RGR #44

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RÍO GRANDE REVIEW

DOSSIER Poesía latinoamericana de la década de los 80 POETRY Allyson Hicks Jim Daniels Mark Belair FICTION Molly Gillcrist POESÍA EN ESPAÑOL Vicente Quirarte Baudelio Camarillo Andrés Ajens Claudio Willer ENSAYO Reynaldo Jiménez


MFA Programa Presencial

Creación Literaria de las Américas Única en su género, la maestría en Creación Literaria (MFA) de UTEP ofrece un programa totalmente bilingüe de cursos que cubren las áreas de ficción, poesía, dramaturgia, guión cinematográfico, ensayo y crónica. El programa requiere que los alumnos tomen 48 créditos académicos que normalmente se completan en el curso de tres años. Nuestras materias cubren un amplio rango de tópicos que incluyen la traducción literaria, escritura de libretos, novela corta y prosa poética, entre otros. Nuestros estudiantes también pueden elegir materias en otros departamentos, tales como Teatro, Inglés y Lengua and Lingüística. Nuestra revista literaria, Río Grande Review, es editada exclusivamente por los estudiantes de la maestría. Situado en el Desierto de Chihuahua, donde confluyen dos naciones, nuestro programa está en constante proceso de cambio para satisfacer los intereses de estudiantes que vienen de toda América Latina, España, Estados Unidos y el resto del mundo. Ofrecemos trabajo en el campus universitario a la mayoría de nuestros estudiantes. El éxito de nuestro programa se refleja en el éxito de nuestros egresados, quienes han ganado importantes premios literarios, tales como el Premio Tusquets de Novela 2012, Premio Clarín de Novela 2006, el Premio Nacional 2005 de Cuento de Colombia, el Premio 2005 Chicano-Latino de UC Irvine, el Premio de Poesía Andrés Montoya 2004, el Premio Binacional Frontera de Palabras / Border of Words 2003, convocado por Conaculta, el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2002 y el Premio bienal Copé de Poesía (Perú 2002). Contacto: Department of Creative Writing University of Texas al El Paso Liberal Arts 415 500 West University Avenue El Paso, TX 79968 (915) 747-5713 mfa@utep.edu


editorial Antes de presentar este nuevo número, los editores de Río Grande Review rechazamos toda expresión de violencia contra jóvenes y estudiantes, como lo acontecido recientemente en México y Estados Unidos.

Before we can present this new RGR issue to our readers, we want to express our total disagreement to every expression of violence against young people and students like those that recently occurred in Mexico and USA.

Esta vez dedicamos la mayor parte de nuestro número 44 a la poesía, que es siempre un homenaje a la eterna juventud de quien la escribe y de quien la lee. Acercarse a ella es un placer que no se agota, sino que expande el alma humana por nuevos senderos, ilumina pero también apacigua los dolores de nuestro tiempo, canta lo que hemos olvidado, y aquello que a todos nos pertenece. Nuestro dossier, en esta ocasión enteramente en español, consiste en una breve muestra de lo que la generación nacida en la década de los 80 está haciendo en Latinoamérica: la forma en la que continúan o cuestionan sus ya centenarias tradiciones; la manera en la que abordan la realidad cotidiana dentro de sus países. Sirva, pues, esta muestra, como una fotografía generacional de una parte de nuestra poesía en lengua castellana. No olvidamos tampoco los poemas y relatos que nuestros colegas angloparlantes aportaron en este número, demostrándonos todas las diferentes formas y matices que el mundo adquiere a través de la lengua inglesa. Ahora más que nunca, los editores de RGR estamos convencidos de la necesidad de que esta revista siga siendo bilingüe. En el futuro próximo, el inglés y el español tendrán la necesidad de dialogar, confluir y retroalimentarse mutuamente, porque si algo puede conmover a un hombre o a una mujer en cualquier lengua, es la poesía.

