Trilogía magisterial: Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano y Justo Sierra Méndez

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Rodrigo Fern谩ndez Chedraui, editor

Pr贸logo Miguel Lim贸n Rojas



Rodrigo Fern谩ndez Chedraui, editor

Pr贸logo Miguel Lim贸n Rojas


Editorial Las Ánimas Director general Rodrigo Fernández Chedraui Director editorial Arturo Olmedo Díaz Directora de arte y diseño de portada Marcela González Vidal Coordinadora general Paula Gutiérrez Martínez Coordinadora editorial Lorena Huitrón Vázquez Composición Gloria Vargas Limón Corrección de estilo Silverio Sánchez Rodríguez

Trilogía magisterial: Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano y Justo Sierra Méndez © 2012, Luis Maldonado Venegas D. R. © Editorial Las Ánimas S. A. de C. V. Av. Juárez núm. 2915 desp. 503, Col. La Paz, C. P. 72160, Puebla, Puebla Teléfono: (222) 230.44.14 Blvd. Cristóbal Colón No. 5, despacho 604, Colonia Fuentes de Las Ánimas, C. P. 91190 Xalapa, Veracruz Teléfonos: (228) 812.6090 y 812.6099 www.editoriallasanimas.com isbn: 978-607-9246-05-1 primera edición 2012 primera reimpresión 2013

Queda rigurosamente prohibida, sin autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático y la distribución de ejemplares. La presentación y disposición en conjunto y por separado de las fotografías que forman parte de la presente obra son propiedad del editor o se han utilizado con autorización expresa de los titulares de sus derechos, y no podrán ser reproducidas o transmitidas mediante sistema o método electrónico o mecánico alguno, sin consentimiento por escrito del editor o de los titulares de sus derechos.


Contenido 10 22 29 29 29 33

Prólogo Presentación A manera de introducción

39 40 40 42 43 45 47 51 51 53 54 58 61 63 64 65 66 67 69 71 73 76 79 85 89

Ignacio Ramírez “El Nigromante”

Breve historia de nuestra educación Las escuelas novohispanas Bases de la escuela pública en el México independiente

En territorio insurgente Familiares y amigos liberales El nacimiento de Ignacio Ramírez Momento de transición Tribulaciones familiares Primeras letras

Rumbo a la capital En San Gregorio Bibliófilo multidisciplinario Un ateo en la Academia de Letrán Los tiempos de la universidad Abogacía y periodismo Labor educativa en el estado de México Matrimonio y otros sucesos Breve estancia en Tlaxcala De nuevo a Toluca A Sinaloa y Baja California Vuelta a la capital y a la cárcel Encuentros premonitorios La Constitución de 1857 La materia educativa La Guerra de los Tres Años En el Ministerio de Instrucción Pública Vuelta a la docencia, la prensa y la oratoria


91 93 95 97 101 102 103

Los tiempos de la invasión Crítico de Benito Juárez Ministro de la Corte La Revolución de Tuxtepec Últimos años en el Poder Judicial Las exequias Obra escrita, labor pictórica y reconocimientos

107 108 108 110 112 113 114 117 119 121 123 125 127 129 130 131 135 144 147 149 151 154 156 157

Ignacio Manuel Altamirano En las serranías del sur Raigambre indígena Época de turbulencias Ingreso tardío a la escuela Rumbo a Toluca Desigualdad, estudio y otras peripecias Encuentro con “El Nigromante” Periodismo estudiantil, rebeldía y expulsión Docencia y teatro para sobrevivir Estudiante y soldado Su casa, un club reformista De la tertulia a la conspiración Graduación y matrimonio De nuevo a la guerra Altamirano legislador y orador Héroe contra la Intervención Francesa La obra literaria Conciliación merced a la palabra Solidaridad, altruismo, filantropía Altamirano educador Carrera en el servicio público La última batalla: contra la tuberculosis Herencia


165 167 167 169 171 175 177 181 186 187 189 190 191 193 195 197 199 201 204 206 208 210 213 217 224 227 231

Justo Sierra Méndez

245

Conclusiones

249

Bibliografía y fuentes de información

259

Créditos de imágenes y fotografías

En la lejana península

Su familia y la Guerra de Castas Infancia y primeras letras Conflicto político y mudanza a Mérida Rumbo a la Ciudad de México Arengas anticlericales en San Ildefonso Sierra en las veladas de Altamirano Litigante decepcionado y legislador Arqueología, judicatura, más periodismo y oratoria Una Luz en su camino y una nueva familia Sierra en la rebelión de José María Iglesias Vuelta a la Corte y al periodismo Ingreso a la docencia La tragedia de su hermano Santiago Otra vez diputado Primer proyecto de Universidad Altibajos y, al final, a la Academia Presidente de los Congresos Nacionales de Instrucción Pública Hambre y sed de justicia, ¿signo de distanciamiento con Díaz? Ministro de la Corte. Viaje a Estados Unidos Primer viaje a Europa Sierra, subsecretario Titular de una nueva Secretaría Con Porfirio Díaz, en Yucatán Juárez. Su obra y su tiempo La Universidad Nacional de México 239 Se va Díaz, llega Madero 241 El camino final


10 ¶

Prólogo Los tres colosos de esta trilogía magisterial modelaron una nación porque su aula fue la República entera. Ignacio Ramírez “El Nigromante”, Ignacio Manuel Altamirano y Justo Sierra Méndez son una reserva de heroísmo, tolerancia, coherencia, honradez, concordia y pensamiento utópico. Cada uno creyó hasta el último de sus días que sólo la educación podría liberarnos del marasmo o la indigencia tanto material como espiritual. Empuñaron el libro para conjurar la injusticia a la que nos condena la ignorancia. Heredaron un país llevado casi a la inanición por las guerras intestinas o las amenazas extranjeras. Dotados para edificar una gran obra literaria, historiográfica o científica, tuvieron conciencia de lo que es la patria y, además de escribir páginas insustituibles, dedicaron sus esfuerzos a inventar una nación a través de la palabra y la educación. Fueron grandes maestros porque tuvieron oídos de discípulos. El placer de escuchar las enseñanzas del maestro se traduce en la necesidad de aprender algo nuevo cada día, aun en los momentos de mayores penurias personales o colectivas.

Ignacio Ramírez, oráculo de la Reforma Ignacio Ramírez es una llama que cruza dos tercios del siglo xix. La raíz azul de su fuego es la metódica y disciplinada serenidad que adquirió en una amplificación autodidacta de lo aprendido en el colegio de San Gregorio, donde también estudiaron otros eminentes mexicanos de la época. La serenidad, envuelta por un perímetro ardiente, lo convirtió en el más radical de los liberales que consiguió la hazaña de separar los intereses del Estado y la Iglesia, en beneficio de la nación


¶ 11  mexicana. Fueron años verdaderamente inhóspitos para el conocimiento, de ahí que su obra adquiera una estatura de portento. El pensamiento educativo de Ignacio Ramírez se inspira en la idea libertaria que infundió la Revolución Francesa. Carlos Monsiváis lo denominó "impaciente histórico" porque sus soluciones pertenecían a otra época. Ramírez se propuso acelerar los tiempos para que los mexicanos asumieran la dirección de sus destinos y protagonizaran el curso de la historia, incluyendo a las mujeres y a los indígenas, quienes habían sido marginados durante siglos. Defender el derecho legítimo de estos grupos incluso lo condujo hasta la cárcel. Ramírez advirtió claramente, por ejemplo, que aplicar la Ley Lerdo mutilaría la propiedad comunal de los indígenas y se opuso a ella, a pesar de pertenecer al mismo bando político. Pensamiento y acción se fundieron en su quehacer cotidiano. Pensar los problemas y ofrecer soluciones movilizaban su pluma. Fue autor de versos, discursos, artículos periodísticos, ensayos, diálogos, obras de teatro, así como de textos pedagógicos y manuales de enseñanza, algunos de los cuales son el antecedente de lo que casi un siglo después se llamaría libro de texto gratuito. Su nacionalismo consistía en la igualdad ante la ley, el acceso a los conocimientos científicos y una apertura hacia las culturas propias y externas a través del aprendizaje de los idiomas del orbe. Promotor de principios pedagógicos aún vigentes, insistía en que la mujer debe formarse en las mismas condiciones que los varones porque, además, ella es la primera preceptora. En un texto aparecido al poco tiempo del triunfo de la República, se interroga por qué nadie se ha preocupado por la educación de cinco millones de indígenas y dos millones “de las otras clases que forman la sociedad mexicana.” Mientras esta situación continúe, responde, el hombre vivirá en “odiosa y perpetua tutela”. Ahí queda expuesto su programa: el camino para conquistar la democracia es abierto por la educación. Mientras esta tarea no se realice, nuestra democracia será insuficiente.


12 ¶ Lo que más de un siglo después cobró fuerza bajo la denominación de “aprendizaje significativo”, Ignacio Ramírez ya lo anunciaba; combatía la inútil repetición de lo que no se comprende: ¿A qué bárbaro, pues, le ocurrió el actual sistema por el cual enseñamos a los niños palabras sin significación? ¿Se niega el hecho? Ved todo lo que se llama religión, examinad muchos principios de pretendida moral, y tened presente que en la mayor parte de los estudios filológicos, y sobre todo en la mitología y en la historia, anticipamos a los alumnos palabras y frases, que muy tarde, acaso nunca, comprenderán.

Agrega que el conocimiento del entorno del hombre debe acompasarse con el de la propia persona. En el periodo en que irrumpen las líneas del pensamiento pedagógico de Ramírez, el sustento de muchas de las creencias de la gente, incluso de la alfabetizada, era el catecismo del padre Ripalda. Por ello hace hincapié en el saber y desarrollo de las ciencias a través de la experimentación, los cuales permiten apreciar los fenómenos de la naturaleza. Ramírez defendía un enfoque multiculturalista de la educación y era respetuoso de los usos de los indígenas. Hasta ese punto llegaba su comprensión de la problemática. ¿Qué debía enseñárseles?: “ellos deben saber lo que saben todos los pueblos ilustrados, lo que hoy se trata de enseñar a todas las clases”. Nuevamente el proceso de educación cerraría con la invencible fuerza del libro: “Entonces podrán imprimirse numerosas obras en los idiomas nacionales, porque habrá quien las lea”. En un texto que llama al estudio y recuperación del pasado mexicano, afirma: “la sabiduría nacional debe levantarse sobre una base indígena”. De igual modo, pugnaba por liberarse por completo de la visión patriarcal, porque examinaba con ojos de otro tiempo la situación de la mujer. Advirtió su necesaria participación en la política


¶ 13  a través del voto y buena parte del progreso de la República descansaba sobre la labor que desempañaría como educadora. Ignacio Ramírez tuvo un papel protagónico en cada uno de los escenarios de la educación. Fue un maestro en diversas instituciones de Toluca, Sinaloa, Baja California o la Ciudad de México. La fama de sus lecciones convocaba a que distintos alumnos participaran en sus clases especiales. Promovió desde el Gobierno del estado de México el otorgamiento de becas para que jóvenes indígenas tomaran cursos superiores. Sin esta importante decisión, acaso un muchacho de 14 años, llamado Ignacio Manuel Altamirano, hubiera permanecido en Tixtla. Con toda probabilidad su gran inteligencia y talento hubieran servido a otras tareas, y la República hubiera perdido a uno de sus más importantes defensores y constructores. En Baja California, fundó escuelas para los hijos de pescadores. Durante el Congreso constituyente de 1856-57 defendió entre otras iniciativas la libertad de cátedra y de enseñanza, así como la libertad de prensa. Como consigna Francisco Zarco, cuyas líneas son recuperadas en este libro, para Ignacio Ramírez la educación era uno de los derechos fundamentales del hombre. Este Congreso es uno de los grandes momentos de nuestra historia. Es el gran acontecimiento en la búsqueda de definiciones fundamentales sobre las que habría de construirse la organización jurídico-política de la nación: estructuración del poder político; federalismo o centralismo; carácter de la soberanía; régimen de libertades de conciencia, de expresión y de imprenta. Los diputados que formaron parte de esta magna asamblea estaban conscientes de la trascendencia histórica que tendrían las decisiones que en ella se tomarían. Ahí se expresaron las profundas convicciones sobre una visión del país, de la sociedad y del futuro al que se deseaba servir. Hubo visiones diversas y en ocasiones contradictorias en relación con cuestiones fundamentales. Ignacio Ramírez desempeñó un papel de vital importancia. Situado en el extremo de los liberales puros, rechazó toda expresión dogmática proveniente del pensamiento colonial. No


14 ¶ consiguió imponer plenamente sus convicciones, pero contribuyó de manera firme a impulsar la causa de las libertades que dieron contenido a las decisiones políticas fundamentales, expresadas en el texto constitucional. Unos años después, cuando triunfa por breve tiempo la causa liberal después de la Guerra de Reforma, Benito Juárez lo nombra ministro de Justicia e Instrucción Pública. La Intervención Francesa coarta lo que hubiera sido un magnífico periodo de construcción de instituciones, en el cual Ramírez les habría otorgado un perfil progresista. Así lo demuestra la serie de decretos y su contribución al establecimiento de fondos para la educación pública, donde destaca su franco apoyo hacia las ciencias de la época: fondo para el Colegio Nacional de Minería; nombramiento del jefe de la comisión encargada de formar las cartas biográficas y geológicas del Valle de México; creación de un observatorio meteorológico y astronómico en lo que fuera la Iglesia de la Compañía, en el corazón de la ciudad de Puebla. También impulsó el decreto que establece el sistema métrico decimal y participó en la expedición de la Ley de Instrucción Pública en el Distrito y Territorios, importante precedente que contemplaba los diferentes grados de enseñanza básica, el nombramiento de profesores y la creación de fondos para fomentar la educación.

La altura del coloso Altamirano En el año del triunfo definitivo de la causa liberal (1867), Ignacio Ramírez cumple 49 años, Ignacio Manuel Altamirano conquista los 33 y Justo Sierra es un muchacho de 19 años, graduado de bachiller. Entre alumnos y maestros hay una distancia de 15 años en promedio. No parece obra del azar que sean tres lustros los que separen al maestro y al discípulo. Quizá esta distancia favorezca una


¶ 15  mejor disposición para recibir u otorgar el conocimiento. Hacer un poco de numerología entre quienes profesaron el conocimiento positivista tal vez pudiera resultar un poco desacertado; no obstante, fue el mismo Altamirano quien habitualmente repetía: “en 13 nací, en 13 me casé y en 13 me he de morir”; tal como sucedió. El triunfo de la República planteó la reconstrucción o, como se ha dicho con frecuencia, la invención del país. En este periodo comienza una búsqueda de soluciones a los problemas urgentes, y pareciera que endémicos, emanados de la Colonia. Para la educación también es un año clave: por decreto presidencial se crea la Escuela Nacional Preparatoria y se adopta como método de enseñanza el positivismo. Dicha adopción de las ideas de Augusto Comte se tradujo en una secularización de la enseñanza y en una concepción, en su momento, renovada de la realidad. Si Altamirano se había ganado el sustento como maestro de francés por breve tiempo —antes de que la Revolución de Ayutla, la Guerra de Reforma y la Intervención lo convirtieran en soldado y sus acciones lo elevaran al rango de coronel—, a partir de aquí no cesaría de dejar por escrito sus postulados en las páginas de los periódicos. Las principales preocupaciones de Altamirano sobre la educación fueron la justa recompensa económica de los maestros: unificación y mejoramiento de los programas de estudio, la multiplicación de las escuelas y la formación de los maestros para que ensayaran los métodos más destacados, impartieran los mejores contenidos y formaran integralmente a los ciudadanos con miras a modelar una nación laica. A diferencia de su maestro Ignacio Ramírez —que sustentaba ideas en el vehículo de la oratoria, el artículo periodístico y el ensayo—, Altamirano ampliaba su radio de escritura hacia la narración para transportar su ideario pedagógico. La Navidad en las montañas, novela que refleja un pulso estético firme, agrega a su brillantez verbal la fuerza del pedagogo que no negocia sus convicciones. Para Altamirano el apego al verdadero mensaje cristiano se adhiere


16 ¶ al programa liberal en cuanto a la convivencia; sin embargo, el aprendizaje no podía seguir dependiendo de las instituciones exhaustas de la Colonia que los conservadores se esforzaban en mantener vivas para garantizar sus privilegios. Sólo con el debilitamiento del antiguo régimen se cumpliría un cambio profundo: el profesor sustituiría al sacerdote como depositario de la moral pública. Uno de los proyectos más anhelados de Altamirano, como la creación de la Universidad Nacional para Justo Sierra, fue la apertura de la Escuela Normal: […] uniforma la enseñanza, y además, da lecciones prácticas de pedagogía. En ella se ensayan los métodos, se corrigen los defectos que la experiencia va demostrando, se conocen los textos, se comparan, se reciben informes frecuentes de los maestros de las escuelas rurales, y según ellos, se inician reformas o se adoptan sistemas. Además, el estímulo hace que los profesores se esfuercen en obtener el mayor número de conocimientos.

Estas líneas provienen de “La escuela modelo”, un artículo publicado al comienzo de la década de 1870. Tuvieron que pasar cerca de 15 años para que Altamirano pudiera ver realizada esta obra. Apunta Ernesto Meneses Morales que, para ese momento, ya existían otras escuelas normales como la de Jalapa; sin embargo, lo distintivo de la iniciativa de 1885 era su carácter nacional y federal. Sus logros podrían implementarse en cualquier punto de la República y paulatinamente se homologaría la enseñanza. Así pudo fundarse, durante la gestión del secretario Joaquín Baranda, el plantel de profesores para instrucción primaria, donde el propio Altamirano impartiría la cátedra de lectura superior. Este mismo estudioso ha afirmado que “Altamirano, más que por sabios tratados sobre educación, ha pasado a la historia por su ejemplaridad de maestro”. Desde las veladas literarias celebradas tras el triunfo de la República y tras la publicación de El Renacimiento,


¶ 17  Altamirano asume la tarea de propagar la concordia y las nociones estéticas que permitirían establecer una literatura nacional. Dicha revista marcó un episodio de concordia que pocas veces ha vuelto a repetirse en nuestra historia. Sin importar las filas ideológicas, Altamirano impulsó un espacio donde liberales y conservadores pudieron darse la mano. Estimuló la traducción de lenguas como el francés, el inglés e incluso el alemán. Gracias a la educación enciclopédica adquirida en los tiempos en que fue bibliotecario del Instituto Literario de Toluca, señaló los caminos a seguir por los jóvenes escritores entre quienes ejerció su magisterio. Cuando se despide de México en 1889 y viaja a Europa para cubrir una misión diplomática, se reúnen los escritores más importantes del periodo para manifestar su agradecimiento; entre los más jóvenes se encontraba Ángel de Campo, quien afirmó:

Siempre tenía perlas para el discípulo; nada ocultó, ni el idilio, ni la elegía, ni los rasgos de buen humor del festivo Anacreonte, ni la grave tragedia de Racine, ni la profunda sátira de Molière, ni la disección del alma humana que tembló bajo la pluma de Shakespeare y de Goethe. Era un amigo el que nos hablaba; se rejuvenecía rodeado de sus discípulos; para cada frase tenía otra frase feliz; para cada verso una idea; para cada libro un justo juicio… Lo escuchábamos con esa ansiedad del que oye a Ulises antes de entregar su barca a merced de un océano lleno de escollos y de perlas. ¿Qué le importaba a él la suerte de una generación que nacía, cuando ya había conquistado el título de genio? Por eso la juventud lo llama querido maestro.

Manuel Gutiérrez Nájera, que a sus 30 años transitaba por el mediodía de su carrera, dejó este testimonio: “[…] es el autor de sus preclaras obras y, en mucha parte, es el coautor también de casi todas las obras buenas de nuestras dos últimas generaciones literarias.


18 ¶ Ha sido, por el voto unánime de todos los escritores liberales, algo así como el Presidente de la República de las letras mexicanas.” Las palabras de los alumnos agradecidos sonríen a la memoria de Ignacio Manuel Altamirano.

Ejemplo y linaje de Justo Sierra Con Justo Sierra culmina la obra de la generación liberal positivista. En el año de 1910 se corona la función pública de esta corriente de pensamiento con una obra magna: la apertura de la Universidad Nacional. En cuestión de meses se desmorona el proyecto de los “científicos”. Quienes aún defienden a ultranza los preceptos más dogmáticos son criticados por los miembros del Ateneo de la Juventud; sin embargo, hay una figura que permanece intacta, Justo Sierra, el secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes. De las tres figuras de esta Trilogía magisterial es el que nace en la circunstancia más ventajosa, a pesar de que muy temprano perdió a su padre, el importante abogado y escritor Justo Sierra O’Reilly. La impresión depositada sobre Ignacio Manuel Altamirano el día en que se escuchó por primera vez la clase de “bella literatura” de Ignacio Ramírez en el Instituto Literario de Toluca debe ser de una intensidad cercana a la que suscitó Ignacio Manuel Altamirano en el joven de 13 años, llamado Justo Sierra, cuando aquél pronunció el célebre discurso “Contra la amnistía” en 1861. Si Ignacio Ramírez se hace célebre por su ateísmo al ingresar a la Academia de Letrán, otro tanto sucede con el anticlericalismo de Sierra que resuena en la capilla de San Ildefonso al grito de “¡Muera el Papa!”. Cuando se incorpora al mundo intelectual de su época, Sierra se entregó a la literatura. Asimismo, publicó poemas, teatro e incluso una novela que permaneció inconclusa. Dotado para la observación y dueño de virtudes analíticas, emitió juicios atinados sobre literatura, y su


¶ 19  interpretación de la vida política del país arrojó dos clásicos de la historiografía mexicana: Evolución política del pueblo mexicano y Juárez: su obra y su tiempo. Ambos libros contribuyeron al conocimiento de nuestros anhelos y a la reconciliación de nuestros orígenes. Vencido el bando conservador, durante la década de 1870 se enfrentan distintas facciones del partido liberal. Mientras esto sucede, Justo Sierra se desempeña como diputado y ejerce el periodismo. Se consolida la educación positivista. Gabino Barreda dirige la Escuela Nacional Preparatoria y hacia el final de la década Justo Sierra es habilitado para impartir la materia de Cronología e Historia General del país. A partir de la enseñanza de esta asignatura, escribe libros de texto para la escuela primaria: Elementos de Historia General y Elementos de Historia patria que se vuelven fundamentales. Apunta Alfonso Reyes sobre este aspecto: “Yo dejé de entender que el historiador fue, en él, un crecimiento del poeta, del poeta seducido por el espectáculo del vigor humano que se despliega a través del tiempo […] Evocación e interpretación, la poesía de la historia y la inteligencia de la historia; nada faltaba a Justo Sierra”. Años después, preside los primeros Congresos Nacionales de Instrucción Pública y es nombrado ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En un intento por renovar el vetusto régimen, Porfirio Díaz separa las secretarías de Justicia e Instrucción Pública. De la escisión nace la subsecretaría de Instrucción Pública y posteriormente la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes. Justo Sierra es llamado a ocupar el cargo y se encuentra en condiciones de realizar una propuesta que presentó en 1881: la creación de la Universidad Nacional. El discurso que pronuncia en la apertura de la más importante de nuestras instituciones de enseñanza en 1910 es una de las piezas oratorias de mayor trascendencia en la historia de la educación en México. Hay una proyección autobiográfica cuando invoca la voluntad como elemento que forma el carácter, y agrega que hacerlo evolucionar y vigorizarlo es arte de la enseñanza porque la misión


20 ¶ del maestro es cultivar voluntades. Si no ha sido debidamente educada la voluntad, la sociedad se enfrenta a problemas sociales o políticos porque el origen del problema es pedagógico. A la Universidad le corresponderá “nacionalizar la ciencia”, “mexicanizar el saber”. Esta nacionalización del conocimiento no puede obviar los sustratos indígenas, criollos y mestizos. En el alma del estudiante deben acompasarse el interés por la ciencia y el interés por la patria. El conocimiento científico distancia a la Universidad Nacional de la institución de la Colonia porque ésta no es el antepasado de la nueva institución, es el pasado hacia el que no se quiere voltear. Hay una enseñanza que puede extraerse de los varios tomos de las obras completas de Ramírez, Altamirano y Sierra: pertenecieron a esa minoría que logró incorporarse plenamente a la cultura escrita durante el siglo pasado. Conquistaron el uso de la palabra al que lamentablemente muy pocos habían podido llegar y en el que aún se mantiene una cuenta sin saldar por parte de nuestro sistema educativo. No se trata de la gracia de la sintaxis o de la elegancia del estilo. Me refiero a algo más humilde y hacia lo que sería deseable que desembocaran más y más estudiantes de cualquier grado: saber que el pensamiento adquiere su forma más acabada a través de la escritura. Con esto quiero decir que mucho se avanzará cuando asumamos —maestros, padres y alumnos— que la escritura posee, como lo afirman los especialistas, una función epistémica; es decir, construye el conocimiento, moldea todo aquello que pensamos. El alumno renuncia rápidamente a poner por escrito lo que recorre su mente porque él supone que debe pensar mejor antes de poner por escrito sus ideas. Paradójicamente, esta bien intencionada lección lo aleja más de la meta. Alfonso Reyes le recomendaba a José Vasconcelos pensar con la mano; es decir, pensar a través de la escritura. Esta obra representa un acercamiento a la visión histórica que dio origen a nuestra educación pública. Sus páginas dan


¶ 21  viva cuenta del perfil intelectual y político que caracterizó a tres de nuestras más notables figuras del movimiento liberal del siglo xix, quienes esculpieron las bases de la educación pública, gratuita y laica, orientada a la construcción de nuestra ciudadanía. Este libro bien documentado de Luis Maldonado Venegas, ajeno a toda petulancia, es una valiosa y oportuna iniciativa que cumple satisfactoriamente con el propósito de difundir y aproximar a los lectores de modo ameno al pensamiento y a los ideales de quienes destacadamente contribuyeron a forjar el estado nación, y a proponer la arquitectura de una República construida desde la libertad de la conciencia: la morada política de ciudadanos, dotados para el ejercicio pleno de las libertades. Actualmente, quienes deseen adentrarse en la obra de los tres autores, pueden recurrir a los tomos que editó la Universidad Nacional en esa gran colección, la Biblioteca del Estudiante Universitario. También puede frecuentar la colección Viajes al Siglo xix que impulsó y coordinó la Fundación para las Letras Mexicanas y editó el Fondo de Cultura Económica. Se trata de antologías muy bien seleccionadas con estudios actualizados sobre los autores. El quehacer político realizado por Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano y Justo Sierra habría de reflejarse en las bases mismas de la República, pero además quedaría como ejemplo de congruencia y patriotismo, de compromiso y entrega orientada a la tarea de construir un país en el que el interés público debería ocupar el lugar fundamental que le corresponde.

Miguel Limón Rojas


22 ¶

Trilogía Magisterial (Texto leído en la presentación de la primera edición de Trilogía Magisterial en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes el 9 de Junio de 2013) Los tres fueron poetas, los tres fueron profesores, los tres educadores, en suma, los tres fueron pensadores. Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano y Justo Sierra forman la Trilogía Magisterial de Luis Maldonado, él mismo poeta, profesor y periodista que desde las primeras páginas nos deja claro no sólo su admiración sino su reverencia por estos personajes que, en muchos sentidos, encarnan el discurrir del siglo XIX mexicano. Pero la obra que hoy presentamos no trata únicamente de la biografía de tres inmensos educadores, es también una puerta para acercarse a un periodo fundacional de la nación, una época de ideas efervescentes para crear las condiciones para alcanzar el futuro anhelado. Los tres pensaban que el camino de la educación era la ruta principal para que el país saliera del atraso y alcanzara una oportunidad como una nación próspera. A los tres los unía una certeza: la educación es el basamento de toda aspiración por un país libre, una nación constituida por individuos pensantes que así podrían defender su derecho a la igualdad. Por lo tanto, cada uno a su manera y desde distintas trincheras, los tres lucharon por diseñar modelos educativos no sólo como vehículos de instrucción sino también como procesos de desarrollo social para alcanzar metas que en aquella época no solo parecían distantes sino imposibles. Son ellos tres los creadores de una mística de la educación, aquella en la que un profesor de primaria era respetado y considerado una autoridad por sus conocimientos y por la labor que desempeñaban. Y ahí aparece con frecuencia Luis Maldonado que está imbuido de esa mística y considera al profesor como un baluarte en el entramado social de nuestro siglo XXI. Sus biografiados


¶ 23  son un ejemplo y las puertas que ellos abrieron son para cruzarlas y para hacer la andadura del tiempo reflexionando siempre en su legado. Una trilogía fundacional, de raíz mexicana y de visión universal. Los tres se mantuvieron alejados de la comodidad del discurso: Ignacio Ramírez, el Nigromante, tenía una pluma como estilete, radical en su honestidad y en sus convicciones fue también impulsor del guerrerense Ignacio Manuel Altamirano, prosista excelso cuya obra hoy se sigue leyendo. El campechano Justo Sierra fue un erudito que no cejó de insistir en el conocimiento como única forma de encontrar la verdad. Hombres no sólo de pensamiento, sino de acción, separados generacionalmente por cerca de 15 años entre cada uno de ellos, cada cual tiene realizaciones diferentes: el Nigromante, logra con Barreda la Escuela Nacional Preparatoria; Altamirano, autor de Navidad en las Montañas, dispone las Normales de Maestros y Justo Sierra abre la Universidad Nacional. Trilogía Magisterial aborda esas odiseas situándonos tanto en los años ya independientes, en el fragor de batallas y asonadas, como en los constitutivos tiempos de la Reforma y las intervenciones, en las reyertas políticas y militares sin fin en una nación carente de recursos y, sobra decirlo, avasallada por la inestabilidad, aunque empecinada en convertir la educación en algo público e institucional, antes única prerrogativa de la Iglesia. Durante la época de Díaz, tiempo de relativa estabilidad, había que partir, sin embargo, de un índice de analfabetismo casi paralizante. La obra educativa de los tres se da a caballo entre la utopía y la creación de una idea nueva, insisto, la del profesor como un apóstol laico para atender a los más necesitados. Con ellos toma forma la idea de la educación como una obligación de Gobierno. Pero lo que hoy parece normal, entonces fue motivo de toda una epopeya. Y a ella nos conduce Luis Maldonado, historiador cuidadoso del tono y del ritmo. Transporta al lector a la época de manera natural, lo involucra en el país de entonces y lo hace partícipe de la vida de los tres biografiados. Combina el rigor académico con la buena


24 ¶ pluma. La precisión con la amenidad. Yo leí el libro de un solo tirón. Y no sé por qué me sentía cómplice de los tres, a veces con la frustración por no lograr aunque fuera un salón de clase y, en ocasiones, con la satisfacción de haber conseguido que las ideas de cambio tomarán cuerpo en un programa de estudios, en conseguir un buen edificio para la Normal de Maestros o en la aprobación de las licenciaturas. Me embarqué en un viaje literario e histórico involucrándome en las aspiraciones de los tres educadores y pienso que esa es, precisamente, la cualidad más estimada de un biógrafo: llevarnos al sitio, a las circunstancias, al entramado de las ideas y a la acción de tres personajes en los que encarnó el nacimiento de una nueva idea de vida. Desde luego, los tres son muy distintos entre sí, pero educadores los tres, cultos, rebeldes, de pluma punzante, políticos, legisladores, periodistas, idealistas en un país que construía su identidad a la luz de los paradigmas y volteaba a mirarse a sí mismo en toda su profundidad pero también en su lacerante pobreza. El libro de Luis Maldonado ocupará, no tengo duda de ello, un lugar privilegiado entre las obras históricas más recientes. Su hallazgo es fundamental, los tres personajes han sido estudiados por separado, pero Luis tuvo la visión de reunirlos como conectando tres arterias de una misma sangre. Así, los situó en el mapa de la historia como un continuo de tres voces que en la actualidad deben escucharse. Lo que hoy ocurre con la educación y con los profesores nos obliga a mirar hacia atrás para repensar los valores educativos esenciales. México hoy requiere de un nuevo impulso educativo y este libro es esencial en ese empeño. En capítulos breves, con una prosa clara, se van deshojando la vida y la obra de Ramírez, Altamirano y Sierra. La investigación realizada por Luis Maldonado es una magnífica concreción de saberes, experiencias y conocimiento de la historia. La lectura es amena sin inhibir el rigor del historiador. En momentos sentí que se trataba de una conversación como muchas de las que tenido con


¶ 25  el autor con quien he charlado mucho de promoción cultural. Aquí hago un paréntesis para recordar que una de las conversaciones más memorables de mi vida fue la que Luis y yo tuvimos con Carlos Fuentes hace poco más de un año. Fue en la casa del escritor y duró varias horas, hasta muy entrada la noche. Se habló de política, de educación desde luego, y de historia. La conversación recaló en el cine mexicano. Y no eran pocas las anécdotas que Luis relató sobre la época de oro. Al cabo, Fuentes escuchó con atención a Maldonado referir las incidencias de la Batalla del Cinco de Mayo. Así fue como el gran escritor aceptó grabar en Puebla un video sobre la gesta de Ignacio Zaragoza que fue su último testimonio audiovisual. En suma, La Trilogía Magisterial es una obra que no puede dejar de leerse. Finalizo diciendo que Luis Maldonado ofrece en sus libros toda una visión del país. Los invito a que disfruten la Trilogía Magisterial.

Lic. Saúl Juárez Vega Secretario Cultural y Artístico de Conaculta


26 ¶


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Saúl Juárez Vega, Luis Maldonado Venegas y Miguel Limón Rojas.



¶ 29

A manera de introducción Breve historia de nuestra educación A la llegada de los conquistadores europeos en el siglo xvi, dejaron de operar las escuelas públicas de las comunidades indígenas (por ejemplo, el calmécac, el telpochcalli y el cuicacalli de los mexicas, entre las más conocidas); sin embargo, las civilizaciones autóctonas, aún sometidas al poder recién impuesto, siguieron ejerciendo una labor formativa tradicional, operada principal, aunque no exclusivamente, desde el seno de la familia, relacionada con la cosmogonía, las creencias religiosas, la medicina, la agricultura y otras labores productivas, las manifestaciones artísticas, la moral y la lengua que, después de casi 500 años, sobrevive en muchas regiones del país. Instaurado el modelo de enseñanza-aprendizaje y de desarrollo personal y social de la Nueva España, algunos miembros de las comunidades autóctonas y sus descendientes acudieron a escuelas creadas ex profeso para tratar de incorporarlos a la nueva cultura imperante.1

Las escuelas novohispanas Consumada la conquista militar, el virreinato comenzó a organizar su Gobierno civil y religioso, su población, su división territorial, su régimen jurídico, su economía y su educación que, como veremos a continuación, no se agotó en los limitados propósitos de castellanizar y evangelizar, sino que alcanzó logros importantes en diferentes ámbitos, porque si bien surgió de una raigambre medieval, al paso del Bolaños Martínez, Raúl, "Primeras inquietudes en materia educativa", en Solana Morales, Fernando, Raúl Cardiel Reyes, Raúl y Raúl Bolaños Martínez (coords.), Historia de la Educación Pública en México (1876-1976), México: fce, Secretaría de Educación Pública, 2011, p.13. 1


30 ¶ tiempo fue nutriéndose con nuevos contenidos y enfoques, al grado de que muchos luchadores por la independencia se formaron en escuelas, institutos, colegios, universidades y demás centros de enseñanza creados durante los tres siglos de dominación española. Las misiones eran comunidades unificadas bajo la guía de un sacerdote en una demarcación territorial donde se impartía “una educación ‘fundamental’, que antes de integrarse en formas superiores o especializadas, atendió a la necesidad de la población dominada de vivir humanamente, según el modelo admitido como mínimo, en cuanto a condiciones de vida y a atributos culturales”.2 Por ende, los primeros encargados de la educación formal en la Nueva España fueron los misioneros —religiosos cultos, humanistas, piadosos, estudiosos de la cultura de los conquistados—, muchos de los cuales (Toribio de Benavente, Bartolomé de las Casas, Bernardino de Sahagún, Vasco de Quiroga, Junípero de Serra, por ejemplo), amén de buenos maestros, eran denodados defensores de los indígenas. La institución pervivió durante todo el periodo virreinal, y aun después de la Independencia hubo ministros católicos que aprovecharon algunos de sus elementos con el ánimo de servir mejor a su grey, tal como narra Ignacio Manuel Altamirano, uno de los integrantes de esta Trilogía Magisterial, en su novela Navidad en las montañas. Pedro de Gante, franciscano, quien poco después de su llegada se instaló en Texcoco para aprender la lengua y la cultura locales, fue enviado en 1524 a Tlaxcala, donde fundó una escuela. Cuando volvió a la Ciudad de México, en 1529, erigió otro centro de enseñanza al que acudieron, en principio, hijos de la nobleza indígena a quienes se instruía para que, a su vez, divulgaran el conocimiento en sus comunidades. Este colegio, distinto a las misiones por su organización y forma de operar, surgió como un anexo del convento de 2

Villalpando Nava, José Manuel, Historia de la educación en México, México: Porrúa, 1a ed., 2009, p. 87.


