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Contenido c PORTADA
Editorial c Federico Leiva Paredes. Editor c
LAS CATEDRALES DEL MUNDO. (La Catedral de Palma de Mallorca). CONQUISTADORES ESPAÑOLES. (Hernán Cortés) LOS REYES GODOS. (Ataúlfo, Sigerico y Walia) LA OCTAVA Y NOVENA CRUZADA. LOS PAPAS DE LA HISTORIA. (San Félix I). El RINCON DE JOAQUÍN SALLERAS. REYES DE ESPAÑA, DE 1474 A 1873. (1º Casa Trastámara). (Juana I de Castilla).
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Colaboradores c
Joaquín Salleras Clarió (Historiador de Fraga). Albert Coll Vilá. Josep Ricard Vento Belda. Juan A. Portales. Frey Jesús. Fredy H. Wompner c
Publicación de artículos c Email: revista@ocet.org.es
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LA INTELIGENCIA HOLÍSTICA. JOYAS DEL ROMÁNICO ESPAÑOL. (Santa María de Ripoll). LEYENDAS Y TRADICIONES POPULARES. (La Leyenda de la Campana de Huesca). 700 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE JACQUES DE MOLAY. CONTRAPORTADA.
EDITA: OCT (Orden Católica del Templo) La OCT no se responsabiliza de las opiniones o doctrinas de los autores, ni de la posible violación de autoría y originalidad de los trabajos, colaboraciones o artículos enviados a esta redacción. Los autores serán los únicos responsables de todas las cargas pecuniarias que pudieran derivarse frente a terceros de acciones, reclamaciones o conflictos derivados del incumplimiento de estas obligaciones previstas por la Ley. Reservados todos los derechos de edición, publicación y difusión.
Catedral de Palma de Mallorca La Catedral de Palma es el principal edificio religioso de la isla de Mallorca. Popularmente se la conoce como La Seu. Es un templo de estilo gótico levantino. Está situada a orillas de la costa y se asoma al mar sobre las murallas árabes que protegían a la ciudad, siendo la única catedral gótica que cumple con esta peculiaridad. Consiste también en la sede de la diócesis de Mallorca, su titular es la asunción de María. En 1931 fue declarada Monumento Histórico-artístico. Su construcción se inició en 1229, después de la conquista de la isla por la Corona de Aragón. El rey Jaime I, llamado el Conquistador, decidió derribar la antigua gran mezquita de Medina Mayurca para construir un gran templo dedicado a Santa María, debido a que al estallar un temporal durante la travesía por mar hacia la isla para conquistarla, prometió construirle una catedral en veneración, si ésta les salvaba de la muerte. En 1346, fue consagrada por el rey Jaime II, aunque los trabajos y acabados continuaron bastantes años después, ya que no se terminó hasta 1601, y, en rigor, se siguió (y se sigue) reformando y restaurando cada poco tiempo. Se trata de la catedral con el mayor rosetón del mundo gótico (del gótico original, existen catedrales con rosetones de mayores dimensiones pero pertenecen al neogótico) y una de las de mayor altura de la nave entre las de estilo gótico europeas. HISTORIA Comenzó a construirse por el testero, alrededor del año 1300, sobre el lugar que ocupaba la mezquita arábiga de Madîna Mayûrqa, la cual se fue derruyendo a medida que avanzaban las obras del nuevo edificio, hasta que ésta terminó de ser derribada en el año 1386. El primer arquitecto del proyecto fue Ponç des Coll, el cual comenzó construyendo la capilla de la Trinidad. A Ponç le siguió en el cargo Jaime Fabre, arquitecto también de la Iglesia de Santo Domingo de Palma y de la Catedral de Barcelona. Posteriormente, entre los años 1314 y 1327, se construyó la actual Capilla Real, tras haber ensanchado hacia el mar la Plaza del Mirador. A mediados del siglo XIV se continuó la obra ya con la construcción de las tres naves. Se cree que parte del material usado, provino de la cala de Portals Vells, de donde extrajeron bloques perforando en un acantilado unas enormes cuevas, estos mismos se transportaban por barco hasta Palma.
Se barajan tres teorías sobre la edificación de sus tres naves y ábsides. * La primera, que ha quedado obsoleta y que ya nadie defiende, es que, tal y como la conocemos actualmente, responde al plan original del proyecto de la obra. * La segunda teoría, basada en indicios a partir de la misma construcción, afirma, que originalmente debía tener una sólo nave con la misma anchura que la Capilla Real, y que por lo tanto, la nave debía de continuar hasta el campanario con la misma altura y estructura que la capilla. A mediados del siglo XIV, Guillem Forteza decidió cambiar el plan de la obra y hacer tres naves, todo lo contrario a lo que sucedió en otras catedrales, como las de Perpignàn o Gerona. * La tercera y última teoría, basada también en indicios constructivos, parte de un cambio en el plan de la obra, pasando a tres naves, como en la catedral de Barcelona, todas ellas de menor altura que las actuales y con poca diferencia entre la nave central y las laterales, como en la ya mencionada de Barcelona y en la de Santa María del Mar. A mitad del siglo XIV se decidió elevar todas las naves. Se trató de un cambio relacionado con la reincorporación del Reino de Mallorca a la Corona de Aragón en 1343 por parte de Alfonso III de Aragón. Gabriel Alomar opina que los tres ábsides de la catedral de Sant Joan el Nou de Perpignàn siguen el modelo de la de Mallorca. Pero la primera piedra de Sant Joan se puso en 1324, cuando en la isla no se había cambiado aún el plan, puesto que dicho cambio se produjo alrededor de 1330, y ni tan sólo se había terminado la Capilla Real, que se finalizó en 1327. Según Marcel Durliat, en 1368 los arquitectos eran Jaume Matas y Llorenç Sosquela. Sin embargo, Alexandre Cirici i Pellicer y Agustí Duran i Sampere defienden que el arquitecto al frente del proyecto durante el cambio de plan era Berenguer de Montagut. Las obras fueron dirigidas entre 1386 y 1397 por Guillem Oliveres, mientras que Pere Morei, Jean de Valenciennes, Henry el Alemán y Guillem Sagrera fueron los encargados de esculpir el Portal del Mirador. En 1430 se terminó la bóveda norte, lo que índica que en un siglo de trabajos se había completado la mitad de la catedral. En 1498 se construyó el Portal de l’Almoina. El portal Mayor fue construido por Miquel Verger entre 1594 y 1601, año en que el templo se consagró. Algunas bóvedas se derrumbaron durante los siglos XVII y XVIII por la poca anchura de las columnas en comparación con la inmensa luz de los arcos. Sin embargo, la catedral se mantuvo en pie. Ya en el siglo XX, entre 1904 y 1914, Antonio Gaudí realizó una reforma que duró diez años. El obispo de la diócesis en aquel tiempo era Pere Joan Campins. Esta reforma fue criticada sobre todo por la demolición de diversos elementos adosados que poseía, como el Corredor dels ciris (Pasillo de los cirios en catalán), de estilo mudéjar. Durante la época republicana, por primera vez, ofició un sacerdote chueta el sermón, hecho que tuvo gran importancia simbólica. Destacan los púlpitos, obra de Juan de Sales, realizados entre 1529 y 1531, situados originalmente en la nave central, junto con el coro, cuyo portal era del mismo autor.
Alzado de la sección de la Seu de Palma de Mallorca, destacando su enorme rosetón y la utilización de grandes arbotantes, debido a la diferencia de altura entre la nave central y las laterales Es una construcción de estilo gótico levantino, con claras influencias norte europeas, mide 121 metros de largo y 55 de ancho. No se conoce el nombre de sus arquitectos, aunque hay constancia de numerosos artistas que trabajaron en ella (escultores y pintores). El gótico levantino se caracteriza por no seguir los modelos clásicos franceses, sino por usar una planta de salón al estilo alemán, estrictamente basilical (hallenkirche): con tres naves sin girola ni crucero. Tiene tres capillas paralelas en la cabecera y numerosas capillas laterales entre los contrafuertes. Su alzado no sigue tampoco los modelos franceses (“sección adtriangulum”), pero es el típico de las plantas de salón levantinas (llamado “sección ad-quadratum”), debido a que existe una importante diferencia de altura entre la nave central y las naves laterales. Esto, por una parte, permite alcanzar una inédita altura interior de 44 m de luz y abrir un amplísimo claristorio (en el que destaca el rosetón), aunque las ventanas son estrechas para contrarrestar el fuerte sol mediterráneo. También obliga a usar muchos contrafuertes, con doble arcada de arbotantes a la usanza del norte europeo, cosa nada habitual en las iglesias levantinas. Su rosetón mayor, el conocido como el ojo del gótico (con un diámetro de alrededor de 13,8 m y unos 100 m²), es uno de los más grandes del mundo gótico. Otra característica del rosetón es su localización (situado sobre el altar central en la cabecera, y no a los pies como es habitual) y también la existencia de una gran estrella de seis puntas (estrella de David) inscrita en él. Otros elementos arquitectónicos a destacar son los dos portales laterales, los pilares y los cambios producidos a principios del siglo XX. En cuanto a los portales, la puerta principal no se encuentra a sus pies, sino en su fachada sur: el Portal del Mirador, llamado así porque se encuentra en la fachada que mira al mar. El tema representado tampoco es un tema clásico, sino que se trata de “la última cena”. La tradición cuenta que el tema fue seleccionado intencionadamente por el gran número de judíos conversos que habitaban Palma.
La idea era hacerles bien visible un tema (la transformación del pan y el vino) completamente cristiano, sin relación con la tradición del Antiguo Testamento. En el portal opuesto se encuentra uno de los mejores ejemplos de escultura gótica en Mallorca: un ángel con las alas desplegadas, obra de Guillermo Sagrera, arquitecto no sólo de la Seu, sino también de otro de los mejores ejemplos de arquitectura gótica (en este caso civil) de las Baleares: la Lonja de Palma. Enmarcando el ángel se perfila una hermosa tracería adornada con cardinas (flores de cardo) de desproporcionado tamaño. Los pilares que soportan la cubierta pueden ser considerados como una auténtica maravilla arquitectónica desde el punto de vista de la ingeniería. De sección octogonal, muy esbeltos y sin columnillas adosadas, alcanzan la máxima altura permitida por el material utilizado, ofreciendo un amplio espacio abierto para los fieles y, junto con el rosetón de la cabecera, la presencia de uno de los mejor conseguidos “espacio-camino” góticos del mundo. A principios del siglo XX, el arquitecto Antoni Gaudí dirigió una serie de trabajos destinados a recuperar parte del espacio original. Los principales cambios producidos fueron: la eliminación del coro situado en el centro de la nave, que fue dividido en dos y trasladado a los laterales, colocándolo sobre sendos grupos de columnas; la elaboración de un baldaquino para el altar mayor (proyecto inacabado, ya que el existente es una maqueta del definitivo que debería haberse realizado en metal); la creación de un nuevo púlpito (situado a la izquierda del altar mayor) y la introducción de diferentes elementos ornamentales de diseño modernista (el cierre del altar mayor y las llamadas “tobilleras” o candelabros colocados en los pilares que sostienen la nave central). Las obras las dirigió Joan Rubio, ayudante de Gaudí, interviniendo también Josep Maria Jujol, el escultor Vicenç Vilarrubias y los pintores Joaquín Torres García, Iu Pascual y Jaume Llongueras. PERSONAS REALES ENTERRADAS EN LA CATEDRAL En la Capilla de la Trinidad, en el presbiterio, se encuentran los sepulcros de los reyes soberanos de Mallorca, Jaime II y Jaime III. Los sepulcros, instalados hacia 1950, son obra de Federico Marés.
Por F.L.P.
D. Hernán Cortés (1ª Parte) Hernán Cortés Monroy Pizarro Altamirano (Medellín, Corona de Castilla, 1485 – Castilleja de la Cuesta, Sevilla, 2 de diciembre de 1547), conquistador español del imperio mexica (hoy el centro de México). Primer marqués del Valle de Oaxaca, gobernador y capitán general de la Nueva España. Fue hijo único de un hidalgo extremeño, llamado Martín Cortés y de Catalina Pizarro Altamirano. Por vía materna era primo segundo de Francisco Pizarro, quien posteriormente conquistó el imperio inca (no confundir con otro Francisco Pizarro, quien se unió a Cortés en la conquista de los mexicas). Como otros hidalgos, su padre lo envió a los catorce años a estudiar latín en Salamanca, ciudad que abandonó dos años más tarde, movido por su afán de aventuras. Estos estudios preparatorios y los conocimientos prácticos de la ley que granjeó en su aprendizaje con un escribano en Valladolid han dado pie al mito que Cortés cursó leyes en la Universidad de Salamanca. Tras varios intentos fallidos, por una parte, de embarcar para las Indias, y, por otra, de participar en las campañas de Gonzalo Fernández de Córdoba en Italia, finalmente, en la primavera de 1504, zarpó hacia la isla de La Española, donde se instaló como plantador y funcionario colonial. Hernán Cortés se casó dos veces y tuvo once hijos documentados en seis relaciones diferentes. Su primera esposa, doña Catalina Juárez Marcaida, murió tras cinco años de matrimonio estéril el 1 de noviembre de 1522, bajo misteriosas circunstancias. Previamente y durante este enlace, Cortés tuvo cinco hijos extramatrimoniales: En abril de 1528 Cortés contrae segundas nupcias con doña Juana Ramírez de Arellano de Zúñiga, hija del conde de Aguilar y sobrina del Duque de Béjar. Doña Juana se establece en el pueblo de Cuernavaca, viviendo en el palacio construido en 1526. De este matrimonio nacieron seis hijos: En 1511 participó en la expedición de conquista de Cuba dirigida por el gobernador Diego de Velázquez, de quien recibió tierras y esclavos en la isla. Llegó a ser nombrado alcalde de Santiago de Cuba, aunque fue después encarcelado por el gobernador, acusado de conspirar en su contra. Liberado, se casó con la cuñada del propio Diego Velázquez, de nombre Catalina Suárez Marcaida.
