Paradoja #07 Tiempo

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PARADOJA # 07

T I E M P O


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EDITORIAL PENDULAR

Sentarse en la mesa, mirar hacia afuera y descubrir de nuevo que todo es ruido. Entregarse al ritual del tiempo: un constante pendular, un rumor, un eco. Tal vez quienes habitaron antes esta casa estén recorriéndola justo ahora frente a mi desayuno. Acaso esté yo en este momento corriendo pequeña entre las flores caídas del guayacán.


Risalba, al distencioso acierto De pasarines acomodos, Las estridencias rubias Ajuntadas en los vitriólicos motores: ¡Zum, zum, zum, zum! Y arrejuntados mal-sabores, En un dos por tres Encarnizada la salobreña, En pos de la neuralgia astuta.

A disa-¡tic!-¡toc!-tiendo, Horada la geodesia sólida Al limítrofe convocado, Me auxilie usted Sil-vous-plé Antes de darme pie Para el tósigo incordio De nuestro interino aplomado. 02


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Puma, gato, jaguar. Delfín. 155 pecas en el hombro izquierdo (aprox.); las risas, el humo, el sudor. El cariño, las manos, los mangos. Jugos de lulo, de naranja, de fresa con manzana y banano. La señora del apartamento del séptimo piso que pintaba cuadros. Amarillo fluorescente. Lima limón. Me pone de muy mal humor no acordarme de todo. Florecitas de uva. Hacer la selva más grande. Helechos espuma de mar, balazos del tamaño del torso, orejas de elefante y árboles de aguacate. Que se coma todos los muebles y los cuadros, aunque ya sabemos que la selva se lleva por dentro, en el pecho. Porque lo extraño cuando pienso que en 16 días no estará. Madrugada, amanecer. Jengibre. Piscina, agua caliente, río, mar. Las manos: nostalgia vs melancolía. Él prefiere nostalgia y gatos. Yo, alegría y lágrimas. Cosas lindas, sencillas. Helado de chocolate y agua con gas. Ahora. 04



COLOMBIA //

Medellín

(Colombia), es una explosión, una ebullición sexual; es voluptuosa, rebosante, se puede comer a bocanadas. Turquía es ancestral de otra forma. Hoy entiendo que lo milenario de Turquía no son sus ruinas, sus construcciones, sus grabados, su historia. Lo milenario de Turquía es su gente. Gente ancestral, jóvenes viejísimos, gestos de cientos de años. La naturalidad del hombre turco es como la del gato callejero, elegante, sensual, indiscutible. Los años le han lavado la impostura, no la astucia o la propensión al engaño, pero sí la falsedad en la manera. El tiempo le ha enseñado a asimilar el absurdo. La tierra se mueve toda como un monolito bajo el sol. En Turquía el caos es jerárquico, aquí (en Medellín) somos salvajes, nuestro ancestro es la naturaleza, no la tradición. Allá un símbolo equivale a lo mismo hoy que hace mil años, el lenguaje es único e inmutable, la rosa es siempre la misma rosa. Aquí las cosas se derrumban, en Estambul los espejismos son reales. Hoy vi una iglesia, parece un chiste al lado de cualquier piedra en Estambul, a esta iglesia no se le han cocido los ladrillos todavía. Allá las piedras hablan. Ya no llama un lamento desde los minaretes, y creo que eso me hace feliz. Hay cosas grotescas en Turquía, son tan viejos que ya nunca podrán cambiar, lo ancestral cuando se vuelve mundano, cotidiano, muere. Me gusta el olor de la comida aquí. Aquí le tememos al decaimiento de las cosas por eso nos blanqueamos los dientes, ocultamos al tiempo, derrumbamos lo viejo. En Turquía se les pudren los dientes, en Turquía saben que el tiempo purifica. 06


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Del tiempo solo alcancé a rozar los segundos ( ) 00

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Empezaron a pulular los poros borbotones de gotas desnudando el éxtasis que flagelaba su vulva. Mis ojos retuvieron desde el primer suspiro la demencia que emerge en momentos de abrasiva Gloria, ¡Para! ¡Para! Para... Y el reloj no alcanzó a marcar las 04:45. Mi mano corrió al ángulo que se forma entre sus costillas y el brazo, que destila la combinación para sentenciar en ella, mi eternidad. Me devoró el siseo que escapó a sus gemidos. El volante del reloj perdió su rumbo. La paleta bloqueó la tercera rueda. El vástago que apretaba el muelle real, no alcanzo a imaginarlo, se hace recuerdo. No es momento de pensar. No es momento de pensar. No es pensar. Es momento, y al pensar, se hace eterno. ¡Sigue! ¡Sigue! ¡Sigue! Ahora alcanzo a ver que nuestra estrechez está en expansión y entendí por fin que el Big Bang fue solo, cuestión de segundos.

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C ON T U SIÓ N

En un instante se ralentizó el tiempo. El ángulo agudo toca la sien, un poco más arriba de la ceja; no penetra, pero hace lo suficiente para sentirlo todo, deja la superficie hundida mientras el dolor se vuelve extraño. Un dolor desorientado me impedía reaccionar como cualquier otro golpe; no entendía si era fuerte o suave, solo profundo, con sensaciones de placer. Después de la reacción me di cuenta de que lo que sentí no era algo agudo, era grave, se expandía a la cercanía de un centímetro alrededor para luego volver al centro y coger impulso hacia fuera; era un hilo que jalaba sutilmente, drogaba y desorientaba. Imagino que de haber sido una contusión mayor aún estaría en trance, pero fue solo un pensamiento que no duró más que un segundo y cuyos ecos aún se sienten. 11