¶ 31  San Francisco y fue conocido como la escuela de San José de Belén de los Naturales. Vasco de Quiroga, acaudalado jurista español, ordenado sacerdote en tierras americanas, fundó muy cerca de la capital novohispana el Hospital de Santa Fe, institución que proporcionaba servicios caritativos y de salud. Junto al hospital construyó un primer Colegio de San Nicolás, donde los indígenas, niños y adultos, se instruían en diversas materias académicas, artes y agricultura. Ya ungido primer obispo de Michoacán, fundó un segundo hospital —Santa Fe de la Laguna—, en Tzintzuntzan, y otro Colegio dedicado a San Nicolás, que posteriormente trasladó a Valladolid. Ahí, donde fue el germen de la actual Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, estudiaron a fines del siglo xviii personajes prominentes como Miguel Hidalgo y José María Morelos. En la capital de la Nueva España también se fundaron escuelas para atender a niños mestizos, como el Colegio de San Juan de Letrán, y a niñas que no eran indígenas, criollas ni mestizas, como el Colegio de Nuestra Señora de la Caridad. De igual modo se creó una institución de estudios superiores para los indígenas, el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco (1536), cuyo principal impulsor, Bernardino de Sahagún, fue —sin demérito de su importante labor pedagógica— uno de los máximos estudiosos del pasado indígena de México. Su obra principal en ese rubro es Historia de las cosas de la Nueva España. El colegio, que tuvo durante varios años un sistema de autogobierno que permitía a los alumnos intervenir en su operación y en los planes de estudio, terminó siendo una escuela elemental en el siglo xvii. Así como los franciscanos trabajaron principalmente en el centro del territorio del virreinato, los dominicos ejercieron labores educativas —entre ellas la fundación de escuelas y universidades— en regiones que hoy ocupan la capital del país, Puebla, Tlaxcala, Michoacán, Oaxaca, Chiapas y Yucatán; los agustinos en zonas que hoy pertenecen a Zacatecas, Jalisco y Michoacán, y los


32 ¶ jesuitas en la Ciudad de México y en extensas regiones del norte y noroeste, incluidas las Californias. Gracias a la dedicación de los frailes, respaldada con aportaciones privadas y públicas, iniciativas gubernamentales, eclesiásticas y comunitarias, nacieron numerosas instituciones elementales y superiores, antes y después que la Real y Pontificia Universidad de México que, siendo la más conocida, no fue la única que impartió educación profesional (de ella egresaban bachilleres, licenciados y doctores —sólo varones— formados bajo el concepto escolástico y medieval de universitas). Además de las ya mencionadas, hay que recordar el Colegio de San Luis de Predicadores (en Puebla); el Colegio de Estudios Mayores de Tiripetío (en Michoacán); una Escuela superior para contadores y jurisconsultos (en San Cristóbal de las Casas, Chiapas); el Real Colegio Seminario (uno por cada diócesis del virreinato); el Colegio Mayor de Santa María de Todos los Santos; el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo; los colegios de San Bernardo y San Miguel; el Real Colegio de San Pedro, San Pablo y San Ildefonso de México (origen de la Escuela Nacional Preparatoria); el Colegio de las Vizcaínas; la Academia de las Nobles Artes de San Carlos; el Colegio de Minería; el Real Jardín Botánico; y el Colegio de San Gregorio donde, a la postre, ya en la época independiente, cursaría estudios Ignacio Ramírez, “El Nigromante”. Como casos aparte en la educación elemental de la Nueva España debemos citar las escuelas patrióticas y las escuelas de la amiga.3 Las primeras, surgidas casi a finales del periodo virreinal —inicialmente en Veracruz—, estaban influenciadas por la Ilustración, con orientación más secular y sostenidas por criollos que pretendían infundir en sus hijos el apego al terruño donde nacían el amor y el respeto por sus congéneres y la dignidad personal. Las segundas eran atendidas por señoritas instruidas que recibían en sus casas a las Villalpando Nava, José Manuel, Historia de la educación en México, México: Editorial Porrúa, 1a edición, 2009, pp. 137-141 y siguientes.

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¶ 33  niñas —originalmente sólo niñas— de familias conocidas (amigas) para enseñarles a leer, a escribir, a hacer cuentas y a realizar tareas entonces asignadas a las mujeres; fueron un modelo que operó en muchas partes del país hasta muy entrado el siglo xx y no se descarta que hoy, como mera reliquia de la historia de nuestra educación, todavía exista, en algún rincón de México, una escuela de la amiga. En resumen, en el punto histórico de quiebre, a principios del siglo xix, convivían en México los conceptos educativos instaurados en el virreinato (escolásticos, doctrinarios, científicamente limitados a la fe), que se enseñaban en escuelas de todos los niveles —incluidas las atendidas por muchos particulares—, así como las nuevas ideas de una enseñanza de corte liberal, influenciada por ideas políticas, filosóficas, sociológicas y científicas procedentes de Francia y Estados Unidos, principalmente. Aunque todavía no se denominaban lancasterianas (el concepto se explica más adelante), desde finales del virreinato operaron, tanto en la capital como en otras ciudades, escuelas de enseñanza mutua, y algunos ayuntamientos, entre ellos el de la Ciudad de México —uno de los primeros que renegó del orden virreinal—, fundaron escuelas municipales que sostenían con sus propios recursos, aplicando nuevos métodos pedagógicos.

Bases de la escuela pública en el México independiente Este libro intenta describir el perfil biográfico de tres hombres dedicados al magisterio, que destacaron uno tras otro, y que, como en aquellas vidas paralelas de las que habló Plutarco, se les puede equiparar a las grandes figuras de la época de oro en la que floreció la filosofía griega: Sócrates, Platón y Aristóteles, que en una secuencia extraordinaria fueron maestros y alumnos que transmutaron la mayéutica en idealismo, para transitar al racionalismo científico e influir no sólo en el quehacer humano de la


34 ¶ civilización helénica —que había prosperado notablemente desde Pericles— o en la praxis del vigoroso reinado de Alejandro Magno —que conquistó vastos territorios, los más extensos de la historia antigua—, sino hasta nuestros días. Los personajes de los que hablaremos en esta obra son equiparables  en la  construcción  de los fundamentos  del magisterio del México independiente, con su tríada de principios hoy consagrados en el artículo 3° constitucional: una educación laica, gratuita y obligatoria, la cual, con independencia del modelo novohispano, emergió cobijada por los principios liberales, que en distintos momentos de una presidencia intermitente prohijó el médico presidente Valentín Gómez Farías, quien a partir del mes de abril en 1833 decretó la desaparición de la Real y Pontificia Universidad del Viejo Mundo, la creación de la Biblioteca Nacional y la Fundación del Instituto de Estadística y Geografía de la República Mexicana, fundando las bases de un nuevo régimen educativo. Así, le atañó a los tres protagonistas de este libro, hombres visionarios, proseguir con el establecimiento de la escuela pública mexicana en periodos subsecuentes. Ignacio Ramírez “El Nigromante” fue el liberal que encarnó el más alto grado de los fundamentos de la educación laica que había inspirado la escuela redentora del enciclopedismo francés. Calificado por muchos como el gran ateo del movimiento liberal y juzgado también por otros como un jacobino radical, representó el espíritu mismo de los pilares educativos plasmados en la Constitución de 1857. Asimismo, como el hombre republicano y humilde que sin lugar a dudas fue, ejerció sus funciones de ministro de Fomento con el saco y los puños raídos, porque en el periodo más crítico de la nación, la Hacienda pública no podía cubrir las dietas de la administración juarista. Desde su célebre discurso en la Academia de Letrán, que mereció el respaldo de su presidente vitalicio, don Andrés Quintana Roo, fue una figura central de la intelectualidad del siglo de las luces


¶ 35  mexicanas. Durante la Intervención Francesa, siendo presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, salvaguardó los acervos más valiosos de dicha institución, en la cual formó e inseminó a otra gloria del siglo xix mexicano: Ignacio Manuel Altamirano. Altamirano nació en un paupérrimo jacal del poblado de Tixtla, entonces estado de México, y ahora perteneciente a Guerrero. Indígena de pómulos prominentes, rostro cetrino y poseedor de un talento innato, supo como Juárez elevarse de la condición más humilde y marginal de su época a los más altos niveles de influencia intelectual y política, tanto en sus facetas de periodista, novelista y poeta, como en las de militar, legislador y diplomático de su época, pero sobre todo como maestro, a quien le tocó establecer los principios de formación magisterial: las escuelas normales que hoy son el antecedente de la profesionalización docente. Murió en la casa del marqués de Garbarino, en la ciudad de San Remo, en la antigua Via Aurelia, en donde el día de hoy, en el parque Ormond, puede verse una estatua de tres metros de bronce que mira al Adriático, la cual se develó en su honor para recordarlo como efigie imperecedera no sólo de nuestra historia, sino también como referente universal por su carácter cosmopolita, así como por haber expresado su pensamiento allende las fronteras. Ya como presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, le correspondió incorporar a dicha institución a un joven virtuoso con la resistencia de los académicos de aquel entonces, quienes consideraban que dicho mérito sólo debía considerar a talentos consolidados y de alto prestigio. Altamirano impuso su determinación e infundió con sangre nueva al incorporar a aquella organización al joven Justo Sierra Méndez, quien habría de establecer a lo largo de su ejemplar trayectoria las bases de lo que hoy es nuestra máxima casa de estudios: la unam. Recientemente, mis queridos sobrinos, hijos del recordado Héctor Azar, me obsequiaron una excepcional figura de bronce denominada La Princesa de Urbino, la cual le obsequió a éste la


36 ¶ nieta de don Justo Sierra Méndez, Catita Sierra, cuando asumió la Secretaría de Cultura en el estado de Puebla. Cuenta Catita que don Justo tenía dos adicciones incontrolables: la cultura helénica y las supersticiones. Esto lo mencionó la nieta porque el día que su abuelo adquirió esta pieza don Porfirio Díaz le comunicó que sería diputado al Congreso de la Unión y, desde entonces, La Princesa de Urbino lo acompañó en todas sus funciones hasta el último día de su fructífera vida. Por ello, ahora que tengo esta estatuilla que ocupa un lugar especial en mi despacho de trabajo, evoco con emoción el recuerdo de la trilogía magisterial que fundó las bases de la educación pública mexicana y a quienes esta generación debe honrar no sólo en el recuerdo, sino en el ejercicio aún incumplido de la educación para millones de niños, jóvenes y ciudadanos, que día a día ascienden los peldaños del alfabeto y la ilustración y aspiran todavía a elevar su desarrollo y dignidad.




Ignacio Ramírez “El Nigromante”


40 ¶ Trilogía magisterial

En territorio insurgente Familiares y amigos liberales El padre de Ignacio Ramírez fue José Lino Ramírez Galván, hombre instruido en leyes, partidario y defensor del movimiento insurgente, hijo de José Anselmo Ramírez y María Josefa Galván. En virtud de que se dedicaba al comercio, Anselmo recorría extensas zonas de los estados de Querétaro, Michoacán y Guanajuato, donde distribuía aperos de labranza, granos y diversos géneros. Esas andanzas que realizó con propósitos mercantiles durante las últimas décadas del siglo xviii, le permitieron trabar amistad con muchos vecinos de esas regiones, entre ellos la familia de Cristóbal Hidalgo y Costilla, administrador de una finca rústica de la Hacienda Real de San Diego de Corralejo, padre de Miguel Hidalgo y Costilla. En una obra publicada recientemente se asegura que Lino, el padre de Ignacio Ramírez, era criollo y que la madre, Ana María Guadalupe Sinforosa Calzada Ramírez, era “indígena pura”,4 por ser hija de José Cesáreo Calzada, descendiente de antiguos señores de Tlacopan, y de Joaquina Ramírez de Quiñones, de estirpe purépecha. Un testigo más directo —Ignacio Manuel Altamirano— los describió así: “Los padres de Ramírez fueron D. Lino Ramírez y Doña Sinforosa Calzada, ambos queretanos de raza mestiza y no indígenas puros como han dicho algunos de sus biógrafos, sin embargo, la verdad es que predominaba en ellos el tipo indio”.5 4

Arellano, Emilio, Ignacio Ramírez, El Nigromante, Memorias prohibidas, México: Editorial Planeta, 3a reimpresión, 2010, p. 22. 5 Altamirano, Ignacio Manuel, Ignacio Ramírez, biografía, (Colección Testimonios del estado de México), Toluca, estado de México: Gobierno del estado de México, 1977, p. 23.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez

Mientras que la familia paterna de Ignacio Ramírez convivió con la de Miguel Hidalgo, su familia materna —coincidencias históricas— lo hizo con la de José María Morelos y Pavón: Los padres de Joaquina Ramírez de Quiñones vivieron un tiempo en Sindurio, comarca de Valladolid. Ahí conocieron a Juana María Pavón (madre de Morelos), ya que el abuelo materno del libertador “era maestro y por las tardes, después de los rezos vespertinos, daba lecciones particulares a las señoritas de cierta posición social, entre las que se encontraba la madre de Sinforosa Calzada […].6

Lino Ramírez, ávido lector de los libros prohibidos por la jerarquía católica de su tiempo, en los que asimiló conceptos sobre el Estado moderno y los derechos del hombre, amigo de Hidalgo y de Morelos, condiscípulo de José María Alzate, practicante de la masonería, financió a los insurgentes con el producto de la venta de algunas de sus propiedades e instaló en su casa —visitada por Hidalgo la última vez que estuvo en San Miguel— una fábrica de pólvora y municiones para abastecer a los combatientes independentistas. Lino se casó con Sinforosa Calzada en agosto de 1817 y procrearon cinco hijos: Ignacio, Wenceslao, Juan, José y Miguel Manuel.7 Este trabajo versa sobre la vida y la obra educativa del más famoso de los descendientes de Lino y Sinforosa (Ignacio); sin embargo, hay que apuntar que por lo menos otros dos hijos del matrimonio tuvieron un importante desempeño público: Juan Ramírez Calzada, militar que además de luchar contra la Invasión Estadounidense de 1847 fue partícipe de la victoria mexicana contra el Ejército Francés en la célebre Batalla del Cinco de Mayo de 1862, y Miguel Manuel Ramírez Calzada, quien se fue a vivir a Sinaloa, intervino en la política local de aquel estado, y llegó a ser alcalde de Mazatlán. 6

Arellano, Emilio, op. cit., p. 23. Arellano, Emilio, op. cit., p. 22 y siguientes; y Altamirano, Ignacio Manuel, op. cit., pp. 23-25. 7

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42 ¶ Trilogía magisterial El nacimiento de Ignacio Ramírez Juan Ignacio Paulino Ramírez Calzada nació el 22 de junio de 1818, muy cerca del centro de la población de San Miguel el Alto (hoy San Miguel de Allende), provincia de Guanajuato —hoy estado—, en la misma casa donde su padre dio alojamiento a los conspiradores y a los insurgentes e instaló una fábrica de pólvora y parque, ubicada en la calle actualmente llamada Umarán, en cuyo frente hay dos placas que rememoran el suceso: “El 22 de junio de 1818 nació en esta casa Ignacio Ramírez ‘El Nigromante’. Lo recuerda la intelectualidad mexicana. XI-IX-938”, dice una. En la otra se lee: “México entero le rinde homenaje al Sr. Lic. Don Ignacio Ramírez Calzada ‘El Nigromante’. Que su vida sirva como modelo para la juventud mexicana. San Miguel de Allende, Gto. Junio 22, 2010”. Fue registrado y bautizado el 24 de junio de 1818 en la Parroquia de San Miguel Arcángel del mismo lugar donde nació, porque en ese momento todavía se asentaban en las notarías eclesiásticas las constancias de los sacramentos y del estado civil. Eran épocas de crisis, de transición: ocho años antes, cerca de San Miguel, en Dolores, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, amigo del padre de Ignacio Ramírez, comenzó la lucha que a la postre culminaría con la supresión del virreinato de la Nueva España y el surgimiento del Estado mexicano. Durante ese lapso, tratando de conservar el dominio de su reino en América y partes de Asia, las cortes españolas, en medio de las revueltas independentistas del nuevo continente y de la imposición de un monarca francés en su territorio, promovieron una nueva Constitución que fue promulgada el 19 de marzo de 1812. La Constitución de Cádiz, en cuya elaboración participaron diputados peninsulares, americanos y asiáticos, estuvo vigente de manera intermitente en la Nueva España. Por su parte, los insurgentes, sorteando altibajos, desencuentros, avances y retrocesos, desde los primeros tiempos de su lucha


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez

emitieron disposiciones, bandos, decretos y leyes con el propósito de ir prefigurando una nueva nación. Entre estos ordenamientos jurídicos destacan Los Sentimientos de la Nación, de 1813, y la Constitución de Apatzingán, de 1814.

Momento de transición En 1818, año del nacimiento de Ignacio Ramírez, operaba en la mayor parte del territorio, con algunas adecuaciones, el sistema educativo virreinal. No obstante, la lectura de libros y otras publicaciones que contenían conceptos sobre el Estado moderno, la división de poderes, nuevas teorías filosóficas, jurídicas y económicas, así como la efervescencia política inspirada por la Revolución Francesa y la independencia de las colonias británicas de América del Norte, y sobre todo la marcada desigualdad social, habían hecho germinar la idea de un cambio más profundo. La guerra por la independencia se acercaba a su fin. Las dos partes beligerantes, los realistas, que pugnaban por la permanencia de la dominación española, y los insurgentes, que alentaban el establecimiento de una nueva nación, trataban de dar forma jurídica a sus postulados. Para entonces gobernaba el virrey Juan José Ruiz de Apodaca y Eliza quien, con poca fortuna, intentó restablecer la Constitución de Cádiz (promulgada en 1812, derogada en 1814 y puesta en vigor de nuevo cada que parecía útil aplicarla), que en materia educativa disponía:

Título IX. De la instrucción pública. Capítulo único Artículo 366.- En todos los pueblos de la monarquía se establecerán escuelas de primeras letras, en las que se enseñará a los niños a leer, escribir y contar y el catecismo de la religión católica,

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44 ¶ Trilogía magisterial que comprenderá también una breve exposición de las obligaciones civiles. Artículo 367.- Así mismo se arreglará el número competente de universidades y de otros establecimientos de instrucción que se juzgue conveniente para la enseñanza de todas las ciencias, literatura y Bellas Artes. Artículo 368.- El plan de enseñanza será uniforme en todo el reino [...]. Artículo 369.- Habrá una Dirección General de Estudios, compuesta de personas de conocida instrucción, a cuyo cargo estará bajo la autoridad del gobierno la inspección de la enseñanza pública. Artículo 370.- Las Cortes por medio de planes y estatutos especiales arreglarán lo perteneciente al objetivo de la instrucción pública.8

La Constitución gaditana, aunque fue considerada una de las más liberales de su tiempo, como se aprecia en los artículos transcritos, mantenía el criterio monárquico y la tesis de la uniformidad de la enseñanza en todos los pueblos del reino. En cambio, el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, mejor conocido como Constitución de Apatzingán —cuya aplicación en las zonas dominadas por los insurgentes fue dificultada por la guerra—, aunque reproducía algunos principios contenidos en la de Cádiz, se inspiraba más en la Revolución Francesa, en los Elementos Constitucionales propuestos en 1812 por Ignacio López Rayón y en los Sentimientos de la Nación presentados en Chilpancingo por José María Morelos y Pavón en 1813; contenía categorías jurídicas y políticas más propias de un régimen liberal (los ciudadanos, la división de poderes, etcétera) y sentaba las siguientes bases para la educación: 8

Tena Ramírez, Felipe, Leyes fundamentales de México, 1808-2005, México: Porrúa, 25a ed., 2008, pp. 35, 42, 43 y 102.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez Constitución de Apatzingán de 1814. Capítulo V. De la igualdad, seguridad, propiedad y libertad de los ciudadanos Artículo 39.- La instrucción, como necesidad de todos los ciudadanos, debe ser favorecida por la sociedad, con todo su poder. Artículo 117.- Al Supremo Congreso pertenece exclusivamente: [...] cuidar con singular esmero de la ilustración de los pueblos.9

Para unos u otros fines, se comenzaba a esbozar la política educativa y las dos tendencias (monárquica y republicana) pervivieron por muchas décadas en pugna.

Tribulaciones familiares La lucha por la emancipación de la Nueva España se había prolongado casi una década. Eliminados los personajes que encabezaron el movimiento en sus primeras etapas, aparentemente diluido el ánimo independentista en muchas regiones, el Ejército Insurgente mantenía su principal bastión en el sur, comandado por Vicente Guerrero. Ante eso, el Gobierno virreinal, tratando de evitar rebrotes de la revuelta en las zonas donde había comenzado, reprimió a personas y grupos identificados con la sublevación. Lino Ramírez, el padre de Ignacio Ramírez, fue una de las víctimas de esas acciones. Bajo la acusación de motín, agravios contra la Iglesia, la religión y el Gobierno, alteración del orden público y otros cargos semejantes, fue apresado y conducido a la cárcel de la Santa Inquisición de la Ciudad de México. Mientras tanto, su esposa y sus hijos, entre ellos Ignacio, fueron internados en el Convento Real de la Concepción de San 9

Idem.

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El general Vicente Guerrero comandó el Ejército Insurgente en el sur del país.


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Miguel el Alto donde, por cierto, hoy opera el Centro Cultural "El Nigromante", erigido para honrar su memoria y su obra. Enterados de las dificultades por las que pasaba la familia Ramírez, los compañeros de Lino de la logia masónica contrataron a dos abogados especialistas en causas laicas y religiosas —José María Quiles y Remigio Mateos—, quienes evitaron que fuera fusilado. Lo que no pudieron evitar fue la tortura que le infligieron para tratar de que se confesara culpable de los delitos que le imputaban. El resto de su vida sufrió secuelas de aquellos tormentos carcelarios.

Primeras letras Lino Ramírez fue liberado y volvió con su familia a San Miguel. Ahí se enteró de los acontecimientos que condujeron a la terminación del movimiento iniciado en 1810: el acercamiento entre Iturbide y Guerrero para suspender las hostilidades entre realistas e insurgentes; la firma de los Tratados de Córdoba que dieron cauce al nuevo Estado mexicano y, finalmente, la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821. Instalado Iturbide en el poder, Lino Ramírez tomó partido por la causa republicana y, a la caída del Primer Imperio Mexicano, apoyó la conformación del Congreso que elaboró la Constitución federal de 1824. Había comenzado una pugna que se prolongó hasta la segunda mitad del siglo xix: liberales contra conservadores. A mediados de la década de los 20, la familia Ramírez Calzada sorteaba con altibajos la inestabilidad de los primeros tiempos de la Independencia de México; al buscar mejores condiciones de vida, y aprovechando la invitación para colaborar con las autoridades del recién fundado estado de Querétaro, Lino Ramírez llevó a su esposa y a sus hijos a vivir a la capital de esa entidad. Ahí estudió

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Casa donde se firmaron los tratados del 24 de agosto de 1821 entre don Agustín de Iturbide y don Juan de O´Donojú, Córdoba, Ver.


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Ignacio Ramírez las primeras letras o, como escribió el biógrafo Francisco Sosa, “comenzó sus estudios literarios en la ciudad de Querétaro, cuna de su padre…”.10 Estaba en auge la escuela lancasteriana, basada en la enseñanza mutua, donde los alumnos más avanzados (monitores) auxiliaban a los profesores para instruir a los discípulos de menor edad o a los que estaban más atrasados en conocimientos. Desde principios del siglo xix operaron en la Nueva España planteles educativos que aplicaron ese método que se consolidó a partir de 1822 en la etapa independiente, cuando se fundó la Compañía Lancasteriana en la Ciudad de México, donde ejerció su influencia hacia el resto del país. Unos años de relativa calma permitieron a Lino Ramírez ascender hasta vicegobernador y, de forma interina, al cargo de gobernador de Querétaro (1833-1834), donde apoyó unas iniciativas legales propuestas por Valentín Gómez Farías, a la sazón vicepresidente de la República que, por ausencia del presidente Antonio López de Santa Anna, ejercía como titular del Ejecutivo. Tales iniciativas, que prohibían la injerencia del clero en política, clausuraban escuelas confesionales y promovían la educación pública, ponían en subasta propiedades que detentaba la jerarquía eclesiástica, ampliaban las libertades cívicas (la de prensa, por ejemplo) y reorganizaban al ejército. Conocidas —por su contenido liberal— como las “primeras leyes de Reforma”, las cuales fueron rechazadas por la jerarquía católica, los grupos conservadores y los altos mandos del ejército quienes, para impedir que se pusieran en vigor, pidieron el regreso de Santa Anna a la silla presidencial. Santa Anna emprendió una campaña contra los Gobiernos estatales que consideraba opositores —entre ellos el de Querétaro, que simpatizaba con las reformas propuestas por Gómez Farías—, por lo que Lino Ramírez fue destituido de su cargo. 10

Sosa, Francisco, Biografías de mexicanos distinguidos (Colección "Sepan Cuántos..."), México: Porrúa, 4a ed., 2006, p. 646.

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El general AgustĂ­n de Iturbide fue el primer emperador de MĂŠxico.


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Rumbo a la capital

En San Gregorio Desterrado de Querétaro, Lino tomó una decisión que resultó determinante: pensó que lo indicado para que sus hijos cursaran estudios superiores era emigrar a la Ciudad de México y para allá hizo mudanza. Al tiempo que la familia Ramírez Calzada y el joven Ignacio —que para entonces tenía 16 años de edad— hacían preparativos para viajar hacia la capital del país (año 1834), en Tixtla, un pueblo serrano, perteneciente en esa época al estado de México y actualmente al estado de Guerrero, nació el segundo personaje de esta Trilogía Magisterial: Ignacio Manuel Altamirano, de quien nos ocuparemos con más detalle en páginas subsecuentes. En 1835, Ramírez comenzó los llamados estudios de artes en el Colegio de San Gregorio, institución educativa sobreviviente del virreinato, originalmente destinada a la instrucción de niños indígenas que, dirigida entonces por el abogado, educador, político y periodista Juan Rodríguez Puebla, había tomado nuevos cauces. Creo que el Colegio de San Gregorio, en la etapa del rector Juan Rodríguez Puebla (1829-1848), fue uno de los proyectos educativos más audaces y de mayor eficacia de su tiempo, un semillero de ideas democráticas que nutrió al grupo que hizo la Reforma […]. El carácter democrático —igualdad, libertad, fraternidad— que le imprimió a la convivencia su director, aunado al currículo amplio de ciencias y humanidades que el Colegio ofrecía, fueron base de la renovación de las ideas y prácticas educativas en nuestro país.11 11

Álvarez Arellano, Lilián, El Colegio de San Gregorio: modelo de educación para los indios mexicanos. Disponible en: http://www.descolonizacion.unam.mx/ pdf/Ch8_9_gregorio.pdf.

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Además de “El Nigromante”, pasaron por las aulas de San Gregorio otros personajes destacados durante las intervenciones extranjeras, la Reforma, el Segundo Imperio, e incluso el porfiriato: José María Iglesias, Miguel Lerdo de Tejada, Manuel Ortiz de Montellano, José Tomás de Cuéllar, Juan A. Mateos, Francisco Sosa, José Rosas Moreno, Antonio García Cubas, Manuel Romero Rubio, Felipe Sánchez Solís (primer director del Instituto Científico y Literario de Toluca), Francisco Díaz Covarrubias, Joaquín Alcalde, Manuel Parada, Vicente Riva Palacio, Miguel Miramón e Ignacio Zaragoza.12

Bibliófilo multidisciplinario El provinciano recién llegado despertó la atención del rector Rodríguez Puebla cuando le manifestó su deseo de conocer las bibliotecas más importantes de la Ciudad de México. El maestro le informó cuáles eran y dónde estaban. Además, con el propósito de dar seguimiento al recorrido del estudiante por esos centros de investigación, le entregó un cuaderno para que registrara las bibliotecas que visitara y las obras que leyera. El joven no sólo acudió a las bibliotecas. A fin de complementar lo aprendido en los libros, también recorrió centros de experimentación y gabinetes científicos, observatorios, jardines botánicos, escuelas de arte y galerías. En todas partes pedía que le sellaran el cuaderno de control que su mentor le había dado y anotaba lo que había leído u observado. Pronto lo llenó y lo conservó toda su vida. Estudió con tal avidez que en poco tiempo adquirió fama de enciclopedista. Con base en esa formación autodidacta, más la que adquirió en el seno 12

Álvarez Arellano, Lilián, op. cit.

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54 ¶ Trilogía magisterial familiar, en la escuela básica de Querétaro, en el Colegio de San Gregorio y en la universidad, escribió, enseñó y polemizó sobre teología, física, química, matemáticas, anatomía, filología, economía, derecho, historia, ciencias naturales y muchas otras materias. Además, aprendió lenguas autóctonas, clásicas y modernas. A fin de corroborar los avances del discípulo, el rector Juan Rodríguez Puebla lo instó a sustentar un examen ante varios especialistas de las más diversas ramas del conocimiento. Ignacio Ramírez aceptó el reto. Salió airoso de la prueba y a raíz de eso ingresó a los círculos de la intelectualidad capitalina de la época, en uno de cuyos más venerados recintos pronunció un discurso de ingreso que escandalizó a liberales y conservadores, clérigos y seglares, militares y civiles, de tal suerte que puede considerarse el origen remoto del sobrenombre con que es recordado hasta nuestros días: “El Nigromante”.

Un ateo en la Academia de Letrán En el antiguo Colegio de San Juan de Letrán vivía uno de sus más connotados catedráticos durante el siglo xix: José María Lacunza. Ahí lo visitaban algunos amigos para charlar de todo un poco, compartir composiciones en prosa o en verso, discutir temas viejos y nuevos. Las tertulias se realizaban en la habitación (semejante a una celda monacal) del maestro Lacunza. Un buen día, en 1836, cuatro personajes (José María Lacunza, su hermano Juan Nepomuceno, Manuel Tonat Ferrer y Guillermo Prieto) decidieron abrir el cuarto derruido y polvoriento a más artistas, científicos, literatos, periodistas, jurisconsultos, clérigos, filósofos, teólogos, etcétera, y fundar ahí la Academia Literaria de Letrán, que desde entonces, hasta 1856, cuando dejó de sesionar, fue uno de los foros culturales más importantes de México.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez

Era el tiempo de la consolidación de Antonio López de Santa Anna, cuando —durante la gestión de José Justo Corro en la Presidencia de la República— se derogó la Constitución federal de 1824 para poner en vigor otra, de corte centralista, llamada oficialmente Las Siete Leyes Constitucionales, promulgada el 30 de diciembre de 1836. Pocos meses después de fundada la academia, a la que se había incorporado Andrés Quintana Roo, quien fue designado su presidente vitalicio, llegó a ella un joven que frisaba los 19 años: alto, pero un tanto encorvado, de rostro cetrino y semblante taciturno; sus ropas denotaban pobreza; sus ojos lanzaban miradas nerviosas y sus labios esbozaban una sonrisa sarcástica. Había oído que sus profesores de San Gregorio y otras personas que frecuentaban las bibliotecas adonde él iba casi todos los días hablaban de las tertulias de San Juan de Letrán y decidió participar en ellas. Tímido, se detuvo en la puerta. En virtud de que su sombra redujo la de por sí escasa iluminación del cuarto, llamó la atención de los presentes, quienes lo invitaron a entrar. Tomó asiento cerca del conductor de la sesión, pidió autorización para exponer un tema y todos aprobaron su pedimento. Lo que ocurrió en seguida fue descrito así años después por Guillermo Prieto en su obra Memoria de mis tiempos: En el auditorio reinaba un silencio profundo. Ramírez sacó del bolsillo del costado, un puño de papeles de todos tamaños y colores; algunos impresos por un lado, otros en tiras de recortes de molde de vestido, y avisos de toros ó teatros. Arregló aquella baraja, y leyó con voz segura e insolente el título, que decía: No hay Dios… El estallido inesperado de una bomba, la aparición de un monstruo, el derrumbe estrepitoso del techo, no hubieran producido mayor conmoción.

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AndrĂŠs Quintana Roo fue presidente vitalicio de la Academia de LetrĂĄn.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez Se levantó un clamor rabioso que se disolvió en altercados y disputas. Ramírez veía todo aquello con despreciativa inmovilidad […].13

Liberales y conservadores, todos a su modo, eran creyentes. Por ello el título del texto los escandalizó. Unos estaban a favor de que hablara, otros estaban en contra. Hubo quien defendió la venerable condición del recinto educativo —casi sagrado—. No faltaron los calificativos de hereje, blasfemo, diabólico. Hubo un momento de confusión hasta que don Andrés, patriarca reverenciado por todos los contertulios, puso orden al decir que él no presidiría las sesiones de una academia que aplicara mordazas y, posando su mano sobre la cabeza del recién llegado, lo instó a que continuara con su disertación. “No hay Dios, los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos…” Esa fue la tesis en torno de la cual giró el discurso de ingreso de Ignacio Ramírez a la Academia de Letrán y, pese a los resquemores de algunos, fue aceptado, después de que su ponencia fue sometida al escrutinio de los asistentes y defendida con firmeza desde varios ángulos científicos, teológicos y filosóficos por el sustentante. Con actitud paternal, Quintana Roo volvió a poner su mano sobre la cabeza del nuevo contertulio en señal de aprobación; Fernando Agreda, un filántropo de la época, se declaró su admirador y lo apoyó económicamente; Francisco Modesto de Olaguíbel, a la postre gobernador del estado de México, lo motivó para que se graduara de abogado y, más adelante, lo invitó a colaborar con él. La fama de “El Nigromante” (“el que invoca a los muertos u observa cadáveres para predecir sucesos”; de nekrós, cadáver, y mantheía, adivinación) creció de tal manera que él mismo usó posteriormente ese pseudónimo para firmar artículos periodísticos y obras 13

Prieto, Guillermo, Memorias de mis tiempos, 1828 a 1840, México: Tipografía de la viuda de Francisco Díaz de León, 1906, p. 189.

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58 ¶ Trilogía magisterial literarias, y el planteamiento que presentó aquella tarde siguió causando revuelo más de un siglo después; por ejemplo, en 1947, cuando Diego Rivera transcribió en su mural Sueño de una tarde dominical en la alameda central parte de lo dicho por Ramírez ante la Academia.

Los tiempos de la universidad Después de terminar sus estudios de artes en San Gregorio, Ignacio Ramírez optó por estudiar la carrera de jurisprudencia en la Pontificia y Nacional Universidad de México (sucesora de la Real y Pontificia), que para entonces (1841), además de impartir disciplinas religiosas, formaba estudiantes en algunas de las denominadas profesiones liberales. Durante su estancia en la universidad (de 1841 a 1845), el futuro abogado Ramírez vio pasar por la Presidencia de la República a Anastasio Bustamante, a Francisco Javier Echeverría, varias veces a Antonio López de Santa Anna —que en 1841 prometió restablecer la Constitución federal de 1824 y convocó a un nuevo Congreso constituyente—, a Nicolás Bravo, a Valentín Canalizo y a José Joaquín de Herrera, que gobernó por segunda ocasión entre diciembre de 1844 y diciembre de 1845, periodo en que Texas se independizó de México para anexarse a Estados Unidos, lo que agravó las tensiones entre ambos países. Los frecuentes cambios de Gobierno dificultaban organizar las tareas públicas, entre ellas la educación; sin embargo, Santa Anna, tratando de regularizar y uniformar la enseñanza primaria en todo el país, creó una Dirección General de Instrucción Pública que fue encabezada por la Compañía Lancasteriana entre 1842 y 1845. El decreto correspondiente tiene fecha 26 de octubre de 1842, y en la parte conducente dice:


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez Art. 1. Se establecerá en la capital de la República, una dirección de instrucción primaria, y sub-direcciones en las capitales de todos los Departamentos. Art. 2. La dirección de la educación primaria se encomienda a la compañía lancasteriana de México, por el constante empeño que ha manifestado por muchos años a beneficio de la instrucción de los niños y de todos los que carecen de ella, y porque no limitándose últimamente al recinto de esta ciudad, ha extendido sus trabajos a la mayor parte de los Departamentos. Art. 3. En las capitales de ellos, las sub-direcciones estarán a cargo de compañías lancasterianas, que se formarán bajo el mismo reglamento que sirve para el régimen interior de la compañía lancasteriana de México […]. Art. 15. Todos los individuos que en lo sucesivo fueren aprobados como profesores de la enseñanza primaria, por la dirección o subdirecciones de ella en los Departamentos, podrán abrir escuelas sin otro requisito, cuidándose indispensablemente de que sean de buena moral y precisamente católicos, en el caso de ser extranjeros […]. Art. 19. Todas las escuelas gratuitas de la República, se colocan bajo la protección de María Santísima de Guadalupe…14

En esa época prevalecía para el nivel básico el criterio de la “enseñanza libre”, entendida como aquella que podía impartir cualquier persona que tuviera una mediana formación académica, además de ser católica y gozar de buena fama pública. Lo anterior era consecuencia de la falta de docentes capacitados ex profeso.

Carmona Dávila, Doralicia (comp.), Memoria política de México, México: Instituto Nacional de Estudios Políticos, A. C., 2012 (versión 2012 en dvd ). 14

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El general Jos茅 Mariano Salas restableci贸 la Constituci贸n de 1824.


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Abogacía y periodismo Ignacio Ramírez obtuvo el título de abogado en 1845 y comenzó a ejercer la profesión en el despacho del licenciado José Ignacio Espinosa Vidarte, quien había sido ministro de justicia en uno de los periodos que gobernó Anastasio Bustamante. Adquirió fama por defender, muchas veces sin cobro de por medio, a menesterosos, indígenas, campesinos y gente del pueblo que no tenía para pagar los servicios de un litigante, de modo que, a pesar de su estigmatizante apodo —“El Nigromante”—, se ganó el respeto y la gratitud de ese sector de la sociedad que, como se verá en un pasaje posterior, en reciprocidad, lo apoyó en momentos difíciles.15 Aunque ya había publicado artículos y expuesto sus ideas en diversos foros, el mismo año de su graduación en la universidad comenzó formalmente su carrera periodística al fundar, asociado con Guillermo Prieto, Manuel Payno y Vicente Segura —un grupo de ciudadanos “simples” dispuestos a opinar sobre los acontecimientos de aquel entonces—, Don Simplicio, un periódico que en tono sarcástico y punzante defendía la causa republicana y liberal, en contraposición y polémica constante con El Tiempo que, dirigido por Lucas Alamán, propugnaba ideas no sólo centralistas sino monárquicas. En un estudio reciente se describe así la publicación iniciada por Ramírez: La novedad de su sátira, enconada y feroz, hizo rápidamente la fortuna de Don Simplicio. No había institución o problema nacional que no recibiera atención de “los simples”. Los principios de una revolución contra la desigualdad social, la inestabilidad de la situación política y los problemas económicos de la época fueron, sin embargo, los motivos básicos de la acción del periódico.16 Arellano, Emilio, op. cit., p. 42. Maciel, David R., Don Simplicio y El Nigromante, ensayo disponible en: http:// www.colmich.edu.mx/files/relaciones/008/pdf/DavidRMaciel.pdf.

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Francisco Modesto de OlaguĂ­bel, gobernador del estado de MĂŠxico.


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Fue en las páginas de Don Simplicio donde Ignacio Ramírez comenzó a suscribir con mayor desenfado sus textos (en prosa y en verso) como "El Nigromante" y muchos colaboradores, quizá para eludir la represión gubernamental contra ellos, también firmaban con pseudónimos. Un buen día, Don Simplicio apareció totalmente en blanco. Sus redactores fueron encarcelados y su editor, Vicente García Torres, fue desterrado; sin embargo, Ignacio Ramírez siguió escribiendo en periódicos fundados por otros o por él mismo en todos los lugares donde, por fuerza o por propia voluntad, vivió. Entre tales impresos pueden citarse: Themis y Deucalión, La Sombra de Robespierre, El Porvenir de Toluca, El Pacífico de Mazatlán, El Clamor Progresista, La Estrella de Occidente, El Monitor Republicano, El Correo de México, El Club Popular, La Insurrección, El Mensajero, etcétera.

