La traducción de este documente fue realizada sin fines de lucro, hecha por fans para fans y tiene como propósito brindarles a las personas de habla hispana la posibilidad de leer este libro que por uno u otro motivo no se encuentra en su idioma. Los personajes, las situaciones e información encontrada aquí son obra intelectual del autor. Si tienen la oportunidad no olviden comprar el libro y apoyar el trabajo del autor. ¡Buena lectura!
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Sinopsis Prólogo 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 Próximamente… Sobre Sara Wolf
L
a luz se encuentra con la oscuridad. Los secretos con la verdad. Han pasado tres años, veinticinco semanas y cinco días desde que Isis Blake se enamoró, y si fuera por ella, se alargaría para toda la eternidad.
Después de un encuentro con el ex novio de su madre, escarba para recordar lo que ha perdido por la amnesia. Su ex némesis Jack, cae más profundo en un pozo de desesperación, y su novia Sophia hace todo lo que puede para tenerlo entero para ella. Pero a medida que los recuerdos de Isis vuelven, encuentra que le es cada vez más difícil resistir lo que sentía por Jack, y Jack encuentra que le es imposible mantenerse alejado de la única chica que ha logrado derretir el hielo alrededor de su corazón. A medida que los oscuros secretos que rodean a Sophia emergen, Isis se da cuenta de que Jack no es quien pensaba. Es peligroso. Pero cuando Isis empieza a recibir emails aterradores de una fuente anónima, ese peligro puede que sea lo único que la proteja de algo aún más amenazante. Su pasado.
—Tú eres Isis Blake, terca y ridícula, amable y fuerte. Eres exactamente tú. Por eso te besé esa noche, porque quería besar a Isis Blake. Y lo hice. Fue precipitado de mi parte y fuera de lugar. Tenías todo el derecho a detenerme y todo el derecho a alejarte. Estabas asustada y yo agudicé ese miedo tratando de darte un beso, es mi culpa. No tuya. Su rostro se pone blanco con la conmoción, y guarda silencio por primera vez en su vida. —Sí, estábamos ebrios —continúo—. Tú lo estabas, específicamente más, y yo un poco. Así que soy quien debería haberlo sabido mejor, y me disculpo. Fui demasiado lejos, demasiado rápido. Estaba emocionado. —Suelto una risa oscura— . Por primera vez en mi vida, estaba emocionado. No es una excusa, pero espero que te ayude a comprender mis acciones de esa noche. Su expresión de sorpresa no cambia. —Lo siento. —Sonrío—. No volverá a suceder.
3 años 25 semanas 5 días —¿Está bien, señor? Levanto la vista ante la voz. Un botones me sonríe alegremente. No tiene ninguna idea de quién soy, ni lo que he sufrido, pero tiene el coraje de sonreír. Han pasado diecinueve días desde que Isis Blake me olvidó. Y él todavía tiene el descaro de preguntar si estoy bien. Enciendo otro cigarrillo. —Fuera de mi vista. Su expresión cae y se aleja. —S-Seguro. Tenga una buena noche. Resoplo y me apoyo en un pilar de la gran rotonda de mármol del hotel Hilton. Observo ridículos y adornados autos negros desplazarse dentro y fuera, dejando ancianos ricos igualmente engreídos. Los botones y conserjes se escabullen, llamando taxis y dirigiendo a los aparcacoches. Girando las puertas de cristal con marcas de oro zumbando constantemente y silbando durante la charla sin sentido. Las mujeres chillan de la risa, los hombres con carcajadas; todos ellos idiotas ajenos y felices. Puedo ver la verdad en sus ropas y postura, cinco de los hombres están engañando a sus esposas. Dos de ellos con mujeres mucho más jóvenes, uno de ellos exclusivamente con prostitutas. Él, no tan sutilmente golpea el culo de una rubia que pasa en un chaquetón. Ella esconde su mueca con la gracia de una actriz. Cuando me ve, golpea ligeramente sus tacones con una sonrisa un poco más feliz. —¡Jaden! ¡Dios mío! ¡Ha pasado mucho tiempo! —Tres meses, Lily —corrijo. —Tres meses, por siempre, da lo mismo. —Se ríe. Una bocanada de perfume sale de ella, del tipo caro, fuerte. Del tipo que compras cuando tienes que cubrir el penetrante olor del sexo. —¿Terminaste con el trabajo? —pregunto, e inclino mi cabeza hacia el hombre que la sigue mirando lascivamente, su esposa ajena y aferrada a su brazo. Lily suspira. —Sí, por la noche. Me dirijo de regreso a mi casa. ¿Y tú?
—La hija del alcalde. —Hago un gesto a mi esmoquin—. Baile de invierno. —Apuesto que eras el chico más sexy aquí. —Era de un colegio católico para chicas. —Y el chico más guapo que nunca tendrá. Lily es apenas unos años mayor que yo, pero ha estado en el Club de la Rosa mucho más tiempo. Lily no es su verdadero nombre, al igual que Jaden no es el mío. No la conozco en la vida real, y ella no me conoce. Pero a veces trabajamos en los mismos hoteles y es una de las pocas chicas en el Club de la Rosa, que no es molestamente anodina. Entonces hablamos. —En serio. —Lily me da un codazo—. La he visto. Se parece a una perrita Pomerania en sus mejores días de endogamia. —Calma, calma. —Soplo el humo hacia el cielo—. No seamos desagradables. Ella pagó buen dinero. Y yo respeto y aprecio el dinero. Lily observa mi rostro cuidadosamente mientras espera a que pase un taxi. Frunce sus finas cejas. —¿Y tu propia fiesta? —pregunta. —¿Qué pasa con eso? —¿Vas a ir a eso? ¿Tienes novia? ¿O una cita? Llevé a Sophia a mi fiesta de graduación de tercer año. Pero no es Sophia quien aparece en mi cabeza. Una imagen de Isis crece fuerte, luciendo un vestido de seda. ¿Rojo? ¿O azul? Púrpura, probablemente, para que coincida con su cabello. Baila y bebe y empieza por lo menos cuatro peleas. Sería horrible. Sería gracioso. Sonrío ante la idea, pero esta rápidamente se desvanece. —No. No voy al senior. Es inútil, me graduaré en cinco meses, de todos modos. La secundaria apenas importa. Arranca el cigarrillo de sus labios y lo tritura con su tacón. —¿Cuándo empezaste a fumar? —¿Cuándo empezaste a considerarte mi madre? —gruño. —No es bueno para ti. —Tampoco lo es prostituirse. Lily me fulmina con la mirada. —Ambos tenemos nuestras razones para hacerlo. No tienes una razón para fumar. A menos que quieras morir temprano y dolorosamente. —Y si lo hiciera, no sería de tu incumbencia. Lily está herida. Llama un taxi que pasa y hace una pausa en su puerta abierta para mirar en mi dirección. —Eres uno de nosotros, Jaden —murmura—. La sociedad nos ve por debajo. Los clientes nos deshumanizan. Todo lo que tenemos es a nosotros. Así que es mi
incumbencia. —Saca su tarjeta del Club de la Rosa, una blanca con rayas oro pálido, y me la entrega—. Si alguna vez necesitas algo, o si quieres hablar, llámame. Se ha ido antes de que pueda tirársela de regreso, antes de que el abismo en mi pecho tenga la oportunidad de empezar a sangrar. Me sacudo. Soy Jack Hunter. Nadie me hace sangrar. Excepto una chica, en una fiesta, hace casi cinco meses. Enciendo otro cigarrillo para cubrir el hedor de la debilidad que emana de mí. Las mujeres en la entrada del hotel me están mirando. Si hago tanto como estremecerme en su dirección, van a acosarme, coqueteando con tácticas cansadas y desgastada impaciencia. Son tan malas como los hombres. Codician las cosas que se ven bien. Y cuando no pueden tener lo que codician, pelean; rápidamente girando el uno al otro en repugnante muestra de posesividad depredadora. Considero lanzar la tarjeta de Lily en un charco cercano. No tiene ni idea de lo que estoy pasando. Yo no tengo idea de lo que estoy pasando. No puede ayudarme. Además, ofrece su ayuda únicamente porque tiene interés en mí. Incluso un idiota puede ver eso. “¡No a cualquiera con una vagina le gustas, imbécil!”. Doy vuelta rápidamente ante el sonido de la voz. Es tan clara, tan perfectamente fuerte y desagradable que tiene que ser ella. Pero ningunas rayas púrpuras emergen de la multitud para saludarme. Sin cálidos ojos marrones que se arrugan con una sonrisa. Caigo otra vez contra el pilar y suelto una carcajada, poniendo mi cabeza en mis manos cuando la realidad se desliza entre mis dedos. Recomponte, Jack Hunter. Vas a ir a Harvard en siete meses. Tu madre está esperando en casa. Sophia está contando contigo. La cirugía es inminente. No puedes volverte loco. Belina necesita tu ayuda. La gente depende de ti. Tienes una vida para vivir, y no importa cuánto le pidas a las estrellas, no importa cuánto negocies con Dios o con los médicos, esa vida ya no incluye a Isis Blake. Eres un extraño para ella. El agujero que ha quemado en el hielo debe ser reparado. Ya no hay ningún calor. Apenas lo probaste, apenas lo sentiste en tu piel. Te rozo por un solo segundo. Algo tan pequeño no debería conservar tanto peso. Es ilógico. Es ilógico dejar que te afecte tanto. No hay ningún calor, Jack Hunter. No para gente como tú. Tienes sangre en las manos. Tienes el deber y la culpa, y no puedes escapar. Nadie puede ayudarte a escapar. Ni siquiera ella. —¡Jaden! —Una voz estridente me hace levantar la mirada. Cynthia, la hija del alcalde, me saluda en la limusina. Su oscuro cabello es demasiado rizado y ridículo. Su vestido rosado es muy apretado y corto. Su círculo de amigas bobaliconas han dejado sus carteras y retocado sus maquillajes, y ahora están en camino a una fiesta. Estamos en camino. Me pagan para ser uno de ellos, después de todo.
Apago mi cigarrillo y pongo mi mejor sonrisa. *** Mi vida se ha convertido en una serie de personas preguntándome si estoy mejor. Excepto que estoy sentada en una cama de hospital con un gran vendaje alrededor de mi cabeza como un turbante. Así que no, no estoy mejor. Pero las personas siguen preguntando de todos modos porque así es como demuestran preocupación por alguien que les importa, supongo, pero francamente una caja gigante de trufas de chocolate y gobernar sobre un pequeño reino serían suplentes aceptables. No hay escuela. Sin casa. Todo lo que hago es sentarme en la cama todo el día y mirar miserables telenovelas en donde la gente se desmaya dramáticamente todo el tiempo. Como, maldición. Esa mierda es una epidemia. Me aburro tanto que trato de imitar sus desmayos excepto que las enfermeras me atrapan y dicen cosas como: ―Tienes una lesión en la cabeza‖ y ―Al contrario de la creencia popular, el piso es duro‖, o alguna tontería, así que nadie puede culparme cuando robo la silla de ruedas más cercana y bajo al final del pasillo a una velocidad superior. NASCAR no tienen nada contra mí. Excepto el respaldo de grandes corporaciones que les dan dinero para ir rápido. Pero aun así. Soy dos veces más genial y mi aventón es jodidamente mejorado, una mierda desgastada y manchada en el asiento por la muerte de alguien y el relleno un poco salido en el apoyabrazos. —¡Buenas noches, muchachos! —Asiento hacia los dos internos. Se disparan mutuamente una mirada pero antes de que puedan llamar a seguridad, estoy corriendo en la esquina a toda velocidad. —¡Un jodido buen tiempo el que vamos a tener! —Le sonrío a un hombre sentado en su cama cuando paso por su cuarto abierto. Regresa alegremente mi saludo con un rotundo: “¡Vete al infierno!”. Giro en la esquina siguiente y doy cara a cara con Naomi, mi enfermera. Su cabello en un apretado moño, su rostro enojado, preocupado y cansado, todo al mismo tiempo. —Hola, amor. ¿Te apetece una taza de té? —No eres británica, Isis —dice Naomi. —Puedo ser cosas —insisto. —Sí, bueno, a menos que esas cosas incluyan ser una persona que yace en la cama recuperándose, no quiero verlos. Y sobre todo no quiero verlos rodar alrededor del hospital como locos. —El loco está de regreso en ese camino. —Señalo con mi pulgar detrás de mí. Como para probarlo, un ruidoso “JODER” reverbera. Naomi estrecha sus ojos y señala mi habitación.
—Devuelta a la cama. Ahora. —¿Por qué tienes que ser así? —Suspiro—. Podemos solucionar esto. Puede haber sobornos. De la especie monetaria. O tal vez no monetaria. ¿Te gustan las aventuras? Estoy llena de ellas. Puedo darte al menos nueve aventuras. —Ya me diste una durante el día. Si no regresas a la cama, no dejaré que Sophia entre después de su revisión. Jadeo. —¡No lo harías! —Lo haría. Empiezo a desmayarme dramáticamente, pero me agarra con sus carnosos brazos y me deja en la silla de ruedas, empujándome de regreso a mi habitación. Gruño todo el camino. En la puerta, me arrastro sobre mis manos y rodillas y suelto un falso sollozo, colapsando en la cama. ella.
—Oh, silencio, reina del drama —reprende Naomi y cierra la puerta detrás de —¡Emperatriz del drama! —grito—. ¡Prefiero el título de emperatriz!
Mi habitación está en silencio. Demasiado silencio. Resoplo, cruzo los brazos y aparto mi flequillo del rostro. Necesito un corte de cabello. Y un plan de escape. Pero verse fabulosa mientras se escapa es algo necesario, así que voy a poner uno antes que el otro. Agarro mi teléfono y le envió un mensaje de texto a Sophia. LA PROTEÍNA MUERTA INTENTA COMER MIS OJOS. TRAE LA FILOSA COSA PUNTIAGUDA. Su respuesta viene segundos después; ¿Quieres decir la cosa con la que amenazaste las bolas de ese enfermero? Suspiro satisfecha ante el recordatorio de mi propia pasada brillantez. Tengo tanta suerte de ser yo. Sí. Eso. Me envía una carita feliz; :D Sophia y yo somos la gente más joven en este hospital, descontando la sala de los niños, y no te dejan entrar a menos que seas un médico, un padre o tengas permiso, el cual es muy difícil de conseguir. Razón por la cual uso las ventanas. Odio la gelatina y es lo único que te dan en las comidas, así que acaparo las tazas y se las doy a los niños como un papá Noel cargado de gelatina y es un gran éxito. No tanto con las enfermeras. Y los oficiales de seguridad. A pesar de todo, Sophia y yo hacemos sentido. Desde el día que nos encontramos en el almuerzo hace unas semanas y le di mi manzana, me he sentido como si la conozco desde siempre. Estar con ella es como un gran déjà vu, corrido. Cuando primero me dijo su nombre, de manera abrupta solté:
—¡Oh, eres Sophia! —Lo cual fue una gran revelación. Me preguntó qué quise decir con eso, he buscado largo y tendido en mi considerable cerebro y no he podido encontrar una razón. Solo lo dije, sin pensar, y no sabía por qué. Todavía no sé por qué. Además de ese pequeño bache en el camino, ella y yo nos hemos estado llevando de maravilla. Puedes decirlo porque A. Aún no se ha alejado corriendo y llorando y B siempre termina sus mensajes de textos para mí con una carita sonriente. Solo la gente a la que le agradas hace eso. O las personas que quieren asesinarte secretamente. Pero de verdad, no creo que alguien tan delicada y hermosa como Sophia quiera matar a alguien, a menos que quisiera ser hermosa, delicada y sedienta de sangre, lo cual, no voy a mentir, le agregaría su mística considerable… —Isis —dice Sophia desde la puerta—. Estás pensando en voz alta otra vez. Me giro para enfrentarla. Lleva un vestido floral, con un suéter grueso, de aspecto acogedor. Su platinado cabello rubio blanco se mantiene liso y largo, como hilos de plata. Su piel blanca como la leche prácticamente se ilumina. Para compensar toda su palidez, sus ojos son océano profundo y marino oscuro. En una mano lleva un libro y en la otra… —Tijeras —chillo—. Bueno, bueno, todo el mundo respire profundo. Porque estoy a punto de decir algo que medianamente cambia la vida. Sophia inhala y las sostiene. La señalo. —¡Vas a cortar mi flequillo! Exhala y levanta el puño. —Podré cortarlo todo. —Sophie, empalagosa Soph tarsero empalagoso, solo hemos estado juntas tres semanas y te quiero mucho, como a una hermana, como ciervas-hermanas retozando en el bosque, pero esto es extremadamente vital para mi bienestar y estoy confiando en ti con mi vida. —Ah, ya veo. —Sophia se sienta en mi cama, me da un guiño de comprensión—. Mantienes todos tus órganos vitales en el flequillo. —Así como todas mis perspectivas de futuro con Johnny Depp. Entonces te das cuenta de lo importante que es para mí. —Obviamente. —Estoy hablando muy en serio. —Mortalmente. —No es que puedas hacerme lucir menos sexy, ya que eso es imposible, pero en términos generales no metas la pata. Dirige sus dedos a través de mi flequillo salvaje. —¿Recto? —Eres la experta de moda aquí. Yo solo tiro en cosas que no tienen agujeros y espero lo mejor. Una vez leí un Cosmo en el baño. ¿Eso cuenta?
—Depende de cuánto tiempo estuvieras en el baño. —Sophia cepilla el flequillo experimentalmente con sus dedos. —Años. Hablaban sobre las formas del rostro. Como: ―¿Tengo el rostro cuadrado? ¿Un rostro en forma de corazón?‖ —Definitivamente en forma de corazón. —¿En serio? Porque estaba pensando más en esa-desafortunada-deformeSkittle-en-el-fondo-de-la-caja. Sophia se ríe. —Solo quédate quieta y cierra los ojos. Prometo que no te desfiguraré para toda la vida. Hay unos suaves sonidos de recorte y los ligeros dedos de Sophia, entonces me dice que abra los ojos. Salto de la cama y me dirijo al baño. El espejo de hospital manchado con el tiempo refleja a una chica con flequillo corto, sus ligeramente desvanecidas mechas púrpuras adornando su frente. Una sola venda se envuelve completamente alrededor de la base de su cráneo. Se ve cansada, vieja. Su rostro contiene dos erupciones volcánicas en la barbilla, una en la nariz y bolsas bajo los ojos que harían celoso aun entrenador. Y algo está mal. Algo profundo dentro de la chica está mal. Fea. —¿Cuál es el problema? ¿No te gusta? —Sophia viene detrás de mí. En el espejo, ella prácticamente irradia una belleza pálida, y yo soy… —No, me encanta. Lo hiciste genial. Fabuloso. Genial. ¡No pasa nada! Absolutamente cero. Cero absoluto. Hace frío aquí, ¿no? Corro de vuelta a la cama y me envuelvo en las mantas. Sophia sigue, suspirando. —Si no te gusta, no tienes que mentir. —¡No, me gusta! Mierda, de veras. Lo siento. No es eso, son… otras cosas. Cosas de antes de venir aquí. —Ah. —Se coloca al pie de mi cama—. Las cosas difíciles. Las cosas que no pueden curar los hospitales. Asiento. La mirada de Sophia no es perforadora, pero tiene algo de peso, gravedad, como décadas mayor de lo que parece. No le conté sobre sin nombre, sobre todo porque no necesita saberlo cuando ya se ve tan triste todo el tiempo. Tampoco me dijo nada sobre su pasado, y es mejor así. Sé que lo ha tenido peor que yo. —¿Era un chico? —pregunta finalmente. —Sí. Dobla sus manos una sobre la otra, como una dama delicada. Las enfermeras chismosean sobre ella; la forma en que ha estado en el hospital cinco años, del modo que no tiene familia, su madre y su padre murieron en un accidente automovilístico y su abuela la crió, pero falleció hace unos años dejando a Sophia
sola en el mundo. En su mayoría cotillean sobre el muchacho que viene a visitarla, Jack, el mismo tipo que pasó y vio la puerta de nuestra casa abierta y nos salvó a mamá y a mí de Leo. Exasperantemente apuesto, y un exasperantemente buen samaritano, él aparentemente la visitaba mucho. Pero desde que entré, no ha venido en absoluto. Le ha enviado cartas a Sophia (¡cartas! ¡En estos días y tiempos!), pero no ha venido personalmente. A las enfermeras también les encanta hablar de eso. Grito cortésmente por toda la habitación corrigiéndolas siempre que puedo; ¡no lo conozco! ¡Apenas me conoce! Estoy en deuda con él, claro, pero no hay nada que hacer y nunca la habrá porque, obvio, ¡todos los chicos que no son actores de Hollywood con una prestigiosa carrera de actuación como pirata son brutos! —Lo siento —suelto. —¿Por qué? —Por tu novio. Él es... ha dejado de venir desde que llegué y si es por mí, lo siento, sé que es arrogante pensar eso, pero las enfermeras hablan y no puedo evitar pensar… Acaricia mi mano y sonríe. —Shhh. Está bien. Ellas no saben nada. Simplemente está ocupado. Trabaja mucho y tiene escuela. —Yo tengo escuela —gruño Toma de mi regazo el libro que me trajo. —Y tienes siete capítulos de The Crucible que leer si quieres adelantarte antes de volver la próxima semana. Contemplo seppuku 1, pero después de recordar cuán grande es la factura médica de una cabeza agrietada, me abstengo. Mamá ha tenido un momento bastante difícil para pagar sin añadir a la lista derramamiento de órganos y muerte general. Además, no puedo morir todavía. Todavía tengo que agradecerle a Jack correctamente. Morir antes de pagarle a alguien es simplemente grosero. —No quiero ir a la escuela —digo. —Sí quieres. —Acepto totalmente. Este lugar es aburrido. —Entonces mejor seguimos la lectura. —Sophia sonríe. Gruño y ruedo, y ella empieza a leer en voz alta. Disfruta torturando. O está feliz de tener a alguien con ella. No me decido. Tal vez nos llevemos muy bien, pero ella sigue siendo un gran misterio para mí. ¡Yo! ¡La reina emperatriz de deducir lo que la gente está tramando! Estudio su rostro, sus manos, su vestido mientras lee. Todos en el hospital conocen a Sophia, pero no se sabe lo que tiene, exactamente. A las enfermeras no les gusta hablar de ello. Le pregunté a Naomi, me miró y me dijo que estaba bajo confidencialidad entre médico y paciente. A veces Sophia se queda en su habitación para ―tratamientos‖ los últimos días. No cojea o tose o vomita, y no 1
Seppuku: ritual de suicido.
tiene vendajes o puntos. Excepto por el hecho de que es tan pálida y delgada y a veces se queja de que tiene migrañas, está perfectamente sana en cuanto puedo ver. —Soph —interrumpo. Ella levanta la mirada. —¿Sí? —Esto podría ser muy invasivo e históricamente lo invasivo ha sido bastante malo en general, pero no creo que físicamente pueda contener mi curiosidad más. O, podría. Pero me gusta, investigar el sistema estelar del estrés. ¿Por qué estás en el hospital? Sophia cierra lentamente el libro. —Realmente no recuerdas, ¿verdad? —¿Recordar qué? Sus ojos se humedecen con tristeza. Mira por la ventana por un largo tiempo antes de suspirar. —¿Qué? —insisto—. ¿Qué pasa? Sophia me mira. —Oh, nada. Es triste, es todo. Estoy triste por él. Estaba tan feliz, por un tiempo. —Arruga la nariz, y antes de que pueda explotar demandando las respuestas, Sophia empieza a hablar otra vez—. Tengo la misma cosa que tú tienes. —Golpea su cabeza con un dedo. Mi boca hace una pequeña ―o‖. —¿También tienes… partida la cabeza como un melón? Se ríe, el sonido como campanas de cristal. —Algo así. Miro la bolsa que trajo. Un montón de libros de romance... varios clones de Fabio destellando sus melancólicos ceños fruncidos en cada cubierta que es una mujer escasamente vestida en el inevitable proceso de desmayo en una roca en algún lugar cercano, preferiblemente directamente debajo de su entrepierna. —¿Por qué incluso te gustan ésos? ¿Como, princesas y besos y misoginia? — Arrugo la nariz. Sophia se encoge de hombros. —No lo sé. Me gustan las princesas. —Tienen grandes vestidos, cabello fabuloso y montones de dinero. Difícil no. —Supongo que me gusta la forma en que las historias siempre tienen un final feliz. Ya... ya sé que mi historia no terminará tan feliz. Mi corazón se retuerce alrededor en mi pecho. Parece tan segura de sí misma. —O-¡Oye! No hables así. Eres lo más cercano que he conocido a una princesa. Como una en vida real. Menos la tuberculosis y el contrato de matrimonio. Y como las decapitaciones. Sophia se ríe. —Tú también eres una princesa, sabes. Muy valiente. Y noble.
—¿Yo? Bah. —Zumbo con mis labios y un delicioso spray de saliva rocía el aire—. Me parezco más... más bien... Creo que si estuviera en uno de esos libros sería como un dragón. —¿Por qué? —Solo tiene más sentido. —Aliso mi suave cabello—. Fabulosas escamas brillantes. Hermosas joyas como ojos. —¿Alas por brazos? —Sophia sonríe. —¡Es un dragón heráldico! ¡Los dragones tienen alas independientes de su sistema de miembros! Pero perdono vuestra transgresión. Me he topado hoy con un poco de ardor de estómago y no estoy de humor para comerme a una doncella como tú en lo más mínimo. —¿Qué harías como dragón? Me encojo de hombros. —Tú sabes. Volar alrededor. Recoger el oro. Tirarme pedos en algunos pobladores. Sophia está tranquila por un momento. —Pero todavía no lo entiendo. ¿Por qué un dragón tiene sentido para ti? —Piensa en ello. Sería un tremendo dragón. Quiero decir... a nadie le gusta realmente el dragón. Puedes estar sola, en un lugar fresco y tranquilo. Como una princesa a todos les gustas y tienes que estar en medio de bailes sudorosos y calientes todo el tiempo. Sophia levanta una ceja. —Salón de baile… bailes. Danzas. Uh. Ríe con ese tintineo, y no puedo evitar la risa que burbujea, también. Sueno como un burro. —Y es decir —agrego—. Tú sabes. Los dragones nunca tienen que preocuparse. Mmm. Lo que quiero decir es, los príncipes no se enamoran de los dragones… Fea. —… se enamoran de las princesas… ¿Pensaste que de esto se trataba? ¿Amor? No salgo con chicas gordas. —… lo cual tiene más sentido, ¿sabes? —¿Isis? —Naomi se asoma en la habitación—. Vamos. Es hora de tu sesión con el Dr. Mernich. Hola, Sophia. —Hola —dice Sophia y sonríe—. Deberías irte. —Oh, no, gracias. Mernich va a preguntar acerca de mis sentimientos y francamente prefiero tragarme un ciempiés que hablar de esas cosas. O convertirme en un ciempiés y arrastrarme. ¿Puedo ser un ciempiés? Están permitidos en Estados Unidos…
—Isis —dice Naomi severamente. —… puedes convertirte en un ingeniero de mantenimiento certificado con sables de luz en Estados Unidos, así que creo que deberías convertirte en un insecto… —Artrópodo —corrige Sophie. —… artrópodo, y Naomi, ¡qué manos tan grandes tienes! Para agarrarme mejor, ¿verdad? ¡Anda, suavemente, mujer! ¡Soy bienes dañados! Naomi me dirige fuera de la habitación, Sophia saluda alegremente detrás de nosotras. *** La Dra. Mernich es la típica mujer que olvida cepillarse el cabello, pero de alguna manera hace que el look lunático funcione en ella, lo cual es raro, porque trabaja con locos. No es que los locos sean malos. He conocido unos cuantos y probablemente sea uno de ellos. Solo no lo sabía. O lo sabía. Pero me niego a dejar que se interponga en el camino de mi fabulosidad lo suficiente como para requerir a un psiquiatra. Mernich es mi salida de este lugar, en cualquier caso. Es la que me mantiene aquí hasta que esté satisfecha de que estoy bien de la cabeza. Lo cual es tonto, porque mentalmente soy una fortaleza de diamante de impenetrable lógica y sensualidad. La Dra. Mernich aclara su garganta. —Isis, estás… —Algún día no pensaré en voz alta, y ese será un día triste para la humanidad. También, más tranquilo. —¿Cómo estás hoy? —¡Partes de mí están sintiendo muchas cosas! Por ejemplo, mis intestinos están sintiendo mucho. Eso significa que tengo que hacer caca. En algún momento en la próxima hora. Además de esta perspectiva fascinante, estoy preocupada por mi madre, así que podrías simplemente escribir una nota de esa manera puedo salir de aquí, lo cual sería genial. —¿Que hemos dicho acerca de evadir el tema con chistes frívolos? Me retuerzo. —Uh, es vagamente negativo. Creo. —Y ¿por qué es vagamente negativo? —pregunta pacientemente y garabatea un poco más. —Debido a que no enfrento nada, solo huyo de ello —recito. —Es cierto.
—Pero para ser claros huyo de ello como una chica Baywatch, no una gorda y sudorosa niña en clase de gimnasia. Es decir, aún estoy jodidamente gorda pero es un tipo seductor de grasa, ¿me entiendes? —Isis, ¿en realidad crees que estás gorda? —Obvio. Y no amada. Pero eso ya lo sabes. Sus ojos chispean. Claro que ya lo sabe, ha pasado dos semanas conmigo, hablando de mi vida. Me había estancado con ella bromeando por una semana hasta que me di cuenta que era la que daba el visto bueno para dejarme salir. Y entonces tuve que empezar realmente a cooperar con un adulto. Uf. —Ya sabe todo sobre mí, ¿no? —Inclino la cabeza—. Así que vamos. ¿Por qué no me deja salir de esta, —perdone mi francés—, absoluta mierda? Ajusta sus gafas. —Me temo que no puedo hacerlo. Estoy segura de que todavía hay algunas cosas en las que necesitamos trabajar. Estás cerca, pero no estás lista. Incluso esta psiquiatra es obvia. Su pequeña sonrisa satisfecha cuando dice esto la delata. Los trofeos y premios que recubren sus paredes la delatan. —Te gusta. Saber cosas sobre la gente. Te hace sentir poderosa. La Dra. Mernich levanta la vista desde sus garabatos, el menor tufillo de sorpresa cuelga a su alrededor. —¿Perdón? —Le. Gusta. El. Viaje. Que. El. Ego. Le. Da. —dije lentamente—. Lo entiendo. Veo cosas de la gente y me encanta tener ese conocimiento. Es raro. Es una estupidez. Pero sobre todo tiene su diversión y me hace sentir superior. Tal vez voy a convertirlo en una forma de ganar dinero algún día, también. Tengo que pensar sobre ese tipo de cosas, ya sabe, con la universidad y todo en unos meses. Mernich está completamente congelada por un punto de cuatro segundos, y luego empieza a garabatear locamente. Hace eso cuando digo algo súper interesante así lo puede diseccionar. Entonces garabatea mucho. Porque objetivamente, soy una persona muy interesante. ¡Mejor que lo sea! ¡Trabajo duro para ser interesante, maldita sea! —De todos modos ¿qué decía? —Me rasco la barbilla—. Bien, me siento realmente enjaulada y algo cansada de los hospitales. También me siento mal por Sophia. ¿Sabía que ella no tiene padres? ¿Y su abuela murió? ¿Cuán apestosa es toda esa muerte? Jodidamente asqueroso. Mernich asiente. —También soy su psicóloga. Es una chica bastante fuerte, sí, un poco trágico. —Vaya. ¿Eso es algo condescendiente? Dije que me siento mal por ella pero usted fue derecho a darle una etiqueta como trágica. Vaya. Eso es interesante. ¡Vaya!
Puedo ver a Mernich comenzar a fulminarme con la mirada detrás de sus gafas, pero rápidamente lo corta y reasume su pasivo rostro habitual. Oh, es buena. Pero no mejor que yo. No mejor que Jack. Me detengo, mis piernas balanceándose hasta parar debajo de la silla. ¿Jack? ¿De dónde vino eso? ¿Cómo sabría que Jack es bueno? No he estado alrededor de él durante más de treinta segundos, la primera vez cuando me desperté y me gritó. —¿Qué pasa con Jack, Isis? —Uh, no lo sé. Simplemente... se apareció en mi cabeza. Lo que es raro. Es decir, todo lo que aparece en mi cabeza es muy raro, como una vez cuando pensé en Shrek en ropa interior de Victoria’s Secret, pero creo que esto en realidad golpea el secreto de Shrek. Mernich se recuesta hacia atrás. —¿Qué recuerdas antes del incidente, Isis? —Estaba aplicando a unas universidades. Aburrido. —¿Y antes de eso? —Yo... Estaba en la escuela. Y le… grité. A alguien. No recuerdo a quién. Kayla, tal vez. Tal vez Wren. Sí, creo que a Wren. —¿Gritaste sobre? Mi palma de repente pica, y recuerdo la súbita sensación de abofetear a alguien. —Le di una bofetada a alguien. Le grité y le di una bofetada. Wren debe haber hecho algo estúpido, no sé. —¿Y antes de eso? ¿Recuerdas algún gran evento? —Hubo una fiesta. Una grande. En la casa de Avery. Halloween, me vestí como Batichica. —¿Kayla fue? —Sí, era una sirena. Ella y su novio, puf. ¿Cuál es su nombre? No recuerdo su nombre, pero sé que lo despreciaba ligeramente. —Desprecio es un sentimiento muy fuerte. —Si bien estar vivo es un sentimiento muy fuerte. —Isis… lo sé.
—No me gustaba. O bien, algo en él me molestaba de la forma equivocada. No —¿Y no puedes recordar lo que pasó en la fiesta?
Mi cabeza da repentinamente un palpitar masivo, mi espina dorsal hormigueando con dolor. Aprieto los ojos cerrados y los froto. —¿Isis? ¿Recuerdas? El rostro de Leo vuelve, mirándome maliciosamente desde la puerta. El pánico llena mi garganta. No voy a ser capaz de salvar a mamá.
—¡Yo… no lo sé! ¡Cosas! —Trata de recordar detalles. ¿Tomaste algo? ¿Bailaste? ¿Quién llevaba qué disfraz? —Wren era... era un hombre verde. ¡Link! Link de Zelda. Y bebí... Coca. Creo. Con Ron. No se lo digas a mi madre. Bromeamos sobre mí bebiendo, pero realmente no sabe que bebo. Yo bailaba y hubo alguien… Va a hacerle daño. Ya ha lastimado a alguien. Hirió a Sophia. ¿Sophia? No, eso no es cierto. Leo no la conoce. ¿Entonces, quién ha herido a Sophia? Un bate de béisbol. Avery me atacó con un bate de béisbol, y alguien lo agarró. Puedo ver su amplia mano envuelta alrededor de él, quitándoselo, su voz baja diciendo algo en un tono divertido a una sorprendida y congelada Avery… El dolor rebota en mi cabeza como una pelota de tenis en llamas. —¡Joder! —Agarro mi frente y la pongo entre mis rodillas. —Respira profundo, Isis —dice Mernich suavemente—. Está bien, pero no te rindas. ¿Qué pasó? Una cama. Una suave cama, los suaves labios de alguien, alguien susurrando mi nombre… El dolor se astilla, floreciendo en mi cerebro como una demente y malvada flor. No veo nada, el mundo se vuelve negro y mis orejas repican. Eso es lo que obtienes por confiar en alguien. Fea. Tal vez te ame. Si te agarras con fuerza. Mernich dice algo pero no la oigo. Me duele. Me duele y quiero que todo se detenga. Tienes agallas. Me gusta. Ten puta diversión confiando en alguien para el resto de tu vida. No salgo con chicas feas. Fea. Fea. —¡Isis! ¡Mírame! Levanto la mirada. El rostro de Mernich está pálido. —Está bien. No tienes que esforzarte más. Lo siento. Respira. Dentro y fuera. Ahí lo tienes. Poco a poco. Siéntate derecha. Cuando me inclino hacia la silla, me doy cuenta que me tiemblan las manos. Todo mi cuerpo tiembla, como un hilo en la brisa. —¿Por qué? —murmuro—.¿ Por qué no puedo recordar lo que pasó? Saca otra vez su portapapeles y hace clic en su pluma. —Bueno, para averiguarlo, tenemos que ir al principio.
—Como, ¿el Génesis bíblico? Porque tengo tres reglas para una vida feliz, y nunca jamás viajar en el tiempo es una de ellas. Porque, ya sabes. Los dinosaurios matan cosas. Y la peste negra. Y enfrentémoslo, con mis supremas cantidades de encanto natural, podría ser quemada como una bruja. Se ríe. Will.
—No. No tan lejos. Solo quiero que me cuentes tu historia. Una real. La de Me estremezco, mi piel arrastrándose con el sonido de su nombre.
—Sacar mi propia lengua y colocarla sobre el fuego sería preferible a hablar de ese tipo. —Lo sé. Pero creo que es hora de dejar de correr. Creo que también lo sabes. La odio. La odio tanto. Es la razón por la cual no puedo irme. Estoy acumulando más y más caras facturas cuanto más me quedo aquí. Ella es la razón por la que mamá se preocupa. Pero puedo decir que realmente quiere saber de Sin nombre. Si le digo la historia, tal vez me deje ir. Nada ha funcionado hasta ahora. Vale la pena intentarlo, incluso aunque ese intento perfore mis entrañas y las deje sangrando en el suelo. —¿Desde el principio? —pregunto suavemente. —Desde el principio. —Asiente. Inhalo, y lo dejo salir con un largo suspiro. En algún lugar afuera, un pájaro pía. Más que nada quiero su libertad. —Cuando estaba en quinto grado, desarrollé un enamoramiento con un niño. Este fue mi primer error. No era un chico muy atractivo, era algo tranquilo e impecable a veces, pero tenía bonito cabello oscuro y sedoso. Las maestras le felicitaban por ello. Le escribí una carta de amor que decía ―Me gusta tu cabello‖, se limpió la nariz con ella y me lo dio de regreso en el recreo. Debería haber visto las señales de advertencia en el moco. Pero estaba impactada. ¡Él me había prestado atención! ¡Yo, la rolliza gorda con el cabello muy rizado y una constante nube de B.O. rodeándola! Él en realidad no me desairó, o empujó en el barro o me llamó ballena gorda, solo limpió su nariz con mi declaración de amor y me la devolvió. Fue la señal social más prometedora que recibí en mis cortos diez años de vida en el planeta tierra. »Así comenzó mi descenso a la locura total. »Cometí delitos pequeños para conseguir su atención. Además, cometí crímenes reales. Como montar mi bicicleta por el carril de la autopista para llegar a su casa y mirarlo fijamente a través de su ventana mientras él jugaba juegos de vídeo. Pero luego me enteré que era ilegal. ¡No puedes montar tu bici en la autopista en absoluto! Así que empecé a tomar el autobús para mirarlo a través de su ventana mientras jugaba videojuegos. »De todos modos, así que ahí estaba yo, en el mejor momento de mi vida, y por mejor quiero decir nada mejor en absoluto. Mamá y papá estaban pasando por el divorcio, que implicó un montón de gritos, dinero y culpabilidad, así que la tía
Beth ofreció su casa por unos meses así no tendría que cambiar de escuela, lo cual se convirtió en casi cinco años, pero la tía Beth era totalmente tranquila. Teníamos sándwich de queso casi todas las noches y me dejaba ver películas de clasificación R. Así que básicamente había muerto y había ido al cielo y a ninguno de mis padres medianamente le importó excepto a mamá que a veces se sentía culpable y me enviaba un montón de calcetines excepcionales. La amo, pero en realidad, ¿calcetines? »Así que mientras mis adorables donantes de gen debatían sobre quién era dueño de qué jarrón durante sesenta meses, crecí en las formas más llamativas posible. Bueno, no era exactamente llamativa en aquel entonces, era más una ratón-susurrante de chica, pero ya me entiendes. Hubo peleas. Una vez, una chica intentó atropellarme con su patinete. ¿Te acuerdas de los patinetes? Me acuerdo de los patinetes. Mi tibia recuerda los patinetes. ¡Una vez esa chica me dio una rana! ¡Porque era tan buena! ¡La encontré en mi casillero! En realidad tuve toneladas de amigos y por toneladas me refiero a todos en la biblioteca que se apretaban alrededor de mi mole para alcanzar sus libros. —Y, ¿qué hacías en la biblioteca? —Esconderme. Leer un montón de Jane Austen y llorar. Fue una experiencia formativa. Mernich asiente, indicando que continúe. Lo está haciendo. Me está haciendo sacar la artillería pesada. Suspiro. —Está bien. No más evasivas alrededor de él. Conocí a... Sin nombre... Aún puedo llamarlo así, ¿verdad? —Si es necesario. Tomo una respiración profunda. —Después de acecharlo durante la mayor parte de la secundaria, la primera vez que intercambié palabras con Sin nombre fue en una fiesta en la playa de Jenna Monroe en el séptimo grado. Las chicas estaban usando trajes de baño de colores pastel. Yo estaba vestida con dos sudaderas y pantalón de yoga y sentada con su madre. Todavía estaba pérdida en cuanto al por qué Jenna Monroe me invitó en absoluto, Jenna era solo piernas y colas de caballo marrón y plumas de brillo, el opuesto total de mi gordura y lápices. Habíamos sido amigas una vez, cuando todavía nos estábamos cagando encima y aprendiendo a decir caca, pero a juzgar por la forma en que la madre de Jenna me saludó cuando llegué, me dio la impresión de que Jenna no tuvo ninguna mano en invitarme en absoluto. »En fin, ahí estaba yo, cintura profunda en un elemento que segura como el infiero no era el mío. Las chicas soltaban risitas, salpicando agua en los senos de las otras, y había chicos alrededor. ¡Mirando a las chicas! Bueno, todas las chicas a excepción de mí y la mamá de Jenna. Will estaba allí, así que me escondí detrás de las latas de refresco en la mesa de picnic y traté de parecer que no estaba allí. Aunque es una especie contraproducente a la invisibilidad, estado de casi noventa kilos. Todo el mundo me vio. Incluso Will. Fueron como dos segundos de contacto visual, y entonces apartó la mirada. Y yo pensaba que estaba acabada. Porque, ya sabes, cuando la gente te mira y eres gordo crees que estás acabado.