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El abrazo de Eternidad AYER es una niña de aspecto radiante, emparentada, para muchos estudiosos, con la antigua madre al revés. AYER sólo se puede entrever por el borde del ojo y cuando la imagen parece por fin fija desaparece. Su influjo causa extrema nostalgia a los mortales que se enamoran de ella, entre ellos los historiadores humanos, quienes, buscando recuperar la infancia, terminan reconstruyendo —en libros— mentiras más o menos verosímiles sobre los Etruscos, o los Egipcios, o la segunda guerra mundial. HOY es una entidad informe y mutante que vive en el pecho humano, única morada conocida del destino. Quienes adoran a HOY son capaces de adueñarse del camino que palpita en las venas y en la tormenta. Pero quienes además se reconocen a sí mismos como HOY —criatura que nace y muere a cada instante— son capaces de vivir para siempre entre los lindes del Inicio y del Fin. MAÑANA es la más enigmática de los tres. Es representada, en la mayoría de culturas pre-ácratas, como una estatua femenina cubierta por un pesado telón púrpura bajo el cual se alcanza a mostrar una mano marmórea que apunta hacia “adelante”. Ante la estatua se arrodillan los inmemoriales hacedores de lluvia, alquimistas, oráculos, pitonisas, científicos y tantos otros patéticos auscultadores del porvenir. AYER, HOY y MAÑANA son tres facetas de ETERNIDAD, quien habita en cada mili-segundo, en cada eón, incluso en el bostezo de un gato y en la estridencia de las estrellas. Cuando un mortal es capaz de desnudar a la trinidad eterna y la ve en todo su esplendor, infinito e infinitesimal, le entra un ataque de risa del que nadie jamás puede retornarlo. ETERNIDAD me abraza. Las puertas del manicomio se abren de tres en tres. 13


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E l s o n i d o d e l t i e m p o d e l C l a ro d e L u n a

Claude Debussy compuso música bellísima. Una de sus composiciones más reconocidas se llama “Claro de Luna”. En ésta, la intención de Debussy es escuchar el rastro que deja cada nota al ser ejecutada cambiando por completo el rol de prioridad. La nota, el sonido, no es lo más importante sino lo que queda de ella, el eco. Para Debussy cada nota en el piano debía tocarse de manera particular, de lo contario las vibraciones favorables de las otras notas no serían escuchadas estremeciéndose a la distancia en el aire. Esto nos recuerda a los pintores futuristas, los cuales buscaban reflejar el movimiento, la fuerza interna de las cosas. Por lo tanto, pintaban el movimiento o rastro que dejaba el objeto, no el objeto en sí. Tal como a Debussy, el juego del sonido y el silencio ha cautivado a miles de seres humanos. Se llama músicos a quienes han optado por jugar de manera profesional. En la música existen tres elementos fundamentales: melodía, armonía y ritmo. Los compositores son aquellos que han decidido pasar su vida creando y jugando con estos elementos, de los cuales (dado que la velocidad y el fraseo de una melodía intervienen en el sentido de ésta) cobra importancia el ritmo. Y termina siendo no sólo la espina dorsal de la música, pareciera serlo de la vida; percibido como tiempo, para muchos seres humanos las manecillas del reloj llevan el ritmo, marcan los momentos vividos, indican el tiempo presente y auguran lo que vendrá. 15


Las raíces sobreviven incluso después de haber sido trasladadas de su

tierra. Mi madre las guarda en una bolsa plástica con mucho cuidado; presiente su fragilidad, su inclinación hacia el derrumbe. En casa ha separado un lugar donde sabe, sin ver, que la luz llegará en la medida necesaria. Les dejó un pedazo de tallo para que los colores les suban por el cuerpo. Yo sospecho que mi madre necesita tratarlas con sutileza porque sigue sintiendo vida en ellas. Funcionan como la mente de mi padre: van emergiendo del suelo, brotando en sí mismas en busca de la tierra —esas paredes de cemento en las que el miedo no le pasaba factura a sus mandatos—. El traje lo hacía apropiarse de sí; esta pijama para él indica que nadie —sobre todo el mismo— va a tomarlo en serio. Luego dice que llegará tarde al trabajo. Las hojas que se asoman de las raíces miran hacia arriba, mi padre: hacia abajo. Creo que ha decidido buscarse. “Te echa la sopa encima, pues para sí ya ha acumulado suficientes fracasos”, dice mi madre. “Puede ser que le recuerdo lo que algún día fue”, siento yo. Ahora, está en un cuarto con una mesa para comer sobre sus rodillas, sin la seguridad del traje y la camisa de botones. ¿Quién es para él mismo este señor con pelo blanco, marcas de expresión y sin corbata? ¿Quién te responde padre ahora que te miras al espejo y prefieres no reconocerte? Esas raíces que residen en ti —las mismas que mi madre tanto cuida del exceso de sol o la falta de agua—, se arraigan cada vez más fuerte a ese hombre que fuiste y se ve confrontado con el que soy yo. 16


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El tiempo es una vértebra,

«¿Cuántas vueltas mentales caben en una piscina de 25 metros?»

la gran ilusión, un círculo perfecto donde caben todos los planetas. Debajo del agua me persiguen las partículas en forma de ondas, ¡no! en línea recta y se ordena la información esencial y todos los caos son un orden en potencia. Algo estalla lejos, es una gran nube de polvo cósmico e hidrógeno. Miramos hacia el cielo y pedimos un deseo: que el momento sea infinito/ relativo. Mi memoria se pierde todos los días, la de un corazón roto en medio de la selva, lágrimas encapsuladas en la humedad de las paredes, benditos minutos que vuelven ese día tan distante como una expedición ida y vuelta a Marte. Te quise en esa alternativa lejana, en una posibilidad de las millones que existen, final distinto / versión del director. Y un renacimiento me aguarda al fondo del agua, volver al punto cero, meditar en dorso el mundo-sueño. Hablo de cerrar el poema con la sanación de un mal recuerdo o la melancolía de un deseo o de como mi espalda sanó después de cinco años de dolor crónico, de hablar de una cosa tan abstracta como Pollock o las pinceladas del segundero, del Dios binario de los calendarios sagrados y obsoletos; hablo de la T gigante y azul que veo al fondo de la piscina, y que me guía como unidad de medida para llegar de un puerto a la otra orilla. Brújula y astros: eso es para mí el tiempo. 19


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Durante un viaje en metro I Es la cotidianidad que contemplo, la realidad de los otros que no saben, o no encuentran: los pulgares danzan frenéticamente transcribiendo historias. II En simultaneidad, mientras las historias de esos otros viajan a través del tiempo como algoritmos; desde un asiento contiguo a la ventana del metro, exhalando un profundo y lento suspiro, observo lo que ocurre afuera del vagón, ante mis ojos: hojas ocres, naranjas y carmesís, de un árbol caducifolio, descienden cómo telón al finalizar una obra, sobre una pareja que se besa ágilmente en una estación de bus antes de separarse el uno del otro. III Tiempo suficiente para descifrar las tonalidades del ocaso a lo lejos, para imaginarme caminando despacio bajo la llovizna inesperada. Para sentir que el aire gélido pronostica el invierno. Para recaer en mis fantasmas. Y reencontrarme enseguida. IV Un día para evitar desprenderse de la cama tibia o de la silla favorita del abuelo; para jugar a esconderme de lo existente, y también de aquello desconocido que no sabe que existo. Un instante para sentirme vivo, y otro instante para lo opuesto.


