole iniciar su efectiva y progresiva integración. En los años subsecuentes el derrotero del navegante se convertiría en ruta de conquista y colonización, de evangelización y fortuna personal, sería el puente intangible por el que incursionarían bucaneros y adelantados, mercaderes y misioneros, hombres letrados y rudos aventureros.
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Sería también la ruta de retorno por la que iría paulatinamente apareciendo la avanzada de los hombres que han forjado la América plural; libertadores, reformadores, filósofos y pensadores, cronistas e historiadores, próceres de la acción y el pensamiento, que en una rapsodia de asonancias han ido formando el mensaje unitario de la nueva América, crisol de razas y culturas, contenedor de exuberantes selvas y gélidas estepas, de prominentes cumbres y dilatadas llanuras. La América de los hombres libres, que han transitado también siguiendo la secuela trazada por las célebres carabelas, para llevar al viejo continente el mensaje de su identidad, la consigna que ha guiado su dolorosa marcha de progreso, su legítimo e imbatible derecho de ser y de valer, de coexistir en la comunidad de naciones y cooperar con todas ellas en un orden de justicia y equidad.
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RaĂces, presencia y perspectiva de IberoamĂŠrica
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n América converge la más variada expresión de grupos étnicos, civilizaciones y culturas, que esplenden en etapas ancestrales de nuestra historia y proyectan sus valores hasta nuestros días. Formular un balance de la cultura americana, plural y desbordante, nos lleva al encuentro de dos vertientes que constituyen las raíces predominantes en la identidad de los pueblos latinoamericanos: la precortesiana y la ibérica. Premisa de nuestro presente mestizo, el pasado de la América precolombina se yergue como un valioso conjunto de pueblos y civilizaciones, cada una con su propia riqueza y definición, pero unidas por el común denominador de un alto sentido estético y espiritual; por ello su concepción del mundo y de la vida es manantial de obras imperecederas. Así, en el hemisferio equidistante al del mundo europeo, en el rostro ignorado y aun oculto a la escrutadora pupila de occidente, un florilegio de altas culturas delineaba su perfil en el espacio geográfico americano, como
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depositarias de un concepto renovado y autónomo del hombre, el mundo y la vida. De su obra material nos dan cabal testimonio los incontables signos y obras que han logrado vencer la incuria del tiempo y la incomprensión. En ellas se refleja el alto rango de elevación espiritual, así como la profunda vocación religiosa que inspiraba aun los acontecimientos más triviales y cotidianos de su existencia. Es preciso reconocer que la noción que nos hemos formado del horizonte precolombino adolece de graves distorsiones, principalmente prohijadas por ese obcecado afán que nos impele a percibir nuestro pasado como una secuencia descriptiva de hechos y circunstancias, perfectamente concatenados, lógicamente razonados y absurdamente comprensibles. Atemoriza la visión del vacío, angustian la oscuridad y las sombras, y antes que admitir su existencia se ha preferido negarlas o suplantarlas. Así se ha podido salvar el acantilado de 10 milenios de historia, tendiendo puentes de dulcificados dogmas. Uno de estos grandes errores de apreciación —popularmente aceptado y virtualmente ratificado por algunas de las corrientes actuales de investigación histórica— consiste en describirnos el modelo cultural precolombino, como un bloque, sin fisuras ni disonancias, como si una constante común hubiese determinado todos los momentos de su acaecer.