Labor educativa en el estado de México Durante su estancia en la prisión, Ignacio Ramírez recibió muestras de afecto tanto de sus amigos y conocidos como de personas a las que había apoyado para resolver problemas jurídicos, quienes le obsequiaban comida y le llevaban material de lectura. Después de que el presidente José Mariano Salas restableció la Constitución de 1824 y el sistema federal, “El Nigromante” salió de la cárcel y se instaló en Toluca, donde colaboró con el entonces gobernador del estado de México, Francisco Modesto de Olaguíbel, quien lo conocía y admiraba desde su ingreso a la Academia de Letrán. Olaguíbel le pidió que le ayudara a reorganizar la administración pública de la entidad, pero a fin de repeler la Invasión Estadounidense de esa época, combatió al lado del gobernador en la Batalla de Padierna contra las huestes del general Winfield Scott aunque, circunstancialmente, eso significó respaldar a Antonio López de Santa Anna,

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64 ¶ Trilogía magisterial a la sazón presidente en funciones, que fue enemigo declarado del padre de Ramírez y del propio escritor. En ese caso, puso el interés nacional por encima de las diferencias personales.17 Vuelta la relativa calma a la que por el momento se podía aspirar, "El Nigromante" siguió adelante con sus labores en el Gobierno mexiquense, donde fungía como secretario de Guerra y Hacienda. Asimismo, promovió leyes y reglamentos con la finalidad de crear cuerpos voluntarios de seguridad, prohibir los juegos de azar y las apuestas, suprimir las corridas de toros, dar libertad financiera a los municipios, reivindicar a los grupos indígenas, construir obras de infraestructura y elevar el nivel educativo de la población. A fin de cumplir parte de los planes del Gobierno estatal en ese último rubro, Ignacio Ramírez ordenó la reapertura del Instituto Literario de Toluca, que había permanecido cerrado desde la instauración del centralismo en el país; con ello comenzó una etapa brillante para esa casa de estudios, bajo la dirección de Felipe Sánchez Solís, durante la cual dictaron cátedra, entre otros, el pintor Felipe S. Gutiérrez, el general Felipe Berriozábal y el propio Ignacio Ramírez, acudiendo a estudiar en sus aulas personajes como Gumersindo Mendoza, Juan A. Mateos, Joaquín Alcalde y Jesús Fuentes Muñiz.

Matrimonio y otros sucesos En el ámbito familiar, cabe recordar que nuestro personaje contrajo matrimonio el 17 de octubre de 1847 con la señorita Soledad Mateos Losada que, por cierto, era hija del abogado Remigio Mateos quien, como se dijo páginas atrás, fue uno de los dos defensores de Lino Ramírez —padre de “El Nigromante”— cuando fue encausado en el Tribunal de la Inquisición. 17

Altamirano, Ignacio Manuel, op. cit., pp. 50 y 51.


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Soledad, quien renunció a una holgada posición social y económica por casarse con él para convertirse en la principal aliada de sus convicciones y sus ideales, procreó con Ignacio Ramírez cinco hijos: Ricardo, Román, José, Manuel y Juan. Cuando el poeta escribía versos y otros textos para la compañera de su vida, les ponía como dedicatoria: “A Sol”. Para cerrar este paréntesis en la vida pública de “El Nigromante”, en enero de 1848, mientras él se había alejado temporalmente del servicio público y de la cátedra en Toluca, y Altamirano estaba próximo a emigrar de su pueblo, nació en Campeche el último integrante de esta Trilogía Magisterial: Justo Sierra Méndez, de cuya vida y labor educativa trataremos más adelante.

Breve estancia en Tlaxcala Después de ocupar la capital del país, las tropas estadounidenses marcharon sobre Toluca, donde se había instalado el Gobierno general, que después se refugió en Querétaro. El Gobierno del estado de México se dispersó e Ignacio Ramírez fue comisionado por el Ejecutivo de la nación como jefe superior político del territorio de Tlaxcala. Poco duró en esa región, pues los lugareños, desentendidos de que el país estaba ocupado por fuerzas extranjeras, en lugar de acceder al llamado de Ramírez para formar una fuerza de resistencia contra los invasores, se empeñaron en organizar su fiesta anual dedicada a la virgen de Ocotlán. El jefe político trató de impedir la celebración, pues le parecía inoportuna en tan delicado momento, pero los tlaxcaltecas amenazaron con matarlo y prácticamente salió expulsado. La falta de recursos económicos y de fuerzas del orden para contener a los amotinados le impidió ejercer su autoridad.

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66 ¶ Trilogía magisterial De nuevo a Toluca Disuelto como estaba el Gobierno del estado de México, Ignacio Ramírez, decepcionado además por la firma de los Tratados de Guadalupe Hidalgo que pusieron fin a la guerra con Estados Unidos, pero por los cuales México perdió la mitad de su territorio, volvió a Toluca. Se retiró a la vida privada y se dedicó al ejercicio de la abogacía. El todavía director del Instituto Literario, Felipe Sánchez Solís, que reconocía las capacidades docentes y las aportaciones de Ramírez al plantel educativo, lo llamó para que impartiera las cátedras de derecho de primero y tercer año. El maestro Ramírez, como era conocido por la comunidad académica y estudiantil, no se conformó con atender las clases de jurisprudencia. Tomó la iniciativa de compartir con los discípulos más aventajados del instituto, es decir, los de filosofía y derecho, una clase dominical de Bella Literatura. En ese ínter, gracias a una ley promovida por Ignacio Ramírez cuando fue secretario en el Gobierno estatal, jóvenes indígenas del estado de México llegaron al instituto a cursar estudios superiores. Entre ellos, en 1849, a los 14 años de edad, llegó a Toluca Ignacio Manuel Altamirano. Por la misma época fue nombrado gobernador del estado de México Mariano Riva Palacio, un liberal moderado que se rodeó de colaboradores francamente alineados con la corriente conservadora, quienes enterados de la influencia que ejercían los conceptos de Ignacio en quienes asistían a sus cátedras, comenzaron una campaña para expulsarlo del Instituto Literario y del ayuntamiento de Toluca donde, por elección popular, ejercía el cargo de síndico. Ramírez, acosado por sus oponentes, buscó una tribuna para defenderse. Fundó el periódico Themis y Deucalión, en cuyas páginas escribía —según sus detractores— osados artículos sobre la política local y nacional, en favor de una nueva República, en contra del clero, de los jefes militares privilegiados y de la aristocracia.


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Un artículo titulado A los indios, que alentaba la sublevación de los indígenas del país, fue el detonante para que Manuel García Aguirre, secretario de Gobierno de Mariano Riva Palacio, a la postre prefecto político durante la Invasión Francesa y ministro de Maximiliano, presentara denuncia contra el periodista y lo mandara apresar. Aunque el jurado tenía la consigna de condenar al reo, y entre el público asistente al juicio abundaban personas que estaban en su contra, Ignacio Ramírez hizo una impecable defensa de la libertad de expresión, al grado que incluso sus opositores aplaudieron el discurso. Los juzgadores lo absolvieron y una muchedumbre lo llevó en hombros hasta su casa. Lo que sí lograron, después de cambiar al director, en 1851, fue expulsarlo de la institución educativa, donde una planta docente integrada por conservadores sustituyó a los catedráticos liberales, alternancia semejante a la que ocurría en las esferas políticas estatal y nacional. El Instituto Literario de Toluca siguió operando a pesar de sus propios problemas internos, de guerras intestinas e internacionales, de vaivenes políticos e invasiones. Años después se transformó en Instituto Científico y Literario, se le anexó una escuela formadora de profesores de educación básica (Normal) e incrementó su oferta de carreras profesionales hasta que, en el siglo xx, se convirtió en la Universidad Autónoma del Estado de México (uaem), de tal suerte que el trabajo educativo de Ignacio Ramírez y de los intelectuales, que junto con él reabrieron el afamado centro de enseñanza a mediados del siglo xix, trascendió con creces su época.

A Sinaloa y Baja California Ante la crítica situación política y económica que afrontaba, “El Nigromante” pensó en la necesidad de instalarse con su familia en

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Antonio L贸pez de Santa Anna regres贸 a gobernar el pa铆s en 1853


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un lugar alejado del centro del país, donde sus oponentes tuvieran menos injerencia. Su hermano Miguel Manuel Ramírez Calzada vivía en Sinaloa y hacia allá se encaminó Ignacio con su esposa y sus hijos. Pronto se enroló en la política y lo nombraron diputado por Sinaloa en 1852. Viajó a la Ciudad de México, resuelto a defender el liberalismo y el sistema federal, pero prácticamente no desempeñó su labor legislativa porque otro golpe de Estado (después de que Mariano Arista dejó la presidencia) disolvió el Congreso. Volvió a Sinaloa y se desempeñó como secretario de Gobierno pero, a diferencia de lo que él había pensado, en aquellos rumbos también había rebatiñas por el poder, de modo que un alzamiento de comerciantes de Mazatlán apoyados por grupos armados derrocó al gobernador, con quien escapó rumbo al norte. En esas circunstancias, Ignacio Ramírez optó por ir más lejos y se instaló temporalmente en Baja California, donde organizó cooperativas pesqueras, granjas acuícolas y, fiel a su vocación magisterial, fundó escuelas para los hijos de los pescadores. Además, hizo estudios sobre los recursos minerales y forestales de la región.

Vuelta a la capital y a la cárcel Eran los tiempos —1853— en que Antonio López de Santa Anna, exiliado en Colombia, fue invitado por los conservadores para que reasumiera el poder, suprimiera el régimen federal, hiciera una nueva división territorial del país, protegiera a la jerarquía eclesiástica y reorganizara las milicias. Instalado Santa Anna en calidad de dictador, muchos liberales optaron por salir de la capital o del país. Otros se retiraron a la vida privada y unos más emprendieron actividades académicas y docentes; por ejemplo, Felipe Sánchez Solís, quien había sido el primer

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El Plan de Ayutla se proclam贸 en 1854 con el prop贸sito de acabar con la dictadura de Santa Anna.


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director del Instituto Literario de Toluca cuando fue reabierto unos años antes, fundó un colegio políglota en la Ciudad de México y se dio a la tarea de localizar a su antiguo condiscípulo, compañero y colaborador para que impartiera clases en el plantel. Ignacio Ramírez, resignado a mantenerse fuera de la arena política por el momento, volvió a la capital para dictar las cátedras de literatura en el nuevo colegio, pero la fama de sus enseñanzas creció tanto que Su Alteza Serenísima —así se hacía llamar Santa Anna para entonces—, empeñado en apagar cualquier brote liberal, lo mandó encarcelar. Pero el germen liberal seguía latente: el 1° de marzo de 1854, en Ayutla, hoy estado de Guerrero, Florencio Villarreal, Juan Nepomuceno Álvarez e Ignacio Comonfort proclamaron el Plan de Ayutla, cuyos propósitos principales eran terminar con la dictadura santannista, establecer un gobierno republicano y democrático, desconocer el régimen centralista y reorganizar a la nación. Ignacio Ramírez seguía incomunicado en la prisión de Tlatelolco, pero como el Plan de Ayutla dio pie a una revolución que destronó definitivamente a Santa Anna, cuando el dictador salió huyendo de México (9 de agosto de 1855), una multitud acudió a liberarlo, junto con los demás presos políticos.

Encuentros premonitorios Después de pasar casi un año en prisión, “El Nigromante” pensó alejarse otra vez de la capital y de la política, pero cuando iba de regreso a Sinaloa, al llegar a Lagos, se encontró con Ignacio Comonfort que lo nombró su secretario. Trabajó afanosamente con el general poblano, quien poco después —a juicio de Ramírez— se mostró demasiado conciliador

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con los conservadores, por lo que “El Nigromante” se distanció de Comonfort y se afilió a la corriente en que militaban Benito Juárez, Guillermo Prieto y Melchor Ocampo. Ignacio Ramírez pasó entonces a fungir como juez de lo civil pero el encuentro con aquellos personajes que comenzaban a descollar fue como un anuncio de lo que pronto sobrevendría en su vida personal y en la vida política del país.

La Constitución de 1857 Por segunda ocasión —la primera fue en 1852— lo nombraron diputado por Sinaloa, esta vez para ser parte del Congreso que habría de elaborar (de 1856 a 1857) una nueva Constitución. Radical como era —liberal puro decían en aquellos tiempos—, sus intervenciones en los debates del Congreso constituyente siempre causaban expectación y, aunque finalmente no fueran aprobadas, sus propuestas eran motivo de comentarios en el recinto legislativo, en la prensa y en otros círculos de poder por audaces o adelantadas a su momento histórico: Ramírez figuró siempre […] en la falange de la oposición revolucionaria del congreso; pero sus ataques eran poco temibles, porque nadie creía, ni aun sus mismos compañeros de oposición, que fuera posible reducir a práctica sus delirios democráticos […] hace alarde de ir más allá que ninguno en punto a innovaciones, y puede decirse que estuvo solo con sus opiniones en el congreso, porque nadie llegó a donde llegó él en el menosprecio de todas las tradiciones políticas y religiosas […].18 18

Portilla, Anselmo de la, México en 1856 y 1857. Gobierno del general Comonfort, México: Instituto Nacional de Estudios de la Revolución Mexicana y Gobierno del Estado de Puebla, 1987, p. 53.

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74 ¶ Trilogía magisterial Así resumió un cronista de la época —conservador, según se puede colegir por su opinión sobre los “delirios democráticos”— la participación de “El Nigromante” en el Congreso Constituyente. He aquí parte de la intervención del diputado por Sinaloa ante el constituyente, el 7 de julio de 1856, donde se percibe su talante contrario al dogmatismo religioso: Señores: El proyecto de constitución que hoy se encuentra sometido a las luces de vuestra soberanía, revela en sus autores un estudio, no despreciable, de los sistemas políticos de nuestro siglo; pero al mismo tiempo un olvido inconcebible de las necesidades positivas de nuestra patria [...] El pacto social que se nos ha propuesto se funda en una ficción; he aquí como comienza: “En el nombre de Dios... los representantes de los diferentes estados que componen la República de México... cumplen con su alto encargo...” La comisión por medio de esas palabras nos eleva hasta el sacerdocio; y colocándonos en el santuario, ya fijemos los derechos del ciudadano, ya organicemos el ejercicio de los poderes públicos, nos obliga a caminar de inspiración en inspiración hasta convertir una ley orgánica en un verdadero dogma […]. Señores, yo por mi parte lo declaro, yo no he venido a este lugar preparado por éxtasis ni por revelaciones; la única misión que desempeño no como místico, sino como profano, está en mi credencial, vosotros la habéis visto, ella no ha sido escrita como las tablas de la ley sobre las cumbres del Sinaí entre relámpagos y truenos. Es muy respetable el encargo de formar una Constitución, para que yo la comience mintiendo.19

Como ésa, Ignacio Ramírez hizo abundantes alocuciones para fijar su postura en las más variadas materias que habría de regular la nueva ley fundamental. Por ejemplo, en relación con los siguientes 19

Carmona Dávila, Doralicia (comp.), op. cit., s.n.p.


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artículos: 1°, acerca de los derechos fundamentales del hombre y en defensa de los derechos de la mujer, los huérfanos y los hijos naturales; 3°, en defensa de la libertad de cátedra y de enseñanza; 5°, en contra del encasillamiento de los peones y las tiendas de raya y defendiendo el carácter contractual civil del matrimonio; 6°, en favor de la libre manifestación de las ideas; 7°, en defensa de la libertad irrestricta de prensa; 8°, abogando en favor de que el derecho de petición en materia política se haga extensivo a todos los ciudadanos de las repúblicas hispanoamericanas; 10°, en favor del derecho de los ciudadanos a tener armas para seguridad y legítima defensa; 12°, en contra de los títulos de nobleza, prerrogativas y honores hereditarios; 17°, en contra del uso de la violencia para reclamar un derecho y sosteniendo la tesis de que los Gobiernos son un mal necesario; 20°, en contra de la aplicación de la pena de muerte por delitos políticos, pero aplicable a los traidores a la patria; 24°, sobre la administración de justicia; 30°, sobre la definición legal de la nacionalidad; 32°, acerca de la libertad laboral; 33°, acerca de los derechos y obligaciones de los extranjeros, sosteniendo la tesis de que en los tratados con otros países sus ciudadanos no deben quedar en mejores condiciones que los mexicanos; 46°, acerca de la erección del Distrito Federal con plena autonomía y en defensa de sus derechos políticos plenos; 48°, acerca de la división territorial de la república; 51°, en favor del sistema unicamaral y en contra de la creación del Senado, al que consideraba “un abuso del sistema representativo”; 53°, sobre el número de representantes populares por cantidad de habitantes; 55°, en favor de la elección directa de los representantes populares; 56°, sobre los requisitos de elegibilidad de los diputados federales; 70°, acerca del proceso legislativo, bajo el principio de que “las leyes no pueden ser eternas, sino acomodadas a las circunstancias y necesidades de la generación para la que se expidan”; 72°, acerca de las facultades del Congreso para fijar el valor de la moneda y en defensa de los derechos políticos del Distrito Federal, a cuyos ciudadanos se pretende privar de su derecho a elegir gobernador y asamblea para su

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76 ¶ Trilogía magisterial régimen interior; 76°, en defensa de la elección directa del presidente de la República, sosteniendo el principio de que “mientras menos sean los electores, más fácil es corromperlos, y cohechar a todo el pueblo es imposible”; 97°, sobre las controversias en la aplicación de las leyes federales; 101°, en defensa del jurado popular; 111°, sobre las atribuciones de los poderes de los estados, abogando por su ampliación; 113°, en contra de la extradición de reos por motivos políticos; 114°, en contra de que los gobernadores de los estados tengan mando sobre tropas de la unión; y 125°, en favor de que los estados y municipios tengan cuarteles para sus milicias y fuerzas de policía.

La materia educativa El artículo tercero de la Constitución de 1857 que regulaba la educación —redactado de manera breve y sencilla— quedó prácticamente como se propuso desde un principio: “La enseñanza es libre. La ley determinará qué profesiones necesitan título para su ejercicio, y con qué requisitos se deben expedir”.20 El debate del 11 de agosto de 1856 entre Ignacio Ramírez y otros diputados sobre la libertad de enseñanza y sus fines, los educadores y los educandos, entre otros puntos, no influyeron para modificar el texto, pero en ellos se vislumbran las tesis pedagógicas enarboladas por “El Nigromante”, mismas que posteriormente trataría de aplicar como secretario del ramo en el Gobierno de Juárez: El Sr. Ramírez (D. Ignacio) no quiere bajar a considerar la cuestión bajo el punto mezquino del interés del maestro de escuela, pues en su concepto se trata de uno de los derechos del hombre […]. 20

Tena Ramírez, Felipe, op. cit., p. 607.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez Nada hay que temer a la libertad de enseñanza; a las cátedras concurren hombres ya formados, que son libres para ir o no ir, o niños que van por la voluntad de sus padres. La segunda parte del artículo no es excepción de la regla sino su aplicación, y para comprender esto, es menester examinar lo que es un plan de estudios. En el estado actual de la civilización no puede reglamentarse, tiene que ser una vasta enciclopedia, a riesgo de ser incompleto pocos años después. Los gobiernos quieren la vigilancia porque tienen interés en que sus agentes sepan ciertas materias, y las sepan de cierta manera que está en los intereses del poder, y así crían una ciencia puramente artificial. La teología ya no sería considerada en nuestros días como ciencia, si no fuera a veces un medio de gobierno en sus aplicaciones y si no tuviera el aliciente de las ventajas sociales que sacan los teólogos […]. Los gobiernos forman, pues, profesores artificiales que son la primera barrera de la ciencia, y el profesor pagado por el gobierno, amigo de la rutina, está generalmente muy atrás de los conocimientos de la época […]. El Sr. Moreno tiene la duda de si a los poderes generales o a los Estados corresponde legislar en materia de instrucción pública. El Sr. Gamboa cree que del sistema actual resulta un gran número de charlatanes, y que para evitar este mal, el mejor medio es establecer completa libertad: […] Al individuo el culto, a la familia la enseñanza, al Estado la calificación de las capacidades para las funciones civiles.21

Al final, tan esperada por muchos, el 5 de febrero de 1857 se juró la nueva Constitución, que incorporó las primeras normas reformistas expedidas después del derrocamiento de Santa Anna (Ley Juárez, sobre administración de justicia; Ley Lafragua, sobre libertad de imprenta; y Ley Lerdo, sobre desamortización de inmuebles, Zarco, Francisco, Historia del Congreso Constituyente de 1857, México: Instituto Nacional de Estudios de la Revolución Mexicana (inehrm), Gobierno del estado de Puebla, 1987, pp. 45-46. 21

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Miguel Lerdo de Tejada, candidato a la Presidencia de MĂŠxico.


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entre otras) y que suprimió el Senado para depositar el Poder Legislativo en una sola Cámara. Esta Constitución terminó polarizando a la sociedad, en una de cuyas facciones militó activamente el clero.

La Guerra de los Tres Años Unas semanas después de haberse promulgado la Constitución, José Primo de Rivera, secretario del arzobispado de México, emitió una circular que decretaba la excomunión contra quienes la habían jurado o en lo sucesivo la juraran. Eso agudizó las protestas contra la nueva ley fundamental y entusiasmó a los conservadores; no obstante, con base en las disposiciones recién aprobadas, se lanzó la convocatoria para renovar los poderes federales y de los estados. A fin de apoyar la candidatura de Miguel Lerdo de Tejada, “El Nigromante” fundó, junto con Alfredo Bablot, El Clamor Republicano, periódico en el que sostuvo que Ignacio Comonfort no merecía la confianza pública porque terminaría aliándose con los conservadores y derogando la nueva Constitución. Comonfort ganó las elecciones y pasó de presidente sustituto a presidente constitucional. Benito Juárez, elegido en los mismos comicios presidente de la Suprema Corte de Justicia, de conformidad con la nueva Constitución resultaba ser una especie de vicepresidente. El jefe del Ejecutivo conformó un gabinete, diríamos hoy, de coalición, y mandó encarcelar a sus oponentes, entre ellos a Ignacio Ramírez. Pero el tiempo dio la razón al periodista: el 17 de diciembre de 1857, el general conservador Félix María Zuloaga, jefe de la guarnición militar de la Ciudad de México, junto con autoridades del Distrito Federal y miembros del alto clero, lanzó desde el Palacio Arzobispal de Tacubaya una proclama que desconocía la Constitución, pero ratificaba al presidente e instaba a convocar un nuevo Congreso para elaborar otra ley fundamental.

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El general Ignacio Comonfort pas贸 de ser presidente sustituto a constitucional.


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Comonfort, anuente en un principio con el Plan de Tacubaya, mandó a prisión a Juárez, al presidente del Congreso, Isidoro Olvera, y a otros liberales que, en opinión de Zuloaga y los conjurados, podrían entorpecer la consecución de los propósitos de la proclama que pronto se dio a conocer a los Gobiernos locales, pero no fue aceptada de forma unánime. Poco después, Comonfort dio marcha atrás, se deslindó de Zuloaga y excarceló a Juárez, lo que provocó que el Plan de Tacubaya fuese modificado para desconocer al presidente que se mantuvo en el poder hasta el 21 de enero de 1858, cuando partió a Estados Unidos en calidad de exiliado.22 Entretanto, Benito Juárez, presidente de la Corte y, por disposición de la Constitución de 1857, sucesor del titular del Ejecutivo en caso de ausencia, había huido a la provincia y, el mismo día que Comonfort salió de la Ciudad de México, asumió el cargo de presidente de la República. Dos días después, en la capital, los conservadores, que no reconocieron a Juárez, otorgaron el cargo de presidente de la República a Félix María Zuloaga. Había comenzado la Guerra de Reforma o Guerra de los Tres Años. Mientras todo eso sucedía, Ignacio Ramírez, que con la ayuda de familiares y amigos logró escapar de la prisión burlando la vigilancia con un disfraz, salió en busca de Juárez para reunirse con él, mas fue interceptado por tropas al mando de Tomás Mejía, militar conservador que amenazó con fusilarlo; sin embargo, finalmente le conmutó la pena de muerte por la humillación de hacerlo entrar a la capital queretana, muy maltrecho, montado en un burro. De ahí fue remitido otra vez a la cárcel de Tlatelolco en la Ciudad de México. Vázquez, Josefina Zoraida, "De la Independencia a la consolidación republicana" en Nueva Historia Mínima de México de Pablo Gonzalbo Escalante et al., México: El Colegio de México, 2004, p.173 ; y Roeder, Ralph, Juárez y su México, México: FCE, 1972, pp. 239-243. 22

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El Plan de Tacubaya desconoc铆a a la Constituci贸n de 1857.


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En esa época, Ramírez compartió el encierro con su suegro, Remigio Mateos, y otros liberales, tan empobrecido, que tuvo que vender sus libros para mantener a su esposa Soledad y a sus hijos. Además, para obtener algunos ingresos fabricaba jaulas, según narra Altamirano en la biografía de su maestro, ya citada anteriormente. En diciembre de 1858, Manuel Pérez Pezuela, ministro de Guerra y Marina del Gobierno de Zuloaga y Miguel María de Echegaray, jefe militar en el occidente del país, después de casi un año de batallas entre los que defendían la Constitución de 1857 y quienes querían derogarla, lanzaron el llamado Plan de Navidad, modificado después y rebautizado como Plan de Ayotla —conocido popularmente como El Pastel de Navidad—, que desconocía al Gobierno emanado del Plan de Tacubaya, proponía una reconciliación entre liberales y conservadores y la formación de un mandato provisional para terminar con la guerra. Para demostrar su buena voluntad, Pérez Pezuela en persona acudió a las cárceles de la Ciudad de México a liberar a los presos políticos, entre ellos Ignacio Ramírez, “El Nigromante”; sin embargo, Juárez y sus seguidores no aceptaron la propuesta de reconciliación. Entre disputas por el poder, los conservadores mantuvieron el dominio de la capital mientras duró la guerra y, aunque cambiaron de Gobierno varias veces, la figura dominante en esa etapa fue Zuloaga. Libre de nuevo, Ramírez fue a respaldar la lucha de los liberales, primero en Tamaulipas y después en Veracruz, donde Juárez había instalado su Gobierno. Ahí participó —desde 1859— con Melchor Ocampo, Miguel Lerdo de Tejada, Manuel Gutiérrez Zamora, Santos Degollado, Ignacio de la Llave, Guillermo Prieto y otros en la redacción de nuevas Leyes de Reforma (Ley de nacionalización de bienes eclesiásticos; leyes del matrimonio y del registro civil; decreto para la secularización de los cementerios y Ley sobre libertad de cultos, por ejemplo), que fueron más radicales que la Constitución de 1857.

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El general Félix Zuloaga asumió la Presidencia de México, tras proclamar el Plan de Tacubaya y destituir a Ignacio Comonfort.


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En el Ministerio de Instrucción Pública El bando liberal fue ganando posiciones. Juárez expidió nuevas leyes y decretos que condujeron a la separación del Estado y la Iglesia y, finalmente, el 22 de diciembre de 1860, las fuerzas republicanas, al mando del general Jesús González Ortega, derrotaron a las tropas conservadoras comandadas por el general Miguel Miramón y Tarelo en las cercanías de Calpulalpan, estado de México. Juárez retornó a la capital el 1° de enero de 1861, reorganizó su Gobierno y nombró entre sus colaboradores más cercanos a Francisco Zarco, Guillermo Prieto, Jesús González Ortega, y en el Ministerio de Justicia, Instrucción Pública y Fomento a Ignacio Ramírez: “Esa fue una época brillante para Ramírez. Por fin después de haber pasado del club, del periódico y de la cátedra al banco del legislador, llegaba hoy al Consejo del Poder Ejecutivo; y ¡cómo! aclamado por el pueblo, pedido unánimemente por el pueblo, impuesto por el pueblo al Presidente para ejecutar las leyes de Reforma”.23 Así narró Altamirano la llegada de su maestro al gabinete de Juárez, donde colaboró pocos meses, pero en el breve lapso que estuvo en funciones suprimió los claustros de monjas y frailes; promovió cambios legales en materia de hipotecas; aplicó las normas conducentes a la separación de la Iglesia y el Estado; cerró la universidad y el colegio de abogados, así como otras instituciones donde se alentaba la beligerancia de los conservadores; entregó el palacio episcopal de Puebla al Gobierno del estado; transformó la Iglesia de la Compañía de la capital poblana en biblioteca y observatorio meteorológico y astronómico; en la Ciudad de México fundó la Biblioteca Nacional; dotó con materiales de trabajo y experimentación a la Escuela de Minas; 23

Altamirano, Ignacio Manuel, op. cit., p. 79.

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El general conservador Tomás Mejía le perdonó la vida a "El Nigromante".


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formó una valiosa galería con obras de artistas plásticos y reactivó las gestiones para el tendido de la vía férrea entre Veracruz y la capital. En cuanto a la educación —entonces se llamaba Instrucción Pública—, promovió un cambio radical de los planes y programas de estudio para dejar atrás las estructuras de enseñanza que, hasta esa época, poco se diferenciaban de las que se establecieron durante el virreinato. Antes de las reformas encauzadas por Ignacio Ramírez en 1861, aparte de los acometidos por cada entidad, entre 1823 y 1854 se habían hecho por lo menos 10 ensayos educativos desde el Gobierno nacional, adecuados a las condiciones políticas de cada momento. Algunas de esas propuestas diferenciaron programas para mujeres y para varones, pero todos conservaron, en lo fundamental, los contenidos curriculares, como se desprende del siguiente cotejo entre el primer ensayo y el décimo: Primer ensayo educativo (1823).- Currículo de primaria: Lectura, escritura, operaciones fundamentales con enteros y quebrados, aritmética, gramática castellana, ortografía, catecismo religioso y moral, constitución del Estado, geometría práctica, catecismo político y dibujo. Currículo de la preparatoria: Gramática latina, lengua francesa, geografía y estadística, cronología y elementos de historia, lógica, metafísica, ética, matemáticas hasta cálculo, física experimental, química, constitución política. Décimo ensayo educativo (1854).- Currículo de primaria: Lectura, escritura, las cuatro primeras reglas de aritmética, doctrina cristiana, urbanidad, caligrafía, gramática castellana. Currículo de preparatoria (primer periodo): Gramática latina o sea analogía, elementos de historia sagrada, elementos de cronología, prosodia de la lengua latina, elementos de historia moderna, repaso de la gramática castellana, elementos de historia antigua con

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88 ¶ Trilogía magisterial la de la edad media, principios de literatura, sintaxis y ortografía de la lengua latina y de la particular de México.24

El undécimo ensayo, emprendido durante el Gobierno de Benito Juárez al triunfo de la Reforma, suprimió el catecismo y las materias religiosas y dio prioridad a las disciplinas científicas, de modo que los contenidos de primaria y preparatoria quedaron así: Currículo de primaria (para ambos sexos): Lectura, escritura, aritmética, gramática (elementos), costura y bordado (niñas), moral, lectura de leyes fundamentales, canto, sistema de pesas y medidas. Currículo de preparatoria: Latín, inglés, italiano, álgebra, física, lógica, moral, geografía, economía política y estadística, elementos de historia general y del país, griego, alemán, elementos de aritmética, geometría, ideología, metafísica, elementos de cosmografía, cronología, dibujo natural y lineal, manejo de armas.25

Todo lo anterior durante la gestión de Ignacio Ramírez y con fundamento en la Ley de Instrucción Pública del 15 abril de 1861 que, bajo la inspección del Gobierno de la República, regulaba la enseñanza primaria en Distrito y territorios federales; ordenaba abrir escuelas mixtas; y mandaba auxiliar, con fondos federales a las municipalidades —siempre que se sujetaran al plan de estudios propuesto—, sostener a profesores de enseñanza elemental en pueblos donde no se fundaran escuelas, así como establecer una escuela para sordomudos. Además del currículo de primaria y preparatoria, incluía el de la enseñanza normal, el cual establecía las obligaciones de los maestros Meneses Morales, Ernesto et al., Tendencias educativas oficiales en México (1821-1911), México: Centro de Estudios Educativos, Universidad Iberoamericana, 2ª ed., 1998, pp. 94, 163, 181, 182 y 183. 25 Idem. 24


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que serían seleccionados por examen de oposición; obligaba a dar alimento en las escuelas a los alumnos pobres. Su importancia para la historia educativa de México radicó en que instituyó la instrucción estatal u oficial.

Vuelta a la docencia, la prensa y la oratoria A raíz de los comicios organizados para regularizar la vida pública del país, Benito Juárez pasó de presidente sustituto a presidente constitucional y se conformó de nuevo el Congreso. Para permitir que Juárez reorganizara su gabinete, Ignacio Ramírez y el resto de los ministros renunciaron a sus cargos. Impedido por la ley para ser diputado en el periodo subsecuente, “El Nigromante”, con muy pocos recursos económicos, se instaló en Puebla donde dictó las cátedras de literatura y derecho romano. Asimismo, volvió a escribir en periódicos y a disertar en varias tribunas. La Junta Patriótica, por ejemplo, le encomendó el discurso oficial del 16 de septiembre de 1861 y ese día, en presencia de Juárez, sus nuevos ministros y toda la clase política, pronunció una pieza oratoria sobre la Independencia la cual fue muy celebrada. Cuando la amenaza de la Invasión Francesa se cernía sobre el país —en 1862, año de la histórica Batalla de Puebla—, Ignacio Ramírez sacó a la luz, junto con Guillermo Prieto, José María Iglesias, Ignacio Manuel Altamirano y otros liberales, el periódico La Chinaca, con el propósito de promover la defensa de la patria. La Junta Patriótica volvió a designarlo orador oficial para el 5 de febrero de 1863, cuando se celebró, por primera vez, el aniversario de la Constitución de 1857, porque la inestabilidad política no había permitido hacerlo en años anteriores.

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Los tiempos de la invasión El segundo Congreso elegido con fundamento en la Carta Magna del 57 terminó su gestión y Ramírez fue elegido diputado para el tercero, que comenzó a sesionar en abril de 1863, cuando las tropas francesas estaban a punto de tomar Puebla, por lo que, para dar cabal cumplimiento a las Leyes de Reforma y resolver la crítica situación financiera por la que pasaba el Gobierno, propuso desde la tribuna legislativa, secundado por Zarco, Prieto y Altamirano, exclaustrar a las órdenes religiosas que todavía ocupaban conventos y disponer de esos inmuebles. Tales medidas extraordinarias fueron aprobadas por el Congreso y cumplimentadas por el Ejecutivo. Una vez rendida la plaza de Puebla, los invasores se enfilaron hacia la capital, por lo que el Congreso suspendió sus trabajos y el Gobierno de Juárez se trasladó a San Luis Potosí. Para defender la soberanía nacional, parte de los liberales se sumaron a la comitiva del presidente y otros se dieron de alta en las milicias. Ignacio Ramírez optó en ese momento por la vía armada. De México viajó a Toluca y de ahí a Sinaloa, donde luchó al mando de varios jefes militares que montaron sus trincheras en el occidente de la República. Mientras esperaban la llegada del archiduque europeo que fueron a invitar para que gobernara México, los conservadores nombraron una regencia integrada por Juan Nepomuceno Almonte, José Mariano Salas y Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, arzobispo de México, triunvirato que tuvo a su cargo el Poder Ejecutivo en la capital del país desde junio de 1863 hasta abril de 1864. En 1864 las bayonetas y los cañones franceses impusieron a Maximiliano de Habsburgo como emperador de México. Para entonces, Ignacio Ramírez se instaló en Sonora, donde redactó el periódico La Insurrección, cuyas páginas hicieron eco de las protestas populares contra la invasión.

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Benito Juárez se reinstaló en la Presidencia de México en 1868.


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Benito Juárez se trasladó un tiempo con su gabinete a Estados Unidos. Maximiliano, ante la aparente rendición de los líderes republicanos, creyó llegado el momento de consolidarse. El 5 de octubre de 1865 expidió un decreto que declaraba fuera de la ley a todos los guerrilleros que continuaran luchando contra el Imperio, por lo que toda persona sorprendida con armas sería fusilada inmediatamente. Ignacio Ramírez volvió a Sinaloa para defender a quienes habían sido sus compañeros de tropa que, obviamente, caían en los supuestos del decreto de Maximiliano. También escribió en La Opinión y en La Estrella de Occidente. Por esas acciones fue desterrado a San Francisco, California, donde siguió escribiendo contra la Intervención Francesa. Pensando que Maximiliano estaba próximo a caer, Ramírez volvió a la capital, pero el Gobierno imperial todavía tuvo fuerza suficiente para enviarlo a las mazmorras de San Juan de Ulúa y de ahí desterrarlo a Yucatán, donde se contagió de fiebre amarilla; sin embargo, hizo buenos amigos, entre ellos el biógrafo Francisco Sosa. Finalmente fue indultado del destierro y vivió bajo vigilancia en la capital hasta julio de 1867, cuando triunfó la causa republicana y Juárez volvió a la Ciudad de México.

Crítico de Benito Juárez En septiembre de 1867, junto con Guillermo Prieto, Antonio García Pérez, Alfredo Chavero, José Tomás de Cuéllar y Manuel Peredo, comenzó a escribir en El Correo de México, diario recién fundado por Ignacio Manuel Altamirano, que tomó como causa la inconformidad popular ante el intento reeleccionista de Benito Juárez, cuyo mandato constitucional había fenecido en noviembre de 1865. Lo cierto es que Juárez, aprovechando la popularidad que le dio el triunfo en la Guerra de Reforma y la tolerancia de los mandos del

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Sebastián Lerdo de Tejada, en calidad de presidente de la Suprema Corte y tras la muerte de Juárez, asumió el cargo como presidente de México.


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ejército, se mantenía en el poder investido de facultades especiales y quería postularse de nuevo como único aspirante al cargo, mientras que los partidos y otros tantos liberales —entre ellos Ramírez— opinaban que debía haber más candidatos. Nació entonces el partido porfirista, con la bandera de la no reelección, para postular por primera ocasión al general Porfirio Díaz como candidato a la Presidencia de la República. El Correo de México, El Globo y otros periódicos apoyaron a Díaz, quien cinco años atrás se había distinguido en la Batalla de Puebla y recientemente contra el Imperio. Pese a todo, Juárez ganó las elecciones y se reinstaló en la Presidencia de la República en enero de 1868.

Ministro de la Corte Llegó el momento de relevar también a los ministros de la Suprema Corte de Justicia. Ignacio Ramírez era uno de los aspirantes a ocupar un asiento en el tribunal, pero Benito Juárez, resentido por las críticas que le había hecho “El Nigromante”, no lo propuso. En vista de que dos candidatos sugeridos por el presidente no alcanzaron en el Congreso el número de votos que requerían para ser elegidos, los diputados, con la franca oposición del Ejecutivo pero con la opinión pública a favor, nombraron ministro a Ignacio Ramírez en 1868. En ese cargo alternó con Altamirano, Lerdo, Iglesias e Ignacio Luis Vallarta —uno de los forjadores y primeros especialistas en el juicio de amparo—, entre otros juristas, con quienes fue configurando la jurisprudencia derivada de la interpretación de la Constitución para resolver las controversias ventiladas en el más alto tribunal, toda vez que la Carta Magna de 1857 no se había aplicado con regularidad y los juzgadores tuvieron que ir llenando ese vacío.

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Mapa de la Revoluci贸n de Tuxtepec encabezada por Porfirio D铆az, tras proclamar el Plan con el mismo nombre y el cual pugnaba por la no reelecci贸n.