A finales de 1518 Velázquez le confió el mando de la tercera expedición, tras las de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva, para continuar sus descubrimientos en la costa de Yucatán. Pero Velázquez pronto desconfió de él. Cuenta Bernal Díaz del Castillo, autor de Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, que un bufón de Velázquez, llamado Cervantes el loco, le dijo a su señor, a la manera de los bufones: «A la gala de mi amo Diego, Diego, ¿qué capitán has elegido? Que es de Medellín de Extremadura, capitán de gran. Más temo, Diego, no se te alce con la armada, que le juzgo por muy gran varón en sus cosas». Hernán Cortés seguía, sin embargo, con los preparativos de la expedición, y debido a su gran elocuencia, dotes de persuasión y sugestión, pronto logró reclutar a más de 600 hombres para su causa. Adelantándose a que le cesase Diego Velázquez, la armada de Cortés partió precipitadamente del puerto de Santiago de Cuba el 18 de noviembre de 1518. Como iba escasa de bastimentos, tuvo que aprovisionarse de estos en el puerto de Trinidad y otros lugares. Finalmente, el 10 de febrero de 1519, la flota abandonó las costas de Cuba. Consistía aquella armada en 11 naves, con 518 infantes, 16 jinetes, 13 arcabuceros, 32 ballesteros, 110 marineros y unos 200 indios y negros como auxiliares de tropa. Llevaban 32 caballos, 10 cañones de bronce y 4 falconetes. Por capitanes Alonso Hernández Portocarrero (al que entregaría más tarde la india doña Marina), Alonso Dávila, Diego de Ordás, Francisco de Montejo, Francisco de Morla, Francisco de Saucedo, Juan de Escalante, Juan Velázquez de León (pariente del gobernador), Cristóbal de Olid, Gonzalo de Sandoval y Pedro de Alvarado. Muchos de estos eran veteranos de la guerra de Italia. Por piloto principal iba Antón de Alaminos con experiencia en las dos expediciones anteriores de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva. El primer contacto con las civilizaciones mesoamericanas lo tuvo en la isla de Cozumel, un importante puerto naviero y centro religioso maya que formaba parte de la jurisdicción de Ecab, y donde se encontraba el santuario dedicado a Ixchel, diosa de la fertilidad. Los españoles llegaron durante el Período Posclásico de la Cultura maya poco después de la caída de Mayapán en 1480, que llevó a la fragmentación de la península de Yucatán en 16 pequeños estados, cada uno con su propio gobernante denominado «halach uinik», y en constante conflicto entre sí. Inmediatamente después de presentarse al «batab» (gobernante local de la ciudad) Cortés le pidió que dejaran su religión y adoptaran el cristianismo mandando a sus hombres a destruir los ídolos religiosos mayas y poner cruces e imágenes de la Virgen María en el templo. Una biografía del rey Carlos I escrita en1603 relata el momento así: Espantáronse los isleños de ver aquella flota y metiéronse al monte, dejando desamparadas sus casas y haciendas. Entraron algunos españoles la tierra adentro y hallaron cuatro mujeres con tres criaturas y trajéronlas a Cortés, y por señas de los indios que consigo llevaba, entendió que la una dellas era la señora de aquella tierra y madre de los niños. Hízole Cortés buen tratamiento, y ella hizo venir allí a su marido, el cual mandó dar a los españoles buenas posadas y regalarlos mucho. Y cuando vio Cortés que ya estaban asegurados y contentos, comenzó a predicarles la fe de Cristo.
Mandó a la lengua que llevaba, que les dijese que les quería dar otro mejor Dios que el que tenían. Rogóles que adorasen la Cruz y una imagen de Nuestra Señora, y dijeron que les placía. Llevólos a su templo y quebrantóles los ídolos y puso en lugar dellos cruces y imágines de Nuestra Señora, lo cual todo tuvieron los indios por bueno. Estando allí Cortés nunca sacrificaron hombres, que lo solían hacer cada día. Hernán Cortés utilizaba de intérprete a un joven maya tomado prisionero en la Isla Mujeres, cuyo nombre ningún cronista de Indias recogió pero al que los españoles apodaban «Melchorejo». A través de él tuvo noticias de la existencia de unos hombres barbudos en poder de un cacicazgo maya cercano y envió emisarios a rescatarlos. En 1519 encontraron a Gerónimo de Aguilar superviviente del naufragio del buque Santa María de la Barca. Aguilar entonces, se dirigió a buscar a otro sobreviviente, Gonzalo Guerrero, quien vivía en Chetumal y donde había logrado escapar de la esclavitud ganándose la confianza del cacique Nachán Can, para volverse él mismo un nacom o jefe militar maya y casarse con la princesa maya Zazil Há, con la que había tenido varios hijos, hoy considerados los primeros mexicanos modernos. Aguilar decidió volver con Cortés convirtiéndose en uno de sus intérpretes de mayense, pero Guerrero decidió quedarse con los mayas y murió hacia 1536. Algunos historiadores creen que peleó contra los conquistadores españoles. La expedición de Cortés continuó bordeando la costa guiada por el piloto Antón de Alaminos hasta llegar el14 de marzo de 1519 a la desembocadura del río Tabasco (hoy Grijalva), en las cercanías de la ciudad de Potonchán (Putunchan), perteneciente a los putunes o grupo maya-chontal y gobernada por el «halach uinik»Taabscoob. Allí se produjo la crucial Batalla de Centla relatada desde el punto de vista español por López de Gómara en el capítulo Combate y toma de Potonchan de su libro La Conquista de México: Cortés se adelantó haciendo señas de paz, les habló por medio de Jerónimo de Aguilar, rogándoles los recibiesen bien, pues no venían a hacerles mal, sino a tomar agua dulce y comprar de comer, como hombres que andando por el mar, tenían necesidad de ello; por tanto, que se lo diesen, que ellos se lo pagarían muy cortésmente. Las autoridades de Potonchan ordenaron llevarles agua y comida para que se fueran. Pero Cortés sostuvo que no era suficiente e insistió en que dejaran entrar a sus tropas a la ciudad. Replicaron los indios que no querían consejos de gente que no conocían, ni menos acogerlos en sus casas, porque les parecían hombres terribles y mandones, y que si querían agua, que la cogiesen del río o hiciesen pozos en la tierra, que así hacían ellos cuando la necesitaban. Entonces Cortés, viendo que las palabras estaban de más, les dijo que de ninguna manera podía dejar de entrar en el lugar y ver aquella tierra, para tomar y dar relación de ella al mayor señor del mundo, que allí le enviaba; por eso, que lo tuviesen por bueno, pues él lo deseaba hacer por las buenas, y si no, que se encomendaría a su Dios, a sus manos y a las de sus compañeros. Los indios no decían más que se fuesen, y no intentasen echar bravatas en tierra ajena, porque de ninguna manera le consentirían salir a ella ni entrar en su pueblo, antes bien le avisaban que si enseguida no se marchaban de allí, le matarían a él y a cuantos con él iban.
Los españoles atacaron entonces la ciudad por dos flancos, produciéndose una sangrienta batalla que finalizó en la derrota de Potonchán y la entrada de Cortés y sus hombres: Los españoles escudriñaron las casas y no hallaron más que maíz y gallipavos, y algunas cosas de algodón, y poco rastro de oro, pues no había dentro más que cuatrocientos hombres de guerra defendiendo el lugar. Se derramó mucha sangre de indios en la toma de ese lugar, por pelear desnudos; los heridos fueron muchos y cautivos quedaron pocos; los muertos no se contaron. Cortés se aposentó en el templo de los ídolos con todos los españoles, y cupieron muy a placer, porque tiene un patio y unas salas muy buenas y grandes. Durmieron allí aquella noche con buena guarda, como en casa de enemigos, más los indios no se atrevieron a nada. De esa manera se tomó Potonchan, que fue la primera ciudad que Hernán Cortés ganó por la fuerza en lo que descubrió y conquistó. Luego de la derrota, las autoridades de Tabasco le hicieron a Cortés ofrenda de víveres, joyas, tejidos, y un grupo de veinte esclavas, que fueron aceptadas, cambiados sus nombres al ser bautizadas y repartidas entre sus hombres. Entre estas esclavas había una llamada Malintzin, a la que los españoles renombraron Marina, conocida también como La Malinche, que sería crucial en la conquista de México. Su gran inteligencia, su dominio de las lenguas mayenses y náhuatl, su conocimiento de la psicología y costumbres de los indios, y su fidelidad hacia los españoles, hicieron de la Malinche una de las más extraordinarias y controvertidas mujeres de la historia de América. La Malinche fue intérprete, consejera y concubina de Hernán Cortés, con el cual tendría un hijo Martín Cortés, del mismo nombre que el hijo legítimo que Hernán Cortés tendría catorce años después con Juana de Zúñiga. Marina y Gerónimo de Aguilar suplieron a Melchorejo como intérpretes, debido a que éste había decidido boicotear a los españoles y estaba incitando a los indígenas a resistir la conquista. Después, Cortés se dirigió a una gran ceiba (considerado árbol sagrado por los mayas) y sacando su espada, dio unos golpes sobre el tronco y tomó posesión de esas tierras fundando el 25 de marzo de 1519 la villa de Santa María de la Victoria, que sería la primera población española en la Nueva España y una de las primeras en América. Inmediatamente el clérigo fray Bartolomé de Olmedo y su capellán Juan Díaz oficiaron la primera misa cristiana en tierra firme de la Nueva España y una de las primeras del Continente. ...Y después de apeados debajo de unos árboles y casas que allí estaban, dimos muchas gracias a Dios por habernos dado aquella victoria tan cumplida; y como era día de Nuestra Señora de Marzo, llamóse una villa que se pobló, Santa María de la Victoria, así por ser día de Nuestra Señora, como por la gran victoria que obtuvimos. Ésta fue la primera guerra que tuvimos en compañía de Cortés en la Nueva España (...) y dejémosle aquí y diré lo que más pasamos. Los españoles permanecieron ahí, hasta el 12 de abril cuando Cortés se embarcó rumbo a Culúa y Tenochtitlan, dejando en la villa a un puñado de soldados, encargados de pacificar la región. Ese año de 1519 comenzaría una epidemia de viruela, traída sin saberlo por los conquistadores, que en el curso de las siguientes décadas aniquiló al 97% de la población de la región y que facilitaría la Conquista de México.