El tiempo no se acabará, los relojes continuarán marchando luego de que yo me detenga; se miden a sí mismos y mi corazón seguirá vivo aunque lleguen a su final. Él, que como un niño inocente está ahí palpitando sin importar aquello ajeno a sus deseos; y tú, que despiertas cada mañana en mi cama, queriéndote quedar. No te vayas, juventud, detrás de los relojes que me controlan con su marcha; quédate, divino tesoro, deja esperando al tiempo otra noche más.

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No pasa un dĂ­a sin que te piense e insista (en mi interior) que el camino feliz es a tu lado. Me bastan las miles de palabras intercambiadas, los silencios elegidos, esos distanciamientos que, cuando te traen de vuelta, iluminan el presente y hacen querer experimentar el futuro a plenitud. Ahora sĂłlo falta que tu corazĂłn se convenza de lo mismo.

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— ¡Negrita, por fin llegaste!— gritó su padre mientras se paraba de su silla, un abrazo profundo, de esos que raspan los cachetes y hacen cosquillas los unió por el instante que se repetía todas las vacaciones justo antes de su cumpleaños. Tímidamente buscó dentro de su bolso de colores el regalo que traía para su padre. —¿Una mariquita de piedra? —¡No, papá! Es un pisapapel, para que no vuelen las hojas cuando prendo el ventilador, podemos ponerlo aquí junto a esto —sus ojos se abrieron tanto como podían —, ¿qué es esto? —Es una máquina de escribir, no un juguete, no la toques. —¡Pero yo ya me sé las vocales!, si me enseñas a usarla puedo ser escribidora. —Escritora hija, se dice escritora —contestó entre risas su padre. 26


El sol golpeaba fuerte en esa época del año, en pleno verano nada movía las hojas del almendro, solo su sombra apaciguaba un poco el calor. Como era costumbre, al caer la tarde sus padres se sentaban a charlar en el andén de la casa, saludaban a quien pasaba y se enteraban de todos los chismes del pueblo. Era el momento perfecto, nadie se enteraría que estaba allí, en frente de la gran máquina de letras, esas grandes y brillantes letras, que parecían gritarle. Con su corazón agitado desliza los dedos por las teclas, y hunde una, dos, tres. La cuarta vez escucha un grito: “¡Negrita! ¿Dónde estás?”, da un brinco, “No estaba haciendo nada pa”, se justifica sin tener acusaciones, pero con el vacío en el estómago de quien sabe que hizo lo que tenía prohibido. Diez años han pasado, ya no existe la máquina de escribir, ni la casa de los calados, ya Isabel no es una niña, su secreto quedó allí en el recuerdo de las vacaciones al lado de su padre, pero es esa época del año y un último regalo de cumpleaños llega a sus manos: una cinta de máquina con cuatro letras desgastadas: p a p a…

“Para mi escribidora amada, feliz cumpleanos… Papa”. 27


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Baj o u n a vi ej a ja caranda

Sentado bajo la jacaranda florecida, mi mente divaga las nebulosas y auroras del recuerdo; había sembrado ese árbol cuando apenas era un niño, bajo la tutela de mi adorada abuela, y él había crecido fuerte y frondoso obsequiando nuestros cuidados con una floración anual que cubría de pétalos morados el patio de aquella casa antigua. Aquel árbol era la imagen viva de una raza, había atestiguado el decaimiento de una generación, la madurez de otra y la formación de una última; vio morir a mis abuelos, cubrió de flores los ataúdes de mis padres, aromatizó las exequias de mi difunta esposa y las cunas de mis hijos y nietos; había visto todo lo que yo también pude atestiguar. La jacaranda había permanecido allí, erguida, fuerte e imponente; fue esa hermosa imagen la que acompañó mis pasos y me vio crecer. Mi mente me mostraba imágenes en tonos sepia —color que comúnmente aparece en los recuerdos— donde mis seis u ocho años plantaban y regaban las semillas en el lugar donde ahora está el inmenso árbol. Aparecieron después imágenes con colores un poco más definidos en las que veía a un yo joven de veinte o treinta años junto a su joven esposa de cabello ondulado y castaño, rodeados por hijos; entonces comenzaron a correr secuencias de fotografías, el cabello volvíase gris, la ropa pasada de moda, los hijos crecían y nacían los nietos; mi esposa delgada, después confinada a una silla de ruedas y, en las últimas, dolorosamente ausente. Las fotos se esfumaron, volví a la realidad, mis ojos anegados en lágrimas. Los sequé, miré el adorado árbol, le di unos golpecitos de despedida con tristeza y caminé apoyado en mi bastón, mientras caía la última flor blanca que daría la vieja jacaranda.