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A la muerte de Juárez el 18 de julio de 1872, Sebastián Lerdo de Tejada, a la sazón presidente de la Corte, se hizo cargo del Ejecutivo. En 1873, a instancias de Luis Malanco, regidor del ayuntamiento de la Ciudad de México, Ignacio Ramírez elaboró un Proyecto de enseñanza primaria, del que forman parte dos libros —Rudimental y Progresivo—, considerados entre los primeros antecedentes de los textos gratuitos. Además, por su metodología, basada en labores acordes con diferentes niveles de maduración de los educandos, son reputados como importantes aportaciones a la pedagogía. Como el ayuntamiento de la capital no la utilizó, Ignacio Ramírez guardó esa obra. Una década después, cuando él ya había muerto, el general Carlos Pacheco, gobernador de Chihuahua, la mandó imprimir y distribuyó los textos en las escuelas de educación básica de aquella entidad. Mientras tanto, Ignacio Ramírez permaneció en la Corte, pero pasó por una de las etapas más tristes de su vida a partir de 1874, año en que murió su amada esposa, tal como se percibe en los siguientes versos: Heme aquí, sordo, ciego, abandonado/ en la fragorosa senda de la vida:/ Apagóse el acento regalado/ que a los puros placeres me convida;/ apagóse mi sol; tiembla mi mano/ en la mano del aire sostenida.26 Por su parte, Lerdo de Tejada, después de suplir a Juárez, fue presidente electo y en 1876, mediante argucias legales, se reeligió.

La Revolución de Tuxtepec Porfirio Díaz, inconforme con la situación política del país, había proclamado en enero de 1876 el Plan de Tuxtepec, que entre sus principales postulados propugnaba la no reelección del presidente y de los 26

Altamirano, Ignacio Manuel, op. cit., p. 101.

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El general Jesús González Ortega se unió a la causa de Díaz y venció a las tropas gobiernistas en Tecoac, Tlaxcala.


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gobernadores. Eso originó una nueva revuelta —la Revolución de Tuxtepec— que pronto cundió por todo el país. El Poder Legislativo se allanó a la acción reeleccionista de Lerdo, pero el Judicial, con José María Iglesias —entonces presidente de la Corte— al frente no la convalidó. Ignacio Ramírez, junto con otros ministros de la Corte que votaron en contra de Lerdo, fue encarcelado, aunque en esta ocasión por poco tiempo. José María Iglesias, con el propósito de suplir al presidente de la República, a quien consideraba ilegítimo, encabezó un alzamiento armado —la Revolución Iglesista—. Los seguidores del Plan de Tuxtepec combatieron tanto a los partidarios de Lerdo como a los partidarios de Iglesias. Después de muchos altibajos, Porfirio Díaz, reforzado por Jesús González Ortega, triunfó sobre las tropas gobiernistas en Tecoac, municipio de Huamantla, Tlaxcala, el 16 de noviembre de 1876. Enterado de lo anterior, Sebastián Lerdo de Tejada huyó de la Ciudad de México cuatro días después rumbo a Acapulco, donde se embarcó para exiliarse en Nueva York. José María Iglesias, fuera de la capital desde el golpe reeleccionista de Lerdo, hizo intentos por mantenerse en el poder, pero en marzo de 1877 desistió de su empeño y se fue temporalmente a Estados Unidos. A finales de noviembre de 1876, Porfirio Díaz, al entrar a la capital, había desconocido a Iglesias y se había proclamado encargado del Poder Ejecutivo. Después promovió unas elecciones en las que ganó holgadamente y se convirtió en presidente constitucional. A la postre —durante más de tres décadas— se convirtió en la figura dominante de la política mexicana, hasta que otro movimiento contra la reelección lo derrocó en 1911. Al triunfo de la Revolución de Tuxtepec, Ignacio Ramírez fue liberado y reinstalado como ministro de la Suprema Corte de Justicia. Cuando asumió el cargo de presidente de la República, Porfirio Díaz lo nombró ministro de Justicia e Instrucción Pública:

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José María Iglesias inició la Revolución Iglesista, con el propósito de suplir al entonces presidente Sebastián Lerdo de Tejada.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez La designación a tal cargo se explicaba y justificaba por el vasto saber y acendrado amor a la enseñanza que había venido mostrando este eminente funcionario desde hacía mucho tiempo. […] defendió un congruente y comprensivo ideario educativo. Le preocuparon los grandes temas pedagógicos de aquel entonces: la instrucción primaria, la educación indígena, la educación femenina, la enseñanza religiosa, la formación profesional. Ve el fundamento de la enseñanza en un concepto práctico y positivista […] Como titular del referido Ministerio, fomentó la enseñanza popular, creó becas para estudiantes pobres, fundó bibliotecas, logró dotar de gabinetes a las escuelas profesionales, reformó el plan de estudios de la Escuela de Jurisprudencia e imprimió grande ánimo y atinado desarrollo a las bellas artes. 27

Poco tiempo desempeñó Ignacio Ramírez el ministerio de Instrucción Pública (del 28 de noviembre al 6 de diciembre de 1876, y del 17 de febrero al 23 de mayo de 1877); sin embargo, sus iniciativas fueron la base para las acciones que concretaron los posteriores encargados de la educación pública.

Últimos años en el Poder Judicial Dado que el Plan de Tuxtepec le había garantizado su permanencia como ministro de la Suprema Corte de Justicia, Ignacio Ramírez prefirió, ya desmejorado física y anímicamente, volver al Poder Judicial. Seguía concurriendo a las reuniones de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, del Liceo Hidalgo y demás instituciones académicas. Participaba en las polémicas, exponía sus trabajos, Larroyo, Francisco, Historia comparada de la educación en México, México: Porrúa, 11a ed., 1976, pp. 302 y 304.

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102 ¶Trilogía magisterial escuchaba las aportaciones de sus contertulios, pero todos los que convivían con él advertían que aquel Nigromante que había sobrevivido a las más cruentas penalidades estaba para entonces minado, herido de muerte. Su malestar llegó a tal extremo que pidió licencia para ausentarse unos días de su trabajo, realizando una caminata por la plaza mayor de la capital y se fue a su casa a sobrellevar la agonía. Ignacio Manuel Altamirano, antiguo discípulo suyo, y en esa época compañero de labores en la Corte, fue informado por los familiares de que Ramírez se hallaba muy grave y acudió a visitarlo a su casa. Ahí estaban los hijos de “El Nigromante” y su hermano, el general Juan Ramírez Calzada. El 15 de julio de 1879, como si disfrutara de un “sueño agradable”, según la narración de Altamirano, a los 61 años, en medio de una gran pobreza material y de una enorme fortuna intelectual y espiritual, murió Juan Ignacio Paulino Ramírez Calzada, liberal intransigente, polígrafo, abogado y maestro.

Las exequias Ignacio Manuel Altamirano intercedió ante Vallarta, presidente de la Corte, para que ayudara a la familia de Ignacio Ramírez a solventar los gastos del funeral. El jurista acudió con el presidente Porfirio Díaz quien, pese a la precaria situación financiera del Gobierno, ordenó que entregaran 500 pesos a los deudos a cuenta de sueldos atrasados que le debían al difunto y mandó que el Gobierno se hiciera cargo de los gastos del funeral. Para que pudiera recibir un homenaje del pueblo, de los diputados, de los senadores —el Senado había sido reinstalado en 1875— y de miembros del Poder Ejecutivo, el cadáver de “El Nigromante” fue embalsamado y expuesto durante dos días en el recinto


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de la Cámara de Diputados y el 18 de julio, después de una solemne ceremonia en la que se pronunciaron muchos discursos y poemas, fue sepultado en el cementerio de El Tepeyac.

Obra escrita, labor pictórica y reconocimientos La obra recopilada de Ignacio Ramírez incluye trabajos de carácter político, científico y literario. Los de contenido político han sido rescatados principalmente de periódicos, así como de notas estenográficas de sus discursos e intervenciones en el Congreso. Los textos científicos están contenidos en las siguientes obras: Ensayo sobre las sensaciones (1848); Cartas del Nigromante a Fidel —pseudónimo de Guillermo Prieto—, que tratan sobre los recursos naturales de Baja California, escritas en 1863, 1864 y 1865; La lluvia de azogue (1873); y Observaciones de meteorología marina. Sus creaciones literarias se concentran en una colección de poesías y discursos patrióticos. Asimismo, publicó Lecturas de historia política de México (1871), y en materia educativa escribió el Proyecto de enseñanza primaria, que incluye los libros Rudimental y Progresivo. Desde finales del siglo xix se publicaron sus Obras completas, precedidas por una biografía que redactó Ignacio Manuel Altamirano, y en los años recientes se ha ido conformando otra edición llamada Obras completas de Ignacio Ramírez. Aunque se han identificado varios autorretratos suyos, es poco conocido que “El Nigromante” también fue un destacado dibujante y pintor. Uno de sus biógrafos asienta que, muy joven todavía —en 1837—, Ignacio Ramírez elaboró las ilustraciones para un libro de anatomía y cirugía del entonces director de la Escuela de Cirugía Mexicana, Luis Jecker, texto de cabecera para los estudiantes de medicina de aquella época, cuya carátula decía: “Libro de

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104 ¶Trilogía magisterial

Tumba de “El Nigromante” en la Rotonda de las Personas Ilustres en la Ciudad de México.


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anatomía del doctor Luis Jecker, Director de la Escuela de Cirugía; texto e ilustraciones del alumno Ignacio Ramírez”.28 El mismo autor refiere que Ramírez dominaba la acuarela y el óleo, pero que muchos de sus trabajos —por ejemplo, cuadros donde aparecen su esposa y sus hijos, y un retrato de Hidalgo elaborado con base en descripciones hechas por Lino Ramírez— se incorporaron como obras anónimas a las galerías y colecciones que mandó organizar cuando fue ministro de Instrucción Pública. Muchos investigadores han escrito ensayos sobre sus quehaceres periodísticos, políticos, científicos, legislativos, jurisdiccionales y literarios. Otros han hecho libros biográficos acerca de él. En 1957, con motivo del centenario de la Constitución en cuya redacción participó, el Congreso de Sinaloa lo declaró Benemérito del Estado y decretó que se escribiera, con letras de oro en el recinto legislativo, la leyenda: Lic. Ignacio Ramírez, El Nigromante; Constituyente del Estado de Sinaloa. 1857. En el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México hay una estatua de Ignacio Ramírez y llevan su nombre una población del estado de Durango, varias escuelas y calles de muchos pueblos y ciudades de distintos rumbos del país, así como un centro de actividades artísticas y culturales de San Miguel de Allende, Guanajuato. Sus restos reposan actualmente en la Rotonda de las Personas Ilustres, donde fueron inhumados el 7 de octubre de 1934.

Arellano, Emilio, La nueva república/Ignacio Ramírez El Nigromante, México: Planeta, 1ª ed., 2012, p. 30.

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108 ¶Trilogía magisterial

En las serranías del sur Raigambre indígena Tixtla es hoy una pequeña ciudad asentada en un valle fértil por el que corren varios ríos. Ubicada en las estribaciones de la Sierra Madre del Sur, forma parte de un paisaje atractivo en el que resaltan una laguna, abundante vegetación, árboles frutales y parcelas donde se cultivan hortalizas. En el entorno abundan pequeños mamíferos, pájaros, insectos y reptiles. Aunque muchos de sus habitantes se dedican todavía a la agricultura y a la explotación de árboles maderables, el movimiento comercial es importante. El calor es intenso. Pero, ¿cómo era Tixtla a principios de la vida independiente de México? Ignacio Manuel Altamirano dejó en sus textos costumbristas la siguiente descripción: Mi pueblo es Tixtla, ciudad del Sur de México, que se enorgullece de haber visto nacer en su seno a aquel egregio insurgente y gran padre de la patria que se llamó Vicente Guerrero. También se enorgullece de haber sido una de las poquísimas ciudades militares de la república que jamás pisaron ni los franceses, ni los imperiales, ni los reaccionarios; de modo que no han profanado sus muros ni las águilas de Napoleón III, ni el águila de Maximiliano, ni los pendones de Márquez y de Miramón […]. Y con todo, esa ciudad suriana, a pesar de tener una población numerosa y una situación pintoresca, es pobrísima, oscura y desconocida […]. Fundada, según la tradición, por una colonia azteca llevada por Motecuzoma Ilhuicamina, en su guerra de conquista del Sur, se compuso en un principio de familias sacerdotales, que tenían


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez la misión de difundir la religión del imperio entre las tribus autóctonas que poblaban aquel país.29

Tixtla, ciudad ubicada entre Chilpancingo y Chilapa, en efecto, es famosa porque ahí nació Vicente Guerrero, y desde mediados del siglo xix también lo es por ser la cuna de Ignacio Manuel Altamirano, segundo personaje de esta Trilogía Magisterial. Ahí nació, el 13 de noviembre de 1834, en el seno de una humilde familia indígena donde se hablaba la lengua náhuatl. Sus padres fueron don Francisco Altamirano —cuyo apellido le venía de un español que años antes fue padrino de bautizo de un antepasado suyo— y doña Juana Gertrudis Basilio. La fe de bautismo correspondiente, con su grafía original, dice al margen “Ygnacio Homobono Serapio de Tixtla” y en el cuerpo del documento: “En esta Ygta. Parroqa cabecera de partida de esta ciudad de S. Martín Tixtla á trece de Dbre de mil ochocientos treinta y cuatro años Yo Don Antonio Reyes cura ppo de esta feliga bauticé solemnemente. Puse Oleos y Crisma a Ygo Homobono Serapio de un día de nacido, hijo lego de Fran. co Altamirano y de Juana Gertrudis Basilio, fueron sus padrinos Manuel Dimas Rodríguez y su mujer Juana Nicolasa López, todos de esta ciudad, les advertí su obligación de enseñar la Docta a su ahijado, y el parentesco espiritual que contrajeron con el en primer grado, y con sus padres en segundo y lo firme”. Al calce: “A Reyes”.30 La nota resaltada en el párrafo anterior causó confusión entre algunos biógrafos de Altamirano, que llegaron a citar como su fecha de nacimiento el 12 de diciembre; no obstante, todo indica que Altamirano, Ignacio Manuel, “Tixtla”, en Obras completas. Textos costumbristas, Nicole Girón (coord.), tomo V, México: Secretaría de Educación Pública, 1ª edición, 1986, p. 38. 30 Copiada del Libro Número 22 de Bautismos de 1834-1838, número de foja 23, Sección Sacramental, número de Caja 5, número de libro correspondiente a la ordenación del Archivo histórico de San Martín de Tours: 59, Tixtla, Guerrero: años 1828-1847. 29

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110 ¶Trilogía magisterial el escribiente de la parroquia cometió el error de asentar “de un día de nacido” en lugar de “un mes de nacido”, entre otras razones porque no era común que los niños fueran bautizados al día siguiente de su nacimiento. Lo más usual en esos tiempos era que los recién nacidos y sus madres permanecieran en su casa varias semanas después del parto. Asimismo, Altamirano era partidario de la separación del Estado y de la Iglesia, pero no era extremadamente anticlerical como su maestro Ignacio Ramírez, de ahí que haya escrito ensayos sobre temas religiosos, en especial acerca de la virgen de Guadalupe con una postura muy próxima a la devoción, y en ninguno de ellos hace referencia al 12 de diciembre como su fecha de nacimiento. En cambio, con base en su conocimiento del martirologio católico, solía decir que se llamaba Manuel por su padrino y Homobono porque había nacido el día correspondiente a ese santo (13 de noviembre). También es casi seguro que si hubiese nacido el 12 de diciembre sus padres, sus padrinos y el párroco, como era la costumbre de los creyentes entonces, le habrían puesto el nombre de Guadalupe; es más, con frecuencia decía: “Un día 13 nací, un día 13 me casé y un día 13 he de morir”. Y así fue, como veremos al final de esta biografía.31

Época de turbulencias Cuando nació Ignacio Manuel Altamirano, de conformidad con la división territorial que estableció la Constitución federal de 1824, la pequeña Tixtla estaba comprendida dentro del territorio Ochoa Campos, Moisés, Ignacio Manuel Altamirano: El soplo del genio (Cuadernos de lectura popular, serie: La victoria de la República), México: Secretaría de Educación Pública, Subsecretaría de Asuntos Culturales, 1966, p. 42.

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del estado de México. Poco después, cuando se estableció la República centralista, el estado de México, igual que todos los demás, pasó a ser un departamento. Casi a mediados del siglo xix, merced a otro cambio de régimen, se creó el estado de Guerrero y la población pasó a formar parte de él. Este último cambio, como se verá más adelante, influyó de modo especial en la vida de nuestro personaje. Por las razones anteriores, mexiquenses y guerrerenses lo consideran entre los hijos distinguidos de sus respectivas entidades. Tres años antes habían fusilado a Vicente Guerrero y después del paso de varios presidentes que gobernaron por breves periodos, Antonio López de Santa Anna comenzaba a dominar el panorama político del país; por ejemplo, en abril de 1834, había desplazado del poder a Valentín Gómez Farías —vicepresidente encargado del despacho— por las reformas liberales que había propuesto, que en materia educativa incluyeron la creación de leyes y reglamento para el arreglo de la instrucción pública en el Distrito Federal, con el propósito de reorganizar “la enseñanza dentro de un plan general, desde la primaria hasta los colegios de estudios mayores” 32 y que, a falta de un ministerio del ramo, había creado una Dirección General de Instrucción Pública para el Distrito y Territorios Federales. Poco después, en 1836, se estableció el centralismo y puede decirse que la infancia de Altamirano transcurrió dentro de esa forma de organización de la República, mientras conservadores centralistas y liberales federalistas luchaban por el poder, y los Gobiernos caían uno tras otro por la fuerza de las armas, por más que en 1843 se haya hecho un intento de conciliación al promulgar las Bases Orgánicas de la República Mexicana, una especie de nueva Constitución que incorporó iniciativas y propuestas liberales, pero mantuvo el régimen centralista. Meneses Morales, Ernesto et al., Tendencias educativas oficiales en México (1821-1911), México: Centro de Estudios Educativos, Universidad Iberoamericana, A. C., 2ª ed., cap. iv, 1998, p. 120.

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112 ¶Trilogía magisterial Ingreso tardío a la escuela Ya entrado en años, seguramente dentro del Plan General de Estudios diseñado en esa época por el ministro del ramo Manuel Baranda —con los criterios de las bases constitucionales que regían en el país— “para dar impulso a la instrucción pública y uniformarla”,33 Ignacio Manuel empezó a asistir a la escuela de primeras letras del profesor don Cayetano de la Vega, donde existía la ominosa separación entre “niños de razón” —que estudiaban lectura, escritura y aritmética— y “niños indígenas” —que sólo aprendían doctrina cristiana—, calificativos discriminatorios muy usados en las escuelas de entonces. Por ello, cuando tuvo la edad indicada para comenzar a leer y escribir, Altamirano no lo llevó a cabo porque la enseñanza estaba reservada para niños de mayor nivel económico que el suyo; no obstante, ocurrió algo que le benefició: su padre, don Francisco Altamirano, fue nombrado alcalde de los habitantes de raza indígena que habitaban en su pueblo, lo que hizo pensar al profesor De la Vega en la conveniencia de admitir entre sus discípulos “de razón” al hijo del nuevo funcionario. Ahí empezó a aprender el idioma castellano. El adolescente Ignacio Manuel cursó con las mejores notas esos primeros años de estudio. Se distinguió siempre por su alto aprovechamiento y gran interés en todas las materias, y aunque en un pueblo como Tixtla, en ese entonces extremadamente aislado, era muy difícil que un joven tan pobre pudiera aspirar a seguir estudios superiores, poco después, un suceso venturoso le abrió esa posibilidad. Eran los años de la guerra contra Estados Unidos, cuando ese país se apropió gran parte de los territorios del norte de México, después de la cual, en 1847, hubo una vuelta al federalismo que apenas duró seis años. 33

Ibid., p. 145.


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Rumbo a Toluca En ese paréntesis, el Gobierno del estado de México, que al igual que las otras entidades trataba de normalizar la convivencia entre los habitantes de su territorio, expidió un decreto que ya hemos citado en páginas anteriores en beneficio de los estudiantes indígenas. Ignacio Manuel Altamirano hizo alusión a esa disposición en la biografía de su maestro Ignacio Ramírez que escribió años después: […] ya restablecida la paz, una ley benéfica del Estado de México, al que pertenecía entonces la comarca en que nací, me sacó de ella, designado para venir a estudiar en el Instituto Literario de Toluca. Yo comprendí claramente que aquel cambio en mi vida era un gran bien para mí, y naturalmente, lleno de gratitud, me propuse indagar quién era el autor principal de aquella ley, merced a la cual se me abría el camino de la instrucción. Aquella ley no sólo me había favorecido a mí, sino también a muchos otros jóvenes indígenas del Estado de México, pobrísimos como yo, y como yo condenados seguramente, si tal disposición no hubiera venido a salvarnos, a arrastrar una vida de ignorancia y de miseria.34

Se crearon las llamadas becas para alumnos de municipalidad, a fin de que tuvieran ropa, alimentación y alojamiento en la ciudad de Toluca, además de ser matriculados en el prestigiado instituto. Altamirano resultó seleccionado después de aprobar los exámenes correspondientes en Tixtla, pero estuvo a punto de ver frustrado su propósito de ir a Toluca. Su familia era tan pobre que no pudo reunir los recursos necesarios para pagar el viaje. Otro acto de benevolencia le favoreció en esa ocasión: el comandante Ignacio Campos le prestó dos viejos caballos a Francisco Altamirano —padre de Ignacio Manuel—, y en mayo de 1849 ambos recorrieron el camino que Altamirano, Ignacio Manuel, Ignacio Ramírez, biografía, op. cit., pp. 18 y 19.

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114 ¶Trilogía magisterial va de Tixtla a Toluca pasando por Copalillo, Atenango del Río, Huitzuco, Buenavista de Cuéllar, Tetipac e Ixtapan. De inmediato se presentaron ante el gobernador y posteriormente se dirigieron a la casa de estudios. De pronto, el joven Altamirano había cambiado su apacible Tixtla por la ciudad de Toluca, que para entonces ya era una ciudad grande. Sorteaba el paso difícil de la pequeña escuela de don Cayetano de la Vega a otra mejor organizada, con especialidades y con estricta disciplina. Tuvo que soportar las complicaciones que representaba para un menor el hecho de separarse de su familia, alternar con nuevos amigos y adaptarse a la vida urbana. Pese a todo, Altamirano se hizo el propósito de sobrellevar las dificultades con tal de aprovechar su estancia en el instituto para prepararse, servir a su familia y a su patria.

Desigualdad, estudio y otras peripecias Recién llegado a la capital del estado, descubrió que en su nueva escuela también había dos clases de alumnos. Por razones económicas, prácticamente se repetía la división existente en la escuela de don Cayetano entre alumnos ricos y pobres. Los primeros pertenecían a familias adineradas de Toluca. Él y los demás becarios formaban parte del grupo de muchachos de origen humilde, de tal suerte que, desde su ingreso, Altamirano arrastró un adeudo porque nunca completó los 16 pesos mensuales que la institución fijaba para cubrir los gastos complementarios de su beca. Pese al trato desigual y el ocasional rechazo burlón de los condiscípulos ricos, el joven Altamirano tenía muy claras sus metas. Se dedicó a estudiar con ahínco a tal grado que en poco tiempo fue adquiriendo prestigio y ganándose el respeto de sus compañeros. Pronto empezó a estudiar las materias que se impartían en el


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instituto y destacó tanto que al terminar el segundo año presentó en público el examen final y demostró su indiscutible avance. No se incomodó ante la presencia de maestros, tutores y padres de familia y contestó a todo lo que le preguntaron con seguridad. Sólo los mejores alumnos presentaban examen público, y él fue uno de los elegidos para realizarlo en 1850. Todos los maestros que lo examinaron decidieron aprobarlo. Todo parecía marchar bien hasta que a finales de 1849, al unir áreas territoriales de Puebla, México y Michoacán, se erigió un nuevo estado, llamado desde entonces Guerrero. Tixtla, donde incluso se instaló temporalmente la capital en 1851, quedó dentro de la nueva entidad; por ende, Ignacio Manuel Altamirano dejó de pertenecer al estado de México y el ayuntamiento que anteriormente solventaba su beca dejó de aportar el apoyo económico y él quedó en situación muy precaria. Siguió siendo alumno del Instituto Literario de Toluca porque el director Felipe Sánchez Solís decidió apoyarlo para que siguiera estudiando, en atención a su brillante desempeño y buena disposición. A fin de que recompensara el apoyo que le brindaba la institución, el joven Altamirano fue designado bibliotecario del plantel, de modo que alternaba sus labores como alumno y empleado de la escuela. Entre 1850 y 1852 desempeñó ese trabajo en la biblioteca (reunida casi dos décadas atrás por Lorenzo de Zavala cuando, siendo gobernador del estado de México, reabrió el Instituto Literario), y su permanencia entre los libros fue determinante para su formación intelectual, pues tuvo a su alcance textos que en aquel momento eran fundamentales para la formación académica: clásicos y modernos, tratados enciclopedistas y ensayos de juristas liberales, entre otros. El conocimiento de las obras de grandes escritores y pensadores de México y de otras partes del mundo le ayudó para adquirir el enorme acervo cultural que siempre lo distinguió. El esforzado estudiante hubo de afrontar otras dificultades; en 1850 Toluca y varios municipios aledaños fueron afectados por

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116 ¶Trilogía magisterial una terrible epidemia de cólera que mató a cientos de vecinos y conocidos que no pudieron evitar el contagio. Altamirano fue uno de los afortunados que no contrajo la enfermedad y se salvó, aunque tuvo que soportar el lastimoso espectáculo de ver morir a tantas personas sin que nadie pudiera ayudarlas. La mortalidad causada por el cólera morbus en cinco municipios del Estado de México fue un reflejo, a nivel estatal, de la situación que se vivía a nivel nacional. A mitad del siglo xix, la entidad mexiquense era la más poblada del país, su territorio era muy vasto, ya que abarcaba todavía los actuales estados de Hidalgo y Morelos. Pero la situación económica era muy difícil para sus habitantes. En esta época casi todo el estado de México podía considerarse como rural. La mayoría de sus habitantes vivían en el campo, con lo que esta situación implicaba: una miseria generalizada, la inexistencia prácticamente de sistemas sanitarios y un aislamiento respecto a los centros urbanos de la entidad.35

Pasó la epidemia y al año siguiente, en 1851, el joven Altamirano quiso conocer la Ciudad de México. En compañía de uno de sus amigos del instituto, con quien había logrado reunir una pequeña cantidad, una fría y nublada mañana de diciembre abordó la diligencia que hacía el recorrido entre las dos ciudades. La diligencia fue asaltada en el Monte de las Cruces por Roca —un famoso bandido de la época—, quien despojó a los pasajeros de todo lo que traían. Altamirano y su compañero, ambos de aspecto humilde, no fueron molestados por los maleantes. Lograron completar el viaje, siempre con el temor de ser atacados otra vez por alguno de los muchos bandoleros que merodeaban en el camino. Iracheta, María del Pilar e Hilda Lagunes, “El cólera morbus en cinco municipios del estado de México, en 1850”, en Papeles de población. Revista científica de la Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca, México, abril-junio de 1998, p. 164.

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Altamirano y su amigo, que sólo querían conocer la gran ciudad y pasear por algunas de sus zonas más famosas, estuvieron poco tiempo ahí —todo indica que un solo día—, sin ver una función de teatro, sin comer en restaurantes caros, sin abordar coches, sin hacer compras, a fin de que el poco dinero que habían traído les alcanzara para volver a Toluca en diligencia, a proseguir su rutina entre las clases, las aulas, los libros y el bullicio habitual en la vida de los estudiantes.

Encuentro con “El Nigromante” El maestro más estimado por Altamirano en el Instituto Literario de Toluca fue Ignacio Ramírez, “El Nigromante”, con quien trabó una amistad imperecedera y con quien posteriormente defendió causas ideológicas, jurídicas y educativas comunes. Todo comenzó cuando Ramírez impartía los domingos clases de bella literatura a estudiantes de grados superiores y Altamirano fue como oyente al salón donde disertaba el profesor, para entonces ya muy afamado dentro y fuera del plantel. Así lo registró el discípulo en la biografía del mentor: Allí tuve yo el honor de oír por primera vez la elocuente palabra de Ramírez, sentándome en los bancos de la clase, como discípulo, aunque no tenía derecho, pues entonces cursaba yo latinidad. Y aquí me será permitido relatar en breves líneas el incidente en virtud del cual entré en esa clase, y que aumentó mi gratitud hacia Ramírez. Excitada mi curiosidad por los grandes elogios que hacían los alumnos de la elocuencia y sabiduría del Maestro, fui un domingo a escuchar la clase, sentado en la puerta. Notólo Ramírez y me mandó entrar, a pesar de que le dijeron que, según la orden de la Dirección, sólo podían asistir a aquélla los cursantes de Jurisprudencia y de Filosofía. Él se encargó de allanar la dificultad, como en efecto la

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Ignacio Manuel Altamirano entabló una gran amistad con su maestro “El Nigromante”, con quien defendió posteriormente causas ideológicas, jurídicas y educativas.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez allanó, y desde entonces, y por mera excepción, seguí concurriendo como discípulo […]. No era una clase fríamente preceptiva y vulgar. Ramírez allí enseñaba como no se había enseñado antes, como no ha vuelto a enseñarse después en México […]. Era en toda la amplitud de la palabra, una enseñanza enciclopédica, y los que la recibimos aprendimos más en ella, que lo que pudimos aprender en el curso entero, de los demás estudios. Allí se formó nuestro carácter, allí aceptamos nuestro credo político al que hemos sido fieles sin excepción de una sola individualidad.36

La convivencia de Altamirano con Ignacio Ramírez en Toluca fue breve; sin embargo, fue, como él mismo lo asentó, determinante en su vida futura.

Periodismo estudiantil, rebeldía y expulsión Cuando apenas contaba con 17 años de edad, Ignacio Manuel Altamirano fundó un periódico escolar. Nahuatlato de origen, con cierta ironía que también le caracterizaba, tituló su publicación Los Papachos, que proviene de la lengua mexicana, Papatzoa cuyo significado es “oprimir suavemente con los dedos” (hoy es más común llamar apapachos a los mimos excesivos, palmaditas o pequeñas opresiones hechas a una persona para expresarle afecto). Se refería al trato lisonjero que los nuevos directivos y maestros —de tendencia conservadora— se dispensaban entre sí y con los estudiantes que coincidían ideológicamente con ellos. La hoja 36

Altamirano, Ignacio Manuel, Ignacio Ramírez, biografía, op. cit., pp. 61-62.

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120 ¶Trilogía magisterial informativa, que también atacaba a quienes consideraba enemigos del progreso del país, incluyendo a algunas altas personalidades de Toluca y del resto de la República, costaba medio real y comenzó a circular en 1852. Altamirano tenía un solo colaborador: el poeta Juan A. Mateos, cuñado de “El Nigromante”. A raíz del relevo de autoridades estatales ocurrido en esa época, que ya se mencionó en la biografía anterior, el director del Instituto Literario, Felipe Sánchez Solís, había recibido, en 1851, “la comisión” de ocupar una diputación federal, pero la verdadera intención era separarlo de la escuela y de la política local y allanar el camino para, un poco después, correr del plantel a Ignacio Ramírez, junto con otros maestros. Lo anterior provocó la protesta de muchos estudiantes. Las luchas internas que dividían al país se hicieron sentir en el instituto con igual o mayor fuerza que en otras partes. El director de Los Papachos siguió publicando artículos combativos. El ímpetu juvenil y la convicción ideológica le hicieron pasar por alto el riesgo de perder la beca y el modesto empleo que tenía en el Instituto Literario. Finalmente, el 31 de julio de 1852, fue expulsado de la escuela sin haber terminado sus estudios aunque, además del castellano y de las materias estudiadas en forma autodidacta en la biblioteca, había aprendido latín y francés. Muestra de la influencia de “El Nigromante” en sus discípulos fueron los resultados que arrojó una especie de plebiscito que organizó Antonio López de Santa Anna cuando comenzaba a gestarse la Revolución de Ayutla para tratar de justificar su permanencia en el poder y que, según sus opositores, sólo sirvió para identificar a los descontentos. La mayoría de la población de la capital mexiquense votó en favor de “Su Alteza Serenísima”, pero todos los alumnos mayores del Instituto Literario se presentaron a votar y sufragaron en contra del dictador. Esa muestra de libertad y autonomía entre los estudiantes provocó el enojo de los grupos conservadores, a tal extremo que la noche de los comicios un


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destacamento de jefes militares llevó hasta la escuela una serenata en la que gritaron: “¡Mueran las ciencias y las artes!”37 Los alumnos disidentes fueron corridos y los que se quedaron recibieron la consigna de portarse bien; es decir, de no contrariar los intereses del Gobierno en turno. Las nuevas autoridades escolares quemaron los libros que consideraron perniciosos para la buena marcha de la institución (los de tendencia liberal) y, aunque no fue cerrado, el colegio experimentó un giro en sus contenidos y métodos de enseñanza.

Docencia y teatro para sobrevivir Cuando fue expulsado del Instituto Literario, todavía era muy joven por lo que tuvo que ganarse la vida impartiendo clases de francés en un colegio particular de Toluca. Los dueños de la escuela le pagaban con alimentación, hospedaje y una pequeña remuneración en efectivo. Inquieto y audaz como era, no permaneció mucho tiempo en ese trabajo y decidió salir de la capital mexiquense para buscar la vida. Fue profesor de primeras letras en los pequeños poblados que iba recorriendo y después, de modo un poco más permanente, dio clases por el rumbo de Cuautla y Yautepec. En todas las comunidades donde ejerció la docencia le tocó compartir las penurias de la gente pobre, que no le resultaban extrañas por haberlas padecido en carne propia desde su infancia. Con el fin de aumentar sus ingresos, en esa misma etapa de su vida se unió a una humilde compañía de actores que llevaban teatro por los pueblos de la región. No se tiene certeza de que haya actuado, pero sí de que fue apuntador y escribió libretos 37

Ibid., p. 73.

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Juan N. Ă lvarez fue nombrado presidente en 1855.


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que eran representados por sus compañeros de andanzas. Una de las obras que creó con ese propósito se titulaba Morelos en Cuautla —hoy perdida— y, según narraba el mismo Altamirano años después a sus amigos, fue muy bien aceptada por el público. Una disyuntiva se abrió ante él cuando dejó Toluca. Podía volver a su pueblo con los nuevos conocimientos que había adquirido, pero seguramente su regreso implicaría continuar con una vida difícil, de privaciones, o aprovechar aquello que había aprendido como base para avanzar por nuevos y mejores caminos en pos de una profesión y para desarrollar plenamente sus capacidades literarias, periodísticas, políticas, etcétera. Finalmente, después de haber superado su humilde condición de “alumno de municipalidad” con que llegó a Toluca. Después de andar por los pueblos enseñando a otros niños pobres y de recorrer la legua con humildes artistas, Ignacio Manuel Altamirano se fijó como meta ir a la Ciudad de México a realizar estudios profesionales. Y ahí se dirigió.

Estudiante y soldado Altamirano llegó a la capital del país y se matriculó en el Colegio de San Juan de Letrán. En1854 cursó el primer año de jurisprudencia y siguiendo los pasos de los maestros más queridos y admirados por él, aspiraba a ser abogado. De nueva cuenta, se puso a enseñar francés en un colegio particular, en esta ocasión para pagar sus estudios. Pese a su firme determinación, las circunstancias políticas del país parecían volverse en contra de sus propósitos: ese año terminó de fraguarse la Revolución de Ayutla que, como ya se dijo antes, acabó definitivamente con la hegemonía de Antonio López de Santa Anna.

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El general Santos Degollado, fiel a la causa juarista, intent贸 tomar la Ciudad de M茅xico en 1859.


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Mucha gente por todas partes de la República, incluyendo jóvenes estudiantes, acudió a la convocatoria de los alzados de Ayutla contra Santa Anna. Altamirano suspendió sus estudios, dejó el Colegio de San Juan de Letrán y marchó a combatir en una región que conocía muy bien: las montañas del estado de Guerrero. Participó por primera vez en hechos de armas a las órdenes del general Juan Álvarez quien, luego de hacer amistad con el joven estudiante, se convirtió en su protector y mecenas. Ignacio Manuel Altamirano estuvo enlistado como soldado voluntario hasta que Santa Anna, derrotado, dejó la presidencia para siempre. Después de esa incursión en la milicia, Altamirano volvió al Colegio de San Juan de Letrán para proseguir sus estudios.38

Su casa, un club reformista Habían triunfado momentáneamente los federalistas. Por lo tanto, los partidarios de esa corriente tuvieron un repunte: Guillermo Prieto, Miguel Lerdo de Tejada, Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez y Benito Juárez, entre otros liberales, ascendieron al poder en diferentes cargos. El 4 de octubre de 1855, Juan Nepomuceno Álvarez fue nombrado presidente interino por una junta insurgente. Durante su Gobierno, se expidieron las primeras Leyes de Reforma. Pronto renunció, y en diciembre del siguiente año asumió el cargo, de forma interina también, su ministro de Guerra, Ignacio Comonfort. Como ya quedó dicho, en el periodo presidencial de Comonfort (de diciembre de 1855 a enero de 1858) fue convocado un nuevo congreso constituyente que elaboró la Constitución de 1857 (ut supra). 38

Ochoa Campos, Moisés, op. cit., pp. 13 y 14.

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El general Leonardo M谩rquez venci贸 a Santos Degollado en su prop贸sito de atacar la capital del pa铆s.


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Mientras tanto, fiel a las enseñanzas de sus anteriores maestros del Instituto Literario y de lo que escuchaba en la cátedra de jurisprudencia, Altamirano convirtió su pequeña vivienda —un cuarto— en sala de redacción de donde salían artículos para las publicaciones liberales de la época, como El Monitor Republicano. El habitáculo también era centro literario y club reformista. Las tertulias organizadas por el joven estudiante eran frecuentadas por Juan Díaz Covarrubias y Manuel Mateos (que ahí se contrapunteaban, pero que poco después murieron juntos, fusilados por huestes conservadoras en Tacubaya), Florencio María del Castillo, José Rivera y Río, Alfredo Chavero e incluso algunos escritores de tendencia conservadora como Marcos Arróniz. Altamirano se las ingeniaba para aumentar el número de participantes en el taller. Los contertulios iban a las sesiones del Congreso para escuchar a sus oradores favoritos (Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez, Francisco Zarco) y se entusiasmaban con las acaloradas discusiones de los diputados que forjaban una nueva ley fundamental. Volvían al cuarto de Altamirano a comentar, a leer en voz alta sus reflexiones, sus nuevos artículos, sus nuevos poemas, hacían planes y se ilusionaban con llegar a ser como aquellos liberales a los que admiraban.