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En radical discrepancia con esta noción integralista quede establecido aquí que, a imagen y semejanza de lo acontecido en la península ibérica, punto histórico de confluencia de un sinnúmero de grupos étnicos, naciones y culturas; así también en la amplia extensión geográfica de Mesoamérica, Centro y Sudamérica, se sitúa el escenario natural en el que se sucedieron cronológicamente una pluralidad de civilizaciones y pueblos, a tal extremo diversificados que bastaría un señalamiento para desvanecer cualquier duda en contrario, pues se sabe fehacientemente que sólo en el México antiguo llegaron a hablarse simultáneamente más de 100 lenguas y dialectos. Otra circunstancia inherente al proceso de gestación de las culturas indígenas, que por ningún motivo debe soslayarse, es la persistencia de una marcada escisión entre dos vectores de fuerza: las tribus nómadas y los pueblos sedentarios, la barbarie y las altas culturas, ¡en un choque violento de energías desbordadas!, que a través de las diversas edades de su historia se debatieron en una terca confrontación, creando discontinuidades en la marcha progresiva de unas y otras, participando en un cíclico devenir de predominio o sujeción, que explica ampliamente el brusco declive y extinción de centros florecientes de cultura, como es el caso de Nasca y Chichén Itzá. Es evidente que la ambivalencia de los principios motores de ambos sistemas de ordenación cultural, eran irreconocibles en sus fundamentos, orientaciones y fines
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característicos; los medios de dominación también fueron diversos, la fuerza de la razón o la razón de la fuerza. La filosofía, la prédica y práctica de las altas culturas, contra lo que muchos suponen, no fue insensible al drama humano, ya que tuvo la visión de elevar al hombre al pináculo de sus potencias y capacidades, su estructura de pensamiento y acción convergía en el delta de un esfuerzo personal y colectivo de superación. A este objetivo se abocaron el conjunto de disciplinas y áreas del conocimiento a las que consagraron sus mayores empeños: artes, astronomía, medicina, ciencias matemáticas, botánica, ingeniería hidráulica, los principios de la organización social, jurídica y política, así como sus prescripciones filosóficas centradas en la convicción de que el hombre se encuentra hondamente vinculado al orden de la naturaleza y del cosmos, por lo que la fuerza de los elementos, la armonía y disposición de los astros constituían factores determinantes de la existencia humana y, a su vez, ésta, un elemento definitorio de aquellos. Todo esto y mucho más nos habla por sí mismo del grado de adelanto y de la claridad mental que alcanzó este conjunto de civilizaciones, a cuya realidad nos hemos empezado a asomar, para recibir de ellas una lección de sabiduría y goce espiritual. Naciones osadas que levantaron, a veces, como ha dicho Ignacio Ramírez: “sus instituciones hasta la grandeza de la raza, su poesía hasta la epopeya, su culto pagano
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hasta erigir al dios desconocido de Netzahualcóyotl pirámides de adoración y su ciencia hasta encerrar los días del año y las estaciones en un círculo de pórfido, desde cuyo centro el sacerdote revelaba la expedición misteriosa del sol por el zodíaco”. 62 Resultaría prolijo extendernos en estas declaraciones, basten las reflexiones expuestas para puntualizar que los fundamentos del pensamiento prehispánico, particularmente el de las altas culturas, en oposición a las civilizaciones guerreras, supieron armonizar la percepción contemplativa del universo, con una visión humanista fincada en preceptos éticos y religiosos de hondo significado y trascendencia. Todas ellas manifestaciones que se irán fundiendo con la cultura occidental-europea, difundida o si se quiere determinada por el dominio español y portugués. Del encuentro doloroso que representó la conquista y sujeción del indígena, del choque de la lanza y el cañón surgiría la mística de los pueblos que recrearon el espacio y tiempo americano. En el enfrentamiento de fuerzas opuestas: la del encomendero y señor de vasallos, la del misionero defensor y maestro, y la del indígena sojuzgado irán confluyendo en América los caracteres de un pueblo nuevo, nuevo en la sangre, nuevo en la propia definición, nuevo en su sentir y pensar. Ramírez, Ignacio, Cit. Caso, Antonio, Discursos a la Nación Mexicana, México, D. F.: Ed. Porrúa, 1922, p. 42. 62