En Tabasco, los españoles supieron de la existencia de un país hacia poniente que los amerindios denominaban «México». La flota fue, bordeando la costa mexicana, en dirección noroeste, y un día se presentaron varias canoas mexicas que venían de parte de Moctezuma, el «tlatoani» o emperador del Imperio mexica, con capital en Tenochtitlán. Cortés les mostró sus armas de fuego, sus caballos para, por una parte amedrentarlos, pero por otra parte trató de ser amable y afable con ellos, hablándoles de paz. Los embajadores traían pintores, y dibujaron todo lo que vieron con objeto de que el emperador fuese informado fielmente y viese como eran estos «teules» (semidioses). Moctezuma volvió a enviar presentes de joyas y objetos preciosos, pero Cortés seguía insistiendo en visitar a su emperador, el cual volvió a denegar el permiso. Cortés instaló su campamento enfrente de la ciudad de Quiahuiztlán habitada ancestralmente por los totonacas, y poco después lo convirtió en ciudad, con el nombre de Villa Rica de la Vera Cruz (ubicada 70 km al norte de la actual Veracruz), por haber desembarcado los españoles en aquel paraje un Viernes Santo. Los nuevos pobladores rogaron a Cortés que se proclamase capitán general, dependiendo directamente del rey y no de Velázquez, a quien no le reconocía mando sobre aquellas nuevas tierras. Después de negarse varias veces, terminó aceptándolo. Nombró alcalde, regidores, alguaciles, tesorero y alférez, consumando, pues, la desvinculación de la autoridad del gobernador de Cuba sobre la expedición. Este acto es considerado como la fundación de una de las primeras ciudades europeas en América continental. Cortés notó entonces que el Imperio mexica tenía enemigos y que esto facilitaba sus planes. Comenzó a elaborar una estrategia, con el fin de aprovechar las rencillas y odios que se tenían hacia el dominio Mexica, por grande número de provincias, a fin de lograr la conquista de tan vasto imperio. Pero para ello tenía que imponer también su voluntad y su mando sobre la facción del gobernador Diego de Velázquez, que sostenía que Cortés no tenía autorización para poblar, sino sólo para rescatar y descubrir, y que deberían volver a Cuba terminada la expedición. La mayoría de los capitanes y la tropa apoyaban a Cortés, ya que intuían las grandes riquezas que podía haber en Tenochtitlan. La primera nación mesoamericana con la que Cortés estableció una alianza militar fue la Cultura Totonaca, con capital en Cempoala, una avanzada ciudad de unos 20.000 habitantes. A mediados de 1519, treinta pueblos totonacas se reunieron con Cortés en Cempoala para sellar la alianza y marchar juntos a la conquista de Tenochtitlan. Los totonacas aportaron 1.300 guerreros a la empresa de Cortés quién, por su parte, aportaría unos 400 españoles, armas de fuego y quince caballos. El acuerdo se realizó sobre la base de que, una vez derrotado el Imperio Mexica, la Nación Totonaca sería libre. No obstante, luego de la conquista de México, los totonacas, diezmados por la alianza militar y las enfermedades, nunca volvieron a ser lo que fueron. Varios de ellos terminaron encomendados como siervos a los señores españoles en sus propias tierras, particularmente en el naciente cultivo de caña de azúcar, quedando Cempoala deshabitada y su cultura extinguida y olvidada. La Cultura Totonaca volvió a ser descubierta a fines del siglo XIX, por el arqueólogo e historiador mexicano Francisco del Paso y Troncoso.
Llegaron noticias de que Diego Velázquez había conseguido por sus compañeros en la Corte el nombramiento de adelantado de Yucatán, por lo que envió para contrarrestar estas influencias a sus fieles Portocarrero y Montejo con lo mejor del botín obtenido hasta entonces, para conseguir el nombramiento para Cortés. Tomó además la decisión de inutilizar las naves, excepto la que había de utilizar Portocarrero a fin de mantener contacto directo con España, para evitar cualquier fuga de los hombres que no secundaban su rebelión frente a la legalidad del gobernador de Cuba. Sobre la forma física real en que se inutilizaron las naves, las fuentes utilizan las expresiones «barrenar» (abrir agujeros con un barreno o broca) y «dar de través» (volcar, tumbar, poner en dirección transversal el barco para vararlo). Posiblemente lo que se hizo fue una combinación de ambos procesos, y en cualquier caso es importante decir que las piezas de las naves sirvieron para propósitos posteriores que tuvieron importancia decisiva en la conquista de la capital mexica. El 16 de agosto de 1519, Cortés abandonó la costa e inició su marcha hacia el interior, rumbo hacia al corazón del Imperio Mexica, con un ejército de 1.300 guerreros totonacas, 200 indios de carga, 6 cañones, 400 infantes españoles y 15 de caballería. A fines de agosto el ejército de Cortés llegó al territorio de la Confederación o República de Tlaxcala, integrada por cuatro señoríos autónomos: Tepeticpac, Ocotelulco, Tizatlán y Quiahuiztlán. Por entonces, Tlaxcala y Tenochtitlán representaban dos concepciones opuestas de organización política que las llevó al enfrentamiento abierto. Tlaxcala se había organizado como una confederación de ciudades-estados unidas en una república gobernada por un Senado; México-Tenochtitlán, por el contrario se organizó como un imperio. A partir de 1455 el Imperio Mexica, conformado sobre la base de la Triple Alianza entre Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan, había iniciado las llamadas «guerras floridas» contra Huejotzingo, Cholula y Tlaxcala, con el fin de capturar prisioneros para sus sacrificios religiosos, y las cuales le garantizaron el repudio del resto de los señoríos indígenas. En esas circunstancias llegó Cortés al territorio de Tlaxcala, al mando de su ejército totonaca-español. Inicialmente la República de Tlaxcala, al mando de Xicohténcatl Axayacatzin, negó a los invasores el paso por su territorio, enfrentándose el 2 de septiembre en el desfiladero de Tecoantzinco con suerte favorable a Cortés. Al día siguiente se produjo un nuevo enfrentamiento en los llanos, que volvió a ser desfavorable para Tlaxcala llevando a la división de la República, con la deserción de las tropas de Ocotelulco y Tepeticpac, al percatarse de que no podían prevalecer ante los 400 soldados españoles y sus aliados indígenas. Superadas en táctica y disciplina de guerra -varios de los soldados españoles e incluso de sus capitanes eran tercios y veteranos de Italia, lo mejor de Europa en ese entonces-, las tropas de Xicohténcatl volvieron a ser derrotadas y el Senado ordenó detener la guerra y ofrecer la paz a Cortés. Este acuerdo estableció la crucial alianza con los tlaxcaltecas, opositores al régimen Mexica, el cual nunca había podido conquistar su territorio. Cortés se detuvo allí varias semanas. (CONTINUARÁ…)
Por F.L.P.
Del 410 al 412 prácticamente no se conoce nada, lo único que se sabe es que cuando fue coronado ya tenía la idea de destruir por completo el Imperio romano y fundar un Imperio godo. Al principio intentó seguramente pasar a África como su predecesor, pero al resultarle imposible, optó por emigrar con sus gentes de la península itálica y dirigirse a las Galias. En el mismo 412 entra en contacto con el emperador Honorio y firma un tratado de alianza, por el cual Roma se compromete a dar provisión (annona) y la cesión de tierra en la Galia a cambio de devolver a su hermana Gala Placidia. Este fue el comienzo de la organización de los visigodos como reino y Estado permanentes, a lo que contribuyó Ataúlfo en gran medida. Se le puede considerar como el verdadero fundador del poder político de los visigodos. Pero Ataúlfo no cumplió el tratado al no devolver a la rehén, y en otoño de 413 intenta invadir la zona de Marsella. Al no conseguirlo, se desplazó hacía Narbona, Toulouse y Burdeos, es decir, las regiones llamadas Galias Narbonense y Aquitania, donde se instala provisionalmente. Desde estos territorios, los visigodos no tenían acceso al mar, pues las costas seguían estando en poder de los romanos. En enero de 414 se casa por sorpresa con Gala Placidia (según rito romano) en Narbona, aunque el historiador Jordanes indica que se casaron en el 411 en el foro Livii (Forli). La fecha de Jordanes puede referirse realmente al inicio de la relación entre ella y el rey godo, pues algunos historiadores afirman que hubo más amor que política en dicha unión. La boda produjo la ira de Honorio, que reaccionó enfurecido. Ataúlfo —en una maniobra estratégica— simula abdicar en Prisco Atalo, al que nombra Emperador de los visigodos, pero Honorio se da cuenta de la artimaña y le corta los víveres provenientes de los puertos bajo su poder, lo que le obliga a principios de 415 a abandonar la Galia en dirección a Hispania, cinco años después de que lo hicieran los suevos, vándalos y alanos, y en Barcino (Barcelona) instala su corte. En ella nacerá el hijo que tuvo con Gala Placidia, llamado Teodosio, con el que pretendía unir a los godos con los romanos, pero desgraciadamente el niño morirá meses después. En esta época sigue una política de entendimiento y acercamiento con Roma, lo que le produce enemistades en su séquito. A principios del verano de 415 es asesinado por Dubio, una persona de su confianza que le traiciona. No se sabe exactamente quién fue el responsable del regicidio, pero varios pretendientes intentan subir al poder. Walia, hermano del fallecido, consigue el respaldo de la mayoría de la asamblea, pero Sigericose levantó en rebeldía desplazando sus aspiraciones.
Sigerico (¿? – 415) fue un rey visigodo que gobernó durante siete días en el año 415. Tras el asesinato de Ataúlfo, por un asesino al servicio del general Sarus, quien había sido mandado asesinar anteriormente por Ataúlfo y era el hermano de Sigerico, se generó una lucha por el control del trono entre Sigerico y Walia, hermano de Ataúlfo, ganando en un principio Sigerico. En sus pocos días de gobierno dio pruebas inequívocas de sus intenciones: mandó matar a seis hijos de Ataúlfo, para evitar futuros descendientes, y vejó a Gala Placidia, viuda de Ataúlfo y hermana del emperador Honorio, obligándola a caminar junto con otros prisioneros delante de su caballo hasta una distancia de doce millas desde la ciudad de Barcelona. Esta situación generó un gran malestar entre los partidarios de Walia, quienes le asesinaron al séptimo día de su reinado.
Walia o Wallia (¿? – 418) fue rey de los visigodos entre 415 y 418, adquiriendo reputación de bravo guerrero y gobernante prudente. Hermano de Ataúlfo (según Baronio, era hijo), fue elegido al trono tras los asesinatos de éste y de su sucesor Sigerico. Tras el asesinato de Ataúlfo en 415 se generó una lucha por el trono entre Sigerico y Walia. En un principio accedió al poder Sigerico, quien en sus siete días de gobierno dio pruebas inequívocas de sus intenciones: mandó matar a seis hijos de Ataúlfo, para evitar futuros descendientes, y atacó sin piedad a Gala Placidia, viuda de Ataúlfo. Esta situación causó un gran malestar entre los partidarios de Walia, quienes asesinaron a Sigerico el séptimo día de su reinado. Intentó establecerse en el norte de África pero una tempestad dio al traste con sus expectativas, y falto de víveres firmó la paz con el emperador romano Honorio y un tratado (foedus) con el que Walia se comprometía a entregar a Gala Placidia (hermana de Honorio raptada por Alarico I y que había sido esposa de Ataúlfo) y a expulsar de la península Ibérica a los pueblos bárbaros que habían penetrado en el año 409. Por su parte, el emperador Honorio entregaría 600.000 modios de trigo a los visigodos. En poco más de dos años los visigodos aniquilan a los vándalos silingos que estaban asentados en la Bética y prácticamente a todos los alanos de la Lusitania. De los cuatro pueblos bárbaros (vándalos asdingos, vándalos, silingos, suevos y alanos) que se asentaron en la Península sólo quedaban dos, pero cuando parecía que también serían aplastados por Walia, Honorio decidió cambiar su plan y entregó a los visigodos la Aquitania para que se estableciesen allí. Fijó entonces la capital del reino visigodo en Tolosa (la actual ciudad de Toulouse, en Francia). Le sucedió Teodorico I, yerno de Alarico I. Por LMF
La Octava Cruzada fue puesta en marcha por Luis IX, Rey de Francia, en el año 1270. La Octava Cruzada es a veces considerada como la séptimo cruzada, dado que la Quinta y Sexta Cruzada de Federico II se cuentan como una cruzada individual. La Novena Cruzada a veces también considerada como la Octava Cruzada por algunos historiadores. ANTECEDENTES DE LA OCTAVA CRUZADA Luis IX, rey de Francia estuvo perturbado por los acontecimientos en Siria, donde el Sultan mameluco Baibars había estado atacando a los pequeños estados Cristianos en Oriente. El Sultan Baibars había aprovechado la oportunidad después de la guerra que enfrentaba a la ciudades de Venecia y Génova uno contra el otro en los años 1256-1260, dejando en abandono los puertos sirios que estas dos ciudades controlaban. En 1265, el Sultan Baibars había capturado Nazaret, Haifa, Torón, Y Arsuf en el litoral Palestino. Hugo III de Chipre, Rey nominal de Jerusalén, desembarcó en Acre para defender esa ciudad, mientras el Sultan Baibars marchó hacia el norte, a Armenia de la cual tomo control. INICIO DE LA OCTAVA CRUZADA: LUIS IX DE FRANCIA LA ORGANIZA. Estos hechos llevaron a la llamada nueva Cruzada del rey de Francia, Luis IX en el año 1267, aunque hubo poco apoyo en esta ocasión; Jean de Joinville, un cronista que acompañó a Luis IX en la Séptima Cruzada, se negó a ir. Luis IX convenció pronto a su hermano Carlos de Anjou para atacar Túnez primero , lo que les daría una sólida base para atacar luego a Egipto, esta táctica era el mismo enfoque que la cruzada anterior de Luis IX, así como tambien a la Quinta Cruzada, las cuales habían sido derrotados allí en Egipto. DESASTRE DE LA OCTAVA CRUZADA Y MUERTE DE LUIS IX REY DE FRANCIA. El Khalif de Túnez, Muhammad I al- Mustansir, tenía buena relaciones con los cristianos y fue considerado un buen candidato para su conversión al cristianismo, pero no hubo éxito. En julio del año 1270. Luis IX desembarcó en la costa de África, en una temporada muy desfavorable para el desembarco, ya que gran parte del ejército se enfermó a causa de falta de agua potable, el propio Luis IX de Francia murió de un flujo en el estómago, un día después de la llegada de Carlos de Anjou, su última palabra antes de morirse fue "Jerusalem". Carlos de Anjou proclamó al hijo de Luis IX, Felipe III, el nuevo rey de Francia, pero debido a la juventud del nuevo Rey, Carlos de Anjou se convirtió en el actual líder de la cruzada. CONSECUENCIAS DE LA OCTAVA CRUZADA. A causa de las enfermedades más el asedio del rey de Túnez se abandono la cruzada el 30 de octubre por un acuerdo con el sultán. En este acuerdo los cristianos ganaban de libre comercio con Túnez, y la residencia de los monjes y sacerdotes en la ciudad está garantizada, por lo que la cruzada puede considerarse como un éxito parcial.