De la tertulia a la conspiración La promulgación de la Constitución de 1857 causó una reacción enérgica de los conservadores, quienes se apoderaron de la Ciudad de México a principios de 1858. Algunos de los asistentes a las tertulias del cuarto de Altamirano se alejaron de ellas; otros salieron de la capital y sólo los más temerarios siguieron reuniéndose pero, en esta etapa, con el fin de conspirar contra el Gobierno conservador instalado en la capital de la República.

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128 ¶Trilogía magisterial Altamirano escribía versos que se imprimían y distribuían clandestinamente. Eran tan picantes que la gente llegó a memorizarlo para hacerlos correr de boca en boca como himno de batalla. Juan Díaz Covarrubias escribía estrofas antigobiernistas y Florencio María del Castillo redactaba textos subversivos y propaganda liberal que hacían circular por todas partes para incitar a la resistencia. En abril de 1859, Santos Degollado, al mando de tropas leales a Juárez, intentó atacar la Ciudad de México y fue derrotado por una partida del Ejército Conservador al mando de Leonardo Márquez. Después de la batalla, los conservadores tomaron muchos prisioneros, entre ellos algunos civiles que no habían estado en el combate, como el escritor veracruzano Juan Díaz Covarrubias y su amigo Manuel Mateos. Años después, Ignacio Manuel Altamirano escribió sobre este pasaje, conocido como el de Los Mártires de Tacubaya: Hoy, 11 de abril de 1880, hace veintiún años que el partido clerical cometió un gran crimen que horrorizó a la República y que atrajo sobre él la condenación del pueblo y el anatema de la historia. El asesinato salvaje e infame, cometido en la persona de los jóvenes médicos y de los prisioneros en las puertas de mismas de la Ciudad de México, lejos de infundir terror, hizo cobrar nuevos bríos a los liberales, exaltados por la indignación, y enajenó a los asesinos las simpatías de todas las gentes que en algo estiman el honor y la generosidad. Desde el 11 de abril de 1859 los reaccionarios clericales no recorrieron más que un camino de odio y de maldición.39

A raíz de ese acontecimiento, algunos de los participantes en las tertulias organizadas por Altamirano, y él mismo, optaron por tomar las armas en defensa de la República. Altamirano, Ignacio Manuel, Obras completas/Obras históricas. Los mártires de Tacubaya (Recuerdo histórico), Nicole Girón (coord.), tomo ii, México: Secretaría de Educación Pública, 1ª ed., 1986, p. 237. 39


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Graduación y matrimonio Antes de ir por segunda vez a la guerra, Ignacio Manuel Altamirano hizo los trámites necesarios y obtuvo su título de abogado. Corría el año de 1859. Otra acción importante que realizó a mediados de ese año fue casarse con la señorita Margarita Pérez Gavilán —se dice que era nieta de Vicente Guerrero—, nacida en Tixtla también, quien se hallaba en la Ciudad de México cursando estudios en el Colegio de las Vizcaínas, donde se encontraron por primera vez. Cuentan que, siendo aún estudiante en San Juan de Letrán, Altamirano fue invitado para pronunciar una oración lírica en el colegio donde estudiaba Margarita, quien al escucharlo quedó prendada de su elocuencia y de su sabiduría. Altamirano también se enamoró a primera vista de su paisana, al grado que comenzó a componer versos elogiosos para ella y se los cantaba acompañado de guitarra. Las compañeras de Margarita le preguntaron que cómo podía enamorarse de ese indio tan feo y ella les respondió que lo amaba por inteligente, generoso y honesto; que las demás buscaran niños guapos, porque ella prefería a su paisano, feo pero talentoso. Ignacio Manuel Altamirano y Margarita Pérez Gavilán contrajeron matrimonio religioso el 5 de junio de 1859 en la Iglesia Metropolitana de México. No procrearon hijos, pero adoptaron como suyos a cuatro medios hermanos de Margarita que se llamaban Catalina, Palma, Guadalupe y Aurelio. Margarita, el amor de su vida, acompañó fielmente a Ignacio Manuel en las buenas y en las malas, en triunfos y fracasos, en destierros y en momentos de gloria.40

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Ochoa Campos, Moisés, op. cit., p. 17.

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130 ¶Trilogía magisterial De nuevo a la guerra Después de obtener su título y casarse, Altamirano viajó rumbo al sur, donde se puso de nuevo a las órdenes del general Juan Nepomuceno Álvarez quien, a pesar de haber dejado la Presidencia de la República poco después de asumirla, seguía pendiente del devenir político nacional, apoyando desde su terruño la causa liberal. Álvarez reclutó soldados en la zona de Guerrero para defender los postulados de la Reforma y al Gobierno de Juárez, que para entonces se hallaba instalado en Veracruz. El gobernador guerrerense de esa época, el general Vicente Jiménez, igualmente partidario de la causa republicana, comandó las milicias desplegadas en la región de Tixtla, a la sazón capital del estado, de modo que el joven licenciado también combatió al mando de este oficial quien, reconociendo las virtudes oratorias del soldado Altamirano, lo invitó a pronunciar, el 16 de septiembre de 1859, el discurso oficial de las fiestas patrias, porque incluso en medio de la refriega los liberales siguieron celebrando la independencia dentro de las áreas territoriales bajo su control. En su alocución, Altamirano dijo que el partido liberal era “el verdadero observador del Evangelio, tal como lo predicó Jesús, y no tal como lo enseña un sacerdote lleno de ambición y de siniestras miras”.41 Con ello aludía al desventurado papel de gran parte del clero que apoyaba abiertamente a los conservadores con armas y recursos económicos, que incitaba a las clases populares desde el confesionario y el púlpito a rechazar la Constitución y las normas emanadas de un Gobierno legalmente constituido, que consentía los asesinatos de muchas personas por el solo pecado de ser identificadas como liberales. Mientras permanecía en su tierra natal, alistado en el Ejército Liberal por segunda ocasión, Ignacio Manuel Altamirano, convencido Fuentes Díaz, Vicente, Ignacio M. Altamirano, Chilpancingo, Guerrero: Casa Altamirano y Gobierno del Estado de Guerrero, 1ª ed., 1988, p. 65.

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de la efectividad de la palabra impresa, fundó La Voz del Pueblo y Ecos de la Reforma, periódicos en los que ensalzaba la personalidad de Benito Juárez y promovía la causa de la Constitución de 1857. En noviembre de 1860, cuando calculó que el triunfo de la causa republicana era inminente, Benito Juárez, que había gobernado con facultades extraordinarias por la grave situación de guerra, lanzó la convocatoria para elecciones generales que debían realizarse en un plazo de dos meses.

Altamirano legislador y orador Después de la victoria republicana en Calpulalpan, Juárez entró victorioso a la Ciudad de México en enero de 1861. Restableció ahí su Gobierno, participó en las elecciones que recién había convocado y, por un margen muy estrecho de votos, se convirtió en presidente constitucional. Ordenó la expulsión del nuncio apostólico, del arzobispo, de varios obispos y de diplomáticos señalados como partidarios y apoyadores del movimiento conservador. Además, decretó la adopción del sistema métrico decimal. El gobernador de Guerrero, Vicente Jiménez, para retribuir los servicios militares y civiles prestados por Ignacio Manuel Altamirano a su entidad, promovió que fuera candidato a diputado por el distrito de Chilapa. Así llegó por primera vez al Congreso. Presionado por una gran cantidad de diputados conservadores y moderados, recién elegidos también, el Gobierno de Juárez titubeó para aplicar los decretos de expulsión de los prelados católicos y de los ministros extranjeros, situación que aprovechó el legislador José E. Prats para formular el 14 de mayo de 1861 una Ley de Amnistía —proyecto que fue reformado el 1° de junio— que en resumen planteaba otorgarles el perdón y no expulsarlos. La discusión del proyecto se programó para el 10 de julio siguiente.

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132 ¶Trilogía magisterial Eran momentos de mucha tensión: después de su derrota, los conservadores —muchos de sus contingentes convertidos en gavillas— habían emprendido una venganza de la que fueron víctimas, entre otros liberales, Melchor Ocampo, Santos Degollado y Leandro Valle, asesinados en junio de 1861. El 10 de julio, cuando sesionó el Congreso, el diputado Altamirano fue el primero en pedir la palabra para objetar el proyecto del diputado Prats. Pronunció entonces una encendida pieza oratoria que desde entonces se recuerda como el Discurso contra la Amnistía. Las galerías de la Cámara —que en esa época sesionaba en el Palacio Nacional— estaban atestadas de personas que acudían a escuchar a sus representantes populares. Por cierto, Justo Sierra Méndez —que entonces no contaba con 14 años de edad— narró, tiempo después de que asistió a esa sesión, donde vio y oyó por primera vez a su maestro Altamirano. La presencia de Altamirano con su cabellera desgreñada y su mirada fulgurante impuso silencio. Como representante de una nación ultrajada y convencido de su devoción liberal, que implicaba una enérgica actitud justiciera, proponía al Congreso que desechara el dictamen de amnistía para los conservadores y sus partidarios: Con toda la conciencia de un hombre puro, con todo el corazón de un liberal, con la energía justiciera del representante de una nación ultrajada, levanto aquí mi voz para pedir a la cámara que repruebe el dictamen en que se propone el decreto de amnistía para el partido reaccionario. Y pido así, porque yo juzgo que este decreto sería hoy demasiado inoportuno y altamente impolítico. Comenzaré diciendo que respeto como nadie las virtudes de los señores diputados que han suscrito el dictamen, que reconozco en ellos un excelente corazón lleno de sensibilidad y de clemencia; pero entiendo que ellos se han equivocado al creer que debía la


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez nación perdonar a sus enemigos con la misma facilidad con que estos señores por su carácter generoso perdonan a los suyos. Es decir, han confundido a su propio individuo con la nación entera, y en eso está el error, en mi concepto […]. Sería inoportuno porque la clemencia, como todas las virtudes, tiene su hora. Fuera de ella no produce ningún buen resultado o, hablando con toda verdad, produce el contrario del que se deseaba […]. Si después del triunfo de Calpulalpan el gobierno hubiese soltado una palabra de amnistía; si hubiese abierto los brazos a los enemigos de la paz pública, esto habría sido inmoral, pero quizás habría tenido éxito, porque tengo por cierto que al gobierno liberal le quedaban entonces dos caminos que tomar: el de la amnistía absoluta, franca, o el terrorismo, es decir, la energía justiciera. El gobierno no tomó ninguno de estos dos senderos, sino que, vacilante en sus pasos, incierto en sus determinaciones, rutinero en sus medidas, fue generoso a medias y justiciero a medias, resultando de aquí que descontentó a todos y se hizo censurar por tirios y troyanos.42

Por ahí continuó, censurando a quienes creen que la política es “la vergonzosa contemporización con todas las traiciones” y exhortó a cumplir con el deber que la nación les había impuesto como representantes populares; es decir, castigar a los criminales en lugar de fundirse con ellos para no hundir al país en un abismo de desdichas y horrores. La intervención de Altamirano fue tan contundente que el proyecto de amnistía se desechó. Religiosos y diplomáticos declarados non gratos en esa época fueron expulsados del país. Aparte de los discursos propios de su actividad política y cívica, son célebres sus alocuciones sobre temas pedagógicos, culturales, luctuosos —en las exequias de Ignacio Ramírez, por ejemplo—, de beneficencia y de intercambio diplomático, humanitario, artístico 42

Carmona Dávila, Doralicia (comp.), op. cit., s.n.p.

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Napole贸n III aspiraba a extender los dominios franceses en el continente americano.


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y científico con otras naciones. Su oratoria fue escuchada en pueblos y ciudades de provincia, en la capital del país y en el extranjero por literatos, artistas, diplomáticos, estudiantes, filántropos, periodistas y científicos que siempre elogiaron la buena factura de su retórica. Muchos de esos discursos se hallan recopilados en sus Obras completas. Educador por vocación, Ignacio Manuel Altamirano también instruyó a otros en el arte de Demóstenes y Cicerón y fue el primero que impartió la cátedra de Elocuencia para alumnos de jurisprudencia en la Ciudad de México.

Héroe contra la Intervención Francesa Como solía suceder en ese momento de la historia de México, el bando momentáneamente derrotado tuvo primero una reacción violenta. Después se fue reorganizando. En esta ocasión recurrieron a un expediente que otros conservadores habían explorado desde años atrás: tratar de instalar en el país un Gobierno encabezado por un emperador europeo. Ante las dificultades financieras que afrontaba, el Gobierno de Benito Juárez decretó en julio de 1861 la suspensión de pagos de la deuda externa. Esa acción, aunada a las rogativas de los mexicanos que buscaban en las cortes del viejo continente un gobernante que viniera a pacificar y a hacer próspero a México —según pensaban ellos—, exacerbó los ánimos intervencionistas de tres naciones (Gran Bretaña, España y Francia) que, aliadas, acantonaron tropas frente a Veracruz, bajo pretexto de cobrar los débitos que el Gobierno mexicano había contraído con ellas. Después de arduas negociaciones, españoles y británicos retiraron sus milicias de las costas mexicanas, pero Francia persistió en su empeño. A principios de 1862, las tropas invasoras

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Detalle de la obra Acci贸n de la Batalla del 5 de Mayo, de Patricio Ramos.


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avanzaron con el propósito de llegar a la capital del país y comenzó la guerra contra la segunda intervención de ese país en nuestro territorio. El emperador de Francia, Napoleón III, sobrino de Napoleón Bonaparte, que aspiraba a extender sus dominios hasta el continente americano, atendió los ruegos de quienes buscaban un príncipe para México y ordenó la invasión. Los soldados franceses fueron contenidos en Puebla por el Ejército Mexicano al mando del general Ignacio Zaragoza que los derrotó el 5 de mayo de 1862. Los franceses tuvieron que replegarse y pedir refuerzos para hacer frente a unos combatientes menos experimentados, pero que defendían con valor y fuerza su territorio. Al año siguiente, ya repuesto de la derrota y con refuerzos llegados de Europa, el ejército invasor tomó Puebla, la cual viajando desde el golfo, era punto clave para llegar a la capital. Poco después también la Ciudad de México cayó en su poder. Era el año de 1863. Ignacio Manuel Altamirano, reelecto diputado federal y compañero de bancada de Ignacio Ramírez en esa ocasión, continuó desde ese cargo su lucha contra la invasión, pero el Congreso sólo pudo sesionar hasta mayo ante la inminente invasión. A finales de ese mismo mes, derrotadas en Puebla las fuerzas republicanas, el presidente Juárez decidió abandonar la Ciudad de México y convocó a los diputados para que instalaran el Congreso en San Luis Potosí. Altamirano había vuelto a dejar su condición de civil y había retornado a Guerrero para alistarse en el ejército, otra vez bajo las órdenes del general Juan Álvarez, pero como tenía el cargo de diputado, acudió al llamado de Juárez. Viajó de Acapulco a Manzanillo en un vapor. De ahí siguió por tierra y llegó a San Luis, sorteando el peligro de ser asaltado por ladrones o de caer en poder de los franceses. En San Luis permaneció casi un mes —hasta diciembre de 1863— a la espera de los demás diputados, pero no se pudo reunir el número suficiente para sesionar porque los caminos estaban muy

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138 ¶Trilogía magisterial vigilados por huestes conservadoras y francesas. En tal situación, y para eludir el ataque del enemigo, Juárez, Altamirano y los pocos diputados que se encontraban en San Luis evacuaron la plaza y se trasladaron a territorios más seguros. Juárez envió a Altamirano a cumplir una misión del Gobierno liberal en el estado de Guerrero. Para ir allá traspuso territorios de Zacatecas, Jalisco, Durango y Sinaloa, libres todavía del dominio francés. Llegó al puerto de Mazatlán y ahí se reencontró con su maestro Ignacio Ramírez. El joven diputado Altamirano —aún no cumplía 30 años— salió de Mazatlán junto con Alfredo Chavero y otros defensores de la independencia nacional en la goleta Colima. Si la caminata rumbo al Pacífico había sido peligrosa por el peligro de las fieras del monte, por la presencia de bandidos o de franceses, la travesía fue todavía más riesgosa. Como aventura de novela, el viaje tuvo de todo: el riesgo constante de zozobrar en el mar y el peligro de ser interceptados por los franceses y sus aliados, que también patrullaban aquellas aguas. Por fin llegaron a Acapulco y Altamirano de inmediato se puso a las órdenes del general Juan Álvarez en las escarpadas montañas guerrerenses. Cuando comenzaba el año de 1864 se encontraba de nuevo en su tierra natal. De esa época datan otros de sus discursos memorables, los cuales arengaron a habitantes de los pueblos de La Sabana, Tixtla y muchos otros de la región sur del país a levantarse en armas contra la intervención extranjera. A fin de cumplir con sus deberes de soldado, llevó a su esposa Margarita y a sus hijos adoptivos a resguardar en el rancho de un compadre suyo de apellido Giles. Mientras tanto, Juárez había llevado su Gobierno itinerante por diferentes rumbos del país y el bando conservador había instalado en la Ciudad de México, desde julio de 1863, una regencia para que se hiciera cargo del Gobierno mientras llegaba el emperador europeo que había aceptado el trono de México. La regencia estuvo integrada por dos generales, Juan Nepomuceno Almonte y


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José Mariano Salas, así como de un prelado católico, el arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos. El 28 de mayo de 1864, a bordo de la fragata Novara, el archiduque Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena y su esposa Carlota Amalia de Bélgica llegaron a Veracruz. Se trasladaron a la Ciudad de México y desde ahí trataron de instaurar un Imperio, cuyo lema era Equidad en la justicia. No lograron por completo su pretensión debido a que el presidente Juárez y sus seguidores, defendiendo con tesón la República, nunca se rindieron. Para reconocerle los servicios prestados a la patria, el 12 de octubre de 1865, desde Paso del Norte, Benito Juárez envió a Ignacio Manuel Altamirano el nombramiento de coronel. Estimulado por ese ascenso, nuestro personaje fue, en esa etapa de la historia, uno de los soldados mexicanos más destacados en la lucha contra el Imperio de Maximiliano, contra las tropas francesas y los grupos conservadores que los apoyaban. Así lo narró el general Sóstenes Rocha en el parte que rindió a sus superiores: “En los momentos más reñidos del combate, cuando una tromba de balas silbaba sobre nuestras cabezas, el bravo e incomparable, el sublime Altamirano, pie a tierra, cubierto de polvo y sangre, corrió con su arma preparada hasta la primera línea a dispararla ferozmente contra el enemigo. Su acto de heroísmo fue secundado por su gente y la salida de los imperialistas fracasó”. Consciente del peso del periodismo en la mentalidad de su pueblo, en febrero de 1866 comenzó a publicar en Tixtla el semanario La Voz del Pueblo, órgano de difusión del Club Álvarez, obviamente de tendencia liberal y opuesto a la intervención. El impreso circuló hasta diciembre del año siguiente. Más tarde, dejó de publicar ese periódico para emprender campaña con el general Vicente Jiménez y una brigada de la División del Sur en el norte de Guerrero y con el general Francisco Leyva en territorios que hoy pertenecen al estado de Morelos. Al frente de 400 dragones, Altamirano derrotó el 12 de diciembre de 1866 en Puente de Ixtla al coronel

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Desembarco de Carlota y Maximiliano en Veracruz.


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Abraham Ortiz de la Peña, jefe de la División Imperialista del Sur. En esa batalla decomisó un convoy e hizo 300 prisioneros. Venció dos veces más al coronel de la Peña —en Nexpa, cerca de Iguala, y en Los Hornos—, lo que dejó al estado de Guerrero libre de fuerzas conservadoras. Después sitió la ciudad de Cuernavaca, defendida para la causa imperial por un general de apellidos Pérez Palacios, a quien auxiliaban el general Tomás O’Horan y el coronel Paulino Lamadrid. Esta plaza era importante porque Maximiliano la había convertido en sede alterna de la capital. Después de Cuernavaca, el coronel Altamirano ocupó Tlalpan y reconquistó para la causa republicana toda esa zona, entonces comprendida dentro del estado de México. Marchó a Toluca. Ahí volvió a integrarse a las tropas que comandaba el general Jiménez, y ambos se sumaron a la brigada que formó el general Vicente Riva Palacio para marchar, en marzo de 1867, rumbo a Querétaro, donde Maximiliano se había refugiado ante el embate de Porfirio Díaz contra la Ciudad de México. Ahí se libró la batalla decisiva. Altamirano se distinguió por su combatividad, rayana en temeridad, durante la batalla del 27 de abril de 1867, cuando las tropas imperialistas, comandadas por el mismo Maximiliano, Miramón y Mejía, repelían con fuerza la carga de los republicanos. Su arrojo alentó a la soldadesca mexicana que ganó la batalla. Mientras duró el sitio de Querétaro, además de combatir, sirvió como secretario del cuartel general republicano, y en mayo volvió a dar muestras de fiereza en el campo de batalla de La Garita y El Cimatario. Treinta años después, en 1897, su viuda Margarita recibió una condecoración post mortem que el Gobierno de la República le confirió a Altamirano por su participación durante el sitio de Querétaro contra el Ejército Imperialista. Finalmente, Maximiliano se rindió y fue fusilado el 19 de junio de 1867 en el Cerro de las Campanas, junto con los generales mexicanos Miguel Miramón y Tomás Mejía. El sueño de un Imperio europeo en México había terminado.

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Maximiliano, Miguel Miramón y Tomás Mejía fueron fusilados en el Cerro de las Campanas, en Querétaro.



144 ¶Trilogía magisterial Altamirano estuvo presente todavía como soldado en el sitio de la Ciudad de México, que finalmente fue recuperada por los republicanos. El presidente Juárez restableció su Gobierno en la capital el 15 de julio de 1867.

La obra literaria Terminada la invasión y el breve Imperio de Maximiliano, Ignacio Manuel Altamirano dejó para siempre la carrera militar. Retornó a las actividades docentes, el periodismo y la literatura. Como se dijo antes, fundó El Correo de México, periódico en el que escribieron Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto y otros correligionarios suyos que apoyaban a Porfirio Díaz en su primer intento por llegar a la Presidencia de la República. En muchas tribunas y periódicos había dejado adelantos y constancias de sus creaciones literarias desde años atrás, pero fue entre 1867 y 1868, una vez restablecida la paz y consolidada la independencia de la nueva República, cuando comenzó a ordenar y pulir escritos inconclusos, bosquejos de las piezas que al final se reunieron en un retablo de cultura mexicana al que todavía se sigue acudiendo con devoción. En ese aspecto, tal como su maestro “El Nigromante”, fue un polígrafo y abordó diferentes temas, con la diferencia de que Altamirano empleó con maestría los más variados géneros. Entre sus obras hallamos estudios bibliográficos, crónicas, ensayos, biografías, textos históricos, crítica, novela, cuento y otras narraciones, así como poemas. Ávido lector desde sus tiempos en la biblioteca del Instituto Literario de Toluca, Altamirano conocía las novedades literarias llegadas de Alemania, Francia, América del Sur, Inglaterra y España, lo cual se refleja en su obra; sin embargo, aprovechó ese conocimiento para entender mejor lo mexicano y para crear una literatura nacionalista.


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Poeta romántico por los temas que abordaba y clásico por la forma en que los realizaba, Altamirano escribió versos libres, octavas, tercetos, silvas, romances y canciones donde el sentimiento amoroso, el nacionalismo, el paisaje mexicano, su fauna, su flora y su gente son protagonistas, como se aprecia en este fragmento de “A orillas del mar”: Esos bosques de ilamos y de palmas/ Que refrescan las ondas murmurantes/ Del cristalino Técpam, al cansado/ Pero tranquilo labrador convidan/ En los ardores de la ardiente siesta/ A reposar bajo su sombra grata,/ Que él sí podrá sin dolorosa lucha/ Libre de afanes entregarse al sueño, que junto con su canto “Al Atoyac” y una treintena más de poemas forma parte del volumen titulado Rimas. Hábil novelista, Altamirano siempre puso el momento histórico y las calamidades por las que pasaba el país (conflictos armados, pésima educación, desorden social, abundancia de malhechores y bandidos, discriminación de los pobres y de los indígenas) como marco para el desarrollo de sus narraciones, porque tenía fe en que la novela cumpliera una función social como medio de difusión de nuevas ideas para hacer llegar al gran público, poco instruido, el conocimiento de su propia realidad. Sus trabajos de este género, por orden cronológico, son: Las tres flores (originalmente llamada La novia, se asegura que es una traducción del alemán), 1867; Clemencia, 1869; Julia, 1870; La Navidad en las montañas, 1871; Antonia, 1872; Beatriz (inconclusa), 1873; El Zarco, escrita entre 1885 y 1888, se publicó en 1901, casi una década después de la muerte del autor; y Atenea (incompleta), escrita en 1889, fue editada en 1935, poco después del centenario de su natalicio. Tres de estas novelas son consideradas representativas en la literatura mexicana: Clemencia, ambientada en la época de la Intervención Francesa; El Zarco, que se desarrolla por los rumbos de Yautepec, hoy estado de Morelos, en tiempos de la Guerra de Reforma, y La Navidad en las montañas que, junto con los

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146 ¶Trilogía magisterial recuerdos de la infancia de un capitán del ejército y una anécdota amorosa, plantea la posibilidad de una vida comunitaria armoniosa, igualitaria, donde todos cooperen en el progreso de un pueblo, si son guiados por un sacerdote que cumple cabalmente con su misión. Así, en voz de un cura de pueblo, afloran algunas de las ideas pedagógicas de Altamirano en la novela antes citada: […] Yo soy aquí cura y maestro de escuela, y médico y consejero municipal. Dedicadas estas pobres gentes a la agricultura y a la ganadería, sólo conocían los principios que una rutina ignorante les había transmitido, y que no era bastante para sacarlos de la indigencia en que necesariamente debían vivir, porque el terreno por su clima es ingrato, y por su situación lejos de los grandes mercados, no les produce lo que era de desear. Yo les he dado nuevas ideas, que se han puesto en práctica con gran provecho, y el pueblo va saliendo poco a poco de su antigua postración. Las costumbres, ya de suyo inocentes, se han mejorado: hemos fundado escuelas, que no había, para niños y para adultos […] en la iglesia de aquel pueblecillo afortunado, y en presencia de aquel cura virtuoso y esclarecido, comprendí de súbito que lo que yo había creído difícil, largo y peligroso, no era sino fácil, breve y seguro, siempre que un clero ilustrado y que comprendiese los verdaderos intereses cristianos, viniese en ayuda del gobierno.43

En esas mismas páginas se asoma, tras el novelista, el maestro, quien expone sus tesis sobre educación laica y libertad de cultos, contra el dogmatismo, acerca de la fundación de talleres para enseñar oficios y desarrollar la sensibilidad artística de niños y adultos. Altamirano, Ignacio Manuel, El Zarco y La Navidad en las montañas, (Colección "Sepan cuántos..."), núm. 61, México: Editorial Porrúa, 28ª ed., 2010, pp. 129, 130 y 147. 43


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Conciliación merced a la palabra Mientras seguía escribiendo en la prensa, disertando en el liceo y las tertulias, y dando a conocer sus poemas y novelas, Altamirano pensó que para reconstruir la nación también era necesario reunir a pensadores y escritores de todas las ideologías en una misma publicación. Maduró la idea, concertó las voluntades de amigos y conocidos, hasta que, en enero de 1869, vio la luz una de las revistas literarias más importantes de la historia cultural de México, en cuyo nombre llevaba la vocación: El Renacimiento. Con la vuelta del presidente Juárez a la Ciudad de México, el liberalismo ilustrado fue reuniéndose bajo el influjo de sus cabezas; Ignacio Ramírez, El Nigromante, que había sufrido martirios sin cuento a manos de los imperialistas; Francisco Zarco, que regresaba enfermo de Nueva York, en donde había representado al gobierno; el eterno Guillermo Prieto, testigo de casi todo el siglo xix, que dejaba su refugio en la frontera norte; el general Vicente Riva Palacio, que olvidó el sitio de Querétaro en cuanto cayó Maximiliano para volver a sus novelones; y Altamirano, soldado, héroe del Cimatario, el de mayor aura de prestigio entre los jóvenes escritores, puente entre la vieja y la nueva generación que formaban, entre otros, Justo Sierra, estudiante entonces de preparatoria; Manuel Acuña, recién llegado de Torreón a la Escuela de Medicina; Luis Gonzaga Ortiz y Manuel M. Flores, poetas asiduos; Agustín F. Cuenca, que abandonaba los estudios para vivir como gacetillero, y el joven Juan de Dios Peza, que se iniciaba […] en las redacciones de los diarios y en las reuniones de la bohemia literaria.44

La publicación, de magnífica presentación, se imprimía en los talleres de Francisco Díaz de León y Santiago White. En ella colaboraron también Manuel Orozco y Berra, José Peón Contreras, Francisco Batis, Huberto, El Renacimiento, Semanario literario mexicano (1869), México: unam, 1963, s.n.p.

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Altamirano fundó El Renacimiento en enero de 1869. En dicha publicación buscó reunir a pensadores de todas las ideologías para reconstruir la nación.


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Sosa, Juan Clemente Zenea y muchos otros. El Renacimiento (publicación nombrada litero-cultural, de miscelánea y didáctica) se considera la obra cumbre de Altamirano en el periodismo cultural. Por encima de las diferencias políticas, el arte, la ciencia, la filosofía y el pensamiento, se volvió el medio óptimo para expresar el punto de vista de cada uno de sus redactores. Además, sirvió de inspiración a los intelectuales que posteriormente fundaron la Revista Azul, la Revista Moderna, Contemporáneos, etcétera. Cesó la lucha, volvieron a encontrarse en el hogar los antiguos amigos, los hermanos y natural era que bajo el cielo sereno y hermoso de la Patria, ya libres de cuidados, volviesen a cultivar sus queridos estudios y a entonar sus cantos armoniosos […]. Muy felices seríamos si lográsemos por este medio apagar completamente los rencores que dividen todavía, por desgracia, a los hijos de la madre común.45

En el primer número de la revista El Renacimiento, Altamirano buscó elevar ese propósito de conciliación, el cual logró conseguir.

Solidaridad, altruismo, filantropía Una faceta poco conocida de Ignacio Manuel Altamirano es la que tiene que ver con su respaldo a las luchas de diferentes grupos que en su época pugnaban por mejores condiciones de vida, prestaciones laborales y profesionales. A muchos de sus coetáneos, imbuidos del espíritu individualista del liberalismo de entonces, les resultaba extraño que un periodista, abogado, profesor, un político, tuviera esa propensión a la Altamirano, Ignacio Manuel, Introducción a El Renacimiento, núm. 1, primera plana, México: unam, Coordinación de Humanidades, 1993. 45

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Durante el Gobierno de Manuel GonzĂĄlez, Altamirano fue comisionado para generar el proyecto de la Escuela Normal de Profesores de EnseĂąanza Primaria.


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solidaridad social —conciencia de clase, diríamos hoy— para involucrarse en las luchas de gremios a los que nadie prestaba atención. Por ejemplo, en 1871 contribuyó a la formación de una Sociedad de Carpinteros. Esa agrupación tiene un lugar especial en la historia del sindicalismo mexicano por haber hecho la primera huelga de que se tiene registro en el país —en contra de la Casa Cousini, un gran almacén de ropa—, jornada de lucha en la que el principal orador fue Ignacio Manuel Altamirano. En 1875, junto con el biógrafo Francisco Sosa, que fungió como secretario, participó en la formación de una Asociación Mutualista de Escritores. Altamirano fue presidente de esta organización que reivindicaba la lucha de las personas dedicadas al oficio periodístico, literario, poético, etcétera. Asimismo, fue miembro o simpatizante de instituciones altruistas como la Sociedad de Beneficencia para la Instrucción y Amparo de la Niñez Desvalida, de la Escuela Industrial de Huérfanos de la Ciudad de México, la Sociedad Filarmónica, el Conservatorio Dramático, la Sociedad de Libres Pensadores, la Sociedad de Artesanos Balderas y la Junta Lancasteriana, entre otras. Siempre fiado en las virtudes del periodismo, fundó en 1880 La República —diario político y literario—, en el que se dedicó preferentemente a defender los intereses de los trabajadores. Todo lo anterior, sin duda, se gestó en las grandes dificultades que tuvo que pasar desde su niñez para superarse, para estudiar, para sobrevivir porque, pese al enorme prestigio y la fama que se ganó, siempre se conservó en una condición modesta, por no decir pobre.

Altamirano educador Corría el año de 1882. No había pasado mucho tiempo del deceso de Gabino Barreda (ocurrió en marzo de 1881), alumno del sociólogo

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Manuel Payno fue c贸nsul de M茅xico en Par铆s, cargo que intercambi贸 con Ignacio Manuel Altamirano.


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positivista Augusto Comte durante su primera estancia en Europa, a mediados del siglo xix. Barreda había fundado la Escuela Nacional Preparatoria en 1868 y, bajo el lema Amor, orden y progreso, había introducido el positivismo en la educación mexicana. Su influencia se dejaba sentir con fuerza todavía, pero faltaba estructurar un sistema de enseñanza de mayores alcances. Por lo anterior, durante el Gobierno de Manuel González, en noviembre de 1882, el licenciado, maestro e historiador Joaquín Baranda, ministro de Justicia e Instrucción Pública, dio la comisión a Ignacio Manuel Altamirano —quien nuevamente era diputado— de formular un proyecto para la fundación de la Escuela Normal de Profesores de Enseñanza Primaria, encomienda que le hacía el presidente de la República como reconocimiento a su ilustración y patriotismo. Altamirano dedicó cerca de tres años en la elaboración de dicho proyecto de ley, el cual presentó el 8 de abril de 1885. Fue aprobado el 17 de diciembre siguiente y su reglamento se expidió el 2 de octubre de 1886. Propuso que la escuela normal tuviera carácter nacional, a fin de que no sólo recibiera alumnos de la capital del país para que acudieran a ella alumnos de las otras entidades, apoyados con becas de sus respectivos Gobiernos o con recursos propios de las familias que pudieran solventar esos gastos.El documento contenía plan de estudios, programas de enseñanza, personal requerido, formas de financiamiento, evaluación del estado en que se hallaba la enseñanza básica en el país comparada con la de Europa y Estados Unidos, proyectos constructivos, libros de texto, consideraciones históricas, justificación de la reforma. Todo eso dio origen a la Escuela Normal de Profesores de México. El 24 de febrero de 1887, creada con base en un proyecto elaborado por Ignacio Manuel Altamirano, fue inaugurada la Escuela Normal de México, en cuya organización y funcionamiento inicial colaboraron “Justo Sierra, Miguel Schultz, Miguel Serrano,

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154 ¶Trilogía magisterial Joaquín Noreña, Manuel Cervantes Ímaz, Jesús Acevedo, Enrique Laubscher, Luis E. Ruiz y Alberto Lombardo”.46 La obra educativa de nuestro personaje abarca la creación de la Normal y la fundación del Liceo de Puebla, textos literarios, ensayos y discursos parlamentarios sobre la materia, así como su labor docente en escuelas básicas de Toluca y de los pequeños pueblos que fue recorriendo antes de instalarse como estudiante en la Ciudad de México, donde al llegar también impartió las cátedras en la Escuela Nacional Preparatoria, la Escuela de Comercio y la Escuela de Jurisprudencia.

Carrera en el servicio público Por su actividad gubernamental, Ignacio Manuel Altamirano desempeñó cargos en los tres poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Como parte del Legislativo fue tres veces diputado federal, donde contribuyó a consolidar el principio de la educación básica con carácter laico, gratuito y obligatorio con el argumento de que si el sufragio popular es la base del sistema representativo democrático, la instrucción pública es el único medio eficaz de hacerlo práctico sinceramente, de consolidarlo en el espíritu del pueblo y de encaminarlo hacia el bien y la prosperidad nacionales. Tal influencia tuvo ese pensamiento, que la Constitución de 1917 lo recogió en su artículo tercero, que es el único de la ley fundamental donde, hasta nuestros días, aparece la única definición de democracia como estructura jurídica y régimen político asociada a la 46

Moreno y Kalbtk, Salvador, El Porfiriato. Primera Etapa (1876-1901), en Solana Morales, Fernando; Cardiel Reyes, Raúl y Raúl Bolaños Martínez (coords.), Historia de la Educación Pública en México (1876-1976), (Colección Educación y Pedagogía), México: fce y Secretaría de Educación Pública, 2011, p. 57.


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educación, como “sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”. En el Poder Judicial fue ministro de la Suprema Corte de Justicia y presidente de ese máximo tribunal del país. Dentro del Poder Ejecutivo se desempeñó como fiscal, procurador general de la Nación, oficial mayor del Ministerio de Fomento, donde apoyó la creación de observatorios astronómicos y meteorológicos, la reconstrucción y ampliación de líneas telegráficas y el arranque de programas de colonización para el otorgamiento de tierras a los campesinos. Finalmente, también ejerció la carrera diplomática. En agosto de 1889 partió a Barcelona para fungir como cónsul general de México en esa ciudad. Más tarde, en febrero de 1890, permutó con Manuel Payno, que estaba en París, para hacerse cargo del Consulado General de México en Francia. Entre el 10 y el 15 de agosto de 1891, en representación del Ministerio de Fomento, viajó a Berna, Suiza, e intervino en un Congreso de Ciencias Geográficas. Participó como orador en las fiestas patrias que los mexicanos radicados en París celebraron el 16 de septiembre del mismo año. En agosto de 1892 asistió, enviado por el Gobierno de México, al Congreso de Geografía de Francia. Se cuenta entre sus anécdotas que recién llegado a París fue invitado por el cuerpo diplomático a una reunión donde fue designado para ofrecer un brindis. Los embajadores y cónsules que habían aguardado con expectación el discurso de aquel indio mexicano quedaron desconcertados al escuchar su alocución en una lengua que nadie comprendió. Altamirano les aclaró que había recordado la lengua de sus mayores —el náhuatl—, pero a continuación repitió el discurso en un depurado francés que causó más sorpresa todavía a los presentes. Durante su estancia en Europa conoció a muchos mexicanos, entre ellos a Francisco I. Madero, a la sazón discípulo de la Escuela

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156 ¶Trilogía magisterial de Altos Estudios Comerciales de París, quien años después recordaba en sus memorias las entrevistas con el maestro Altamirano como muy agradables y benéficas para su ulterior participación en la vida política de México. En esa misma época, Altamirano fue visitado por el entonces alumno de La Sorbona, Juan Sánchez Azcona, futuro secretario de Madero al inicio de la Revolución. Por ello, el célebre diplomático también puede considerarse un puente entre el liberalismo de finales del siglo xix y el pensamiento social de principios del xx. También aprovechó su estancia en el viejo continente para visitar Italia en compañía de su esposa Margarita. Viajó a Roma, Nápoles, Venecia y Florencia, donde disfrutó las maravillas artísticas e históricas sobre las cuales había leído en libros y periódicos.