Levanto la mirada y veo los ojos de Mernich ligeramente llorosos. Ella es más delgada que una estaca. Probablemente lo ha sido toda su vida. No tiene ni idea de lo que estoy hablando. Ninguna cantidad de colegio puede enseñarle eso. Me río. —¿Sabes qué? Al diablo. Solo... Solo hablaré de lo que realmente quieras saber. Es lo que todos quieren saber. No les importa los cómo o los por qué, solo cuándo y dónde y qué tan rápido pueden decir: ―Oh, lo siento‖ o intentar arreglarlo. —Eso… eso no es lo que quiero decir, Isis… —No, ¿sabes qué? Está bien. Es mejor así. ¡De esta manera no tengo que sacar mi sórdida historia entera para que la escrutes! ¡Ahorra ese tiempo! Estoy segura de que eres una mujer ocupada con un montón de gente loca para hablar y yo, francamente, una proveedora total de sentido común y no desperdiciemos tiempo. ¿Sabes qué? Sí. Estaba lloviendo el día en que sucedió. Estaba en su casa. Las ranas estaban fuera y croaban porque él vivía cerca de un pantano. Eso es Florida. Ciénagas. Idiotas y pantanos. Su mamá nos había hecho palomitas de maíz. Mis manos estaban aceitosas. Sus manos estaban aceitosas. Habíamos estado saliendo secretamente durante dos meses pero él no me dejaba decirle a nadie y cuando intentaba hablar con él en la escuela me ignoraba, se reía de mí y me decía que me fuera. Pero luego se disculpaba. Cuando estábamos solos era agradable. Mejor. Marginalmente. Tenía catorce años. Catorce años, ¿de acuerdo? Tenía catorce años y pensé que estaba enamorada y habría hecho cualquier cosa para evitar que él me dejara… Bilis se levanta en mi garganta, pero la trago y aprieto los puños en los brazos. —¿Sabes lo que es? ¿No querer perder a otro alguien? Todo el mundo se va. Mamá y papá se fueron. No quería que él se fuera. Si se iba, lo habría perdido. Era lo único normal en mi vida. Me hizo sentir... cuando me sonreía, me hacía sentir bonita. Sabes lo que es eso, ¿lo sabe? ¿Ser gorda, siendo enorme y asquerosa y sintiéndote enorme y asquerosa y luego encontrar a alguien que te hace sentir bonita? ¿Sabes lo que harías para mantener a esa persona? Harías cualquier cosa. Cualquier cosa en este mundo sin quitarte la vida. Los ojos de Mernich ahora son más suaves. Pero ya no confío. Esto es lo que ella quería. Lo está consiguiendo. Su pluma está escarbando locamente en el papel cuando abre la boca para hablar. —Lo siento, Isis. No quise parecer insensible. Pero esto es bueno. Decir estas cosas en voz alta, incluso si me odias por traerlas... es bueno. Está ayudando. —Estoy segura. Lo que sea. Estoy temblando. Mi cuerpo tiembla con una rabia que no puedo expresar. Pero no toda la ira es por la curiosidad de Mernich. No estoy muy enojada con ella. La ira se dirige también a otras personas. Sin nombre. Yo misma. Mamá y papá. Mernich se recuesta en su silla. —Vamos a parar aquí. Se levanta y busca alrededor de su escritorio, sacando un papelito amarillo familiar.
—¿Qué haces? —exijo. —Escribiendo un pase de alta. —¿No vas a interrogarme más? ¿No vas a invitarme a sacarlo y decirlo? Fuiste quien dijo que debía enfrentarme a ello, a no correr. —Esto no es correr —dice con calma, arranca el papel y me lo entrega—. He estado haciendo esto hace quince años, Isis. Algunas personas necesitan ―un desconocido‖ que los escuche. No obstante, algunas personas están más heridas cuando un total desconocido los escucha. Como médico y contigo como mi paciente, no puedo atribuirme el que sigas hablando conmigo sobre este asunto con una buena conciencia. No soy quien debería escucharlo. Otra persona, tu madre, tu padre, tal vez Kayla, o Sophia, o tal vez alguien que no conoces aún, uno de ellos te hará sentir suficientemente segura como para decirlo. A uno de ellos decidirás contarle. Es tu decisión. Me paro y recojo el papel con cautela, como si fuera una trampa. Pero Mernich solo sonríe. —¿Quieres tu diagnóstico? —Estoy loca. —En absoluto. ¿Sabes que es la disociación? —Algo que tienen los locos. La sonrisa de Mernich se vuelve paciente. —Es lo que ocurre cuando una persona pasa por una experiencia traumática. Es un... piensa en ello como un mecanismo de defensa para el cerebro. Cuando alguien lanza una bola de nieve, y te va a pegar en el ojo. Tus párpados reaccionan más rápido que la bola de nieve y vuelan para proteger la córnea. Disociación es como un párpado para el cerebro. Un evento traumático puede causar que el cerebro desasocie el evento. A veces esto se manifiesta como un simple caso de shock que desaparece rápidamente. Otras veces, vemos las reacciones intensas, tales como retractarse, estrés postraumático y en tu caso —levanta la mirada, y me dan miedo las próximas palabras que caen de su boca—… amnesia. —¿Qué? —Frunzo el ceño—. Yo no… —Tienes períodos dolorosos desvanecidos cuando intentas recordar a cierta persona en tu vida. Tu cerebro ha identificado esta persona como la fuente de estimulación y tal vez el dolor. Tienes lo que se llama amnesia lacunar, es una cosa muy centralizada y rara. —¿Así que he perdido mi cerebro? ¿Parte de mis recuerdos? ¿He olvidado cosas? —Realmente no lo has olvidado, el cerebro nunca olvida. Creo que en tu caso, los recuerdos siguen ahí, pero están enterrados bajo capas. Puede tomar meses para recuperarlos. Pero puedes también nunca recuperarlos en absoluto. —¿Quién... es la persona? ¿La que he olvidado?
—Piensa de nuevo. ¿Qué te han dicho tus amigos? ¿Han estado actuando extrañamente contigo, con respecto a cierta persona? Se filtra lentamente, las semanas con las raras miradas de Kayla, los preocupados suspiros de Wren, y Sophia, sacudiendo su cabeza y diciendo que es triste. Y entonces la fracturada expresión de Jack cuando desperté y dije que no lo conocía. Miro, con los ojos abiertos, el rostro pasivo de Mernich. —Jack. Ese tipo es Jack. Todo lo que dicen de él, no tiene sentido. Pero, ¿por qué tengo esta cosa de la amnesia lacunar? Quiero decir, mi cabeza estaba mal, pero... —Sufriste un traumatismo importante. Creo que la amnesia lacunar es una combinación de eso y tu propia disociación del evento traumático de luchar contra el agresor de tu madre. —Jack, ¿cómo lo conozco? —Creo que sería mejor que le preguntaras a Sophia. Pero vas a dejar el hospital con ese pase de alta enseguida, ¿no? Estabas muy ansiosa por irte. Miro la nota amarilla arrugada en mi mano y cierro mi puño alrededor de ella. —Puede esperar. Mernich me sonríe. —Sí. Sí puede.
3 Años 25 Semanas 5 Días Mi mente está en blanco de la confusión. Conocí a Jack. Conozco a Jack. El modelo de ropa interior con la boca grosera me conoce. Antes de este descubrimiento extremadamente irritante, solo había sido un chico al que le estaba agradecida. ¡Pero ahora es un tipo que conozco! ¡Conozco chicos! ¡Chicos que no son inofensivos como Wren! ¿Por qué nadie me lo dijo? ¡No es que los odiaría por decirme la verdad! De hecho, como que realmente animo a todo el mundo en este planeta. ¡Fomenta la comunicación clara y asegura que cosas como estas no lleven a la mierda! Encuentro a Sophia en el salón comedor, leyendo una novela romántica. El seno palpitante en la portada me distrae por dos segundos antes de darme cuenta de que tengo mejores tetas que eso y golpeo las manos sobre la mesa. —¡Sophie! ¡Soapy! ¡Soapbutt! Levanta el rostro con calma y pone un marcador entre las páginas. —¿Sí, señora? —No quiero ser grosera o demasiado polémica pero, ¿por qué jodido infierno no me dijiste que tenía amnesia? Jadea. —¿Tienes amnesia? —Soapy. —Lloro. Se pone de pie, poniendo su libro bajo el brazo y ofreciendo el otro para mí. —Oh, detente. Estoy bromeando. Venga. Vamos a dar un paseo. Me debato entre gritar y ver qué tan efectivo sería y decido no hacerlo, luego enlazo mi brazo en el suyo. Me lleva por los pasillos, demasiado estériles. Caminamos alrededor de los internos y camillas. Una anciana saluda desde su silla de ruedas, y Sophia saluda de regreso. —Hola, señora Anderson. ¿Cómo se siente? —Estoy bien, querida. ¿Qué hay de ti? He oído que tienes una cirugía próximamente. El Dr. Fenwall está muy emocionado por ello.
—Oh, lo conoces. —Sophia sonríe amplio—. Él se emociona por todo. Hasta ahora no tengo elevadas mis esperanzas. —¡No hables así, cariño! Estoy segura de que será un éxito y que estarás fuera de aquí en citas con ese apuesto hombre joven tuyo en cualquier momento. Sophia se ríe, pero una vez que hemos dado vuelta en la esquina su sonrisa se desvanece rápidamente, como una flor atrapada en una primera helada. —Ella parece, eh, agradable —trato—. Además, muriendo. Pero agradable. —Todos nos estamos muriendo, Isis —dice Sophia—. Algunos de nosotros solo un poco más rápido que los demás. Al sentirme castigada, trato de mirar a su alrededor en lugar de a ella. —En verdad necesitan redecorar —digo—. Tal vez pinte corazones en las paredes. Y cachorros. Solo voy a esparcir cachorros en todas partes. Bonanza Cachorro. Cachanza. No dice nada, me lleva a una escalera. Tal vez eso es todo. Tal vez realmente va a matarme, aquí y ahora mismo. Tal vez odia los cachorros. ¡Tal vez odia los corazones pintados en las paredes! Tal vez mi gran boca por fin me ha metido en problemas de los cuales no puedo salir, excepto que podía totalmente salir de este hueco de la escalera saltando por encima de la barandilla y hacia abajo…. —Isis, estás siendo tonta. No voy a matarte. Levanto la mirada. Sophia abre una puerta en la parte superior de la escalera, la luz del sol entraba por ahí. Me guía con su mano. Entro a la azotea; fresca, el fresco aire de invierno acariciando mi rostro. Desde aquí, se puede ver la mayoría de Northplains enclavado en el valle de rocas debajo. Pájaros alrededor de las copas de los árboles, una bandada enorme de ellos sentado en el techo viendo nada. Se ven tan tranquilos. Tan pequeños. Muy tranquilo. —¡AHHHH! —grito, cargando contra ellos. Se dispersan con cantos de enojo, el ruido ensordecedor una fracción de segundo—. ¡Eso es lo que les pasa por ser tan malditamente lindos! —grito. Sophia camina a mi lado, el viento jugando con su hermoso cabello plateado. —Aquí es donde vengo cuando estoy triste o me siento sola. —¡Es muy bueno! —grito demasiado cerca de su oído—. Es muy bueno — susurro. —Me alegro de que te guste. Nunca le he mostrado esto a nadie. Bueno, excepto a Jack. Se lo he mostrado. Y Naomi sabe que vengo aquí. —Porque es entrometida como pelotas. —Porque es entrometida como pelotas —concuerda Sophia. —Ruidosa como pelotas —trato. —Las pelotas realmente no hacen ruido, pero si se tira… —¡Ah, la la la la! —grito, tapándome los oídos. Sophia se ríe, y se posa sobre el borde del techo. Con cautela, bajo mis manos y me acerco a ella. Miro por encima del borde, es un largo camino hacia abajo. Como, una extremada manera de morir.
Pero Sophia no parece preocupada en absoluto. Golpea suavemente sus zapatos contra el edificio. Como no quería que se sintiera excluida, me siento a su lado, y con cautela libero mis pies. Ella tararea. El sol se está metiendo, todavía brillante y lleno pero caído con cansancio. El mundo está en paz. O bien, nos está ignorando. No sabe que existimos. Las personas enfermas y las recuperadas viven en mundos separados. El mundo ordinario se centra en la vida, y la nuestra se centra en no morir. Y sentada aquí, ¿a centímetros de distancia de la muerte? Ese es otro tercer mundo por completo. Es el borde, lo intermedio. Todo es frágil, y podría cambiar a la más mínima brisa, una sola pulsación suave. —¿Qué estás pensando? —pregunta Sophia. —Pensamientos profundos e intensos. Tan profundos. Al menos dos canciones indie por valor de profundidad. ella.
Se ríe, y tararea más fuerte. Un pájaro empieza a piar con ella, o tal vez a —¿Qué es eso en tu brazo? —pregunta. Bajo mi manga al instante. —Nada. —Si no fuera nada no llevarías mangas largas todo el tiempo. —No es nada, de verdad. —¿Has intentado suicidarte? Hay un latido. Los pájaros detienen su chirrido. —No —digo finalmente—. Estoy loca. No estúpida.
El silencio vuelve con venganza. El peso de cada mundo siempre está en este techo, dirigiéndose hacia las dos chicas sentadas en el borde de la misma. —¿Alguna vez has tenido relaciones sexuales? —pregunta. Empiezo abruptamente a tambalearme sin razón. Agarra mi brazo y jadeo en busca de aire. —De verdad estás tratando de matarme. —Es solo una pregunta. —¡Pero esto no responde a mi pregunta diaria acerca de mi amnesia y Jack! —Tuve relaciones sexuales. —Sophia recoge su vestido—. Con Jack. —¡Eso es genial! —Siento un nudo en la garganta, en la boca de mi estómago algo profundo burbujea. Perpleja por las reacciones corporales repentinas a sus palabras, hago lo más inteligente para quitarle la importancia por completo—. Quiero decir, bien por ti, ¡de verdad! Quiero decir, ¡bueno! ¡Espero que haya sido bueno! ¡Ustedes dos son buenos! ¡Juntos! —Los celos no te van —dice riendo. —¿Celosa? ¿Uh, te perdiste la parte en la que Jack es un agujero negro gigante en mi cerebro en lugar de una persona real?
Me golpea con la fuerza de una docena de Godzillas bailando breakdance sobre las ruinas de Tokio. —Yo he… yo eh… —¡No! ¡Oh, no! Lo siento, no fue mi intención que terminara así. No creo. Mmm. No sé lo que pasó entre ustedes dos con certeza, pero lo último que oí, fue que Jack y tú estaban involucrados en una brutal batalla egoísta. No el sexo. —Suena radical. —Él dijo que le declaraste la guerra. De vez en cuando, ―cruzada‖. —Él debe haber hecho algo de mierda si lo hice usar la terminología medieval. —No dudo que ustedes dos tengan algunos malentendidos. —Asiente—. Él puede ser frío. Incluso cruel. Pero realmente está tratando de no ser así. Simplemente hace caso omiso de los sentimientos de la gente a favor de la lógica y la racionalidad. —Puf. —Saco la lengua—. Una de esas personas. —Te chantajeó. —Esa es una característica estándar en una guerra. —Plantaste hierba en su casillero y fue suspendido. —Muy bien. —Te besó. Siento que la sangre se drena de mi rostro y baja a mis pies. —Uh, sí, no... —Uh, sí, sí —corrige—. Avery me dijo. Por cierto, olvidé darle las gracias. Incluso si Jack no me visita tanto desde que estás tú, Wren y Avery lo hacen. Y es tan bueno verlos de nuevo. Han pasado años. Se sienten muy culpables, ya sabes. —Espera, espera, ¡detén tu culo en llamas un segundo! —Me bajo del borde—. ¿Me estás diciendo que tu novio me besó? —No sé, ¿o sí? —Inclina la cabeza hacia un lado—. Confío en la palabra de Avery, incluso si ella es imperdonable, pero confío más en su memoria. Tú deberías tratar de recuperarla. Entonces seríamos dos que sabemos la verdad. —Si él me besó, tú deberías... ¡deberías romper con él! ¡Es una basura! Y ni siquiera volverme a hablar. Soy más que basura. Sophia se ríe, y se baja del borde, poniendo una mano en mi hombro. —Está bien. ¿Cómo puedes saber que él me tenía? Eres nueva, y él no habla mucho de mí. Mi cráneo palpita de repente, el dolor a lo largo de la frente. Jadeo y masajeo mis sienes y un amasijo de recuerdos vienen de golpe. El rostro de Jack, se vuelve suave cuando habla de Sophia. Una caja de puros. Una carta con su firma. Su enojo conmigo por husmear tratando de llegar a conocer a Sophia, tan palpable y frío que me sentí congelada hasta mis pulmones. Algo que sucedió en la escuela. Un bate de
béisbol. Un beso. Alguien me desnuda (¿Jack?), y la comprensión que él tenía a Sophia, sonando en mi cabeza todo el tiempo. —¿Estás bien, Isis? —pregunta Sophia suavemente. Agarro su mano y tomo la suya delgada y frágil entre una de las mías. —Él hablaba de ti —digo—. Ahora lo recuerdo. Jesús, él no hablaba mucho de ti, pero cuando lo hizo... era tan sobreprotector. Espinoso. Quería asegurarse de que nadie te haga daño. Él quería, quería mantenerte a salvo. Una vez, traté de leer una carta tuya, quiero decir, entré a su casa para hacerlo, pero era con buenas intenciones, lo prometo. Él las guarda en una caja de puros de su papá en la cómoda. Todas están ordenadas y se puede decir que se preocupa por esas cartas más que su vida. Y me encontró leyendo una, y estaba tan enojado, pensé que me iba a dar con un hacha, literalmente. Me hizo una pregunta. Y esa pregunta fue ―¿quieres morir rápida o lentamente?‖ El rostro de Sophia se pone rojo, y baja la mirada al suelo. —Él te ama, Sophia —digo lentamente—. No vuelvas a dudar de eso. Quiero decir, no puedo recordar la mayor parte de él, pero hay una pequeña porción de lo que recuerdo ahora, y mi instinto me dice que te ama, y sin duda alguna. Mi instinto no se equivoca. Excepto cuando tiene diarrea. Entonces es muy, muy malo. Sophia levanta la mirada, de sus profundos ojos azules brota la más suave de las lágrimas. Ella ahoga la risa. —Lo siento. No era mi intención acusarte, o a cualquier persona. Es que... a veces he estado con él durante tanto tiempo, se siente como que no puedo decir nada más. Y desde que te han transferido a su escuela, sus cartas… Ella ve mi rostro otra vez, como si estuviera buscando algo en mi expresión. Entonces niega. —Lo siento. No importa. Gracias. Antes de que pueda decir nada más estúpido, se dirige a la puerta y baja las escaleras de dos a la vez, dejándome al viento y los pájaros. Bajo la mirada a mis manos. Los recuerdos eran tan vívidos. El olor del sofrito que hizo Jack. El rostro de su madre, la pintura de su madre. Su perro, Darth Vader. La habitación de Jack, el olor de sueño y el niño y la miel y la menta, un olor tan familiar que me consuela. ¿Consuela? Hago una mueca y arrojo esos pensamientos a la cesta de basura del cerebro. El tipo es claramente un imbécil. ¡Me besó cuando tenía una novia! ¡A mí! ¡Ni siquiera soy una besadora-digna! No en comparación con alguien como Sophia. Tenía a Sophia y él me dio un beso, por lo que claramente debe ser un idiota ciego, así como un imbécil. Tomo las escaleras de dos en dos. No veo a Sophia en cualquier lugar en el vestíbulo, así que voy a mi habitación, pensando en la semimierda que acababa de recordar. El recuerdo de aquel olor de Jack me golpea de nuevo cuando miro a una esquina sin ninguna razón. Sacudo la cabeza con furia. Nooo. Lo que tuve con él se
acabó. Tan pronto como me entere de los detalles, el pasado se va en una caja fuerte y nunca saldrá de nuevo. Sophia es demasiado agradable. Y es mi amiga. Más o menos. Y Jack es lo único que le queda. —Además, ni siquiera le gusto. Ni siquiera lo conozco. ¿Cómo te puede gustar un carbón que fabrica piojos? —¿Quién es un carbón? Levanto la mirada para ver a Wren de pie junto a mi cama, con una pila de papeles. Sus ojos verdes brillan detrás de sus gafas de concha, su cabello incluso flota. En el segundo en que lo veo abro mis brazos y corro hacia él, pero cuando veo que los papeles son hojas de trabajo de matemáticas, regreso a la pared. —¿Qué es eso? —susurro acusadoramente. Él parpadea. —¿Tu trabajo de recuperación de Álgebra II? Siseo y arqueo la espalda. Wren suspira y pone los papeles en mi mesita de noche junto a un jarrón de girasoles marchitos que mi mamá me consiguió. —Tienes que hacerlos en algún momento si quieres graduarte con el resto de nosotros. —Sí, así, en caso de que no hayas estado prestando atención, no soy común para seguir las tradiciones convencionales de las masas. Además, hay aproximadamente cuatrocientas personas en nuestra clase que se gradúan y me gustan tal vez tres. Tú eres uno. Kayla es el otro. Wren me mira expectante. —Y el Chico-Cuchillo. Exhala. —Todavía no estás completamente recuperada, ya veo. —¡En realidad! Lo estoy. ¡Así que ahora puedo preguntarte! —Agarro su cuello—. ¿Por qué no me dijiste de Jack? Sorpresa paraliza su rostro por un segundo. —¡Parecías algo traumatizada, Isis! ¿Cómo podría decirte cuando estabas en la cama con ese enorme vendaje manchado de sangre alrededor de tu cabeza? ¡Estaba feliz de que estuvieras viva! ¡Todos lo estábamos! —Sí, agradezco estar viva y bien y todo, excepto que olvidaste esa parte que amo-mi-cerebro-y-me-gustaria-saber-qué-pasa-con-él-todo-el-tiempo. —Mira, lo siento, ¿de acuerdo? Retrocedo. Wren se quitó las gafas y se frotó los ojos. —Es mi culpa. Estoy... cuidando a las chicas en estados frágiles. No sé cómo ayudarles. Nunca he sabido cómo ayudarles. Todo lo que hago es herirlas. Y con Sophia aquí en este hospital también, tengo que andar con pies de plomo. Lo siento. Me enredé en mi cabeza, y me olvidé de ti.
Siento la ira drenándose de mi cuerpo cuando Wren sonríe tímidamente. —Realmente has... no te he dicho lo mucho que me has ayudado. Pero lo has hecho. Realmente lo has hecho. Antes de que vinieras, me quedé con amigos superficiales. No me sentía cómodo conociendo las personas por lo que realmente eran. Estaba muy bien con que solo me gustaran superficialmente. Pero entonces, lo siento. No quiero hacerte daño. Así que no te lo dije. Debí. Lo siento. oreja
Hay un tranquilo silencio. Por último, para aligerar le doy un puñetazo. En la
—Ven aquí, ¡pedazo de mierda! —Pongo su cabeza bajo el brazo y le pego— ¿Crees que eres tan genial, preocupándote por los demás como un tonto culo? Te voy a mostrar… —Ejem. Levanto la mirada. Sophia se para allí. Wren se pone blanco hasta sus raíces y se retira de mi llave de cabeza todo en una fracción de segundo. —S-Sophia. —balbucea. —Wren. —Ella sonríe—. Es bueno verte. Tallie te echa de menos. Yo también, pero Tallie te extraña más. El rostro blanco de Wren se pone verdoso mientras lucha por hablar. —He estado... ocupado. —¿Demasiado ocupado para Tallie y para mí? —Sophia ladea la cabeza—. ¿Ocupado por tres años enteros? Jack y Avery la visitan, pero tú no, nunca más. La tensión aquí es jodidamente sofocante y sin poner atención sobre mí, por lo que, obviamente, tengo que rectificar esta situación haciendo preguntas molestas. —¿Quién es Tallie? Wren no me mira, o a Sophia, con los ojos clavados en el suelo en su lugar. Sophia solo sigue sonriendo. —Un…, buen amigo nuestro. No te preocupes. Lamento haber irrumpido. Volveré más tarde. Cuando se ha ido, Wren deja salir el aliento que había estado conteniendo. —¿Creí que ustedes dos hablaban mientras yo estaba aquí? —pregunto—. ¿Por qué estás sorprendido? —Si a eso le puedes llamar ―hablar‖ —susurra Wren—. Ella solo me mira fijamente desde el otro lado de la habitación o el pasillo, y sonríe. En realidad no hablamos. Esta fue la primera vez en años... —¿Tallie es alguien importante? Wren aprieta sus labios cerrados, y sé que no seré capaz de sacar información de él. —Ah, mira, no importa. Es genial. Tienes algunos secretos, yo tengo algunos secretos. Nuestros secretos deberían casarse y tener hijos.
Wren se ve sorprendido. —Platónicamente —agrego—. Enteramente platónico haciendo bebés. —¿Eso es... una cosa? —¡Todo es técnicamente una cosa! Me doy vuelta y salto en mi cama, alisando las sábanas para fingir un mínimo de decencia como una dama adecuada lo haría. Wren parece que está teniendo una batalla interna consigo mismo, su boca está cerrada y sus hombros están temblando. —¿Oye? ¿Estás bien? —Te lo dije antes. Tengo la cámara —precipita. —¿Cámara? —Avery me dio la cámara aquella noche en la escuela media. Quería todo el asunto en la cinta. La cosa. Lo recuerdo vagamente, pero en el segundo que lo dice en sus propias palabras se vuelven de inundaciones de nuevo. Jack, con un bate de béisbol. La secundaria. Avery, Wren, y Sophia estaban allí. ¿Dos? ¿Tres hombres? Avery dijo que contrató a esos hombres para vengarse de Sophia, porque estaba celosa. —Ella me intimidó. No. En ese entonces me dejé intimidar. —Wren escupe la sentencia—. Nos escondimos en los arbustos. Fue por el lago, Lago Galonagah. La reserva natural. Los padres de Avery tenían una cabaña allí. Ella nos invitó a todos, y luego atrajo a Jack y Sophia a los bosques, donde los hombres estaban esperando. Mi corazón late en mis oídos. Wren cierra el puño. —Lo tengo todo en la cinta, Isis. Fue horrible. Debí detenerla. Debí detenerla y salvar a Sophia. Pero no lo hice. Era un cobarde. Estaba congelado. Todo lo que podía hacer era mirar a esa pantalla, y mientras miraba, podía fingir que no estaba sucediendo, que era una película en lugar de la vida real… él.
Da un grito estremecedor. Salto de la cama y pongo mis brazos alrededor de —Oye, oye, shhhh. Está bien.
—No lo está. —Wren se ahoga—. No está bien. Jack la salvó. Yo no podía hacer nada, pero él la salvó. Hago círculos en su espalda. —¿Qué pasó con los hombres? ¿Qué pasó con ellos? Wren levanta la mirada, con los ojos rojos en los bordes. El miedo se apodera de ellos de nuevo. La realidad se filtra. Lo puedo ver en la forma en que su expresión se congela. Se reorganiza, su rostro, su cuerpo, por lo que él está parado recto. —Lo siento —dice, con la voz más firme—. Ha sido un día difícil. Tengo que llegar a casa. Trata de hacer algo de ese trabajo de matemáticas, ¿de acuerdo? Escríbeme si tienes preguntas.
—Wren, yo… —No lo hagas, Isis. Todavía estoy... te estás recuperando. Y me estoy recuperando. Solo, solo no lo hagas. No en este momento. Doy un paso hacia atrás. —Está bien. Ve a casa antes de que sea oscuro, ¿de acuerdo? Y no olvides comer algo. Sonríe. —No lo haré. Lo veo salir del estacionamiento del hospital desde mi ventana. Después de una media hora, le escribo; COME ALGO, GRAN ESTÚPIDO. Responde con una imagen de un sándwich de queso a la parrilla. No es suficiente, pero qué se va a hacer por ahora. Mamá viene a visitarme después de la cena. Estoy comiendo cecina de culo de pollo de Frankenstein, así que cuando ella sostiene una bolsa de comida rápida, corro a sus brazos imaginando rosas a nuestro alrededor. —Te amo —digo—. En verdad, mi amor por ti nunca ha sido más grande que este momento. Excepto ese momento en que me empujaste hacia el mundo gritando y cubierta de mugre. Se ríe. Su gabardina sigue estando fría del aire exterior, y sus manos están frías. Las froto con las mías para que se calienten. Se sienta a mi lado de la cama, y me ve tranquilamente comer papas fritas y hamburguesa, disfrutando el silencio entre nosotras. No hablando de las cosas duras hasta que hayamos tenido una buena risa o dos. Alguna normalidad tiene que ser puesta entre la oscuridad y nosotros. Así es como se obtiene suficiente fuerza para enfrentarlo. Sacudo con la mano la hoja amarilla que Mernich me dio. Los ojos de mamá se ponen como platos, y se toca la comisura de la boca con una servilleta. —¿Cómo lo conseguiste? —Chantajeé a unos congresistas. Sobornando a algunos señores de la droga. Lo de siempre. —¡Isis! —Me lo dio Mernich, ¿de qué otra? —Me río—. Hay que firmarlo, y entregarlo en recepción. Y al igual que, supongo que van a hacer un último estudio de mi cabeza o lo que sea, y quitar las vendas. —No te dejaría salir a menos que ellos lo hicieran —dice mamá con severidad—. Se lo daré a ellos cuando me vaya esta noche. Me sorprende, Mernich dijo que no estarías lista hasta la otra semanal. —Me las arreglé para conquistarla con mi encanto y mis palacios llenos de dinero y chicos. En su mayoría niños. Mamá apenas me escucha, su enfoque está en la hoja. Levanta la mirada y sonríe. —¿Estás lista para ir a casa?
Puedo casi ver el alivio en su rostro. Las facturas siempre se mantienen en su bolso cuando ella viene a visitar. Había tomado un vistazo a algunas cuando fue al baño, la cantidad de dinero es ridícula. Sin embargo, ahora ya no tendrá que preocuparse de eso. ¡Alabado sea el hombre-J! —¿Estás bromeando? ¡Estoy lista para entrar a la casa! Estoy lista para manchar mi existencia sobre todo el techo de la casa. Estoy lista para fusionarme corporalmente en las paredes de la casa. Estoy lista para injertar las ventanas de la casa sobre la piel de mi trasero. Mamá ignora con mucho tacto mis teatralidades. Pero sé por la mirada de sus ojos que está nerviosa. —¿Ocurre algo? —pregunto. —El juicio. —Traga—. El juicio de Leo es este viernes. —Me lo dijiste. —Asiento—. Voy a estar allí contigo, ¿de acuerdo? Si tan solo pudiera testificar, si tu abogado me dejara testificar… —Te acuerdas de lo que dijo. —Mamá sacude la cabeza—. Incluso si lo hicieras, la defensa argumentaría tu lesión en la cabeza y lo descartaría como inadmisible. Resoplo y como un pepinillo. —¿Qué pasa con Jack? Mamá mira sorprendida. —¿Jack? ¿Qué pasa con él? —¿Va a testificar? —Sí, por supuesto. Nunca lo has mencionado antes. ¿Por qué ahora? —Me acuerdo de él. Mi sesión con Mernich me hizo acordarme de él. —¿Oh, eso es fantástico! —Mamá sonríe. —¿Por qué no me dijiste que lo había olvidado? —Cariño, había tenido la intención, pero Mernich me aconsejó no hacerlo. Quería que lo recordaras por tu cuenta. Dijo que sería más saludable. —No es saludable, ¡es solo más raro y confuso! —Quería decirte —dice mamá—. Créeme. Pero estaba tan asustada por ti. Hice todo lo que los médicos me dijeron para que nada saliera mal. No quería correr el riesgo de que se arruinara tu proceso de curación. —Cuando no digo nada, mamá suspira—. Él es un buen chico, sabes… —No sé lo que es, mamá. Porque no lo recuerdo. Mi voz es más aguda de lo que quería. Mamá se estremece. Como una patata frita y exhalo. —Lo siento. Hoy ha sido muy raro. Se levanta y besa mi cabeza.
—Lo sé, cariño. Trata de descansar un poco. Para mañana estarás fuera, y en casa, donde puedo cuidar de ti. Mamá se va, y Naomi entra para comprobar mi última noche unas pocas horas más tarde. Recojo la última rechoncha papa francesa y dejo que las caricaturas en la televisión me arrullen. —Escuché que te vas —dice Naomi. —Sí. Levanta una ceja. —¿No hay volteretas? ¿Sin gritos? —Cruza la habitación y se sienta en frente— . ¿Te sientes bien? Me recuesto. —Todo el mundo me mintió. —¿Sí? ¿Por qué harían eso? —También lo has hecho. —¡Ciertamente no lo hice! —Naomi se ve ofendida. —Podrías haberme dicho que tenía amnesia. —¡No tenía ni idea! Estoy a cargo de tu salud básica. Esas cosas de la cabeza son del Dr. Fenwall y la Dra. Mernich. —Oh. —Frunzo el ceño—. Lo siento. Naomi se sienta en la cama y arruga la basura de mi hamburguesa en su palma. —¿Por qué crees que te mintieron? —pregunta en voz baja. —Debido a que quieren verme retorciéndome. —Tonterías. Querían protegerte. Querían ver que estuvieras mejor. —Incluso Sophia lo sabía. —No me sorprendería, esa chica lo sabe todo. A veces es como si pudiera ver a través de la gente. —Naomi tiembla un poco, pero la habitación no está fría—. Ahora, prométeme no colarte en la sala de los niños esta noche, ¿de acuerdo? —Pero... tengo que despedirme de ellos. —Te llevaré en la mañana para que te despidas de ellos. Prométemelo. —Lo prometo. —Se específica. Me enfado. —Te prometo que no voy a escalar la pared y tirarme a lo largo de una repisa de la ventana precaria para ver a los niños. —Eso es lo que me gusta escuchar.
Reajusta mi IV, y golpea el monitor. Después de una rápida verificación de mi carta, cierra las persianas y apaga la luz. —Buenas noches, Isis. —Buenas noches. La cama de hospital es lo suficientemente cómoda, pero un exceso de comodidad molesta después de un tiempo. Te hace sentir inútil y como bulto. Pero me voy. Mañana es el último día que estoy aquí. El mundo real está ahí fuera esperando por mí. Mis recuerdos reales están por ahí, esperándome.
El porche de Isis está tan deteriorado como siempre. La campanilla de viento tintinea patéticamente en el aire de la noche. Las luces están encendidas; cuadrados calientes de luz dorada suprimiendo la oscuridad. Saco mis llaves del encendido y agarro la lasaña aún caliente del asiento trasero. La Sra. Blake decoró la puerta principal con una corona de Navidad y una cadena de luces blancas. Aliso mi cabello y llamo dos veces. El vidrio moteado a cada lado de la puerta había sido reparado desde que ese bastardo lo rompió, pero verlo todavía hace que mi garganta gire desagradablemente. La Sra. Blake responde, en un suéter y pantalón de yoga. Pero se ve feliz y más lúcida que en mis visitas anteriores. —¡Jack! —Abre la puerta—. Entra, ¡rápido! Te debes estar congelando. Entro en el calor de la sala, ella toma mi abrigo y protesta sobre la lasaña. —¿La hiciste tú mismo? Huele deliciosa. ¡Debe haberte llevado mucho tiempo! —No es muy difícil. Solo un poco de carne y salsa. —Tonterías. No puedo hacer una buena lasaña para salvar mi vida. Muchas gracias. —Cómala mientras está todavía caliente. Se ríe. —Lo haré. Vamos a sentarnos en la cocina. ¿Quieres un pedazo? Ignoro el retortijón en mi estómago. —Ya comí. —Bueno, ten un poco de jugo por lo menos. ¿O quieres soda? ¡Podría hacerte algunos rompopes2 calientes! —Agua está bien. Ella hace un ruido de chasquido de lengua que suena tan familiar. Isis hace lo mismo, en el mismo tono, cuando se decepciona con algo. Llena un vaso y me lo desliza, y se sirve para sí misma una porción de lasaña. Nos sentamos en la mesa y la veo comer, sus muñecas son más delgadas de la última vez que recuerdo. El rompope o licor de huevo: es una bebida preparada con yemas de huevo, vainilla, canela, almendra molida, leche, azúcar y licor. 2
—¿Ha estado comiendo? —pregunto en voz baja. La Sra. Blake se encoge de hombros. —Oh, ya sabes. Las cosas en el museo están tan agitadas últimamente, que no cocino tanto como debería. —Lo olvidas. Sonríe tímidamente. —Sí. Isis es tan buena en eso, siempre me prepara almuerzos, y los pone en el auto, así no los olvido en la mañana. Sus ojos se iluminan cuando toma otro bocado. —En realidad eres un cocinero maravilloso, Jack. Esto es increíble. Gracias. —Es lo menos que podía hacer. —No, no. No tienes que hacer esto en absoluto. Las visitas, la comida, todo ello. Estoy... estoy muy agradecida. Nos has ayudado mucho. Aprieto mi puño debajo de la mesa. —No he ayudado en absoluto. —Sin ti… —La señora Blake inhala, como si lo que está a punto de decir requiriera más aire, más fuerza de la vida—. Sin ti, Leo habría… —No hice nada. No pude salvar a Isis a tiempo —solté—. Se lastimó porque no fui lo suficientemente rápido. —Fallé. Las dos últimas palabras resuenan en la casi vacía, sombría cocina—. Fallé —digo, más fuerte esta vez—. Y ella me olvidó debido a mi fracaso. —No lo hizo Jack, no. Eso no es verdad en absoluto. Sí. Lo es. Es mi castigo. Y lo tomo. Se veía venir, después de todo. Me levanto y voy al salón, tirando de mi abrigo. La Sra. Blake me sigue con nerviosismo. —No quise decir... lo siento. No tienes que irte —dice. —Tengo que trabajar. Ella no sabe en qué trabajo. Solo sabe que tengo que irme. Y sabe que es una excusa tanto como yo lo sé. —Está bien entonces. Maneja con cuidado. Antes de que consiga sacar un pie fuera de la puerta, la señora Blake agarra la manga de mi chaqueta. Vuelvo la cabeza sobre mi hombro, y murmura en voz baja, la simpatía brillando de sus ojos con calor casi incómodo: —Siempre eres bienvenido en esta casa, Jack. Estoy en silencio. La Sra. Blake llega y me abraza. Sofoco el impulso de apartarla. Sus brazos son suaves. Por un momento, se siente como mi propia madre. Soy el primero en alejarse. Siempre lo soy. —Debería irme —digo. Ella asiente.
—¿Vas a estar allí? ¿En el juicio? —Lo intentaré. No sé si me dejarán entrar en el juzgado. Le preguntaré el abogado de mi madre. La Sra. Blake me observa irme de su puerta. No hay miedo en sus ojos, ya no. No como el miedo que vi ese día. No trató de detenerme, o al bate. Dejó que sucediera. Tal vez se siente culpable por dejarme golpear a Leo hasta casi matarlo. Es inútil decirle que no podría haberme parado de todos modos. La cosa en mí —la cosa que deseó por sangre, angustia y justicia desde aquella noche en la escuela media— no podría haber sido detenida. Había estado privada por demasiado tiempo, y los barrotes de su jaula de hielo se derritieron demasiado por una idiota, chica molesta. No va a suceder de nuevo. Me subo al auto y lo enciendo, apartándome de la acera. La bestia no va a salir de nuevo. Voy a frenarla la próxima vez. Eso es lo que me he dicho desde aquella noche en la escuela media. Me prometí que nunca sucedería. Pero lo hizo. Y no podía controlarlo. Casi había golpeado a un hombre hasta matarlo por ella. Se lo merecía. Estaba tan aterrado como él lo estaba. Niego y me incorporo a la carretera. La bestia tendrá que esperar. El miedo tendrá que esperar. Blanche Morailles, por otro lado, no se puede mantener esperando. *** Pocas mujeres en esta tierra son tan intimidantes como Blanche Morailles. Ella es una combinación aterradora de aplomo frío, pómulos esbeltos, y sonrisa terriblemente cortante. Combina para hacerla una presencia cautivadora, siempre envuelta en dramáticos abrigos de terciopelo que barren el suelo. Nadie conoce su verdadera edad, sin duda le paga muy bien a un sinnúmero de esteticistas para mantener su aspecto más joven de lo que realmente es. Blanche es la hija de un embajador francés. No es lo suficientemente de clase baja como para recurrir al Botox, por lo que las líneas finas alrededor de sus ojos cuentan la historia de una mujer de unos cincuenta años. Tal vez cincuenta y dos. Pero eso ya es mucho. Veo su perfecto cabello oscuro peinado sobre una docena de cabezas típicas de rubias sucias de Ohio, y moviéndose alrededor de las mesas. Du L'ange es un prestigioso restaurante, en el que solía trabajar antes de que fuera comprado y absorbido por un nuevo personal y equipo. Me deslizo en el asiento opuesto a Blanche. Ella toma un sorbo de agua helada y retuerce su anillo de amatista alrededor de su dedo, levantando una ceja para indicar que reconoce mi presencia.
—Se siente familiar, ¿no es así? —pregunta, su voz profunda y fuerte. —Lo contrario —corrijo—. Ahora soy un extraterrestre en este lugar. —Solo has estado fuera un año. Menos que eso. —Un año y un mes. Bebe un sorbo de agua de nuevo, hace una pausa como si estuviera pensando, calculando, y asiente. —Entonces lo es. Debería haber sabido que no podía poner a prueba tu memoria. —¿Qué se supone que significa eso? Blanche sonríe. A pesar de todo el mantenimiento en su rostro, ella rara vez tocaba sus dientes, permanecían manchados con té y ligeramente torcidos. —Significa que sé que eres mucho más inteligente que el hombre promedio, Jack. Y el hombre encima de la media. De hecho, eres más inteligente que la mayoría de los hombres. Este es un cumplido, te lo aseguro. Casi todos los hombres que he conocido son idiotas de alguna manera. Pero tú no. —¿Mi inteligencia te preocupa? —pregunto. El camarero me ofrece pan, pero lo rechazo. —¿No vas a comer? —Blanche intenta cambiar de tema. —No. ¿Mi inteligencia te preocupa? Suspira. —Sí. Me preocupa. Cada personalidad de un miembro de trabajo del Club de la Rosa me preocupa. No he llegado hasta aquí, no me he convertido en la mejor simplemente haciendo caso omiso de las fortalezas y debilidades de los que contrato. Las utilizo adecuadamente. Hay una larga pausa. Los camareros se mueven y le traen a Blanche un plato de langosta. Ella les agradece en francés y comienza a recoger los mariscos rojos con delicadeza. —Estoy segura de que ya sabes lo que voy a decir, Jack. De hecho, los dos sabemos lo que estoy a punto de decir. Y también sabes que voy a decir esta cosa solo porque sé lo que vas a pedir. Es por eso que arreglaste una reunión conmigo, ¿no es así? Para preguntarme algo. Asiento. Ella sonríe y pliega sus manos una sobre la otra. —Entonces pregunta. —Pero ya sé la respuesta. —Pregunta de todos modos. Es una orden, no una petición. Mis ojos se mueven alrededor de la habitación. Blanche no tiene guardaespaldas, pero su sirviente Frasier está constantemente a su lado, y en su propia manera tranquila es tan protector como un guardaespaldas. Lo veo comer por su cuenta en una mesa a nuestra izquierda. Su traje oscuro a medida, esconde su ligero pero potente cuerpo. He visto a Frasier lidiar con los
clientes más desagradables del Club de la Rosa cuando Blanche siente la necesidad de enviarle un mensaje de texto a la comunidad de escoltas en general. No es agradable. No sé la historia de ellos. Nadie lo hace. Todo lo que sabemos es que Frasier maneja el negocio que Blanche es demasiado elegante para tocar. Me vuelvo hacia Blanche. No le tengo miedo a Frasier, pero ahora que sé que sus ojos están sobre mí, me siento menos valiente. —Solo necesito dos semanas más de pago. Luego quiero irme. Blanche mira hacia su langosta y sonríe. —Esto es lo que me temía. Los inteligentes siempre saben cuándo salir. Por lo general, no son tan guapos como tú, querido, y por lo tanto ganan menos. Así que me siento más inclinada a dejarlos ir. —No estás ―dejando‖ irme. Me voy por mi propia voluntad dentro de dos semanas. La expresión de Blanche se vuelve dura, el ceño fruncido tallando su rostro. Por el rabillo de mi ojo veo a Frasier enderezarse en su asiento. —Pareces haber olvidado nuestro acuerdo, Jack —dice. —Nuestro acuerdo era que me consiguieras los clientes para ganar por mi cuenta treinta mil dólares. Y lo hice. Gané más del doble que eso, teniendo en cuenta que tomabas el sesenta por ciento. —Y ganarías mucho más, si te quedas. Cumpliste dieciocho años hace poco, ¿no? Podrías comenzar a hacer lo suficiente para ti. Dinero real. —No necesito el dinero. —Apenas puedo contener mi sonrisa burlona. —Oh, lo sé. Beca completa para Harvard. Leí todo sobre eso en el periódico local. Desde luego, estás destinado al éxito. Con o sin mí. Estoy en silencio. Blanche se quita un poco de cabello del rostro, expectante. —Gracias —digo finalmente—. Por trabajar conmigo. He aprendido mucho. —Estoy seguro de que lo hiciste. —El catorce, nuestro acuerdo termina. Espero que seas amistosa sobre esto. —Por supuesto que sí, Jack. Soy una mujer de negocios. Simplemente estoy lamentando el hecho de que tú y yo no seremos capaces de construir más juntos. Mira a su teléfono mientras éste vibra. Una sombra cruza su rostro por un momento, pero una leve sonrisa la reemplaza mientras me mira. —Sabes, tienes razón. Es hora de que te vayas. Eres demasiado bueno para quedarte atascado en la pequeña vieja Ohio por siempre. Lo harás bien en Harvard, estoy segura. Me extiende una mano. Todo en mí grita no confiar en ella. Es demasiado pronto. El cambio en su estado de ánimo fue instantáneo, algo en ese mensaje de texto debe haberle dicho algo sobre mí. O tal vez estoy paranoico. Tal vez no se trataba de mí en absoluto. Tal vez se trataba de otro negocio del Club de la Rosa
yendo suavemente y su compensación de mucho dinero. Eso es mucho más probable. —¿Por qué los repentinos cumplidos amables? —pregunto. Blanche se ríe. —Oh, Jack. Siempre tan desconfiado. No te preocupes. Honestamente, no lo hagas. Sé que no serás un acompañante durante mucho más tiempo conmigo. Eso es agridulce, seguramente. Pero lo mencioné, ¿no? ¿Cuándo nos conocimos? ¿Qué dije de nuevo? Tú tienes la excelente memoria, seguramente puedes decirme mis palabras exactas. El momento llega de golpe. Acababa de cumplir diecisiete. Estábamos sentados en el auto de Blanche, un plateado Rolls Royce o algo más estúpidamente vistoso. Acababa el turno en Du L'ange cuando Blanche me detuvo en el callejón mientras estaba tirando la basura del día y me preguntó para llevarme a casa. No sé por qué me fui con ella, pero apestaba a dinero, y el dinero era todo lo que estaba en mi mente desde que me había enterado apenas unos días antes de cuánto costaría la cirugía de Sophia. Fui esperando que algo de su riqueza se me pegara, tal vez. Estaba desesperado. Y ella podía olerlo como un zorro en la guarida de un conejo. Hablamos. Me propuso unirme a su Club de la Rosa. Me dijo lo que significaba, y lo que tendría que hacer. No hubo engaños o secretos. Era muy honesta y frontal, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para conseguir el dinero para Sophia. Y cuando terminamos, cuando había accedido y firmado el contrato, cerró su bolso Louis Vuitton y me sonrió. —Este club no es solo una manera de proporcionarle a las personas experiencias de lujo, Jack. Te beneficias de ello con algo más que dinero. Conoces políticos. Sus hijas. Sus esposas. Conoces corredores de bolsa y multimillonarios informáticos que tienen hijas. Conoces a los peces gordos del mundo. Te conectas. Es una web que se propaga a lo largo y ancho, y solo te conviertes en un simple hilo de ella. Volviendo al presente, le recito las palabras a Blanche. Ella aplaude suavemente. —Muy bien. Un simple hilo. Eso es lo que eres. Incluso si dejas la web, la web nunca te dejará verdaderamente. Entrecierro ojos. —¿Qué significa eso? —Eres lo suficientemente inteligente como para saber lo que significa. Hace un movimiento para Frasier, él se levanta y saca su silla. Se pone de pie, y pone suavemente el abrigo sobre los hombros de ella. Blanche tira sus guantes uno a la vez. —En dos semanas, nuestro contrato queda terminado —dice—. Los pagos continuaran su procedimiento habitual hasta ese momento. —Entonces supongo que esto, ¿es un adiós? —pregunto. Blanche me muestra rápidamente una última sonrisa.