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Tiempo después A Francisco, por guardar el tiempo entre libretas. El día 14 de abril del año de 1956 traje el toro de Ramón. Pareciera que el tiempo acá no ha cambiado mucho: algunas vacas se llaman igual ahora a como las llamaba Francisco en los 50. Hace días me di cuenta de que existían unas libretas pequeñas, que escribía y guardaba el bisabuelo mío y que en este texto que escribo para Paradoja llamaremos Francisco, El día primero de marzo llevé la yegua donde el burro en el año de 1955. Las libretas que llevan las personas son para el apunte diario, para no dejarle al olvido nada, pues apunta quien no quiere olvidar. Nació el ternero de La Plancha en el año de 1955. En la casa vivían nueve niños, Edelmira, Herminia, Mercedes, Bernardo, Gildardo, Alberto, Abelardo, Margarita y Marleny. Hijos del matrimonio de Francisco y Domitila, casados en 1927 en Girardota: en una de las libretas aparece la fecha de nacimiento de cada uno. El tiempo que 32


se guarda en cada libreta es el tiempo de él y es el tiempo de todos, la libreta es el espacio tangible en el que se puede guardar el tiempo. El día 9 de julio del año de 1930 nació María Herminia y la bautizó el padre Duque. Libreta para hacer las cuentas, para acordarse de cuánta plata prestó, para registrar fechas en las que nacen los terneros y los hijos, para apuntar formulas prácticas de veterinaria y de medicina doméstica. Para el hipo se toma una cantidad de vino aguado, se echa un tanto de vino y la misma cantidad de agua y se le echan diez o doce gotas de espíritu de nitro dulce y se dará a tomar. Llevaban guardadas desde hace tiempo, son casi como los tesoros que mantuvo ocultos —en una cómoda de su casa— Mercedes, la única hija que no se casó, o que más bien se casó con su casa de siempre para quedarse ahí, para ser ella con sus cosas. El 8 de febrero nació el ternero de la paloma en el año de 1957. Adentro de ellas hay muchas cosas contadas, cosas que se escriben para tenerlas ahí, a la mano de quien quiera leer sus páginas. 33


LO S T I E M POS DE L RITMO

Siempre me gustó la idea de pertenecer a la banda marcial. De todos los instrumentos, los platillos eran los que me llamaban más la atención, pero me preocupaba enormemente la coordinación... Que dos para un lado y golpe, dos atrás y golpe, que giro y de nuevo golpe; creo que no he estado preparada para las coreografías porque mi espacialidad, temporalidad y coordinación no son tan normales o, mejor dicho, son muy diferentes. Pero siendo sincera, para ninguna coreografía soy buena... Ni en aeróbicos, ni en la danza, ni en porristas (no fui porrista, pero me lo imaginaba y tampoco era coordinada). En realidad, logro hacer las coreografías de mis propias ideas porque mis ritmos son disparejos, arrítmicos y no secuenciales. Prefiero seguir caminando sin coreografía por la vida, las coreografías aconductan los pasos y estando fuera del ritmo quizás doy pasos inesperados logrando vivir otros tiempos. 34


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El viejo estaba solo. Era temprano y apenas se había levantado. Emilio,

se dijo, esta es tu mayor terquedad. El viejo intentaba encender la estufa para prepararse unas papas cocidas y calentar un poco de leche. Estaba solo y eran las cuatro de la madrugada, ya el pueblo por entonces había perdido la costumbre de levantarse temprano. No aparecía la llama azul que acostumbraba ver cuando su esposa (ahora estaba de viaje en el Sur) preparaba la comida. Entonces, sin mucho razonar, descubrió que la pipeta, de un metal grueso y azul oscuro, no contenía más gas. Se acabó, susurró su mente. Marta, su esposa, hubiese sabido qué hacer en tal caso, nunca antes le había ocurrido y ya no poseían el fogón de leña que encontraron cuando compraron la casa. Tendría que esperar a que alguien le llevase comida, algún fantasma de los hijos muertos o de los que estaban lejos, o cualquier vecino; pero a todos les debía las mayores salvedades que pueden brotar de un hombre sin piedad, empuñando el arma oficial de su casa como si fuese un recuerdo materializado, apuntando contra supuestos tarados aprovechados y, por tanto, presto a crearse nuevos tormentos. Todo era en vano. —Maldita sea —llegaron también las imágenes de aquella vez en que se le ocurrió derrumbar las dos pequeñas paredes de barro seco del fogón de leña. Resignado, salió de casa a ordeñar las cabras; hacía frío y el rifle que cargaba en la espalda esa mañana le pareció más pesado. 37


Los tres habían llegado hasta el lugar gracias al letrero. Las generaciones habían pasado rápidamente, sin mayor importancia y sin quién lo notara. Gabo miraba con respeto, Diomedes con pena y Juancho Rois lamentaba no tener su acordeón. Lo cierto es que no se decidían a tocar para ser recibidos. Cuando por fin dejaron de temblar y el valor los empujó a pedir permiso fueron bien atendidos. Entraron a la casa. Uno llevaba la cabeza en alto, el otro a media asta y el último avanzaba con la cabeza gacha. Al llegar a la sala lo pudieron ver. Ese día estaban de visita Leandro Díaz y Francisco el hombre. Pero en medio de los dos visitantes, con su humildad intacta, estaba el mejor compositor de cuentos cortos en la historia de Colombia. Gabo, fue el único que pudo sin temores estrecharle la mano, y decirle: “Qué linda su casa compadre”.

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Proyección in(existente)

Se lo he preguntado a varios, casi todos dicen que no; que una impre-

sión de tales imágenes por vías de la memoria y la imaginación sí; pero que, por puertas del sueño, no. Además de la pura curiosidad —que me contara alguno qué tal eso de soñarse a otros tiempos, a otras edades— lo he estado haciendo por verificar que se trata de una generalidad, que la condición común es hallarse —y esto estando en tercera persona, que es perspectiva poco usual— en la edad reciente: aparecer bajo el actualizado aspecto del espejo cotidiano. Aunque unos pocos se han soñado más jóvenes, sobre todo en sus edades infantes, en cambio, son contados los que aparecen en años prospectivos, y ninguno en lo que sería su proyección senil. La tendencia es clara, toma más peso el influjo sugestivo de lo que ya tiene su registro: el pasado posee su compilado de archivos, la memoria, su asentado espacio mental en cambio el futuro, siendo lo que aún no se puede rememorar, sino imaginar o adivinar, se presenta menos accesible. Alguien anotó, que no es justamente que se ve, sino que se siente, pero esto le ha sucedido solo en modo retrospectivo. ¿Qué tan ambiguo puede ser eso de saberse de una edad sin el signo de lo físico? Aunque me siento muy de ese contexto, que tanto subestima, ignora y poco explora lo onírico —que no sea para valorarlo bajo simplistas interpretaciones de teorías freudianas—, es inquietante la convicción —aún careciendo de la capacidad para ello, pues en efecto, acceder a tales experiencias exige una sensibilidad especial— de que ahí, aquí: a un infinitamente profundo párpado de distancia, fluyen mis múltiples temporalidades: la posibilidad de presenciar mi versión más infante o más anciana así la primera esté exceptuada por los límites de mi memoria y la segunda, ni siquiera llegara a existir en este otro correlato de la realidad.