La última batalla: contra la tuberculosis Ignacio Manuel Altamirano permaneció en París hasta el invierno de 1892, cuando fue muy notorio el deterioro de su salud. Los médicos le aconsejaron buscar un clima más cálido para tratar de contener los estragos que le causaba la tuberculosis pulmonar. Altamirano, que había sobrevivido a una epidemia de cólera en Toluca pero haciendo gala siempre de su fortaleza física forjada en los montes, en los campos de Tixtla y en sus largas campañas militares, pensó que ese padecimiento no lo doblegaría. Viajó a San Remo, Italia, y fiel a su modestia, arrendó una sencilla habitación en la Pensión Suiza. Alertados por la gravedad de Altamirano que estaba acompañado por su esposa, llegaron a San Remo su hija Catalina, su yerno Joaquín Diego Casasús y Héctor, hijo de ambos y nieto de don Ignacio y doña Margarita. Casasús, jurisconsulto, economista e historiador tabasqueño, que además de ser su yerno, había sido


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uno de los más brillantes discípulos de Altamirano en México, dispuso que el maestro fuera trasladado a un lugar más cómodo y ventilado. Lo instalaron en la Villa Garbarino, en el correo Felice Caballoti 23, pero la añoranza de su tierra, el invierno europeo que era demasiado frío para él en esas tierras un poco más al sur, y la infección ya instalada en su organismo fueron haciendo mella en el paciente. Consciente del próximo desenlace, dictó sus disposiciones testamentarias que no incluyeron muchos haberes porque casi no poseía bienes materiales. Instruyó con puntualidad a su yerno para que ordenara la cremación de su cadáver y el envío de sus cenizas a México. Fue entonces cuando se cumplió su consigna premonitoria: "En 13 nací; en 13 me casé y en 13 me he de morir". Cuando comenzaba la semana de Carnaval, el lunes 13 de febrero de 1893, a los 58 años de edad, Ignacio Manuel Altamirano libró su última batalla, esta vez contra la tuberculosis. Según contaron después sus familiares ahí presentes, sus últimas palabras fueron “¡Qué feo es esto!” Dado que en el panteón municipal de San Remo había un horno crematorio, el cadáver de Altamirano fue incinerado. Sus deudos llevaron las cenizas a París y posteriormente las trajeron a México.

Herencia Ignacio Manuel Altamirano dejó para las generaciones postreras su fe inquebrantable en el esfuerzo personal; su lucha incansable por la libertad; su obra literaria que exalta los valores de México; su tesón para defender las causas justas de otros; su aportación a la justicia y al servicio público, donde sobresale una fértil labor educativa que ha dado muchos y bellos retoños.

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Tumba de Ignacio Manuel Altamirano en la Rotonda de las Personas Ilustres.


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La cabecera del municipio de Pungarabato, ubicado en la Tierra Caliente de Guerrero, se llama Ciudad Altamirano en su honor. Existe una estatua de bronce del ilustre personaje en la plaza principal de Tixtla, pueblo donde nació, y una réplica de la misma en el Parque Nobel de San Remo, Italia, ciudad donde falleció. Infinidad de escuelas, bibliotecas y centros culturales llevan su nombre. Hay retratos suyos en la Biblioteca de Estudios Historicopolíticos de la Universidad de Roma y en la Biblioteca del municipio de San Remo. Para exaltar su legado educativo, el Gobierno de la República creó en 1940 la Condecoración Ignacio Manuel Altamirano, consistente en una medalla y una recompensa económica, con el propósito de reconocer y estimular al personal docente de las entidades federativas que cumpla 40 o más años de servicio efectivo. Desde el 13 de noviembre de 1934, cuando se cumplió el centenario de su nacimiento, los restos de Ignacio Manuel Altamirano reposan en la Rotonda de las Personas Ilustres. En 1993, al conmemorarse el centenario de su fallecimiento, tuve el honor de coordinar los actos académicos que en todas las regiones del país se celebraron en su honor llamadas “Las Jornadas Altamiranistas”, las cuales culminaron la noche del 12 de febrero en el salón de actos Miguel Hidalgo de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Dicha conmemoración la encabezó el entonces secretario de Educación Pública, doctor Ernesto Zedillo, quien anunció la instauración del reconocimiento Ignacio Manuel Altamirano al desempeño magisterial. Durante el acto se entregaron reconocimientos a distinguidos altamiranistas, así como una escultura elaborada en plata de Taxco, La flor del Toronjil, montada sobre la base de madera de este árbol, el cual es el emblema de Tixtla, Guerrero, lugar de origen de Altamirano. Los discursos oficiales corrieron a cargo de José Luis Martínez, presidente de la Academia Mexicana de la Lengua, y de Raúl

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Durante la ceremonia del aniversario luctuoso de Ignacio Manuel Altamirano, presidió el acto el entonces Secretario de Educación Pública, doctor Ernesto Zedillo Ponce de León. Lo acompañan en el presídium el presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, Luis Maldonado Venegas; la maestra Elba Esther Gordillo, secretaria general del snte; y José Luis Martínez, presidente de la Academia Mexicana de la Lengua.


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Cardiel Reyes, presidente del Seminario Mexicano de Cultura. A mí me correspondió la última intervención como presidente de la Junta Directiva Nacional de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Para culminar este perfil biográfico, desearía evocar a otro maestro de grandes luces, a cuya vera me formé y que, aunado a su genio indiscutible, tuvo dotes de gran orador: Alfonso Sierra Partida. Precisamente, en una de sus grandes alocuciones, al recordar al maestro tixtleco formulaba las siguientes reflexiones: Ignacio Manuel Altamirano, bronceado y nudoso, de firme pelambre, negrísima, frente grave y estrecha, de ojos tajantes y algo emboscado a la mitad de los pómulos prominentes. Soberbio tipo insigne de inequívoca gleba, que a la hora de la arenga y de la cátedra exalta de sobresaltos el ademán. Y tan nuestro, como la aridez desamparada de los yermos de cactos y como la tristeza de los caminos reales. Tan nuestro, tan legítimo y tan definitivo, como las raíces ancestrales de su origen y como la costumbre que en el juego poético, burlón y justiciero de las “calaveras” populares, lo retrata y lo inmortaliza: Aquí yacen mis bronces, mis laureles, mis discípulos todos, mis cabañas, mis libros, mis estatuas, mis pinceles, mi machete suriano, mis campañas, mis apuntes, mis notas, mis cárceles, mis versos, mis praderas, mis montañas, mi mármol duro cual mi esfuerzo humano, mis…¡Basta!…¡Qué aquí yace Altamirano!

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El secretario de Educación Pública, doctor Ernesto Zedillo Ponce de León, entregó un reconocimiento a Catalina Sierra Casasús, descendiente directa de Ignacio Manuel Altamirano y de Justo Sierra.




Justo Sierra MĂŠndez


Santiago MĂŠndez, gobernador del estado de YucatĂĄn.


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En la lejana península Su familia y la Guerra de Castas La antigua Capitanía General de Yucatán se unió a la naciente federación mexicana con la denominación de República Federada de Yucatán en 1824. Se separó de ella en 1841, en protesta contra el centralismo santannista, cuando se creó en la península lo que se ha dado en llamar Segunda República, merced a una Constitución muy avanzada para su tiempo que incluía categorías como garantías individuales, libertad religiosa y juicio de amparo. Gobernaba en ese tiempo Miguel Barbachano y Tarrazo, quien durante más de una década se alternó en el poder con Santiago Méndez Ibarra, abuelo de Justo Sierra Méndez, último personaje en esta Trilogía Magisterial. Integrada por los actuales estados de Campeche, Quintana Roo y Yucatán, esa entidad, geográfica y políticamente lejana del centro de México, en estricto sentido nunca constituyó una República aparte, pero sí fue gobernada con relativa autonomía por el grupo social dominante de criollos y mestizos como había ocurrido desde el virreinato. En julio de 1847, estando al frente del Ejecutivo Santiago Méndez, tras descubrir que muchas comunidades indígenas estaban fuertemente armadas y planeaban sublevarse, el Gobierno local aprehendió, juzgó y condenó a uno de los cabecillas de la insurrección, lo que provocó una violenta reacción que dio origen a la llamada Guerra de Castas: indígenas que pretendían liberarse del vasallaje que habían padecido durante siglos contra blancos, criollos, mestizos y mulatos que vivían en mejores condiciones. En esas circunstancias, cuando México libraba otra guerra (contra la Invasión Estadounidense por la disputa de Texas y demás territorios del norte), el gobernador yucateco envió una

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168 ¶Trilogía magisterial c­ omisión al vecino país del norte para ofrecer la neutralidad de Yucatán en ese conflicto e, incluso, la posibilidad de anexarse a la Unión Americana a cambio de que le proporcionara la ayuda que el Gobierno mexicano no le daba. La petición fue desechada por el Congreso de Estados Unidos y, finalmente, Miguel Barbachano, que para entonces ya tenía serias diferencias con su antiguo aliado Santiago Méndez, lo relevó en el poder. Poco después, apoyado con dinero, armas y tropas enviadas por el Gobierno de México, continuó la guerra contra los indígenas y pactó la reunificación de Yucatán con el resto del país en 1848. Parte de lo ocurrido en esa época fue narrado por Justo Sierra Méndez en los siguientes términos: La sublevación de los indígenas deshizo socialmente la Península; arrolló las resistencias, se apoderó de casi todas las poblaciones principales; rompió, saqueó, incendió, atormentó, mató, sin cesar, sin un solo movimiento de cansancio o de piedad. Los yucatecos que no perecieron huyeron a las costas o emigraron de la Península; cuando la crisis hubo pasado, la población, que se acercaba antes a seiscientos mil habitantes, no llegaba a la mitad. El indecible terror que inspiraban aquellos implacables asesinos, armados por los mercaderes de la colonia inglesa de Belice, fue tal, que los peninsulares buscaban auxilio y protección en el extranjero, resueltos a sacrificar hasta su precaria independencia con tal de salvar la vida y el hogar.37

A pesar de los refuerzos enviados desde el centro, la guerra interétnica en la península se prolongó por más de 50 años hasta principios del siglo xx. 37

Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, El Libro Total-La Biblioteca Digital de América, pp. 591- 592, disponible en: http://www.ellibrototal. com/ltotal/.


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Mientras todo eso ocurría, a un costado de la plaza principal de San Francisco de Campeche, en una casona de dos plantas con una fachada que da al mar, hoy convertida en hotel y restaurante, ubicada en el número 2 de la calle 57, en cuyo frente se hallan un jardín y la antigua parroquia, actualmente catedral, el 26 de enero de 1848 nació Justo Sierra Méndez, hijo de Justo Sierra O’Reilly, doctor en ambos derechos, y de la señora Concepción Méndez y Echazarreta. Luis Méndez, tío materno, fue su padrino de bautismo. El padre del recién nacido estaba ausente en esa fecha, comisionado en Washington por el abuelo, Santiago Méndez Ibarra, a la sazón gobernador de Yucatán. El doctor Sierra conoció al pequeño Justo el 8 de agosto de ese año, cuando volvió de Estados Unidos. La niñez de Justo Sierra Méndez transcurrió en Campeche al cuidado de su madre, ya que su padre se mantenía muy ocupado por las condiciones políticas del momento.

Infancia y primeras letras Justo Sierra Méndez tomó clases en su infancia con un preceptor llamado Eulogio Perera Moreno, acérrimo liberal que tenía una escuela particular donde, a diferencia de otras escuelas y colegios de la época —de orientación católica—, enseñaba primeras letras castellanas, griegas, latinas y francesas, además de ciencias. Era su compañero de andanzas infantiles su contemporáneo y paisano Francisco Sosa, a la postre reconocido poeta, historiador, periodista y biógrafo, con quien se escapaba por la Puerta de San Román de la zona amurallada de Campeche para recorrer las playas del Golfo de México que bañan esa zona, donde los trabajadores de pequeños astilleros reparaban o construían embarcaciones con las maderas obtenidas en los manglares y en las selvas cercanas. También

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170 ¶Trilogía magisterial paseaban por las huertas y jardines abundantes de aromas, flores y frutos, para disipar con las delicias de las tierras circundantes las preocupaciones que les imponía la rigurosa disciplina escolar. Hay evocaciones de las tranquilas costas, de los solares, de la traza urbana y de otros elementos del paisaje campechano que recorrió cuando era niño en muchas de sus obras, como en los Cuentos románticos: Desde la popa de uno de los buques de corto calado que pueden acercarse a Campeche, la ciudad mural parece una paloma marina echada sobre las olas con las alas tendidas al pie de las palmeras […]. El cielo, de un azul claro, luminoso, inmóvil durante horas enteras o puesto de súbito en movimiento por nubes regiamente caprichosas; el fresco y oloroso verdor de las colinas, los caseríos de la falda mostrando apenas entre el follaje sus techos de palma; la vieja, descarnada y soberbia cintura mural que rodea la ciudad y el mar rayado de oro, por donde van lentas y graciosas las canoas como palmípedos blancos que desaparecen al alba en derredor de sus nidos, formados en los pérfidos bancos que las olas dejan más bien adivinar que ver, imprimen a aquel cuadro algo de perpetuamente risueño y puro que encanta y serena las almas.38

La imaginación del pequeño Justo también se alimentó con las fábulas, leyendas, cuentos y sucedidos que platicaban viejos navegantes que habían recalado durante su último viaje en tierra campechana o personas mayores que recordaban las incursiones de bucaneros, corsarios y piratas; que ensalzaban las proezas de marinos y pescadores, reverenciando los prodigios de las deidades y santos a los que se encomendaban; que se ufanaban de sus conquistas amorosas; y que elevaban plegarias por los afectados y desaparecidos en las peligrosas inundaciones que ocurren ahí desde la antigüedad: 38

Sierra Méndez, Justo, “La Sirena”, en Cuentos románticos, México: Editorial México, 1934, pp. 125-126.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez En la mansa orilla de mis playas natales, brotan los cuentos, florecen las leyendas como las rosas y los jazmines que bajan al arenal trocando la colina en una sonrisa por entre los mangueros, los tamarindos y los shkanloles que de sus espléndidas copas verdes dejan caer por las puntas de sus ramas su incesante lluvia de flores de oro. Unas de esas leyendas son reidoras y alegres como la luz del día; otras melancólicas como el crepúsculo de las tardes lluviosas; de todas se exhala el vivaz aroma del mar salado de tus algas, ¡oh! mar, que ha sido colocado a la vista del hombre para sugerirle la emoción del infinito.39

Esa devoción por lo propio, lo regional, lo nacional, aparece en toda la obra (literaria, política, histórica, educativa) de Justo Sierra Méndez y le pone un sello característico. La familia Sierra Méndez creció. En 1850 nació Santiago, hermano predilecto de Justo, y en 1852 Manuel José, de quien siempre estuvo más alejado. Tuvo dos hermanas mayores que él: María, quien se casó cuando ella y su mamá vivieron un tiempo en Veracruz mientras estudiaba en la Ciudad de México, y Jesusita, quien falleció en 1846, antes de cumplir un año y medio de nacida.

Conflicto político y mudanza a Mérida Justo Sierra Méndez aún no cumplía 10 años cuando otro conflicto político afectó gravemente a su familia. Invitado por Juan Nepomuceno Álvarez, presidente de la República después del triunfo de la Revolución de Ayutla, su abuelo Santiago Méndez, que había permanecido un tanto lejos de las pugnas por el poder entre Mérida y Campeche —que ya se habían acentuado—, volvió 39

Sierra Méndez, Justo, “Playera”, en Cuentos románticos, op. cit., p. 195.

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172 ¶Trilogía magisterial a la gubernatura de Yucatán como interino. Permaneció en el cargo pese a la salida de Álvarez, que dejó el poder a Ignacio Comonfort. En 1857 le tocó jurar la nueva Constitución y convocar a elecciones locales, en las que se disputaron la gubernatura Liborio Irigoyen, Pablo Castellanos y Pantaleón Barrera. Este último, apoyado abiertamente por el gobernador Méndez, fue el triunfador, lo que provocó levantamientos populares en varias regiones, sobre todo en el distrito de Campeche. Los inconformes alegaban que el proceso electoral había sido falseado, pedían nuevas elecciones o que, en todo caso, Campeche fuera separado de Yucatán y se convirtiera en una nueva entidad. El Gobierno desactivó algunos alzamientos pero surgieron otros. El descontento creció tanto por la represión gubernamental, que muchas poblaciones, incluida la ciudad de Campeche, fueron saqueadas y los habitantes despojados de sus pertenencias. El doctor Justo Sierra O’Reilly, en esa época juez de distrito en Campeche, yerno del gobernador Méndez y considerado contrario al movimiento separatista campechano, sufrió junto con su familia las consecuencias negativas de ese conflicto. Al pequeño Justo le tocó atestiguar cómo la muchedumbre allanaba la casa, destruía muebles y papeles, violentando las oficinas donde trabajaba su papá. La enorme biblioteca que había atesorado el jurista, literato e historiador, donde sus hijos ampliaban los conocimientos adquiridos en la escuela, fue destruida también. Todo el acervo se perdió o fue abandonado porque la prioridad era salvar la vida. Los padres de Justo consideraron conveniente dejar Campeche y se trasladaron con sus hijos a Mérida. Se establecieron en una casa ubicada junto a la esquina de la Culebra, que hoy corresponde al número 490 de la calle 58. El paso de la ciudad portuaria a la capital del estado trajo consigo algunos cambios en el estilo de vida, pero al parecer la afectación anímica fue superada pronto y la estancia en Mérida fue bien aprovechada.


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Justo Sierra hijo se reencontró en la capital del estado con su antiguo compañero de correrías infantiles, Francisco Sosa, quien a la postre escribió, entre otras, una obra titulada Biografías de mexicanos distinguidos. De nueva cuenta, además de continuar sus estudios primarios en el Colegio de San Ildefonso de Mérida, iba con su amigo por los barrios donde las casas con bardas de piedra le recordaban las que había conocido en Campeche. Jugaban en espaciosos patios y calles. El doctor Sierra O’Reilly, mientras tanto, aunque ya se hallaba muy enfermo, trabajó arduamente de 1859 a 1860 en la redacción del Proyecto del Código Civil Mexicano que le había encargado el Gobierno de Benito Juárez, instalado entonces en el puerto de Veracruz. Esa fue prácticamente su última obra. Cuando las fuerzas republicanas vencieron a las conservadoras en las cercanías de Calpulalpan, a finales de 1860, hubo júbilo entre muchos mexicanos; sin embargo, esos días y los primeros del año siguiente fueron angustiosos para la familia Sierra Méndez. El padre, moribundo, sacaba fuerzas de flaqueza para augurar un mejor futuro para México con los cambios logrados por la Reforma. El pequeño Justo oía hablar del personaje que encabezaba aquel movimiento y le preguntaba a su padre quién era, por qué la gente le rendía tal pleitesía y el padre, agonizante, expresaba grandes elogios para Juárez también. Desde entonces, con toda seguridad, se despertó su interés por el héroe de la Reforma y fue sembrada la semilla de una de las obras más importantes de Justo Sierra, publicada por primera vez en 1905: Juárez, su obra y su tiempo. Cuando estaba por concluir su instrucción primaria y a punto de cumplir 13 años, Justo Sierra Méndez sufrió una nueva calamidad. Su padre, Justo Sierra O’Reilly, que fue modelo intelectual y moral para él, murió el 15 de enero de 1861. Fue despedido con los máximos honores: salvas de artillería y discursos, muchos concurrentes, ceremonia solemne en reconocimiento a una vasta obra, pero dejaba un vacío irreparable en su familia.

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Justo Sierra, interesado por los asuntos públicos de México, acudió a la Cámara de Diputados donde escuchó y conoció a Ignacio Manuel Altamirano, quien pronunció el Discurso contra la amnistía.


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Rumbo a la Ciudad de México Pocos meses después de la muerte de su esposo, la señora Concepción Méndez, apoyada por su hermano Luis, quien después de estudiar en la Ciudad de México se desempeñaba allá como próspero abogado —además era padrino del pequeño Justo—, tomó la decisión de trasladarse con sus hijos a la capital del país. Arregló todo lo necesario, vendió muebles y otros enseres, se despidió de familiares y amigos y el 18 de junio de 1861 salió de Mérida. Justo Sierra y su familia viajaron a Campeche para embarcarse de Veracruz a la gran metrópoli, donde en ese tiempo también vivía don Santiago Méndez. Recién llegado a la Ciudad de México, el joven Justo Sierra se interesó por los candentes asuntos públicos del momento, de modo que el 10 de julio siguiente estuvo presente en la Cámara de Diputados emocionado con el Discurso contra la amnistía que pronunció entonces Ignacio Manuel Altamirano (véase la biografía anterior), a la postre su maestro y amigo muy admirado, como consta en la siguiente remembranza: Los cambios de gabinete eran frecuentes, las discusiones en la Cámara tumultuosas como las de una asamblea del tiempo de la Revolución; la nueva generación reformista tuvo su más vibrante, su más elocuente vocero, su aspecto más resueltamente fiero y bravío en Ignacio M. Altamirano, joven poeta y tribuno del sur, y la curul presidencial del señor Juárez parecía próxima a quebrarse por las irreverentes sacudidas de la oposición parlamentaria.40

En esa época los cursos escolares comenzaban en enero. Por lo tanto, el adolescente Justo Sierra Méndez sólo pudo estar en el internado del Liceo Franco-Mexicano, dirigido entonces por 40

Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, op. cit., pp. 747-748.

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Fachada del Colegio de San Ildefonso.


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­ duardo J. Guilbault —por cierto, suegro de su tío Luis Méndez—, E los últimos meses de 1861, dado que el año siguiente ya estaba inscrito en el Colegio de San Ildefonso. Con los antecedentes intelectuales de su abuelo Santiago, su padre, su tío Luis, y el influjo de los personajes de la política que iba conociendo en la capital, Justo Sierra —que tenía entonces 13 años— comenzó a leer con mucho interés los textos que los pensadores liberales de entonces consideraban fundamentales para la formación de un estudiante (Los Girondinos, de Alphonse Lamartine, entre los primeros). Otros temas que atrajeron su atención desde esa temprana edad fueron la vida, la obra y la doctrina de Jesucristo, la educación, la historia y las ciencias que aparecen con frecuencia en discursos, poemas, narraciones, artículos periodísticos, libros y ensayos que escribió posteriormente.

Arengas anticlericales en San Ildefonso Hay indicios de que, aun después del triunfo de la Reforma, cuyos ideólogos propusieron importantes cambios educativos en la práctica, la enseñanza conservó —sobre todo en el nivel medio y superior— características propias de planes y programas antiguos, en los que tanto pesaba el enfoque escolástico y católico. Por ello, muchos años después, en 1908, Justo Sierra, al hacer un elogio del positivismo y de Gabino Barreda, su promotor inicial en México, ironizaba diciendo que durante su estancia en San Ildefonso los estudiantes, entusiasmados con las luchas liberales del momento, entonaban “cantos reformistas” basados en coplas inocentes escritas en “latín de seminario”: “[…] y todo aquello andaba mezclado con jirones viejos de metafísica, escolástica aprendidos

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178 ¶Trilogía magisterial de coro, y un poco de matemáticas incomprendidas y un poco de física desencuadernada: esa reliquia de otras edades se llamaba un curso de filosofía”.41

Esto concuerda con un discurso que pronunció en la Escuela Nacional Preparatoria en 1905, poco después de asumir como secretario de Educación: Entonces, algunos de los señores que están presentes y yo estudiábamos latín, mal estudiado, como se hacía en el San Ildefonso de antaño […] la prueba es que lo ignoro por completo, según creo. Luego estudiábamos filosofía, una asignatura que así se llamaba y en donde entraban, como ahora, varias ciencias, y al principio la lógica, la metafísica y la moral.42

Efectivamente, dedicaban largos cursos al estudio de la gramática latina; al repaso de las reglas del silogismo; a la metafísica, subdividida en análisis de la divinidad de los ángeles, del alma humana y la moral; a la filosofía, que incluía aritmética, álgebra (hasta ecuaciones de segundo grado), geometría plana y del espacio, y trigonometría rectilínea; como complemento, algo de geografía y cronología; y lengua francesa, suficiente para poder traducir el texto del siguiente curso, en el que se impartía física. Con eso terminaban los estudios de preparatoria para obtener, previa sustentación de un examen, el título de bachiller y continuar con la carrera de derecho.43 Esa fue la instrucción que Justo Sierra obtuvo durante la preparatoria en San Ildefonso, donde destacó como buen estudiante de pensamiento anticlerical. En una ocasión, cuando comenzaba la 41

Dumas, Claude, Justo Sierra y el México de su tiempo, 1848-1912, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2ª ed., 1992, p. 45. 42 Idem. 43 Idem.


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misa diaria que les obligaban a oír en la capilla del colegio, gritó: “¡Muera el Papa!”, irreverencia que escandalizó a sus maestros y compañeros. Eran los albores de la Intervención Francesa (1862-1863). Sebastián Lerdo de Tejada dirigía el Colegio de San Ildefonso y, al instalarse el Gobierno de la Regencia, los jesuitas volvieron a hacerse cargo de la institución que, por efectos del conflicto bélico, funcionaba con mucha irregularidad; sin embargo, en tiempos de Maximiliano —paradojas de la historia— los programas de estudio del colegio adoptaron una orientación más liberal. Los cursos de religión fueron reemplazados por Mitología y se sustituyó todo lo que semejaba enseñanzas para seminaristas. En esa época, con la intención de refugiarse en un lugar más tranquilo, su mamá, doña Concepción, y sus hermanos, María, Manuel José y Santiago, se fueron a vivir a Veracruz junto con su abuelo Santiago. Él permaneció en la capital, pero visitaba a la familia en las vacaciones escolares. El joven estudiante continuó leyendo con avidez, perfeccionó sus conocimientos literarios y jurídicos y comenzó a difundir pequeñas obras de teatro como una titulada Piedad, en la que hace escarnio del Imperio recién instalado. También dio a conocer poemas y un ensayo jurídico sobre el matrimonio en el que, además de otras osadas ideas para su tiempo, defendió el derecho al divorcio en casos especiales. Con esa tesis, Justo Sierra se manifestaba a favor del matrimonio civil y en contra de la intromisión de la Iglesia en asuntos propios del Estado. Además, desarrollaba una argumentación en defensa de la educación laica y obligatoria. Tal composición fue leída por el futuro abogado a la edad de 17 años en la Academia de Derecho Natural del Colegio de San Ildefonso, donde prosiguió sus estudios hasta 1867 cuando, al triunfo de la República, el plantel fue clausurado para establecer en el mismo edificio, con base en la nueva Ley Orgánica de Instrucción

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Guillermo Prieto sinti贸 un cari帽o paternal por Justo Sierra.


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Pública, la Escuela Nacional Preparatoria, cuyo primer ­director fue Gabino Barreda, quien aplicó un novedoso plan de estudios inspirado en la teoría positivista de Augusto Comte. “Desalojado” de San Ildefonso junto con sus compañeros que estudiaban jurisprudencia, Justo Sierra completó su formación profesional en los establecimientos que subsistieron en la República recién restaurada. Los futuros abogados se mudaron a la recién fundada Escuela de la Encarnación, donde actualmente se ubican las oficinas centrales de la Secretaría de Educación Pública. Cada vez ganaba más prestigio entre sus condiscípulos y maestros. Obtenía buenas calificaciones y premios por su desempeño escolar, hasta que en 1871, a la edad de 23 años, se graduó como licenciado en derecho, cumpliendo los mandatos de su protector y tío, el licenciado Luis Méndez Echazarreta.44

Sierra en las veladas de Altamirano A principios de 1868, cuando estaba por cumplir 20 años, el bachiller Justo Sierra Méndez había tenido el atrevimiento de solicitar su ingreso en el foro cultural más afamado de la época: las veladas literarias convocadas y encabezadas por el maestro Ignacio Manuel Altamirano, quien se refirió al suceso del siguiente modo: Justo Sierra que lleno de entusiasmo vino a buscarnos para entrar bajo nuestros auspicios al seno de nuestra sociedad literaria, es un joven de una instrucción precoz. Estudia los buenos modales, tiene buen gusto, y no contento con esto, consulta con timidez y escucha Dumas, Claude, op. cit., v. I, pp. 64, 65, 90 y 98; y Santín, María R., Justo Sierra (Colección: Grandes Protagonistas de la Historia Mexicana), México: Editorial Planeta De Agostini, 2002, p. 48.

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Luis Gonzaga Ortiz fue un crĂ­tico del trabajo realizado por Sierra MĂŠndez.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez dócil las observaciones, desconfiado de sí mismo, como son los ­verdaderos talentos. Lo repetimos, Sierra adquirirá en el mundo literario un nombre que honre a su ilustre padre.45

Quería ir más allá de la tribuna escolar, donde le aplaudían mucho, y someter a la consideración de escritores y académicos reconocidos sus poemas juveniles. Ante esos intelectuales, recitó por primera vez el más famoso de los que compuso, “Playera” y comenzó a difundir textos que después publicó en periódicos y libros: Baje a la playa la dulce niña,/ perlas hermosas le buscaré;/ deje que el agua durmiendo ciña con sus cristales su blanco pie./ Venga la niña risueña y pura,/ el mar su encanto reflejará,/ y mientras llega la noche oscura,/ cosas de amores le contará… Esos son los primeros versos de la célebre composición del escritor campechano que aparece prácticamente en todas las antologías de su obra. La primera velada a la que asistió Justo Sierra se realizó en la casa de Manuel Payno. Posteriormente fue invitado a otra en el domicilio de Joaquín Alcalde, a una más en el de Vicente Riva Palacio, en el de Rafael Martínez de la Torre, y así sucesivamente, en modestas casas o lujosas residencias, dependiendo del anfitrión y pronto, el 5 de abril de 1868, el bachiller Justo Sierra comenzó a publicar en El Monitor Republicano una serie de colaboraciones titulada Conversaciones del domingo. En esas reuniones se sintió arropado por el cariño paternal de Guillermo Prieto —le llevaba casi 30 años—; recibió, entre bromas e ironías, los consejos de Ignacio Ramírez; compartió un brindis con Manuel Payno, escritor muy acaudalado; escuchó elogios y críticas del ingeniero y poeta Luis Gonzaga Ortiz; abrevó en las orientaciones de Vicente Riva Palacio para sus trabajos históricos; y escuchó el reconocimiento que de sus ideales y sus creaciones 45

Ibid., p. 72.

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184 ¶Trilogía magisterial hizo don Anselmo de la Portilla, quien pronto lo invitó a escribir en el periódico La Iberia, que él dirigía. […] Soy un escapado del colegio que viene rebosando ilusiones, henchida la blusa estudiantil de flores, y encerrados en la urna del corazón frescos y virginales aromas, frescos y virginales como los que exhala la violeta de los campos. Traigo de mis amadas tierras tropicales el plumaje de las aves, el matiz de las flores, la belleza de las mujeres fotografiadas en mi cama. Traigo al par de eso, murmullos de ola, perfumes de brida, y tempestades y tinieblas marinas, y el recuerdo de aquellas horas benditas en que el alba tiende sus chales azul-nácar, mientras el sol besa en su lecho de oro a la dormida Anfitrite.46

Así comenzó sus Conversaciones del domingo con los lectores de El Monitor Republicano aquel joven, cuya capacidad, con certera intuición, supo identificar Ignacio Manuel Altamirano, quien a la postre le dispensó un cariño tan especial a Sierra, que le heredó su cátedra de historia en la Escuela Nacional Preparatoria y su papel de guía y promotor de los literatos mexicanos. Ese afecto se refleja en la descripción que Altamirano hacía del discípulo: “Su cabeza, semejante a la de Byron, cubierta de negros rizos; su mirada penetrante y severa […] enérgicas las líneas de sus facciones; su voz llena y potente como la de un tribuno […]”.47 Entre tanto, Justo Sierra continuaba sus estudios de derecho en la Escuela de la Encarnación. En 1869 comenzó a publicar en la revista literaria El Renacimiento, editada por Ignacio Manuel Altamirano y Gonzalo A. Esteva, en la que apareció una composición en verso que originalmente leyó en el Teatro Nacional el 15 de septiembre de 1869, titulada Las alumnas del Conservatorio, 46 47

Sierra, Justo, Obras completas, v. V. Discursos, México: unam, 1956, p. 69. Dumas, Claude, op. cit., p. 75.


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dedicada al maestro Melesio Morales, así como muchos artículos en prosa (unos descriptivos como Metlac, La Cascada de Tizapán y otros históricos o de ficción) que, agrupados con algunas de sus Conversaciones dominicales conformaron el libro Cuentos románticos. La revista El Renacimiento, como dijimos en la biografía de Altamirano, era un publicación de gran calidad pero tenía muy pocos suscriptores, de modo que los dueños pensaron que hacía falta una estratagema para aumentar las ventas y los ingresos. Sin pedirle su parecer, acordaron encargarle al joven e impetuoso Justo Sierra que, por entregas, publicara un novelón de los que tanto gustaban en la época. Él se enteró del encargo cuando comenzaron a anunciar por las calles de la Ciudad de México la próxima publicación y no tuvo más remedio que aceptar, pues los 15 pesos que le pagaban por cada artículo eran muy útiles para un estudiante. La novela se tituló, a sugerencia de los editores, El Ángel del Porvenir, y se pretendía que fuera una exaltación de la mujer como futura salvadora de la sociedad, como sacerdotisa de una nueva religión (no superstición) que tuviera como valor principal el amor a la patria. Al respecto, el joven escritor empezó a incorporar, según él mismo escribió en El Mundo Ilustrado el 28 de abril de 1901: […] capítulos de puerilidades y tonterías empapadas en un donjuanismo satánico e infantil. Y como redactaba mi fárrago cuando ya el material urgía para el periódico, y en la imprenta misma los acontecimientos del día solían proporcionarme teatro para exhibir mis episodios (mi novela se componía de puros episodios, no tenía argumento) y un respiro, como decimos, que podía utilizar en la busca del argumento susodicho.48 48

Sierra Méndez, Justo, El Ángel del Porvenir en El Mundo Ilustrado, México: 28 de abril de 1901, primera plana.

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186 ¶Trilogía magisterial Sierra se esmeró en cumplir su cometido de publicar la obra folletinesca, pero al poco tiempo su novela inconclusa, El Ángel del Porvenir, murió junto con El Renacimiento; no obstante, cabe señalar que el maestro campechano siempre tuvo en alta estima el papel de la mujer en el ámbito de la familia, de la sociedad y de la enseñanza.

Litigante decepcionado y legislador Una vez graduado, el flamante licenciado Justo Sierra Méndez se propuso acometer el ejercicio de la abogacía, pero pronto comprendió que su vocación no era participar en pleitos de tribunales. Luego de cumplir su periodo como pasante de abogado en el despacho de su tío Luis Méndez Echazarreta, recibió el encargo de atender personalmente un juicio en el que tendría por contraparte a un tinterillo sin estudios profesionales pero muy marrullero. El caso es que el novel postulante perdió el litigio. Eso le molestó tanto que en presencia del asombrado tío rompió su diploma y prometió no volver a litigar. A partir de esa decepción profesional, Justo Sierra optó por dedicarse a las letras y a la enseñanza, de modo que se las ingenió para hacerse de una cátedra en el Conservatorio Nacional de Música y Declamación y continuó sus actividades periodísticas y literarias. Además de sus primeras incursiones en la docencia, el joven abogado, que ya había llevado a la Ciudad de México a su desde entonces inseparable hermano Santiago, aspiraba reunir en la capital al resto de la familia que estaba en Veracruz, procurándose otros medios de subsistencia. Su amistad con prominentes juaristas fue muy útil para ese propósito pues, el mismo año que se graduó, muy joven todavía, llegó por primera vez a la Cámara de Diputados. Él no narró con detalle el suceso,


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pero en el Diario de los Debates del Sexto Congreso Constitucional se lee que “por el Distrito de Chicontepec, Estado de Veracruz, resultaron electos D. Francisco Hernández y Hernández como propietario y el Lic. Justo Sierra como suplente; hecha la declaratoria respectiva por la H. Cámara, los Diputados Secretarios introdujeron al salón de sesiones del antiguo Teatro ‘Iturbide’ al Dip. Sierra, el 5 de diciembre de 1871, quien rindió su protesta y ocupó su curul”.49 Durante esa primera gestión legislativa, en un discurso del 21 de mayo de 1872, Sierra rechazó la pena de muerte para plagiarios y salteadores, lo que le valió severas críticas.

Arqueología, judicatura, más periodismo y oratoria Cuando terminó ese periodo como diputado, en el transcurso del cual, por cierto, ocurrió la muerte de Benito Juárez, y otra, que le dolió más en lo personal, la de su abuelo Santiago (ambas en 1872), Justo Sierra, atraído por la historia del país, sobre todo porque ingresó con su hermano Santiago a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, viajó a Yucatán con el propósito de visitar la zona arqueológica de Uxmal, en octubre de 1873. Después recorrió el resto de las zonas arqueológicas del país conocidas en esa época; entre ellas, Palenque, Mitla, Tajín, Teotihuacán y Cholula. Luego de esa expedición, de vuelta en la capital, Justo Sierra fue nombrado secretario de la Tercera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en sustitución del licenciado Luis Malanco, quien lo había pedido. Asumió ese cargo el 20 de diciembre de 1873. 49

Ferrer de Mendiolea, Gabriel, El maestro Justo Sierra (Colección Biblioteca Enciclopédica Popular), tomo xxvi, México: Secretaría de Educación Pública, 1944, p. 19.

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188 ¶Trilogía magisterial Además de las actividades anteriores, Justo Sierra había ingresado como redactor a El Federalista, en el que escribió de 1872 a 1876. Durante 1873 publicó varios poemas en El Búcaro. Ese mismo año, apareció en la lista de colaboradores de una obra titulada Hombres Ilustres Mexicanos; sin embargo, en los cuatro volúmenes, editados por Eduardo Gallo, que contenían biografías que iban desde Acamapichtli hasta personalidades del siglo xix, no se publicó ningún trabajo suyo. Sus artículos también se publicaron, desde 1874 hasta 1881, en La Tribuna. En 1875 colaboró en El Artista, pero sobre todo en El Federalista, donde polemizó en favor del positivismo con Guillermo Prieto, y en 1876 escribió varios textos de corte político en El Bien Público. Algunos periódicos de provincia retomaban sus trabajos y los publicaban. Por una bien ganada fama de orador y declamador, al que elogiaban su límpida y áurea voz de barítono desde que apareció en público con la Loa Patriótica, publicada en 1869 y pronunciada en la solemne función del Teatro Nacional el 5 de mayo de 1868, era llamado a muchos lugares para que dijera poesías o discursos, como el mencionado páginas atrás, del 15 de septiembre de 1869, que se hizo famoso porque comenzaba con una paradoja después muy repetida por la gente: “¡Noche en que el sol brilló…!” Declamaba lo mismo en la entrega de premios a las alumnas de la Escuela de Artes y Oficios que en exposiciones, homenajes a artistas y cantantes (entre ellos, Ángela Peralta) y en cuanta fiesta cívica, escolar o social era invitado. En la inauguración de los cursos orales del Colegio de Abogados, el 22 de mayo de 1875, por ejemplo, reiteró su culto a la libertad en un fragmento al que con frecuencia volvía en sus alocuciones: Comenzad vuestra obra; en ella impere/ esta fórmula augusta que condensa/ el trabajo inmortal que el mundo inicia,/ ¡oh libertad!, bajo tu santo nombre:/ –Ni hay otra religión que la justicia,/ ni hay otro rey que el hombre.