—No, Jack. Estoy segura de que tú y yo nos reuniremos de nuevo. La veo irse. Mi teléfono sonando distrae mi atención de su figura. Es una llamada de un número bloqueado. Respondo. —¿Jack? Es Naomi… No tiene que decir nada más. —Estaré allí en diez —digo, y cuelgo.
3 años 25 semanas 6 días Una vez tuve este muy dulce sueño en el que tenía alas hechas de plumas de cristal, era delgada y hermosa como una reina elfa hecha de luz y pureza, también quizá hacía arcoíris para impulsarme hacia adelante, pero ese no es el punto, el punto es que fue un sueño maravilloso, probablemente el mejor de mi vida. Lo más importante es que no lo estoy teniendo ahora mismo, porque en este momento estoy teniendo un sueño acerca de una araña gigante. Me está persiguiendo en un bosque de algún tipo, y casi me estoy haciendo en mi pantalón mientras tengo la esperanza de que no esté realmente haciéndome en la cama en la vida real. Es una mezcla extraña de los sueños lúcidos y el terror lúcido, así que no puedo conseguir bastante miedo para despertarme, pero estoy lo suficientemente despierta como para tener miedo. Y entonces, de repente, el sueño cambia. La araña desaparece, el bosque desaparece, y de repente estoy en la ducha de mi vieja casa de la tía Beth en Florida. La pequeñita, con azulejos verdes y moho en las grietas, y el carillón de viento colgado sobre la ventana del baño. Soy tres años menor, estoy desnuda y mi gordura es obvia para el mundo colgando en grandes trozos de mi vientre, mis muslos, mi barbilla. Estoy en cuclillas en la ducha, me acurruqué en una no tan pequeña bola, mi carne presionando contra el esmalte y el agua goteando desde el cabezal de la ducha. Es agua fría. No sé cómo me acuerdo de eso, pero lo hago. Tía Beth tenía un calentador solar. Me quedé en la ducha ese día hasta que el agua se enfrió. Y estoy llorando. Eso no es nada nuevo, en realidad. Pero al verme así, en una tercera persona extraña fuera de la experiencia de mi cuerpo, es la primera vez. Conozco este momento. Sé todo de este lugar. La chica en la ducha se agarra su estómago, su rostro. Pero su mano sigue vagando de nuevo a un lugar; su muñeca derecha. Sé lo que siente. Las quemaduras de su muñeca. Ninguna cantidad de agua fría puede apagar el dolor que viene de ella. Puso una venda en la quemadura más tarde. Pero le tomo sus cuatro horas para sentarse. Cinco horas para dejar de llorar sin hacer algún sonido. Seis horas para secarse y vestirse. Seis horas para detener la mirada a sí misma en el espejo mientras toma una decisión.
Se tarda seis horas para que la chica decidiera cambiarse a sí misma. Pasaron tres años para detener el zumbido que hacía la voz de él en sus oídos cada vez que salía por la puerta. Y aun así, no se desvanece. Todavía no lo ha hecho. kilos.
Dos semanas a partir del día en la ducha, dejo de comer. La chica perdió dos
Luego tres más. Un mes más tarde, era cuatro kilos más delgada. Se pone pantalón de chándal y sudadera y corre bajo los ochenta grados del verano de Florida durante horas. Tía Beth cree que está en la casa de Gina para dormir cuando en realidad está al lado de la carretera detrás de un arbusto de hibisco, desmayada de agotamiento por el calor. Cuando el sol se pone y se enfría, se despierta y comienza a correr de nuevo. Corre porque no puede soportar la idea de que pudiera dar un paso atrás. Un paso. Una nueva Isis. Otro paso. Una Isis más reciente. Se recrea a sí misma y se deja atrás una y otra vez porque no puede soportar cualquiera de ellos porque no puede soportar la chica que pensó que el chico que la destruyó pueda ser su todo. Él era el único en el mundo que la miraba como si fuera humana, la trataba como si fuera más que un saco de mucha piel. Rara vez come, y si lo hace es solo delante de la tía Beth, para convencerla de que está bien. Pero la tía Beth es más inteligente de lo que deja entrever. Un día, Isis y ella hablaron, y no fue el tipo de charla que las tías se suponían que daban, charla de chicos. Recuerdo cada palabra tan clara como ese día, y eso se refleja directamente en el sueño. —No has estado comiendo mucho, Isis. —La tía Beth, con su dulce sonrisa y el cabello color rojo brillante frenado por un pañuelo en la cabeza, me trata cada poco como su hija. Yo era la niña que nunca tuvo. —No tengo hambre —digo sin convicción. Luego mi estómago borbotea y mi charada se lanza de cabeza sobre un acantilado. Tía Bet suspira. —Se trata de ese niño Will, ¿no es así? Mi estómago amenaza con vomitar. Me estremezco. Pero ese estremecimiento es importante. Es el primer estremecimiento que sentí cuando escuche su nombre. El primero de cientos. —¿Terminaron? —pregunta en voz baja. Me encojo de hombros como si no me importa pero lo hace, ciertamente lo hace, es la única cosa que me importa… —No rompí con él. Rompió conmigo. En cierto modo solo me rompí. Ya sabes lo que pasa. —Oh. —Pone su brazo alrededor de mi hombro—. Sí sé cómo va. Hay un silencio enorme. Las olas del océano a solo ocho kilómetros de distancia de nuestra pequeña choza de playa. El sol se inclina por la ventana, tirando de sombras color turquesa y esmeralda alrededor de la cocina, ya que pasa a través de una colección de vidrios en el alféizar. —Cada vez que alguien iba a romper conmigo —comienza—, me sentaba y hacia una lista.
—¿De qué? ¿Maneras de matarte a ti misma? —No. Hacia una lista de los rasgos que tendría mi hombre ideal. Y para el final de la misma, siempre me sentía mejor. —Eso suena estúpido. —Por supuesto que es estúpido. Ese es el punto. ¡Se supone que te hace reír con todo eso! Junto mis labios. Tía Beth me da un codazo. —¿Y bien? Adelante. Describe tu hombre ideal. Reflexiono sobre ello durante unos angustiosos segundos. —Quiero que sepa el alfabeto al revés, y rápido. Prepara perfectas donas de azúcar de canela. Puede saltar la cuerda un millón de veces en una fila. Tendrá los ojos verdes claros, será zurdo y será un maestro en el arte oscuro. —Suena imposible. —¡Ese es el punto! —insisto—. Es mi hombre ideal, ¿no? Así que, si mi hombre ideal es alguien que nunca puede realmente existir, entonces no puede hacerme daño. No puede venir, enamorarme y romperme el corazón. —Oh, Isis. —Tía Bet me da palmaditas en la rodilla—. No tienes que pensar así. No todo el mundo quiere hacerte daño. —Va a ser muy amable. —Sonrío hacia mis manos—. Me llamará la chica más guapa que jamás haya visto. Esas cosas son aún más imposibles. Así que así. Es él. Y no existe y nunca lo hará. Así estoy segura. El sueño cambia. La mesa de la cocina desaparece. La tía Beth desaparece. Y entonces de repente cuatro meses después. Cuatro meses de desmayos y tropiezos en clases con nada más que un pedazo de pan y apio. No necesitaba comida. La palabra fea reverberando en mi cabeza me sostuvo mejor que cualquier caloría podría. Para el momento que la tía Beth lo nota, todo el mundo se está dando cuenta. Celosa, Gina desaparece a Costa Rica para un fin de semana y vuelve seis kilos más delgada. Pero nadie se da cuenta. No cuando Isis Blake va desde noventa kilos a cincuenta y cuatro en el lapso de seis meses. Sin noticias de Sin nombre. Y ahora, en lugar de ignorarme, se ríe con sus amigos cada vez que pasan por ahí. Sonrisas engreídas. Se burla. Cree que lo hice por él. No lo hice. Nunca tengo la oportunidad o el coraje para enojarme con él. Lo siento gestándose en mi estómago, como brasas aún calientes de resentimiento. Pero entonces mi madre llega. Camino en la casa un día y veo a la tía Beth y mamá bebiendo té y hablando de mi futuro. Tengo algo que decir, por supuesto. Y digo que quiero irme. Ohio es el lugar perfecto para empezar de nuevo. Cualquier lugar donde nadie sepa de mí es el lugar perfecto para empezar de nuevo. Cualquier lugar donde Sin nombre no esté.
Es mi sueño, pero es más que mi vida. No es del todo parecido a la vida, los colores son muy brillantes y los rostros se tambalean. Pero es exactamente lo que sucedió. Me despierto en la habitación del hospital encalada. Me despierto sabiendo que huí como una cobarde. No he cambiado en absoluto. Estoy segura. Mi contador es seguro. Tres años, veinticinco semanas, seis días. Todavía estoy segura. Pero no he cambiado en absoluto. Isis Blake de Northplains, Ohio, es la misma gorda, cobarde niña de catorce años de edad, que se acurrucó en la ducha. Solo un poco más vieja. Un poco más delgada. Y un poco más estúpida. Está oscuro, probablemente es medianoche. Salgo de la cama del hospital y saco mi chaqueta. Nada más salir en el invierno de Ohio es como un suicidio sin todos los llamativos pedazos cerebrales, pero lo estoy haciendo de todos modos. No puedo soportar esta pequeña habitación. Me estoy sofocando con todos los pitidos y sonrientes posters de niños que consiguen vacunas contra la gripe. ¿Quién sonríe cuando ve una aguja de trece centímetros? Los sociópatas. Le prometí a Naomi que no usaría la ventana para colarme en la sala de los niños. Pero la última vez que lo comprobé en la sala no hay una ventana y hay un pasillo que va a la derecha por la sala de los niños. Nunca lo uso porque está cerca de la habitación de Sophia, y ese es el único lugar al que Naomi se le ocurriría buscarme si no me encuentra en mi cama. Apilo almohadas debajo de las mantas de mi cama, me asomo debajo de ella, agarro cuatro tazas de gelatina sobrantes que había estado acumulando debajo del colchón, y voy a la puerta. Los pasillos están tranquilos. Reajusto las copas de gelatina que metí en mi sujetador. Me tomo un momento para admirar mis considerables pechos multicolores y siento una sola lágrima en mis ojos. Hermosa. Pero volvamos a los negocios. Tengo un poco de gelatina de la de verdad que empujar por la garganta de unas larvas. Solo tengo que dar la vuelta a la esquina, y podría… Siseo y me aplasto contra la pared. Un grupo de internos pasan, todos llevan cafés. Me sofoca el impulso de ser radical. Definitivamente quiero deslizarme por el suelo detrás de ellos en mis zapatillas como James Bond, silenciosa y suave, pero también quiero ver a los niños no importa qué. Demasiado está en juego en esto. Así que como una sosa súper espía voy de puntillas detrás de ellos. Y hago una pirueta. Y es entonces cuando lo oigo. Suena como un gato muriendo a lo lejos, pero a medida que me acerco más cerca de la sala de los niños, me doy cuenta de que es una persona. Alguien está gritando como si estuviera siendo desgarrado. En el vacío pasillo que es misterioso empiezo a considerar que tal vez mi vida se ha convertido en una película de terror y una niña con el cabello largo y negro llama a mi teléfono para decirme que voy a morir en siete días, pero luego hay un arrastre de pies detrás de mí, y me escondo detrás de una camilla. Naomi, con algunas otras enfermeras van hacia el grito con urgencia.
—¿Quién olvidó subir su cc´s? —pregunta una de las enfermeras. —Nadie lo olvidó, Fenwall dijo que ignoráramos el cambio por completo — dice Naomi—. Pero alguien tenía que darle su Paxtal en su lugar. ¿Trisha? —¡No fui yo! —insiste Trisha. La primera enfermera suspira. —Jesús, Trisha, no otra vez… —¿Sabes lo difícil que es conseguir que se los tome? ¿Cuándo es así? — abuchea Trisha. —¿Por lo menos lo llamaste? —¡Por supuesto! Es el único que puede calmarla… Pasan corriendo, fuera del alcance de mi oído. Deben estar hablando de otra Sophia. La Sophia que conozco siempre escucha a las enfermeras. La adoran. Sin duda nunca se niega a tomar sus píldoras. Me acerco dos centímetros a la puerta de donde están viniendo los gritos. Las enfermeras la cerraron, pero la puedo oír a través de las paredes. —¿Por qué consiguió irse? —El grito resuena—. ¿Por qué se va a ir y yo no? ¡Quiero salir! ¡Déjenme ir! ¡Déjenme ir! ¡Quítame las manos de encima, perra sucia! Reconozco esa voz. Sophia. Pero eso no puede estar bien. Sophia no sonaría tan dura, tan salvaje… —¡La odio, los odio a todos! Joder, ¡te odio! ¡Aléjate de mí! ¡Déjame en paz! Las palabras son tan malas. Poco a poco me asomo por la esquina y en una pequeña ranura de la ventana sin la protección de la cortina. No puedo ver mucho, pero veo las piernas de Sophia agitándose en la cama cuando las enfermeras tratan de retenerla. Veo a Naomi caminar con una jeringa en la mano. Sophia pelea, la cama tiembla cuando ella mueve sus piernas con más fuerza. Y entonces sus pies se mueven más lentamente. Sus gritos se vuelven más suaves, roncos gritos que apenas puedo escuchar a través del cristal. —Por favor —Sophia solloza—. Por favor. Quiero que Tallie regrese. Por favor, solo deja que Tallie regrese. Una de las enfermeras va a la puerta. Me regreso a la esquina. Por mucha curiosidad que me esté quemando por dentro, no puedo estar aquí por mucho más tiempo, o voy a estar en mierda más profunda que el cuidador de elefantes en un circo. Tomo las escaleras hasta la sala de los niños sin mirar hacia atrás. La conmoción que hizo Sophia sea la tapadera perfecta, el guardia ni siquiera está en la puerta. El dormitorio está lleno de camas; pegatinas y coloridas esponjas de arte presionadas en cada cabecera. Juguetes y libros se apilan en el suelo, y los monitores que pitan suavemente brillan en la oscuridad. James es el primero en notar que he llegado. Se sienta y susurra atontado: —¿Isis? ¿Eres tú? —Sí —siseo—. Hola. Señala mi pecho, la cabeza calva brilla en las luces tenues del monitor.
—¿Por qué se te están zangoloteando? —Siempre he sido así. James rueda los ojos. Me río y le doy una taza de gelatina. Arranca la parte superior, y se la toma de un solo trago. Me acerco sobre la cama de Mira y coloco cuidadosamente su taza de gelatina en su frente. Abre los ojos adormilada y gime: —Isisssss. Hace frío. —Entonces date prisa y come. Ellos ansiosamente pasan el azúcar por su garganta, y limpio la mía tratando de encontrar las palabras para despedirme. —Escuchen —digo—, mañana voy a salir de aquí. —¿Te vas? —Mira suspira. —Sí. Mejoré. —Sonrío—. Al igual que ustedes lo harán. —No lo haré. —Lo harás. Lo harás y no te atrevas a dejarme atraparte diciendo que no lo harás. —¿Va a volver a vernos? —¿Es el cielo ligeramente azul? ¡Obvio, lo haré! —Le doy un coscorrón—. También, juguetes. Voy a traer algunos nuevos para tu cumpleaños, y el cumpleaños de James, y Martin Luther King, y mi propio cumpleaños, porque francamente estas bajadas de mala muerte no se adaptan a su alteza. Mira sonríe. Una luz parpadea en el pasillo y me agacho detrás de su cama. —¡El guardia! —exclamo—. Mierda. Hongos llenos de mierda. —Llenos de mierda. —Hace eco James. Le pego en la cabeza. —¡Oye! Eso es una mala palabra. —¡Pero es un hongo! ¡No hay nada malo con los hongos! —¿No has jugado a Mario? Todo está mal con los hongos. —Viene hacia acá para comprobar —me dice Mira. El guardia está tan cerca que puedo escuchar el tintineo de sus llaves. —Está bien, todo el mundo cálmese. No entren OhmiDiosquéestoyhaciendoconmivida. ¡No entren en pánico!
en
pánico.
—¡No lo estamos! —insisten juntos. —¡Muy bien! ¡Está bien! —Exhalo y voy hacia la ventana. Siempre tengo más dificultades para bajar que subir, pero es el único lugar en la sala para ocultarme; cada mueble de aquí es de tamaño chico y demasiado pequeño. Abro la ventana y salto por encima, aferrándome con mis dedos en el alféizar. Mis Converse sobre el cemento de la pared, el frío aire invernal pinzado en mi trasero, el cual cuelga cuatro metros por encima de una muerte segura, o al menos una rótula rota. La
puerta cruje al ser abierta en absoluto silencio. Las larvas son buenas fingiendo estar dormidos. —¿Quién dejó la ventana abierta? —Oigo el murmullo del guardia. Mi corazón rebota contra mi garganta. Camina y pido a Dios que no vaya a ver mis dedos. ¡Debo estar orando bien por una vez! ¡No ve mis dedos en absoluto! Solo cierra amablemente la ventana y empuja fuera el alféizar en su lugar. Mis manos saltan a la repisa en el exterior, pero es tan pequeño y resbaladizo, y lucho, mis manos están doloridas. Todo lo que puedo pensar es en cómo caer con elegancia para que mi cuerpo muerto no parezca estúpido, porque he visto un millón de espectáculos de crímenes y el pánico honestamente no es la razón para no intentar, en sus últimos momentos, retorcer tu cuerpo a medida que caes para una pose dramática. Es tu última pose. Tienes la obligación moral de hacerlo ¡fabuloso! O por lo menos no repugnante. Podría posar como Beyonce, pero una cosa es segura. Voy a morir. Lo cual es una cosa no del todo buena. Mis últimos dedos se deslizan fuera de la cornisa. Y luego está el peso en mi muñeca como si alguien la agarrara. Mi cuerpo se mece y el duro cemento choca con mi vientre, tengo raspaduras en mis codos. Miro a los helados ojos azules ocultos por la sombra y el cabello revuelto. —T-tu —chisporroteo. Jack me tira hacia atrás a través de la ventana, Mira y James a cada lado de él, con los ojos abiertos y estáticos. —Casi mueres —susurra Mira con voz temblorosa. —Tú fuiste como ―Vaya‖ y el guardia fue como ―Adiós‖ y Jack entró y era como ―AGARRA‖ —chilla James. Jack estaba muy recto. Me pongo de pie con las piernas temblorosas, contemplo la vida y el refrescante hecho de que todavía tengo una vida para que todos contemplen. Jack se congela cuando nuestros ojos se encuentran, y se voltea en sus talones bruscamente. Corro y me pongo entre él y la puerta. Me mira y lo miro fijamente, sin dejar algo de presión que llevo bajo mis pulmones. Tengo adrenalina en mis venas, y un dolor trenzado que rasga en mi pecho. No puedo apartar la mirada. Ni siquiera es guapo. ¿Solo se ve tan... triste? Y esa tristeza se condensa en una flecha que él me tira con sus ojos fríos como la antártica. —¿Cómo…? —Yo estaba caminando detrás de ti en la sala. Te seguí. Tengo un don para saber cuándo estás a punto de hacer algo estúpido —contesta Jack en tono cortante. —¿Por qué…? —Sophia. Llegué al hospital por ella. Ahora muévete. Jack trata dos maniobras a mi alrededor, pero lo detengo en cada turno.
—He tenido años de práctica siendo gorda. Somos buenos en el bloqueo de las cosas. También, flotando en agua salada. —Déjame pasar. El olor de la menta y miel flota hacia mí, el mismo olor desconcertante de él, lo encontré en mis recuerdos el día de hoy. —Mira, creo que no debería dejarte pasar, ya que eres un mal novio, y la lógica dicta que una cosa mala no debe estar cerca de una cosa buena, por lo esencial, Sophia no te necesita alrededor. Se burla. —No tienes idea de lo que estás hablando sob… —Me besaste —le digo—. Sophia me dijo que me besaste. Y me acordé de eso. Un poco. E incluso si me salvaste, y a mamá, y me levantaste de la cornisa o lo que sea, no puedo perdonarte por lastimar así a Sophia. No te puedo perdonar por besar a alguien que no te gusta. Eso probablemente me lastime también. Has lastimado a mucha gente, ¿no es así? Mira y James nos miran, nuestras palabras como pelotas de pingpong que ellos siguen con sus cabezas inevitablemente. Jack es inexpresivo, sin palabras, como una pizarra en blanco. No lo puedo leer. Pero diminutas briznas de incredulidad lo dejan sorprendido, y luego su rostro cambia a una máscara helada de irritación. —¡Fuera de mi camino! —repite, con una cualidad mortal en su voz. —No. Mira, soy un buen dragón. ¿Tu pequeño cerebro sabe qué es un dragón? —Escamoso —dijo James. —¡Respira fuego! —añade Mira. —Yo soy el dragón —le digo—. Y Sophia es la princesa. Y es mi trabajo ser su guardia aquí de gente como tú. Jack levanta una ceja. —¿Gente como yo? —Un mal príncipe. El tipo que arruina princesas para siempre. Las astillas de hielo azul de sus ojos se vuelven una sombra oscura. Sus ojos son más fáciles de leer que su rostro, pero no por mucho. ¿Es ira? ¿Culpa? ¿Frustración? No. No es ninguno de ellos. Es desamparo. —Llegas tarde. Ya la he arruinado para siempre —dice, y empuja más allá de mí con tal fuerza que no tengo tiempo para prepararme. Se ha ido por el momento. Mira decide hablar. —A veces lo llaman. Naomi lo hace. Cuando Sophia se pone muy loca —¿Qué quieres decir? James piensa, mirando a sus pies.
—A veces... a veces se pone rara. Y loca. Y cuando preguntamos sobre ello, Naomi dice que es alguien más gritando, pero no Sophia. Pero es su voz. Y entonces llaman a Jack, y siempre viene, no importa qué hora es, ella se calma y se pone de nuevo en silencio. Veo la figura de Jack hacerse pequeña al final del pasillo. *** Recuerda. Isis Blake me recuerda. El mundo no se mueve para mí. Se detuvo esa noche en la secundaria. Temblaba cuando Isis primero me dio un puñetazo, y se enturbiaba cada día más que he luchado la guerra contra ella. Y luego se quedó inmóvil durante semanas. Durante semanas que se sentían como años. Hoy, el mundo tiembla y se sacude con su nombre y su rostro determinado cuando me miró a los ojos y me dijo que era un mal príncipe. Hoy se sacude porque puede pensar que soy terrible (Eres terrible. Tus manos están llenas de sangre y eres terrible), pero me recuerda. Un pequeño fragmento de la antigua Isis, la que me reconoció y me despreció hace algunos meses brillaba en sus ojos. Me odia. Pero me recuerda. Recuerda un beso (¿cuál beso, cuál beso, cuál beso, el falso del comienzo o el verdadero en la casa de Avery?) Hoy mi mundo tiembla. No tan fuerte. Pero se mueve bajo mis pies y me recuerda que sí, sí. Estoy realmente vivo. No soy de hielo. No soy un loco, o un monstruo. No soy algo a lo que la gente tiene miedo y evita. Soy humano y he hecho cosas malas, pero el mundo tiembla y yo soy humano. No soy intocable. Puedo ser sacudido. Por Isis Blake. Mientras camino por el hospital más familiar que mi casa, Naomi sale, su cabello alborotado y su uniforme de enfermera arrugado. Su brazo tiene una marca desde el codo hasta la muñeca. No es profundo, pero es de color rojo y muy notable. —¿Así de mal? —pregunto. Naomi niega. —No tengo ni idea de por qué... no ha hecho esto durante todo un mes, y ahora… —Algo debe haberla provocado —le digo, y trato de empujar más allá de ella en la habitación—. Déjame hablar con ella. —Está durmiendo. Trisha le administró un tranquilizante.
La euforia de saber que Isis me recuerda se drena. Siento una furia oscura sobre mí, pero Naomi da marcha atrás. —Jack, escucha. Escúchame. Era lo único que podíamos hacer. Estaba amenazando con hacerse daño con unas tijeras. —¿Cómo consiguió…? —Mi propia ira me estrangula—. ¿Por qué la dejan tener eso? —¡No lo hice! Me conoces mejor que eso, ¡por el amor de Cristo! No sé de dónde las agarró o cómo, pero las tenía y todo lo que podíamos hacer era detenerla antes de que pudiera hacerse ningún daño real. Pavor sustituye a la ira, capas sobre ella como un pastel repugnante. Apenas puedo abrir mi boca para hablar, pero las palabras de alguna manera escapan. —Debe haber sido provocada. Ha estado mucho mejor. Sabes que no haría esto a menos que alguien dijera algo que la molestó. Naomi pone la mano sobre la cama de una dormida Sophia, escondida bajo la sábana blanca, demasiado perfecta. Demasiado pacífica. —Eres bienvenido a hablar con ella cuando se despierte. Pero mi turno habrá terminado en cinco minutos. Al instante descubro las finas arrugas bajo sus ojos, las bolsas cansadas que todas las enfermeras reciben en algún momento de sus largas carreras y el estrés montado. Está tan cansada. Ha sido la mejor enfermera de Sophia, la única que realmente le gusta y confía. —Lo siento —murmuro. Las cejas de Naomi se disparan hacia el nacimiento de su cabello. —¿Disculpa? ¿Cuál ha sido la extraña palabra que acabo de oírte decir? —No me hagas decirlo dos veces. Entro a la habitación y cierro la puerta detrás de mí. Observo a Naomi a través del vidrio esmerilado divisor de la habitación, su sonrisa evidente incluso a través de lo opaco. La habitación es oscura y tranquila, salvo por el pitido de los monitores que mide sus signos vitales en chirridos demasiado alegres. Cada ramo que le he dado este año está todavía en la habitación, marchitas y no agradables en lo más mínimo. Pero las mantiene. Mantiene cada florero lleno de agua, y todos los vasos en orden cronológico. Es entonces cuando la culpa me golpea como un acero contra mi pecho. No la he visitado en dos semanas. Hay un intervalo de dos semanas que dejó cuidadosamente en la línea de flores, dos floreros vacíos esperándome para traerle las flores que necesitan para servir a su propósito. Dejé que la culpa por no ser capaz de salvar a Isis, anulara mi deber con Sophia. Y eso es imperdonable. ¿Cómo puedo estar tan entusiasmado con una chica recordando un beso cuando la chica que me necesita está sufriendo?
Bastardo egoísta. Me siento en el borde de la cama con cuidado. Las mantas blancas se doblan bajo mi peso, y miro alrededor de ella. Está mucho más delgada de lo que recuerdo. Cada hueso sobresale como un pájaro frágil y hueco. Sus pómulos son agudos y evidentes. No hay rastro de la flor color de rosa que me había acostumbrado tanto a ver al crecer. Eso se fue después de esa noche hace mucho tiempo. —Realmente soy un mal príncipe —murmuro. Le aliso el cabello de la frente. Ella murmura en voz baja y se da la vuelta. —Tallie... Mis puños aprietan las sábanas, y la furia fluye en mi interior, a partir de mi corazón, trabajando su camino a mis pulmones, el estómago y todo en el medio. Tallie. Nuestra Tallie. “Has lastimado a mucha gente, ¿no es así?”.
3 años 26 semanas 0 días El Dr. Fenwall es Santa Claus. Si Santa se pusiera a dieta, llevara pantalón de pana todos los días de su vida y utilizara palabras como ―tejido endometrial‖. —Ahora, Isis, puedes simplemente tumbarte… Me desplomo en la cama de revisión y resoplo. —¡He hecho esto antes, doc! ¡He estado sobre mi espalda cada maldito día desde que estoy aquí! ¡Al menos setenta mil millones de veces! Los ojos de Fenwall se arrugan y su rizado bigote blanco se curva con una sonrisa. —Debes estar acostumbrada a hacerlo. —Nunca te acostumbras a ser metida en la vagina de una rosquilla gigante. — Hago un movimiento hacia la máquina CAT. Esta emite unos sonidos. —Bueno, esta va a ser tu última vez. Vamos ahora, recuéstate. Grito: PUF, me dejo caer y golpeo mi cabeza. —Y ten cuidado, ¿quieres? Pasamos muchas horas de costura para juntar tu cráneo de nuevo —me reprende Fenwall. Aprieta un botón y la cama CAT se desliza en un túnel que me envuelve en penumbra—. ¿Estás bien ahí dentro? —pregunta. —Todo estrecho y huele como bolas de algodón —¡Perfectamente bien, entonces. Enciéndelo, Cleo! Una mujer en el panel de control en la habitación siguiente asiente a través de la ventana y la máquina comienza a zumbar. Oigo a Fenwall irse, y somos solo Big Bertha y yo. Y su vagina. —¿Cómo es...? ¿Cómo está el clima allí arriba en la tierra... robot? —trato. La máquina hace ruido. —Bueno. Eso es bueno. ¿Y los niños? Big Bertha hace un ruido entusiasmada y una luz azul me ciega. —¡Ahh!—protejo mis ojos—. ¡T-Tienen que ir a través de la rebelión adolescente! La máquina resuena con tristeza y la luz se apaga.
—Está bien —le aseguro—. Cuando están en sus veinte años van a pensar que eres inteligente y digna de ser escuchada de nuevo. —Inclina tu cabeza hacia la izquierda, Isis. —Escucho por el intercomunicador a Fenwall en mi oído. —¡Rudo! ¡Estoy teniendo! ¡Una discusión! ¡Aquí! —¿Estás hablando con los objetos inanimados de nuevo? A Mernich le encantaría oír hablar de eso. —Puedo oír su sonrisa. —¡No! ¡No, no estoy hablándole a nada! ¡Nada en absoluto! ¡Solo... yo misma! Lo cual es básicamente nada. Nada especial. Excepto mi trasero. Mi culo es definitivamente algo jodidamente especial. —Izquierda, Isis. —Fenwall no toma mi mierda. En cierto modo es como un abuelo amigable. Inclino mi cabeza y Bertha suena una vez, dos veces, y hay una pausa. Las luces blancas regulares vienen de nuevo y la cama se desliza lentamente. —¡Uf! —Salto y sacudo la claustrofobia. Odio los espacios pequeños. Casi tanto como odio la leche de soja. Y Furbies. Fenwall entra. —¿Te sientes bien? —pregunta. —Bueno, tengo que pasar cinco años en terapias en las llanuras de Mongolia, pero aparte de eso estoy bien. —Fantástico. Tus resultados se estarán en solo un segundo. Vamos a buscar a tu madre. Lo sigo a la sala. Se siente tan bien pasear con mi ropa de verdad, no una bata de hospital ya. Y la ausencia de un turbante de vendaje apestoso aferrado a mi cabeza es una ventaja leve. Practico sacudiendo mi cabello como un león majestuoso pero casi golpeo a un interno y paro. Tienen suficientes problemas sin cabello fabuloso en sus ojos. Mi mamá espera en el vestíbulo. Sonríe, se levanta y me abraza. —¿Y? ¿Cuáles son los resultados? Fenwall mira los papeles en sus manos. —Todo se ve bien. El tejido hemorrágico ha aclarado muy bien. —¿Qué pasa con esto? —Señalo la cicatriz justo al lado de mi línea del cabello, y por encima de mi frente—. El cabello no ha vuelto a crecer. ¡Nunca me voy a casar! —Las cicatrices se encogen y se desvanecen, pero eso llevará tiempo. Años — dice Fenwall. Mamá me da palmaditas en la cabeza. —No es demasiado grande, cariño. A menos que sean de dos metros de alto y puedan bajar la mirada a tu cabeza, nadie va a verlo. Tiene razón. ¿Qué es una cicatriz más en una chica fea, de todos modos? —¿Tomare algún medicamento? —pregunto. Fenwall sonríe.
—Nop. Eres libre de irte. Nos gustaría hacer una cita para revisión en unas semanas. Le hace un gesto a mamá, los dos van al mostrador y hablan con la enfermera. No hay una gran multitud, pero hay más gente de lo normal en un sábado. Pero eso no me impide notar el cabello rojo brillante caminando por el vestíbulo. —¡Avery-bobavery! La chica pelirroja voltea, pecosa piel de porcelana, perfecta como siempre. Pero sus ojos están mal, cansados, inyectados en sangre. Su ropa es peligrosamente fuera de moda. ¿Y la forma en que su expresión sigue siendo la misma en lugar de una mueca o burla cuando me reconoce? Algo está realmente apagado. —Tú —su voz es dura. —¡Sí, yo! ¡Estoy viva! Pero eso puede arreglarse fácilmente. —¡Fuera de mi camino! —¿Cómo has estado? ¿Ocupada? ¿Los deberes de las perras hermosas como siempre? La boca de Avery se mantiene recta, ni siquiera el más débil de los ceños fruncidos aparecen. —Si no te mueves, haré que te muevas. —¡Puedes intentar! ¿Empujarme un poco, tal vez? ¿Tirarme por ahí? No te pongas demasiado drástica, sin embargo. Si me cortan por la mitad, nada más que destellos del arcoíris y Bacardi podría derramarse. También serías una asesina. —Debería cortarte a la mitad —gruñe Avery finalmente, su emoción rompe la máscara—. La jodiste. —¿Qué? —Tú —Avery pincha su dedo en mi pecho—. Sophia finalmente empezó a hablar conmigo, y entonces tú arruinaste todo. —¿Cómo lo arruiné? La expresión de Avery es una cosa cruel y retorcida. —¿Qué es esta mierda? Yo era su amiga desde hace años. ¿Y luego vienes, durante dos semanas, y ya le gustas? Y ahora la dejas. Y no quiere hablar con nadie. No a las enfermeras. No a mí. —Yo… No me iré para siempre… —No importa. Piensa que sí. Cree que todo el mundo la deja. —Hay una larga pausa. Nerviosamente recojo mi sudadera. Avery se burla—. Pero no puedo estar toda enojada contigo. Cuando viniste, me dijo que podía visitarla una vez. Así que lo hice. Y tengo que decirle que lo siento. —Mira lejos con nostalgia—. Tengo que pedir disculpas. Entonces. Gracias. Supongo. —¿De nada? ¿Pero también voy a verla antes de irme? ¿Y voy a venir a visitarla? Así que no estoy en realidad, uh, dejándola.
—Va a tener pronto su cirugía. —Avery no parece oírme—. Y ahora ni siquiera puedo despedirme de ella. —Puedes. Quiero decir, puedes decirle. Podría no hablarte pero estaría escuchando. Estoy segura de ello. Avery se encoge de hombros, su rostro se vuelve blanco y abatido de nuevo mientras se empuja más allá de mí. Esa no es Avery. Esa es una concha de la perra gloriosa que solía ser. Mamá y Fenwall regresan, hablando amigablemente. Mamá dice algo acerca de mi revisión en febrero, pero apenas la oigo. —¿Cuándo es la operación de Sophia, doc? —pregunto. Fenwall parece alarmado. —¿Te dijo sobre eso? Es en abril. 20 de abril. —¿Puedo verla antes de eso? —Por supuesto. Siempre eres bienvenida a visitar. En mi opinión, Sophia necesita más visitantes. Necesita más amigos. No visitantes. Pero no digo eso. La gente siempre se queja de mí diciendo cosas. Digo demasiado. Demasiado rápido. Demasiado fuerte. Pero ya no. Tengo cosas de nuevo, ahora. ¿Eso significa que estoy cada vez más inteligente? ¿Más madura? No. Solo significa que me estoy haciendo más estúpida. Más silenciosa. Más vieja. Antigua y estúpida como cualquier otra persona que no dice lo que siente, que se queda en silencio cuando están enojados o tristes. Me estoy haciendo mayor. Y es aterrador. La habitación de Sophia y el pasillo que conduce a ella se ven diferentes en el día. Menos The Ring y más Scrubs. Naomi llegó, se despidió antes, y me llevó a decirle ―adiós‖ a Mira y James por última vez. Pero de alguna manera, este adiós es el más difícil. De pie frente a la puerta y tratando de tocar es la cosa más difícil que he hecho en mucho tiempo. Lo que vi ayer por la noche, sus gritos, la manera en que Jack me miró cuando le mencioné todo es confuso y se detiene en mi garganta como un corcho de mierda. ¿Cómo se supone que voy a mirarla a los ojos y decir adiós cuando la oí gritar que me odia apenas hace unas horas? ¿Cómo le digo adiós a Sophia cuando no es la Sophia que yo creía que era? Es difícil. Pero soy Isis Blake. He hecho cosas más difíciles. Como vivir. Toco dos veces, y la voz de Sophia emana débilmente: —Adelante. Está sentada en la cama. Sus cabello platino a su alrededor en la almohada, su piel blanca como la leche y brillante. Se ve como una princesa de luz de las estrellas y la nieve. Sonríe.
—Oye, te vas. ¿Eh? Su voz es tan suave, tan ella. Normal. Es normal en estos momentos, no la chica gritando que oí anoche. Esta es la verdadera Sophia. Antes de que pueda abrir la boca, Sophia se mueve para que me acerque. —Ven acá. Tengo algo que quiero mostrarte antes de que te vayas. Me acerco, y me siento en la silla junto a su cama. Tira de un cajón y saca un montón de cartas atadas con cinta rosada. La desata poco a poco, y mira a través de ellas antes de decidirse por una sola carta y entregármela. —Lee esto, ¿quieres? —¿En voz alta? —Si quieres. Echo un vistazo a ella y aclaro mi garganta. —Querida Sophia… De pronto me golpea, estas son las cartas que Jack y ella se envían. Esta es amplia, impecablemente con la letra de Jack. Echo un vistazo hacia ella con nerviosismo, pero solo sonríe y me anima. ¿Es esto algún tipo de truco enfermo? ¿Por qué quiere que le lea las cartas de su novio? Busco algún resentimiento en sus ojos, pero no hay ninguno, solo una, dulce pasividad fresca. ¿Realmente me odia? Solo la conocí por dos semanas. Y éramos solo ―amigas‖ porque éramos las únicas adolescentes en el hospital. Pasamos el rato vía mensajes de texto, nos mostramos una a la otra imágenes del gato estúpido de internet y hablamos de música, ¿pero eso es lo que realmente sé de ella? No. No sé quién es Tallie. No sé por qué gritó anoche. No sé lo que es su enfermedad. No sé nada de ella. Bajo la mirada a la carta. “Disculpa por no escribirte en una semana. No hay excusa, y no espero que me perdones, pero espero que esta carta te dé más comodidad que dos más cortas lo habrían hecho”. “Lo estoy haciendo bien. Mamá ha estado pintando otra vez, los caballos, sobre todo. Los ama. Dijo que estaba pintando uno para ti, para tu cumpleaños. Julio está muy lejos ahora. Pero dice que una obra maestra tomará tiempo. Solo espero que no te pinte una pared del hospital entera de ponis”. Resoplo, y al instante me arrepiento. Los ojos de Sophia están fijos en mí, y la presión que ejercen está aplastándome. Aplastándome suavemente. Triturándome como una brisa de pintoresca primavera. Desde un tifón. Leí de nuevo. “Para entonces, estará hecha tu cirugía. Puedes elegir. Te llevaré a donde quieras ir. ¿El mar? La Casa de playa de mi abuelo en California está vacía la mayor parte del año. Podríamos ir allí durante el verano. Solo tú y yo, el calor sería bueno para ti, creo”. Es tan extraño, este no es el Jack que conozco. Quiero decir, apenas lo conozco, pero un idiota frío despreciable con un complejo de salvador y una afición
por engañar a su novia no debe sonar así... cariñoso. De este tipo. No tiene ningún sentido. Lo hace, sin embargo, porque ama a Sophia, pero si la amaba mucho, ¿por qué me besaría? “Hay un nuevo estudiante en mi clase, un mosquito molesto que zumba constantemente alrededor de mi cráneo. No puede mantener la boca cerrada. Molesta a los maestros, el director, prácticamente todo el mundo con tímpanos en funcionamiento se encuentran inmediatamente repelidos por su idiotez. Te diría su nombre, pero es una planta, Ivy o Iris o alguna tontería por el estilo. No quiero molestarme en recordarla. Extendió un rumor estúpido porque educadamente le dije a su amiga que no estaba interesado en una fiesta la semana pasada. Me dio un puñetazo. No me dolió. Mucho. De todos modos, extendió el rumor de que nos besamos en represalia juvenil”. Mi voz titubea. ¿Lo hice? Ni me acuerdo… La fiesta. El olor de Pepsi derramada y el sonido de la risa de borrachos. La casa de Avery. Una gran lámpara de araña con salchichas de cóctel pegadas en él. Kayla. Kayla y yo hablando por primera vez, Jack caminando por primera vez y la multitud se abría a su alrededor y Kayla juntando todo su escaso valor para hablar con él, sus palabras hastiadas, aburridas cuando él rasgaba en ella, y mi golpe recto, verdadero, sangre saliendo de su nariz. Los recuerdos se elevan como las coles después de un largo invierno. Leo frenéticamente. Este es mi pasado. Estas son las cosas que no puedo recordar, aquí, en esta carta. “Fue muy molesto, Sophia. Dios, quería estrangular a cada idiota que me preguntaba sobre ello. Finalmente lo desacredité. Tuve que darle un beso en frente de toda la escuela. Lo siento. Entiendes, espero. Fue asqueroso y descuidado y ella es… Mi voz se traba en procesar lo que son las siguientes palabras. No pican. Solo duelen. Dolor como todo cuando veo a la gente que es mejor que yo en el amor, que saben más, que han tenido verdaderas experiencias más reales, suaves. “… sin experiencia hasta el extremo”. Levanto la mirada, Sophia sonríe débilmente y me frota la espalda. —Siento que él sea tan malo acerca de esto, Isis. Solo quería que supieras la verdad. —Como si me importara lo que él piensa —me burlo—. Esta es la verdad. Tengo que saberla. Déjame seguir leyendo. Sophia asiente. —Si estás segura. “Casi vomité en mi boca. No más rumores acerca de besar, sin embargo. Te digo esto por el bien de la honestidad. Pido disculpas. No va a suceder de nuevo. Algunas idiotas solo necesitan ser silenciadas antes de que sean peores”.