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Fr a g m e n t o

Te la pasas habitando futuros. Manipulas a tu antojo las horas, los días. Planeas sobre incierto. Caminas el ayer reciclando recuerdos, sin una hora precisa. Intentas controlar un ajeno que no pide permiso. Ya, está aquí, es ahora. Ya pasó. Sigue aquí. No lo escuches, si lo escuchas llegarás tarde; si no, vivirás. Te levantas, caes, miras, corres, caminas, sonríes, callas, gritas, comes, amas, te aman, te olvidan. Estás vivo. Otro día pasa. El reloj marcó de nuevo 24 horas, en pausa. Otro día. No viste el amanecer te bañaste comiste cualquier cosa te pusiste cualquier ropa el paisaje del camino no importó las tareas son muchas. Te chocaste con un anónimo frunciste el ceño miraste al frente corriste alcanzaste el semáforo en verde viste una pareja besándose agilizas el paso de reojo miras al mendigo. —¡Corre! ¿Llegaste? —Aún no. El reloj no me alcanza para poner comas. 42


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NUNCA SALGO VIVA pero igual lo cuento:

El tiempo no nos había hecho coincidir en ese destino que ambos

sabíamos que habría de llegar. El tiempo nos había estado salvando la vida. Esta noche encontré varios clichés escondidos en las hendiduras de una ciudad ramera que sigue mis pasos. "¡No te duermas! ¡No te duermas!”, le supliqué. “Hablemos. Mírame. ¡Vamos! ¡Abre los ojos, caray! Cuéntame más cosas sobre ti, ¡anda!”, sollocé. “No me cierres las puertas de tu mente, el tiempo es demasiado poco para gastarlo en dormir". Se ha dormido... El día anterior, un sol abrasador nos custodiaba mientras caminábamos sonriendo, pero sin tomarnos de las manos por el calor. Llegamos a un lugarcito de mala muerte en el centro de Medellín. Había cucarachas en las mesas y los cubiertos estaban sucios. Mi carne también estaba seca, pero eso, nunca importó. Era sábado feriado. Las señoras, los niños y los artesanos atiborraban el parque. Fanáticos y jesuitas gritando en el mercado. Olor a guarapo, a incienso, a betún. Entre tanto caos — que es la vida — sentí que sus manos vestían mi paz, sentí la complicidad de tener un amigo en el mundo con quien poder ver esa vida en el mismo pantone de azules y el regalo que te da el tiempo de entablar conversaciones análogas a las que alguna vez tuve conmigo, pero, esta vez, obteniendo respuestas diferentes a las mías. La empatía de poder ver con los ojos del otro y saber que, aunque no es el mundo en el que naciste, te gusta; lo entiendes, lo eliges y llevas en tu pecho, en tu mente; ese pensamiento constante de sentir que, desde siempre, has hecho parte de esa estación. Verte de niño y suspirar. Desear una máquina del tiempo para besarte en el recreo y así poder regalarte también la sonrisa que llevaba en mi primer día de colegio. No sé si esta vez muera de amor, lo que sí sé, es que el tiempo no cura nada, el tiempo no es un maldito doctor.


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Es el pum pum de un corazón que está bombeando sangre segundo a segundo llegando rápidamente al minuto… Es el ring ring de un teléfono público en medio de una noche oscura lo que atemoriza… Es el cling cling de las gotas sobre un techo de lata, retumbando en los oídos… Es la ansiedad la que llama a adrenalina y se hace su amiga. Es todo esto lo que aquella noche habita en Matilda. Sola en medio del boulevard sonó el teléfono público; y con aquel ring ring, el corazón de Matilda hizo pum pum sin fin; y a ese pum pum lo acompañó el cling cling de unas goteras que se clavaron en la mente de Matilda; acelerando su respiración y llevando a aquellas finas manos una incontrolable sudoración. La niña caminó hacia el teléfono, lo alzó: “¿Sí? ...”. Del otro lado un tic un toc de un antiguo reloj. Soltó el teléfono, corrió y corrió hasta caer por un precipicio en donde todo se hizo oscuro. El sonido de la alarma le recordó a Matilda aquella frase de Oscar Wilde que había leído antes de irse a dormir: “Nos prometieron que los sueños podrían volverse realidad. Pero se les olvidó mencionar que las pesadillas también son sueños”. 47


Las nubes son de Exactitud

Es posible que Exactitud no haya entrado por la puerta, ni saludado al

celador gentilmente. Yo sólo la pude ver cuando me advirtió que la empleada del servicio venía con una mirada inquisidora que atravesaba todo el pasillo del complejo acuático. Entré al baño de mujeres, Exactitud me recuerda que debo omitir algunos detalles. Ropa cotidiana abajo; traje de piscina arriba; escalas al este, agua al norte, zambullido al sur. Dos metros con cuarenta centímetros son pocos para la profundidad que debían sentir mis pies. Algunas voces discutían sobre cómo dar una brazada: con la mano en flecha o con los dedos abiertos. Yo la empuñaba, así les era imposible decirme si era correcto o no hacerlo. Las corrientes me llevaban por el ancho de la piscina. El aire y mi espalda acordaron conocer el frío. Era incapaz de mantener una dirección recta en mi trayecto. —No mire las líneas del piso. Solo quieren competir con usted —me refunfuñaba Exactitud. Si el agua no me invadiera, le habría respondido “Qué no, no le voy a decir dónde va”. ¿Quién era indiferente con Exactitud si cuando compararla con un sinónimo era traer a otro compañero a colación? Tan aburrido, tan contado, tan él, ella, no sé. Exactitud elegía este momento para que yo dejara la concentración entre las patadas que daba. —Mire, mire —seguía Exactitud. —Shh, cállate —respondí, las voces me miraban. Yo no. Juré que Exactitud quería ser Imprudencia. Me hundí y di la vuelta mientras lo hacía. —¡Que mires! Le hice caso. Incliné mi cabeza. Había un temblor en la imagen de las nubes, de lo que yo creía que eran las nubes. —Ahora estás fuera del espacio, olvidaste todo —emergí de nuevo, decidí darle las nubes a Exactitud para que me dejara de hablar.