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Como ha quedado expresado en el desarrollo del presente ensayo, en el legado cultural de España a Latinoamérica, en general, se conjugan la sabiduría helénica, el genio latino, las concepciones medievales, la riqueza de los árabes y el espíritu renacentista, ávido de conocimiento y belleza. El pensamiento filosófico de Anaxágoras, Heráclito, Sócrates, Platón y Aristóteles fluye a través de Luis Vives y Miguel Servet. Las imperecederas tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides son un venero inspirador de nuestros modernos dramaturgos. España asimiló y difundió el derecho romano que todavía alienta a nuestros códigos y nutre nuestras leyes; los atrevidos acueductos y los serpenteantes caminos que la Colonia construyó expresan el mismo espíritu osado que las obras realizadas por Apio Claudio y por Adriano. En la inconmovible reciedumbre de nuestros conventos y fortalezas afloran la belicosidad y la desconfianza del Medievo, del que igualmente y por desgracia heredamos la intolerancia y las supersticiones; pero también de la Edad Media nos llegan las voces de Dante Alighieri, de Petrarca y de Boccaccio. La arquitectura árabe, al contacto con los elementos cristianos, dio origen al estilo mudéjar. Su pensamiento filosófico vibra en Averroes, el comentador de Aristóteles que va, a veces, más allá que su maestro. La aportación que hicieron a las ciencias fue apreciable: en
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Matemáticas dieron impulso al Álgebra y a la Trigono metría y produjeron valiosos avances en Astronomía; las famosas Tablas de Alfonso X, llamadas Tablas alfonsinas, están tomadas de los árabes. A todo este acervo cultural, creación conjunta de los pueblos a través de las edades, el hispano le imprimió su propio sello, introduciendo modificaciones y limitaciones de conceptos que adaptó a las circunstancias y al medio. Finalmente, la eclosión de anhelos e inquietudes de exploración la iniciaron portugueses y españoles con su búsqueda de nuevas rutas marítimas. Por ello, no hay otro acontecimiento tan preñado de consecuencias en la historia de la humanidad, como el “descubrimiento de la ruta trasatlántica que insertó a la América en la escena internacional”. La exploración del globo que dio lugar a la creación de nuevos imperios. Colón, Vespucio; Cortés, Pizarro, Orellana, todos españoles o al servicio de España, dilataron los horizontes del mundo. De la fusión de la sangre y cultura de los pueblos occidentales, con la que se encontró en estas latitudes, emergieron los pueblos de América con su idiosincrasia y peculiaridades, con sus contradicciones y aciertos. El surgimiento de la conciencia reivindicadora de nuestra identidad histórica representó para el periodo de dominación colonial el reto mayúsculo de formular una síntesis cultural, que al tiempo de aglutinar integralmente los
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diversos vectores y categorías sociales reflejó, fielmente, el rostro de un nuevo conjunto de naciones. A la luz de estas reflexiones es comprensible que, ya en la primera mitad del siglo xvi, apenas consumada la conquista y definidas las bases del poderío virreinal, las afirmaciones del naciente dominio llevaran implícito el germen de su propia negación. Un sentimiento en ciernes de identidad se gestaba en el ánimo de los sojuzgados, de los desposeídos y marginados, de los nuevos núcleos sociales calificados por los signos del mestizaje genético y cultural; faltaba aún la racionalización, el discernimiento de los vehículos de unificación, y también los símbolos de su razón de ser. En la compleja trama de este proceso histórico, muchos son los hilos conductores que se entretejen para producir el renovado despertar a la comprensión de lo que somos y de lo que aspiramos a ser. Factores ideológicos, atavismos culturales, razones y hechos, acciones y reacciones en un intrincado y progresivo impulso van sensibilizando la epidermis de nuestro subconsciente, hasta que del mismo aflora la visión clarificada de unidad de herencia y de destino de una nueva América. La América del libertador Simón Bolivar, quien desde la cumbre de la cordillera andina formuló su proclama perdurable y aleccionadora: “La patria es la América”; el continente en el que Juárez soñó con la convivencia respetuosa y armónica de las naciones libres y soberanas
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del orbe; la del pensamiento ilustrado de Adams, Jefferson y Franklin; la del destino que intuyó José Vasconcelos y que consagró en el emblema universitario, cifrado en el apotegma: “por mi raza hablará el espíritu”; la América de Sucre y San Martín, de O’Higgins y Morazán, de Artigas, Luperon, María de Ostos y Emeterio Betances; la del magistrado civilizador de José Sarmiento, Gabriela Mistral y Justo Sierra; la del estro lírico de sus poetas como José Santos Chocano, Leopoldo Lugones y Salvador Díaz Mirón; la América puesta en pie de lucha para la reivindicación social de sus pueblos y para la defensa de su dignidad soberana; la América independiente a la que José Martí dedicara el llamado estremecedor que aún en nuestros días adquiere pleno sentido y vigencia: La generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, a la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del Cóndor, regó el gran Semi, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva […] […] Hablándoles a los desposeídos va el clérigo de México, con la lanza en la boca pasa la corriente desnuda de los indios venezolanos. Los rotos de Chile marchan juntos, brazo a brazo, con los cholos del Perú. Con el gorro frigio del liberto van los negros cantando, detrás del estandarte azul. De poncho y bota de potro, ondeando las bolas, van, a escape de triunfo, los escuadrones gauchos. Cabalgan, suelto