Resoplo. Es idiota. El rey de ellos, en realidad. Alguien debería informarle que ha ganado la corona. Leí las siguientes líneas para mí misma y siento que mis mejillas empiezan a calentar. “Quiero besarte, Sophia. Cada día. Tú y solo tú. Iré a visitarte pronto. Tuyo, Jack”. —Uh, no importa. Creo que tengo la esencia. Esa última parte es, uh, privada. Sophia se ríe y toma la carta de vuelta. —Es bastante romántico. —Sí. Entonces. Gracias. Ahora sé. —Ahora lo sabes —concuerda. —Me dio un beso para hacerme callar. —Asiento—. No está mal. Es la única cosa que probablemente me iba a hacer callar. —¿Por qué es eso? —Bueno, ya sabes. Un tipo como ese besando a una chica como yo. Innatural. No está bien. La desigualdad, la verdad. Diablos, cualquier tipo parado lo suficiente cerca en mi rostro como para darme un beso simplemente va en contra de las leyes de la naturaleza. Quiero decir, hay un montón de otras chicas por ahí. ¡Como tú! Y Kayla! ¡Y como todo el mundo! ¿Elegirme para hacerlo? ¡Eso es como elegir yogur natural sobre un montón de pasteles increíbles para el postre! Me río. Sophia está tranquila, su cabello sombreando la mitad de su rostro. No puedo ver la otra mitad. No habla por un buen momento, y nerviosamente suspiro. ¿Yo? ¿Nerviosa? Lo sacudo y dejo, pongo mi mano sobre su hombro. —Oye, Soapy, eres… —Eres repugnante. El desprecio en su voz congela mis entrañas. Es la voz que escuché anoche. La otra Sophia. Inclina la cabeza, el cabello se desliza fuera de su rostro y sus ojos están entrecerrados. —¿De verdad crees que alguien cree eso? —¿Qué es lo que tú…? —Las depreciables pequeñas comparaciones que haces. La forma en que desprecias el poco valor que tienes. Eres una enferma, perra masoquista que le gusta jugar a ―ser modesta‖ para gustarle a la gente. Para que la gente sienta pena por ella. Las palabras golpearon duro. Más duro que el impacto cuando Leo me lanzó contra la pared. —¿Es eso lo que realmente piensas de mí? —pregunto—. ¿Crees que… piensas que digo estas cosas para gustarle a la gente?
Sophia se ríe, completa y francamente oscura. —No te hagas la inocente. He hecho lo mismo en innumerables ocasiones. Tú y yo somos exactamente iguales, Isis. Por eso te entiendo. Ninguna de nosotras somos nuestro verdadero yo alrededor de otras personas. Porque eso los asustaría. Así que pretendemos. No decimos lo que queremos decir. No decimos lo que realmente pensamos, y todos los demás nos creen normales. Inofensivas. Pero eso está lejos de la verdad. —Parece tan diferente, su postura es totalmente relajada en una manera lujosa, satisfecha. Sus ojos son rendijas y los labios forman una sutil sonrisa salvaje—. Ahora lo entiendo. Es por eso que Jack está tan fascinado contigo. Es por eso que te besó. Es por eso que se molestó siquiera en conocerte. Porque eres exactamente como yo. Sin esperanza, al igual que yo. —Sophia, esto es una locura… —¿Lo es? ¿Estoy loca? ¿Soy solo una chica loca encerrada en un hospital, tomando mis frustraciones en ti? ¿Estoy viendo cosas que no están realmente allí? ¿Cómo puedo saber lo que está pasando, cuando estoy atrapada aquí? Echa la cabeza hacia atrás y se ríe de esa manera intimidante de nuevo. Su cabeza se mueve bruscamente hacia abajo, de repente y sus ojos se incendian, dos zafiros pedregosos ejerciendo su plena presión sobre mí. —Tú y yo somos iguales, Isis. Pero también somos diferentes. Tienes la oportunidad de irte. Estás sana. Tienes la oportunidad de ser normal, correr, saltar, tener que dormir fuera de casa, tener sueños e ir a la escuela, a la universidad, y hacer todas las cosas normales que las chicas llegan a hacer. Porque eres normal. ¿O eres especial? Solo las chicas especiales llegan a hacer esas cosas, ¿y yo soy normal? No. No respondas a eso. No soy normal en absoluto. Estoy defectuosa. Fingías ser defectuosa, pero yo realmente lo soy. Así que adelante. Dame tu falsa modestia de mierda una vez más. Hazlo. —Por una vez, estoy en silencio. No hay ideas corriendo por mi cabeza. No bromeo. Todo lo que puedo hacer es curvar mis puños y temblar. Sophia sonríe—. Eso es lo que pensé. Ahora vete. Antes de que vomite en ti. Llego a la puerta antes de girarme. Sophia me observa a cada paso, su sonrisa repugnante. Pero no puedo dejar esto así. Me gustaba. Al igual que ella. Genuinamente. —Cuando se termine la cirugía, también serás normal. Y deberíamos... si no me odias todavía, deberíamos ir... de compras. Beber. O algo. Algo que hacen las chicas normales. Porque creo que... creo que podríamos ser amigas. —Yo no —dice Sophia ligeramente—. Ahora vete, y no vuelvas nunca aquí. —Esto es lo que siempre haces —le digo, mi voz cada vez más fuerte—. Apartas a la gente antes de que puedan huir de ti. Lo hiciste con Avery, y con buena razón, probablemente. Pero aun así lo hiciste. Y ahora me lo estás haciendo a mí. Y eso está bien, pero sé lo que se siente. Sé lo que se siente al estar solo y asustado. Sé lo que se siente al no querer que alguien te deje. La sonrisa de Sophia apenas cuelga allí, pero es como una pintura ahora, en lugar de algo con sentimientos reales detrás de ella. Una fachada.
—Treinta y ocho por ciento —dice. —¿Qué? —Esa es la probabilidad que voy a sobrevivir a la cirugía. Treinta y ocho por ciento. Y si no sigo adelante con la cirugía, solo tengo dos meses. —Estoy tranquila. Sophia pliega sus manos una sobre la otra y se inclina hacia atrás, su sonrisa se desvaneció—. No, Isis. No sabes lo que se siente. No tienes idea de lo que es esperar a morir. Ahora vete. Y déjame en paz. *** Nunca he sido más feliz de ver mi casa en mi vida. Excepto esa vez que Kayla me dejó tener su burrito y luego Wren me dejó tener su burrito así que me comí tres burritos de la cafetería y luego me senté a través de Álgebra para pensar intensamente sobre inodoros y nunca he conducido a casa más rápido en mi vida. Hellspawn es el primero en saludarme cuando llego a casa. Viene saltando alrededor de la esquina y corro hacia él dispuesta a sofocarlo en un abrazo de amor puro y amistad. Él roe mis tobillos. —¡Ay! ¡Ay, eso duele, pedazo de mierda! —siseo. Hellspawn silba de regreso. —Aw, mira eso. Te echaba tanto de menos —dice mamá y viene detrás de mí. —Me extrañaba, ¿o la capacidad de comer mis agujetas? Mamá se ríe. Dejo caer mi mochila, mi habitación se siente tan extraña. Huele tan raro en comparación con el ligero aroma de la anestesia y la lejía que había conseguido antes. Brinco en mi cama y miró hacia el techo. ¿Quién sabía que podía extrañar un trozo de yeso? Sra. Muffin la panda de peluche cae adormilada. La pongo en mi pecho y abrazo su relleno chino. —Ya estoy de vuelta. Me río de mis propias palabras. —Realmente regresé. El olor de algo delicioso me da un tirón de la cama. ¿Es jugoso? ¿Y quesudo? En la planta baja, mamá saca una lasaña del horno. —¿Hiciste eso? ¿Para mí? Mamá sonríe tímidamente. —Compré un pastel. Pero no, no hice esto. Alguien... alguien muy agradable lo hizo. Lo trajo aquí. Me sirve un plato y me insta a comer. Tomo un bocado, y los sabores explotan en mi boca. Es lo mejor que he probado en mucho tiempo, la comida del hospital
no tiene mierda en esto. Demonios, un restaurante italiano real estaría en apuros para vencer esto. —Esto es... ¿quién hizo esto? —¿Te gusta? —Mamá le da un mordisco—. Creo que es muy bueno. —Mmm, soy la maestros de la evasión, mamá, ¡y hueles a cinco evasiones enteras! ¿Quién te trajo esto? Mama frunce el ceño —Jack. Miro hacia la lasaña, luego de vuelta hacia ella, luego hacia la lasaña antes de correr al baño y tratar de meter los dedos en mi garganta. —Cariño —mamá golpea la puerta—, ¿qué estás haciendo? —¡La envenenó! —le grito alrededor de mis dedos—. ¡Come algo de pan y Pepto Bismol para frenar la propagación en tu sangre! —¡No seas ridícula, Isis! —¿Eh? —Abro la puerta—. ¿No te he actualizado sobre lo malo que es? Engañó a su novia, prácticamente la abandonó estas últimas dos semanas, él me odia… El ceño fruncido de mamá se vuelve absolutamente mortal. Agarra mi oreja como solía hacer cuando era pequeña y gira, tirando de mí de nuevo a la mesa. —Ay ay ay ay. NECESITO ESO PARA DIFERENCIAR EL SONIDO. —Vas a sentarte, vas a comer esta comida, y te acabarás hasta el último bocado, así, o que Dios te ayude. —Está envenenado… —¡No ha envenenado nada! —exclama mamá, golpeando su tenedor—. Ha sido más que amable y considerado desde que fuiste al hospital. Me ha estado trayendo comidas casi todas las noches, y cuidándome, te recuerdo que fue quien te salvó, Isis. Por lo que serás respetuosa y lo comerás y no quiero escucharte quejar otra vez. Me estremezco. Después de un combate con un poco de queso tomo un bocado lento. Solo entonces veo a mamá relajarse marginalmente, y empieza a comer su propia comida. Algo así como el resentimiento echa raíces en mi corazón, pero aparto rápidamente esa mierda. No tiene idea de quién es Jack realmente. Apenas sé quién es realmente. Así que es comprensible que lo defienda. A medio camino entre nuestras rebanadas de pastel de tienda un poco rancio, mamá rompe su silencio de piedra con una sola lágrima que deja caer sobre el mantel. Entierra el rostro entre las manos. —Lo siento, Isis. Dios, lo siento mucho. Me levanto, voy detrás de ella y envuelvo mis brazos alrededor de su cuello, apoyando mi mejilla sobre sus omóplatos. Puedo ver los documentos judiciales y
declaraciones de la policía apilados en la mesa de café en la sala de estar, mis cuentas médicas entre ellos. —Está bien —le susurro—. Todo va a estar bien. Lo prometo.
3 Años 26 Semanas 3 Días Podría caer una bomba nuclear en el Instituto Summit East y nada cambiaría. Excepto el campo de educación física. Y un poco su arquitectura. Pero la comida sobreviviría a la explosión, porque estoy noventa y nueve por ciento segura de que es carne de cucarachas. Y la señora Borsche permanecería de pie, porque seamos serios, todo el mundo sabe que es un agente encubierto de la Guerra Fría, genéticamente manipulada para sobrevivir a cosas menores, como la rápida descompresión atómica. Cuando me detengo en el estacionamiento, Kayla está de pie en la acera, esperándome. Se lanza hacia mí y alguien casi la atropella. Nos estrellamos en un abrazo. —¡Estás viva! —Milagrosamente. —Me río. Huele a coco y a las lágrimas de todos los chicos que nunca tendrán una oportunidad con ella. Es como volver a casa. Abrazarla es la mejor sensación, seguida de la sensación que tuve cuando dormí anoche en mi cama. Y entonces veo a Wren caminando hacia nosotras. Y Kayla también lo ve. Ella se lanza a su lado y lo arrastra hacia nosotras, las gafas casi se le caen, pero aparece una pequeña media sonrisa en su rostro. —¡Isis! —exclama. —Sí, soy yo. En carne y hueso. Temporalmente. En unos setenta años más o menos tengo que morir de nuevo. Wren se ríe, y con un solo brazo me envuelve en un abrazo, de esa manera torpe en que los chicos a veces lo hacen. —Es bueno tenerte de vuelta. —Las cosas han estado totalmente aburridas por aquí —se lamenta Kayla—. Avery ha estado extrañamente tranquila, Jack ha estado tranquilo y raro, aún más silencioso que en sus días de témpano. ¡Es tan raro! —El calentamiento global —sugiero. —… Y nadie ha intentado escapar por la ventana del laboratorio de ciencias. —¡Cobardes!
—… y el director Evans no deja de hablar de Jack. —¡Un crimen digno de ejecución! —… y alguien escribió ―Isis Blake es una perra gorda loca‖ en la división de los baños, en el edificio F. —Démosles una ovación por su originalidad. Wren se ríe, y Kayla frunce el ceño, pero no le toma mucho tiempo empezar a reír, también. Y a diferencia de hace cinco meses, cuando empecé aquí, camino bajo el arco de ladrillo que se lee: Summit East High. Pero esta vez no estoy sola. Esta vez, camino bajo el arco con dos personas que son mis amigos. Tengo amigos. Yo tengo amigos. ¿Has oído eso, antigua yo? Tienes amigos. Unos que se preocupan por ti, que se ríen contigo. Los conseguiste. Así que no llores. Tienes amigos. Me muerdo el labio y camino más rápido para que no puedan ver la exudación de agua antiestética de mis conductos. —¡Oye! ¡Isis! ¡Baja la velocidad! —llama Wren. —¿Cuál es la prisa? ¡Es solo la clase de Benson! ¡Va a hablar de las vaginas de las plantas! —grita Kayla. Me río y camino más rápido. Una cabeza rapada familiar me pasa, doy marcha atrás y exploto. —¡Chico-Cuchillo! ¿Cómo estás, viejo amigo? —Nos conocemos desde hace cinco meses —corrige. Coloco un brazo alrededor de su hombro. —Cinco meses en años de perro son como diez años. Somos prácticamente familia. —¿Estás llorando? Sorbo. —¿Qué, esto? No, solo es un poco de angustia adolescente. Nirvana estaría orgulloso. Chico-Cuchillo gruñe: —Es bueno. Que estés de vuelta. —¿Sí? —Sí. Sin ti era un dolor en el trasero bajarle los humos a Jack. O nueve. El malhumorado se queda mirando a la nada. Despeino su mohawk casi formado. —Deja de tocarme. La gente puede pensar que soy normal. —Que Dios nos libre de eso. —Me río. —Y Jack me matará.
—¿Jack? —Hago un zumbido con mis labios—. Jack no da una Jack-mierda por mí. No, espera, al revés. Yo no doy una Jack-mierda por Jack el Mierda. Chico-Cuchillo quita mi brazo. Cuando le doy una mirada burlona que dice: “¿por qué desprecias mi hermoso abrazo de amistad?”, asiente detrás de mí. —Soy lo suficientemente inteligente como para no meterme entre ustedes dos. Me doy la vuelta, y ahí está. Jack está a menos de dos metros de distancia, con el ceño fruncido como si hubiera chupado un gajo de limón. Su tostado y despeinado cabello, junto con esos ojos azules como el hielo, se ven diferentes a la luz del día a diferencia con la pálida y enfermiza luz del hospital. —¡Ah! Si es Jack. Jack el Destripador de autoestima de las mujeres. Jack Sparrow, quien vuela alrededor y caga en las cabezas de las personas. Jack, quien se caga en tu chaleco y te arruina el día. —Sin duda la lesión en la cabeza te hizo más creativa. Y, afortunadamente, menos coherente —replica en un tono monótono. Mira a Chico-Cuchillo—. ¿Y quién es éste joven encantador? ¿Un admirador? —Jack sacude una mano delante de su rostro—. ¿Es ciego? ¿O simplemente estúpido? Algo en mí se tensa y encaja en una fracción de segundo. No puedo recordar mucho de Jack, pero recuerdo a Chico-Cuchillo, y la forma en que él fue amable conmigo. De pequeñas maneras, ¡pero maneras, no obstante! —¿Por qué tengo la repentina necesidad de cometer un acto de violencia con tu rostro? —Ladeo la cabeza. Podría estar imaginándolo, pero su pecho se hincha ligeramente. ¿Ira? Por supuesto que es ira. —Será que tu cuerpo está recordando aquella vez que me golpeaste tan fuerte que vi a través del tiempo y el espacio —dice. —¿Te gustó lo que viste? ¿Aliens pegajosos? ¿Supernovas? ¿Mantorok, Dios de cadáveres? —Vi un universo alternativo sin ti. Era como el paraíso. Chico-Cuchillo de repente se ríe. Jack se burla de él. —¿Algo gracioso? —No has hablado con nadie en el instituto durante dos semanas, y ahora ella vuelve, y tú est… —Chico-Cuchillo niega—. Lo que sea. Lo observo irse. Jack está callado, sus labios juntos. Respiro profundo y pateo con la punta de mis pies. —De verdad me odias, ¿eh? —pregunto. Los ojos azules de Jack se mueven hacia arriba y los deja fijo en los míos. —¿Qué? —Como ha dicho Chico-Cuchillo. No hablas cuando no estoy, vuelvo, y me insultas. Así que realmente debes odiarme para molestarte en romper tu silencio. Lo entiendo. Leí la carta que le enviaste a Sophia. Sé lo mucho que me desprecias.
*** Chico-Cuchillo no tiene ni idea de lo mucho que significa. Isis puso su brazo alrededor de su cuello, como si no significara nada. Ella solo había hecho eso con Wren, pero eso es porque él es menos intimidante que un cachorro. Pero Chico-Cuchillo es diferente. Es intimidante, parece que está enfadado, es alto, y tiene músculos debajo de esas camisetas de Black Sabbath. Él no es Wren. Él es un hombre. Hace un mes, mi toque la redujo a pánico y lágrimas. Era un recuerdo tan doloroso que ella lo bloqueó, y ahora está aquí, tocándolo como si fuera fácil para ella. Mi corazón late tan fuerte que puedo sentirlo en mis dedos. Estoy caliente por todas partes, una ola de calor corre a través de mí como la pólvora. Debo controlarlo. Debería girar sobre mis talones y alejarme. Enterré mi esperanza. Pensé que estaba muerta. Pero entonces la revivió aquella noche en el hospital, como una nigromante experta. Como si no la hubiera enterrado en absoluto. Y ahora no puedo controlarme. No cuando está ahí, tocando a otra persona… Estoy detrás de ella. Chico-Cuchillo me mira con recelo, y ella se vuelve. Sus mechones púrpuras se han desvanecido un poco. No está tan pálida como lo estaba en el hospital. Un rubor rosado cubre sus mejillas. Una pequeña sonrisa juega en sus labios, y como el idiota que soy, dejo que esa sonrisa alimente la ola de calor en mí más y más. —¡Ah! Si es Jack. Jack el Destripador de autoestima de las mujeres. Jack Sparrow, quien vuela alrededor y se caga en las cabezas de las personas. Jack, quien se caga en tu chaleco y te arruina el día. El insulto me lleva de nuevo a hace cinco meses. Cuando comenzó la guerra. Es como si nada hubiera cambiado en absoluto. Ella todavía me tiene aversión. Pero es mejor. Puedo conformarme con su desagrado, siempre y cuando me tenga en cuenta. Me recuerde. Me considere digno de reconocer. Tengo que ser normal. Tengo que demostrarle cómo solía ser yo. Si tengo suerte, podría recuperar la memoria. No puedo ser lento o suave. Tengo que ser el viejo Jack. —Sin duda la lesión en la cabeza te hizo más creativa. Y, afortunadamente, menos coherente —le digo, y miro a Chico-Cuchillo—. ¿Y quién es este joven encantador? ¿Un admirador? —Agito una mano delante de su rostro—. ¿Es ciego? ¿O simplemente estúpido? La sonrisa de Isis se desvanece. Una mueca torcida aparece en sus labios. —¿Por qué tengo la repentina necesidad de cometer un acto de violencia con tu cara? —Ladea la cabeza, como un pequeño pájaro enfadado. Ese movimiento me recuerda mucho a la noche en lo de Avery. Inhalo bruscamente cuando los recuerdos me inundan. Su clavícula al descubierto, su sonrisa cuando me dijo que podía sentir mi pulso, sus respiraciones suaves. Control, Jack. Contrólate. Tienes que ser el viejo Jack. El que la creía un fastidio molesto.
Me aclaro la garganta. —Será que tu cuerpo está recordando la vez que me golpeaste tan fuerte que vi a través del tiempo y el espacio —le digo. —¿Te gustó lo que viste? ¿Aliens pegajosos? ¿Supernovas? ¿Mantorok, Dios de cadáveres? —Vi un universo alternativo sin ti. Era como el paraíso. Chico-Cuchillo de repente se ríe. Le lanzo una mirada. —¿Algo gracioso? —No has hablado con nadie del instituto en dos semanas, ahora ella ha vuelto, y tú est… —Chico-Cuchillo niega—. Lo que sea. Se da vuelta y se va, justo mientras considero atacarlo. Tiene razón, y esa es la parte que Isis no tiene que saber. Nunca. —De verdad me odias, ¿eh? —pregunta. —¿Qué? —Como ha dicho Chico-Cuchillo. No hablas cuando no estoy, vuelvo y me insultas. Así que realmente debes odiarme para molestarte en romper tu silencio. Lo entiendo. Leí la carta que le enviaste a Sophia. Sé lo mucho que me desprecias. —No… —Suelto. Me detengo. No, Jesús, no es eso en absoluto. Pero, ¿cómo puedo decirle eso? ¿Cómo puedo decirle cómo me…? —Mira, está bien. —Sonríe—. Te estoy agradecida por haber salvado a mi madre. Esa es la única razón por la que no te he golpeado. Además, me estoy convirtiendo en una hermosa mariposa maura. Pero sobre todo es por mi madre. Claramente nos hemos estado tratando de la manera equivocada. Tú mantente alejado de mí, yo voy a permanecer lejos de ti. Los dos seguiremos con nuestras vidas. ¿Suena bien? Mi estómago cae. No. No, no suena bien en absoluto. Es la última cosa que quiero. —¿Así que estás huyendo? ¿Esa es tu solución? —Chasqueo—. Soy parte de tu pasado, Isis. Huiste de Will Cavanaugh, pero no puedes huir de nuevo. No resolverás nada así, y no conseguirás ninguna paz. Ante la mención de su nombre, retrocede, se encorva antes de enderezarse y mirarme con enfado. —¿Qué diablos crees que sabes sobre mí? —No puedes suprimirme de tu vida como lo hiciste con ese cabrón. No soy él. Así que no me trates como a él. —Me odias —dice—. Él me odia. Me parece mejor dejar fuera de mi vida a las personas que me odian. Todo en mí grita que me mueva para sostenerla. Para abrazarla. Para demostrarle que no la odio. Pero eso no es algo que el Jack que apenas puede recordar haría.
—Me molestas —digo con frialdad—. No te odio. Hay una diferencia. Se ríe. —Tampoco hay mucho que en eso. —Te respeto. No estoy de acuerdo contigo en la mayoría de las cosas, pero te respeto. —Se burla—. Lo creas o no, no me importa. Es la verdad. Antes de que Leo te atacara, nos respetábamos mutuamente. Espero que algún día puedas recordar qué tanto. —Todo lo que puedo recordar es aquel tonto beso. —¿Cuál? —Suelto antes de que pueda detenerme. He tenido muchas ganas de saber cuál recuerda, desde que lo mencionó en el hospital. Sus ojos se abren, poco a poco, hasta que tienen el tamaño de las monedas de color ámbar. —¿Cuál? ¿De qué estás hablando…? La campana suena estridentemente justo encima de nosotros. Se estremece al oír el ruido, aprovecho la oportunidad para meterme en el hueco de la escalera y dejarla atrás. No pude atravesar mi nube de incertidumbre durante la clase de cálculo. Sacudí nerviosamente la pierna durante toda la lección, golpeando el lápiz en el papel. ¿Qué diablos acabo de hacer? No puedo controlarme cerca de ella. Pensé que podía. Me prometí que lo haría. Pero la idea de su presencia y su presencia real son dos cosas muy, muy diferentes. Se me escapan las cosas. Las dejo escapar con el traicionero lenguaje corporal. No me puedo controlar cuando ella está cerca de mí. Y me aterra. Porque lo que más necesita de mí, no, de cualquier hombre, es que se sepan controlar. Después de que la clase de cálculo terminara, miré por la ventana. Ella caminaba con Kayla justo por debajo de mí. Se le ve feliz, tiene una sonrisa en el rostro, en lugar de la mueca que yo causé antes. Y ahí es cuando la veo. Allí, en el cuero cabelludo. Es una cicatriz blanca pálida. No es grande, pero no es pequeña. Es irregular y de color rosa en los bordes. Curándose. Apenas curándose. La vista de eso envía una oleada de ira a mi garganta, mis pulmones. Salió lastimada porque no fui lo suficientemente rápido. Esto es Sophia, todo de nuevo. Agarro mis libros y empujo la puerta. Necesito aire. Necesito respirar. Necesito silencio y no a ella. La pared detrás de la cafetería es el único lugar de la escuela donde la gente puede fumar sin ser visto. Algunas otras personas están aquí, también, riendo. Me apoyo en la pared y enciendo uno. El humo sube en espiral y la quemadura en la garganta coincide con el sentimiento de culpa que arde en mi pecho. —Oye. —Una voz a mi lado. Chico-Cuchillo. —¿Qué quieres? —gruño. Se encoge de hombros.
—No te ves muy bien. Pensé en preguntar si ibas a vomitar. Ya sabes, para que no me atrape cerca. —Estás cerca ahora. —Si puedes hablar, no vas a vomitar. Así que puedo estar aquí. Él es irritante, pero no falso. —¿Cuándo empezaste a fumar? —pregunta—. Pensé que eras un chico bueno, de los que van a Harvard, o algo así. —¿Cuándo lo hiciste tú? —devuelvo. —Cuando mi viejo me dijo que era demasiado debilucho para fumar. Por despecho, supongo. —¿Dónde está él ahora? —pregunto. —En la cárcel. Hay un largo silencio. Chico-Cuchillo saca su cigarrillo de la boca. —Las has visto, ¿verdad? —Me mira. —¿Visto qué? —Esa cosa en el brazo de Isis. —¿Qué cosa? Se ríe. —Para alguien tan inteligente y observador, eres lento. No tengo la energía para hacer mucho más que curvar mi labio en su dirección. —Ha sido divertido —habla de nuevo Finalmente—, verlos a los dos. Lo más divertido que ha pasado en mucho tiempo en este lugar de mierda. Así que te voy a dar un consejo: no fumes cerca de Isis. —¿Qué te hace pensar…? —A ella no le gustará. Confía en mí. —¿Te ha dicho que lo odia? —No tenía que hacerlo. Chico-Cuchillo me mira de reojo, y antes de que pueda interrogarlo de nuevo, ha dado la vuelta a la esquina. Reflexiono durante unos minutos lo que ha dicho, rompiéndome la cabeza intentando poner todas las piezas juntas. Y luego hace ―clic‖. A la vez que suena la campana para la próxima clase. Todas las piezas se juntan y hacen ―clic‖. Mi interior comienza a hervir. Si alguna vez llego a estar cara a cara con Will Cavanaugh, será su sentencia de muerte. ***
El director Evans está encantado de verme. Y por eso, quiero decir que se pasea por su despacho, abriendo aspirinas como si fueran caramelos. —¡Evans! —Levanto mis brazos y grito—: ¡Cuánto tiempo sin verte, amiguito! —Isis, por favor, me duele la cabeza. —¿CÓMO ESTÁN TU ESPOSA E HIJOS? Se queja. —Te gusta atormentarme. —Me gusta todo lo que no es aburrido. —Me dejo caer en el sillón frente a su escritorio—. ¿Y? ¿A qué se debe esta ilustre citación? Con cautela se quita las manos de los oídos, y la mete en su escritorio, sacando un sobre escrito con palabras señoriales, y el logotipo de un edificio de cierta clase. —¿Eso es lo que creo que es? —pregunto. —Stanford —dice Evans con calma—. Vino para ti hoy. —¡Y has tenido el suficiente autocontrol para no abrirlo! Eres increíble, Evans. En serio. Has crecido desde el pequeño niño que se dedicó a pegar mis fotos de gorda en todas partes. Se estremece. —¿Qué tal si lo abres? —¿Qué tal si cambio tu zumo de manzana por pis? —Isis… —Mira, Evans. —Inhalo—. Mi madre tiene un juicio pendiente. No sé si lo has escuchado. Me necesita. Probablemente durante mucho tiempo. Quiero decir, puedo hacer los deberes, ponerme al día y graduarme o lo que sea, pero la verdad es que no soy la mejor estudiante. Obviamente. Y obviamente sabes eso. Estoy bien en ése papel, causo problemas, soy inmadura y digo cosas estúpidas. Así que realmente no me merezco esto. Quiero decir, lo hice, pero no pertenezco a la universidad. Sobre todo no a una gran enorme Ivy League o lo que sea. Sería mejor que le dieran la plaza a alguien de China. Alguien realmente dedicado y maduro. Alguien que no sea yo. —Empujo la carta de vuelta—. Así que, ya sabes. Puedes abrirla o tirarla a la basura. No me importa. Pero no voy a ir. Evans está tranquilo. Cuando finalmente me mira, de alguna manera parece mucho más viejo. Las arrugas bajo su ojos son más profundas y sus pliegues de la frente con decenas de años de estar cansado. —Estás haciendo lo mismo que hizo Jack. —¿Qué? —Negarse a ir por la gente que amas. Negarse a convertirte en increíble. Tienes mucho potencial, Isis. Y estás tirándolo a la basura.
—¿Qué quieres decir con que se niega? ¿Lo hizo? —¿No te acuerdas? Quería quedarse aquí, en Ohio, para cuidar de esa chica, Sophia. Tenía las ofertas en todas las Ivy League en el país, prácticamente. —Pero ahora va a Harvard. La gente no deja de hablar de ello. —Sí. Pero cambió de opinión después de… no sé qué le hizo cambiar de opinión, en realidad. Pero no puedo dejar que hagas lo mismo. Por favor. Sé que dije que sería tu decisión, pero por favor. Abre la carta, léela y reflexiona. Y si todavía no quieres ir, respetaré tu decisión. Resoplo. Me quedo mirando el sobre durante unos segundos antes de arrebatarlo de regreso. —Bien. Bien. Pero no esperes un final feliz. Evans sonríe, tristemente. —Nunca lo hago. Me levanto para irme, y él me llama. —Oh, ¿Isis? Buena suerte con el juicio. Espero que reciba la justicia que se merece. Aprieto los puños, y cierro la puerta detrás de mí. ¿Qué sabe Evans sobre la justicia? Él fue el cabrón que pego mis fotos en todas partes y, a continuación, trató de compensarme por ello cuando se enteró de que soy decente estudiando e intentó empujarme hacia las fauces de cada colegio de remilgados del mundo. Empujo las puertas y salgo al patio. El aire fresco de Febrero muerde en mis tobillos, pero el sol está afuera, y calienta mi rostro. Es un contraste calmante. Veo a Kayla sentada en un bajo muro de ladrillo, mirando perdida en la distancia. —Parece como si estuvieras pensando —digo—. ¿Debería sacar una foto para conmemorar el momento? Rueda sus ojos. —Muy gracioso. Hilarante, incluso. —Lo intento. —Me siento a su lado. Frunce las cejas y vuelve a mirar a la nada. Antes de que yo idee un chiste para sacarla de su estado de ánimo sombrío, se vuelve hacia mí y de repente dice—: ¿Por qué Wren actúa tan raro cuando ve a Jack? —Buena pregunta. No puedo estar segura, ya que la mitad de mi cerebro se filtró en el piso de mi sala de estar hace un tiempo, pero estoy bastante segura de que es porque hizo algo malo. Al menos, eso es lo que Wren y mis recuerdos brumosos dicen. —¿Jack hizo algo malo? Algo como... ¿cómo qué? —No sé. —Me quedo mirando la hierba—. Honestamente, no lo sé y me mata a diario no saberlo, pero de alguna manera me las arreglé para revivir y barajar en una parodia de vivir.
—Recuerdo que ellos eran amigos —dice Kayla—. Vine aquí, en cuarto grado. Ellos eran amigos. Wren, Jack, Avery y esa chica, Sophia, todos eran amigos. Muy cercanos. Como un círculo en el que nadie podía entrar. Estaba celosa de ellos. Yo no tenía buenos amigos, solo personas que les gustaban los bocadillos de mi casa y mi kit de maquillaje. Suena solitario. Pero no lo digo, sin embargo. —¿Por qué estás preocupada por Wren? Me dijiste que es un nerd. Kayla se ruboriza. —B-bueno, sí. Es el rey nerd. Pero… ¡no lo sé! Solo se pone tan... tan asustado al ver a Jack. Es extraño. —Todo lo que sé, es que es por algo que sucedió en la secundaria. Avery hizo algo para lastimar a Sophia, y Jack lo detuvo. Wren estaba allí, con una cámara, ya que Avery lo intimidó para filmarlo. Los ojos de Kayla se abren como platos. —¿Crees que hay una cinta de ello? Si Wren filmó… —Dudo que la conserve. Es tan culpable, que probablemente la destruyó. Puedes preguntarle al respecto. Pero realmente lo estresa. Y ya está casi en el borde. Nunca se relaja. Tal vez no sea el mejor tema de conversación. —Sí —dice suavemente. —¿Por qué de repente éste asunto, Copérnico? A ti... ¿a ti te gusta él o algo? El rostro de Kayla se tiñe con rubor al rojo vivo y se levanta al instante. —¿Q-Qué? ¡No! ¡No seas estúpida! ¡No es mi tipo! Me río y la sigo mientras avanza por la hierba fresca. —Mientes muy mal —digo. —¡Eres una mala... mala... usadora de lápiz de ojos! —espeta. Intento ahogar mi risa y fallo ligeramente. —Mira, también siento curiosidad. He sentido curiosidad desde hace un tiempo. Wren me dijo algo en el hospital sobre el Lago Galonagah. Avery tiene una… —… cabaña familiar allí —termina Kayla—. Sí. He estado en ella cada verano durante los últimos cuatro años. Es preciosa y enorme, el lago está como a cinco pasos de la puerta, la hamaca es de seda y la lámpara de araña era de Michael Jackson, creo. —Dejando la lámpara de MJ a un lado, deberíamos visitarla. Tal vez no la casa real. Porque eso sería allanamiento de morada. Así que en su lugar vamos a traspasar ligeramente los alrededores de la casa. ¿Crees que puedes recordar el camino a su cabaña? —¿La colección de Chanel primavera/verano de 1991 redefinió el feminismo post-moderno en el mundo de la moda?
Hay una pausa. —¿Traducción? —trato Kayla lanza sus brazos hacia arriba. —¡Quiere decir que sí! —Impresionante. Sábado, a las diez de la mañana, en mi casa. Yo conduciré. Tú proporciona la atmósfera. Y Gatorade. —¿Sábado? Voy con mi madre a la peluquería. ¿Por qué no el viernes? —Juicio —gruño. Lo ojos de Kayla se ensanchan. —Oh. Correcto. Me olvidé de eso. —Yo no —digo. —Tú quieres... ¿quieres que vaya? Yo podría… no sé. ¿Proporcionar apoyo moral? ¿Y Gatorade? Me río. —Sí. Me gustaría eso. Mucho. Kayla une su brazo al mío, y sonríe. Hay un agradable silencio mientras caminamos. La tranquilidad que se establece entre dos personas que han dicho todo lo que habían estado ardiendo por decir, solo cenizas frías flotando hacia la tierra. Es pacífico y reconfortante. Ayuda a calmar los nervios de mi primer día de regreso como un bálsamo calmante. Y luego Kayla rápidamente me empieza a dar conferencias sobre los puntos finos de la colección de Chanel primavera/verano de 1991, y por qué me debo preocupar por hombreras extendidas y chaquetas Tecnicolor. Y de alguna manera, eso es aún más reconfortante. El mundo cambia, y yo cambio. Pero hay algunas cosas que siempre permanecen igual. *** Mamá no está en casa después de la escuela, así que me quito el pantalón en el segundo en que entro por la puerta y suspiro de alivio. Hellspawn mira hacia mí con sus grandes ojos amarillos. —No me vengas con esa mirada. Sé dónde haces caca. Y duermes. A veces, ambos a la vez. Se escabulle hacia arriba, a vomitar en mi canasta de ropa sucia o algo igual de elegante. Después arrojo mi pantalón detrás de él y aterriza en la barandilla con un triste golpe seco. Luego, me dejo caer en el sofá y me quedo mirando el sobre que Evans me dio. El logotipo de Stanford me mira, en rojo y blanco. Apesta a
pretencioso y ni siquiera lo he abierto todavía. Puedo oler la sucia pretensión rezumando de la grieta en el sobre. Provocándome. Así que me levanto y lo tiro a la chimenea. La chimenea está fría. No está encendida. Pero para ser justos, si yo estuviera hecha de papel, la mera presencia de viejas cenizas de carbón frotándose contra mi trasero blanco me haría cagar tinta durante días. —¿Todavía asustado? —pregunto. El solo permanece descarado. Para el momento en que me armo de valor para abrirlo, me he pasado media hora mirándolo. Simplemente mirando, y viendo un montón de opciones importantes que aparecen en mi vida. Mamá me necesita más que Stanford. Pero es Stanford. Stan-maldito-Ford. Stan, es tan cargado su apellido que parece ser Ford, como el tipo que inventó ese auto Ford. Ellos tienen dinero hasta por el trasero y me han contestado muy pronto. Es un rechazo. Tiene que serlo. Un lugar como Stanford nunca querría a una aburrida chica blanca centro-occidental como yo. Saco buenas notas. ¿Y qué? No hago un millón de cosas de caridad después de la escuela como Wren, no soy estado-Mensa como Jack, y no tengo dinero como Avery. No hay nada que me haga destacar de entre todos los demás. Pero si me aceptaron, y solo si lo hicieron, entonces Evans tiene razón. No me gusta el sabor de esas palabras en mi lengua, pero tiene razón. Stanford me transformaría. Iría allí, aprendería demasiado, y me convertiría en mucho más. O menos. O tal vez suspendería. Fracasaría, probablemente. Pero si no lo hiciera, lugares como Europa y las cosas que siempre he querido hacer, como aprender español con fluidez o sumergirme en Estudios de la Mujer o buscar por los misterios de microorganismos; todo eso estaría en mis pequeñas manos. La visión de facturas apiladas en la mesa me golpea como una tonelada de ladrillos de plomo. ¿A quién estoy engañando? Incluso si se trata de una carta de aceptación, no hay manera de que mamá pudiera permitírselo. Estaría trabajando veinticuatro horas, siete días a la semana solo para poder pagar la matrícula. Probablemente sería miserable. Sería más inteligente simplemente quedarme en casa, aquí, con mamá, conseguir un trabajo y asistir a la universidad pública local. Sería ahorrarnos a ambas el dinero. Agarro el sobre y salgo corriendo hacia mi habitación. Me caigo de panza en mi cama y tiro a la señora Muffin a mi lado. —Está bien, ábrelo tú. Manipulo sus patitas, mis manos temblorosas, ella abre el sobre y extrae la carta. Cae abierta en la colcha. Me ahogo con mi propia saliva. Hay más que una simple carta. Hay un formulario de algún tipo. —¡No seas tan gallina! —Parece repicar la Sra. Muffin—. ¡Pero no te precipites! ¡Lee la carta primero! —Estimada señorita Blake. ¡Felicidades! Nos complace informarle que ha sido aceptada en la universidad de Stanford para el semestre en otoño de 2012… ¡OH DIOS MIO! ¡OH DIOS MIO! ¡OH DIOS MIO! —¡Respira! —gime la Sra. Muffin—. ¡No te olvides de respirar! ¡Es necesario!
Mi mente está en blanco. Todos los pensamientos de Jack, y lo que dijo acerca de ―cuál beso‖, salen volando por la ventana. Me olvido temporalmente sobre el Lago Galonagah y la ira de Sophia. Me está dando un infarto y me derrumbo sobre mí misma como una estrella moribunda. El melocotonero fuera de mi ventana está sumariamente impresionado. —¡Entré! ¡Entré en Stanford! —grito al cielo raso. La carta se sacude en mi mano mientras devoro con entusiasmo el resto de ella. Hay algo acerca de un formulario de vivienda, y un formulario de ayuda económica, y en la parte inferior hace mención a una subvención. ¿Beca? Nunca solicité una beca. ¿Evans lo hizo...? Y entonces mis ojos se abren ante la cantidad en el documento adjunto. Treinta mil dólares, por cuatro años o hasta que consiga mi licenciatura, en los términos que mantenga un promedio de 4.0. No es una gran cantidad para Stanford, pero va a hacer mella en los costos de la matrícula para mí. Podría mantenerme a flote, si consigo algunas becas más y un trabajo. Es factible. Mi corazón late rápidamente. Puedo hacerlo. Puedo hacer algo diferente, algo salvaje e increíble… casa?
—¿Isis? —La voz de mi madre se filtra desde el piso de abajo—. Isis, ¿estás en
Me levanto de un salto y corro escaleras abajo, resbalando en el último escalón, pero me sostengo con gracia y me lanzo a su pecho. —¡Entré! —grito— ¡Entré en Stanford! Los ojos de mamá se ensanchan. —¿Q-Qué? ¿Stanford? ¿Cómo…? Pongo la carta en sus manos y tiemblo en el borde de un cuchillo durante unos diez segundos, mientras la lee. Su rostro se ilumina desde el interior, como una vela a través de un panel de esmerilado, brillando en todas direcciones a la vez. Me abraza, más fuerte que cuando desperté en el hospital, más fuerte que cuando volví a casa desde el hospital, más fuerte que cuando llegué al aeropuerto de Ohio desde Florida. —Oh, cariño. Estoy, estoy tan orgullosa. ¡Esto es increíble! ¿Cuándo aplicaste a Stanford? ¿Y sin decírmelo? —Yo solo... solo lo puse por diversión. No esperaba conseguir nada. —Miento. La alegría de mamá se ve ensombrecida por arrugas de preocupación, pero está tratando de ocultarlos por mí. Es entonces que me doy cuenta de su abrigo, y la nueva prescripción de píldoras saliéndose de su bolso. —Vamos a hablar de esto después de la cena, ¿de acuerdo? ¡Llama a tu padre y cuéntaselo! —insiste mamá. Papá está igual de emocionado. Se ofrece a ayudarme con algunos de los costos, el orgullo en su voz es inconfundible. —¡Kelly! ¡Kelly! —Lo oigo llamar a mi madrastra—. ¡Isis entró en Stanford! —¡Stanford! —La voz cantarina de Kelly me perfora a través del teléfono—. Rápido, dame el teléfono.