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Entre l a s c allejuelas de

Entre las callejuelas de Bohemia —jugueteando con bridas y buques, astrolabios lunares y archiduques— sonreía la noche de una bestia. Sacudía con sus manos la arena que asfixia las dulces voces mortales. Remolcaba con su canto los valles de relicarios, libros y cadenas. Y luego volvía a la oscuridad verde de Praga, cargada con gritos de mil escarabajos centenarios, oculta en oro la fatalidad del perpetuo golpeteo maldito de sus engranajes imaginarios. 51


Ascensor. Señaló el piso 24 y esperó, sacó su teléfono y revisó su correo. Se abrió la puerta, entró, guardó el teléfono y se miró en el espejo, “belleza egoísta que sólo me habla cuando no hay nadie”. Sonrió para recordar que la cordialidad predispuesta era protagonista en su siguiente reunión, el ascensor se detuvo en el piso siete. Sonó un timbre y se abrió la puerta, previo a ello giró su cuerpo e hizo como quien ve el infinito del mundo en una de las esquinas del aparato, volteó, saludó y volvió la mirada a su presunto infinito. Marcó el piso 29 y la puerta cerró. Ascensor. Afuera llovía, afuera tronaba, afuera el cielo se desarmaba sobre la ciudad y no había vida que resistiera la cascada que caía desde el espacio. Adentro se fue la luz, dejaron de ver pero el ascensor seguía en movimiento. Piso 12. 52


—¿Tiene miedo? —No. —Se le nota el éxito. —¿Perdón? —Hay que ser muy hijueputa para no sentir miedo. —Lo soy. —¿Qué pasaría si le digo que su vida se va a acabar cuando lleguemos al piso 24? Silencio. Ante el anuncio de quien le acompañaba oprimió todos los botones entre el 19 y 24. Sabía que no iba a morir pero decidió jugar al juego que le propusieron. Estiró el tiempo porque el tiempo es como un chicle, entre el inicio y el final se debaten la imaginación y la resistencia de tantos que han vivido sobre la tierra. —¿Qué pasaría si le digo que me bajo antes? —No va a pasar, tiene que llegar. Un trueno. Ninguno llegó, ninguno murió, vivieron para siempre entre los pisos 22 y 23 con la condena de no poderse ver. La oscuridad no fue limitante para su nueva vida eterna. Nunca envejecieron. 53


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00:00

Un o fi cio p e r d i d o

00:00

Obtuvimos nuestro grado como despertador en medio del llanto de

nuestras madres y la alegría simulada de padres poco interesados. Cada mañana salíamos a ver cómo los grandes jefes, empresarios y damas de pasarela escupían sus gritos sobre nosotros. Nos conformábamos porque pagaban. Eran sólo dos horas de labor, una que otra más tarde cuando el amigo de las fiestas lo requería. Era lo que hacíamos. Luego apareció el reloj personal. “Ah, qué desdicha”, pensábamos, “ahora sabrán si es en realidad la hora en que ellos pidieron ser levantados”. En efecto, las metas se hicieron más arduas. Algunos colegas recorrían dos barrios enteros de punta a punta. Si la señora de las gafas oscuras decía que a las 6:00 a.m., era preciso estar a esa hora porque si no su estruendoso bulto dejaba caer encima del colega una piedra que tenía al lado de su cama. Lo más grave era que a las 6:05 tenía que estar donde Don Mayor, éste vivía en el último rincón del segundo barrio. Corría, corría cada mañana en medio de bostezos y lagañas. A veces llegaba un minuto tarde y no recibía el pago completo. Era injusto. Pero era trabajo. El despertador llegó en una noche brumosa, con el tiempo cayendo entre la lluvia y las campanas de la iglesia. Ahora pocos creerían en nosotros, la alarma del reloj sería certera. Así, la tierra se fue acoplando a la vida del reloj y perdió la fe en el control de los hombres. A las 6:00, a las 7:00, a las 8:00. ¿Dónde quedó el que pedía levantarse cuando las gallinas dejaran de cantar o cuando el panadero tuviera lista la primera ronda? 55


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“¡Y que los sigas cumpliendo hasta el año tres mil!”, Sofía sopló las velas de su torta, anhelando que aquel maravilloso día no terminara, pero aquella esperanza había de nacer muerta pues ningún deseo de cumpleaños se hace realidad; excepto esa vez. Al principio era un buen chiste, por lo general lo hacía una de sus tías, “Pero mirá que todavía parece de veintiuno”. Luego empezó a hacerse extraño, varios de sus amigos se alejaron de su lado, pero su familia siempre estuvo allí, a pesar de que sus tías tornaron su humor en envidia y a sus espaldas comentaban lo raro que les parecía que ella, quien debía de ser una señora, pareciera una niña. El primer centenar pasó y Sofía tuvo que presenciar muchas desgracias de las que no se pudo recuperar. El mundo cambió drásticamente, familiares murieron, amigos también, pero en su rostro no se asomaba la más mínima arruga, el tiempo parecía ignorarla. Para divertirse se dedicó a ver todas las películas que existían, y cuando terminó, se vio obligada a volver sobre sus favoritas; la muerte de Andrew junto a su amada Portia siempre la conmovía, y a solas se preguntaba como lo había logrado el Sr. Gray. Para el dos mil novecientos noventa y ocho habitaba un futuro muy diferente a como lo pintaron centenares atrás; porque si bien mucho había cambiado, aun no vivían en galaxias lejanas ni lograban hacer contacto con seres extraterrestres. Cada víspera de año nuevo cerraba los ojos con fuerza esperando que llegara el fin; por eso que, para el cambio de milenio, Sofía aguardaba en su casa con las manos apretadas, contando regresivamente, hasta que llegara el tres mil y pudiera cumplir veintidós. 57