Después de enterarse de la muerte de Luis IX y la evacuación de los cruzados de Túnez, el sultán Baibars de Egipto cancela su plan de enviar tropas egipcias para luchar contra Luis en Túnez. . El fracaso de la Octava Cruzada, como las de sus predecesores, provocó muchos sentimientos en el pueblo cristiano, y más aún en la poesía occitana escrita por los trovadores. La muerte de Luis IX de Francia, especialmente provocó una producción creativa, notable teniendo en cuenta la hostilidad que los trovadores habían tenido hacia la monarquía francesa durante la Cruzada contra los albigenses. Tres plantos o endechas (elegias de la edad media), canciones de lamento, fueron compuestas por la muerte de Luis IX de Francia. La Novena Cruzada generalmente se considera la última gran Cruzada Medieval emprendida. Tuvo lugar en 1271–1272. Luego del fracaso de Luis IX de Francia para capturar la ciudad de Túnez en la Octava Cruzada, lo que llevó el Príncipe Eduardo de Inglaterra para navegar hacia Acre en lo que se conoce como la novena cruzada. La Novena Cruzada fracasó en gran parte porque el espíritu de las cruzadas estaba ya casi extinto y por el creciente poder del Sultan Baibars y de los Mamelucos en Egipto. También anunciaba el inminente colapso de los ultimos reinos o baluartes cruzados a lo largo de la costa mediterránea. ANTECEDENTES DE LA NOVENA CRUZADA. En 1268, el Sultan mameluco de Egipto, Baibars, capturo la ciudad de Antioquía, Destruyendo así el último vestigio del Principado de Antioquía, amenazando de esa forma al pequeño Condado de Trípoli. Luis IX de Francia, que ya había organizó un gran ejército cruzado con la intención de atacar a Egipto en el contexto de la Octava Cruzada, pero se desvió a la vez hacia Túnez, donde él murió en 1270. El Príncipe Eduardo de Inglaterra llegó a Túnez demasiado tarde para contribuir a que el resto de la cruzada triunfe en Túnez. En cambio, continuó su camino hacia Tierra Santa para ayudar a Bohemundo VI, Príncipe de Antioquía y el conde de Trípoli, frente a la amenaza de los mamelucos en Trípoli y el resto del Reino de Jerusalén. NOVENA CRUZADA EMPRENDIDA POR EL PRINCIPE EDUARDO DE INGLATERRA. La novena cruzada emprendida por el futuro Eduardo I de Inglaterra comenzó con las noticias de que el Sultan Mameluco de Egipto, Baybars, había reducido el Reino de Jerusalén, el más importante estado cruzado a una pequeña franja de tierra entre Sidón y Acre. En el año 1271 y principios de 1272 Eduardo logró luchar contra Baybars, después de firmar alianzas con algunos de sus oponentes, como los mongoles. En 1272, Eduardo entablo contacto para garantizar una tregua, pero Baybars trató de asesinarlo. Entonces Eduardo comenzaría los preparativos para atacar a Jerusalén, pero cuando estaba listo para el asedio a Jerusalem llegó la noticia de la muerte de su padre, Enrique III de Inglaterra. Eduardo, como heredero al trono, decidió regresar a Inglaterra y firmó un tratado de paz con Baybars, lo que permitió su regreso y así concluiría la Novena Cruzada y última de las cruzadas de la Edad Media.
Conclusiones o Consecuencias de la Novena Cruzada La expedición formada por parte del Príncipe Eduardo de Inglaterra estuvo con falta de recursos y tropas. Sin embargo consiguió una tregua de diez años de paz y de casi veinte años de supervivencia del reino cristiano en Oriente. Pero luego de concluidas las treguas traerían a bajo a los estados cruzados, y en 1291 los Mamelucos eventualmente conquistarían todos los territorios cristianos en Siria. El período de las Cruzadas a Jerusalem "Tierra Santa" terminaría, después de 208 años desde que El papa Urbano II predico la primera cruzada de estas guerras santas.
¡¡Oh Jerusalén!! Por P. López M.
S. Felix I (269-274) Nació en Roma. Fue pontífice durante el imperio de Aureliano en una época inicialmente tranquila. A él le atribuyen una carta dirigida a Máximo, obispo de Alejandría, que trata el tema entonces actual de la SS.ma Trinigad. A esta carta se la consideró de gran importancia en el Concilio de Efeso del año 431. El texto, sintético, pero muy preciso, reza lo siguiente: «nuestra fe en la Encarnación es la que nos llega de los Apóstoles. Creemos que el Señor Jesucristo, nacido de la Virgen María, es el Verbo, el hijo eterno de Dios, y no un hombre distinto de Dios que Dios mismo ha elevado a este honor. El hijo de Dios no ha elegido un hombre para asociarle a Él; en Cristo no existen dos personas. El Verbo, perfecto Dios, se ha encarnado en el seno de la Virgen y se ha hecho hombre perfecto». Félix destituyó al obispo de Antioquía Pablo de Samosata que doctrinalmente se equivocaba Combatió también el maniqueísmo, que negaba la esencia de Cristo, admitiendo sólo dos principios que gobiernan el mundo, el bien y el mal. Félix murió mártir en el año 274 y fue enterrado en la iglesia romana de S. Práxedes. Se desconoce la fecha de su nacimiento; murió el año 274. A principios del 269 sucedió a san Dionisio como cabeza de la Iglesia Romana. Alrededor de esta época llegó a Roma, dirigido al papa Dionisio, el reporte del Sínodo de Antioquia, el cual, ese mismo año, había depuesto al obispo local, Pablo de Samosata, por sus enseñanzas heréticas referentes a la doctrina de la Trinidad (ver Antioquia). Una carta, probablemente enviada por Félix al Este en respuesta al reporte del Sínodo, que contenía la exposición de la doctrina de la Trinidad, fue, más tarde, interpolada a favor de su secta por un seguidor de Apolinario. Este documento apócrifo fue enviado al Concilio de Éfeso en 431 (Mansi, "Coll. conc.", IV, 1188; cf. Harnack, "Geschichte der altchristlichen Literatur", I, 659 sqq.; Bardenhewer, "Geschichte der altchristlichen Literatur", II, 582 sq.). El fragmento conservado en las Actas del Concilio hace especial énfasis en la unidad e identidad del Hijo de Dios y el Hijo del Hombre en Cristo. El mismo fragmento presenta al papa Félix como mártir; pero este detalle, el cual está presente también en la biografía del papa en el “Liber Pontificalis” (Ed. Duchesn, I, 58), no está apoyado por ninguna evidencia auténtica anterior y se debe evidentemente a una confusión de nombres.
De acuerdo con la nota en el “Liber Pontificalis”, Félix construyó una basílica en la Vía Aurelia; la misma fuente también añade que él fue enterrado allí ("Hic fecit basilicam in Via Aurelia, ubi et sepultus est"). Este último detalle es un error evidente, ya que el calendario romano de fiestas del siglo cuarto dice que el papa Félix fue enterrado en las catacumbas de san Calixto en la Vía Appia ("III Kal. Januarii, Felicis in Callisti", se lee en el "Depositio episcoporum"). La declaración del “Liber Pontificalis” relacionada al martirio del papa resulta, evidentemente, de una confusión con el mártir romano del mismo nombre enterrado en la Vía Aurelia, y sobre cuya tumba se construyó una iglesia. En el “Feriale” romano o calendario de fiestas, al que nos referimos arriba, el nombre de Félix aparece en la lista de obispos romanos (Depositio episcoporum), y no en la de los mártires. La referencia en el “Liber Pontificalis” adjudica a este papa un decreto por el cual las Misas debían celebrarse en las tumbas de los mártires ("Hic constituit supra memorias martyrum missas celebrare"). El autor de esta entrada estaba aludiendo evidentemente a la costumbre de celebrar el Sagrado Sacrificio en privado, en los altares cerca o sobre las tumbas de los mártires en las criptas de las catacumbas (missa ad corpus), mientras la celebración solemne de los Sagrados Misterios siempre se realizó en las basílicas construidas sobre las catacumbas. Esta práctica, todavía en uso al final del siglo cuarto (Prudentius, "Peristephanon", XI, vv. 171 sqq), aparentemente data del periodo cuando se construyeron en Roma las grandes basílicas sacramentales, y debe su origen a los servicios solemnes de conmemoración de los mártires, realizados en sus tumbas en el aniversario de su entierro, desde comienzos del siglo III. Probablemente Félix no proclamó tal decreto, pero el compilador del “Liber Pontificalis” se lo atribuyó a él porque él no hizo ningún cambio de las costumbres en uso en su época. De acuerdo con el detalle antes mencionado del “Depositio episcoporum”, Félix fue sepultado en la catacumba de san Calixto el 30 de diciembre. En el Martirologio romano actual su fiesta se celebra el 30 de mayo, la fecha dada en el “Liber Pontificalis” como la de su muerte (III Kal. Jun); probablemente es un error, el cual pudo ocurrir fácilmente a través de un transcriptor que escribió Jun. Por Jan. Liber Pontificalis, ed. Duchesne, I, introd. cxxv; text, 158, with the notes; De Rossi, Roma sotterranea, II, 98-104; Acta SS., May, VII, 236-37; Langen, Geschichte der römischen Kirche (Bonn, 1881), I, 365-69; Allard, Histoire des persécutions, III, 243 sqq.
Por Frey Jesús
Templarios en el Levante peninsular antes de la conquista de Valencia de 1238 (1) Es de común conocimiento que los principales centros Templarios de la Corona de Aragón llegaron a ser: Monzón, Gardeny, Miravet, Tortosa y Peñíscola. Y como puertos de embarque más importantes: Colliure, Caldes d’Estrac (donde construyeron el más importante hospital termal), Vinaroz y Denia. Sin embargo, nuestro interés, y atrevimiento, será aproximarnos a las primeras noticias de los Templarios en tierras valencianas antes de la conquista de la capital del Turia en abril de 1238. Estas líneas responden a nuestro interés por recoger la memoria de aquellos monjes caballeros en la forma más escueta posible. INCURSIONES ARAGONESAS EN VALENCIA Los moros de Valencia se hallaban debilitados en número, al decir del historiador Vicente Boix (1845) en su Historia de la ciudad y reino de Valencia. Motivo por el cual no podían resistir la previsible invasión del Cid, don Rodrigo Díaz de Vivar, o la de los seguidores almorávides de Jusuf Ben Taxufin, en la segunda mitad del s. XII. Tras una lucha fratricida entre árabes y berberiscos, entró a gobernar Valencia Azmed Ben Djahhad, después de quitarse del medio a su predecesor en Valencia. Suceso aprovechado por parte del Cid, aliado del walí de Zaragoza Azmet Abu Giafar, quien se preparó en Morella para asediar Valencia. Intervino en esta acción un tercer personaje: el rey Sancho Ramírez de Aragón (10631094), hijo del primer rey de Aragón Ramiro I (10351063). El aragonés, queriendo vengar la muerte de su padre en el asedio de Graus (1063) de cuya muerte culpabilizaba a Don Rodrigo Díaz, el Cid, atacó Morella defendida por este caballero castellano y las hordas del Campeador. El Cid salió de la ciudad de Morella para enfrentarse al rey aragonés. Parece que rondaban los mediados de agosto de 1088. El Cid sufrió tal derrota que, los aragoneses, alentados por esta victoria, entraron y saquearon Morella. Este suceso no impidió que ambos cristianos se aliaran por la conquista de Valencia, que resistió tenazmente hasta 1095, fecha en la que el Cid entraba victorioso en la ciudad.