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Una Luz en su camino y una nueva familia Como puede apreciarse, el joven literato, abogado, periodista y pensador había incrementado su ritmo de trabajo en 1873, año durante el cual también tuvo intensa actividad en el Liceo Hidalgo. Y no es que pensara hacerse rico, más bien parece que estaba ahorrando para un propósito muy importante en ese momento: planeaba casarse, y algunos años antes había dado indicios de quién era la destinataria de sus mayores afectos: La señorita (Luz) Mayora es una de las perlas de nuestra sociedad, hermosa como el primer sueño de la juventud, de actitud modesta y de finas maneras, amorosa para con su familia, sencilla y virtuosa como el tipo de las vírgenes, de una imaginación viva y de un talento superior; lleva al seno del profesorado el elemento de estas virtudes que, reflejándose en la frente de una mujer, forman su mejor corona […]. ¡Qué bella debe estar la señorita Mayora, dejando caer el rocío de su corona virginal sobre las blancas corolas de las almas inocentes de las niñas, que apenas comienzan abrirse al beso auroral de la vida!50

El texto precedente fue dedicado a Luz María Mayora y Carpio, que era nieta del médico, poeta y maestro veracruzano Manuel Carpio (1791-1860) e hija del médico de origen vasco Martín Mayora. Sierra lo publicó cuando ella se graduó como profesora de educación elemental. Desde entonces, en varias ocasiones, le escribió poemas y cartas amorosas hasta que, finalmente, contrajeron matrimonio. La ceremonia religiosa se realizó en la Capilla del Señor del Claustro de la Parroquia de Tacubaya el 6 de agosto de 1874. La pareja, que tuvo fama de estar siempre bien avenida, procreó siete hijos: María de la Luz, Justo, María Concepción, Santiago, Manuel, 50

Dumas, Claude, op. cit., p. 114.

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190 ¶Trilogía magisterial María de Jesús y Gloria, las más pequeña y consentida, que murió en la infancia. Manuel fue diputado, diplomático y autor de un libro de Derecho Internacional Público. Santiago fue director de cine.

Sierra en la rebelión de José María Iglesias Como hemos dicho páginas atrás, cuando mediante un decreto expedido el 26 de octubre de 1876, Sebastián Lerdo de Tejada se proclamó presidente de la República, José María Iglesias, a la sazón presidente de la Suprema Corte de Justicia, lanzó un manifiesto para explicar a los mexicanos las circunstancias que lo facultaban, con base en la Constitución, para encargarse del Poder Ejecutivo, porque su puesto en el máximo tribunal equivalía al de vicepresidente de la República. Los Congresos de Guanajuato, Querétaro, Aguascalientes, Colima y Guerrero apoyaron a Iglesias y desconocieron a Lerdo de Tejada. Por otra parte, las fuerzas creadas con base en el Plan de Tuxtepec, que también atacaban a Lerdo, lo hacían para apoyar las aspiraciones presidenciales de Porfirio Díaz. José María Iglesias salió de la Ciudad de México para establecer su Gobierno en el estado de Guanajuato y pidió el apoyo de sus amigos y colaboradores, entre ellos Justo Sierra, que desde septiembre había pedido licencia para dejar de asistir a su trabajo como secretario en la Suprema Corte. Justo Sierra, su hermano Santiago y otros partidarios de José María Iglesias también salieron de la capital. Con esta participación en un levantamiento armado, el poeta parecía contradecir su vocación pacifista, pero con base en la defensa de la legalidad excusaba el momentáneo belicismo. El grupo encabezado por Iglesias emprendió, más que todo, una lucha cívica, ideológica, jurídica, discursiva y periodística. Durante su campaña publicó en Guanajuato el ­Boletín Oficial del Gobierno


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Interino de los Estados Unidos Mexicanos, cuya dirección se confió a Justo Sierra, quien publicó en el primer número, el 2 de noviembre de 1877, una crónica del apoyo popular brindado a Iglesias en esa entidad. Más tarde, publicó prosas y poemas patrióticos en el mismo boletín que, entre las presiones políticas del momento, dejó de circular a a finales de ese mismo mes. Poco después en Querétaro Sierra se encontraba pendiente de las negociaciones que realizaban representantes del movimiento iglesista con partidarios de Porfirio Díaz, las ­cuales nunca prosperaron porque José María Iglesias se mantuvo firme en su postura inicial. Posteriormente sobrevino un incidente que impidió a Justo Sierra acompañar al líder del movimiento en la siguiente etapa de su lucha. Caminando por las calles de Querétaro, se luxó una rodilla y tuvo que mantenerse en reposo mientras Iglesias, viendo perdida la causa, marchó a Manzanillo para embarcarse rumbo a San Francisco, California. Sierra pensó solicitar directamente a Porfirio Díaz un salvoconducto para volver a la Ciudad de México, pero al final, confiado en que no sufriría represalias, aún convaleciente, regresó a la capital en enero de 1877 sin mayor problema.51 A finales de ese mismo año, sin pedir permiso a nadie, José María Iglesias volvió al país. Fue invitado a colaborar con el Gobierno de Porfirio Díaz pero no aceptó. Se retiró a la vida privada y murió en el barrio de Tacubaya en 1891.

Vuelta a la Corte y al periodismo El año difícil en la vida de Justo Sierra; es decir, 1876, había terminado. También terminó la persecución contra los iglesistas, Ferrer de Mendiolea, Gabriel, El Maestro Justo Sierra (Biblioteca Enciclopédica Popular), México: Secretaría de Educación Pública, 1944, pp. 21 y 22.

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192 ¶Trilogía magisterial de manera que, en 1877, el licenciado Sierra regresó poco a poco al ­trabajo. Primeramente volvió a sus labores en la Corte y al periodismo. En esta época de intensa actividad política en México, Justo apoyó a su hermano Santiago para editar El Mundo Científico. La mayoría del pueblo no estaba interesada en la política, pero varias minorías privilegiadas se disputaban el poder, atacaban con fiereza a los grupos que reputaban antagónicos, sólo que ahora en términos “civilizados” a través de los periódicos, de diferentes tendencias. Unos pugnaban todavía en favor de Lerdo de Tejada que ya no estaba en México; otros atacaban tanto a don Sebastián como a ­Porfirio Díaz; algunos antiguos juaristas permanecían en el ejército y aún no terminaban de reconocer al caudillo de Tuxtepec y eran muchos los que se consideraban con derecho a suceder al entonces antirreeleccionista Díaz, pero todos estaban convencidos de que había que honrar la política en lugar de caer en la tentación de las armas. En medio de esa vorágine política, Santiago Sierra Méndez, hermano menor de Justo Sierra, pensó que era conveniente crear un medio de difusión combativo. Entre ambos hicieron el proyecto y fundaron La Libertad, periódico político, científico y literario, decía su lema. En realidad, era más político que científico y literario. El primer número salió a la circulación el 5 de enero de 1878. Además de los hermanos Sierra, participaron en la redacción de La Libertad Francisco G. Cosmes, Gerardo M. Silva, Francisco Sosa y Telésforo García. Pese a los propósitos iniciales, para el mes de septiembre el lema ya había cambiado por el de Periódico Liberal-Conservador, al parecer como ironía ante la política de conciliación que se pregonaba en aquellos días. Justo Sierra aparecía como director. El ex presidente Lerdo fue atacado con fuerza desde las páginas de La Libertad a partir de su aparición y, aprovechando el clima de relativa libertad de expresión que imperaba, sus colaboradores sostuvieron muchas controversias con sus colegas de otros periódicos.


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Ingreso a la docencia Después de las peripecias de la aventura iglesista, en abril de 1877 ocurrió otro suceso venturoso y de gran importancia para el futuro de Justo Sierra: el día 21 de ese mes, Gabino Barreda, fundador y director de la Escuela Nacional Preparatoria, le envió una carta en la que le comunicó su nombramiento como profesor de Historia en el plantel. El nombramiento especificaba que había sido nombrado profesor de Cronología e Historia General del País y que, con base en el reglamento escolar, debía jurar el cumplimiento de la Constitución y las disposiciones emanadas de ella (el Plan de Tuxtepec, por el que Porfirio Díaz había llegado al poder). Justo Sierra no puso objeción a ese requisito. Pronto conoció otro documento en el que el mismo Porfirio Díaz explicaba que se había otorgado ese empleo a Justo Sierra en atención a sus méritos y cualidades, y que percibiría un sueldo anual de 1 200 pesos. Debe consignarse otro factor importante que determinó el ingreso de Sierra como profesor a la Escuela Nacional Preparatoria. Su maestro, Ignacio Manuel Altamirano, dejó la plaza que desempeñaba en la institución y sugirió que contrataran en su lugar a Justo Sierra. Ni Altamirano ni Sierra habían estudiado específicamente historia, pero ambos —abogados de profesión— poseían no sólo afición por ella, sino vastos conocimientos de la materia adquiridos en forma autodidacta y participando en foros como el Liceo Hidalgo y la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Por lo tanto, se infiere que Gabino Barreda seleccionaba a los catedráticos tomando en consideración que podían enseñar diversas materias gracias a una cultura atesorada a título personal. Como no había textos adecuados al nuevo plan positivista de estudios, era necesario rectificar o adecuar los existentes, de

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Trinidad GarcĂ­a de la Cadena fue el candidato popular a la Presidencia de la RepĂşblica en 1879.


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modo que Justo Sierra, poco después de comenzar sus tareas docentes, acometió la tarea de redactar lo que originalmente planeó como un Compendio de Historia General y que, por la enormidad de los contenidos, terminó como Historia de la Antigüedad, originalmente publicada por entregas —a la usanza de entonces—, que de inmediato fue atacada desde La Voz de México que la tachó de contraria al catolicismo y a la ciencia. Con el propósito de terminar la obra, Justo Sierra pidió permiso en su trabajo de la Suprema Corte de Justicia, y en la Escuela Nacional Preparatoria le concedieron una licencia con goce de sueldo por 50 días más una subvención oficial de 200 pesos para que se dedicara de tiempo completo a escribirla, lo que indica el interés del Gobierno por el nuevo texto. Eso explica que durante varios meses de 1878 su producción periodística y poética haya disminuido, a pesar de que figuraba en el directorio o entre los equipos de redacción de algunos diarios y de que en los círculos literarios más importantes ya era muy reconocido.

La tragedia de su hermano Santiago Corría el año de 1879. Se aproximaba la terminación del periodo constitucional para el que se había elegido a Porfirio Díaz. Comenzaron a moverse los mecanismos de la sucesión y a mencionarse los aspirantes a relevarlo. Al final fueron dos los contrincantes más visibles: Trinidad García de la Cadena, que fue llamado candidato popular, y Manuel González, a la sazón ministro de Guerra y Marina, hombre de confianza de Porfirio Díaz quien, por obvias razones, fue considerado candidato del Gobierno. Los periódicos tomaron partido. Ireneo Paz, director y dueño de La Patria, apoyaba la candidatura de García de la Cadena, mientras

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196 ¶Trilogía magisterial que Santiago Sierra, director de La Libertad, se manifestó en favor del también compadre del presidente, Manuel González. Llegó el año de los comicios y la polémica periodística, que hasta entonces había sido caballerosa, se tornó exaltada, ríspida, ofensiva y violenta. Por ejemplo, en un suelto (artículo sin firma) del 6 de abril de 1880, La Libertad le reprochó a Ireneo Paz que, habiendo apoyado a Porfirio Díaz contra el movimiento decembrista (así se conoció también la revuelta de José María Iglesias), durante la campaña en curso se hubiera vendido “por un plato de lentejas” a García de la Cadena. Asimismo, le lanzaba expresiones retadoras.52 El director de La Patria, quien dudaba que Santiago Sierra hubiera escrito aquellas ofensas en La Libertad, investigó y supo que el autor era Agustín F. Cuenca, “hombrecillo a quien conozco por referencias como un individuo de voz y modales afeminados”, dijo cuando le respondió en un artículo publicado el 25 de abril, pero en esa misma réplica lanzó pullas y un desafío contra Santiago Sierra quien rememoró que tiempo atrás había dejado pasar un insulto “sin que diera señales de hombre”. El machismo, disfrazado en esa época con ropajes de honor, siguió su curso. El mismo día, en la página tres de La Libertad, Santiago Sierra publicó Un miserable que se llama Ireneo Paz, artículo en que, además de confirmar que no había escrito ninguna línea acerca del director de La Patria, expresaba que sólo sentía desprecio por quien lo injuriaba sin razón. Finalmente, y con las formalidades del caso, lo retó a duelo. Al amanecer del 27 de abril de 1880 ambos periodistas se enfrentaron, pistola en mano, en un sitio despoblado cercano a Tlalnepantla. Santiago Sierra fue el perdedor. Los periódicos de la época hicieron un llamado a la calma y deploraron que las pasiones políticas despertadas por la sucesión 52

Dumas, Claude, op. cit., pp. 186-187.


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presidencial llegaran a tales extremos. En su edición del 29 de abril, La Libertad, además de dar la funesta noticia, informaba a sus lectores que Justo Sierra, hermano del periodista muerto, había tomado la decisión de dejar la dirección del diario y de abandonar el quehacer periodístico. Justo Sierra se refugió en el cariño de su familia. Pasó mucho tiempo sin publicar en la prensa, sin escribir poesía, y ocasionalmente rompía el silencio para dar una opinión sobre temas ­educativos; sin embargo, su situación económica no era muy holgada y tenía que mantener a su esposa y a sus hijos, así que, poco a poco, se fue reincorporando al trabajo en la Corte y en la escuela.

Otra vez diputado Las elecciones federales se realizaron en julio de 1880. El triunfador, como era de esperarse, fue Manuel González. Muchos amigos del presidente electo eran también amigos y admiradores de Justo Sierra, y desde meses atrás habían opinado que la voz del maestro “se oiría muy bien en la tribuna legislativa”, así que lo propusieron como diputado suplente por el primer distrito de Sinaloa. Ante la ausencia del diputado propietario, el 2 de septiembre de 1880 Sierra pasó lista en la primera Junta Preparatoria de la Cámara de Diputados. Ése fue también su último día de labores como secretario de la tercera sala de la Suprema Corte de Justicia. El 14 de septiembre rindió protesta como diputado. Desde su curul participó en acalorados debates para defender la educación positivista y la libertad. Asimismo, abogó ante el presidente González en favor de la Escuela Preparatoria, del Conservatorio de Música y de la Escuela de Agricultura.

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Gabino Barreda fue el principal promotor de la educaci贸n positivista en M茅xico.


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Primer proyecto de universidad Justo Sierra publicó en el periódico La Libertad, el 10 de febrero de 1881, su proyecto de universidad con tintes positivistas, p ­ recisamente en el momento en que el positivismo era impugnado por altos funcionarios del Gobierno (el ministro de Instrucción Pública, Ezequiel Montes, por ejemplo). La educación positivista es aquella que se basa en el conocimiento empírico de los fenómenos naturales, para la cual la metafísica y la teología son sistemas de conocimientos imperfectos e inadecuados. El término positivismo fue acuñado por el filósofo y matemático francés Augusto Comte, pero algunos de sus conceptos se remontan a los filósofos David Hume (británico), Saint Simon (francés) y Immanuel Kant (alemán). En México su primer promotor fue Gabino Barreda. Con base en el proyecto, se incorporarían a la universidad (o Escuela de Altos Estudios, como también se mencionaba) la Escuela Nacional Preparatoria, la Secundaria de Mujeres, la de Bellas Artes, la de Comercio, la de Ingenieros, la de Medicina, la de Jurisprudencia y la nueva Escuela Normal de Altos Estudios. Todo indica que su intención era dar a conocer el proyecto universitario antes de presentarlo en la Cámara para suscitar un ambiente de opinión favorable a la propuesta y recabar opiniones para perfeccionarla. En el ínterin murió Gabino Barreda, el 11 de marzo de 1881, en cuyo honor el maestro campechano pronunció un discurso fúnebre, en el que reconoció a la Escuela Nacional Preparatoria como la gran herencia del educador positivista. Sin que hubiera concluido el debate periodístico y académico, el 7 de abril de 1881 Sierra presentó su iniciativa, cuyo artículo séptimo consagraba la adopción del positivismo como doctrina básica de la instrucción universitaria. El artículo segundo declaraba la emancipación científica de la proyectada universidad y el artículo sexto enunciaba cuál sería su ubicación dentro de la administración pública.

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El poeta Salvador D铆az Mir贸n, entonces diputado, discuti贸 con Justo Sierra el plan de Gobierno sobre el arreglo de la deuda con el Reino Unido.


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Ésas eran las bases principales del edificio universitario ideado por Sierra, pero la más importante y novedosa era, sin duda, la emancipación científica de la instrucción para, de ahí en adelante, mantener el positivismo a salvo de los caprichos políticos, aunque formara parte de la estructura gubernamental. El proyecto del diputado Sierra no prosperó entonces, pero sentó las bases para que, casi 30 años después, con su participación, cuando estaba por terminar el porfiriato, se refundara la universidad de México.

Altibajos y, al final, a la Academia Los años posteriores fueron de contrastes para Justo Sierra. Desde 1882 comenzó a publicar la serie de artículos titulada La Semana en el periódico La Libertad. En 1883 hizo una propuesta para la creación de un ministerio científico del ramo de Educación. Volvió a protestar como diputado, y pese a los buenos augurios con que ingresó a la Cámara por tercera ocasión, algunos de sus discursos parlamentarios le acarrearon sinsabores y malos ratos, como en noviembre de 1884, cuando polemizó con el poeta Salvador Díaz Mirón, entonces diputado también, para defender enérgicamente en la tribuna el plan gubernamental acerca del arreglo de la deuda con Inglaterra. Aunque su tesis parecía conveniente para el país, hubo otros factores que pusieron a la opinión pública en su contra, pero él se mantuvo en su criterio, sin ceder ante las presiones y sin recurrir al expediente fácil de contentar a sus detractores con discursos demagógicos. Poco después de sus discursos sobre el pago de la deuda, contrarios a la opinión popular exacerbada intencionalmente, acudió a dar su clase. Los estudiantes, arengados por líderes juveniles

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202 ¶Trilogía magisterial como Diódoro Batalla, estaban en pie de lucha, aunque no entendían cabalmente las cuestiones técnicas de la deuda. El maestro Sierra se atrevió a enfrentar la hostilidad de los muchachos y, a diferencia de otros profesores, acudió a la escuela. La multitud enardecida lo recibió con un despectivo silencio, que p ­ ronto se volvió gritería rebelde y amenazas. No faltó quien le arrojara algún objeto. Él lamentó que sus discípulos, sin analizar su propuesta, la atacaran violentamente. Habló brevemente con algunos de ellos y se retiró. Olvidado el asunto, pasada la tempestad, con entereza y sin sucumbir por los tropiezos, Justo Sierra volvió a la Escuela Nacional Preparatoria para continuar con sus enseñanzas. En esa misma época fue director interino de la Escuela Nacional Preparatoria, en sustitución del doctor Alfonso Herrera y escribió Elementos de historia general para las escuelas primarias. Asimismo, actualizó y pulió los Cuentos románticos que publicó después. El 6 de enero de 1885 publicó el último número de La Libertad, periódico que fundó con su malogrado hermano Santiago y que durante casi siete años había apoyado un programa liberalconservador y a sus ejecutores. En diciembre de 1886, Justo Sierra, en nombre del director y de toda la comunidad de la Escuela Nacional Preparatoria, pronunció un discurso en presencia del presidente de la República. Se había instalado en el plantel una exposición dedicada a la electricidad. Porfirio Díaz —reelecto por primera vez dos años antes al terminar la gestión de Manuel González— representaba entonces las aspiraciones de paz, reorganización financiera y desarrollo del país, entre otras vías, merced a la evolución de la instrucción pública y el aprovechamiento de los avances tecnológicos. En el contexto anterior, el orador hizo votos para que ocurriera el esperado renacimiento gracias a una buena administración gubernamental que fundara su acción en la divisa tan apreciada en la institución donde se hallaban en esa ocasión “Orden y Progreso”. Justo Sierra volvió a hacer profesión de su fe positivista.


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En 1887 fue notoria su ausencia en actividades en las que era esperable encontrarlo. A principios de mayo, por ejemplo, no asistió a la llamada “reunión de los rurales”, un banquete que en torno del presidente de la República convocaba a funcionarios del Gobierno, diputados, periodistas, intelectuales y directivos de las principales escuelas. En octubre tampoco estuvo en las festividades organizadas por la sección mexicana de la Unión Iberoamericana para conmemorar el descubrimiento de América. En la velada del día 12, donde ­actuaron muchos oradores y poetas, los organizadores, que conocían un extenso poema dedicado a Cristóbal Colón que Sierra escribió tiempo atrás, extrañaron su presencia. Más sorprendente fue su ausencia en la colocación de un busto de Manuel Acuña en el vestíbulo del Teatro Nacional, dado que el mismo Sierra, que andaba de viaje por las zonas arqueológicas del país cuando el poeta coahuilense se suicidó, en 1873, había hecho la propuesta de erigir una estatua de bronce en su honor. Tampoco participó activamente en la Cámara de Diputados cuando, desde el mes de abril, se discutió la propuesta de reformar el artículo 78 de la Constitución para prohibir la reelección del presidente de la República. La propuesta no fue aprobada, por lo que Porfirio Díaz pudo reelegirse hasta 1911 en forma sucesiva. En cambio, a finales de 1887, Justo Sierra tuvo una participación muy activa en los debates parlamentarios relativos al establecimiento de la educación obligatoria en el distrito y territorios Federales. Se advierte, pues, que nuestro personaje se inclinaba más por los temas pedagógicos y el resto de diputados también lo consideraba un especialista en la materia. Un momento culminante en la trayectoria de Justo Sierra fue que ese año, 1887, igualmente ingresó como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua donde ocupó la silla número viii. Sin duda, esto representaba una satisfacción para él si hacía el recuento de su labor desde que llegó a la Ciudad de México en 1861.

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204 ¶Trilogía magisterial Presidente de los Congresos Nacionales de Instrucción Pública En las postrimerías del siglo xix, Justo Sierra fundó en 1889 una nueva publicación, la Revista Nacional de Letras y Ciencias. ­Asimismo, publicó México Social y Político, apuntes para un ­libro, y continuó sus labores en la Cámara de Diputados. Le tocó presidir los Congresos Nacionales de Instrucción Pública, el terreno en el que más le gustaba participar, el primero, de diciembre de 1889 a marzo de 1890, y el segundo, de diciembre de 1890 a marzo de 1891. Curiosamente, mientras Justo Sierra se desempeñaba como diputado por Sinaloa, el ministro de Instrucción Pública, Joaquín Baranda, lo nombró, “por encargo del Señor Presidente”, delegado por el estado de Durango al primer Congreso, desde luego, en reconocimiento a su ilustración, capacidad y experiencia en la materia. Los delegados eligieron a Sierra como presidente y sorteando varios contratiempos, como el ausentismo de los participantes, a los que debieron reconvenir las autoridades de sus estados para que cumplieran con su comisión, el primer Congreso terminó con buenos resultados y propuestas sobre enseñanza elemental obligatoria; escuelas rurales, maestros ambulantes y colonias infantiles; escuelas de párvulos; escuelas de Adultos; escuelas de instrucción primaria superior; trabajos manuales y educación física; emolumentos de maestros; intervención del Estado en escuelas privadas; y periodicidad de los Congresos de instrucción,53 que fueron las líneas generales sobre las que versaron las conclusiones presentadas por el ministro Baranda el 31 de marzo de 1890, en sesión de clausura, donde Justo Sierra pronunció el discurso oficial. Durante el lapso que duró el Primer Congreso Nacional de Instrucción Pública, Justo Sierra pasó por otra pena familiar. Su 53

Villalpando Nava, José Manuel, Historia de la educación en México, México: Porrúa, 1ª ed., 2009, pp. 269-272.


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madre, doña Concepción Méndez y Echazarreta, quien había regresado unos años antes de Veracruz para radicarse en la Ciudad de México, murió el 23 de febrero de 1890. El día 26, El Siglo XIX publicó un artículo en el que recordaba que la difunta era viuda de uno de los más célebres jurisconsultos de México, fundador de la literatura yucateca, “que ha legado su talento y su gloria a un hijo de su mismo nombre, inspirado poeta, filósofo y erudito historiador, el actual Presidente del Congreso Nacional de Instrucción”.54 Volviendo a los Congresos de Instrucción Pública, con base en una de las resoluciones del primero, y toda vez que muchos puntos no habían quedado totalmente resueltos, el ministro Joaquín Baranda convocó al segundo que, como dijimos antes, se realizó entre diciembre de 1890 y marzo de 1891, presidido también por Justo Sierra, que incluyó entre sus resoluciones temas como enseñanza elemental obligatoria; instrucción primaria superior; escuelas normales; educación Preparatoria; y escuelas Especiales: Las conclusiones de los Congresos Nacionales de Instrucción Pública significaron un conjunto de conceptos que mucho enriqueció las convicciones pedagógicas, tanto de los maestros que habrían de realizar el trabajo educativo, cuanto de los directivos de tal obra; y qué decir de los políticos y funcionarios que tenían el encargo público de formar a la población. Y para el cumplimiento de semejante misión, se imponía la necesidad de operar una serie, amplia y variada, de reformas, a veces ligeras, pero también amplias, de acuerdo al alcance que se proponía asignarles.55

En efecto, a partir de esas reuniones de educadores de todo el país, el Congreso de la Unión, en tanto se creaba la ley que regulara la educación, expidió un decreto que daba facultades al 54 55

Dumas, Claude, op. cit., p. 287. Villalpando Nava, José Manuel, op. cit., pp. 272-274.

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206 ¶Trilogía magisterial Ejecutivo para hacer los trámites administrativos necesarios a fin de encauzarla. Con base en las normas que ya existían en el Distrito y Territorios Federales, se emprendió el proyecto para estructurar la labor educativa y hacerla llegar a todas las entidades, de manera que la obra de Joaquín Baranda como ministro del ramo y de Justo Sierra como forjador del proyecto se aplicó en todos los niveles, y tuvo entre sus grandes metas erradicar el analfabetismo mediante la creación de escuelas suplementarias y complementarias nocturnas para adultos.

Hambre y sed de justicia, ¿signo de distanciamiento con Díaz? Otro momento que destacó en la actividad pública de Justo Sierra en ese inicio de la última década del siglo xix fue una intervención en la Cámara de Diputados que denota un aparente distanciamiento con el presidente Díaz. Las finanzas pasaban por un momento difícil. El precio de la plata, uno de los principales productos de exportación, había caído estrepitosamente en los mercados mundiales. Por lo tanto, el Gobierno se veía obligado a limitar sus gastos y muchos funcionarios públicos y privados se habían solidarizado con sus patrones, sacrificando parte de sus ingresos. Los trabajadores, de por sí mal pagados, sufrieron reducciones de salarios. El propio presidente reconoció la gravedad de la crisis en su mensaje del 16 de septiembre de 1893, en la apertura del periodo de sesiones del Congreso, pidiendo que todos los funcionarios y representantes populares contribuyeran “voluntariamente” a la austeridad. Contrastaba con los anteriores discursos, llenos de esperanza, optimismo, ilusiones y fe.


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Es posible que los recortes y la austeridad “voluntaria” de esa época hayan afectado a Justo Sierra, entonces diputado. El asunto es que, a finales de ese año, uno de los temas sometidos por él y otros legisladores a la discusión legislativa fue el relacionado con la Inamovilidad del Poder Judicial. A grandes rasgos, Sierra proponía que jueces, magistrados y ministros tuvieran la garantía de permanecer en sus cargos para que se especializaran y administraran mejor la justicia. Para ello se requería una reforma constitucional, pues la Carta Magna de 1857 establecía una especie de elección popular semejante a la del Ejecutivo y el Legislativo para designar a los miembros de la Judicatura. Sierra soportó de nueva cuenta acerbas críticas de la prensa y de sus opositores. El proyecto se discutió y, con algunas modificaciones, fue presentado al pleno en diciembre. El día 11, defendió su tesis con una alocución que en la parte conducente decía: Soy yo, señores diputados, quien hace algunos meses dijo que el pueblo mexicano tenía hambre y sed de justicia; todo aquel que tenga el honor de una pluma, de una tribuna o de una cátedra, tiene la obligación de consultar la salud de la sociedad en que vive; y yo, cumpliendo con este deber, en esta sociedad que tiene en su base una masa pasiva […] he creído que podía resumirse su mal interno en estas palabras tomadas del predicador de la montaña: hambre y sed de justicia.56

Hacía referencia a un discurso pronunciado en una organización llamada Unión Liberal, donde había surgido el proyecto y había recordado la cita bíblica. Concluyó lamentando que el espectáculo que presentaba el fin del siglo xix en México era “indeciblemente trágico” porque aparentemente todo iba bien, pero las máquinas y los adelantos técnicos habían generado progreso mas no felicidad. 56

Sierra, Justo, op. cit., p. 169.

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208 ¶Trilogía magisterial La propuesta no prosperó. Se archivó. Las galerías de la Cámara de Diputados estaban atestadas de público. Muchos de los asistentes, casi todos estudiantes, esperaron al maestro a la salida del recinto, le propinaron una ovación estruendosa y lo acompañaron entre vítores hasta su casa. Mientras tanto, seguía publicando, sobre todo, sus trabajos educativos y didácticos en El Universal y La Familia. Enviaba ­colaboraciones relacionadas con temas de México a la Revista Ilustrada de Nueva York, impulsaba y orientaba a los colaboradores de la Revista Azul, donde se afianzó el modernismo mexicano y en la que colaboraron Amado Nervo, Manuel Gutiérrez Nájera, Ángel de Campo, Juan de Dios Peza, Jesús M. Valenzuela, Rubén M. Campos, entre otros.

Ministro de la Corte. Viaje a Estados Unidos Llegó 1894 con novedades para Justo Sierra. Años antes había trabajado como secretario de la tercera sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pero ahora recibía el nombramiento de ministro del máximo Tribunal, cargo que empezó a desempeñar en octubre de ese año. Tiempo después fue presidente de la Corte. Siendo ministro de la Corte y gracias a la generosidad de su tío Pedro G. Méndez, quien le financió el viaje, en septiembre de 1895 salió para Estados Unidos. Primero llegó al estado de Texas y cuando vio que los vagones de los trenes estaban marcados con criterios raciales (para blancos o para negros) comprendió que “una democracia es un sueño; una democracia es una aristocracia constantemente asaltada por los que quieren entrar en ella”, según plasmó después en su libro En Tierra Yankee (Notas a todo vapor). Pasó por Nueva Orleáns, Atlanta, Nueva York, donde admiró la Estatua de la Libertad por ser la imagen que representa uno de


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los valores que más le apasionaron. Al respecto, escribió en sus Notas a todo vapor: “¡Oh! libertad, reina aquí sobre inconmovible asiento, allá ideal muy puro, sí, puro ideal”. De igual modo, mostró especial interés por conocer las escuelas del vecino país. Satisfizo esa “tentación suprema” al visitar escuelas elementales, de enseñanza media, jardines de niños, e hizo la ­observación de que en toda la enseñanza, como en la sociedad entera, “predomina, reina, triunfa la mujer”. Le atrajo el hecho de que las escuelas fueran mixtas. Le sorprendió gratamente el aseo, la comodidad con que estudiaban los muchachos en sus sillas con brazos movibles que servían también como mesa y atril. En sus Notas escribió incluso que sintió envidia. Por otra parte, aprovechó la oportunidad para ir al teatro. Después conoció Washington, visitó los principales edificios del Gobierno: el de la Tesorería Federal, el Capitolio, la Suprema Corte Federal, donde recordó el debate enconado en que había participado dos años antes por el proyecto de inamovilidad del Poder Judicial Federal: “Ese es el local del famoso areópago americano, que ha llegado a tener un prestigio augusto y a fundar una jurisprudencia constitucional gracias a la inamovilidad que esta enorme y extremosa democracia ha sabido respetar con el sentido práctico que la caracteriza…”.57 Fue a Baltimore con la intención de conocer al arzobispo Gibbons (1834-1921), cuya actitud democrática en pro del laicismo y el ecumenismo admiraba. Regresó a Nueva York y visitó el Museo Metropolitano. Fue a conocer las cataratas del Niágara y, por último, pasó rápidamente por Chicago y sus grandes frigoríficos. El 3 de noviembre volvió a México, con la impresión de que en Estados Unidos había:

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Sierra Méndez, Justo, En Tierra Yankee (Notas a todo vapor), México: Tipografía de la Oficina del Timbre, 1898.

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210 ¶Trilogía magisterial […] una democracia que aspira a la gloria militar y caerá en el cesarismo; una democracia ficticia que está dominada por una plutocracia de cuatro mil millonarios, que la tiene a sus pies y de quien, sumisa o rabiosa, es esclava. Una plutocracia que quiere conjurar el odio de cincuenta millones de pobres, dándole la limosna de los hospitales, de los asilos y de maravillosos institutos de instrucción pública, que pondrán armas terribles en manos de sus adversarios […]. 58

El siguiente año publicó Cuentos románticos, escritos en su mayoría entre 1868 y 1873 y actualizados unos años antes para su versión final. Comenzó a participar en la obra México, su evolución social, que se imprimió entre 1900 y 1904, con versiones en francés y en inglés, y de la cual escribió la Historia política y la Conclusión. El primer año del siglo xx se encargó de la sección El Exterior. Revistas políticas y literarias en El Mundo Ilustrado.

Primer viaje a Europa En 1900 fue reformada la estructura de la Suprema Corte. El número de sus ministros aumentó a 15, distribuidos en tres salas, mismas que ya operaban, pero en lo sucesivo habría cuatro ministros en cada una; otro sería presidente y los dos restantes quedarían para cubrir las faltas temporales de todos los demás. El ministro Sierra fue reelegido. Poco después fue designado jefe de la delegación que representó al Gobierno de México en el Congreso Social y Económico Hispano Americano que se realizó en Madrid. La Academia Mexicana de Jurisprudencia y la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística también le confirieron su representación ante la reunión de la capital española. 58

Idem.


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Partió para Europa el 3 de octubre en el trasatlántico alemán Augusta Victoria y pisó tierra en Cherburgo; también fue a conocer París, donde hizo una rápida visita a la Exposición Universal y marchó a Madrid. Los organizadores del Congreso habían elegido al poeta nicaragüense Rubén Darío para que pronunciara el discurso de apertura. Pero dos días antes de la ceremonia los reconocidos intelectuales latinoamericanos que iban en representación de sus respectivos países —el mismo Darío, Leopoldo Lugones, José Santos Chocano, Salvador Rueda, entre otros— acordaron invitar al ministro Sierra para que él lo hiciera. Visitaron a la delegación mexicana para entrevistarlo y hacerle la propuesta. El enviado mexicano no quería quitarle tal distinción a su colega, pero los ruegos de sus demás amigos lo obligaron a aceptar y el 10 de noviembre hizo su alocución para contestar, en nombre de todas las naciones hispanoamericanas, la salutación del ministro de Estado, Marqués de Aguilar del Campo, lo cual enalteció a México.59 Segismundo Moret, presidente del Consejo de Ministros del Gobierno español, lo felicitó afectuosamente y pidió que en los próximos días hiciera otra exposición. Semanas después discurrió una Lección de Historia Mexicana, que fue un resumen claro y sincero de las relaciones de nuestro país con España: la conquista, la colonización, el Virreinato, la Guerra de Independencia y los intentos de reconquista. Sus planteamientos pudieron parecer severos, atrevidos, descorteses a fines del siglo xix y principios del xx, pero ahora son expuestos sin mayor dificultad y bien aceptados en ambos lados del Atlántico. Cuando terminó de hablar fue muy felicitado y notó la presencia de un anciano que quería acercarse a él. Justo Sierra le preguntó quién era y resultó que aquel hombre que también quería abrazarlo y felicitarlo era Gaspar Núñez de Arce (1834-1903), gran Cantón, Wilberto, Justo Sierra. Héroe blanco de México (Cuadernos de lectura popular, serie: la victoria de la República), México: Secretaría de Educación Pública, 1967, p. 20; y Dumas, Claude, op. cit., v. II, p. 15 y 16.

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JosĂŠ Yves Limantour, secretario de Hacienda durante el porfiriato.


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poeta, político liberal y periodista español. Los periódicos de Madrid elogiaron al delegado mexicano como el más distinguido de los participantes en el Congreso y reconocieron su discurso por su elocuencia, franqueza, buen juicio y patriotismo. Cuando terminó su misión en Madrid viajó a Barcelona, donde visitó la universidad. Siguió su periplo por la Costa Azul. En enero y febrero de 1901 estuvo en Italia, donde visitó Florencia, Roma y el Vaticano. Volvió a pasar por Francia y España, visitando Granada, Sevilla, Cádiz y Toledo.

Sierra, subsecretario José Yves Limantour fue un poderoso secretario de Hacienda en los últimos años del porfiriato y Joaquín Baranda, quien se desempeñó como ministro de Justicia e Instrucción Pública, estaba en el gabinete desde 1882, cuando gobernó Manuel González. La influencia de Limantour era tanta que se inmiscuía en los asuntos propios de otras dependencias, incluida la de Justicia, por lo que el veterano funcionario Joaquín Baranda, para eludir las pugnas entre los colaboradores de Porfirio Díaz, optó por renunciar. Dejó el cargo en abril de 1901. Entre los candidatos para suplir a Baranda se mencionaba a los “científicos” (denominación que se dio a intelectuales y políticos cercanos a Díaz en los últimos años que gobernó) Justo Sierra, Pablo Macedo y Joaquín Casasús. Finalmente, ninguno de ellos llegó, pues Justino Fernández fue designado ministro de Justicia y la dependencia se dividió en dos subsecretarías, una de Justicia y otra de Instrucción Pública, a cargo de los hasta entonces ministros de la Corte Eduardo Novoa y Justo Sierra, respectivamente. Justo Sierra andaba en Europa todavía. Llegó a Veracruz en el buque francés Lafayette el 8 de junio de 1901, el día 9 a la Ciudad de

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Joaqu铆n Baranda dej贸 el puesto de ministro de Justicia en 1901 por las intromisiones de Limantour.