Tomo una respiración y me preparo para el inevitable enfrentamiento. —¡Isis! —exclama Kelly. —¡Kelly! —Imito—. Es muy agradable hablar contigo de nuevo. Una vez cada dos años no es suficiente. —¡Estoy de acuerdo! Stanford... vaya. Eso es increíble. Espero que Charlotte y Marissa puedan ser tan inteligentes como tú cuando se hagan mayores. —Pueden intentarlo —le digo con dulzura. Se ríe, pero bajo esa risa está lo obvio, que no nos caemos bien la una a la otra. Pero nunca lo hemos dicho en voz alta. —Realmente debes venir a visitarnos este verano. —Kelly presiona—. Tu padre y yo vamos a llevar a las niñas… —Pone énfasis en las niñas, restregándome en la cara que no estoy incluida en esa categoría—. A Hawái. Todos debemos ir juntos antes de que te marches. —Ay, pero me gustas mucho más cuando estas a una enorme distancia, lejos de mí. Se ríe, corta y mordaz. —Bueno, voy a darle el teléfono a tu padre. ¡Felicidades de nuevo! Papá vuelve. —Así que, ¿cuál es el plan? ¿Tenemos que llenar la Solicitud Gratuita de Ayuda Federal para Estudiantes? Voy a ir a tu graduación. Podría llevarte allí. Un viaje por carretera, ¡solo para nosotros dos! ¿Cuánto te gustaría eso? Sonrío al suelo. Sí. Eso sería genial. Si tuviera cinco años. Está intentando recuperar el tiempo perdido. Es tan obvio, y tan ridículo. No soy una niña. Perdió su oportunidad de criarme. Al menos mamá lo intentó, aunque fue en el final de mi tiempo de cuando era niña. —No lo sé, papá. Voy a pensar en ello. —¡Está bien! Mantén buenas calificaciones, y hablaremos sobre esto más adelante. Te quiero. —También te quiero. Las palabras son huecas. Pero eso está bien. La mayoría de las cosas lo son, en estos días. Mamá entra en la cocina y hace una cena para celebrarlo. Ella misma está obligándose a estar feliz por mí, pero sé que algo está mal, y no es solo el juicio que se acerca. Está tan envuelta haciendo su sándwich de tocino, lechuga y tomate que no puedo conseguir una respuesta seria de ella, así que voy arriba, enciendo mi laptop y miro las fotos de Stanford. Hago más investigación: hay programas sorprendentes para el extranjero. Inglaterra, Francia, Italia, Bélgica. El campus es algo salido de una revista: césped verde perfecto, edificios blancos y el sol de California convierte todo de oro. Su programa de matemáticas es increíble, con profesores muy famosos que solo había leído en las revistas científicas. No es que leyera esa mierda nerd. Yo solo, uh, las miro mientras estoy haciendo caca.
Pero aun así. Es todo lo que nunca he sabido que quería. Rebusco en mi email, para darles las gracias por la beca, y para decírselo a Evans. Me detengo en un mensaje en particular. Es nuevo, enviado hace tan solo cuatro horas, procedente de una dirección extraña. Al principio creo que es spam, pero luego leo el título: Isis, sé que estás ahí. Leo el título a un lado: “Espeluznante asesino en serie”. ¿Qué es lo peor que podría suceder? Mis servidores de seguridad son muy ajustados y, si se trata de un correo electrónico de phishing3 no haré clic en cualquier cosa dentro de él. Hay una sola línea en el mensaje: Jack Hunter es malvado. Es una broma. Tiene que ser una broma de mierda. Un email de alguien de la escuela. He escuchado estas palabras exactas de personas en la escuela, pero en un correo electrónico como este, es espeluznante. Es de alguna manera más amenazante y real. Trato de rastrear el correo electrónico poniéndolo en Google, pero no sale nada. Es una mezcla de letras y números, que bien podría ser un spambot4, pero no lo es. Es alguien que sabe mi nombre, alguien que piensa que Jack Hunter es malvado. Tengo dudas sobre él, pero no creo que sea malvado. Es cruel, e insensible. ¿Pero malvado? ¿Realmente, realmente malvado? Eso es ir un poco lejos. Y ahí es cuando la veo. Hay una imagen adjunta al correo electrónico. La abro. Es borrosa, pero veo árboles, y las hojas de pino cubren el suelo. Veo el bulto oscuro que parece que tiene extremidades (¿una persona?) tirado en el suelo, y veo una mano sosteniendo un bate en la esquina. Un bate manchado con algo oscuro en la punta. Mi boca se seca. Conozco esa mano. Los recuerdos surgen como una marea rápida. Agarré esa mano, con sus ligeras venas y dedos largos. La sostuve, ambos sentados en una cama, y le confesé algo. Algo que significó mucho para mí. La música sonaba. El sabor de la bebida. Bailando. Una cama. Sé qué mano está sosteniendo ese bate de béisbol manchado. Es la de Jack. Jack se cierne sobre lo que parece un cadáver.
Phishing o suplantación de identidad: es un término informático que denomina un modelo de abuso informático y que se comete mediante el uso de un tipo de ingeniería social caracterizado por intentar adquirir información confidencial de forma fraudulenta (como puede ser una contraseña o información detallada sobre tarjetas de crédito u otra información bancaria). 3
Spambot: Tipo de spider que se encarga de recorrer la web en busca de direcciones de e-mail para agregarlos a listas y luego enviarles spam. 4
3 Años 26 Semanas 5 Días Bienvenido al infierno. Población: yo, algunos idiotas, y mi madre. La justicia es básicamente, una farsa disfrazada. Lo aprendes cuando tienes tres años, y tus padres te dicen que compartir es bueno; cuando compartir, con toda claridad es terrible, y no se preocupan en absoluto, porque no importa lo fuerte que llores, nadie parece tener simpatía por ti y por tu muñeca, la cual no debe ser tocada por las manos de nadie más, porque todo el mundo es sucio y tonto. El palacio de justicia es esencialmente el mismo principio; un montón de adultos engreídos y cansados, diciéndose los unos a los otros que hay que compartir y cuidar. Con la ventaja añadida de la condena. Suspiro y vuelvo a abotonar mi horrible blusa blanca, todo el camino hasta la barbilla. Al menos mamá me permitió ponerme mi pantalón. No puedo apoyarla moralmente cuando mi trasero está colgado de un pantalón negro ajustado para que el mundo lo vea. Trato de arreglarme el cabello, un gran recogido que mi madre me hizo, pero Kayla golpea lejos mis manos. —Basta. Te ves bien. Por una vez. Sonrío y la miro. Se sienta a mi lado en la sala del tribunal, con una blusa blanca similar, apenas restringiendo su considerable pecho. Lleva una falda y pendientes de perlas, perlas reales, se ve totalmente como si fuese la Primera Dama. Si la Primera Dama tuviese diecisiete años y fuese latina. El tribunal no es exactamente lo que imaginaba. Me esperaba miembros del CSI atestando la habitación, jueces con el ceño fruncido y miembros del jurado aprensivos. Pero en su lugar, recibo una habitación que parece sacada de los años 80: alfombras con extraños dibujos geométricos, una bombilla fluorescente parpadeante en una esquina, y una jueza que se ve como una abuela sonriente con el cabello y las uñas con esmalte color rojo brillante. El jurado ni siquiera parece serio, hablan y ríen entre sí. Mi madre se sienta dos filas delante de nosotras, con su abogado al lado. Leo, la basura, se sienta en la mesa de la izquierda, con su abogado susurrándole. Tiene un yeso en su brazo y la nariz vendada. —Asno —le susurro a Kayla—. La nariz de Leo está muy bien. Solo lo lleva para el espectáculo.
Ella se burla. —Es tan desagradable. ¡Espero que le sea entregado directamente todo lo desagradable! ¡A través de FedEx! ¡Envío expreso! Mantengo mis ojos en mamá mientras la gente entra. Dormí en el colchón de aire junto a su cama la noche anterior, porque ella no dejaba de llorar. Después de que la alegría de Stanford se viniera abajo, todo lo que quedó fue un triste remanente de la realidad. Sus hombros están temblando debajo del traje de dos piezas, pero mantiene la cabeza alta. —¿Jack viene? —pregunta Kayla. Asiento. —Sí. ¿Por qué? Se encoge de hombros. —Solo... que podría ser difícil para ti. Ya sabes. —Voy a estar bien. Kayla se mantiene callada, antes de decir: —También fue difícil para él. —¿Qué? ¿Quién? —Jack. Cuando te fuiste, era tan diferente. Sé que lo dije el día que volviste, pero… pero él en realidad, en realidad cambió. Nunca lo he visto tan aburrido. Era casi como si estuviera muerto. —Nadie consigue ese efecto por insultarme. Ella niega y suspira. Los ojos de Leo atrapan los míos una vez, e imito el recorte de mi propia garganta para conseguir el punto. Él no se fija en mí otra vez. —Por una vez, tus amenazas eran merecidas. La voz pertenece a Jack, quien se desliza en el asiento de al lado. Lleva un traje oscuro, con una corbata azul porcelana que hace juego con el color de sus ojos. El cabello alisado con gel, pómulos desafiantes, perfil altivo y majestuoso como siempre. Kayla le da una mirada superficial. —Hola, Jack. —Kayla. —Asiente hacia ella. Su intercambio hace dos meses hubiera sido muy diferente, pero ahora es casi... ¿maduro? Me estremezco. Fuerte. La imagen de su mano en la fotografía del correo electrónico no va a desaparecer de mi mente. ¡Podría haber matado a alguien! ¡Al igual que, muerto! ¡Al igual que, sin respirar o comer! Y no comer es una mierda porque A: la comida es fantástica; y B, ¡la comida es fantástica! Y aquí estoy, hablándole con total normalidad a un tipo que hizo a la gente incapaz de comer. Él podría ser un habitual Ted Bundy por lo que sé, porque no lo sé. No sé nada de él, salvo lo que mis recuerdos fragmentados me dicen. Y eso me hace sentir ganas de gritar. O vomitar. Preferiblemente, no al mismo tiempo.
—Tu madre se ve mejor. —Jack se inclina y murmura—: Ella fue decayendo cuando te fuiste. —Por lo que me han dicho, tú también. Se tensa minuciosamente, su traje tensándose en las esquinas. Antes de que pueda abrir la boca, el guardia dice: —Todos de pie. —Y todos en la sala del tribunal se levantan. La jueza-abuela se instala en su silla, y nos dice que nos sentemos. —La honorable jueza Violeta Diego presidirá el caso 109487, Blake contra Cassidy, este viernes 7 de febrero del 2012. —El guardia lee de un portapapeles—. El Sr. Gregory Pearson y la señora Ana Roth representarán a sus respectivos clientes. El Sr. William Fitzgerald está actuando como el taquígrafo de la corte. Su señoría. El guardia cabecea hacia la jueza Diego y se retira a la esquina. Diego se aclara la garganta: ―A mi entender, este juicio es para abordar el allanamiento de morada y agresión del Sr. Leo Cassidy contra la señora Patricia Blake y su hija Isis Blake, el 4 de enero de 2011. Fiscal, si lo desea puede hacer ahora su declaración de apertura. La abogada de mamá, una señora muy rubia, se levanta y toma el centro de la habitación. Hace un discurso acerca de la crueldad de Leo, sobre la historia de mi madre con él y cómo se fue de Florida para escapar de él. Presenta la orden de alejamiento que mamá consiguió en su contra antes de irse, mis radiografías craneales, y las fotografías que la policía sacó de la casa saqueada. Nuestra casa. Cristales rotos y una mancha de sangre en la pared y... me estremezco. Un bate de béisbol de metal. Kayla agarra mi mano y la aprieta. El abogado defensor afirma que Leo estaba en un estado de fuga, y que sufre de los efectos del trastorno de estrés postraumático, por su tiempo en Vietnam como médico. Me inclino hacia Jack. —Eres estudioso, ¿verdad? Sabes grandes palabras. Resopla. ―Es verdad, cierto. —¿Qué es un estado de fuga? ―Es similar a la amnesia disociativa que tienes hacia mí ―murmura. ―Ay, ¿acechando mi expediente médico? No era necesario. ―No acecho, entiendo las indicaciones psiquiátricas básicas. En cualquier caso, el argumento de un estado de fuga en su defensa es una idiotez. Es un hecho poco habitual, y no mostró síntomas de otra personalidad exterior. Si el juez lo acepta, voy a estar muy sorprendido. —¿No eres un testigo? Asiente. —Van a llamarme en breve.
La defensa de repente le pide a mamá que suba al estrado. Ella me mira, una vez, sonrío tan alentadoramente como puedo y le doy un pulgar hacia arriba. Sonríe débilmente, y se acerca al estrado. El guardia la hace jurar en la Biblia, y el abogado defensor comienza a acribillarla a preguntas: dónde estaba esa noche, lo que llevaba puesto, dónde estaba yo, lo que Leo parecía, cómo sonaba. La determinación de mama vacila, le tiemblan las manos y se muerde el labio, pero no se rompe. Sigue hablando, a pesar de que se ve como si un cristal rasgase su estómago desde dentro hacia afuera. Cuando termina la defensa, su propio abogado aparece, y mamá le da un informe completo de la historia con la insistencia de la abogada. Carcomo mi boca para mantenerme tranquila y pienso en unicornios, pero los caballos con cuernos que desmadejan el arcoíris, no me pueden distraer de la manera en que la voz de mamá tiembla mientras describe el ataque. Quiero colocar mis manos sobre mis oídos, o salir, pero ella me necesita. Me está mirando todo el tiempo mientras habla, así que mantengo el contacto visual con ella. Soy su ancla. —Y entonces Jack ―mamá inhala―, el amigo de la escuela de Isis, Jack, entró. Lo vi por encima del hombro de Leo… —¿Acaso Jack tenía un arma que pudieras ver? —pregunta el abogado. —Protesto, su señoría. La confirmación visual del arma en éste momento no es relevante —comienza la defensa. La jueza Diego le lanza una mirada dura. —Denegada. Continúe, señora Roth. —Gracias, su señoría. —Asiente la abogada de mamá―. Sra. Blake, ¿tenía un arma que pudiera ver? —Sí. Un bate de béisbol, lo tenemos en el armario de la planta baja. —¿Y entonces qué pasó? —Jack lo golpeó, y Leo cayó sobre mí, en el suelo. —La voz de mamá se hace más fuerte. Mira a Jack, y él asiente, mirándola con esos ojos de hielo―. Leo se puso furioso, y se giró hacia él. Trató de darle un puñetazo, pero Jack lo golpeó de nuevo. —¿Cuántas veces diría que Jack lo golpeó? —Cuatro. Cinco, quizás. Cada vez que Leo trataba de levantarse, Jack lo mantenía abajo, en el suelo. —¿Y entonces qué pasó? —Jack me sostuvo. Yo estaba llorando y temblando, Jack me tranquilizó y me dijo que iba a estar bien. —Sonríe—. Y lo creí. Miro a Jack. Él mira a mamá, con la mirada fija, pero algo al respecto es más suave de lo normal. —Y luego se fue abajo, donde estaba Isis, y fui con él, empecé a llorar otra vez cuando vi su cuerpo tan quieto. Tenía miedo. Aterrorizada. Usted no sabe cómo… Oh Dios. ―Mamá para, y el abogado mira a la juez Diego. —Eso es todo, señoría.
Me levanto para ayudar a mamá a ir a su silla, pero Kayla me tira hacia abajo y veo al guardia hacerlo en mi lugar. Mamá me sonríe con una sonrisa acuosa, una vez que está sentada a la mesa, me da un pulgar hacia arriba. Ella no está bien. Pero no tiene miedo. Puedo verlo bien. A continuación llaman a Jake al estrado. El abogado de la defensa se asusta ante su falta de expresión, lo pone nervioso. Ahogo una risa. Bienvenido al club, amigo. ―¿Entraste o no entraste en la casa Blake sin permiso? ―pregunta el fiscal. ―Sí ―dice Jack en un tono monótono―. Entré sin permiso. Por la puerta que su cliente dejó abierta. Un murmullo recorre la sala. Kayla bombea su puño y chilla. ―Oh, va a acabar con este tipo tan mal. Tuerzo mi boca cerrada. No tiene ni idea. ―¿Y qué presenció cuando entró? ―Vi a Isis Blake derrumbada en el suelo. Había una mancha de sangre en la pared, y sangre en la cima de su cabeza. ―¿Viste a mi cliente en cualquier lugar de la habitación? Jack entorna los ojos. ―No. Pero lo oí golpeando en el piso de arriba. ―Así que no es testigo de que mi cliente ―asaltase‖ a Isis Blake? ―No. El abogado sonríe, y pasea. ―¿Y agarraste o no agarraste un bate de béisbol de aluminio y fuiste hacia arriba para hacerle frente a mi cliente? ―Lo hice. ―¿Y mi cliente estaba armado? ―No. Pero eso no le impidió intentar violar a una mujer aterrorizada. Me estremezco. Mamá está completamente quieta, centrada en Jack. El tribunal grita otra vez, y la jueza golpea su martillo. ―¡Orden! Orden en la sala. Cuando los murmullos se apagan, el abogado defensor se endereza. ―¿Cómo conociste a la familia Blake, Jack? ―Isis es una… ―hay una brevísima pausa mientras Jack piensa―… conocida. De la escuela. ―Me gustaría presentar la prueba A. ―El abogado se acerca, sosteniendo una grabadora y colocándola sobre la mesa―. Una conversación grabada con su director, el Sr. Evans, quien confirma que usted e Isis se fastidiaban el uno al otro en la escuela con bromas extravagantes, meses anteriores a éste evento. No eran
amigos. Según Evans, eran todo lo contrario. ¿Entonces, por qué estabas en su casa? ¿Fuiste a hacerle daño? ―¡Protesto! ―grita la abogada de mamá―. Su señoría, ¿qué tiene esto que ver con el caso? La jueza Diego suspira. ―Denegado. Pearson, trate de permanecer en el tema. La abogada asiente. ―No hay necesidad. La defensa pide un receso, su señoría. Jack me mira. Si me esfuerzo lo suficiente, apenas puedo discernir la astilla más pequeña de preocupación en sus ojos. El jurado está mirando a Jack como si de repente fuera sospechoso. El abogado de mamá interroga a Jack en una dirección más positiva, poniendo de relieve que Jack llamó al 911 de inmediato cuando me encontró, y lo valiente que tenía que ser para hacer frente a un hombre de plena madurez, furioso. Jack se encoge de hombros, pero puedo ver lo que está tratando de hacer: pintarlo en una comprensiva luz de héroe. Y está funcionando. Ligeramente. El jurado no lo contempla más como si tuviera tres cabezas, de todos modos. Jack vuelve a su sitio. Tiene los puños apretados, apoyados en las rodillas, y se ve más pálido. ―Tú... ¿estás bien? ―digo―. Quiero decir, aparte del hecho de que tienes un arrogante tumor de grasa en el cuello que llamas cabeza. ―Estoy bien ―dice en voz baja. Hay un latido. ―No lo dije, uh, en serio. Lo del tumor. Es mi instinto ser mala contigo. Una señal de sonrisa torcida aparece en su boca. ―Lo sé. Y luego llaman a Leo. El abogado defensor construye su caso hasta que luchó en Vietnam hace treinta años, que recibió una herida en la cabeza, que el psiquiatra del ejército lo había diagnosticado con trastorno de estrés postraumático. Y con cada pequeña historia a medias, la furia en mis entrañas quema más y más caliente. Hace que mi estómago quiera evacuar el almuerzo en sus zapatos. Pero no puedo hacer nada al respecto. Ni siquiera me dejan testificar a causa de golpe en la cabeza. Estoy indefensa. Y estar indefensa es la peor cosa que conozco en el universo. ―¿Es cierto que usted recibió una llamada de la señora Blake temprano ese día, pidiéndole que la visitara en su casa? ―pregunta el fiscal. Leo ajusta su yeso y con una cara simuladamente seria, asiente. ―Sí. ―¡Eso es una jodida mierda! –grito, de pie y señalándolo con el dedo―. ¡Eso es mierda y lo sabes! ―¡Orden! ―La jueza golpea su martillo―. Señorita Blake, ¡permanezca sentada!
―¡Está mintiendo, su señoría! Él es una basura mentirosa que arruinó la vida de mi madre. ―¡Orden! ―grita ella―. O se sienta ahora mismo señorita, o tendré que escoltarla fuera. Estoy respirando pesado, y mi sangre corre caliente en mis venas. Estoy lista para golpear, para luchar, para patear, morder y gritar. Pero no puedo hacer eso aquí. Mi madre cuenta conmigo, en este juicio, para darle un poco de paz mental. Empujo a través de la fila y salgo, atravesando la puerta. Los salones de mármol de la sala del tribunal son demasiado impecables. Se burlan de mí, limpios y brillantes mientras mis entrañas están sucias y llenas de cubierta de odio. ―¡Oye! ―Ignoro la voz y doy zancadas por el pasillo―. ¡Oye! ―¡AGHH! ―Pateo el banco con la planta del pie―. ¡Patético cabeza de mierda! Jodido mentiroso bastardo, mono, cara de culo… ―Isis. ―Si alguna vez consigo estar a menos de metro y medio de él, habrá sangre. Y no será de mentira. ―Isis, escucha. ―Estoy segura de que hacen horquillas que pueden caber dentro de una boca humana. Y bajo la garganta. ―¡Isis! ―Alguien me agarra de la mano. Me doy la vuelta y lo empujo. Jack está allí, un poco jadeante―. Escúchame, necesitas calmarte. ―¡Calmarme! ―Me río―. ¡Estoy perfectamente calmada! ―¿Qué estás haciendo con las manos? ―Practicar. ―Muevo los dedos. ―¿Para qué? ―Para cuando consiga meterle las manos en sus entrañas. ―No va a salirse con la suya. Incluso un idiota estudiante de primer año en la escuela de leyes podría verlo. Así que no te exaltes de ésta manera. No ayudas a nadie, y ciertamente no te está ayudando a ti. ―Oh, ¿quieres ayudarme ahora? Eso es raro, porque la última vez que hablamos básicamente me dijiste que ibas a hacer de mi vida un infierno. ―¿Lo hago? ¿Hago de tu vida un infierno? Su voz cae, baja, profunda y agrietada. El cambio repentino me sobresalta. ―No. ―Inhalo―. Solo la haces un poco más difícil. ―Tu madre te necesita ―presiona. ―No puedo, no puedo volver allí. No por un tiempo. Si veo ese rostro de Neandertal de nuevo, voy a… Jack curva una ceja. ―Una palabra de más de cuatro letras. Estoy impresionado.
―Deberías estarlo. Pasé todo un año de la secundaria estudiándolas. Y sus entrepiernas peludas. Pero sobre todo a ellos. ―¿Golpearme otra vez te ayudaría a aliviar tu ira? Me burlo. ―Tal vez. Probablemente no. Es a él a quien quiero herir, no a ti. Jack mira por la ventana, hacia el exterior del palacio de justicia, a la zona de juegos en la calle. ―Hay dos cosas que te calman: la violencia y el azúcar. Helado. ―Señala a un carrito de helados en la acera―. Vamos. Yo invito. ―Ohhh no. Sé cómo funciona esto. Primero es helado, entonces es matrimonio. ―Matrimonio, ¿eh? Dime ―dice con serenidad, mientras ambos caminamos hacia el carro de todos modos―, ¿quién es el afortunado babosa de mar? ―¿Por qué babosa de mar? ¿Por qué no, como, un dragón de mar? ―Porque una babosa de mar no tiene ojos. O nariz. O cualquier inteligencia perceptible más allá de comer y cagar. Serían la pareja perfecta. Resoplo. El sol y el cielo azul claro son un signo que febrero aterrizó en su cabeza cuando se levantó de la cama esta mañana. Elijo un cono de fresa y Jack consigue chispas de chocolate de menta. Hay un banco, pero me siento en la hierba bajo el árbol en su lugar. Jack se sienta conmigo. ―No tienes que… ―digo. ―Hay sombra aquí ―contesta. ―Algunos traseros están en mejor situación a kilómetros de distancia. ―No. Con esa clarificante frase, disfrutamos de nuestros helados en la relativa paz compartida entre dos personas que son completamente opuestos. Jack se ve ridículo en la luz del sol. Ridículo y guapo. ―¿Puedes volver a Abercrombie5? ―¿Qué? ―Jack me mira. ―Ya sabes. Arrastrarte de vuelta a la revista de la que viniste. Así puedo esconderla debajo de mi cama entre dos temas del National Geographic sobre el reciclaje de residuos de elefante y nunca volver a leerlo. ―Estás demente. ―Sabes, eso que dice la gente sobre la belleza interior… ―empiezo. ―Sí. ¿Y? ―Me di cuenta de que la gente no tiene visión de rayos X ―le susurro con asombro―. No pueden ver tu interior. 5
Abercrombie: es una compañía de moda estadounidense.
Se frota la frente con cansancio. ―Mi signo del zodiaco es Cáncer ―insisto. Jack lame su helado. ―Una vez, cuando tenía siete años, lloré tan fuerte que rehidraté una pasa. Mi balbuceo no lo asusta al igual que el otro noventa y nueve por ciento de la población con trozos colgantes entre sus piernas. Él solo gruñe. ―¿Sabes el alfabeto al revés? ―pregunto. ―Sí. ―¿Rápido? ―ZYXWVUTSRQPONML… ―¿Puedes hacer donas de azúcar con canela? ―Puedo hacer rollos de canela. ―¿Puedes saltar la cuerda? ―Sí. ―¿Un millón de veces? ―Si me das rodillas cibernéticas, hay una ligera posibilidad. Miro fijamente su rostro. ―No tienes ojos verdes brillantes. ―No. ―Y no eres zurdo. ―No. ―Y probablemente no puedes tocar una ocarina6. ―Por desgracia, no. Me recuesto, y elegantemente, hago trizas mi helado en el agujero de mi boca. ―Bien. ―Esas eran cosas muy específicas ―dice. Muerde el cono hasta lo último y se acuesta en la hierba, con las manos en la nuca. ―Requisitos de mi hombre ideal. Babosa de mar o lo que sea. ¿Se supone que puedes abandonar la sala si eres un testigo? ―Ya di mi testimonio y no cambies el tema. ¿Tienes un hombre ideal? ―lo dice todo de un tirón y tiene que tragar aire. Me río. ―No pensé que Príncipe de Hielo se podía quedar sin aliento. ―Tu hombre ideal es imposible.
6
Ocarina: es un pequeño instrumento de viento sin llaves, descendiente de primitivos silbatos hechos de barro o de hueso.
―Bingo. ―Lo señalo. Él estrecha sus ojos. ―¿Así que eso es lo que haces cuando te hacen daño? ¿Construyes un hombre ideal que no podría existir, y así nadie va a vivir de acuerdo con tus normas y no tendrás que mirar su camino dos veces? ―Síp. ―¿No enfrentas el dolor? ¿Pones un muro entre él y finges que no existe? El sol se filtra entre las hojas. Se forma un dolor sordo encima de mi estómago. ―Sí. ―Estás torturándote a ti misma. Lo sé. ―Estoy bien, hermano. Resopla. ―Estás lo más lejano de estar bien, y lo mantienes de esa manera. ―¿Qué hay de ti? ―lanzo―. ¿Qué pasa con Sophia? ―¿Qué pasa con ella? ―Se está muriendo, Jack-asno7. ¡Se está muriendo y estás aquí conmigo, comprándome un helado y preguntándome por mi hombre ideal! ¡Se está muriendo y me besaste, más de una vez al parecer! ¿Cuán jodidamente egoísta eres? ¿Solo estás componiéndome, así tienes a alguien para compadecerte jodidamente cuando ella muera? Sus ojos parpadean con un frío ártico. ―Cállate. ―Todo lo que hacemos es discutir. Con respeto o lo que sea, pero el respeto no es suficiente. Lo que es suficiente es la ternura y el amor, y tienes eso con Sophia. ―Siento algo de picor caliente en las esquinas de mis ojos―. Así que jódete, en realidad. Jódete. No trates de acercarte a mí. No trates de jodidamente arreglarme. No soy la princesa, soy el maldito dragón, y parece que no puedes verlo. ¡Así que para! ¡Deja de ser amable conmigo! ¡Deja de ser no-bueno conmigo! ¡Solo mantente fuera de mi jodida vida! *** Ella viene y se va como una tormenta, con pasos pesados y las manos apretadas, el cabello azotando detrás de ella en la desnuda brisa de primavera, ojos ámbar fundidos con el fuego y el resentimiento. 7
Jack-asno: Juego de palabras su nombre Jack con Jackass.
Algo en mí crece pesado, y se marchita. No vuelvo a la sala del tribunal. Espero en el parque y escucho la charla desde el otro lado de la calle, cuando la gente sale. Leo recibe tres años de cárcel por asalto, agresión y allanamiento de morada. La señora Blake me saluda. Isis me ignora y se acerca a su cómicamente deforme Volkswagen escarabajo. Me ignora. Completamente. No hay burlas, ni sonrisitas malvadas, ni me levanta el dedo. Nada. Solo el vacío completo.
3 Años 26 Semanas 6 Días El director Evans es un tipo agradable. Para los estándares de villano de Disney. Para todo los demás estándares, es más o menos un imbécil horrible. Y sé eso, pero he pasado tanto tiempo con él que ahora apenas lo veo. Es solo así, como la estúpida acuarela que está en la pared del edificio principal de la escuela, o las luces fluorescentes sobre su escritorio que parpadean algunas veces porque, hola, fondos de escuela pública. El verano es caluroso, estoy caliente y el cielo es azul, Evans es solo un verdadero imbécil con una continua crisis de mediana edad que le gusta desquitarse conmigo. Pongo mi pie sobre su escritorio de todos modos. —¿Qué pasa, hombre? —pregunto, aunque sé exactamente qué pasa. Pero voy a hacerlo trabajar por ello. Evans pasa su mano por encima de su cabeza calva. —Estaba preocupado por mi estudiante favorita. —¡Oh, te has vuelto mucho mejor mentiroso! —Aplaudo—. Podrías simplemente decir que quieres saber qué había en el sobre de Stanford. Sabes, debes ser un poco más honesto con tus sentimientos. Estoy segura de que así ahorrarías para comprar ese inevitable convertible rojo o un par de años de terapia a largo plazo. Evans frunce el ceño. —He estado tratando de compensar mis errores. ¿Cuánto tiempo más vas a tratarme como el malo de la película? —Tanto como estés vivo —digo alegremente—. Solo quieres que te diga que lo conseguí, así podrás presumir con tus otros amigos directores calvos. —¿Lo hiciste? Felicitaciones. —Ah, ah. —Meneo mi dedo—. No asumas, y no trates de engañarme para decirlo. Sé cómo trabajas. —¿Y cómo trabajo, Isis? Por favor dime. —Técnicas turbias y sonriendo engañosamente. Lo habrías hecho bien en Francia de 1800. Excepto que todo el mundo allí quedó decapitado por esas cosas. —Hago una pausa y acaricio mi barbilla pensativa, luego sonrío—. ¡Sí! Lo habrías hecho bien.
Evans está silencioso. Sus ojos están fijos y firmes por una vez, en lugar de suaves y evasivos. —Déjame adivinar. —Me inclino hacia adelante—. Quieres que te diga que lo conseguí, así podrás sentirte mejor, sentirte redimido, porque me has ingresado en tus procesos de aplicaciones, porque entré en una Ivy y eso compensará las fotos y la demás mierda. No se mueve o pestañea. Me recuesto. —Noticia de última hora, Evans, es llamado mierda porque es una mierda8. Porque ya ha explotado, y no se puede hacer nada sobre eso. No puedo limpiarlo. Siempre estará allí. El olor persistirá. Siempre será algo que tú hiciste. Así que no, no voy a decirte. Evans sonríe. —Ya lo hiciste. Me burlo. —¿Ah, sí? —No serías tan arrogante si no tuvieras el conocimiento de que lo conseguiste. Si no lo hubieras conseguido, no me dirías nada. No estarías alargándolo así. Inhalo bruscamente. Tiene razón. Jodidamente, tiene razón. Aprendí cómo trabaja, pero él ha estado aprendiendo cómo trabajo yo todo el tiempo. Pequeña rata inteligente. —Por si sirve de algo, me alegro. —Sonríe suavemente—. Estoy feliz de que tengas esta oportunidad. Puedo estar tranquilo sabiendo que una de mis alumnas más brillantes tiene la oportunidad de convertirse en algo aún más brillante. Me quedo quieta. Se levanta y se coloca en la ventana, mirando a la gente en el recreo. —Porque lo eres, sabes. Brillante. Cuando viniste la primera vez y vi tu archivo, te descarté como problemática. Pero me has mostrado lo contrario. Me ensañaste que el potencial de un estudiante no está solamente en sus puntajes de pruebas. Había olvidado eso. Años de ser el director en lugar de maestro, me distanciaron de la verdad. Llegué a envolverme en las estadísticas, y mantuve las apariencias. Se da vuelta hacia mí y sonríe. —Gracias, Isis. Y lo siento por todo. Puedes irte, si lo deseas. Me paro y me pongo mi mochila. En la puerta, me giro. —Estoy dentro. Evans asiente, una tenue sonrisa aún en su lugar. Solo asiente, no dice nada que sea un sermón o prepotente, y se regresa a la ventana. Me voy, sintiéndome un poco extraña. Un poco más triste. Un poco mejor.
8
N/T: juego de palabras con bullshit y shit.
*** Hay aproximadamente nueve billones de células en mi cuerpo y cada una de ellas odia ir de excursión. Y las caminatas. O simplemente moverse durante largos períodos de tiempo, en general. Todos nosotros podríamos estar mejor en la cama. En la oscuridad. Con un postre de helado. —No puedo creer que esté corriendo estando tan delgada —jadeo y me recuesto en un árbol. Kayla está metros delante de mí, empujándose sobre la colina en la ruta de senderismo que lleva a la cabaña de Avery. —¡Todos hemos hecho cosas que lamentamos! —grita Kayla, volviéndose. —Como vivir. —O no mantenernos con un régimen saludable de ejercicio —canturrea. Me quedo mirando un tronco de roble, y parece compartir mi incredulidad. ¿Régimen?, articulo. El árbol se mueve con la luz del sol, en un abundante encogimiento de hombros. —¿Has estado realmente… estudiando? —grito. —Ahora somos adultas. Adultas que tenemos que saber palabras. —Y yo aquí pensando que las únicas palabras que sabías eran ―bebida‖ y ―sexo sin sentido‖. Kayla se ríe, y espera por mí en la cima de la colina. —No olvides ―facturas‖ —añade cuando me pongo al día. —¿C-cómo podría? —jadeo. —Pienso que eso es lo que más me asusta. —¿Las facturas? Asiente. —Las facturas son de miedo. La universidad no me asusta. Probablemente sea solo como la secundaria, excepto que vives ahí. —La gente bebe mucho en la universidad. —Ahora bebemos mucho. —Hay un montón de enfermedades de transmisión sexual. —¿Y crees que Marina consiguió su picazón en la entrepierna en el gimnasio? —Y tus sueños de ser una estrella de rock son aplastados. —Estoy pensando más en rocas-de-estrellas. —Apunta hacia el cielo. Escupo una sonrisa. —¿Sí?
—Sí. —Agarra sus tetas—. Estas chicas podrían apreciar la gravedad cero. También hay como, rocas espaciales y esas cosas. Y aliens. —No hay Cosmo en el espacio —advierto. —¡Sí, pero allí es el cosmo! Sonrío. Estoy contagiándome de ella. Caminamos un poco. O Kayla camina, y yo jadeo. Pero incluso aunque mis pulmones queman, correr con el aroma de los bosques hermosos —moteados con la luz y el aire fresco—, y el sonido del lago chapoteando cerca es una canción de cuna que solo los pájaros consiguen oír todas las noches. Kayla para en otra colina y apunta a la cabaña. Es enorme, con ventanas francesas y terraza de mármol, pero no hay autos en el camino de entrada. Somos libres de husmear alrededor de ella, y siempre y cuando no estemos demasiado cerca de la casa en sí, no vamos a disparar las alarmas. —Bienvenida al castillo Avery. —Gracias, traseronauta. —Le toco el culo. Chilla y me lanza una piña en la cabeza. Se pega a mi cabello y no me molesto en sacarla porque ella me la dio. Me ha dado un montón de cosas, cake pops, lattes y sonrisas, pero de alguna forma esta piña significa más para mí que cualquiera de esas cosas. Es una pequeña cosa rasposa; un poco molesta a veces. Pero aun así está conmigo, y se ve fabulosa. Al igual que Kayla. —¿Así que dónde comenzamos mirando? —pregunta. —Wren dijo que sucedió en el bosque. —Miro alrededor frenéticamente—. Avery les dijo que fueran a un lado, así que no puede ser demasiado lejos de la cabaña ni puede ser demasiado cerca de la ruta tampoco, de lo contrario ella habría corrido el riesgo de ser vista. Tenemos que pensar como Avery. Kayla hace una cara disgustada. La golpeo en la espalda. —Hay que hacer sacrificios. Las células de tu cerebro se regenerarán en diez horas. Nadie tiene que saberlo nunca. —Giro alrededor y apunto al sur—. Ese parche de bosque se ve perfecto. Lejos de la carretera, pero no demasiado lejos de la cabaña. —Bien, sé que eres como, muy inteligente o lo que sea, pero conozco las formas de Avery incluso antes de que llegaras. Sé lo que piensa y no iría en ese camino. —¿Dime por qué no? —Porque hay un montón de barro. Asco. —Noticias de última hora, ¡el barro se seca! ¡Podría no haber sido barro diez años atrás! —Noticias de última hora, siempre hay barro allí. —Mira alrededor—. Si yo fuera Avery y quisiera atraer gente para hacerles algo malo, lo haría en ese camino. Ahí es donde ella y su hermano iban a dejar fuegos artificiales cuando eran niños. No puedes verlo desde la cabaña, así que nunca fueron atrapados por sus padres.
—Podría besarte justo ahora, pero seis meses es demasiado tiempo para volverme una lesbiana antes de universidad. Kayla sonríe y caminamos hacia el parche de bosque. Los árboles se hacen más gruesos mientras avanzamos, los troncos tan enormes que bloquean la vista de la cabaña y el lago. Es perfecto, un borde aislado de medio kilómetro de suelo algomalo-fue-hecho-aquí. —Así que, ¿qué estamos buscando? —pregunta Kayla. —¿Casquillos de balas? ¿Sangre? ¿Huesos humanos? O… Se estremece y suspira. —… ¿ropa arruinada? —Cualquier cosa que no parezca normal. Cualquier cosa que no parezca como si perteneciera al bosque. Asiente y nos separamos. Mis manos se sacuden. Estoy respirando superficialmente. Aquí es. Este es el lugar donde sucedió. Estoy parada en donde eso tuvo lugar. Jack se volvió frío e insensible aquí fuera. Sophia fue herida aquí. La culpabilidad de Wren nació aquí, y Avery empezó a quemarse aquí. Ahora es mi oportunidad. Me arrodillo en el suelo del bosque con capas de agujas de pino blando. Cavo. Me vuelvo sobre las rocas. Miro entre las raíces y grandes matas de hongos, entre tocones podridos. Kayla resopla, delicadamente inspecciona los troncos de los árboles y mueve las agujas de pino con el pie, pero no puedo culparla. No somos exactamente CSI. Ella tiene razón. ¿Qué demonios estamos buscando? Después de una media hora de silenciosa concentración, mis manos están manchadas de suciedad y sangre alrededor de las uñas allí donde cavé demasiado duro. Oops. No duele, pero lo hará más tarde. Es entonces cuando siento algo frío y mojado en mi tobillo, y sumamente expirado. Lodoso. —Quítalo, quítalo. ¡QUÍTALO! ¡KAYLA! ¡KAYLA! ¡KAYLA, QUÍTALO! —¿Qué estás gritando…? —¡QUÍTALO! —¡Esa es una pieza de musgo, Isis! Me detengo y bajo la mirada agitada. El delincuente verde baboso se asoma de mi pantalón inocentemente. Lo saco y Kayla rueda los ojos, volviendo a buscar. —¿S-Sí? —Ajusto mi pantalón mientras me paro—. Bueno, la siguiente vez que un zombi come carne se arrastre fuera para comerte, solo me sentaré y miraré. Desde una distancia segura. Lo cual dificultará un poco mi capacidad para oírte gritar misericordia. —Era musgo. —Bueno, no se sentía como musgo, y ¿quién tiene la culpa por eso, mm? ¿La madre naturaleza? —Levanto la mirada y le grito a los arboles—. ¡Gracias, Mnaturaleza! ¿Para la siguiente ronda quizás puedas bajar el tono del musgo que-sesiente-como-una-mano-de-zombi? Gracias, te amo, ¡gran fan del otro lado!
—¿No se supone que seas sigilosa? —sisea. —Sí, ¡pero eso no importa! No hay nada aquí. La he jodido, ¿bien? Mi gran plan que se suponía iba a responder todas las preguntas es contraproducente, y aquí estamos, ¡escarbando en esta mugre como cromañones que no aprendieron sobre el fuego! ¡O sobre guantes! Los ojos de Kayla están vidriosos, y está con la mirada perdida en la distancia. Agito una mano frenéticamente en frente de su rostro. —¿Hola? No te vayas al espacio aún, idiota, tienes trabajo que hacer, títulos que ganar y chicos a los que romperles el corazón. Agarra mi muñeca y me mira lentamente. —Lo recuerdo. —¿Recuerdas qué? Kayla mira sobre mi hombro. —Un verano, estoy muy segura que en el décimo grado porque tenía mi tankini naranja y era, como, tan lindo y estiloso… —¡Kayla! —Correcto, mm. Así que ese verano, fuimos al lago y tomamos un camino en esta dirección, lo cual es raro porque es realmente rocoso por aquí y usualmente íbamos por el otro camino, pero ese día decidimos ir por este y nos alejamos, quizás un poco demasiado lejos, y Avery nos dijo… —Kayla inhala—. Avery nos habló para que paráramos. Estaba como loca. Seriamente como loca. Casi en pánico, y nos dijo que teníamos que regresar, y todos le preguntamos por qué pero ella solo seguía diciendo: “porque yo lo digo” y “es mi cabaña, idiota, así que volvemos cuando yo lo digo”. Mi corazón se dispara. Quizás esto no fue inútil después de todo. —¿Y era este camino? —pregunto. Kayla asiente y apunta sobre mi hombro. —Si seguimos por allí, puedo mirar por encima del borde del acantilado y hacia el lago y decirte dónde nos dijo que volviéramos. La sigo. Es más rápida que nunca, pero la adrenalina bombea mis piernas igual de rápido, y puedo seguirle el ritmo fácilmente. El sol todavía está alto, y refleja el enorme lago Galonagah. Kayla se asoma por el borde del bosque, donde los árboles y la suciedad se desmoronan en las rocas y la costa. Niega y sigue adelante, hasta que finalmente, finalmente, se detiene. —Justo aquí. Aquí es donde se asustó. Miro a mi alrededor. Aquí no hay nada que se destaque, solo más bosque. Pero si Avery se asustó mientras caminaban por aquí, eso significa que tenía miedo de que ellos vieran algo que no se suponía que debían ver. Algo que había escondido aquí. Algo que sin duda se podía ver desde la orilla del lago. —Sigamos adelante. Mantén tus ojos bien abiertos por cualquier cosa rara. Kayla asiente, y me sigue. Caminamos lentamente, absorbiéndolo todo. Kayla lo ve primero y agarra mi codo.