E L C U E N TO Q U E SIE MP RE E XIST IÓ //

Había una vez un cuento que siempre existió, un relato valiente que se

vestía como cuento, pues sabía que los relatos más reveladores deben ser contados de esta manera, camuflados en la fantasía, de lo contrario quien se atreva a contarlo terminará siendo el loco que vive en su propio cuento. También le gustaba la idea de ser lo último que se oye antes de ir a dormir. Este cuento siempre existió, se contó en un segundo, en el instante en que un soñador y un ser de otro mundo se encontraron. Uno de ellos es eterno, mientras que el otro ignora que lo es. Después de la hora del cuento, estos dos seres se encuentran en un no lugar; donde el espacio y el tiempo se curvan a su alrededor. Entre la danza de la dualidad y el afán por entender al otro, no salen de ese bucle en el que habitan, donde el cuento siempre termina igual. Una vez más vuelve a contar: “El tiempo en mi planeta se mide en años, un año tiene doce meses, un mes treinta días, un día veinticuatro horas, una hora sesenta minutos, un minuto sesenta segundos y un segundo… un segundo es eterno.” Y al igual que este que ahora cuento, siempre existió. 58


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Me sumergí en un rectángulo inanimado que me lleva a su antojo a lugares que sólo se ven con la mente. Aquí el tiempo no es igual: puede fluir hacia atrás, quedarse donde está o avanzar simplemente; todo es posible dependiendo de cómo se mire. Viajar sin volar, moverse sin desplazarse. Imaginar es lo único permitido en este mundo. Dejarse absorber de adentro hacia afuera, como en un sueño, pero en la realidad. Una corta eternidad, fin sin principio, oscura claridad: posibilidades infinitas.

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UNA MÁQUINA

Construiré una máquina del tiempo y saldré a buscarte, No funcionará con minutos, horas o años: Estará equipada con recuerdos y cargada de memorias, Su combustible serán pequeños y poderosos instantes Que me llevarán por las carreteras de las frases Que nunca te dije, De cada fecha que olvidé, de cada momento perdido… Te recogeré el 12 de octubre; Empacaremos el primer beso y viajaremos al futuro, A donde no exista la incertidumbre, A donde ya no me torture el tic tac. Y así, sabrás que cinco meses no son nada Si, acostados en el pasto, Nos tomamos de las manos Y miramos las nubes para detener el tiempo Una y otra vez. 63


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Se hace polvo la vida. Se hace polvo el cemento. Se envuelve el cuerpo y se socava tan hondo su calidez que quema el frĂ­o. La casa que no habito, el cuerpo que me dice que todo estĂĄ mal porque es la casa de diez sensaciones malas, y se enferma porque no puede gritar, y la casa se deja destruir por quien la toca y asusta, asusta recorrerla por temor a morir con ella.

Caminar sin pensar en el final de nada, caminar inconsciente del final de todo. No pretender detener el tiempo, ni el movimiento, pretender que se es en cuanto se abandone. Desahuciados corremos pretendiendo ser, temiendo abandonar lo que creemos que somos, equĂ­vocamente, ser. 68


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L I B E R TA D

Cuando la libertad hace simbiosis con la existencia surge multitud de

fenómenos donde la vida se expresa de manera única al igual que perfecta. La libertad es esta facultad invasiva de la esencia de todos los seres vivos para que la naturaleza resplandezca como un milagro eterno. Cuando la vida se encuentra en su máxima expresión no hay creación humana que la supere, Ingenio que la domine, Poder que la contenga, Devastación que la extinga, Siempre brillará con un ímpetu ascendente y allí, en estos pequeños detalles es cuando la libertad custodia a sus hijos: las criaturas vivientes, siendo este su legado, y más cuando las criaturas aladas cumplen su destino surcando los aires de todo el planeta. Ah, el milagro de volar, facultad donde son pocos los privilegiados. En los míticos bosques, dominios donde las plantas reinan con elegancia, es el escenario donde habita el colibrí, tan audaz, tan simpático, ejemplar rico en energía expresada en su vivo comportamiento, con un descaro sutil pero tierno profana la belleza de las flores garantizando su vivir, allí esta, viviendo entre lo verde para dar a relucir su exquisita apariencia: alas que funcionan en un aleteo infinito, un agudo pico y como olvidar su plumaje el cual reviste con armonía todo su ser. El océano, reino colosal que otorga a nuestro mundo un matiz cristalino y quien es el patriarca de las aguas, allí mediante saltos están los peces voladores atravesando el corazón celeste de nuestro planeta en búsqueda de su existencia. Cuando un halcón desciende como un cometa fugaz. Cuando un cóndor proyecta su majestuosidad en las montañas. Cuando un escarabajo hércules planea con poder y orgullo. Allí en estos fenómenos vive la liberad, espíritu que jamás dejara de existir.


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7 horas La soledad no es solamente soledad. También es la sombra que delimita de pronto a un arbusto y un verde, que no conocía en la madrugada, se hace visible al medio día. Lleno mi soledad con las cosas que me rodean, y encuentro que una ventana es muchas ventanas. Siempre pensé que estas fotografías señalaban una distancia enorme, casi como un océano. Pero ahora creo que en realidad eran un espejo que me decía en tonos muy bajos que la soledad y acaso la distancia eran también eso, calles, luces cálidas, árboles que nadie mira. Estuve viviendo en Madrid durante un año. Allí conviví con la distancia, ese extraño y poético intervalo de tiempo y espacio que nos separa de ciertos lugares, ciertas personas y ciertas emociones. El límite de la distancia entre Madrid y Medellín se hace evidente en 7 horas de diferencia horaria. Las fotografías de esta serie quieren evocar la distancia por medio de los gestos del paisaje, que sutilmente cambian a medida que las horas pasan. Dibujé entonces una deriva sobre el mapa de Madrid. Las manecillas de un reloj me indican el lugar al que debo ir a mirar, a elegir un fotograma y a esperar que las 7 horas sucedan 74