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México y el 14 rindió protesta como subsecretario. De nueva cuenta se le informó que el presidente Díaz había tomado en cuenta el interés que desde muy joven demostró por los asuntos educativos para ordenar que se le nombrara en ese cargo recién creado. Varias cosas constataban que, quien iba a hacerse cargo de la instrucción pública del país no era un improvisado. Desde la ­década de los 70 del siglo xix Justo Sierra había presentado propuestas para que la instrucción pública fuera la rama principal de todo un sistema de educación. Había publicado trabajos sobre planes de estudio, sobre la organización y el funcionamiento de la Escuela Nacional Preparatoria y sobre el método positivista aplicado a la educación. En febrero de 1881 había presentado también un proyecto de ley para crear la Universidad Nacional, y entre 1889 y 1891 había presidido los Congresos Nacionales de Instrucción Pública. Ya como subsecretario inauguró, el 13 de septiembre de 1902, el Consejo Superior de Educación Pública. En la exposición que hizo el primer día de la reunión, ratificó su postura de que la primaria debía ser obligatoria, dejar de ser instructiva para volverse educativa. Explicó el contenido de las nuevas leyes de instrucción que había propuesto y adelantó la intención de crear la Universidad Nacional, previa autorización del Poder Legislativo, para terminar de estructurar el sistema educativo. Recién nombrado subsecretario, visitó al ministro de Hacienda, Limantour. El influyente funcionario le preguntó qué era lo primero que había que hacer en favor de los escolares cuya formación tenía ahora a su cargo; el subsecretario le contestó que lo primero era darles de comer, consiguiendo que Limantour, extremadamente partidario de la austeridad en los gastos del Gobierno, autorizara desayunos escolares. El nuevo funcionario visitaba las escuelas para corroborar que trabajaran bien. Recibía en su oficina a estudiantes y profesores a quienes aclaraba que él sólo era un maestro de escuela. Cuando un funcionario menor quiso dar de baja a una maestra argumentando que daría un ejemplo de “inmoralidad” por

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Eduardo Novoa, encargado de la subsecretarĂ­a de Justicia.


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ser madre soltera, el subsecretario Sierra le dijo que ese era un suceso biológico y respetable y que no constituía ninguna falta moral. Además, adelantándose a lo que las leyes reglamentaron tiempo después, ordenó que se le concediera a la docente, en su calidad de trabajadora, una licencia de tres meses con goce de sueldo. Junto con la nueva responsabilidad pública, Justo Sierra continuó su trabajo como escritor. Como parte de esta labor, en 1904 publicó la segunda edición de su Historia general.

Titular de una nueva Secretaría En los primeros años del siglo xx, después de casi tres décadas de dominio porfirista, muchos mexicanos segregados de los beneficios políticos, económicos y sociales que brindó ese régimen a una reducida parte de la población comenzaron a inquietarse porque el presidente —que rebasaba los 70 años de edad—, para entonces ya motejado abiertamente como dictador, pretendía postularse para otra reelección en 1904. Otros posibles aspirantes a la sucesión habían sido descartados, cada uno por razones aparentemente diferentes, pero al final de cuentas porque anhelaban llegar a la presidencia. Entre ellos estaban Joaquín Baranda, Bernardo Reyes y José Yves Limantour. Dada la situación de inestabilidad que ya se percibía, y atendiendo las sugerencias de algunos científicos, Porfirio Díaz indujo una reforma constitucional para ampliar el periodo de Gobierno a seis años, con la finalidad de crear la figura de vicepresidente y colocar en el cargo a un incondicional suyo. Así, aunque tuviera que separarse del cargo, se mantendría como el poder tras el trono. El favorecido con la vicepresidencia fue Ramón Corral, a la sazón secretario de Gobernación, ex gobernador de Sonora y, aparentemente, uno de los políticos más opacos del círculo próximo a Porfirio

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El general Porfirio Díaz fue presidente de México por más de 30 años.


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Díaz. Hechos los preparativos, Díaz se reeligió en 1904 y, empeñado en innovar para desmentir la versión de que su Gobierno estaba en decadencia, reorganizó la administración pública. Entre los cambios de ese periodo destaca la creación de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, cuyo primer titular fue Justo Sierra. Desde la subsecretaría, el nuevo secretario había dado al Gobierno porfirista el impulso necesario para hacer una reforma completa de la educación en el país y había logrado que se invirtieran más fondos públicos en ese ramo siempre recortado por el ministro Limantour, a quien le interesaba más patrocinar obras materiales para hacer ostentación. El veterano gobernante, que había respaldado al subsecretario Sierra en todo lo relacionado con su despacho, envió la iniciativa correspondiente y el 16 de mayo de 1905 se creó la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes. Se separaba el ramo de Instrucción Pública del Ministerio de Justicia, se le asignaba la denominación de Secretaría en lugar de Ministerio y se agregaban a su competencia los asuntos de Bellas Artes. Las atribuciones que la ley daba a la dependencia eran promover la instrucción primaria, normal, preparatoria y profesional en el Distrito y Territorios Federales. Su nueva condición de secretario facilitaba a Justo Sierra la obtención de mayores recursos, moverse con mayor libertad dentro de su esfera y tener acceso directo al presidente, quien desde 1901 tenía facultades extraordinarias para legislar en materia educativa. La secretaría le permitió, por lo tanto, organizar su doctrina educativa. Aunque las funciones de la Secretaría se restringían legalmente al Distrito y Territorios Federales, lo cierto es que su influencia se dejó sentir en todo el país. El 1° de julio, rindió protesta ante el presidente de la República. Casi todos los ministros de gabinete, así como representantes de los otros poderes y altos jefes del ejército estuvieron presentes. Además, una muchedumbre, integrada principalmente por estudiantes,

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Ramón Corral, vicepresidente de México en el Gobierno de Díaz.


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al saber que el maestro Sierra (como ya era conocido y tratado por intelectuales, maestros y alumnos de todos los niveles) sería investido como nuevo secretario, se reunió en las inmediaciones del Palacio Nacional y esperó a que terminara la ceremonia oficial para acompañarlo hasta la Secretaría, ubicada en la esquina de la calle de Reloj (hoy Argentina), esquina con Donceles, en medio de estruendoso regocijo. Ahí fue recibido con un discurso del maestro Antonio Caso. Justo Sierra agradeció las muestras de afecto que había recibido y anunció que el presidente Díaz había nombrado como subsecretario al licenciado Ezequiel A. Chávez quien, comisionado durante los años siguientes por el secretario para ese efecto, hizo los ­estudios previos para fundar la Universidad Nacional y redactó la parte medular de lo que sería su ley constitutiva, para lo cual se dedicó a estudiar la organización de las instituciones de educación superior de Estados Unidos. Asimismo, el otrora diputado que años atrás había puesto el dedo en la llaga al decir que el pueblo mexicano tenía hambre y sed de justicia, asumía el compromiso de satisfacer ambas, proporcionándole los medios científicos, artísticos y culturales en general, mediante la enseñanza del alfabeto; no obstante, Justo Sierra no se detenía en eso. La obligación del Estado, según expuso durante su gestión, no se cumplía cabalmente enseñando al niño a leer, escribir y contar, propugnando poner al alcance de los educandos la experimentación científica. Para lo anterior, reformó planes, programas y métodos, promovió la unidad de la enseñanza, estableció metas para los diversos grados escolares. Justo Sierra aspiraba, en resumen, a constituir una sociedad nueva que pudiera afrontar los cada vez más grandes y complejos problemas que deparaba el entonces naciente siglo xx. En ese sentido, formar hombres aptos en todos los órdenes, de modo que el proletario alfabetizado, instruido y educado, comprendiera mejor sus derechos y deberes; que el operario, por sus

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Porfirio DĂ­az y Justo Sierra en una ceremonia educativa.



224 ¶Trilogía magisterial conocimientos técnicos, fuera capaz de competir con los del extranjero; que los directivos de entidades privadas y públicas, dotados de las herramientas requeridas, cumplieran debidamente la misión social que se les encomendara. Acorde con las directrices del régimen al que servía, Justo Sierra consideraba que sin personas bien preparadas es imposible que las naciones tengan buen Gobierno y progreso. Todas esas actitudes y el trabajo cotidiano del secretario entusiasmaban al veterano gobernante que, aun siendo poco afecto a prodigar elogios, le hacía reconocimientos públicos con frecuencia. En cuanto a la labor legislativa, en 1908 redactó una nueva Ley de Educación Primaria, en la que por primera vez daba a ese nivel escolar el papel predominante que debe tener porque disponía que se ascendiera de la mera instrucción (traslación de saberes, habilidades y destrezas) a la educación (formación integral de la personalidad). Durante mucho tiempo se siguieron recordando en el medio educativo las anécdotas de un secretario de Educación que llegó a visitar planteles ubicados en zonas apartadas y de difícil acceso para entregarles útiles escolares. Así era el maestro Justo Sierra.

Con Porfirio Díaz, en Yucatán Desde 1902 gobernaba en Yucatán Olegario Molina, quien en detrimento de los productores locales había implantado contribuciones excesivas y se había coludido con la empresa estadounidense International Harvester Company. El propósito era mantener bajos los precios internacionales del henequén y mantener en condiciones de servidumbre a los indígenas mayas. A punto de terminar su gestión como gobernador, Olegario Molina, que había construido en la capital yucateca grandes obras


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materiales, invitó al presidente Porfirio Díaz para que las inaugurara. Se organizaron grandes y costosos festejos y se aprovechó la ocasión de la visita presidencial para pedir al secretario de Educación, Justo Sierra Méndez, que, como avanzada, asistiera a la ­develación de una estatua de su padre, el doctor Justo Sierra O’Reilly, que había sido donada a la ciudad de Mérida. Justo Sierra iba acompañado de su secretario particular, el poeta Luis G. Urbina; de don Leopoldo Batres (arqueólogo); y de su sobrino Santiago K. Sierra (que iba comisionado por el Museo Nacional para inspeccionar algunas zonas arqueológicas). Viajó a Veracruz, donde abordó el vapor Seguranza para navegar rumbo a Progreso. De ahí fueron por tierra a Mérida. El maestro fue recibido con júbilo por vecinos y autoridades de Yucatán, de Campeche y representantes de la federación en aquellas entidades. Un “norte” que azotó Veracruz retrasó la llegada del secretario a la península, de modo que la mañana del 17 de enero, en el extremo norte del Paseo Montejo de la ciudad de Mérida, se descubrió la estatua del doctor Justo Sierra O’Reilly, quien murió el 15 de enero de 1861. La estatua fue donada a la ciudad por un hombre altruista, Eduardo Cázares Martínez de Arredondo, admirador fervoroso del personaje ahí recordado. Estuvieron presentes en la emotiva ceremonia el gobernador del estado, Olegario Molina, el hermano de Justo, Manuel Sierra Méndez, y una numerosa concurrencia. Ricardo Molina Hübbe pronunció el discurso inaugural y, en representación del ayuntamiento de Campeche, el señor Miguel Aznar Preciat dijo otro. También participó el doctor José Peón Contreras con un inspirado poema. Después, entre aplausos de los presentes, subió a la tribuna Justo Sierra Méndez, quien hizo una sentida remembranza del político, jurista, literato e historiador que fue su padre y de la cariñosa y abnegada mujer que fue su madre, doña Concepción Méndez.

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226 ¶Trilogía magisterial Su discurso fue retribuido con una larga ovación. Posteriormente se depositaron ofrendas florales y cientos de niños de las escuelas oficiales desfilaron ante la estatua, en cuya base, junto al escudo de Mérida, aparece la leyenda Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Mérida. A la Memoria del Dr. Justo Sierra, 1906. El mismo día 17 salió para Campeche. Lo acompañó una gran comitiva y fue recibido por otra multitud. Cuando llegó a la plaza principal, pasó entre la gente que lo rodeaba para trasponer la plaza principal e ir a mirar de cerca, visiblemente conmovido, la casa donde había nacido casi 58 años antes. De modo similar a lo que le había ocurrido en España con Gaspar Núñez de Arce, en Campeche otro anciano se abrió paso a codazos entre la multitud porque estaba empeñado en saludarlo. El viejo, de cabellera blanca, gruesos anteojos y bastón en mano, logró llegar frente a él y le llamó por su nombre: “¡Justo!” El secretario observó al hombre que con tanta familiaridad le hablaba. De repente, abrió los brazos y estrechó a su interlocutor: “¡Maestro! ¡Mi querido maestro!” Enseguida se dirigió a los miembros de su comitiva: “Les presento a mi querido maestro, don Eulogio Perera, de quien tanto les he hablado…” Los paisanos de Justo Sierra prodigaron atenciones para él y organizaron en su honor una velada en el antiguo teatro Francisco de Paula Toro.60 Regresó a Mérida, donde el día 21 participó en otra velada que se realizó en una escuela para niñas. Al día siguiente se encaminó a visitar las zonas arqueológicas de Mayapán y Chichén-Itzá, varias haciendas henequeneras y la ciudad de Valladolid. Durante ese recorrido disfrutó de la música y de la danza yucatecas y convivió con alumnos y profesores de las escuelas de la región. Además del interés por volver a las zonas arqueológicas y de visitar pueblos, ciudades y haciendas, el secretario había permanecido en aquellas tierras porque, efectivamente, Porfirio Díaz había aceptado 60

Ferrer de Mendiolea, Gabriel, op. cit., p. 48.


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la invitación del gobernador Molina para ir a conocer e inaugurar las obras con que cerraba su gestión al frente del Ejecutivo estatal. El 5 de febrero de 1906, cuando los ánimos en el país estaban a punto de desbordarse contra él, Porfirio Díaz Mori, luego de casi 30 años en el poder, fue el primer presidente de la República que, viajando por mar —la vía más fácil en ese tiempo—, hizo una visita oficial a la Península de Yucatán. Porfirio Díaz y Olegario Molina inauguraron obras, participaron en veladas literarias y cenas de gala, visitaron haciendas, convivieron con la clase política y con los empresarios locales, lejos de las agitaciones de la gran capital y de otras regiones del país. Justo Sierra, secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, fue partícipe cercano en toda la gira presidencial. El 9 de febrero, el general Díaz zarpó del puerto de Progreso rumbo a Veracruz en la cañonera Bravo, acompañado por el vicepresidente Ramón Corral y un mayor de apellido Escandón. El maestro Sierra, el resto de la comitiva y la primera dama, Carmen Romero Rubio de Díaz, viajaron en el vapor Bismarck.

Juárez. Su obra y su tiempo En el ámbito histórico, una de las obras más famosas de Justo Sierra es Juárez. Su obra y su tiempo. ¿Cómo nació? ¿Cuáles fueron las motivaciones del secretario de Instrucción Pública para escribirla? En seguida, una breve explicación. Con motivo del centenario del natalicio de Benito Juárez, que se cumpliría el 21 de marzo de 1906, varias instituciones científicas y literarias habían organizado varios concursos para honrar la memoria del Benemérito de las Américas. En esa misma época, en 1904, el ingeniero, escritor, periodista y político Francisco Bulnes publicó su libro El verdadero Juárez y la

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228 ¶Trilogía magisterial verdad sobre la intervención y el imperio. Varios escritores y periodistas refutaron los planteamientos de la obra. Surgieron controversias y en diversos medios se expusieron opiniones al respecto. Francisco Bulnes reexaminaba la historia de la guerra en contra de la Invasión Francesa y del Imperio de Maximiliano, que para entonces la historiografía liberal había consagrado como la segunda Guerra de Independencia. Intentaba desbaratar una historia oficial que había subido en un pedestal a Benito Juárez, quien para Bulnes sólo había sido un político mediocre, imprudente y taimado, producto de una visión engañosa. En el libro lamentaba que se hiciera mal uso de la historia para tratar de exaltar, legitimar o “hacer patria”, cuando la historia debería ser una ciencia tan recta como las matemáticas, que sirviera para enseñar a la humanidad a leer claramente su trayectoria sin soslayar los errores del pasado. Justo Sierra pensó entonces que era necesario defender la memoria de Juárez con una obra seria, ajena a las pasiones de partidarios y detractores del principal personaje de La Reforma, así que se puso a escribir, a pesar de las múltiples ocupaciones que le imponía su cargo como secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes. La obra que, como era usual, apareció por entregas, no fue escrita en su totalidad por el maestro Sierra, muy atareado en ese tiempo. El editor de la primera versión, José Ballescá, a fin de tener a tiempo los fascículos que debían irse publicando, siempre con la anuencia del autor principal, recurrió al joven historiador Carlos Pereyra, discípulo de Justo Sierra, para que redactara partes del libro. A final de cuentas, Juárez. Su obra y su tiempo (1905-1906), libro reconocido por todos como parte de la obra del maestro campechano, sigue siendo fuente primordial para valorar la trascendencia nacional y continental de Benito Juárez como reformador y de la derrota de la intervención europea, dejando a un lado errores y detalles del hombre.


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A continuación transcribo parte de la introducción del libro Juárez. Su obra y su tiempo, que Justo Sierra dedicó “A la generación que llega”: A nuestros jueces de mañana, a la posteridad que toca a nuestra puerta, a los que llegan en el último barco cargado de flores, a la juventud y al amor, pero que, hombres muy pronto, y desde hoy testigos de nuestras luchas, de nuestros triunfos discutidos y de nuestros desmayos, nos pedirán cuenta de nuestra obra de historiadores y de mexicanos, consagro este libro escrito con profundo respeto a la verdad que alcanzo y con profunda devoción a la Patria. La personalidad en torno de la cual esta obra ha cristalizado, como un día cristalizó la disuelta República, ha guardado el don de exhumar pasiones que parecen espectros de rencores muertos; acaso por su imperturbable actitud moral tan consonante con su fisonomía, tienta aún la irreverencia de los iconoclastas que aspiran sólo a la actitud de apóstoles que derrumban ídolos, atribuyendo el carácter de idolatría a toda gran creencia popular […]. Puedo engañarme, pero no sé engañar. Si este libro no fuera nacido de una sinceridad inmensa, no osaría consagrarlo a la generación que llega; sería como si presentase una frente manchada a los besos de mis hijos. J. S.61

El libro describe con claridad la atmósfera social y política que prevalecía en México en el momento en que Juárez comenzó a participar en la vida pública nacional cuando, afirma su autor, “la necesidad de una Reforma estaba en la conciencia de todos”. Y Juárez no fue ajeno a esa realidad; por el contrario, fue pilar de la generación que hizo posible la Reforma y que, más tarde, consolidó la República. 61

Sierra, Justo, Juárez. Su obra y su tiempo, México: unam, 1972, p. 11.

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El periodista estadounidense James Creelman public贸 en marzo de 1908 una entrevista que le hizo a Porfirio D铆az.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez

La Universidad Nacional de México Después del halagüeño viaje a la Península de Yucatán poco antes descrito, Porfirio Díaz empezó a resentir las turbulencias de una sociedad cuya mayoría esperaba que en el próximo año 1910, cuando terminaba su séptimo periodo presidencial, hubiera un cambio, porque en ese momento la excesiva concentración de riqueza y de tierras cultivables, las deportaciones de indígenas que protestaban contra el despojo de sus tierras comunales, la inconformidad de los pequeños agricultores por las altas contribuciones, la crisis económica en Estados Unidos y Europa que hacía bajar las exportaciones y encarecía las importaciones, los bajos salarios y el desempleo, generaban gran descontento. Junto con la crisis económica y social, las sucesivas reelecciones del presidente y el férreo control que ejercía en los círculos del poder hicieron crecer la inconformidad incluso dentro de grupos moderados, sobre todo entre liberales y otros de tendencia francamente anarquista. En las ciudades se hicieron frecuentes las protestas de los obreros que, al igual que los campesinos, vivían en condiciones deplorables. Dos momentos culminantes de esas manifestaciones fueron las huelgas de Cananea, Sonora (el 1° de junio de 1906), y Río Blanco, Veracruz (el 7 de enero de 1907), donde mineros y trabajadores textiles fueron reprimidos por exigir sus derechos. Aunado a lo anterior, durante una entrevista con el periodista estadounidense James Creelman, publicada en marzo de 1908 en Nueva York por la revista Pearson’s, Porfirio Díaz declaró que, sin importar lo que dijeran sus amigos y seguidores, al terminar el periodo presidencial en curso él se retiraba, porque para entonces tendría 80 años y aseguró que daba la bienvenida a un partido de oposición en el Gobierno de la República. Fragmentos de la entrevista fueron publicados por periódicos mexicanos, lo que incrementó la efervescencia, a tal grado que Francisco I. Madero —que había estudiado en Europa y en Estados

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Huelga en RĂ­o Blanco, Veracruz.



Porfirio DĂ­az y Justo Sierra en un festejo del Centenario de la Independencia.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez

Unidos, y hasta entonces se mantenía algo distante de la política—, integrante de una familia coahuilense de prósperos terratenientes, se lanzó a la lucha en pos de la presidencia enarbolando el mismo lema que Porfirio Díaz había usado años atrás: “Sufragio efectivo. No reelección”. Comenzó por publicar un libro (La ­sucesión ­presidencial en 1910), siguió por formular un programa revolucionario (El Plan de San Luis), continuó por ganar la presidencia en 1910 y finalizó por morir trágicamente después de ser derrocado en 1913. Esa era más o menos la situación al acercarse, decía Justo Sierra, el “año santo” del centenario del inicio de la Guerra de Independencia y para celebrarlo, en su calidad de secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, organizó varias actividades. Por ejemplo, dirigió la Antología del Centenario. Estudio documentado de la literatura mexicana en el primer siglo de independencia, en la que colaboraron Pedro Henríquez Ureña, Luis G. Urbina y Nicolás Rangel; dispuso que en todas las escuelas los alumnos recitaran el juramento de fidelidad a la bandera mexicana y ordenó que se realizara un nuevo Congreso Nacional de Educación Primaria para avanzar en el perfeccionamiento del sistema educativo. En esa época también fungió como presidente de la Academia Mexicana de la Lengua. Finalmente, culminó su obra en el campo de la educación y pudo cumplir un propósito anhelado por casi 30 años al contribuir, como protagonista, en la reapertura de la Universidad Nacional de México. El 26 de mayo de 1910 se expidió la Ley Constitutiva de la institución, que comenzó sus actividades el 22 de septiembre siguiente. A la inauguración asistieron representantes y delegados de varias partes del mundo. El secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes fue el orador oficial durante la ceremonia. En su discurso, desarrolló otra vez sus principales ideas sobre el quehacer educativo. He aquí una parte de su alocución sobre la nueva casa de estudios:

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Aquiles Serd谩n fue asesinado el 18 de noviembre de 1910 en su casa de Puebla porque decidi贸 iniciar, anticipadamente, la rebeli贸n a la que llam贸 Madero.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez Me la imagino así: un grupo de estudiantes de todas las edades sumadas en una sola, la edad de la plenitud intelectual, formando una personalidad real a fuerza de solidaridad y de conciencia de su misión, que recurriendo a toda fuente de cultura, brote de donde ­brotare, con tal que la linfa sea pura y diáfana, se propusiera adquirir los medios de nacionalizar la ciencia, de mexicanizar el saber. El telescopio al cielo nuestro… el microscopio a los gérmenes… que se emboscan en nuestra fauna, en nuestra flora, en la atmósfera en que estamos sumergidos, en la corriente de agua que se desliza por el suelo en la corriente de sangre que circula por nuestras venas… Y si de la Naturaleza pasamos al hombre… ¡qué tropel de singularidades nos sale al encuentro! ¿Aquí habitó una raza sola?... Si no es un centro de creación este Continente, ¿a dónde está la cepa primera de estos grupos? Estos hombres que construyeron pasmosos monumentos en medio de ciudades al parecer concebidas por un solo cerebro gigante y realizadas por varias generaciones de vencidos o de esclavos de la pasión religiosa… Y la historia del contacto de estas que nos parecen extrañas culturas aborígenes, con los más enérgicos representantes de la cultura cristiana… y la persistencia del alma indígena copulada con el alma española, pero no identificada, no fundida, ni siquiera en la nueva raza, en la familia propiamente mexicana… ¡qué profusión de temas de estudio para nuestros obreros intelectuales y cuánta riqueza para la ciencia humana podrá extraerse de estos filones, aún ocultos, de revelaciones que abarcan toda la rama del conocimiento de que el hombre es sujeto y objeto a la vez! Realizando esta obra inmensa de cultura y atracción de energías de la República, aptas para la labor científica, es como nuestra institución universitaria merecerá el epíteto de nacional que el legislador le ha dado… La Universidad entonces tendrá la potencia suficiente para coordinar las líneas directrices del carácter nacional, y delante de la naciente conciencia del pueblo mexicano mantendrá siempre alto,

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Francisco I. Madero asumi贸 la Presidencia de la Rep煤blica en 1911.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez para que pueda proyectar sus rayos en todas las tinieblas, el faro del ideal, de un ideal de salud, de verdad, de bondad y de belleza; esa es la antorcha de vida de que habla el poeta latino, que se transmiten en su carrera las generaciones.62

Se va Díaz, llega Madero Las fiestas del Centenario, en septiembre de 1910, fueron un derroche de alegría y fastuosidad. Parecían el glorioso punto final de la dictadura de Porfirio Díaz, pero resultaron ser la despedida de un Gobierno repudiado que, después de más de 30 años, ya no se podía sostener. Menos de dos meses después de la celebración, el 18 de noviembre, fue asesinado en Puebla Aquiles Serdán, promotor del movimiento maderista en esa entidad. El hecho fue uno de los detonantes de la Revolución, que estalló el día 20. Reelegido en 1910, Porfirio Díaz seguía en la presidencia a principios de 1911, pero las intrigas de Limantour contra la mayoría de los miembros del gabinete causaron una crisis que provocó la salida de muchos colaboradores cercanos del Ejecutivo. El poderoso ministro de Hacienda sabía que la Revolución podía derrocar al dictador y soñaba con la posibilidad de llegar a la presidencia. Por eso operó para desplazar a quienes consideraba sus posibles competidores en esa aspiración, entre ellos Justo Sierra. Dado el avance de la lucha armada, varios amigos de Porfirio Díaz le habían sugerido retirarse discretamente —mediante una fórmula aplicada por él muchas veces— con el pretexto de emprender un largo viaje por América y Europa, e incluso dejar a 62

Carmona Dávila, Doralicia (comp.), op. cit.

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240 ¶Trilogía magisterial Limantour en el poder. El secretario Sierra fue uno de los que le dieron ese consejo. Al parecer, la impertinencia de María Cañas, la esposa de Limantour, echó por tierra ese plan, pues ya se presentaba entre sus amigas como la futura primera dama. Carmen Romero Rubio, esposa de Porfirio Díaz, se enteró de la noticia, se la comunicó al presidente y todo quedó como estaba. Víctima de la purga orquestada por Limantour, el 24 de marzo de 1911, Justo Sierra presentó su renuncia al cargo de secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, cuando faltaba muy poco tiempo para que todo el Gobierno se derrumbara, pues el 25 de mayo siguiente Porfirio Díaz renunció al cargo de presidente de la República e inmediatamente salió del país. Junto con Díaz, de conformidad con los Tratados de Ciudad Juárez del 21 de mayo de 1911, renunció el vicepresidente Ramón Corral y ascendió como presidente interino el entonces secretario de Relaciones Exteriores, Francisco León de la Barra, quien convocó a las elecciones en que triunfaron Francisco I. Madero (presidente) y José María Pino Suárez (vicepresidente). Cuando Madero llegó a la presidencia, el orador, jurista y diplomático Jesús Urueta fue elegido diputado e intercedió para que el maestro Sierra fuera reinstalado en la cátedra de historia de la Escuela Nacional Preparatoria. El presidente, generoso, envió una invitación al ex secretario de Instrucción Pública para conversar con él. Justo Sierra pidió ser recibido por el presidente, quien le concedió audiencia en el Castillo de Chapultepec. Madero, que consideraba a Sierra un revolucionario y un demócrata, aunque colaboró con el régimen recién derrocado, lo invitó a colaborar en su administración. Justo Sierra, que no deseaba un puesto político, propuso escribir una obra monumental sobre la historia de México, y aunque retomó sus clases en la Escuela Nacional Preparatoria, al año siguiente aceptó el nombramiento de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario del Gobierno de México ante su homólogo español.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez

El camino final Justo Sierra decidió adelantar su viaje a Europa porque se enfermó. A finales de abril de 1912 zarpó de Veracruz en el vapor Corcovado. Antes de presentar sus cartas credenciales ante el rey de España viajó a París para someterse a una operación quirúrgica. Un poco restablecido después de la cirugía, pero al parecer afectado por un tumor maligno y por males cardiacos, comenzó sus actividades como ministro plenipotenciario. Asimismo, se le ­comisionó como delegado especial al Congreso Conmemorativo del Centenario de las Cortes de Cádiz, en el cual se le asignó el discurso de apertura. Se acreditó ante el rey Alfonso xiii el 15 de agosto de 1912 en San Sebastián, donde el monarca tenía su residencia veraniega; sin embargo, ya tenía todo dispuesto para instalarse en Madrid, sede del Gobierno español y de la representación diplomática mexicana. A principios de septiembre se instaló en la capital madrileña y trabajó en el discurso que debía pronunciar el 1° de octubre en una velada especial por el centenario de las Cortes de Cádiz. Al respecto, corrió la versión de que el ex presidente mexicano Porfirio Díaz asistiría a dichas celebraciones. Todavía hizo recorridos por sitios importantes de Madrid como El Escorial, pero cada vez se veía más decaído. El 12 de ­septiembre fue a auscultarlo un médico, mas pesimista por el estado del paciente, se negó a emitir un diagnóstico. Sólo dijo que era necesario realizarle algunos exámenes. La madrugada del 13 de septiembre de 1912, víctima del mal que ya le aquejaba cuando viajó en pos de la misión diplomática que le confirió Francisco I. Madero, a los 64 años, se durmió para siempre el maestro Justo Sierra Méndez; sin embargo, la influencia de su obra sigue presente.

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Tumba de Justo Sierra.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez

Su esposa, doña Luz Mayora y Carpio, le sobrevivió 14 años. En 1919, el Gobierno de la República le asignó una pensión de 300 pesos mensuales como un reconocimiento a la obra del maestro Sierra. Entre sus descendientes más conocidos están el embajador Justo Sierra Casasús; el ingeniero Javier Barros Sierra, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México en la época del conflicto estudiantil de 1968; la historiadora Catalina Sierra Casasús; y el científico Manuel Peimbert Sierra, astrónomo y académico de la unam. Cuando se cumplieron 100 años de su nacimiento, en 1948, en un congreso de universitarios del continente americano, a iniciativa de la delegación cubana, Justo Sierra fue declarado Maestro de América. La unam se dispuso entonces a editar sus obras completas en 15 tomos, pero finalmente sólo aparecieron 14, bajo la coordinación de Agustín Yáñez. Ese mismo año sus restos fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres, hoy Rotonda de las Personas Ilustres.

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Conclusiones


246 ¶Trilogía magisterial Ignacio Ramírez Calzada “El Nigromante”, Ignacio Manuel Altamirano y Justo Sierra Méndez forman un puente del pensamiento pedagógico que va desde finales del virreinato, pasa por la restauración de la República y llega hasta los albores del siglo xx mexicano. Ignacio Ramírez fue maestro de Ignacio Manuel Altamirano y él, a su vez, lo fue de Justo Sierra y, con los matices propios de cada personalidad y momento, los tres propugnaron una enseñanza libre que emancipara a sus destinatarios de los dogmas y prejuicios de la escuela de estirpe medieval que imperó durante la dominación española. Ateo irredento el primero; el segundo anticlerical, pero admirador de los religiosos que, respetando el laicismo, cumplen sobriamente con su misión; fluctuante el tercero entre la fe heredada de las enseñanzas familiares, la rebeldía juvenil contra las jerarquías y la serena piedad de la edad adulta, los tres son exponentes de una ideología patriótica. Todos pasaron por la Cámara de Diputados, los cargos administrativos y la judicatura. Por eso pudieron influir, en su momento, de manera semejante en el devenir de la educación creando leyes y estructurando planes y programas de estudio. En mayor y menor medida, los tres tomaron las armas; sin embargo, su lucha más importante se libró en el campo de las ideas. Escuelas incluyentes a las que puedan ir niños indígenas, desvalidos o afectados por alguna discapacidad; instituciones educativas para mujeres y hombres que trabajan; casas de estudios especializadas para educadores; y una institución abarcadora de todo el conocimiento son algunas de las obras impulsadas en distintas épocas por Ramírez, Altamirano y Sierra. Nacidos en regiones muy distintas, las vicisitudes de la vida los llevaron a coincidir en caminos comunes: el periodismo, las tertulias intelectuales y la literatura que, más allá de las formalidades del aula, también enseñaron.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez

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Por último, cabe destacar que todos tuvieron la responsabilidad directa y personal de formar nuevas generaciones desde la cátedra. Por eso, agrupados en estas páginas, sin detrimento de la labor que muchos de sus contemporáneos también realizaron, forman, indiscutiblemente, una trilogía magisterial.

Conclusiones



Bibliografía


250 ¶Trilogía magisterial Altamirano, Ignacio Manuel, El Zarco y La Navidad en las montañas (Colección “Sepan cuántos…”), núm. 61, México: Editorial Porrúa, 28ª edición, México, 2010. _____, Ignacio Ramírez, biografía (Colección Testimonios del Estado de México), Toluca, estado de México: Gobierno del Estado de México, 1977. _____, Introducción a El Renacimiento, núm. 1, primera plana, México: unam, Coordinación de Humanidades, 1993. _____, Obras completas/Obras históricas, Nicole Girón (coord.), tomo II, México: Secretaría de Educación Pública, 1ª edición, 1986. _____, Obras completas, Textos costumbristas, Nicole Girón (coord.), tomo V, México: Secretaría de Educación Pública, 1ª edición, 1986. Álvarez Arellano, Lilián, El Colegio de San Gregorio: modelo de educación para los indios mexicanos. Disponible en: http://www. descolonizacion.unam.mx/pdf/Ch8_9_gregorio.pdf. Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional. Disponible en: http://www.sedena.gob.mx/index.php?id=24. Arellano, Emilio, Ignacio Ramírez, El Nigromante, Memorias prohibidas, México: Editorial Planeta, 3ª reimpresión, 2010. _____, La nueva república/Ignacio Ramírez El Nigromante, México: Editorial Planeta, 1ª edición, 2012. Batis, Huberto, El Renacimiento, Semanario literario mexicano (1869), México: unam, 1963.


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258 ¶Trilogía magisterial


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez

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Créditos de imágenes y fotografías


260 ¶Trilogía magisterial

Página Crédito 46

Anacleto Escutia, Vicente Guerrero, óleo sobre tela, 1850, en Báez, Eduardo, La pintura militar de México en el siglo xix, México, D. F.: sdn, 1992, p. 45.

48

Gobierno del Estado de Veracruz, Instituto Veracruzano de la Cultura, Colección Museo de Arte del Estado.

50

Anónimo, Agustín de Iturbide, óleo sobre tela, siglo xix, en Jiménez Codinach, Guadalupe, México. Su tiempo de nacer 1750-1821, México, D. F.: Avantel, Banamex, 2001, p. 231.

52

Cárdenas de la Peña, Enrique, Mil personajes en el México del siglo xix 1840-1879, México, D. F.: Banco Mexicano Somex, S. A., 1979, t. II, p. 106.

56

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. III, p. 184.

60

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. III, p. 342.

62

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. II, p. 646.

68

Museo Ex Hacienda El Lencero. Fotografía: Enrique Pérez.

70

Plan de Ayutla, 1º de marzo de 1854, primera página, México, D. F.: pgr, 1987, p. 17.

72

Portada del facsímil de la Constitución de 1857, en Constituciones de México, México, D. F.: Secretaría de Gobernación, 1957, p. 153.

78

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. II, p. 342.

80

© 12848. Conaculta, inah, Sinafo, fn, México.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez

Página Crédito Labastida, Horacio (estudio histórico y selección), Re82

forma y República Restaurada, 1823-1877, México, D. F.: Miguel Ángel Porrúa, 1995, p. 241.

84

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. III, p. 680.

86

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. II, p. 494.

90

© 180634. Conaculta, inah, Sinafo, fn, México.

92

Museo Casa de Alfeñique. Fotografía: Enrique Pérez.

94

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. II, p. 344. Cosío Villegas, Daniel, Historia Moderna de México.

96

La República Restaurada, Vida Política, México, D. F.: Editorial Hermes, 1955, lámina entre las pp. 704 y 705.

98

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. II, p. 136.

100

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. II, p. 236.

104

Acervo Editorial Las Ánimas.

118

Archivo personal del licenciado Luis Maldonado Venegas.

122

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. I, p. 60.

124

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. I, p. 510.

126

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. II, p. 446.

134

www.thinkstockphotos.com

Créditos de imágenes

¶ 261


262 ¶Trilogía magisterial

Página Crédito 136

Museo Casa de Alfeñique. Fotografía: Raúl Cortés Pereanes.

140

tierradehistoria.blogspot.com.

142-143 © 84969. Conaculta, inah, Sinafo, fn, México. 148

Archivo personal del licenciado Luis Maldonado Venegas.

150

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. II, p. 116.

152

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. III, p. 64.

158

Acervo Editorial Las Ánimas.

160

Archivo personal del licenciado Luis Maldonado Venegas.

162-163

Archivo personal del licenciado Luis Maldonado Venegas.

166

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. II, p. 510.

174

Santín, María R., Justo Sierra, México: Editorial Planeta DeAgostini, 2002, p. 17.

176

Santín, María R, op. cit., p. 19.

180

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. III, p. 170.

182

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. II, p. 686.

194

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. II, p. 42.

198

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. I, p. 178.


Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez

Página Crédito 200

© 13770. Conaculta, inah, Sinafo, fn, México.

212

© 19916. Conaculta, inah, Sinafo, fn, México.

214

Cárdenas de la Peña, Enrique, op. cit., t. I, p. 166.

216

© 451337. Conaculta, inah, Sinafo, fn, México.

218

© 66275. Conaculta, inah, Sinafo, fn, México.

220

© 13163. Conaculta, inah, Sinafo, fn, México.

222-223 © 5131. Conaculta, inah, Sinafo, fn, México. 230

© 13460. Conaculta, inah, Sinafo, fn, México.

232-233 © 34007. Conaculta, inah, Sinafo, fn, México. 234

© 35867. Conaculta, inah, Sinafo, fn, México.

236

© 33378. Conaculta, inah, Sinafo, fn, México.

238

© 81590. Conaculta, inah, Sinafo, fn, México.

242

Acervo Editorial Las Ánimas.

Créditos de imágenes

¶ 263


Esta edición de Trilogía magisterial: Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano y Justo Sierra Méndez, elaborada por Editorial Las Ánimas S. A. de C. V., Av. Juárez núm. 2915 desp. 503, Col. La Paz, C. P. 72160, Puebla, Puebla, tel.: (222) 230.44.14; ; y Blvd. Cristóbal Colón núm. 5 desp. 604, Col. Fuentes de Las Ánimas, C. P. 91190, Xalapa, Veracruz, tels.: (228) 812 60 90 y 812 60 99, se terminó de reimprimir en el año 2013 en los talleres de Editorial Las Ánimas S. A. de C. V. Para su composición se usaron los tipos de las familias OctavianMT-SC, en 16 puntos; EspritStd-Bold, en 12 puntos; EspritStd-Book, en 11 y 12 puntos; MinionPro-Bold, en 36 puntos. www.editoriallasanimas.com


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