—Isis. Miro hacia donde ella señala y mi corazón se hunde. No, se hunde no es el término correcto para ello. Cae por mi trasero. Se ha ido, y hay una cosa pesada en su lugar. Allí, frente a un árbol y plantada en la tierra, hay una cruz de madera, y al pie de la cruz hay un pequeño montón de piedras. —¿Eso es…? —Kayla traga, duro—. ¿Eso es una…? —Una tumba —termino—. Sí. Se queda congelada en su lugar, pero me muevo con pasos cuidadosos. Me arrodillo junto a la tumba. La cruz de madera es de mala calidad —alguien solo juntó dos palos gruesos, amarrándolos con una pita— pero ha resistido la prueba del tiempo. Al ser erosionada la corteza, madera blanqueada es todo lo que queda. Se puede ver fácilmente el color blanco a través de los árboles y la orilla del lago, si coges el ángulo correcto. No obstante, quien hizo la tumba sabía lo que hacía. Las piedras probablemente mantienen lejos a los carroñeros, para que no excaven y se coman el cuerpo. La tumba es tan pequeña. Ya sé lo que hay dentro. Pero eso no es suficiente. Tengo que verlo con mis propios ojos. Empiezo a mover las rocas. —¡Isis! ¿Qué estás haciendo? ¡Basta! —Regresa al auto y espérame allí. —No puedes… no puedes solo cavar hasta que… Miro por encima de mi hombro. —La verdad está aquí, Kayla. Y tengo que saberlo. Así que ve al auto y espérame. Finge que no lo estoy haciendo. Kayla aprieta sus ojos cerrados, pero no se mueve. Saco las rocas una por una, y utilizo una plana para empezar la excavación en la tierra blanda. Mientras logro ir más profundo, puedo oír a Kayla empezar a sollozar. Sus quejidos resuenan en el bosque, y de alguna manera sé que estas no son las primeras lágrimas humanas que estos árboles han visto. Me duelen los brazos, mis dedos queman, y la sangre de mis cutículas desgarradas fluye y se mezclan con la suciedad, pero no puedo parar. No podría detenerme aún si quisiera. Medio metro de profundidad. Un metro, dos metros, y luego… Luego la tierra se deshace, y hay un pequeño trozo de manta color rosa que sobresale del suelo. Sangro sobre él. Cavo más rápido pero más suavemente alrededor del paquete que está empezando a tomar forma. Cavo hasta que se suelta, y tiro de ello lentamente. Le cepillo la suciedad. Lo pongo en el suelo y lo abro. Está prendido con alfileres, pero son largos y están oxidados así que se abre fácilmente, y los bordes de la manta se desmoronan como una costra de flor antigua para revelar el centro.
Siento el calor de Kayla a mi izquierda; su curiosidad, evidentemente, superó su reticencia. Pero cuando la segunda manta se desmorona, ella comienza a llorar más fuerte que nunca, y se aleja como si hubiera sido quemada. —No. No, no, no —llora—. No. ¡No, no! Un diminuto esqueleto me mira, con los ojos demasiado pequeños y demasiado oscuros para ver algo. Nunca llegó a ver nada. De eso estoy segura. ¿Cinco meses? Tal vez seis, pero eso sería presionarlo. Y al lado del esqueleto hay un brazalete minúsculo, con cuentas. Mis dedos temblorosos lo recogen. Tallulah. Me quedo mirando el nombre por lo que parecen horas. Días. Tallulah. Tallie, para abreviar. *** Los sonidos del sótano me ensordecen mientras camino. Bull’s Tail es un bonito bar, o incluso uno tolerable. Serrín, orina y vómito forman costras en las esquinas, pero es exactamente lo que estoy buscando. Es exactamente el lugar donde la esperanza de las personas viene a morir. En una noche de sábado, está tan lleno como lo puede estar. Hombres lanzan su arrogancia y sus carcajadas en su cerveza y whisky, el olor corporal y cacahuetes rancios es abrumador. La música rock resuena desde el jukebox en la esquina y el parpadeo de la TV LED por encima de la barra muestra un juego por el que solo una fracción de los clientes parece preocuparse. El barman es una mujer mayor con cabello rubio, antes brillante y de bastante belleza, pero años de silbidos y de ser agarrada por el culo la han desgastado hasta una burla pálida de eso. —¿Qué vas a tomar? —chasquea en medio segundo, con una tensa sonrisa en mi dirección. —Dos vasos de lo más fuerte. Y cóctel Gin tonic. Con hielo. —¿Identificación? —pregunta. Se la muestro y asiente—. Muy bien, un segundo. Espero. Soy el único aquí sin barriga, y las mujeres lo están empezando a notar. Bueno. Eso va a hacer esto mucho más fácil. La camarera vuelve con mis bebidas y las tomo tan rápido como puedo. —Vaya, hola —dice un hombre a mi izquierda—. Eres muy joven para tomar tan rápido. —Eres muy entrometido para ser tan viejo. Se ríe, pero no es una risa ofendida. Se divierte. Lo miro, un traje de tweed cubre una figura considerablemente fuerte. Recuerdo que andaba detrás de mí en la acera. No es gordo, de hecho, es todo lo contrario. Tiene amplios hombros y músculos algo trabajados. Se sienta perfectamente recto, pero con un
comportamiento ligero. Su dedo índice derecho y el tendón que lo conecta a su brazo están muy bien definidos; indicación clásica de un dedo de gatillo. Militar, sin lugar a dudas. Su cabello es blanco y escaso, y su bigote débil. Sus ojos oscuros brillan hacia mí. —La gente solo bebe así por dos razones, para recordar algo o para olvidar algo —dice. —¿No estás lleno de tautologías? —me burlo. La ginebra y el vodka queman mi lengua. Las mujeres se están moviendo, y estoy escogiendo mi blanco con cuidado. Tiene que ser alguien tan estúpido como para asumir lo peor de mí. Y eso significa que cualquier hombre borracho funcionará. —Es una chica, ¿no es así? —pregunta el militar. No lo dignifico con una respuesta—. ¿Es bonita? —Giro lo sobrante en mi vaso y permanezco en silencio—. Así que es fea. Debe ser absolutamente horrible. —No —suelto—. No es que importe, pero no. —¿No es que importe? —presiona. Hago una pausa. Me está incitando a hablar, pero el alcohol se me pega rápido y no tengo nada que perder. —Es bonita. Supongo. —Me estremezco—. No es que no sea bonita. Es bonita, pero eso no es todo lo que es. —Por supuesto que no. De lo contrario no estarías aquí, bebiendo y con la lengua trabada. Deslizo mi vaso de vuelta a la camarera y encaro al hombre. Está ligeramente sonriente, sus manos envueltas alrededor de un bourbon helado. Su silencio es de alguna manera más irritante que sus palabras, así que lo rompo. —A los hombres les gusta categorizar a las mujeres. —Curvo mi labio—. En convenientes cajitas como ―sexy‖, ―linda‖ o ―bella‖. Es fácil para ellos. Nunca ha sido fácil para mí. —Así que esta chica en particular —guía el hombre—, ¿no es ninguna de esas? —Es todas esas —digo, un poco demasiado rápido para mi gusto—. Y más que esas, y al mismo tiempo no es ninguna de esas. Es exactamente ella misma, ni más ni menos. Pero decir eso ahora no tiene sentido. —¿Te dejó? —Me dijo que me quedara fuera de su vida. —Así que aquí estás, tropezando en un bar de remanso para empezar una pelea con alguien y dar rienda suelta a todo eso. Entrecierro mis ojos. Su sonrisa permanece. —He estado con vida el tiempo suficiente para reconocer el rostro de alguien que busca una pelea. Y conozco el rostro de alguien que sabe lo que es luchar. —Los ojos oscuros del hombre de repente se vuelven ilegibles—. Y sobre todo, reconozco el rostro de alguien que en el fondo, en una parte de sí mismo que no va a admitir, disfruta de luchar.
Miro a la barra, a la madera brillante reflejando mi rostro. El hombre se detiene sonriéndome, y toma un sorbo de su brandy antes de hablar de nuevo. —Lo ves a veces, en los chicos. A la mayoría de los que estamos en el ejército no nos gusta lo que hacemos, lo creas o no. Nos unimos por la camaradería, el sentido de pertenencia, el orden. No por la sangre. Pero de vez en cuando, ves una verdadera pieza de trabajo. Y les gusta la sangre. Algunos de ellos son mejores en ocultarlo que otros, pero eso siempre sale. —¿Qué estás diciendo? —gruño. —Estoy diciendo, hijo, que eres un monstruo —dice de manera uniforme—. Y no te gusta lo que eres. Mi puño conecta con su mandíbula antes de que pueda detenerlo. El hielo se ha ido. El equilibrio y el calmado y racional comportamiento, que había mantenido sobre mí mismo con correa, se vaporizan al instante y me está empujando, empujándome por los hombros, la camarera está gritando algo, y los idiotas borrachos están chillando y gritando, haciendo apuestas, siguiéndonos mientras tropezamos hacia el aire de la noche. Caigo por el gancho derecho del hombre. Es tan poderoso el arrastre de aire detrás de él que hace un ruido al conectar. Es enorme. Es más alto y más ancho que Leo y no tengo un bate. Se lanza por mí, y tiro un cubo de basura entre nosotros. Lo patea a un lado y se arruga contra la pared como una lata. Y por primera vez desde que vi a Isis en el suelo, con sangre alrededor de su cabeza, siento miedo. Real, verdadero, frío temor, que llega a mis pulmones y lo empuja a través de mi garganta. Levanto mis puños y me alisto para otro gancho de derecha, pero él golpea su rodilla en mi pecho y no puedo respirar, el mundo se reduce a destellos de blanco, rojo y dolor. Apenas puedo oír a la multitud gritando sobre el sonido de mi propio corazón. Alguien trata de separarnos, pero el hombre los empuja y se lanza por mí, de pronto mis pies no tocan el suelo por su puño en mi cuello mientras me levanta por encima del cemento. Nuestros ojos se encuentran durante una fracción de segundo, su curiosidad vacía de emoción, y me lanza a un lado. Veo estrellas en mis ojos, y mi espalda golpea la pared de ladrillo con un golpe seco. Trato de ponerme en pie, pero mis piernas son como gelatina. El hombre se inclina. —Nadie puede domar al monstruo en ti, hijo. Ni tus padres, ni una chica. Ni la universidad o una institución. Solo tú puedes hacer eso. Escupo a sus pies, la saliva sangrienta. —¿Qué sabes tú de mí? —Blanche me ha hablado mucho de ti. —Debería haber sabido que eres uno de sus matones. —No me confundas. No soy uno de los suyos, y confiaré en ella tanto como pueda usarla. Lo que no es mucho, considerando la forma en que ha estado aumentando de peso recientemente.
Me burlo. El hombre se inclina y me ofrece su mano. La gente del bar es cosa del pasado, la emoción terminada para ellos. Miro su palma y me levanto solo. Cada hueso de mi cuerpo grita para que deje de moverme, para que me inyecte morfina, para rodar en vendas, cualquier cosa que detenga el dolor. —Me enteré de lo que hiciste por la familia Blake. Las palabras viajan rápido en el circuito de la justicia penal. —¿Y? El hombre mete la mano en la chaqueta y me entrega una tarjeta. —Cuando estés listo para usar al monstruo de forma constructiva en lugar de destructiva, ven a verme. Se va antes de que pueda verlo, y estoy solo en el callejón con mi dolorido cuerpo y la mente desconcertada. La tarjeta es más sencilla que cualquiera que haya visto en mi vida, más simple que las tarjetas de Rose Club, incluso. Y así es como sé que es de mala muerte, un negocio del inframundo. Gregory Callan Empresas VORTEX Atiendo mis heridas lo suficiente como para conseguir la energía necesaria para llegar de nuevo a mi auto y derrumbarme. El alcohol llega a mi torrente sanguíneo, y le doy la bienvenida al alivio cálido que ya embota el dolor. Pero con la falta de brillo viene la comprensión de que fui en busca de una pelea. Yo, Jack Hunter, activamente fui en busca de contactar con alguien para una pelea. Y ahora estoy herido y confundido, mi boca sabe a sangre y lo único que quiero hacer es volver a esa noche en lo de Avery, a esa habitación con temática absurda de mar, a esa cama con Batichica en ella, a Isis, a una Isis que me confesó con pequeñas, tartamudas y tímidas palabras que yo le gustaba, a un momento en que todo era simple. Ella y yo. Ella y yo en una habitación, a solas. Mi teléfono suena. Me estremezco mientras respondo. —¿Hola? —¡Jack! —dice la voz alegre de Sophia—. ¡El Dr. Fenwall dice que el último pago para la cirugía llegó! Gracias. Muchas, muchas gracias. Empujo los vestigios de recuerdos de esa noche y sonrío. —No me lo agradezcas. Es lo menos que podía hacer. —Has trabajado tan duro. Estoy muy agradecida. ¿Recuerdas cuando dije que podrías elegir el lugar la próxima vez que salgamos? —Sí. —Bueno, el Dr. Fenwall dijo que me dará unos días libres la próxima semana. Así que… —Voy a ver si puedo encontrar algo divertido para que hagamos. —¡Sí! Pero Avery me quiere hacer una fiesta sorpresa. Por mi cumpleaños. —Eso es en marzo.
—¡Lo sé! Pero si solo tengo un par de días, entonces ella puede planearlo. —Pensé que odiábamos a Avery. —¡Lo hacemos! Quiero decir, no nos gusta, pero está intentándolo muy duro. Y simplemente parece injusto. Además, si no lo logro… —No hables así —suelto. —… si no lo logro —dice más severamente—, no quiero que hayan cosas entre nosotros que queden mal cuando yo... ya sabes. —No lo harás. —Solo, por favor. Tengo muchas ganas de ir. Suspiro. —Está bien. Le preguntaré. —Bueno. Gracias. Sé que es difícil para ti, pero gracias. —Está bien. —Saluda a tu madre de mi parte. O bien, supongo que la saludaré yo. Es solo que todavía se siente raro simplemente aparecer en Facebook y decir algo como “¡hola, Dahlia! ¡Soy yo!” —No te preocupes —aseguro—. Ella te ama. Siempre lo hará. Puedes saludarla cuando quieras. —¡Bien! Voy a tratar de dormir un poco. —Bien. Buenas noches. —Buenas noches, Jack. Cuando colgamos, las palabras de Isis resuenan en mi cabeza. Se está muriendo, Jack. Pongo mi cabeza en el volante y finjo estar en otro lugar. En algún lugar cálido. En algún lugar como esa ridícula habitación pequeña con temática de mar.
3 años 27 semanas 2 días Desde el juicio, mamá está mejorando. No sé si mejor sea la palabra correcta. Tuvo que ser fuerte por tanto tiempo, solo por mí, y ahora que he regresado se está apoyando en mí, y no me importa, es la norma entre nosotras, pero no puedo evitar sentirme como si fuera un bastón en vez de una hija, pero entonces me siento culpable por pensar eso, y en su lugar le hago de cenar, le llevo té y le digo que todo estará bien. Amar es estar ahí para alguien. Si hay algo que aprendí de la tía Beth, es que la familia significa estar ahí cuando nadie más lo está. Mamá va dos veces como le es posible a las citas con el psiquiatra, pero parece estar ayudando. Veo a Avery en la oficina a veces, y me da una mirada desagradable antes de pavonearse por la puerta. Está siendo más perra últimamente, y eso significa que está más feliz, lo cual significa que Sophia le está hablando de nuevo. Avery es básicamente su yoyo, y Sophia la lanza de arriba abajo para su diversión. Pero no le puedes decir eso a Avery. Sophia no hace nada malo ante los ojos de Avery. Me siento mal por ella. Me da lástima. Y la lástima no es saludable, pero después de todo lo que Avery le ha hecho a Kayla, a Jack, a Sophia, a Wren y a mí, no puedo obligarme a sentir algo mejor por ella. Y es una mierda de mi parte, no muy Isis Blake. Estoy cambiando. La vieja Isis habría intentado ser amiga de Avery de nuevo, incluso a través de toda esta mierda. La vieja Isis habría estado con una sonrisa y aguantando todos los golpes. Estoy empeorando. Soy la villana, después de todo. El dragón que lanza llamas. Así que tiene sentido. El hospital está en silencio. Como una tumba. Excepto que las personas aquí tratan duramente de no estar en tumbas. Muy duro. Al menos cuatro goteos de morfina y dos charolas de comida desagradables valen lo duro. Estar de regreso aquí me hace sentir claustrofóbica, el olor a antiséptico, la gente en batas paseando como fantasmas de una habitación a otra, las enfermeras y los internos, todos mirando y tratando de decidir a dónde pertenezco en este mini ecosistema de curación. Naomi no está de guardia, lo cual agradezco. No quiero que sea más desastroso de lo que ya es.
A quién engaño, quiero que sea totalmente un desastre. Denme el mejor desastre. Meto mi cabeza en la sala de los niños por solo un segundo cuando el guardia sale a orinar. Mira y James me saludan frenéticamente, así que les guiño y pongo la bolsa de plástico con los regalos al costado de la puerta. Vienen deprisa en sus pijamas de caricaturas con sonrisas grandes. —¡Mira dijo que nunca regresarías! —¡No lo hice! —Mira le saca la lengua a James. Me río y sacudo sus cabellos. —No puedo quedarme mucho, pero regresaré en la mañana a lo largo de esta semana, ¿está bien? Por ahora solo abran los regalos. Pero no le digan a Naomi de dónde los sacaron. Solo digan que fue de… uh, Jesús. No es que yo sea Jesús. Uh. Asienten frenéticamente y Mira me abraza alrededor del cuello tan fuerte que creo que trata de fusionarse conmigo a un nivel celular. Consigo quitarme sus dedos y me escabullo mientras el guardia dobla la esquina. Los sonidos de desgarro de papel de envoltura y chillidos resuenan detrás de mí. Hice feliz a unos engendros. Y eso definitivamente no me hace sentir en lo más mínimo empalagosa y feliz por dentro porque el empalago es súper desagradable excepto cuando es de queso en una pizza y… Sophia abre la puerta de entrada ante mí. Es sombría, y los floreros usuales resguardan su ventana. Puedo ver sus pies debajo de la sábana. Me quedo ahí de pie por lo que se siente como años. Y después tomo aire y entro. No está dormida como esperaba. Está muy despierta, sus ojos azules mirándome fijamente detrás de una novela romántica. Ésta tiene un caballero en su portada y una mujer con grandes pechos que parece perdida. —¡Hola! —Sonrío. —Pensé que te había dicho que me dejaras sola —dice inexpresivamente. —Uh, si, nunca he sido buena en seguir instrucciones. O en respetar los deseos de las personas. O algo por el estilo, en verdad. Así que aquí estoy. Haciendo… cosas aquí. Me da una mirada fulminante. —Eres molesta. —¡Eso, querida, no es nada nuevo! —Me siento al final de su cama—. De hecho, es conocimiento antiguo. Los egipcios predijeron mi llegada. Para ser exactos, contaban historias acerca de cómo Isis lo hizo con su hermano. El incesto era grande en ese entonces. En ese entonces no vivías más allá de los treinta. Sophia no esboza una sonrisa, sus ojos fijos como un fusil azul fuerte. No puede evitarse. Cualquier amistad tenue que alguna vez hayamos tenido se ha manchado por nuestras inseguridades. Me está tratando como solía tratar a
Avery, es fría, silenciosa y tan llena de desdén que mi estómago se estremece con nauseas imparables. La presencia de Sophia siempre fue tranquilizadora y gentil, pero pesada, y siento ese peso ahora más que nunca. —Encontré a Tallie —digo. Pasa medio segundo de silencio, y después Sophia baja su libro. No soporto el silencio—. La encontré. Y lo siento. Lo siento por fisgonear. Lo siento por haberla encontrado. Estoy segura de que no querías que mucha gente lo hiciera. Lo siento. Siento que te haya sucedido a ti en primer lugar. —¿Qué me sucedió? —interrumpe Sophia brutalmente—. Por favor, dime exactamente qué me sucedió, dado que ya sabes mucho acerca de eso. —Vaya, detente, no es eso a lo que me refería… —¿Entonces por qué te disculpas? ¿Crees que eso lo hará mejor? ¿Crees que ayudará en algo? Las palabras no ayudan. Nunca lo hacen. Y ayudan incluso menos viniendo de tu boca. Uno mis labios hasta que se cierran. Sophia me mira con furia. —No necesito tu lástima. Eso es lo que viniste a darme, ¿no? ¿O me estás amenazando con lo que sabes ahora? —No, Sophia, yo nunca… —Lo harías. Porque piensas como yo. Y eso es lo que yo haría. Y justo así, toda mi ira brota y bloquea mi garganta. —¡Yo. No. Soy. Tú! Mis puños se balancean y accidentalmente golpean un vaso. Se destroza, sus vidrios rotos son perlados sobre el suelo. La mirada de Sophia se convierte en una sonrisa. —¡Ya era tiempo de que te enfadaras conmigo! Sabía que no eras tan linda y amable como pareces. —¡Basta con los insultos! ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué estas siendo tan cara de mierda conmigo? Deja de sonreír, sus ojos con parpados gruesos. —Porque lo tienes todo. Tienes salud. Tienes familia. Tienes amigos. Y a pesar de tener todo eso, quieres la única cosa que me queda. La codicias. Trataste de quitármela. —Yo no… —Lo hiciste. Seguiste presionando. Lo conociste y trataste de conseguir su atención, y cuando la tuviste y supiste de mí, seguiste presionando. Te mantuviste en su vida. Lo querías. Aún lo haces. Y me dan ganas de vomitar… Mi mano pica. La cara de Sophia se balancea al otro lado, sus ojos llenos de completa sorpresa y dolor mientras me mira de nuevo, su mejilla roja. —Nunca me gustó Jack, y nunca me gustará. Así que detente. Deja de ser tan imbécil. Deja ir este odio inútil.
Sigue mirándome fijamente y veo cómo sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas lentamente. —No puedo —murmura ella—. No puedo. Sus manos van a sus ojos y comienza a sollozar. No la toco. Quiero hacerlo, quiero abrazarla, llamarla Soapy y sostener su mano como ella sostuvo la mía cuando lloré por mamá, por Leo y por lo que sucedió. Pero ella me odia. Yo estaba equivocada. Jack puede ser el príncipe malo, y el príncipe malo lastima, pero un dragón lastima más. Soy la villana. Y al hablar de Tallie, encontrar a Tallie, estoy lanzando fuego sobre una aldea y quemándolos a todos, achicharrándolos. Sophia. Jack. Wren y Avery. No es mi pesadilla, pero estoy metiéndome de cualquier manera porque creo que puedo ¿qué?, ¿ayudar? ¿Hacer las cosas mejor? Nada hará que las cosas estén bien. Nada revertirá lo que pasó esa noche en el bosque, sin importar lo mucho que ahonde en ello o lo mucho que trate de que ellos hablen sobre eso. Soy una estúpida por incluso pensar que podría hacer las cosas mejor. Y entonces, justo así, Sophia se estira por mi mano y la lleva a su corazón. —Quiero a Tallie de regreso —solloza, tragándose su rostro angelical—. Por favor. Solo devuélvemela. Aprieto su mano y asiento. —Lo haré. *** Dos semanas después de que encontramos el cuerpo, decidimos por fin hablar de ello. Kayla ha estado evitándome en la escuela por la bebé en el lago. He tratado de sacar el tema durante el almuerzo, el receso, pero se niega a hablar de ello. Hasta ahora. Es como si hubiese tenido que recargarse, recuperarse de su propia sorpresa, antes de poder enfrentar la realidad. Ella la llama Bebé del Lago. No vio el nombre en el brazalete, y yo no le he dicho. Más que nada porque se pone como si hubiera visto un muerto cuando hablo acerca de la Bebé del Lago. Si se atribuyeran nombres, podría ahogarse en pena. Creo que es eso. Pena. O quizás sorpresa. O quizás un caso de diarrea prolongada. Quizás solo fue criada en la América suburbana toda su vida, con las cosas difíciles como embarazos no deseados y esqueletos alejados de su vida. Sin embargo, le dije que no es la bebé de Avery, que es por lo que ella estaba preocupada y llorando en el bosque. Es de Sophia. Pero eso solo la confunde más. —¿Cómo sabes que Sophia tuvo un…?
—Solo lo sé. Ella le preguntó a Wren por qué no había visitado a Tallie últimamente. Todos deben de saber sobre la tumba. Dios, con razón todos no dicen nada sobre eso. —Espera, ¿pero y qué sobre lo que pasó esa noche? —Kayla mastica ruidosamente un pepino y cada chico a dieciséis metros alrededor la mira fijamente, fascinados—. ¿O lo que pasó en medio de la escuela? Acaso ella… ¿perdió a la bebé entonces? ¿O antes? —Avery dice que contrató a unos tipos para hacer algo por ella, y Wren dijo que Jack los llevó ahí. ¿Qué tal si la sorpresa la hizo perderlo? ¿Qué tal si uno de ellos la empujó y ella se cayó fuerte, y abortó ahí en el bosque? Eso los molestaría lo suficiente como para mantener ese loco silencio de ahora. ¿Qué tal si tuvieron que enterrar más de un cuerpo esa noche? La imagen del email aún está fresca, como un punto brillante y cegador al mirar fijamente por mucho tiempo hacia el sol. Pero hay otra cosa que está fija en mi mente. Kayla lo dice primero: —Si Sophia y Jack estaban saliendo en ese entonces… Mi estómago se enrosca. Los ojos de Kayla se amplían. —Eso significa que… —Ustedes dos se ven muy serias para ser las 11:30 a.m. —Wren se sienta al lado de Kayla, una sonrisa en su rostro. Kayla aclara su garganta y alisa su cabello. —Mm, ¡sí! Solo estábamos, mm, ¡hablando del baile de graduación! El baile de último año se siente como una decepción después del baile para los de onceavo grado, creo. —Bueno, es la última vez que tendremos una función escolar —dice. —Y la última vez que tendremos que comprar vestidos de segunda mano de Ross y soportar a chicos manoseadores que no saben diferenciar la vagina del ano mientras el DJ toca del Top 40 algo sobre festejar hasta que el sol se ponga y la gente meta vodka barato a escondidas —digo. Wren y Kayla me miran fijamente. —¿Qué? —pregunto inocentemente. —Parece que has ido a muchos bailes escolares —dice Wren. —He ido exactamente a cero bailes escolares. —Inflo mi pecho con orgullo y mi pezón golpea la botella de salsa de tomate, formando un fabuloso charco en el suelo directamente frente a los zapatos de Jack Hunter. Kayla y Wren se congelan, mirándolo fijamente como si esperaran que él dijese algo primero. Mantengo mis ojos al frente, enfocada en la permanente gris de la señora que está formada en segundo lugar en la fila del almuerzo. —Te recomiendo que aprendas a controlar tus extremidades —dice Jack con desprecio—. O la falta de ellas. Es casi tradicional. Mi mente me fastidia con que este es el proceso normal de las cosas entre Jack y yo. Los recuerdos están ahí, solo que borrosos, y todos dicen
que debería decirle algo mordaz acerca de cómo su cabello parece el trasero de un pato, pero no puedo. No puedo decir nada. Él es aterrorizante. La fotografía está fresca en mi memoria y la imagen del esqueleto de Tallie está ahí, frente a mis ojos, no me las puedo quitar de la cabeza a ninguna de las dos. Son de él. Son extensiones de él, y me aterroriza ¡a mí! La chica que no le temía a nada más que a un ciempiés. Al teletubby verde. Y a la fila de enfrente del Space Mountain. Así que solo lo miro y no digo nada. Jack espera, Kayla y Wren lo esperan a él, y nada se mueve. La expresión de Jack casi no está ahí, pero el indicio de ser presumido se ha esfumado, pasa por encima de la mancha de salsa de tomate y se va. Wren se levanta con unas servilletas y limpia la mancha. —¿Qué fue todo eso? —pregunta. —¿A qué te refieres? —No dijiste nada. Siempre dices algo. —Ignorarlo es la mejor forma de que se aleje. —Me encojo de hombros—. He tenido suficiente, supongo. Es tan solo aburrido ahora. Kayla estrecha sus ojos. —Eso suena a mierda al máximo. —¿Preferirías que peleara con él como solía hacer? ¿No terminaba eso en lágrimas? ¿Y una cabeza rota? No hagamos una repetición por esta vez, ¿está bien? Kayla y Wren se miran el uno al otro, pero no presionan. Y lo agradezco. La última cosa que necesito es que ellos sepan lo que sé. Porque sé demasiado. Y lastima mi cabeza. Y posiblemente mi corazón. Si tuviera uno. *** —¿Viste su rostro? —pregunta Kayla mientras caminamos juntas a nuestra siguiente clase. —¿De quién? —De Jack. Está todo con moretones. Su labio estaba destrozado y con costras. Había un moretón increíble en su pómulo. —Probablemente lo consiguió en una pelea con el espejo cuando vio que era más lindo que él. —¡Isis, estoy hablando en serio! —¡Yo también! —Mira, sé que tienes como, amnesia y tus sentimientos por él están todos revueltos o lo que sea… —¿Sentimientos? ¿Qué palabra extraña es de la que hablas?
—Pero no tienes que ser una jodida idiota con él. También es una persona, ¿de acuerdo? No solo una parte de tu pasado que puedes borrar y pegar cuando quieras. Las palabras arden, más que nada porque suenan demasiado igual a lo que dijo Jack. Kayla está demasiado enfadada como para seguir hablándome, así que paso la clase garabateando cosas explosivas en mi hoja de trabajo. Wren y yo tenemos la clase sobre el anuario juntos, así que es el momento perfecto para mostrárselo. Imprimo la imagen del email y se la paso sobre las computadoras. Hay un golpe, y después dice: —¿Qué es esto, Isis? —¿Qué parece? —canto. —¿Dónde conseguiste esto? —Alguien me lo envió. Por email. Es la adorable mano de Jack, ¿no? Sosteniendo ese bate ensangrentado, de pie sobe ese chico que parece muerto. Puedo ver la mano de Wren sobre su ratón, y está temblando. —Lo que me interesa mucho más —presiono—, es que la calidad es una mierda. Mierda suficiente como para estar en una tubería de aguas negras. O en mi colección de maquillaje. ¿Y ves cómo están los pixeles? ¿Cómo si estuvieran ondulando? Es como si alguien hubiera tomado una foto de un video… —¿Cuál es el email? —me interrumpe Wren. —Solo algo al azar. ikwjhk@yahoo.com. Ninguno de nosotros lo sabría por la dirección. Ni siquiera se puede pronunciar. ¿Ickwajihuk? ¿Ikewjahooookk? Escucho a Wren teclear y suspiro. —Créeme, ya lo busqué. No hay nada en Google. He excavado en 55 páginas y un montón de pendientes. Ickwajihuk no existe en ningún otro lugar en Internet. —Isis, escúchame. —Wren me mira desde en medio de las computadoras, con una expresión seria—. Quienquiera que te mandó la foto es peligroso. Bloquea la dirección y no le escribas. —¿Por qué? —Me río—. ¿Qué va a hacer, enviarme una foto no solicitada de un pene? —Ese es el video que tomé de esa noche —murmura Wren—. Se lo di al investigador federal que nos interrogó. —¿El federal me envió la foto? —Él lo entrego a la bóveda de la agencia. Murió hace cinco años de un ataque al corazón. Así que no pudo ser él. Quien te haya mandado esta foto trabaja ahí o hackeó ese lugar. Si trabaja ahí, no son buenas noticias. Y si pudo hackear algo, seguro que son en verdad muy malas noticias. —Esto es tan ridículo… —Confía en mí, Isis. Limpia tu computadora. Limpia todo el disco duro. No tomes ningún riesgo. Y no hagas más preguntas.
—¿Así que es eso? ¿Solo tengo que olvidar que vi esto? Lo siento, tengo mejor memoria y más auto-respeto que eso. —Wren aprieta la mandíbula. Me inclino y susurro—: Vi a Tallie, Wren. La encontré. Sé dónde está y quién es. Y sé qué es lo que pasó esa noche. Sophia la perdió. Y todos ustedes lo vieron. La enterraron juntos. Y tal vez enterraron otros cuerpos también. No lo sé. Pero no voy a parar hasta que lo sepa. Wren cierra el puño y se para de la silla. —Entonces no me dejas otra opción. Le dice algo a la señora Greene y avanza a zancadas hacia la puerta. Trato de seguirlo, pero la señora Greene dice con su estridente voz: —¿A dónde cree que va, Blake? —¿Al Polo Sur? Frunce el ceño. —¿Nicaragua? Frunce el ceño con más fuerza. —Bien, al palacio de caca. —No. Emily se fue con el pase de baño. Vas a tener que esperar hasta que vuelva. —¿Pero qué si cago mi pantalón? ¿Los salarios de los maestros son realmente suficientes como para reemplazar la ropa interior de un estudiante? Estoy usando ropa interior muy cara. Eso es mentira. Mi ropa interior es de color azul y tiene tres años de uso. Las dos sabemos que no soy de esas chicas. —Siéntese. Ahora, señorita Blake. Cruzo los brazos y caigo en mi silla con considerable energía gruñona. *** Por primera vez en casi cinco años, Wren se acerca a mí. Se asoma a la sala de estudio, encuentra mi mesa, y se acerca. Me mira a los ojos mientras lo hace, también. Este es mi primer indicio de que algo ha ido muy mal. Él es un cobarde. Es vacilante. Y lleva años de culpa sobre sus hombros. Nunca se acercaría a mí tan atrevidamente a menos que algo grave sucediera. Desliza un papel sobre mi mesa. Es la impresión de una imagen, de un muy familiar bate de béisbol con sangre, mi mano y una forma oscura en el fondo que conozco muy bien. Lo veo cada noche que mi cerebro decide concederme una pesadilla.
—Isis tenía esto —dice Wren, con voz fuerte pero baja. Mis pulmones se astillan con hielo ante su nombre, pero sofoco el dolor y levanto una ceja. —¿Y? —Sabes de dónde es —sisea—. Alguien le envió esto en un correo electrónico. —¿Dijo cuál era la dirección? —Ikwjhk@yahoo.com. Todo en minúsculas. Las letras son fáciles de memorizar. Me enderezo en mi silla y lucho por parecer casual. —Suena como un correo basura. Wren se inclina, más cerca físicamente de mí de lo que hemos estado en cinco años. Sus ojos verdes son oscuros detrás de sus gafas. —Sé que sabes más de computadoras que yo o cualquier otra persona en esta escuela. —Correcto. —Y yo sé, Dios, toda la escuela sabe, que te gusta Isis. Tengo que forzar una risa, y me sale amarga. —¿En serio? Fascinante. Me encanta escuchar chismes frescos. —No es chisme, Jack, y seguro que no es fresco, es la maldita vieja verdad y tú y yo lo sabemos. Está respirando pesadamente, con el rostro enrojecido. Está frustrado y nervioso, no enojado. Wren nunca se enoja realmente. Le doy mi mejor mirada. —¿No la has visto en la cafetería? No existo para ella. Claramente no tiene interés por mí. ¿Por qué me debería importar quién le envía un correo electrónico? —¡Va a saber la verdad sobre ti! —Es hora de que alguien aparte de nosotros lo haga. —Esta persona… —balbucea y golpea la foto con el dedo—. Esta persona es peligrosa. Y está hablando con Isis. ¿Y si la lastima? Hay un largo silencio. Me burlo y lo miro de arriba abajo. —Lo siento, ¿se supone que me importe? La cara de Wren cae como si alguien lo abofeteara. Aprieta los dientes y coge de nuevo el papel. —Pensé que lo hacía. Supongo que me equivoqué. —Sí. Ahora, si te pudieras dar la vuelta y marchar por el camino por el que entraste, estaría sumamente agradecido. —¡Me preocupo por ella! —grita Wren repentinamente. La sala de estudio queda en silencio. El bibliotecario levanta la mirada, pero Wren no parece darse cuenta. Su cabello se deshace de su gel y sus gafas caen mínimamente—. ¡Me
preocupo por Isis! Ha hecho más por mí que nadie, y si es lastimada de nuevo, te juro que yo… —Tú, ¿qué? —Me río—. ¿Me golpearás con una regla? ¿Tus estudiantes del consejo me atacarán? Oh, espera, ya sé, cobrarás algunos favores y harás que revoquen mis privilegios de pudín. Y entonces se descontrola. Wren, el cobarde detrás de la cámara y mi afable ex-amigo de diez años, se descontrola. Antes de que pueda moverme, me agarra por la camisa y me empuja contra una estantería. El bibliotecario marca frenéticamente a seguridad, las chicas chillan y los chicos empiezan a acercarse a nuestro alrededor en un alentador círculo esparcido. —Vamos. —Sonrío—. Pégame. Hazlo. Los ojos verdes de Wren arden, sus músculos tensos para ser alguien que no está en ningún club deportivo. Observo su puño, y en el momento en que lo veo tirarlo hacia atrás, gruñe y espeta: —No. Eso es exactamente lo que quieres. Alguien que te haga polvo, y ahora quieres que lo haga yo porque eres un egocéntrico, un idiota masoquista. —No sabes de qué estás hablando. —Me río. Wren asiente, rápido y duro. —Sí. No lo hago. Solo sé que antes de ella, estabas muerto por dentro y por fuera, caminando como un zombi. Cualquiera podía ver eso. Y entonces llegó ella y te iluminó como una maldita vela. Todos podemos ver eso. Incluso Sophia. —Cierra la boca —gruño. —¿Es por eso que Isis te ignora ahora? —Wren ríe—. ¿Porque se dio cuenta de que Sophia significa mucho para ti, y que estabas aquí jugando con ella? —Yo nunca… nadie… —¡Lo hiciste! —grita Wren—. ¡Mierda, lo hiciste, Jack! ¡Ha pasado por más mierda que cualquier chica y elevaste sus esperanzas! ¡Entonces conoció a Sophia y las aplastaste! —No tienes… —¿Cómo podría ella competir, idiota? —La voz de Wren se hace más fuerte—. Solo tienes que utilizar ese puto cerebro tuyo durante dos segundos; lo has dado todo por Sophia. Le envías cartas. Has estado con ella desde la secundaria. Tenían a Tallie, y ella también sabe sobre eso… Mi mente se queda en blanco, un ruido terrible comienza en la parte posterior de mi cráneo. —¿Ella qué? —¡Lo sabe! ¡Lo vio! ¡Salió y lo descubrió porque es Isis y eso es lo que hace! Algo en mí se desploma.
—¿Qué hacemos? —susurro, mi propia voz me sorprende por lo ronca que es. Los ojos de Wren se vuelven más brillantes. —Decirle la verdad. Antes de que este emailer lo haga y la involucre más profundamente. —Te olvidas de que no reconoce mi presencia. —Yo me encargo de eso —dice Wren—. Prométeme que se lo dirás cuando te dé apertura. —Te has convertido en un pequeño dictador —me burlo. —He tenido que hacerlo. —Cierra el puño—. Huir. Cada vez que lo hago, alguien sale herido. Pero no esta vez. No voy a correr esta vez. Se vuelve y se va antes de que pueda cortar su talla verbalmente. Observo a Isis desde el estacionamiento, sintiéndome un acosador, pero decidido estudiar su rostro bajo una nueva luz. Ella sabe lo que hice esa noche. Es por eso que me ignora. Es demasiado inteligente como para no sumar dos más dos. Y sabe de Tallie. Mis secretos más grandes están ahora en sus manos. La he conocido por meses. He tenido su número por meses. Pero nunca le envié mensajes de textos o la llamé. Hasta ahora. Mis pulgares vuelan sobre el teclado. Estamos a mano. La veo parar y sacar su teléfono, Kayla charlando sin rumbo con ella. Levanta la mirada y explora el estacionamiento, nuestros ojos se encuentran por un breve momento. Por un segundo, el ámbar cálido me envuelve, y lo dejo hacerlo. Luego lo dejo pasar, y apartarse. *** Esta noche es la última. Esta mujer es la última. Es mayor, la esposa trofeo de un abogado, confinada a una casa y obligada a que la cinta de correr y Martha Stewart la guíen al ser ignorada por su marido, que tiene suficientes prostitutas y sus vuelos duran más que una esposa. No tienen hijos. Ella es miserable, está en forma y es ansiosa, la habitación del hotel es más bonita de lo normal, y cuando está satisfecha y agotada, empieza a llorar. —Gracias. Me pongo mi pantalón y asiento cordialmente. —¿Qué… qué edad tienes? Sé que te pregunté eso en el vestíbulo, pero en realidad, no puedes tener veintitrés. Le doy una sonrisa.
—Más de dieciocho años. Estás a salvo. Se cubre los ojos con el brazo. —Oh, Jesús. Prácticamente soy una roba cunas. Creo que todas las mujeres que vinieron antes que ella fueron engañadas por el hecho de que me veo de veintiún años desde que tengo quince. Ella no tiene ni idea. Crecí rápido, y ella no tiene idea. —Esta es mi última noche —le digo mientras abotono mi camisa—. De este trabajo. —¿Ah, sí? Eso es bueno. Alguien tan lindo como tú no tiene que quedarse en esto. Arruina a la gente buena. Y sin embargo, aun así usas nuestros servicios. Curvo mi labio donde ella no puede verlo. Se ducha y se viste, yo tomo mi portátil y me siento en la cama, aprovechando el wi-fi gratis. —La habitación es tuya por toda la noche —dice cuando sale, ahora con un traje de color rosa y su cabello rojo perfectamente peinado. —Gracias —le gruño. La mujer, olvidé su nombre, se inclina sobre mi hombro. —Ooh, ¿qué estás haciendo? Parece fascinante… —Estoy poniendo en marcha setenta y dos ejecutables dirigidas por un rastro IP-Free Roam. Me da una mirada en blanco. Suspiro. —Estoy tratando de encontrar a alguien. —¡Oh! ¿Novia? ¿Ex-novia? ojos.
Fatigante. Las mujeres siempre saltan directamente al romance. Ruedo los —Un remitente de correo electrónico anónimo. Ríe nerviosamente. —Bien, bien, te dejo. Gracias de nuevo.