VALENCIA DEL CID Los cristianos mozárabes de Valencia sintieron el consuelo del Cid y el arzobispo de Narbona, Gerónimo, que había de ser obispo de Valencia. En la capital del Turia fue bendecida hacia 1098 la iglesia de Santa María. Pero duró poco tiempo ese mozarabismo. La comunidad cristiana de Valencia tuvo que emigrar a Toledo ante la intransigencia de los nuevos moros llegados de África: los almorávides. En Toledo dejaba sus restos mortales el diocesano valenciano. El Cid solicita la ayuda del rey aragonés, Pedro I (1094-1104), que se hallaba en el asedio de Huesca. En respuesta favorable del monarca aragonés abandonaba el asedio de la antigua Osca, que deseba convertir en nueva capital de su reino. Frente a ella, quedaron tres de sus mejores capitanes: Ferriz de Lizana, Pedro de Bergua y Rodrigo de Biel. Este último sería llamado desde esas fechas Cornel, portando en su divisa de caballero cinco cornejas. Unidas las fuerzas del Cid y del rey de Aragón, derrotaron a los almorávides, sin que se pudiera evitar la muerte del Campeador. Las honras fúnebres de don Rodrigo Díaz se celebraron en la iglesia de Nuestra Señora de las Virtudes o de San Esteban de Valencia. VALENCIA ALMORÁVID Valencia había de volver al dominio del almorávide Yusuf y de su hijo Alí, su sucesor, en un largo periodo de cien años. En este tiempo la ciudad fue remodelada y embellecida notablemente. El nuevo rey de Aragón, Alfonso I el Batallador (1104-1134), llegó a sus muros sometiendo al pago de parias a su walí. Al año siguiente, 1118, conquistaba Zaragoza. Estos notables sucesos históricos fueron coincidentes con la aparición de una nueva fuerza africana al mando de Azmet ben Abdalá, que se llamó a si mismo profeta de los unitarios o almohades. El citado rey aragonés, conocido como El Batallador, se desplazó por tierras de Valencia, Murcia y Granada sin tomar posesión de nuevas tierras, pero llevándose consigo un importante número de mozárabes granadinos que habían de repoblar parte de las tierras reconquistadas en Aragón. En esa expedición, y aunque son escasas las noticias, parece que le acompañaban caballeros franceses, entre ellos algunos Templarios llegados de Jerusalén. La repentina muerte del Batallador en el asedio de Fraga (de 1134) produjo un periodo de anarquía. Momento que fue aprovechado por los almohades para pasar definitivamente a nuestra península. Los Templarios reciben del rey aragonés el encargo de reinar en Aragón, concesión que pronto se vio inviable. Sin embargo, el testamento a su favor les había de reportar numerosas y valiosas donaciones por el acuerdo de Girona de 1143 con el conde-príncipe Ramón Berenguer IV. Hacia 1154, otro conde catalán, Armengol V de Urgell, recorrió tierras de Valencia, con un propósito incierto. Por un lado, para proyectar la conquista de Valencia; por otro, para rescatar cristianos y conducirlos a sus nuevos dominios. Fuere cual fuere el caso, el conde catalán halló la muerte en una refriega con las fuerzas valencianas que salieron a sus encuentro. LAS PRIMERAS DONACIONES A LOS TEMPLARIOS AL NORTE DE VALENCIA Las primeras donaciones a los Templarios, antes de la conquista de Valencia, corresponden a las localidades de Oropesa y Chivert, concedidas a título de pre conquista en 1169 por el rey Alfonso II de la casa Aragón (1164-1196), hijo del conde-príncipe catalán.
CASTILLO DE XIVERT Los avances cristianos en tierras de Levante forzaron a firmar el tratado de Cazola, en Soria (1179), señalando la zona de expansión castellana y aragonesa. (ACA, perg. Alfonso II, nº 268). Por dicho tratado quedaba el futuro reino de Valencia, con Játiva y Denia, hasta Biar, para los monarcas de la casa de Aragón. Ese mismo año, llegó a Valencia el citado rey Alfonso II de la casa de Aragón, ofreciendo a los Templarios dos vasallos moros: Galib y Hayyal. (AHN, Cartoral Magno de la Orden de San Juan de Jerusalén, nº 194). Las fronteras entre Valencia y Aragón quedaron establecidas para 1180. Discurrían por la línea de Ulldecona, Beceit, Peñarroya, Monroyo, Aguaviva, Camarena, Castellote, Las Cuevas, Villarluengo, Cantavieja y Valdejunquera. Al año siguiente, 1181, los Templarios reciben el castillo de Mont-tornés, en Benicàssim. Pocos años después el castillo y villa de Polpis (1190), en el maestrazgo de Castellón. Hacia 1196, finales del reinado de Alfonso II de la casa Aragón, caían en manos cristianas los lugares de: Olocau, Vallibona, La Cènia, Castell de Cabres y Benifazà. El sucesor e hijo de citado rey, con el nombre de Pedro II de la casa Aragón (1178-1213), Pedro I para Cataluña, concedió a los Templarios diversos lugares como: Ruzafa en los extramuros de Valencia en 1211, y los lugares de Cantavella y término de Culla, siendo Maestre de la Corona de Aragón Fr. Guillermo Cadell. VALENCIA ALMOHADE En 1212 se produjo el decisivo triunfo cristiano de las Navas de Tolosa. Pedro II de Aragón y su homónimo de Castilla Alfonso XI (1311-1350), acompañados de numerosa hueste de caballeros, entre ellos Guillem Ramón de Montcada que había de casar con una hija natural del monarca aragonés, hermana, por lo tanto, de Jaime I el Conquistador. En esa histórica campaña se hallaron presentes numerosos Caballeros Templarios. Comandaba estos caballeros de cruz roja el Maestre Fr. Gómez Ramírez, que poco después murió gloriosamente. Pedro II de Aragón aprovechó para aproximarse a la costa levantina y conquistas Ademuz y Castellfabib arrebatándoselas a Abdalá de Valencia. Lugares que serían cedidos también a los inagotables Caballeros Templarios. Por desavenencias con el monarca aragonés, se hallaban en la capital del Turia dos personajes desterrados de la corte aragonesa: Artal de Alagón y Blasco de Alagón. Ambos aragoneses fueron testigos de la belleza de la ciudad y de las persecuciones de mozárabes por el dicho Abdalá; el qual, después de ser acusado de connivencia con el rey aragonés, fue suplantado por Abu-Zeyán de Denia.
Abdalá huyó a refugiarse en Zaragoza donde estaba el joven Jaime I de Aragón (1213-1276). En la capital del Ebro pactó Abdalá la futura recuperación de Valencia, convirtiéndose más tarde al cristianismo con el nombre de Vicente. Hecho relevante en la historia es el que Jaime I había sido educado por los Templarios en Monzón. Su tutor, fr. Guillem de Monredó llegó a la ciudad del Cinca Medio desde el castillo Templario de Gardeny. En Monzón, y junto al joven monarca, bendecido por el arzobispo de Tarragona, convivió largo tiempo con él su primo el conde de la Provenza, territorio entonces de la Corona de Aragón y cuna de la organización Templaria primigenia en la Corona de Aragón. Durante ese periodo de formación del monarca, Aragón se dividió en facciones y banderías fomentadas por D. Pedro de Ahonés y su hermano el arzobispo de Zaragoza, entre otros; este último nombrado regente que llegó a sacar sus armas contra el joven rey Jaime. Fueron muchos los caballeros rebeldes que se oponían a Jaime I: Guillem de Montcada señor del Bearn, Pedro Cornel, Sancho Martín de Luna... Pero decidido el monarca a canalizar tanta energía negativa, emprendió la campaña de la conquista de Peñíscola (1225), ciudad que se sometió a cambio del pago del quinto de sus rentas. El esfuerzo colectivo en ayudas y hombres fue solicitado por Jaime I para emprender la conquista de Mallorca.
Joaquín Salleras Clarió
Juana I de Castilla, conocida como Juana la Loca (Toledo, 6 de noviembre de 1479 – Tordesillas, 12 de abril de 1555), fue reina de Castilla de 1504 a 1555, y de Aragón y de Navarra, desde 1516 hasta 1555, si bien desde 1506 no ejerció ningún poder efectivo y a partir de 1509 vivió encerrada en Tordesillas, primero por orden de su padre Fernando el Católico y después por orden de su hijo el rey Carlos I. Por nacimiento, fue infanta de Castilla y Aragón. Desde joven mostró signos de indiferencia religiosa que su madre trató de mantener en secreto. En 1496 contrajo matrimonio con Felipe el Hermoso, archiduque de Austria, duque de Borgoña y Brabante y conde de Flandes. Tuvo con él seis hijos. Por muerte de sus hermanos Juan e Isabel y de su sobrino Miguel de la Paz, se convirtió en heredera de las coronas de Castilla y de Aragón. A la muerte de su madre, Isabel la Católica, en 1504 fue proclamada reina de Castilla junto a su esposo; y a la de su padre, Fernando el Católico, en 1516 pasó a ser nominalmente reina de Navarra y soberana de la corona de Aragón. Por lo tanto, el 25 de enero de 1516, se convirtió teóricamente en la primera reina de las coronas que conformaron la actual España; sin embargo, desde 1506 su poder sólo fue nominal, siendo su hijo Carlos el rey efectivo de Castilla y de Aragón. El levantamiento comunero de 1520 la sacó de su cárcel y le pidió encabezar la revuelta pero ella se negó y cuando su hijo Carlos derrotó a los comuneros volvió a encerrarla, pidiendo incluso que la torturasen si se negaba a cumplir los sacramentos católicos. Fue apodada "la Loca" por una supuesta enfermedad mental ocasionada por los celos hacia su marido y el dolor que sintió tras su muerte, que fue el argumento utilizado por su padre y por su hijo para mantenerla encerrada en Tordesillas de por vida. Su figura fue popularizada en el Romanticismo tanto en pintura como en literatura. La reina Juana fue la tercera de los hijos de Fernando II de Aragón y de Isabel I de Castilla. El 6 de noviembre de 1479 nació en Toledo y fue bautizada con el nombre del santo patrón de su familia, al igual que su hermano mayor, Juan. Desde pequeña, recibió la educación propia de una infanta e improbable heredera al trono, basada en la obediencia más que en el gobierno, a diferencia de la exposición pública y las enseñanzas del gobierno requeridos en la instrucción de un príncipe heredero. En el estricto e itinerante ambiente de la corte castellano-aragonesa de su época, Juana estudió comportamiento religioso, urbanidad, buenas maneras propias de la corte, sin desestimar artes como la danza y la música, el entrenamiento como amazona y el conocimiento de lenguas romances propias de la península Ibérica, además del francés y dellatín. Entre sus principales preceptores se encontraban el sacerdote dominico Andrés de Miranda, Beatriz Galindo y la reina su madre, que trató de moldearla a su «hechura devocional». El manejo de la casa de la infanta y, por ende, de su ambiente inmediato estaba totalmente dominado por sus padres. La casa incluía personal religioso, oficiales administrativos, personal encargado de la alimentación y criadas y esclavas, todos seleccionados por sus padres sin intervención de ella misma.
A diferencia de Juana, su hermano Juan, Príncipe de Asturias y de Gerona, comenzó a hacerse cargo de su casa y de posesiones territoriales como entrenamiento en el dominio de sus futuros reinos. Ya en 1495 Juana daba muestras de escepticismo religioso y poca devoción por el culto y los ritos cristianos. Este hecho alarmaba a su madre, que ordenó que se mantuviese en secreto. Como era costumbre en la Europa de esos siglos, Isabel y Fernando negociaron los matrimonios de todos sus hijos con el fin de asegurar objetivos diplomáticos y estratégicos. A fin de reforzar los lazos con el Sacro Emperador Romano Germánico, Maximiliano I de Habsburgo, contra los monarcas franceses de la dinastía Valois, ofrecieron a Juana en matrimonio a su hijo, Felipe, archiduque de Austria. A cambio de este enlace, los Reyes Católicos pedían la mano de la hija de Maximiliano, Margarita de Austria, como esposa para el príncipe Juan. Con anterioridad, Juana había sido considerada para el delfín Carlos, heredero del trono francés, y en 1489 pedida en matrimonio por el rey Jacobo IV de Escocia, de la dinastía Estuardo. En agosto de 1496, la futura archiduquesa partió de Laredo (actual Cantabria) en una de las carracas genovesas al mando del capitán Juan Pérez. La flota también incluía, para demostrar el esplendor de la corona castellano-aragonesa a las tierras del norte y su poderío al hostil rey francés, otros 19 buques, desde naos a carabelas, con una tripulación de 3.500 hombres, al mando del almirante D. Fadrique, y pilotada por Sancho de Bazán. Se le unieron asimismo unos 60 navíos mercantes que transportaban la lana exportada cada año desde Castilla. Era la mayor flota en misión de paz montada hasta entonces en Castilla. Juana fue despedida por su madre y hermanos, e inició su rumbo hacia Flandes, hogar de su futuro esposo. La travesía tuvo algunos contratiempos que, en primer lugar, la obligaron a tomar refugio en Portland, Inglaterra, el 31 de agosto. Cuando finalmente la flota pudo acercarse a Middelburg, Zelanda, una carraca genovesa que transportaba a 700 hombres, las vestimentas de Juana y muchos de sus efectos personales, encalló en un banco de piedras y arena y tuvo que ser abandonada. Juana, por fin en las tierras del norte, no fue recibida por su prometido. Ello se debía a la oposición de los consejeros francófilos de Felipe a las alianzas de matrimonio pactadas por su padre el Emperador. Aún en 1496, los consejeros albergaban la posibilidad de convencer a Maximiliano de la inconveniencia de una alianza con los Reyes Católicos y las virtudes de una alianza con Francia. La boda se celebró por fin el 20 de octubre de 1496. El ambiente de la corte con el que se encontró Juana era radicalmente opuesto al que ella vivió en su España natal. Por un lado, la sobria, religiosa y familiar corte de Fernando e Isabel contrastaba con la desinhibida y muy individualista corte borgoñona-flamenca, muy festiva y opulenta gracias al comercio de tejidos que sus mercados dominaban desde hacía un siglo y medio. En efecto, a la muerte de María de Borgoña, la casa de Felipe, de cuatro años, había sido rápidamente dominada por los grandes nobles borgoñones, principalmente a través de consejeros adeptos y fieles a sus intereses. Aunque los futuros esposos no se conocían, se enamoraron locamente al verse. No obstante, Felipe pronto perdió el interés en la relación, lo cual hizo nacer en Juana unos celos patológicos. Al poco tiempo llegaron los hijos, que agudizaron los celos de Juana. El 24 de noviembre de 1498, en la ciudad de Lovaina (cerca de Bruselas) nació su primogénita, Leonor, llamada así en honor de la abuela paterna de Felipe, Leonor de Portugal. Juana vigilaba a su esposo todo el tiempo y, pese al avanzado estado de gestación de su segundo embarazo, del que nacería Carlos (llamado así en honor al abuelo materno de Felipe, Carlos el Temerario), el 24 de febrero de 1500, asistió a una fiesta en el palacio de Gante.