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COLABORARON EN TIEMPO: ‘El cine’ Fotografía - Alejandra Duque Lopera (COL) 00 ‘Taquigrafía’ Texto - Federico Nieto (COL) 02 ‘Soñar que el tiempo existe’ Ilustración - Laura Henao (COL) 03 ‘-14’ Texto - Alejandra Jaramillo (COL) 04 ‘Con el tiempo’ Ilustración - Juan Pablo Cáceres (COL) 05 ‘Colombia / Turquía’ Texto - Camilo Toro (COL) 06 ‘Colombia / Turquía’ Fotografía - Camilo Toro (COL) 07 ‘Del tiempo solo alcancé a rozar los segundos’ Texto Juan Camilo Arboleda (COL) 08 ‘Dilusión del tiempo’ Ilustración - Vanessa Arce (COL) 09 ‘Fotogramas’ Ilustración - Laura Ángel García (COL) 10 ‘Contusión’ Texto - Daniela Ramírez (COL) 11 De la serie ‘Earthboy’ Fotografía - Yohan López (COL) 12 ‘El abrazo de Eternidad’ Texto - Camilo de Fex (COL) 13 ‘El sonido del tiempo del Claro de luna’ Texto e ilustración Virginia Morales(MEX) 14-15 ‘Desarraigo’ Texto - Laura Restrepo Vélez (COL) 16 Sin título Fotografía - Camilo Toro (COL) 17 ‘Los astros’ Ilustración ‘Cuántas vueltas mentales caben en una piscina de 25 metros’ Texto- Sofía Sánchez (MEX) 18-19 De la serie ‘Lección de la soledad’ Collage - Yohan López (COL) 20 ‘Durante un viaje en metro’ Texto - Daniel Becerra (COL) 21 ‘Juventud, amante temporal’ Texto - Andrés Felipe Otálvaro (COL) 22 ‘Lo cura todo’ Ilustración - Magenta (COL) 23


‘Caminos’ Texto - Lourdes Hernández (PRI) 24 ‘Caminos’ Collage - Hansel Obando (COL) 25 ‘La p con la a pa’ Texto - Isabel Zabala (COL) 26-27 ‘Él no perdona’ Ilustración - Daniel Dussan (COL) 28 ‘El tiempo no espera a nadie’ Collage - Carolina Grajales (COL) 29 ‘Bajo una vieja jacaranda’ Texto - Lemora (COL) 30 ‘Eón’ Collage - Sebastián Cabello (COL) 31 ‘Tiempo después’ Texto - Sebastián Cadavid (COL) 32-33 ‘Los tiempos del ritmo’ Texto - Ana María Gutiérrez Monsalve (COL) 34 ‘Ni un paso atrás’ Ilustración - Simón López Roldán (COL) 35 ‘Recuerdos líquidos (mi can durmiendo)’ Fotografía - Tania Acosta (COL) 36 ‘Falta del fuego’ Texto - Gilbert M. Gil (COL) 37 ‘ADA LUZ’ Texto - Daniel Flórez (COL) 38 ‘El tiempo en luz’ Fotografía - Amalia Rizal (COL) 39 ‘Proyección in(existente)’ Texto - Sofía Moncayo - (COL) 40 ‘Shadow’ Ilustración - Diego Marulanda Gonzalez (COL) 41 ‘Fragmento’ Texto - Yorley Ruiz (COL) 42 ‘Oxímoron’ Fotografía - Leidy Gómez (COL) 43 ‘Nunca salgo viva pero igual lo cuento’ Texto Michelle Castrillón Fernández (COL) 44 ‘Unísono’ Collage - Lucas Echavarría (COL) 45 ‘Matilda’ Ilustración - Catalina Romero (COL) 46 ‘Matilda’ Ilustración - Mariana Yepes (COL) 46 ‘Matilda’ Texto - Ana María Noreña (COL) 47 ‘Las nubes son de exactitud’ Texto - Melissa Orozco Duque (COL) 48


‘Lección de la soledad’ Collage - Yohan López (COL) 49 ‘Marcas’ Fotografía - Maria Clara Caicedo (COL) 50 ‘Entre las callejuelas de Bohemia’ Texto - Juan Daniel Galeano Otálvaro (COL) 51 ‘Invierno’ Texto - Abelardo Velásquez (COL) 52-53 ‘Uróboros’ Ilustración - Alejandro Metaute (COL) 54 ‘Un oficio perdido’ Texto - Daniel Guerra Roncancio (COL) 55 ‘Periódico memoria’ Collage - Juan Sebastián Marmolejo (COL) 56 ‘Hasta el año 3000’ Texto - David Gómez (COL) 57 ‘El cuento que siempre existió’ Texto - María José Rivera (COL) 58 ‘El tiempo y sus demonios’ Ilustración - Vommpell (MEX) 59 ‘Respuesta de un libro de ciencias’ Fotografía intervenida María Camila Arango (COL) 60 ‘Lapso’ Texto - Ailim Vanessa Sánchez Moreno (COL) 61 ‘Una máquina:’ Texto y collage - Carlos Mario Rodríguez (COL) 62-63 ‘Dile al tiempo que vuelva’ Collage - Laura Zambrini (ARG) 64 ‘Prohibiciones’ Fotografía - Juan Diego Martinez (COL) 65 ‘Tiempo’ Ilustración - Luis Echavarría (COL) 66 ‘Discomedusae’ Ilustración - Benjamín Gómez - (COL) 67 ‘No time’ Texto e ilustración - Manuela Jaramillo (COL) 68-69 ‘Time to die’ Collage - Mr. Fuckever (COL) 70 ‘Miedo’ Collage - Georgina Pérez Flotron (ARG) 71 ‘Libertad’ Texto - Juan Garcés (COL) 72 Sin título Collage - Camilo Barrios (COL) 73 Serie ‘7 horas’ Texto, ilustración y fotografías - June Juno (COL) 74-87

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EPÍLOGO (

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>> Nos detenemos en mitad de la corriente. Tomamos aire y saltamos al borde de la vía. Vemos pasar el tránsito apresurado de las cosas: la flor reverdece en fruta cuya madura forma cae al piso, semilla en putrefacción, luego tallo tenue en comienzo de nuevo árbol. Así, desde aquí, observamos, y, sabiendo que también ocurre con nosotros, que el río se lleva dentro, anclamos el ahora continuo en el esfuerzo de ser continuamente. A la marea del tiempo entregamos nuestras páginas. Esta marcha de latidos, esa continuidad de ahoras en espera de la siguiente ocasión.


Edición y dirección: María Camila Duque Lopera & Lucas Vargas Sierra

Este fanzine se terminará de imprimir en los talleres de Rocco Gráficas el cincuenta y uno de agosto del año 2017. Diez días antes, esperando para entregar el archivo, descubrimos una copia idéntica ya impresa con fecha del próximo catorce de mayo de 1973.



# 07

T I E M P O


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