—Fue un placer hacer negocios contigo. —Asiento. No fue ningún placer en absoluto. La última vez que sentí placer honesto, liberación no enfermiza, fue la última vez que Sophia y yo dormimos juntos. Y eso fue hace casi un año y medio. Espero hasta que la puerta se cierra detrás de la mujer para abrir los resultados del rastreo. Los analizo dos veces, una vez con el nombre de dirección de correo electrónico, y usando la dirección de correo electrónico de Isis. La cual también resulta que tengo. No la ocultó exactamente al poner carteles alrededor de la escuela pidiéndole a la gente que se pusiera en contacto con ella con información sucia sobre mí. Ella sabe de Tallie. Niego ante las palabras de Wren en mi cabeza y trabajo rápidamente. De ninguna manera sé de piratería informática —si puede incluso llamarse así—, pero
sí sé de un programa o dos. Ruby y C++ son idiomas mucho más fáciles que los de cualquier humano hablando tonterías. Después de quince minutos de proceso de análisis, tengo ciento treinta y siete posibles direcciones IP de correo electrónico de las que podría haber llegado. Podría revisarlas todas una por una, pero tiene que haber algún punto de conexión. Y ese factor es, sin duda, Isis. ¿Por qué ella? Compruebo Maryland y Washington DC. Hay dos IPs allí, pero ninguna de ellas es de la oficina federal, donde los investigadores tienen la cinta. La cinta que Wren les dio a mis espaldas. No estoy enojado por ello. Lo estaba en un principio. Pero luego me enteré de que la cinta estaba gravemente dañada, y la tecnología de imágenes de video en ese entonces no era la mejor. Sin evidencia física, la policía declaró a Joseph Hernandez perdido. Los otros tres fueron convenientemente pagados por los padres de Avery y nunca dijeron una palabra de lo sucedido. Eso me recuerda que Belina va a necesitar el cheque pronto. Se lo daría a Wren, pero ésta será la última suma que tendré por un rato. Por supuesto, invertí una pequeña cantidad en un fondo de cobertura para que el flujo no se interrumpiera completamente cuando fuera a la universidad, pero ella lo agotó rápidamente en un año o dos. Con suerte, para mi segundo año, tendré una pasantía que pague bien. No, tengo que tener una. Es la única opción. Para entonces, la cirugía de Sophia estará terminada. Y ella estará viva o muerta. Aprieto los dedos en mi sien y trato de concentrarme. La mayoría de las direcciones IP se encuentran en Florida. Entrecierro los ojos. Florida es donde Isis vivía antes. Eso no puede ser una coincidencia. Pero hay una dirección IP que se opone a la norma, salida de Dubái. El resto se encuentra en América. Quien sea esta persona, claramente sabe cómo acceder a información que no es suya. Es bueno. Cambiar la ruta de su IP a través de servidores proxy a una de Dubái despistaría a cualquiera que buscara una estadounidense. A menos que mantuvieran su IP en Florida a propósito, sabiendo que algo como Dubái sobresaldría como un signo de exclamación. Básicamente, cada uno de estos puntos es sospechoso. Suspiro y levanto el teléfono para pedir servicio de habitaciones. Va a ser una larga noche. Entre café y empanadillas, a eso de la una de la mañana, recibo un mensaje de texto. Es de alguien en mi teléfono que he etiquetado como Nunca. Ignoro la palpitación en mis pulmones al ver ese nombre en mi teléfono. “¿Qué harías si todo el mundo te odiara?” Hago una pausa y considero mi respuesta cuidadosamente. Todo el mundo me ha odiado en algún momento. Las mujeres porque las rechazo. Los hombres porque rechazo a las mujeres que aman. “Ignorarlos”.
Trato de no mirar mi teléfono mientras espero. Tengo trabajo que hacer. Pero lo observo a regañadientes hasta que su respuesta llega, diez minutos más tarde. “Eso es lo que estoy haciendo. Pero no me gusta mucho”. “Entonces deja de hacerlo. Tienes que hacer lo que te gusta, no lo que no te gusta”. “Pero lo que me gusta daña a las personas. Me meto en el camino. Arruino las cosas”. “A veces la gente necesita estar arruinada. Les recuerda que la vida es corta”. Hay un largo silencio. Justo cuando empiezo a lamentar lo que he dicho, mi teléfono se ilumina de nuevo. “Hubiera sido una bebé muy bonita”. Mis ojos pican. El frío entumecimiento de la mujer con la que follé antes y el enfoque en la búsqueda del misterioso emailer se derriten. Solo así, con una sola frase. “Gracias”.
3 años 29 semanas 6 días Los arboles oscuros se alzan como grandes palos de canela. A medianoche el lago Galonagah se parece a una hoja acristalada de azúcar negro. La luna se parece a una perfecta rodaja blanca de queso brie. Estoy perdida como el infierno. También, hambrienta. Pero esto no es nada nuevo. Estoy hambrienta aproximadamente los trescientos sesenta y cuatro días del año. El único día que no estoy con hambre es el cumpleaños de Hitler. Y también el día después de Acción de Gracias. Afortunadamente estos dos días no son uno después del otro, de lo contrario lo habríamos llamado Gracias a Dios Hitler la palmo en los cuarenta y esto sin duda no lleva el mismo toque capitalista que a América le gusta tanto para sus vacaciones. En mi amplia y rigurosa consideración por la importancia de la alegría festiva. Contrario a las creencias populares, las linternas no aportan nada tan impresionante aparte de ser una cosa genial que puedas utilizar en una juerga improvisada. Me divierto solo durante dos segundos enteros y dado que es horrible y tranquilo me doy por vencida y me siento. Sobre la casa de la mofeta. El gran bruto está comprensiblemente disgustado y asoma su trasero justo a tiempo para que mi tobillo quede completamente empapado con la infernal pulverización. —Oh, santa… —Tengo arcadas mientras me tapo la nariz con mi manga de la sudadera—. ¡Sinvergüenza! Escúchenme, esta bestia del bosque rayada de allí a la vista es un ¡IDIOTA! Oh, Cristo Esto no se va ir nunca ¿verdad? La mofeta admira su trabajo una fracción de segundo antes de retirarse. Sacudo mi puño con impotencia. No puedo perder el tiempo con la fauna local malintencionada. Tengo que encontrar a Tallie de nuevo. El bosque durante el día es muy diferente al muerto bosque oscuro de la noche y cuando escucho el rugido ronco de un ciervo empiezo a arrepentirme de mi decisión de deambular por el evidente conjunto del Proyecto de Bruja Blair. Pero me pego al lado del barranco con cuidado de saber dónde está el borde y sigo a su alrededor. Finalmente la cruz blanca se asoma por el final de los árboles y me precipito hacia ella. La tierra todavía está blanda donde la cavé y la volví a poner de nuevo, la estoy desenterrando por segunda vez. Saquear tumbas no es mi trabajo ideal pero me estoy poniendo bastante buena en esto. Nadie más tiene que saber esto. Nunca. —Hola, Tallie —le digo en voz baja—. He vuelto.
El pequeño bulto rosa está sucio. Le barro la suciedad y le quito las hojas de pino. Tallie me mira con sus ojos vacíos. Tendrían que ser azules dado que Sophia los tiene azules al igual que Jack. Apuesto que serían deslumbrantes, como lazulita o el océano en un día de verano. Y habría sido hermosa con el rostro y la talla de Jack y el cabello de Sophia. Sonrío, abro el bulto y agarro el brazalete con su nombre grabado en él. —¿Está bien si me llevo esto conmigo? Tallie yace ahí, asiento y lo cojo, la plata destellando en la luz de la luna. Cierro el bulto de nuevo regresándolo y volviéndolo a enterrar, lo que espero que sea la última vez. —Vendré a visitarte —le digo—. Te voy a traer un juguete ¿está bien? Sé dónde conseguir los mejores. —¡Oye! ¡Por aquí! La voz de alguien corta la noche el bosque cruje con los recién llegados. Pasos, pesados y profundos, reverberan a través del suelo. Muchos de ellos. Un montón de potenciales asesinos en serie listos para cortar la cabeza con un hacha. O sea los padres de Avery. De cualquier manera, estoy jodida. Me agacho detrás de un tronco podrido y aguanto la respiración. Apenas puedo escuchar sus palabras, que son a buena distancia, pero lo suficientemente cerca. —¿Encontraron algo? —No, señor, ¿está seguro que este es el lugar? —Por supuesto. Mi fuente es de confianza. Sigan buscando. Necesitamos estas pruebas. ¿Pruebas? Mi imprudente, maravillosa curiosidad saca lo mejor de mí y doy un vistazo por encima del tronco. Un hombre en un traje de rayas impecable está con otros dos hombres vestidos en trajes a juego oscuros. El hombre de raya es muy alto y ancho de hombros. Su cabello es de un blanco impactante, un aura de blanco hombre que manda en él que me hace detestarlo en el momento. No es el padre de Avery, lo he visto en las jornadas de puertas abiertas. Y es rico, pero no tan rico como este tipo, con reloj Rolex, zapatos de piel italianos y cualquiera que corre por ahí con dos tipos en traje recibiendo ordenes de él es suficientemente rico para tener un montón de enemigos. —Señor, si no le molesta que le pregunte, ¿De verdad Jack Hunter vale la pena todas estas molestias? Es solo un niño de secundaria —pregunta uno de los de traje. —Sí. Está en secundaria. Pero ha estado cuatro meses fuera del colegio. Es solo cuestión de tiempo antes que los de Harvard descubran lo brillante que es y yo tengo la intención de reclutarlo antes que ellos. Es tan inteligente, tan implacable, tan perfecto. Es el futuro de mi empresa. Ahora vuelvan a la búsqueda. El cuerpo tiene que estar por aquí. Busquen una tumba mal cavada dos por unos metros. Cuerpo. No están hablando del cuerpo de Tallie. Están tras un cuerpo totalmente crecido, de adulto. ¿Cómo saben ellos de aquella noche? ¿Cómo pueden
estar tan seguros que está enterado aquí? ¿Y quién es la fuente del molesto tipo del traje de raya? Muevo mi pierna porque tengo calambres y es lo última cosa que he podido hacer. En teoría. La alternativa a la realidad si ellos tuvieran armas. Pero no las tienen. Todo lo que tienen es oído, lo cual es ligeramente problemático. —¿Qué demonios fue esto? —Uno de los de traje levanta la mirada. —¿Ciervos? —propone uno de ellos. —No hay ciervos aquí —dice el tipo de rayas—. Moriyama, comprueba por ahí. Uno de los trajeados empieza a moverse hacia mí con los puños apretados y su espalda doblada. Decir que no quiero ser atrapada por estos tipos es como decir que estar en el fuego es una leve incomodidad. Mi corazón pulsa en mis oídos. Escarbo por una piedra y la tiro a mi derecha. El trajeado se congela y empieza a acercarse hacia el ruido moviéndose en la dirección opuesta rodeando lentamente el tronco. Y entonces algo velloso corretea por mi pierna y sin poder contener mi fabulosa voz, chillo. O canto opera. No puedo estar segura porque de inmediato hay caos, estoy corriendo, alguien corre detrás de mí, el tipo de rayas está gritando, alguien me agarra del cabello y me paro en seco, esquivo y él pasa volando sobre mi cabeza, colina abajo con un trozo de cabello en su mano. —Gracias por arruinarme mi mierda —grito. Mi presunción tiene corta vida hasta que el otro trajeado me alcanza y pone sus brazos alrededor de mi torso, sujetando mis brazos a los lados—. ¡Que te jodan! Suéltame de una vez. —No lo creo, princesa. —Tiene dificultades para contener mis brazos agitados. Cambio mi tono de voz para que sea dulce: —Por favor déjame irme. Tus futuros hijos te lo agradecerán. —¿Qué? Aprovecho su momento de confusión y clavo mi talón en su entrepierna. Se le escapa un gemido ahogado y se derrumba. Me alejo corriendo resbalando colina abajo. Mi auto no está muy lejos del sendero. El aire quema como una llama fría mientras bajo. Mis piernas quieren colapsar y nunca trabajar de nuevo. No es por miedo. Está bien, solo un poco de miedo. Pero como un quince por ciento. Sesenta por ciento es la euforia de actuar fantástico como un ninja y veinticinco por ciento restante es mi mente gritándome avisarle a Jack sobre estos hijos de puta. Platónicamente. Nos habíamos enviado mensajes de texto anteriormente diciéndonos algunas mierdas tontas sobre Tallie, pero no parecía enfadado. Espero que mi suerte dure lo suficiente. Con un poco de suerte mi recién descubierto miedo mantendrá mi voz calmada. Finalmente el sendera da paso al estacionamiento y me escabullo en mi Beatle verde lima. No me dejes ahora, bebé. Escupe y tose cuando arranca y miro detrás a la entrada del estacionamiento.
—¡Vamos, vamos, no es momento de dejarme tirada ahora! Elije otro momento, cuando sepas que no estoy corriendo para salvar mi vida de los gánsteres misteriosos con trajes de miles de dólares y poco cerebro. El motor ruge a la vida y hago el mayor cambio de sentido hacia Ohio. Lo que dice mucho ya que aquí todo el mundo conduce como si acabara de sacarse el carnet de conducir y está celebrando con seis cervezas. *** Solo me detengo cuando he dejado nueve kilómetros entre el lago Jalonaba y yo, y catorce McDonald para elegir. Ellos nunca me encontrarían. Al menos que vieran el auto en el estacionamiento y lo estén buscando ahora, lo que también sería probable. Estoy pensando en un trabajo de pintura de medianoche. Tal vez, no lo sé, ¿podría bañarme rápidamente en la sangre de mis enemigos y volverme roja? Avery no tiene suficiente sangre, no obstante, y siento un poco de lástima por ella, y las únicas otras personas que de verdad odio son las que me persiguen, y no pueden ser una opción ya que me persiguen, y… —¿Quieres salsa de tomate con esto? Levanto la mirada y el cajero me entrega mi pedido de patatas fritas. Solo patatas fritas. Una bolsa entera de patatas fritas. —Salsa de tomate es una gran ilusión. Solo cuando pones salsa barbacoa en tus patatas sabrás sobre la libertad y la verdad —le reprendo. Me mira apropiadamente iluminándose. Me dirijo a la mesa más cercana y menos sucia, me trago mi alivio. Cuando mi retorcido estómago está aplacado ligeramente, le mando un mensaje de texto a Jack. Necesito hablar contigo. Personalmente. Ahora mismo. Su respuesta es casi instantánea. ¿Qué está pasando? ¿Es algo malo? No quiero hablar de ello por mensajes de texto. ¿Dónde estás? Ven al Hilton, en el primer y amplio mirador. Nos encontraremos en la entrada. Agarro mi bolsa de patatas fritas y salgo. No debería estar asustada. No debería sentirme nerviosa. Le dije bastante pero yo soy el dragón y él es solo un príncipe, exhalo fuego, soy metiche y daño a las personas que amo y a él, pero sigo siendo el dragón y puedo volar si lo necesito. Estaré bien, siempre lo estoy. He sobrevivido a Sin Nombre. He sobrevivido a Leo. Puedo sobrevivir a esto. Estoy bien, estoy bien. Encuentro una plaza de estacionamientos a cuatro bloques de distancia. El Hilton es pequeño comparado con el Columbus pero está decorado con una fuente en el vestíbulo de mármol y orquídeas naturales. El portero me sonríe. Jack está
sentado en un sillón de cuero en una postura perfecta vistiendo una holgada camisa de franela y vaqueros. En el momento que camino se levanta y se acerca. —¿Qué pasa? —exige—. ¿Estás bien? —Gané un millón de dólares —le digo. No puedo mirar su rostro por alguna razón. Vergüenza. Probablemente vergüenza y culpa. —Estás temblando como una hoja. Ven. Hace más calor en la habitación. —No. —Lo empujo—. Yo solo… solo quiero decirte una cosa y después me iré. No quiero… no quiero… —¿Estar en la misma habitación que yo? —Su voz es baja. —Solo… no seas amable conmigo. Agradecería si por un momento te olvidaras que en las últimas semanas he estado fingiendo que no existes, lo bastante para decirte esto. Como si fuera amnesia. Espera, mierda. No lo hagas. He pasado por esto. Es terrible. Además hay un montón de gelatina. —Isis. —Hay alguien buscando en tu pasado. Aparte de mí, quiero decir. Los he visto en el lago. Los ojos de Jack se estrechan. —Lo siento, fui a ver a Tallie de nuevo porque Sophia… me lo pidió y… Empieza a caminar alejándose hasta el ascensor. —Oye, espera, no he terminado de hablar contigo. —Entra. —Mmm, ¿no? ¿No has visto THE GRUDGE? Subir en los ascensores después de hacerse de noche es pedir el vudú. —O bien coges el ascensor conmigo y vienes a la habitación o te vas. Inflo mis mejillas y agonizo durante cuatro segundos. —Bien. Pero me voy en seguida. —Te patearé fuera rápidamente —promete. De alguna forma me hace sentir mejor pero una extraña punzada empieza salir. Se cierran las puertas y pulsa el botón del piso once. Ahí hay aproximadamente treinta segundos con nosotros estando juntos en un espacio cerrado. Él huele a menta y exuda del mejor modo. Me aplasto a mí misma en el más alejado rincón y pienso en cuánto Sophia y él se gustaban el uno al otro y funciona, mantengo mi cabeza por encima de los recuerdos arremolinados que se esconden justo detrás de este olor. El ascensor se para y me acompaña a la habitación 1106. No es grande pero es bonita y la cama de matrimonio está desarreglada como nada más que el sexo la puede desarreglar. No que no lo supiera. Pero el sexo es sucio con todos estos fluidos y tengo que dejar de pensar en el sexo mientras estoy mirando abajo hacia mi némesis, al que incidentalmente no le gusto pero solo estoy preocupada por
varios asquerosos hombres trajeados en mi vecindario porque soy buena samaritana y esto es todo… —Deja de pensar en voz alta. —Jake se quita los zapatos. —Estoy agobiada —le digo—, por ciertos acontecimientos recientes. —Estabas pensando en voz alta. Sobre sexo. ¿Ese ha sido tu acontecimiento reciente? Felicidades. ¿Quién ha sido el afortunado? —Baboso marino —lo corrijo. Y me siento en una silla. Con cautela. —Estaba intentando ser amable. —No lo hagas. Estás chupándolo. Los labios de Jack se curvan en la sombra de una sonrisa pero desaparece de inmediato. —¿Te cortaste tú misma? Sigo su dedo apuntando mi pantalón. Una gran rotura a lo largo de los muslos muestra un corte rojo furioso manchando de sangre el tejido de alrededor. —¡Oh, hombre! Este era mi pantalón preferido. He visto a Amelie con estos. —Yo estaría un poco más preocupado por la herida abierta en tu carne — gruñe. —Bueno, éste es el problema. Personalmente estoy bien con la sangre. Me pasa todos los meses. También deberías de dejar de poner los ojos en blanco tanto porque he leído en alguna parte que esto daña tu visión y no vas a ser exactamente tan distante y enigmático si estás corriendo en las paredes todo el tiempo, ¿verdad? —Entra en la ducha. —No. ¿Qué es esto? ¿Jersey shore? ¡Entra en la ducha! —Hueles como una mofeta y estás sangrando. Necesitas una ducha. —Había una mofeta bastante grande. Pero en realidad esto me va tomar solo dos segundos y luego voy a estar fuera de tu peludo culo de pato así que escúchame. —No. —Cruza los brazos en el pecho—. Por desgracia mis inmensos poderes de gran concentración están comprometidos por el hedor de la vida silvestre y la visión de la sangre. Toma una ducha. Hay toallas y un albornoz, tengo servicio de lavar y secar tus cosas. —Estás siendo amable conmigo. Es enfermizo. El color no combina con tus ojos. Cero de cada diez personas no compraría este bien bonito maquillaje de nuevo. —Estoy siendo práctico. Tengo trabajo que hacer y eso es lo más importante en cualquier caso. Habré terminado cuando tú salgas y voy a ser capaz de dedicar toda mi atención a tu aparentemente caótica experiencia que implica mi pasado. Ahora vete. —¡Oh, te odio tanto! —Bueno. Lo prefiero al silencio.
Vuelve al portátil en la cama y escribe ahí perdido en ello. La culpa ironizada pincha al fondo en mi pecho. Me muevo mecánicamente al baño y hago muecas de dolor cuando arrastro el pantalón sucio y la chaqueta. Voy a tener hematomas durante milenios. Gracias cerebro-pequeño. El toque en la puerta me hace saltar al techo. —Dame tu ropa —dice Jack. —Gracias, muchas gracias. Ahora tengo una bombilla para cabeza. —¿Qué estás balbuceando? Solo dame tu ropa. —¡Vete! Las voy a tirar en el suelo. No puedo arriesgarme a que tus piojos me infecten. —Muy bien. Pero date prisa. —Tú date prisa —gruño burlonamente. La verdad es que mi corazón pulsa fuerte. Todo en mí pulsa fuerte golpeando mi esqueleto y la piel para escabullirse y escapar como una bolsa de carne independiente. Estoy desnuda. Estoy desnuda y un chico está a tres metros de distancia de mí y estoy presa del pánico pero no la dejo filtrar por ninguna parte ni por la voz ni por la elección de las palabras porque tener pánico es normal, tengo pánico siempre que estoy desnuda y un chico está alrededor y repentinamente estoy temblando mientras abro la puerta, cuando estoy segura que se ha ido y tiro la ropa en el suelo, la cierro detrás de mí. Mi ropa interior es sosa. Es rosa con un oso panda en elle. Pensará que soy una niña. Pensará que soy inmadura. Niña tonta, eres feas. ¿Crees que alguien de este planeta quisiera salir con una chica gorda y fea como tú? El agua caliente es un lujoso alivio y ayuda con el temblor, el caro champú y gel de ducha huele como almendras blancas. La adrenalina de mi huida va terminando y cuando envuelvo la toalla a mi alrededor me siento como una nueva persona. Una persona que no soy. Y esto debería de estar bien ahora. Otra chica en mi lugar no temblaría. Cualquier otra chica no estaría presa del pánico por tener que caminar fuera en una bata. Hay otro toque en la puerta. —¿Qué? —Tengo ropa limpia para ti. No es la tuya pero es mejor que una bata. Y aquí hay una caja de vendas. —Solo déjalas fuera. Me asomo y las estiro rápidamente. Es una suave falda larga veraniega negra y una camiseta blanca. Es obvio que la camiseta es de Jack. Huele a él. Y tiene una marca de labios rosa en el cuello. Pongo los ojos blancos. No me extraña que tenga una falda de mujer y esté escondido en el Hilton. Pongo una venda en mi corte y salgo del baño. —Acabas de terminar de trabajar, ¿eh? —pregunto. Levanta brevemente la mirada del portátil, hace una pausa mientras sus ojos se topan con la falda y la camiseta y asiente.
—Sí. Por última vez. —¿Quieres decir tu última cita? ¿Alguna vez? Asiente. —Esto es genial —Aplaudo—. Jesús, esto… esto es realmente genial. Te felicito por no seguir siendo esclavo del sexo. Curva sus labios. —Oh, cállate. —¿Cómo se siente ser libre y todo el resto? —Es desenfrenadamente divertido —dice inexpresivo. —Ah, me estás distrayendo. —Lo señalo—. Escucha, unos tipos estaban buscando por el bosque donde está Tallie. Los oí por casualidad hablar y estaban buscando un cuerpo. No a Tallie. Un cuerpo adulto. Jack cierra el portátil. —¿Cómo lucían? —Dos hombres en trajes negros, lacayos obviamente, y un tipo enorme con traje de raya. Parecía como, de cabello blanco y realmente una presencia de tonto, como si fuera el dueño del lugar. Reloj súper costoso. Súper ricos en general. —¿Dijo quién era? Cualquier indicio en absoluto. —No. Solo que ibas a ir a Harvard y quería reclutarte para su compañía antes que los otros cazatalentos. Te llamaba brillante e implacable y también otras cosas sin sentido pero se me olvidó la mayor parte de todo esto después porque siempre tiendo a quedarme dormida cuando la gente empieza a hablar de ti. —¿Qué pasó después de escucharlos? —Bueno, me escucharon por casualidad. Más concreto, a mi pie en la tierra ruidosa. Así que eché a correr. Lancé a un tipo por la colina y pateé al otro en las bolas. No fue una mala noche si me lo puedo decir a mí misma. —Y tú… ¿tomaste el auto y viniste aquí después de esto? Levanto la bolsa ligeramente cálida de patatas frías. —Reabastecida. Se pellizca la nariz. —Maldita sea. —¿Ocurre algo? Aparte de los corporativos que van por tu cuello. Por cierto, protege tu cuello. Esta es una canción de WuTang. También es un medio buen cuello. Lo he mirado fijo muchas veces mientras consideraba estrangularlo. Se ríe entre dientes. Cruzo los brazos en el pecho. —¿Qué es tan gracioso?
Mueve la cabeza, un poco de su estúpido cabello cruzando la mirada de sus estúpidos ojos. Sus moratones son apenas visibles, pero aún siguen allí, como huellas manchadas de tinta de un tiempo más difícil. —Es bueno. Tener la vieja tú de regreso. —Oh. —Te he echado de menos —continúa. Sus ojos son suaves pero a la vez se endurecen—. No importa. Olvida que dije esto. Hay un silencio y de repente soy atacada por un dolor de cabeza. Palpita, enviando lanzas candentes de electricidad arriba y abajo de mi espina dorsal. Es el mismo dolor que sentí en la oficina de Mernich. Mierda, mierda, mierda. No ahora, cerebro, no ahora. He llevado su camiseta antes. El olor es el mismo. Me la dio para ponérmela en la cama porque mi disfraz de Halloween era demasiado apretado, y yo estaba borracha, la habitación tenía vista al mar y olía a lavanda, y yo estaba feliz. Por unos segundos él se inclinaba sobre mí y me besaba y yo estaba feliz. La realidad y los recuerdos se confunden. Estoy en la habitación del hotel, pero estoy en la sala de la orilla del mar al mismo tiempo. La camisa es suave. El olor de él es el mismo. Excepto que el Jack de ahora está sentado en su ordenador mirándome con ojos preocupados y el Jack del pasado se inclina sobre mí, sus labios en cada parte de mi cuello, de mi clavícula, la esquina de mi boca, mi boca y… —Isis, ¿estás bien? —pregunta el Jack del hotel—. Olvida lo que te dije. Estoy intentando dejar ir el pasado. A veces es difícil y digo cosas ridículas. Ya no eres parte de mi vida así como tú quisiste. Te he bloqueado lejos. Lo prometo. —Me gustas. Algo monstruoso y doloroso se abre en mi pecho como una gran y oscura Venus atrapamoscas. Las dos yo llegan a su mano al mismo tiempo. —Recuerdo —susurro. Sus dedos son largos y delicados, pero puedo sentir la fuerza en ellos—. Recuerdo la fiesta de Halloween. Te dije que me gustabas. Tú… tú me besaste… nosotros… Las palabras de Sophia resuenan en mi cabeza. —Este es el por qué te beso. Eso es porqué se molestó en conocerte. Porque eres exactamente como yo. Imposible como yo. Dejo caer la mano como si me quemara. —Lo siento. Mierda. Lo siento. —¿Por qué? —murmura Jack. —Estoy asimilando cosas. Mis recuerdos están de vuelta pero ahora sé la historia completa, por lo tanto, lo siento por aún traerla a colación. —¿Tu memoria ha vuelto? —Su voz es estrangulada pero la aclara—: Esto es bueno, no tienes que lamentarlo… —Solo quiero decir que aquello no fue, obviamente no fue un real, uh, algo de beso. Quiero decir que los dos estábamos bastante ebrios. No lo querías de verdad,
solamente estabas siendo extrañamente agradable como algunas veces lo eres, una vez en luna azul y yo estaba muy borracha así que cuando te dije que me gustabas solo quería decir que como un némesis. Como un amigo con el que puedo luchar verbalmente y estas cosas. Sí. De verdad me gustabas como némesis. Hombre, luchar contigo era muy divertido. Me río pero suena hueco incluso a mis propios oídos. —Y sabes. Te recuerdo a Sophia. Somos tan similares, en el fondo, así que tiene sentido que te confundas y me beses. Totalmente genial. Totalmente comprensivo. Hombre, solo lo siento que tambaleándome me haya forzado en ti de esta manera y luego hiciste la vuelta entera de ciento ochenta grados y logré asustarme como una perra. Al igual nadie se merece esto, ¿me entiendes? Siento mucho que hayas tenido que pasar por esto. *** Durante meses he querido abrazarla. Es una necesidad que he apisonado dentro, un cuidadosamente controlado fuego que mantengo cerrado en el centro de un iceberg. Y ella, sin saberlo, me probó, una y otra vez pinchó, asomó y tomó algunas veces una motosierra para el hielo, pero nunca se ha metido en el medio porque soy Jack Hunter, y tengo el control de mí mismo en todo momento. Excepto aquella sola vez, en la sala de la orilla del mar. La vez que ella piensa que fue falsa. La vez por la cual se está apilando montones de culpabilidad. La culpa viene de su pasado y de Will Cavanaugh. Si no paro esto ahora, se va a hacer daño a sí misma. El ciclo de daños de Will solo va a cavar sus pinchos más profundamente. —No quiero asustarte —digo finalmente. Levanta la mirada con sus ojos cálidos de canela sorprendidos. —¿Qué? —No quiero hacerte daño y no quiero hacerte sentir incómoda. —Mmm… —… pero no tienes nada parecido a Sophia. Tú eres Isis Blake, terca y ridícula, amable y fuerte. Eres exactamente tú. Por eso te besé esa noche, porque quería besar a Isis Blake. Y lo hice. Fue precipitado de mi parte y fuera de lugar. Tenías todo el derecho a detenerme y todo el derecho a alejarte. Estabas asustada y yo agudicé ese miedo tratando de darte un beso, es mi culpa. No tuya. Su cara se hace blanca por la sorpresa y se queda callada por primera vez en su vida. —Sí, estábamos ebrios —continúo—. Tú lo estabas, específicamente más, y yo un poco. Así que soy quien debería haberlo sabido mejor, y me disculpo. Fui demasiado lejos, demasiado rápido. Estaba emocionado. —Suelto una risa oscura— . Por primera vez en mi vida, estaba emocionado. No es una excusa, pero espero que te ayude a comprender mis acciones de esa noche.
Su expresión de sorpresa no cambia. —Lo siento. —Sonrío—. No volverá a suceder. No dice nada. Tengo que romper la tensión. Me levanto y me estiro crujiendo mi cuello y muñecas. —Deberías irte. Se está haciendo tarde y estoy seguro que estás cansada. Necesitas descansar. Gracias por contarme sobre los hombres. Miraré a ver sobre ellos… Algo se está estrellando contra mí por detrás y me lleva un segundo darme cuenta que es ella, envolviendo sus brazos alrededor de mi estómago y tirando mi columna para descansar en su pecho. Entierra su cara en mi espalda. —Quiero —susurra—, yo… quiero que pa… pase de nuevo. La telaraña de ansiedad encaja en mí hilo por hilo, y cada músculo de mi cuerpo se relaja. Es alivio puro y radiante corriendo a través de mí. No soy el único que lo quiere. No soy el único, mi piel se calienta y mi respiración se acelera a medida que el conocimiento se hunde con cada segundo que pasa de silencio. Lo que me dijo aquella noche en la sala de la orilla del mar, no era solo un murmullo borracho. Me quiere. Y me empapo en esta conclusión tanto tiempo que puedo, antes de que frote su rostro contra mi camisa como una animal un poco salvaje y haga otra cosa, como olfatearme. —Necesito enseñarte algo —dice. —De acuerdo. Mantengo mi voz cuidadosamente normal y baja. Pone su brazo a cada lado de mí y levanta la camisa de su brazo derecho. Siempre tiene su brazo derecho cubierto. Nunca ha usado manga corta, e incluso cuando la vi en esta blusa, mantuvo cuidadosamente la manga cubriéndola y el brazo cara abajo. Es casi un reflejo mantener el brazo fuera de la vista. Mi respiración se atrapa. Ahí en la delicada parte inferior de su muñeca están las marcas. Redondas y fruncidas cicatrices blancas. Docenas de ellas. Visten su piel las picaduras superpuestas como un estanque rodeado. Quemaduras de cigarrillos. —¿Cómo…? —Me detengo aun cuando sé la respuesta—. Lo siento, no es mi turno para preguntar. Sus brazos tiemblan mientras habla: —Sin Nombre. Cierro los ojos. Escuchando la confirmación de su parte es más indignante, más desgarradora que cualquier conclusión a la que llegué por mi cuenta. —Es feo, lo sé. —Se ríe con voz temblorosa—. No quería asquearte con ello. Me doy la vuelta y pongo mis brazos a su alrededor con cuidado de no poner mucha presión ni apretar demasiado para que se sienta atrapada. Su boca contra mi pecho me hace temblar pero lo suprimo en el último segundo. Puedo ver su cicatriz en su todavía húmeda cabeza. Huele a almendras y pino de bosque.
—No hay nada sobre esto que sea feo —digo—. ¿Puedo? Duda pero asiente. La alcanzo y levanto su muñeca, corriendo suavemente mis dedos sobre las marcas. Los bordes levantados son ásperos pero sedosos en otras partes. Trazo alrededor de cada círculo con mi pulgar. —Se ve como una galaxia —le digo—. Lleno de estrellas, supernovas, conductivos volcanes y un montón de maravillosas cosas científicas. Podría seguir con esta lista y probablemente borraría el infierno fuera de ti. Se ríe, el sonido vibrando en mis costillas. —Tengo otro. —Hace ademan con la cabeza—. No es tan feo pero es mucho más grande. Puedes llamarme Caracortada. Cabeza. Cráneo. CraniumScar es un grupo sueco de heavy-metal. Me inclino y beso la cima de su cabeza, la suave cicatriz bajo mis labios. —Vamos a tener que escucharlo algún día —digo. Saca un sonido mitad chillido mitad suspiro—. ¿Ocurre algo? —N-no… solo… tener a alguien… besar… mmm… tener a alguien… haciendo esto…. mmm. —¿No te gusta? —No… sí me gusta… realmente es… es realmente bonito. Se siente bonito. Entierra su rostro en mi camisa como si quisiera desaparecer pero puedo ver el rubor rojo subiendo hasta su frente. *** Siento que me estoy derritiendo. Mis entrañas están calientes, y estoy toda extrañamente relajada. No quiero que pare nunca. Me siento segura. Por primera vez en mucho tiempo me siento muy segura. Como si nada pudiera llegar a mí. Como, si por una vez, Sin Nombre no pudiera estirar sus dedos y llegar a mí a través de mis recuerdos. —Tenía miedo —me quejo—. Y tengo miedo que hayan visto mi auto. —Puedes quedarte aquí si quieres —me ofrece Jack—. Puedo quedarme en el sofá. —Eso sería genial. —Está bien. Tengo trabajo para terminar pero siéntete libre de usar la cama. —Agarra su portátil y se sienta en el sofá. Casi lo siento por la pérdida de su calor, pero entonces recuerdo que es un nerd. Veo el plato vacío de lo que parece ser salsa de soya, y mi estómago hace un ruido como una vaca moribunda. Jack levanta una ceja, sonriendo.
—¿Hambre? O es uno de los encantadores ruidos que hace tu cerebro cuando está intentando pensar mucho. —Cállate. —Me pongo colorada—. Tengo mis patatas fritas. —¿Aquellas que has embalsamado dentro? —dice y levanta el teléfono—. Vamos a conseguir algo, esto no sobrevive al deterioro radioactivo, ¿bien? Me zambullo en las mantas y trato de no pensar que Jack ha tenido sexo con alguna antigua chica en ellas. Huelen más a él que a ella, así que es algo. Y es tan acolchada que podría estar tumbada sobre mi propio vientre flácido. —Hola, es la habitación 1106. Quisiera salmón con parmesano, con ensalada de espinacas y un pedido de creme brulee. Sí. Sí, gracias. Cuando cuelga levanta una ceja. —¿De pronto ruedas en efectivo? —Mi clienta final paga por la habitación. Podríamos pedir una docena de langostas y ella tendría que pagarla. —Ah, las ventajas del sexo en el trabajo. —Me desplomo en las almohadas. Él no responde absorto en su portátil—. Oye, ¿quién era el tipo de rayas? Se encoge de hombros. —Juzgando por la descripción, alguien que creo que he conocido. —¿Oh, sí? ¿Dónde? ¿En un club gay? —En un bar donde me dio una paliza. —¿Ahí es donde has conseguido el aspecto de hamburguesa golpeada? Jack asiente. —Es bueno. Probablemente entrenado. Karate si tuviera que adivinar por sus formas y golpes. —Y tú solamente estás entrenado con el bate. No el justiciero chico playboy millonario, pero el chico con el bate. —Hice taekwondo hasta la escuela secundaria. Es mucho mejor que yo. —Alguien me envió una foto —le digo—. En tu mano un bate de béisbol y un cuerpo. —Lo sé. Wren me habló de él. Más exactamente me gritó. En la biblioteca. —¿Wren? ¿Gritando? Vamos, mentir no es divertido. Excepto cuando lo es. —Estaba muy alterado. —Jack me ignora—. Agitado. Él es un montón de cosas y tenemos una historia complicada, pero es sorprendentemente fiel a la gente que considera sus amigos. No es que no importara cuando dio media vuelta y echó a correr esa noche, pero aun así. La intención es lo que cuenta ahora. Mejoras y segundas oportunidades, todo lo demás son tonterías. —Has matado a alguien —digo. No hay miedo detrás de él, ahora. Le he mostrado mi cicatriz, y no se inmutó. Así que si dice que sí, no voy a flaquear, tampoco. Sus ojos gélidos se desplazan hacia arriba. Hay un silencio largo y
lánguido en el que estoy segura puede oír mi atronador latido del corazón desde tres metros de distancia. —Se tambalearon por el acantilado junto al lago para alejarse de mí. No los toqué, pero bien podría haberlos matado. Los otros tres se recuperaron de sus lesiones. Los meses de presiones y el misterio empujando en mí se alzan a la vez. Me siento como si finalmente puedo respirar de nuevo. Me está contando la verdad, la culpa en sus ojos es evidente. Si se tratara de una mentira estarían claros. Caminó por el acantilado. Jack no mató a nadie. No en realidad. Pero estoy segura que piensa lo contrario. —¿Qué... qué pasa con el cuerpo? Jack me mira. —¿No estás preocupada? Maté a alguien. Soy un asesino, Isis. —Estabas defendiendo a Sophia. Al igual que nos defendiste a mi mamá y a mí de Leo. Es lo que haces siempre. Defender a la gente. Abre su boca, luego la cierra, y se queda mirando al suelo. —Mira —empiezo—, he hecho algunas cosas de las cuales no estoy orgullosa. Sé lo que se siente al querer matar a alguien. De verdad. Iba a tratar de matar a Leo, cuando mi mamá me contó lo que pasó con ella y él. Lo tenía todo planeado: Le drogaré con cloroformo, y si eso no lo mata, le cortaré el pene con un cuchillo de carnicero, luego sus dedos, y luego su garganta. Soñé con eso varias veces. Lo quería más que nada. Quería hacerle pagar por lo que le hizo. Jack me mira. Me encojo de hombros. —Así que sí, sé lo que se siente. Hay algo así como la gratitud que parpadea detrás de sus ojos. —Así que vamos —prosigo—. ¿Qué pasó con el cuerpo? —No me has dicho algunas cosas. No te puedo decir algunas cosas. Así es como funciona. —Está bien. Es correcto. Así que el tipo del traje de lana quiere saber dónde dejaste el cuerpo. ¿Pero por qué? —Porque quiere mierda sobre mí —dice Jack lentamente—. Chantaje, para después unirme a su compañía. —Porque ya eres el empresario perfecto. —Porque soy perfecto y punto. —Sonríe. Lanzo la almohada extra y graciosamente hace un arco aterrizando en su portátil y después le da un golpe en el rostro. —Gracias físicas. —Levanto el pulgar hacia nadie. Jack tose belígeramente una pluma y sigue escribiendo.
—Vaya, eres muy dedicado a éste ordenador de ahí. Vaya. No puedo parar de decir vaya. —Deja de decir vaya. —¿Que estas guausiendo, quiero decir haciendo? —Rastrear la dirección de correos que te envió aquella foto. —Oh. ¿Y después qué? ¿Qué pasaré después de que lo encuentres? —Entonces lo reviento —gruñe Jack. Levanto una ceja. —Destruir su disco duro —se corrige. —Algo más legal —concuerdo—. Sin embargo, no tan divertido. Llega la comida, el camarero la trae dentro y se va después de que Jack le da propina, me trago cada pequeña cosita de la bandeja. —Jesús, mujer, te vas a ahogar. —Vale la pena —trino mientras sorbo la creme brulé. Empiezo a toser fuertemente. —Atragántate silenciosamente. —Se vuelve de nuevo a la computadora portátil, y murmura para sí—: Ya está. Por fin. Este tipo es ridículamente bueno. Pero si se me acaba el escaneo de bytes, puedo… Sigue todavía como un ciervo escuchando el percutor de un arma. —Estoy… muriendo… —le recuerdo en la proximidad total del piso. —El trazo de la IP es de Good Falls, Florida. Tu pueblo natal —dice—. Alguien de tu pueblo te envió esto. Tiene que ser alguien que conoces. ¿Quién de los que conoces es tan bueno en ordenadores? Mi corazón empieza tartamudear, dejo de fingir que muero y empiezo a morir de verdad. —¿Isis? ¿Qué está mal? Miro hacia el techo del hotel, debatiendo la cantidad de pasos que tomaría para mí llegar a la taza del baño. No quiero vomitar sobre Jack de nuevo, no importa cuán maravillosa fue la última vez. El rostro de Jack se cierne sobre mi vista. —¿Isis? Estás pálida. —Él —digo en voz baja—. Ganó el campeonato del estado del grupo de secundaria en piratería informática cada año. —¿Quién? Pensé que me había dejado sola. Nunca pensé que el correo electrónico podría ser suyo. Casi un año de silencio me había convencido que era libre. Aprieto los dientes y pongo mis manos sobre los ojos, como si esto bloquearía la oscuridad. Sabía que la seguridad no duraría mucho tiempo. Nunca lo hace. La oscuridad siempre encuentra un camino, justo como lo ha hecho ahora.
—Sin Nombre.
3 Años 30 Semanas 0 Días Jack trata de convencerme de que va a hacer todo lo posible para bloquear a Sin Nombre de ponerse en contacto conmigo de nuevo. Pero sé que no va a funcionar. Jack es bueno, pero Sin Nombre es mucho, mucho mejor. Siempre lo ha sido. Si Sin Nombre puede tener acceso a un video de una cámara federal, entonces puede llegar a mí. Si sabe sobre el video, sabe de Jack, probablemente a través de Wren. No es que Wren alguna vez se lo dijera a propósito. Tal vez se le escapó. O tal vez Sin Nombre solo me siguió hasta aquí, y de alguna manera se enteró de Jack a través de computadoras de la escuela. La gente habló de nuestra guerra en los viejos Macs destartalados en el laboratorio de computación, estoy segura. O tal vez… Mi estómago se hunde, y el maravilloso sabor del crème brulee se siente mal en mi boca. Quizás Sin Nombre ha tenido mi correo electrónico hackeado todo el tiempo, y lee mis mensajes a Kayla sobre Jack. —Limpia tu viejo disco duro, por si acaso —dice Jack—. Consigue una nueva dirección de correo electrónico y cambia las contraseñas de todo. —Él las hackeará de nuevo. —No lo hará —dice Jack con severidad—. No lo hará. No voy a dejar que eso suceda. —Me ha estado observando todo este tiempo. —Me río—. Fui tan estúpida. Pensé que me alejaba de él para siempre. —Lo harás. Tú puedes. Simplemente no puedes darte por vencida. Trabaja conmigo, ¿de acuerdo? Arreglaremos esto juntos. —No es bueno. —Me doy la vuelta—. Me va a atormentar durante toda mi vida. Siempre va a estar allí, al igual que esta estúpida… esta estúpida y maldita cicatriz… Me envuelvo en la sábana, así no tengo que mirarlo. Jack se acerca y la desenvuelve, tirándola hacia sus labios.