Aquel mismo día tuvo a su hijo, según se dice, en los lavabos del palacio. Al año siguiente, el 18 de julio de 1501, en Bruselas, nació la tercera hija del matrimonio, llamada Isabel en honor de la madre de Juana. Varios sacerdotes enviados a Flandes por los Reyes Católicos informaron en este tiempo de que Juana seguía resistiéndose a confesarse y a asistir a misa. Muertos sus hermanos Juan (1497) e Isabel (1498), así como el hijo de ésta, el infante portugués Miguel (1500), Juana se convirtió en heredera de Castilla y Aragón. En noviembre de 1501 Felipe y Juana emprendieron camino por tierra desde Bruselas, tardando seis meses en llegar a Toledo. Prestaron juramento como herederos ante las cortes castellanas en la catedral de Toledo el 22 de mayo de 1502. En 1503 su marido, Felipe, regresó a Flandes a resolver unos asuntos, mientras que Juana quedó en España a petición de sus padres para que conociera a sus futuros súbditos y porque estaba en plena gestación. Ello la sumió en una gran tristeza. El 10 de marzo de 1503, en la ciudad de Alcalá de Henares, dio a luz un hijo, al que se llamó Fernando en honor a su abuelo materno, Fernando el Católico. En Bruselas estaban sus tres hijos mayores. Tras el parto Juana volvió a pedir ir a Flandes pero su madre le dio largas y además la guerra con Francia convertía el camino por tierra en inviable. Como Juana insistía su madre ordenó al obispo Fonseca que la mantuviese recluida en el castillo de la Mota. Madre e hija terminaron chocando y al final Isabel tuvo que resignarse y darle permiso para que Juana regresase a Flandes, lo cual al final consiguió en junio de 1504. La reina Isabel murió el 26 de noviembre de 1504, planteándose el problema de la sucesión en Castilla. Según el historiador Gustav Bergenroth, su madre desheredó a Juana en su testamento porque no iba a misa ni quería confesarse. Sin embargo su padre Fernando la proclamó reina de Castilla y siguió él mismo gobernando el reino. Pero el marido de Juana, el archiduque Felipe no estaba por la labor de renunciar al poder y en la concordia de Salamanca (1505) se acordó el gobierno conjunto de Felipe, Fernando el Católico y la propia Juana. Entre tanto Felipe y Juana permanecieron en la corte de Bruselas, donde el 15 de septiembre de 1505 ella dio a luz a su quinto hijo, una niña llamada María. Mientras tanto se preparó una gran flota para transportar a la nueva familia real castellana a su reino. A finales de 1505 Felipe estaba impaciente por ir a Castilla y por ello ordenó que zarpase la flota cuanto antes, a pesar del riesgo que suponía navegar en invierno. Partieron el 10 de enero de 1506, con 40 barcos. En el canal de la Mancha una fuerte tormenta hundió varios navíos y dispersó al resto. Se temió por la vida de los reyes, que al final recalaron en Portland. La armada tuvo que permanecer durante tres meses en Inglaterra. En Londres Juana pudo visitar durante un día a su hermana Catalina, a la que no veía desde hacía 10 años. Zarparon de nuevo en abril de 1506 y en vez de dirigirse a Laredo, donde se les esperaba, pusieron rumbo a La Coruña, probablemente para ganar tiempo y poder reunirse con nobles castellanos antes de presentarse ante Fernando. Felipe consiguió el apoyo de la mayoría de la nobleza castellana, por lo que Fernando tuvo que firmar la concordia de Villafáfila (27 de junio de 1506) y retirarse a Aragón con una serie de compensaciones económicas. Felipe fue proclamado rey de Castilla en las Cortes de Valladolid con el nombre de Felipe I.
El 25 de septiembre de ese año muere Felipe I el Hermoso, según algunos envenenado, y entonces circulan rumores sobre una supuesta locura de Juana. En ese momento Juana decide trasladar el cuerpo de su esposo desde Burgos, donde había muerto y en el que ya había recibido sepultura, hasta Granada, tal como él mismo había dispuesto viéndose morir (excepto su corazón, que deseaba que se mandase a Bruselas, como así se hizo), viajando siempre de noche. Pero su padre se mostró reacio a permitir que su yerno estuviera enterrado en Granada antes que él mismo, y los desplazamientos se limitaron en un espacio reducido en Castilla. La reina Juana no se separaría ni un momento del féretro y este traslado se prolongará durante ocho fríos meses por tierras castellanas. Acompañaron al féretro gran número de personas entre las que se contaban religiosos, nobles, damas de compañía, soldados y sirvientes diversos. Ello hizo que las murmuraciones sobre la locura de la reina aumentasen cada día entre los habitantes de los pueblos que atravesaban. Después de unos meses, los nobles «obligados» por su posición a seguir a la reina se quejaron de estar perdiendo el tiempo en esa «locura» en lugar de ocuparse como deberían de sus tierras. En la ciudad de Torquemada (Palencia), el 14 de enero de 1507, Juana daba a luz a su sexto hijo y póstumo de su marido, una niña bautizada con el nombre de Catalina. En cuanto al gobierno del reino, el 24 de septiembre, un día antes de la muerte de Felipe I, los nobles acordaron formar un Consejo de Regencia interina para gobernar provisionalmente el reino presidido por Cisneros y formado por el Almirante de Castilla, el Condestable de Castilla, Pedro Manrique de Lara y Sandoval duque de Nájera, Diego Hurtado de Mendoza y Luna, duque del Infantado, Andrés del Burgo, embajador del Emperador, y Filiberto de Vere, mayordomo mayor del rey Felipe. La nobleza y las ciudades contendieron acerca de quién debía desempeñar la Regencia, pues por un lado estaban lo que querían al emperador Maximiliano durante la minoría del príncipe Carlos, como los Manrique, Pacheco y Pimentel; y por otro lado, los que querían la regencia Fernando el Católico tal y como quedó establecida en el testamento de Isabel la Católica y las cortes de Toro de 1505, como los Velasco, Enríquez, Mendoza y Álvaro de Toledo. Sin embargo, la reina Juana trató de gobernar por sí misma, revocó e invalidó las mercedes otorgadas por su marido, para lo cual intentó restaurar el Consejo Real de la época de su madre. Sin consultar a Juana, Cisneros acudió a Fernando el Católico para que regresara a Castilla. Pero a pesar de los intentos de Cisneros, nobles y prelados, la reina no reclamó a su padre para gobernar y de hecho llegó a prohibir la entrada del arzobispo a palacio. Para dar legalidad al nombramiento de regente a Fernando el Católico, el Consejo Real y Cisneros buscaron encauzar el vacío de poder con la convocatoria de Cortes, pero la reina se negó a convocarlas, y los procuradores abandonaron Burgos sin haberse constituido como tales. Tras regresar de tomar posesión del Reino de Nápoles, Fernando el Católico se entrevistó con su hija el 28 de agosto de 1507, y volvió a asumir el gobierno de Castilla. En febrero de 1509 Fernando ordenó encerrar a Juana en Tordesillas para evitar que se formase un partido nobiliario en torno de su hija, encierro que mantendría su hijo Carlos I más adelante. El encierro de Juana también estuvo motivado para impedir las apetencias del rey de Inglaterra y el emperador sobre el gobierno de Castilla. El rey Enrique VII de Inglaterra manifestó su interés en casarse con Juana, y Fernando tuvo que salvar diplomáticamente el asunto presentando a su nieto Carlos, príncipe de Asturias, como su hijo y sucesor, y planteando el matrimonio del príncipe con María Tudor hija del rey inglés; Enrique VII murió en 1509 y su sucesor Enrique VIII casó con la hija de Fernando, Catalina de Aragón, zanjando la oposición inglesa a la regencia de Fernando.
Solo quedaba la oposición del emperador Maximiliano I, que amenazó con traer a su nieto el príncipe de Asturias a Castilla y gobernar en su nombre, al temer que el segundo matrimonio de Fernando podría engendrar un hijo varón que podría poner en peligro la sucesión de su nieto el príncipe Carlos. Fernando aprovechó la debilidad del emperador en Italia frente a Venecia para asegurarse un acuerdo favorable en Blois en diciembre de 1509, que respetaba la voluntad de Isabel la Católica a cambio de unas no excesivas compensaciones económicas, por lo que el emperador renunciaba a sus pretensiones de regencia en Castilla, y en las Cortes de 1510 ratificaron a Fernando como regente. En 1515 Fernando incorporó a la Corona de Castilla el Reino de Navarra, que había conquistado tres años antes. En 1516 murió el rey y, por su testamento, Juana se convirtió en reina nominal también de Aragón. Sin embargo, varias instituciones de la Corona aragonesa no la reconocieron como tal en virtud de la complejidad institucional de los fueros. Ejercieron la regencia de Aragón el arzobispo de Zaragoza, Alonso de Aragón, hijo natural de Fernando el Católico, y la de Castilla el Cardenal Cisneros hasta la llegada del príncipe Carlos desde Flandes. Carlos se benefició de la coyuntura de la incapacidad de Juana para proclamarse rey, de forma que se apropió de los títulos reales que le correspondían a su madre. Así, oficialmente, ambos, Juana y Carlos, correinaron en Castilla y Aragón. De hecho, Juana nunca fue declarada incapaz por las Cortes de Castilla ni se le retiró el título de reina. Mientras vivió, en los documentos oficiales debía figurar en primer lugar el nombre de la reina Juana. Pero en la práctica Juana no tuvo ningún poder real porque Carlos mantuvo a su madre encerrada. De hecho ordenó que la obligasen a escuchar misa y confesarse empleando tortura si fuere necesario. Desde que su padre la recluyera en 1509, la reina Juana permaneció en una casonapalacio-cárcel de Tordesillas hasta que murió, el 12 de abril de 1555, después de 46 años de reclusión forzosa y siempre vestida de negro, con la única compañía de su última hija, Catalina, hasta que esta salió en 1525 para casarse con Juan III de Portugal. Juana y su hija fueron ninguneadas y maltratadas física y psicológicamente por sus carceleros. Especialmente duros fueron los largos años de servicio de los marqueses de Denia, Bernardo de Sandoval y Rojas y su esposa. El marqués cumplió su función con gran celo, como parecía jactarse en una carta dirigida al emperador en la que aseguraba que, aunque doña Juana se lamentaba constantemente diciendo que la tenía encerrada «como presa» y que quería ver a los grandes, «porque se quiere quejar de cómo la tienen», el rey debía estar tranquilo, porque él controlaba la situación y sabía dar largas a esas peticiones. El confinamiento de doña Juana, por su presunta incapacidad mental, era esencial para la legitimidad en el trono castellano primero de su padre Fernando y después de su hijo Carlos I. Si se empezaba a rumorear que la reina estaba cuerda, los adversarios del nuevo rey podrían derrocarlo por usurpador. De ahí que la figura de doña Juana se convirtiera en una pieza clave para legitimar el movimiento de las Comunidades. Los reyes Fernando y Carlos trataron de borrar cualquier vestigio documental del encierro de la reina Juana. No hay rastro de la correspondencia intercambiada entre Fernando y Luis Ferrer, y Carlos V parece haber tenido el mismo cuidado. Incluso Felipe II ordenó quemar ciertos papeles relativos a su abuela. La vida de doña Juana se deterioró progresivamente, como testimoniaron los pocos que consiguieron visitarla. Sobre todo cuando su hija menor, que procuró protegerla frente al despótico trato del marqués de Denia, tuvo que abandonarla para contraer matrimonio con el rey de Portugal. Desde ese momento los episodios depresivos se sucedieron cada vez con más intensidad.