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el cabello, los pehuenches resuscitados, voleando sobre la cabeza la chuza emplumada. Pintados de guerrear vienen tendidos sobre el cuello los araucos. Con la lanza de Tacuarilla coronada de pluma de colores; y al alba, cuando la luz virgen se derrama por los despeñaderos, se ve a San Martín, allá sobre la nieve, cresta del monte y corona de la revolución, que va, envuelto en su capa de batalla, cruzando los Andes. ¿A dónde va la América, y quién la junta y guía? Sola y como un solo pueblo, se levanta. Sólo pelea. Vencerá, sola. 63
Y esa América, surgida de modo tan peculiar en la historia de los pueblos, sigue el rumbo y la guía de la ruta trazada por Colón, la que prevalece como puente de integración geográfica y cultural. De ella nos llegó el mensaje civilizador de occidente y por ella ha de retornar el gran mensaje americano. América como lo declaró la voz alta y clara de Jaime Torres Bodet, “está naciendo”; 64 nace en la esperanza Martí, José, aut. cit., José A. Benítez, El Pensamiento Revolucionario de Nuestra América, La Habana, Cuba: Ed. Política, 1986. pp. 317, 318. 64 Torres Bodet, Jaime, “América Está Naciendo”, discurso pronunciado en Bogotá, el 31 de marzo de 1948, con motivo de la inauguración de la novena Conferencia Internacional Americana. El texto puede ser consultado en la edición de las obras escogidas del autor, publicado por el Fondo de Cultura Económica, en su serie Letras Mexicanas. 63
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de un renovado porvenir, nace en un florilegio de sus pueblos y culturas, en la sonrisa inefable de su niñez y en la mirada firme y serena de sus ancianos; nace en el trabajo y en los empeños de sus mujeres y de sus hombres, infatigables cultivadores de esta tierra; nace en el lance de una red y el deshilar rutinario y cadencioso del rústico telar hogareño; nace en la búsqueda permanente por alcanzar la cúspide de sus anhelos incumplidos; nace en el ideal de afirmar la unidad panamericana, que nos hermane en lo común y nos reconforte en la conjunción de lo diverso. Hoy vivimos tiempos de cambio, en todos los órdenes ocurren transformaciones profundas y vertiginosas. Las fuerzas políticas que determinaron el equilibrio internacional se reajustan y son puestas a prueba. Se configuran bloques regionales y se despierta un nuevo énfasis por la integración y el reencuentro con los cauces de la libertad y la democracia. En el orden mundial sabemos que todo cambia, pero a ciencia cierta desconocemos hacia dónde habrán de conducirnos los nuevos vientos de transformación. Para América y especialmente para los pueblos latinoamericanos el sueño del Libertador Simón Bolívar se yergue bajo un renovado signo, sustentado por la convicción de que al fortalecer los lazos de unión
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entre las naciones del continente estaremos construyendo las bases de la nueva América, ante la perspectiva del tercer milenio y frente al reto ineludible de ocupar un sitio decisivo en el decurso histórico de la humanidad. América está naciendo y del parto doloroso que por cinco siglos ha nutrido nuestra comunión de raza y origen, en una intensa, violenta y apasionada búsqueda de nuestro destino común, la integración americana se elevará por sobre la miseria del diferendo y la desunión, y en un impulso unívoco culminará la gran hazaña de procrearse a sí misma, de configurar la dinámica y proyección de un nuevo mundo. De ese mundo en el que, sin intuirlo siquiera, Cristóbal Colón desató las fuerzas de la historia, al tender un puente intangible sobre el que continuamos interactuando. En la etapa contemporánea, desafiante y convulsa, América al igual que en su tiempo lo hiciera el preclaro Almirante, lucha contra los elementos, mas en su avance incontenible el mensaje americano ha de seguir la directriz de la ruta, como el paso de la quilla de un barco que se desliza sobre el infinito océano, buscando un lugar para sí, en el incierto y dilatado horizonte del porvenir.
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Esta edición de La ruta de Cristóbal Colón, puente de integración geográfica y cultural, elaborada por Editorial Las Ánimas S. A. de C. V., Av. Juárez núm. 2915 desp. 503, Col. La Paz, C. P. 72160, Puebla, Puebla, tel.: (222) 2.30.44.14; y Blvd. Cristóbal Colón núm. 5 desp. 604, Col. Fuentes de Las Ánimas, C. P. 91190, Xalapa, Veracruz, tels.: (228) 8.12.60. 90 y 8.12.60.99, se terminó de imprimir en 2013 en los talleres de Editorial Las Ánimas S. A. de C. V. Para su composición se usaron los tipos de la familia Clairvaux LT Std, en 18 puntos; Minion Pro-Regular, en 12 y 13 puntos.