—Escúchame, Isis. No estará contigo para siempre. Algún día podrás obligarlo a irse, y lo hará, serás más feliz por ello. Los recuerdos no van a desaparecer, pero van a ser menos claros mientras más hagas. Me estremezco. Sus ojos no dejan los míos. —Quiero ayudarte a hacer más, si eso está bien para ti. —¿Qué pasa con... Sophia? —Siempre será una parte de mi vida, y siempre voy a apoyarla. Pero ahora sé lo que quiero. La verdad está aquí, en este momento, mirándome a la cara y sentada en una cama de hotel, vestida con una camisa y viéndose ridículamente linda. Mi rostro se calienta como un incendio forestal. Jack se mantiene. —Vamos a dormir un poco. Podremos preocuparnos inútilmente mañana. Asiento. Apaga la luz y agarra una manta de repuesto del armario, llevándola al sofá y poniéndola en él. Me acurruco bajo las mantas y trato de no sentirme culpable. No puedo conciliar el sueño en absoluto. Es una repetición de lo que pasó en la casa de Avery, pero esta vez, no estoy borracha y no estoy tan asustada. Es solo la oscuridad, se escapa de mí. Sin Nombre se siente como si estuviera en todas partes. Y daría cualquier cosa, cualquier cosa, para ahuyentarlo y sentirme segura de nuevo. —Hace frío —le digo. Oigo a Jack revolverse. —¿Quieres otra manta? —No, mm. —Trago. Esta es la cosa más difícil que he hecho nunca, solo superada por mi concurso de ortografía en el primer grado donde deletreé mal ―fabuloso‖, la tercera cuando tuve mi primer período y sangré en mi pantalón y en la silla plegable de metal durante la clase de música y tuve que sujetar la silla a mi trasero mientras caminaba hacia el baño para que nadie pudiera verlo. Gané un nuevo respeto por los cangrejos y su estilo de caminar. Mierda muy difícil. —¿Puedes…? —Trato de levantar mi voz, pero se rompe—. ¿Puedes… por favor…? Por lo general no hablo tan mal. —Río—. Esto es tan estúpido. Lo siento. No importa. Me doy la vuelta y tiro de las mantas sobre mi cabeza para que no me oiga susurrando maldiciones para mí misma. Pero luego siento un peso al otro lado de la cama, y mis pulmones deciden rápidamente que quieren reventar. La voz de Jack está cerca. —¿Esto? Aparto las mantas de mi cabeza y asiento, demasiado rápido. Demasiado entusiasmada. Jack se ríe, bajo y suave. Con mis ojos acostumbrados a la penumbra, lo veo rodar y quedar alejado de mí, tirando la manta sobre él. Sus piernas están a solo unos metros, con la espalda aún más cerca. Estoy temblando,
pero le rezo a cualquier Dios que esté escuchando que no pueda sentirlo a través de la cama. No quiero que él tenga una idea equivocada; que tengo miedo, y entonces se vaya. Tengo miedo —un profundo, sólido miedo como una roca grabada en mí por Sin Nombre— pero no estoy asustada. No estoy respirando superficialmente o con pánico o saltando por cada pequeña cosa. Y eso hace toda la diferencia. No es un miedo caótico, es ordenado, y sé las causas de ello. Lo puedo controlar. Extiendo la mano, poco a poco, y la paso por su espalda. Siento sus músculos tensos bajo mis dedos. Cuando no dice nada, ni se mueve, me inclino y presiono mi peso contra él. Es caliente, más caliente que una manta. Hay una larga pausa mientras nuestra respiración se mueve dentro y fuera al ritmo de cada uno. Y, finalmente, habla: —Eres la chica más confusa que he conocido. —Sí. —Sonrío—. No lo lamento. —Bien. *** El sol irrumpe y se sienta de culo en mis ojos, el mundo se acaba, estoy ciega y todo ha terminado. Luego me doy la vuelta y veo el rostro de Jack en la almohada y luego todo es realmente más. Permanentemente. Porque mi universo explota. Hago pequeños ruidos quedos mientras trato de recordar cómo llegué aquí, a la habitación del hotel. Todo me inunda a la vez y estoy más que un poco enojada conmigo misma por ceder y permanecer aquí sin luchar. Los ojos azules soñolientos de Jack se abren. Pasa los dedos por el vello de mis brazos cruzados mientras gime. —¿Quién te dio permiso para estar consciente antes de las seis, y cómo puedo terminar con él? —¿Por qué me estás tocando? —le susurro—. ¿Realmente es tan divertido? Porque la mayoría de las personas dicen que se siente blando y asqueroso. Se ríe y pone las manos sobre sus ojos, extendiéndose como un gato recién despertado al que le gusta arquear la espalda. —¿Qué quieres para el desayuno? Puedo salir corriendo a conseguir algo, o puedo llamar. Servicio a habitaciones no abre hasta la una. —Hay una cafetería que vi en el camino la noche anterior. Se veía muy elegante y olía permanentemente a tocino. Ve allí. Mientras me escapo por la ventana. —Creo que deberíamos ir de la mano. —Pero me gustas mucho más cuando estás generalmente a una enorme distancia de mí.
Se da la vuelta y se inclina sobre los codos, jugando con un mechón de mi cabello púrpura. —Esa es una declaración increíblemente contradictoria teniendo en cuenta lo que hiciste anoche. —¡Toqué tu espalda! ¡Deja de hacer que suene sexual! —grito—. ¿Acabo de decir sexual? ¿En voz alta? ¿Sin tartamudez? Alabado sea Jesús. Espera, ¿a Jesús le gustan las personas que tienen relaciones sexuales? Se me sigue olvidando eso. —Me gustas —murmura Jack. Elegantemente caigo de la cama. Hay un silencio, luego asomo mi cabeza sobre el colchón y levanto la mano. —¿Uh, hola? Aquí estoy. Preferentemente no me gustaría que me dé un ataque al corazón antes de llegar a la edad legal para beber. —¿Eso en realidad te sorprende tanto? —Jack sonríe. Hace una pausa—. Me gustas. —¡Ah! —Alcé mis brazos para protegerme. —Me gustas. —¡Detente! —Oh, esto va a ser divertido. —Voy a matarte lentamente —replico, pero ya está arriba y tirando de su pantalón. Pone toda mi región facial en llamas involuntariamente cuando me doy cuenta de que él dormía en calzoncillos. A mi lado. Y en la fracción de segundo antes de que él tirara de su pantalón vi un bulto distinto y me estoy muriendo, esto es lo que es morir, quemar, luego sopla las cenizas lejos y a alguien se le meten en su ojo y camina por ahí con un ojo rojo todo el día y sus compañeros de trabajo piensan que es conjuntivitis, cuando en realidad es solo carbono de muertos… —Isis. Shhh. —¡Tú, shhhh! —siseo—. Estoy teniendo una crisis de vida aquí al ver la cosa de un hombre por primera vez. Toma su chaqueta y agarra su billetera la mesita de noche. —Voy a esperar en la planta baja. —¡Me comeré a tu primogénito! Cierra la puerta, y estoy sola. Sola, pero con él esperándome abajo. En un hotel de lujo. Para desayunar en una cafetería. Me pellizco mis pies y grito cuando no me despierto. No hay cámaras ocultas que pueda ver, ¿pero entonces si pudiera verlas no serían muy buenas cámaras ocultas, o sí? No creo que esta sea una puesta en escena, por lo menos. Es un pequeño sueño imposible, probablemente cocinado por mi subconsciente, pero por ahora voy a dejar que suceda. Por ahora voy a ir junto con él. Yo, la gorda chica fea, dormí en la misma cama que Jack Hunter, mi némesis, mi rival, y ahora al parecer algo un poco más que mi amigo. Y me sentía segura. Durante el desayuno, Jack y yo hablamos de logística. Él va a mantener un ojo en Sin Nombre, y yo voy a limpiar a fondo mi equipo. Cuando estamos de pie en el
estacionamiento con la panza llena de tocino y tostadas, nos detenemos. Muevo mis pies. No tengo ni idea de qué hacer. ¿Qué hace una chica para decirle adiós a un chico con el que durmió, pero con el que en realidad no durmió? ¿Existe un manual para esta mierda? ¿Debería escribir una nota rápida y enviarla por correo? ¿Podrán incluso publicarlo tan rápido? Antes de que pueda agonizar por más tiempo, Jack estira su mano y acaricia mi cabeza. —¿Estarás bien conduciendo a casa? —Obvio. —Me siento ofendida de que me acaricie como a una niña, pero también extraña y brillante en mi interior, en lugares que no quiero ni pensar—. Soy como un piloto de NASCAR. De menos millones de dólares. —Es una pena, de verdad. Imagínate a cuántas personas más podrías molestar si fueras millonaria. —Al menos diez personas enteras. Y sus abuelas. —Ah, sí, la antigua tradición Blake de molestar a las abuelas. —Todo lo que toma eso es una olla sucia y un gato sin un suéter rosa peludo. —Saluda a tu madre de mi parte. —Igualmente. Mm. Si es que todavía me recuerda. En realidad, no, está bien, no di exactamente la mejor impresión cuando fui allí… —Ella te recuerda —insiste Jack—. Piensa que eres tierna. —Oh. Debió de conocer a mi Doppelgänger9. El que no existe en ninguna parte nunca. Jack sonríe. No es una gran sonrisa, como la que le vi darle a Sophia en el hospital una vez. Pero es cálida y sin hielo, y eso es todo lo que puedo pedir, en serio. —Tienes mi número —dice. —Síp. Te escribiré si hay problemas. Tejidos. Tejidos no, los tejidos son asquerosos y los problemas también. Empieza a alejarse. Quiero decir mil cosas tontas todas a la vez: gracias, y siento que eligieras a una idiota como yo, mereces algo mejor, conduce con cuidado, mantente a salvo, duerme bien y come bien, pero todas las palabras y sentimientos salen en un revoltijo y se disipan en el aire cuando abro la boca para decir nada y la cierro otra vez. *** —¿QUE TÚ QUÉ?
9
Doppelgänger: es el vocablo alemán para definir el doble fantasmagórico de una persona viva.
Sostengo el teléfono lejos de mi oreja para preservar mi futura audición para los próximos ochenta años. —Dormimos. En uh, la misma cama —susurro. —¿TUVISTE SEXO CON JACK HUNTER? —Jesús, Kayla, no, deja de gritar, es indecente. —TE DIRÉ LO QUE ES INDECENTE, ¡ACOSTARSE CON JACK HUNTER! —¡No nos acostamos, idiota! ¿Parezco tan estúpida como para tocar ese saco de gérmenes? Kayla finalmente respira. —Eso es verdad. Ni siquiera puedes decir ―pene‖ sin vomitar un poco en tu boca. Y a veces, en mesas. Y niños pequeños. —Eso fue una vez, y ese niño entró totalmente en la trayectoria de vuelo de mi vomito. No es mi culpa si no comprendía la física de los líquidos. —Pero has dormido en la misma cama, como, hola, ¿eso no es al menos segunda base? ¿Dos bases y media? —Uh, ¿como una segunda base lunar? —¡Puf, no! No importa, no voy a explicarte términos sexuales completamente obsoletos. —¡Por última vez! No pasó nada re… gional, ¿está bien? nunca haría eso con tu ex. Nunca. —Yo sí. Con tu ex. Si has tenido alguno. Si estuviera buenísimo. Si me dieras tu aprobación, obviamente. La cual te la doy totalmente, por cierto, porque, obvio, ¡es Jack Hunter! ¡Alguien en esta escuela tiene que tirárselo antes de que llegue a Hollywood o modelolandia o lo que sea y contraiga un montón de enfermedades repulsivas! —Estás loca. —¡OhDiosmío! ¿Te lo he contado? —¿Que estás loca? Ya me he dado cuenta, gracias. —¡No, tontita! ¡Wren me ha pedido ir al baile! Sentí que se me abría la boca de golpe. —¿El que tiene gafas? —Uh, obvio, ¿qué otro Wren conoces? —¿Estaba… estaba babeando o arrastrando los pies o gimiendo sobre cerebros? —¡Puf, no! Estaba en su sano juicio y estoy como, noventa y nueve por ciento segura de que no era un zombi, ¿bien? ¿Es tan raro que alguien quiera llevarme al baile? —No, es solo que… Wren no es exactamente, ¿atrevido?
—¡Lo sé! —grita—. Lo cual es como, el mayor cumplido, si se puso todo entusiasta y me lo pidió, ¿no? —Sí. ¿Vas a decir sí? —¡Ya lo he hecho! —¿Y qué ha pasado con que sea el rey de los frikis? —Ahora es un… ¿rey de los frikis ligeramente más genial? Quiero decir, hemos tenido carpintería juntos y ha sido muy divertido, hemos hecho esta casa para pájaros y ha salido muy bonita, me corté un poco el dedo en la sierra de cinta y él se preocupó mucho, me llevó a la enfermería y… —Te gusta. Kayla se atraganta con nada. —¡A mí no! ¡Me gusta! ¡Solo resulta que quiero ir al baile! ¡Y él es agradable! —No conduce. —¡Eso está bien! y de todas formas le voy a pedir a papá una limusina y tú y Jack definitivamente están invitados. —Uh, ¿gracias? Pero Jack y yo no somos algo. —Durmieron en la misma cama. —¿Sí? —Son algo —afirma—. ¡Te veré el lunes! Suspiro y cuelgo. Tener amigos es genial. Tener amigos que determinan tu estatus romántico no es tan genial. Sí, Jack y yo dormimos en la misma cama. Y me tocó el cabello. Sonrió mucho. Fue cálido y… Corro al cuarto de baño y bendigo mi cabeza con una ducha fría. Mamá se sorprende de ver mi cabello húmedo cuando llego a su psicólogo. —¿Ha… ha pasado algo? —Jesús me ha bendecido con su agua bendita. —¿Oh? —Me he dado una ducha. ¿Cómo ha ido tu sesión? Se ríe. —Ha estado… ha estado bien. Hemos hablado de ti sobre todo, y Stanford. —¿Ah sí? —Mi voz sube una nota—. Genial. —Sería maravilloso para ti, cariño. Y con tu padre queriendo ayudar con los costes, realmente podrías conseguirlo. Conocerías a tanta gente nueva, y aprenderías tantas cosas increíbles. —Sí. Y tienen estos impresionantes programas de intercambio… —Entro a la autopista—. He estado mirando Bélgica, es como, para cuatro meses, así que un semestre, pero vives con una familia de acogida justo en la ciudad y hay toda esta
materia de intercambio cultural en el programa, como ir al campo, y visitar Francia durante una semana, suena tan… Me detengo cuando mamá levanta la mano hacia su rostro por el rabillo de mi ojo. —¿Mamá? ¿Estás bien? —Lo siento —solloza, riéndose—. Estoy bien. En serio, estoy bien. —¿Estás llorando? —¡Estoy bien, cariño! Es-estoy… Su llanto se vuelve más alto. Está temblando, sus hombros temblorosos y sus manos sacudiéndose mientras desesperadamente intenta ocultarme su rostro. —¡Mamá! —Me detengo en el arcén y estaciono el auto, poniendo mi brazo a su alrededor—. Mamá, ¿estás bien? ¿Qué pasa? Dímelo, por favor. —N-no —gime—. Estoy siendo egoísta. Lo siento. Por favor, solo llévanos a casa. —¡No! ¡No hasta que me digas qué te está haciendo llorar de esta forma! Solloza en mi hombro, cada eco de su dolor abriendo un agujero en mi corazón. No debería haberme emocionado tanto con Stanford. Probablemente le duele solo oírme hablar de irme tan lejos. —No quiero que te vayas —llora—. Por favor, quédate aquí. Te necesito aquí. Me estremezco, y cierro los ojos. La acerco más, su gabardina envolviéndonos a las dos. —Oye, está bien —digo suavemente—. Mamá, está bien. No te preocupes. No voy a ninguna parte. Te lo prometo. —¡No! Quiero que vayas. —Levanta la vista, con los ojos en pánico y rojos—. Pero no quiero que te vayas. Sé que tienes que ir. Tienes que crecer, aprender y volar sola. Pero no sé lo que haré sin ti. Lo siento. Por favor, vete. Por favor haz lo que sea que quieras. Solo… solo prométeme que volverás para visitarme de vez en cuando, ¿está bien? —Mamá, no voy a… —¡Sí vas! —Su expresión de repente se vuelve furiosa—. Vas a ir, ¡no me escuches! No te contengas por mí. Quiero que vayas a Stanford. —Pero no quiero. —Sí que quieres, Isis. Sé que lo quieres. Estás renunciando a ello por mí, y no puedo admitir eso. Necesitas a gente tan inteligente como tú, cariño. Necesitas retos, y tendrás eso en Stanford. Dios, mi niña pequeña, yendo a Stanford. Estoy tan orgullosa. Muy, muy orgullosa. Se compone, y empiezo a conducir otra vez. Sonríe y habla sobre cosas mundanas como la compra y lo que han dicho los vecinos sobre su jardín y cómo ha estado el trabajo, pero sé que no ha terminado con el dolor, porque cuando llegamos a casa, se encierra en su habitación y enciende la música. Solo hace eso
cuando no quiere que la oiga llorar. Mi pecho arde mientras vuelvo a revisar los folletos de Stanford. Son un sueño maravillosamente imposible. No puedo dejarla. No hay forma de que pueda dejar a mamá aquí con la conciencia limpia. Estaría demasiado lejos para ayudar si pasara cualquier cosa otra vez, y ella estaría muy sola. No mejoraría si me fuera, solo empeoraría. Tengo que estar cerca. Muy cerca. Tan cerca como la universidad de la comunidad. Tengo que quedarme con ella hasta que sea lo suficientemente fuerte como para valerse por sí misma otra vez, e ir a Stanford no hará que eso pase. Mierda, ir a la universidad de Ohio no hará que eso pase. Mi camino está claro. Mi camino siempre ha estado claro. Pongo los folletos en el cajón de mi escritorio y los cubro con mis antiguos cuadernos de bocetos de la escuela primaria. Cosas que no toco. Cosas que no tocaré, nunca más. Mi correo electrónico suena, me saca de mi miseria, y luego añade más. El email es de la misma dirección que me envió la foto. Sin Nombre. ¡Hola, Isis! ¿Cómo has estado? ¿Has recibido mi foto, no? Ese chico Jack parece genial. ¿Han follado ya? Lucho contra el impulso de vomitar y pierdo, fantásticamente. La oscuridad llena el cuarto de baño. Sangro de mis ojos y boca que lloro sin sonido. Cierro la puerta y me apiño en el suelo, abrazando mis rodillas. No estoy segura. Nunca he estado segura. Nunca estaré segura. Jack se equivoca. No puede hacer nada. No puede ayudar. Sin Nombre vive dentro de mí, y siempre lo hará. La oscuridad siempre estará aquí. Hay un nido dentro de mí, y todo lo que hace falta son unas pocas palabras del chico que me violó para sacar a los monstruos rugiendo de él.
3 años 30 semanas 5 días Naomi no está encantada con el hecho de que voy a dejar la cuidad, nunca está contenta cuando me voy, nunca, porque Sophia se pone triste y eso probablemente hace su trabajo más difícil. Me acompaña hasta la habitación de Sophia a regañadientes. —¿Sucede algo, Naomi? —pregunto. Naomi gruñe con elocuencia. —No trates de distraerme. —Solo me estoy preguntando por qué tu rostro está más amoroso de lo usual, ¿nueva crema para los ojos? —¿En serio te irás a Harvard? —suelta—. ¿Sabes cuán lejos está eso? —Creo, que en otro estado. —¿Qué pasará con Sophia, mmm? ¿Qué hará ella cuando no estés? Las palabras de Naomi clavan una aguja directo en mi corazón. Ella parece ver eso, suspira y frota su frente. —Lo siento, Jack. Yo… ella ha estado aquí tanto tiempo, me importa mucho y, con la cirugía aproximándose, solo estoy preocupada. El doctor Fenwall dice que sus probabilidades de pasar la cirugía… —Estará bien —digo—. Ella es fuerte, incluso aunque no lo parezca. Vivirá. Será capaz de vivir su propia vida cuando termine. Naomi asiente, empuja la puerta de la habitación de Sophia y jadea. Está vacía. Me acerco a la ventana donde cada uno de los jarrones que traje para ella se encuentran estrellados contra el suelo. El piso está literalmente lleno de cerámica, afilada y brillante, rogando para que alguien la pise y derrame sangre. —¿Dónde está? —gime Naomi—. Le dije que venías y que se quedara en su habitación así podría traerte aquí. Oh no, oh, no no no… —Bueno, nos separaremos. Revisa sus lugares usuales —digo—. Tomaré los pisos de arriba, tú revisa la parte superior y pregúntale al Dr. Fenwall si la ha visto. Naomi asiente y salimos corriendo por la puerta. Subo los escalones de dos en dos y zigzagueo alrededor de sillas de ruedas e internos. No está en la cafetería y los
que sirven dicen que no la han visto en todo el día. El cuarto de recreación está casi vacío y cuando le pregunto a una amable anciana si la ha visto, niega. Las enfermeras que trabajan con Naomi dicen que tampoco la han visto. Los baños resultan infructuosos. Finalmente, llego a la sala de los niños donde Mira y James están jugando videojuegos. Levantan la mirada y Mira sonríe. —¡Oye Jack! Sophia acaba de pasar por aquí. —¿Dónde fue? —Escaleras arriba. A la terraza, creo. Incluso aunque se supone que no debemos subir. Beso la cima de la cabeza de Mira, revuelvo el cabello de James y me dirijo hacia el techo. Los cuatro tramos de escaleras me dejan sin aire y enfermo del estómago. ¿Por qué el techo? Solo va allí cuando está irrevocablemente triste o deprimida. ¿Y todos esos jarrones rotos? Amaba esos jarrones. Ella nunca… Subo más rápido, salgo por la puerta de emergencia a débil luz del sol. Sophia está parada al lado del borde. No sobre él, como la he encontrado tantas veces, como me temía que estuviera. Se asoma por el borde, mirando el mundo extendiéndose. Sus manos están entrelazadas detrás de su espalda, su cabello platinado agitándose en el aire como dorados hilos de luna. Mira sobre su hombro y me sonríe. —Hola. —Sophia. —Corro hacia ella, girando su rostro hacia mí e inspeccionándola buscando heridas—. ¿Estás bien? —Estoy bien, solo quería un poco de aire. Aunque, tú no luces muy bien. Exhalo toda la preocupación. —Estaba… vine a visitarte y tu habitación, todos los jarrones estaban rotos. ¿Tú hiciste eso? Asiente —Por accidente, estaba bailando dubstep10 y me puse un poco loca. No quería lidiar con ello así que solo me fui, dejé que el conserje limpiara y vine aquí arriba. Horrible de mi parte, lo sé. —No, no, está bien, solo nos preocupaste a Naomi y a mí. Inclina la cabeza y me abraza. —¡Oh, lo siento! En verdad no quería hacerlo. Pongo mis brazos a su alrededor e inhalo la esencia de su cabello, asegurándome de que aún sigue aquí. Es real. Su esencia y su tacto. Es más real que nada en mi vida. Siempre lo ha sido.
10
Dubstep: Género de música electrónica de baile.
Parte de mí quiere contarle sobre Isis, la otra mitad sabe que lo tomará mal de cualquier manera y, con una cirugía tan importante acercándose, su estabilidad mental tiene que ser una roca sólida. Le diré después, cuando esté saludable y completa otra vez. —Te amo —le digo. Se ríe y acaricia mi cabello. —Lo sé, también te amo. Gracias por ser tan fuerte por mí todo este tiempo. Gracias por intentar tan duro por tanto tiempo. Todo terminará pronto. —Serás capaz de hacer lo que quieras, ir a donde quieras. Serás libre. Se ríe y me abraza más fuerte. —Ya lo soy. *** Hoy es más sencillo. No es más brillante, la oscuridad aún permanece en los bordes de mi visión pero golpeo mi estómago y conduzco hacia el hospital de todas formas. Me detengo en la puerta de ER. La primera vez que vine aquí era una persona diferente. Estaba inconsciente y sangrando, pero también extremadamente diferente. Más fuerte y más odiosa. Y menos mala. Claramente no era un trato justo, pero ningún trato nunca era realmente justo. He aprendido mucho eso. —¡Isis! Miro hacia adelante para ver a la Dra. Mernich caminando hacia mí, su cabello suelto esta incluso más rizado hoy. —¡M-dawg! ¿Qué está sucediendo en esta loca ciudad? Se ríe —En realidad no mucho. Todas las bromas interesantes que sucedían por aquí se detuvieron misteriosamente y de repente cuando te fuiste. —Ah, bueno, ¿qué puedo decir? Los Poltergeists11 son volubles. También supernaturales e imaginarios. Pero sobre todo son volubles. —¿Estás aquí para visitar a Sophia? —Sí. —Luces mucho mejor —dijo, mirándome de arriba abajo—. Suenas mejor. —¿Lo hago? Porque me siento como una mierda, ahora más que nunca. 11
Poltergeists: es un fenómeno paranormal que engloba cualquier hecho perceptible, de naturaleza violenta e inexplicable inicialmente por la física, producido por una entidad o energía imperceptible.
—Pero lo estás sintiendo, no huyendo de él. Ese es un buen comienzo, pasos pequeños, ¿recuerdas? Asiento —Sí, creo que estoy llegando allí. Quiero decir, una maquina limpiadora como en el Eterno Resplandor sería de mucha ayuda y extremadamente bienvenida, pero oye, ustedes chicos de la ciencia son lentos y nunca tienen fondos. Te perdono. Mernich sonríe, pero la sonrisa se aleja rápidamente —¿Isis? Entre tú y yo, ¿cómo crees que lo está haciendo Sophia? —No lo sé, en un minuto le agrado, al siguiente me odia, al siguiente está llorando sobre mí. Pero de algún modo, parece ser fuerte. Ahora se enfoca en las cosas que realmente le importan. Y aún es agradable, ella siempre es agradable. —Excepto cuando no lo es —ofrece Mernich. —Sí, eso. Mernich gira mis palabras y, finalmente, me da una palmada en el hombro. —Bueno, gracias por venir a visitarla tan seguido. A ella realmente le agradas, ya sabes. En el fondo. Te ve como a sí misma y quiere que seas feliz como ella nunca podrá ser. —Nadie puede estar feliz todo el tiempo. —Sí, pero tú ciertamente intentas más que nadie, ¿verdad? Sus palabras me golpean duro, sonríe una última vez y se gira para alejarse caminando por el pasillo, llamando a otro doctor. Me asomo a la sala de los niños, pero Mira y James están fuera comiendo en la cafetería. La puerta de Sophia está abierta y entro para verla a ella y Jack abrazados. Retrocedo inmediatamente, Sophia me oye primero y se aleja. —¡Isis! ¡Hola! —Corre hacia mí y me abraza. Miro a Jack por encima de su hombro. Su rostro está sin expresión, el ceño ligeramente fruncido. —Hola, lo siento, vaya. Solo me metí aquí sin golpear primero. Maldición. Realmente lo siento —digo. —¡Está bien! Estoy feliz de que estés aquí. Jack, tú y yo. Todos juntos por una vez. Es genial, ¿verdad? —Se gira para preguntarle a Jack. Él asiente y luego atrapa mis ojos con los suyos, es rápido pero perdura y me recuerda todo lo que pasó esa noche en el hotel. Cuán amable fue, cuán cálido... Siento mi rostro ruborizarse y Sophia me mira. —Debo irme —dice Jack de repente. —¿Qué? ¿Por qué? ¿Trabajas otra vez? —Sophia inclina la cabeza. —No, solo no quiero meterme en el camino de una charla de chicas. —Períodos —le digo a Sophia inmediatamente—. Grandes y sangrantes períodos. —¡Tampones! —grita ella.
Jack se empuja más allá de nosotras y sale por la puerta —Voy a conseguir algo para comer. Ya vuelvo. —¿Entonces? ¿Qué sucede? Sostengo el brazalete dorado, éste tintinea en el aire. Sus ojos azules se agrandan y se estira, con reverencia, para tomarlo. Acaricia el nombre grabado en él con su pulgar. —Tallie —susurra. —No pude traer el resto… uhm, el resto de ella. Pero pensé que te gustaría el brazalete. Sophia está en silencio por un largo tiempo. Traza la cadena del brazalete una y otra vez. Justo cuando empiezo a sentirme incomoda por quedarme, eleva la voz: —Jack lo consiguió para mí, después de que sucedió. Es lindo tenerlo de regreso. Intento sonreír, pero sale torcido. —Ahora ha estado con ella por años —continúa—. En el suelo, con ella. Podría verla o visitarla. Pero ahora está conmigo. —Ahora ella está contigo —ofrezco. Sophia levanta la mirada, sus ojos húmedos, mientras arroja sus brazos alrededor de mi cuello. —Gracias, muchas gracias. Déjame compensártelo, ¿está bien? Realmente quiero compensártelo. —En realidad no tienes que hacerlo, ¿sé que las cosas han sido realmente duras? ¿Y cómo tu vida es dura? ¿Así que no quiero hacerlo más difícil? —¡No lo harás! Avery está haciendo toda la fiesta así que no haré nada estresante. ¡Todo lo que tienes que hacer es usar algo ―radical‖ o lo que sea y venir! —Uh, históricamente no he tenido las mejores experiencias en las fiestas de Avery. —Tampoco yo —me recuerda—. Pero es mi fiesta de cumpleaños y prometió comportarse. Yo estaré ahí, así que mantendré un ojo en ella. Me gustaría que vinieras, Wren también vendrá y Jack. Y un montón de otras personas con quienes se supone que voy a la escuela, eso sería, la mayoría de su clase. —¿Gran fiesta? —¡Enorme! Hay una torta y un DJ, ¡por favor, por favor ven! Su rostro está brillando, del mismo modo que solía brillar cuando la hacía reír al principio. Como la primera vez que vine aquí. —Sí. Bueno, está bien, iré. Sophia sonríe, el alivio llenando su rostro.
—Asombroso. Está bien, es el veintiocho en su casa. Se supone que empieza a las siete pero deberías llegar notablemente tarde, porque el alcohol siempre llega notablemente tarde. —Me conoces muy bien. Sophia niega y se ríe. —Creí que lo hacía. Pero no. No, Isis, no te conozco en lo absoluto.
3 Años 31 Semanas 1 Día La casa de Avery es familiar en todas las maneras equivocadas. Estaciono en el mismo lugar que siempre hago, fácil de echarse atrás y fácil de conducir fuera tan rápido como necesite. La música late por el césped, por la calle y se impregna en la comunidad cerrada. Rebota en los árboles y en las docenas de autos estacionados sin orden en su patio. La gente ya está borracha, tropezando fuera de la puerta principal, tendidos en el césped, luchando entre sí y persiguiéndose unos a otros con el papel higiénico y la manguera. Aliso mi camisa por última vez. Es la de “Florence and The Machine” que me puse aquí la primera vez y ni siquiera noté que la estaba usando hasta que me metí en el auto. Mi pantalón está deshilachado en los muslos, no porque lo compré en alguna gran boutique que los había deshilachado a propósito, sino porque había comido pavimento tantas veces en mi bicicleta cuando estaba perdiendo peso. El aire frío en mis muslos a través de las roturas me recuerda cuán rotos están, por qué están rotos y cómo los rompí yo misma. Lo hice. Los rompí, pero todavía puedo usarlos y funcionan muy bien en lo que se supone que deben hacer: cubrir mi fabuloso trasero. Las cosas se rompen, pero todavía funcionan. Salgo y acerco mi chaqueta más. Está helado. ¿La primavera no recibió el memo? ¿Las primaveras reciben memos? ¿En qué están escritos, en las hojas? ¿Pétalos? ¿El cadáver de un ciervo recién nacido? —¿Poniéndote muy sensible12 tan temprano en la noche, verdad? Levanto la mirada. Jack está allí de pie, en una absurdamente asquerosa chaqueta de cuero y pantalón oscuro. Wren está de pie junto a él, luciendo un poco pasmado con su camisa a cuadros de costumbre. —Es más o menos mi trabajo —le digo—. Proporcionar la atmósfera abrasadora, tirar de unos cuantos poco profundos pero bien intencionados cumplidos, murmurar para mí misma, tal vez romper una botella o dos. —Por favor, no rompas una botella —Wren retuerce las manos—, hemos tenido ya tres personas que se han cortado. 12
Poniéndote muy sensible: Hace referencia a cuando una persona está tan borracha, que se pone toda llorosa.
—Vaya, ¿qué es eso en tu pecho, prez? —dejo salir. Un pequeño broche de estrella de oro que tiene el número uno en él está en su camisa. Sus gafas se resbalan cuando lo mira y las empuja hacia arriba. —Um. Solo algo que Sophia me dio. De cuando... de cuando… —¿Es ese el broche del concurso de matemáticas? —interrumpe Jack—. Vaya. No sabía que ella todavía lo tenía. —Yo tampoco. —Wren deja escapar una media sonrisa—. Quiero decir, pensé que ella se deshizo de él hace mucho tiempo. —¿Broche del concurso de matemáticas? —pregunto. Jack asiente. —En los viejos tiempos, Wren y Sophia compitieron en este concurso de matemáticas. Estaban realmente metidos en ello, investigando tanto como solo unos niños competitivos inteligentes pueden lograr. Estudiaron durante semanas, meses. Sophia quería ganar tanto. Pero Wren lo hizo. Empataron, técnicamente, sin embargo los jueces se lo dieron a Wren por algún cálculo adicional que hizo. —Sophia estaba furiosa conmigo —dice Wren—. No habló conmigo durante un mes entero. Así que le di el broche y ella comenzó a llorar, me dijo que no fuera tan amable con ella. Jack se ríe bajo y Wren niega, con una sonrisa melancólica en su rostro. Es una historia de la que no soy parte, pero me da una sensación de calor solo verlos recordar ese momento, cuando todos eran amigos cercanos y se cuidaban unos a otros, sin la oscuridad entre ellos. —Mira, voy a ir a ponerme emocional. Explosión de sed. Coraje líquido. Wren y Jack levantan sus cejas en sincronía y me río. —Una bebida. Vuelvo enseguida. Reconozco a mucha gente, no solo el grupo de Avery está aquí. Invitó a los nopopulares; amigos de Wren del consejo estudiantil, los chicos de la banda, los inconformistas, incluso Chico-Cuchillo. Y sé que él no se ha colado en este momento como nos tiene acostumbrados, porque veo a Avery asentir hacia él mientras lo pasa, en lugar de que se encrespara su labio. —¿Siendo civilizada? El color me sorprendió —le digo. Avery me mira. Su cabello está lacio y brillante de nuevo, su perfecta piel y maquillaje en punto. Se ve mucho, mucho mejor de lo habitual. —Sophia quería que fuera agradable. Y pensé, diablos, puedo hacerlo una vez en mi vida. Tal vez me maten, pero voy a hacerlo por el bien de llegar a decir que lo hice. Fui agradable. —Reflexiona sobre esto y suspira—. Debería haber puesto eso en mi hoja de vida universitaria. Les encanta la gente agradable. Me reí entre dientes. —Sí. A la mayoría de las personas les gustan las personas agradables. Menos mal que no soy la mayoría de las personas. —Nunca me agradaste —se burla—, y yo nunca te agradé.
—Es cierto. Pero estamos dispuestas a soportarnos la una a la otra. Eso cuenta para algo, ¿no? Me mira fijamente, con sus ojos verdes quemando. Y es entonces que me doy cuenta de que ha estado llorando. Se aplicó maquillaje sobre ello, pero se puede ver un poco la hinchazón de color rojo debajo de sus ojos y su nariz está hinchada. —¿Has visto a Sophia? —pregunto. —Acabo de hablar con ella arriba. Me ha estado molestando para decirte que vayas a encontrarla cuando llegues aquí, así que, ve a hablar con ella. Rápido. Antes de que explote. —¿Así de feliz está? Por una vez, Avery sonríe. No es una burla, o una mueca agria, o una maliciosa, mezquina sonrisa. Es exactamente una sonrisa, ni más ni menos. Es una Avery más joven que brilla a través de esa sonrisa, una Avery más ligera. Una más inocente. Asiente. —Sí. Está feliz. Está muy, muy feliz. La palmeo en el hombro y subo las escaleras hasta el tercer nivel. Es más tranquilo aquí, pero menos que una sala insonorizada y más como el nivel superior de una selva infestada de monos en celo. Corrección; monos en celo con el acceso a Lil Wayne. El ruido se embota y vaga sin rumbo, pero con un objetivo muy específico. Veo un mechón de cabello rubio platinado al final del pasillo, donde las puertas francesas se abren a un pequeño balcón. Sophia está apoyada en la barandilla de la misma, mirando las estrellas, una bebida en su mano. Está en un hermoso vestido blanco de encaje con una falda corta y sin mangas. Se ve impresionante, como una paloma a punto de emprender el vuelo. Me oye venir y se vuelve. —¡Oye! Ya era hora de que llegaras. ¿No tienes un trago? —Tú estabas un poco más alto en mi lista de prioridades. Lo cual es raro porque nadie viene antes de los licores. Salvo Johnny Depp. Pero incluso él tiene que tomar unos cuantos y esperar un poco en la línea. Sonríe y me apoyo en el balcón con ella. Alguien pasa por abajo, completamente desnudo y gritando ser el ―rey de los invasores extranjeros‖. —Es una buena fiesta. Las personas se están divirtiendo, perdiendo sus pantalones… —… posiblemente sus mentes —interrumpe Sophia. —… y sin duda sus mentes. Me retracto. Es una fiesta perfecta. Se ríe y bebe su copa. Es algo azul y espumoso, saca la lengua manchada y la agita hacia mí. —¡Asqueroso! —La empujo juguetonamente—. ¡De verdad eres una enferma! —¡Soy contagiosa! —insiste—. Ese era mi plan desde el principio, celebrar una fiesta de cumpleaños masiva, infectarlos a todos y empezar el apocalipsis zombi.
—Ya era malditamente hora. He estado esperando por esa cosa durante años. Hay un cómodo silencio. Miro y luego noto que su muñeca está decorada con la pulsera de Tallie. Es lo suficientemente grande y su muñeca es delgada y pequeña. La plata destella en la luz de la luna. Es impresionante. —Quería darte las gracias —comenta Sophia—. Apropiadamente. —¿Por qué? ¿Por hacer de tu vida un infierno? —Por tratar. El viento juega con su cabello, lo mete detrás de la oreja y me sonríe. —No mucha gente trata. Una vez que ven mi verdadero yo, la que es sospechosa, amargada, enojada y sin esperanza, se van, o se dan por vencidos. Pero te quedaste. Así que quería darte las gracias por eso. —No fue... fue gran cosa. Yo solo... solo era una especie de cerdo alrededor. En realidad no hice nada. —Intentaste ayudar —insiste, agarrando mi mano. La pulsera de Tallie es fresca en mi piel y su palma también es sorprendentemente fresca—. Intentaste ayudar, y por eso nunca podré agradecer lo suficiente. Nos quedamos ahí de esa manera, nuestras manos juntas, yo mirándola y ella mirando al cielo. —¿Sabe acerca de Van Gogh? —pregunta de repente. —Cortó su propia oreja y pintó girasoles, ¿verdad? Se ríe. —Sí. Sus pinturas... todo el mundo dice que son hermosas, pero siempre me han parecido un poco tristes y tenebrosas. Son aterradoras, todos esos colores brillantes y todo ese caos. Pero supongo que es hermoso, a su manera. Asiento, sofocando la bestia sarcástica en mí para tratar de disfrutar de este momento de paz. —Pintó Noche Estrellada mientras estaba en un asilo mental —dice. —¿Oh sí? —Sí. Justo antes de morir, pintó una gran cantidad de campos de trigo. Me gustan más esas pinturas, son calmadas, pacíficas. —Quiero verlas algún día. —Lo harás —afirma—. Son realmente lindas. Es triste sin embargo; se suicidó. Con un arma. Bueno, lo intentó. Se perdió, se arrastró de vuelta a la posada en que se hospedaba y murió en su cama después de horas y horas de dolor. —Jesús. —Aspiro a través de mis dientes. Ella niega y sonríe. —Pero sus últimas palabras fueron: “La tristeza durará para siempre”. Y creo que tenía razón, pero también creo que estaba muy, muy equivocado. No dura para siempre. Debido a que no duramos para siempre.
La oscuridad a la que le puse barras, aparece alegre en esta fiesta que brota de mi corazón. Sophia debe verlo, porque me aprieta la mano suavemente. —Oye, está bien. Ve y consígueme un poco más de la cosa azul, ¿por favor? No estoy lo suficiente borracha para bailar y sin embargo, eso tiene que ser remediado. —Ah, conozco ese sentimiento. Ya vuelvo. Tomo su vaso y aprieto su mano mientras me voy. En la planta baja, la fiesta es de locos y simplemente volviéndose más loca. Saludo con la mano a Jack, quien me sigue a la cocina. —¿Y? ¿Está bien? —pregunta. —Sí, solo quería una recarga de bebida. Deberías ir a verla. Arrastrarla hasta aquí, bailar con ella, algo. Se estremece, pero está bien escondido. —Todavía no le he dicho. —Lo sé. —Asiento—. No le he dicho algunas cosas, tampoco. Y qué. Todo el mundo está ocultándoles cosas a otros. Está bien. Los secretos son como el pan con mantequilla por aquí. —No te he dicho algo muy importante. Y quiero que lo sepas —comienza, sus ojos helados enterrándose en mí. —No lo hagas —empiezo—. No, en serio, Para. Ahora no. —Si no te digo esto, Isis, me va a volver loco. —Se inclina, aliento caliente en mi mejilla—. Necesito que sepas. Quiero que sepas… Un grito llena a la fiesta. Eso es típico, pero lo que no es típico es que no se detiene. Alguien está gritando y están gritando una y otra vez. Es como el metal raspado sobre pizarra. Es de pánico y terror, puro y sin filtrar y viene de fuera. Jack levanta la mirada, y sigo su mirada. —¿Qué diablos es eso? —siseo. Jack y yo empujamos a través de la multitud que está corriendo en la dirección del grito. El aire de la noche esta nítido y el aliento de la gente flota como un anillo suspendido de nubes alrededor de una cierta corrección de la hierba en el lado izquierdo de la casa. Están jurando, algunos sollozan, algunos están marcando frenéticamente en sus teléfonos. Jack sigue empujando a través de las personas, Wren empujando con él, pero estoy congelada en el suelo cuando levanto la mirada y veo el balcón justo encima. Todo queda en silencio, pero la boca de la gente se sigue moviendo. Los gritos de Jack son apenas audibles por encima del zumbido en mi cabeza. Me muevo dolorosamente lento, como si estuviera en un mar de lodo. La gente no se mueve. Me apoyo en ellos hasta que lo hacen, hasta que la última persona en el círculo se separa y me muestra a Jack inclinado sobre el vestido blanco precioso de Sophia, la pulsera de Tallie alrededor de su muñeca retorcida y su cabeza torcida en un ángulo perfecto de noventa grados, sus ojos oceánicos mirándome, amplios y abiertos, como un maniquí, como una muñeca, como un pájaro que nunca aprendió a tomar vuelo.
“La tristeza durará para siempre. Y creo que tenía razón, pero también creo que él estaba muy, muy equivocado. No dura para siempre. Debido a que no duramos para siempre”.
BRUTAL PRECIOUS La vida se encuentra con la muerte. El principio con el final. Isis Blake de dieciocho años no se ha enamorado en tres años, cuarenta y tres semanas y dos días. O eso piensa ella. El chico al que tal vez-puede-que-definitivamente amaba ha desaparecido de la faz de la tierra tras la muerte de su novia, dejando un agujero con la forma de Jack. Determinada a ser feliz, Isis lo llena con mentiras y se viste con una sonrisa valiente para su nueva vida en la universidad del Estado de Ohio. ¿Pero cuánto puede durar esa sonrisa cuando todos sus amigos se han ido? ¿Cuánto puede durar con la culpa por la muerte de Sophia aplastándola? ¿Y cuánto puede durar realmente cuando Will Cavanaugh asiste a la misma universidad, burlándose de ella? Isis es buena pretendiendo que todo está bien. Pero no tan buena. Las grietas comienzan a aparecer. Isis Blake es buena en recomponerse. Pero Jack Hunter es mejor.
Sara Wolf es la autora de Lovely Vicious, un oscuro Young Adult sobre la guerra entre una chica fogosa y un chico de hielo, ambos igual de dañados. Actualmente está trabajando en el segundo libro de la serie Lovely Vicious. Entre sus otros libros está la serie Arrenged; dos libros sobre un matrimonio concertado entre universitarios, y su novela. Es adicta a Crónicas Vampíricas, le encanta el chocolate y la angustia romántica, y no se cansa de los héroes dañados. Para más libros, noticias, teasers y sorteos, sarawolfbooks.blogspot.com o facebook.com/sara.wolf.3304
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