En los últimos años, a la presunta enfermedad mental se unía la física, completamente cierta. Tenía grandes dificultades en las piernas, las cuales finalmente se le paralizaron. Entonces volvió a ser objeto de discusión su indiferencia religiosa, sugiriendo algunos religiosos que podía estar endemoniada. Por ello, su nieto Felipe pidió a un jesuita, el futuro san Francisco de Borja, que la visitara y averiguara qué había de cierto en todo ello. Después de hablar con ella, el jesuita aseguró que las acusaciones carecían de fundamento y que, dado su estado mental, quizá la reina no había sido tratada adecuadamente. Sin embargo en su lecho de muerte se negó a confesarse al serle administrada la extremaunción. La versión oficial en el siglo XVI fue que la reina Juana había sido retirada del trono por su incapacidad debida a una enfermedad mental. Se ha escrito que pudo padecer de melancolía, trastorno depresivo severo, psicosis, o esquizofrenia heredada. Hay debate sobre el diagnóstico de su enfermedad mental, considerando que sus síntomas se agravaron por un confinamiento forzoso y el sometimiento a otras personas. También se ha especulado que pudo heredar alguna enfermedad mental de la familia de su madre ya que su abuela materna Isabel de Portugal, reina de Castilla padeció por lo mismo durante su viudez después de que su hijastro la exiliara al Castillo de Arévalo, en Ávila. Gustav Bergenroth fue el primero, en los años 1860, que halló documentos en Simancas y en otros archivos que mostraban que la hasta entonces llamada Juana la Loca en realidad había sido víctima de una confabulación tramada por su padre, Fernando, y luego confirmada por su hijo Carlos.
Por F.L.P.
(Extracto del libro la Inteligencia Holística de Fredy Wompner) Existen personas que se han distinguido por reconocer las señales de su tiempo, conocen e interpretan adecuadamente el verdadero significado de su existencia y su rol en la sociedad, son verdaderos guías, iluminados de su época, su inteligencia parece estar por sobre todo tipo de funcionalidad o área del intelecto, poseen una inteligencia que escudriña lo trascendente, lo infinito, atemporal, aquello que reconoce la conciencia, aquello que tiene que ver con la esencia más íntima del ser humano. A este tipo de inteligencia, es al que hemos denominado “inteligencia holística” y caracteriza a los grandes iluminados de la humanidad, evidencia de ello es la inmortalidad de sus pensamientos, discursos o frases célebres. Conviene, por tanto, preguntarse si la inteligencia holística se puede cultivar o no, y mi hipótesis es que sí. En el antiguo Egipto la dinastía de los faraones preparaba a sus miembros a través de un proceso educativo que contemplaba dos etapas, la primera que correspondía a los siete años del ojo derecho de Horus y la segunda, a los siete años del ojo izquierdo de Horus. Los primeros siete años contemplaban el conocimiento de las leyes y principios que rigen el funcionamiento de este mundo a través de las matemáticas, geometría, física, química, etc. Los segundos siete años contemplaban el conocimiento de aquello que está más allá de los sentidos a través del esoterismo, la filosofía, la religión, el arte, etc… Este mismo planteamiento de educar para lo racional o sensorial y lo imaginativo (irracional) o extrasensorial al mismo tiempo es el planteamiento de una educación de carácter holístico, método necesario para estimular el desarrollo de la inteligencia holística. Planteamiento que se hace presente en un momento de profundos cambios en todos los niveles del quehacer humano, donde el avance de la ciencia y la tecnología están provocando un profundo impacto en vida misma de las personas, revolucionando no solo su forma de vivir, sino la forma de entender su entorno y su propia existencia. Es por esto, que se puede pensar en estimular el desarrollo de la inteligencia holística, a través ejercicios o practicas basadas en una visión sistémica de las cosas y que enfatizan en el propio ser humano, con sus distintos facetas y capaz de explorar todo su potencial, entendiéndolo como una convergencia de aspectos físicos, emocionales, mentales, sociales, morales, y espirituales, como sujeto transformador de la sociedad y gestor de su propia realidad y que como modelo de desarrollo personal pueda constituir una respuesta a la problemática planteada. (Continuara)
Sta. María de Ripoll - Gerona
El monasterio de Santa María de Ripoll es un monasterio benedictino situado en la localidad catalana de Ripoll (España). Fue fundado hacia el año 880 por el conde Wifredo el Velloso, seguramente sobre otro de la época visigótica (589) destruido por los árabes. Se convirtió en lugar de enterramiento de los condes de Barcelona y de Besalú. El monasterio consiguió ser un centro de scriptorium y cultural muy importante de la Edad Media en Cataluña, con una proyección a la altura de otras abadías europeas de este periodo como las de Saint Denis de Fleury o Montecasino. Fue declarado Bien Cultural de Interés Nacional el año 1931. En el siglo XII se realizó un nuevo pórtico en forma de arco de triunfo que es tenido como una gran obra de la escultura románica monumental en Cataluña, están representadas en él varias esculturas, entre las que destacan la imagen central con la Maiestas Domini, el apostolado y escenas del Antiguo Testamento. La repoblación y recuperación de territorios así como una nueva organización social influyó con notabilidad en la construcción religiosa de los siglos VIII hasta el X. El cambio litúrgico que sustituyó el visigótico en el arzobispado de Narbona a mediados del siglo IX, también afectó a las instituciones religiosas catalanas, donde los principales agentes difusores de esta nueva liturgia fueron los monasterios de la regla de san Benito. Fue el conde Wifredo quien reconquistó y repobló el valle de Ripoll y la plana de Vic (878-881) una extensa «tierra de nadie» situada entre los dominios carolingios y los musulmanes que posteriormente se convertiría en el condado de Osona, y fundó el monasterio entre los años 879-8806 dejando a su hijo Radulfo a cargo del monasterio, para que fuera criado y educado según las normas monásticas. Radulfo fue años más tarde abad de Ripoll y obispo de Seo de Urgel. Poco después, Wifredo hizo algo parecido con su hija Emma para la que fundó el monasterio de San Juan de las Abadesas, cercano al de Ripoll, dotándolos no solo de tierras sino también de derechos públicos y privilegios jurídicos. Así, Ripoll recibió los beneficios de los servicios reales para los habitantes de Estiula y Ordina, de las pescas del Ter y del Freser, y un tercio del teloneo del mercado. Además, el monasterio fue declarado exento de la jurisdicción de los tribunales condales en materia de homicidios, raptos y otros delitos, y a los monjes les fue reconocido el derecho de escoger libremente su abad según la regla de san Benito. La primera consagración de la iglesia del monasterio tuvo lugar el 20 de abril de 888 y se dedicó a la advocación de Santa María. En el documento consta que fue fundada y edificada: «Por voluntad del conde Wifredo y su esposa Guinedilda». En este mismo acto la iglesia fue dada al abad Daguí y a los monjes de la regla benedictina.
La importancia del monasterio creció en las tierras consolidadas después de la reconquista por lo que en pocos años el templo se quedó pequeño. Bajo la dirección del abad Énnec, el conde Miró derribó el templo e hizo construir una nueva iglesia más esbelta y capaz que se consagró al culto en el año 935. En el año 977 se produjo una nueva consagración del templo una vez que se culminaron nuevas modificaciones que decidió el abad Arnulfo (938-970), que también era obispo de Gerona. La iglesia se amplió a cinco naves divididas por hileras de gruesos pilares en la central y por pilares alternando con columnas entre las dos menores, rematadas cada una de ellas por sendos ábsides. El ábside central, y mayor, cobijaba el altar dedicado a Santa María y en los menores, los altares de San Salvador, la Santa Cruz, San Miguel Arcángel y San Poncio. También en la época del abad Arnulfo se edificó un claustro y se cerró el conjunto con una muralla de clausura y defensa. Se construyó el molino para los usos de la casa y condujo el agua por medio de una acequia que transformó los huertos interiores en regadío. El abad Oliba (1008-1046) dio el impulso definitivo al monasterio. Alargó la nave de la iglesia por su lado occidental construyendo un cuerpo de edificio y dos campanarios. En la fachada occidental se derribaron los ábsides y se construyó un transepto, muy elevado por encima del plano de las naves, que se coronó con siete ábsides. En los ábsides menores se dedicaron altares a la Santa Cruz, San Salvador, San Poncio, San Rafael, San Nicolás y San Jorge. El altar de la Virgen María se modificó con un entablamiento de jaspe recubierto en su parte delantera con un frontal de oro decorado con piedras preciosas y esmaltes y dos laterales de plata. Estaba protegido por un baldaquino cuyas columnas y cubiertas estaban decoradas con planchas de plata cinceladas. El templo fue de nuevo consagrado el 15 de enero de 1032. Santa María de Ripoll fue un importante centro cultural, en parte gracias a su colección de escritos. A mediados del siglo X el monasterio contaba con 66 manuscritos. En el 1008 ya eran 121, que se convirtieron en 246 a la muerte del abad Oliba en el 1046. La mayoría de estos manuscritos se copiaban y reproducían en el propio monasterio, en el scriptorium. El ejemplar más valioso de la colección es el conocido como la Biblia de Ripoll, con numerosas ilustraciones y una serie de textos introductorios que la convierten en una especie de enciclopedia del texto sagrado. Aquí se escribió también a finales del siglo XIII la Gesta Comitum Barcinonensium, que está considerada como la primera historia de Cataluña. Oliba fue también el encargado de expandir los dominios de Santa María gracias a la creación de nuevos monasterios como el de Montserrat o el de San Martín del Canigó. A partir del año 1070 el monasterio pasó a depender del de San Víctor en Marsella, dependencia que duró hasta el año 1169. Santa María de Ripoll continuó siendo el principal centro religioso de Cataluña hasta el siglo XV, en el que inicia un lento pero imparable declive que empieza con la pérdida del control sobre el monasterio de Montserrat en el año 1402.
El fuerte terremoto del 2 de febrero de 1428 asoló la comarca del Ripollés. El seísmo, de intensidad IX en láscala de Mercalli, fue uno de los más intensos sufridos en la historia de Cataluña. Destruyó completamente uno de los campanarios del monasterio y dejó el resto del edificio muy afectado. Las partes deterioradas se reconstruyeron siguiendo un estilo gótico. El final de la vida monacal en Santa María de Ripoll llegó con la exclaustración de 1835. Los monjes abandonaron el monasterio, que fue arrasado e incendiado. El edificio poco a poco se fue derrumbando: en 1847 desapareció una parte del claustro; y en 1856 la torre del palacio abacial. Además, el palacio abacial, la alhóndiga y otros edificios monacales quedaron considerados como cantera y sus piedras fueron vendidas a particulares. En 1886, el obispo Morgades, por entonces obispo de Vich, ordenó la reconstrucción del cenobio, tarea que encargó al arquitecto Elies Rogent. La restauración, financiada en gran parte por las aportaciones particulares, finalizó el 10 de julio de 1893 con una nueva consagración de la basílica. La restauración, sin embargo, cambió notablemente el aspecto original del edificio, ya que el arquitecto añadió algunos elementos inexistentes en el original, como un cimborrio o una serie de columnas que sirven de separación de las naves laterales. En 1931 el monasterio de Santa María de Ripoll fue declarado Monumento Histórico-Artístico. El mismo día de la consagración, volvieron a trasladar al monasterio los restos mortales de los Condes de Barcelona y de los Abades que se habían salvado del incendio. Hasta el siglo XIX la iglesia fue adaptándose a las modas del momento con diferentes detalles decorativos, pero sin que hubiera cambios de estructura. La intervención más discutida fue la que realizó el arquitecto Josep Moretó Codina entre 1826 y 1830, en la que, al igual que hizo en la catedral de Vich, intentó reconvertir Santa María de Ripoll en una iglesia neoclásica. Moretó intervino en la estructura de la iglesia y la transformó en una iglesia de tres naves. Cuando el monasterio estaba en manos del Estado como consecuencia de la Desamortización de Mendizábal, a instancias del gobernador, responsable de la conservación de los monumentos, el alcalde de Ripoll redactó en 1846 un informe sobre el estado del edificio, que también preocupaba a un ilustrado grupo de vecinos. El alcalde solicitó a dos arquitectos que elaboraran un informe sobre el estado del edificio y un proyecto para evitar que siguiera su deterioro. Uno lo llevó a cabo, por encargo de la Comisión Provincial de Monumentos de Gerona, el arquitecto Martí Sureda. El otro, por encargo de la Real Academia de Bellas Artes de Barcelona, filial de la de San Fernando de Madrid, el arquitecto Elies Rogent. Los criterios del primero eran, con la perspectiva actual, bastante respetuosos con los restos. Sureda consideraba que no podía rehacer un edificio si se desconocía cómo había sido el original. Los criterios del segundo optaban claramente por la reconstrucción. Las disputas entre la Comisión y la Academia se extendieron a lo largo de casi 20 años. La situación cambió cuando el obispo Morgades logró que el Estado retornara la propiedad de Santa María a la Iglesia para que pudiera ser iglesia parroquial. Morgades llamó a Elies Rogent, quien le presentó su proyecto de 1863. Fue éste, con algunas modificaciones, el que finalmente empezó a construirse entre marzo entre 1886 y 1893. La opción fue clara: reconstruir un símbolo, aunque para ello Rogent acabó prácticamente de destruir los restos arqueológicos que quedaban, por lo que la nueva iglesia es totalmente nueva.
La restauración cambió notablemente el aspecto original del edificio, ya que el arquitecto añadió algunos elementos inexistentes en el original, como un cimborrio o una serie de columnas que sirven de separación de las naves laterales. La iglesia que se conserva en la actualidad es fruto de la reconstrucción en el siglo XIX de Elies Rogent basándose en la obra de los principales abades de Ripoll: el abad Arnulfo (que la ideó) y el abad Oliba (que la construyó). Arnulfo ordenó construir una iglesia de cinco naves con cinco ábsides, acabada con bóvedas de cañón; Oliba amplió a siete los ábsides. La iglesia tiene unas dimensiones de 60 metros de largo por 40 metros de ancho. Oliba fue el encargado de añadir a la iglesia un transepto y siete ábsides; ordenó también abrir la cripta y enmarcó la entrada con un pórtico decorado con dos campanarios a cada uno de los lados. Las obras de ampliación del abad Oliba terminaron en el 1032. La reconstrucción realizada en 1830 redujo las naves de la iglesia de cinco a tres. En el transepto de la basílica están enterrados los restos mortales de los condes de Besalú y algunos de los condes de Barcelona, desde Wifredo el Velloso hasta Ramón Berenguer IV. El Claustro consta de dos pisos. La construcción del primer piso se inició alrededor del 1180, aunque no se terminó hasta principios del siglo XV. El piso superior se edificó entre los siglos XV y XVI. Está formado, en cada lado, por trece arcos semicirculares con capiteles inspirados en el estilo corintio. Cada uno de los capiteles tiene un dibujo original con temas que van desde la mitología clásica a los temas cotidianos. Los capiteles fueron hechos por los escultores Pere Gregori y Jordi de Déu. La portada. Tiene aproximadamente un metro de grosor, está compuesta por una serie de bloques de piedra adosados a la pared de la iglesia. Quedó muy deteriorada con los incendios ocurridos tras la exclaustración y las obras de restauración de este siglo. Sin embargo, es una pieza magnífica, cumbre de la escultura románica catalana. A pesar de la complejidad del conjunto de imágenes que lo componen, la representación de las mismas es de una notable sencillez. La parte frontal de este pórtico está cubierta por un relieve realizado a mediados del siglo XIII (se corresponde estilísticamente con el sarcófago de Ramón Berenguer III y un ala del claustro, así que necesariamente ha de ser posterior a la muerte de este conde). Está dividido en siete franjas horizontales. En las dos superiores se presenta a Dios en el trono (pantocrátor) y a su alrededor se pueden ver los símbolos de los cuatro evangelistas (Tetramorfos); las franjas se completan con los bienaventurados y los ancianos del apocalipsis, que han obrado con sabiduría y justicia, por lo que pueden dedicar la eternidad a adorar a Dios. Las dos franjas centrales están dedicadas a la Historia de David y Salomón (las de la izquierda) y la de Moisés en la derecha. A la altura de los ojos se presenta por un lado (izquierdo) a David entre los músicos y a la derecha Dios da las tablas de la ley a Moisés, Aarón, un príncipe sin identificar y a un obispo. En la parte inferior se pueden apreciar diversos animales míticos comúnmente identificados con las visiones del profeta Daniel. El pórtico está franqueado por dos estatuas, prácticamente destruidas, dedicadas a San Pedro y San Pablo, guardianes de la puerta de la basílica. Alrededor de ellas se muestran diversas escenas, el ciclo de Caín y Abel, el de Jonás, etc. Completa el conjunto una representación de los doce meses del año. Por JMS
La leyenda de la campana de Huesca cuenta cómo Ramiro II el Monje, rey de Aragón, decapitó a doce nobles que se opusieron a su voluntad. La historia es parte del acervo popular en Aragón, especialmente en la ciudad de Huesca. Tras la muerte en 1134 de Alfonso I el Batallador sin hijos, heredó el reino de Aragón su hermano Ramiro II el Monje, obispo de Roda de Isábena. Aragón sufría por entonces diversos problemas internos y externos. Según cuenta la Crónica de San Juan de la Peña (siglo XIV), estando Ramiro II preocupado por la desobediencia de sus nobles mandó un mensajero a su antiguo maestro, el abad de San Ponce de Tomeras, pidiéndole consejo. Este llevó al mensajero al huerto y cortó unas coles (algunas veces se habla de rosas), aquellas que sobresalían más. A continuación ordenó al mensajero repetir al rey el gesto que había visto. Ramiro II hizo llamar a los principales nobles para que vinieran a Huesca, con la excusa de hacer una campana que se oyera en todo el reino. Una vez allí, hizo cortar la cabeza a los nobles más culpables, sofocando la revuelta. La forma popular desarrolla algo más el hecho: el rey convocó Cortes e hizo venir a todos los nobles del reino para que vieran una campana que se oiría en todo el reino. A los rebeldes los hizo entrar de uno en uno en la sala y fue decapitándolos según iban entrando. Una vez muertos, los colocó en círculo y la del obispo de Huesca, el más rebelde, lo colocó en el centro como badajo. Luego dejó entrar a los demás para que escarmentaran. La leyenda de la campana de Huesca ha sido considerada durante mucho tiempo como auténtica. Existe incluso en el antiguo palacio real, actual Museo Provincial de Huesca, una sala en la que se afirma que ocurrieron los hechos.
No obstante, la leyenda de la campana de Huesca fue estudiada por Jerónimo Zurita en sus Anales de la Corona de Aragón (1562) e identificó las fuentes clásicas de la primera parte (el consejo del abad de San Ponce) en el historiador griego Herodoto (siglo V a. C.). En Historia, V, 92, Herodoto refiere: Periandro despachó un heraldo a la corte de Trasibulo para preguntarle que con qué tipo de medidas políticas conseguiría asegurar sólidamente su posición y regir la ciudad con el máximo acierto. Entonces Trasibulo condujo fuera de la capital al emisario de Periandro, entró con él en un campo sembrado y, (...) cada vez que veía que una espiga sobresalía, la tronchaba (...) Acabó por destruir lo más espléndido y grandado del trigal. Y, una vez atravesado el labrantío, despidió al heraldo sin haberle dado ni un solo consejo. También se puede encontrar esta anécdota en la Política de Aristóteles -en el tercer libro, capítulo 13, hacia el final del fragmento 1284a- contada brevemente, y de manera similar a Herodoto. En el siglo I a. C. Tito Livio atribuye la leyenda a Tarquino, que corta con un bastón las adormideras más altas para aleccionar a Sexto Tarquino, rey de los Gabios. aquel don Ramiro el Monge (...) no lo quiso mas sofrir, et guisó desta manera que en un día en la çibdat de Güesca en un corral de las sus casas, fizo matar onze ricos omnes, con los quales murieron muy gran picea de cavalleros Pero quien trae extenso desarrollo de estos hechos es la Crónica de San Juan de la Peña o Crónica pinatense (c. 1369), escrita en el reinado de Pedro IV de Aragón. Además, y lo que es más valioso, la Crónica incluye una prosificación de un cantar de gesta aragonés, el Cantar de la Campana de Huesca, del que Manuel Alvar pudo reconstruir los pasajes que refieren al episodio del rey Ramiro II. Las primeras versiones de este Cantar de la Campana de Huesca no debieron ser muy posteriores a los hechos, en la segunda mitad del siglo XII, como confirma la pérdida de la vocal final. Los cronistas de la Edad Moderna, empezando por Jerónimo Zurita, se han ocupado de intentar dilucidar la historicidad del mito y enjuiciar el posible homicidio. En sus Anales de la Corona de Aragón (1562-1579) y, sobre todo, en las Gestas de los reyes de Aragón (1578), el historiador Jerónimo Zurita acepta la historicidad de la matanza de nobles basándose en los testimonios de la Crónica de San Juan de la Peña y, sobre todo, de la noticia de los Anales Toledanos, que según el cronista real, atestiguan su veracidad; aunque rechaza la leyenda de la ineptitud de Ramiro para el combate (motivo que generó, como comprobó Zurita, el romancero) y la de la construcción de la campana. En cuanto a su valoración moral, califica el acto de crimen «cruel e inaudito». A Zurita siguen los posteriores historiadores: el Padre Mariana, Jerónimo Blancas y el común de los historiadores modernos. El cronista de Huesca Diego de Aynsa, autor de Fundación, excelencias, grandezas y cosas memorables de la antiquísima ciudad de Huesca (1619), revela que ya a comienzos del siglo XVII estaba extendida la localización de las ejecuciones en la cripta del palacio.
La historiografía del siglo XIX dudó de la veracidad de la incivilizada actuación real. Así se muestra, por ejemplo, en la Historia general de España (1851) de Modesto Lafuente y esta idea se mantenía en 1913, según cuenta la Historia de España y la civilización española de Rafael Altamira que considera la anécdota «puramente fabulosa». Pero la cuestión fundamental que perturbaba a la historia decimonónica es la ausencia de moralidad de esta acción, que obligaba a rechazarla por repugnante a la verosimilitud, lo cual es un criterio que afecta al relato de la historia, a la narración literaria, pero no a la historia misma. Este concepto de valoración moral de la historia deja de tener sentido en el siglo XX y, a mediados de este siglo, Federico Balaguer y Antonio Ubieto Arteta abordan los documentos conservados para obtener datos sólidos. Por un lado se descubre en fuentes árabes la existencia de la crónica de un ataque cristiano a un convoy musulmán, que fue castigada por el rey Ramiro II. Ubieto afirma que en el verano de 1135 un grupo de magnates pudo participar en el saqueo de la caravana islámica cuyo paso por el territorio aragonés estaba protegido por la tregua real. Se ha podido ver en el castigo a estos nobles un paralelo con la ejecución narrada en el mito de la campana. Pero sobre todo, revisando las tenencias de las plazas por parte de ricos hombres de Aragón, hay un testimonio irrefutable de la desaparición de estos nobles de las nóminas de tenentes de honores de los meses posteriores al verano de dicho año de 1135. Ubieto, además, es partidario de la teoría neo tradicionalista de la difusión de los cantares de gesta, por la que una noticia histórica generaba sucesivas recreaciones orales que constituían diversas fases de elaboración de los poemas épicos. Según esto, la recreación que se hace en el Cantar de la campana de Huesca partiría de un suceso histórico.
De Leyendas de España
Con motivo del 700 aniversario de la muerte en la hoguera de los últimos mandatarios de la Orden del Temple, el Maestre Jacques Bernard de Molay y el Preceptor de Normandía Geoffroi de Charnay, asesinados vilmente por el corrupto rey de Francia Felipe IV el Hermoso, se celebró en lo que antiguamente fuera residencia de Templarios y que hoy lo es de los hermanos Jesuitas, la Capilla de Ntra. Señora de la Victoria de Barcelona, situada en el Barrio Gótico de la ciudad Condal, en la calle Ataúlfo esquina con calle Templers. Y que dicho sea de paso, hasta ahora nuestra iglesia madre donde siempre hemos celebrado nuestras investiduras. Como digo se celebró una misa homenaje a estos dos mandatarios y a todos los Templarios caídos durante el infame proceso. El acto en esta ocasión estuvo organizado por la Orden Soberana del Templo de Jerusalén OSMTJ y al cual acudieron invitados miembros de la Orden de Sant Jordi y de la OCT. La OSMTH-TJ estuvo representada por el hermano Fr. Carles Aparicio (Comendador), Nuria puente (Escribana), y los Caballeros, Antoni Ricart, Mario Quintanilla y Ricard Coll. La Orden de Sant Jordi así mismo tuvo representación en las personas de Fr. Juan de Mata (Prior), Sor Laura Josefa (Senescal) y Fr. Francesc X. Andreu (Herador). De la OCT por su parte acudieron nuestro Prior general Fr. Albert Coll i Vilá y la Dama Doina Rodica Antochi. Este acto debería realizarse rotativamente cada año y no quedarnos anclados en una sola ciudad, hay que concienciar a los hermanos de estas ramas a que se impliquen y una vez al año acudan allá donde sea la cita para homenajear a los últimos dignatarios de la Orden del Templo. Estamos en una época propicia para nuestros fines, pero hay que hacer ruido, mucho, mucho ruido.
Edita:
Orden Cat贸lica del Templo Maestrazgo Templario Cat贸lico Internacional www.ocet.org.es
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