This time, we devote most of our 44th Issue to poetry, which is always a tribute to eternal youth of those who write and those who read it. The approach to poetry is a pleasure that is not limited, but expands the human soul through new trails, illuminates but also soothes the pains of our century; sings what we have forgotten and everything that belongs to all of us. Our dossier, this time entirely in Spanish, is a brief sample of what the 80’s generation is doing in Latin America: how they continue, or question their ancient traditions; the way they deal with the everyday reality within their countries. Therefore, see this sample as a generational photograph of a part of our poetry in Spanish. We do not forget the poems and stories that our English-speaking colleagues provided for this issue, showing us all different shapes and nuances the world acquired through the English language. Now more than ever, the RGR editors are convinced of the need for this magazine to remain bilingual. In the near future, English and Spanish will have the need for dialogue, come together and give each other feedback, because if anything can inspire a man or a woman, in any language, is poetry.

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content/contenido Río Grande Review Revista bilingüe de literatura y arte contemporáneo Otoño 2014, Número 44

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Editor in-chief / Director editorial Marco Antonio Murillo Editors/ Editores Mijaíl Lamas Edgar Saavedra Malena Villar Art Director/ Directora de arte y diseño Malena Villar Faculty Advisor / Asesora de la facultad Rosa Alcalá Cover Art/ Obra de portada “Casi un sonido” Javier Ramos Cucho Board of Readers/ Comité de lectura Aaron Romano Meade Alessandra Narvaez Dennis González Agradecimientos especiales Lori de los Santos José de Piérola Lex Wiliford Rio Grande Review is a bilingual non-profit journal of literature and contemporary art. Is published twice year and is rectorate by the Creative Writing department of University of Texas at El Paso (UTEP). Students of the MFA Bilingual Creative Writing Program edit this project. RGR has been diffusing creative writing of El Paso, on the United States –Mexico border and worldwide for over 30 years. The Student Commission at UTEP economically sustains RGR, besides publicity and private contributors. We welcome ads interchange. / Río Grande Review es una publicación bilingüe de literatura y arte contemporáneo con fines no lucrativos. Tiene una frecuencia bianual y es rectorada por el departamento de Escritura Creativa de la Universidad de Texas en El Paso (UTEP). Este proyecto es editado en su totalidad por estudiantes del programa bilingüe de especialidad en Escritura Creativa de la Maestría en Bellas Artes. RGR ha estado difundiendo la creación literaria en El Paso, en la frontera México-Estados Unidos y a nivel mundial por más de 30 años. Su sostén financiero corre a cargo de los Servicios de Comisiones Estudiantiles de UTEP, además de ventas de publicidad y los contribuyentes privados. Damos la bienvenida a intercambios de anuncios.

ENGLISH CONTENT

CONTENIDO EN ESPAÑOL

Poetry............................................ 4 Jim Daniels Juleen Johnson D.M. Aberibigbe Benjamin Nash Terry Portillo

Ficción......................................... 73 Oscar Zapata

Fiction.......................................... 10 Raúl Valadez Poetry. .. ............................ 13 Wulf Losee Fernando Izaguirre Jake Tringali Fiction............................................ 7 Molly Gillcrist Poetry.......................................... 21 Amy J. Huffman Jodi Adamson Eugenie Juliet Theall Kylie Manning Mark Belair Abigail Warren Ann Minoff Anna Halberstadt Alison Hicks Sarah MacDonald Edward H. Garcia Fiction......................................... .35 Cheché Silveyra Luisa Muñiz Poetry…………………………….. 41 Kelly Talbot Marilyn Ringer Kj Roby Ana Prundaru Terry Trowbitchs Chad Hanson Daniel Ari Fred Yananntuono Donald Levering DOSSIER: Poesía hispanoamericana de la década de los 80...................................... 52 Víctor Vimos Juan Carlos Cabrera Dalí Corona Fadir Delgado Denisse Vega Farfán Emma Villazón Sebastián Goyeneche Kreit Vargas Orivel Oneida Ortega de León Roxana Miranda Rupailaf Santiago Espinosa

Poesía.......................................... 76 Aureliano Carvajal Mauro Barea Rubén Márquez Ficción......................................... 79 Fernando Carrasco Cristina Arreola Márquez Poesía.......................................... 83 Baudelio Camarillo Claudio Willer Crónica........................................ 88 Miguel Coletti Poesía.......................................... 90 Cheché Silveyra Andrés Ajens Luis David Ficción......................................... 95 José Landa Poesía.......................................... 96 Jorge Manzanilla Ficción......................................... 97 Gianfranco Languasco Poesía.......................................... 98 Georgina Mexía-Amado Tania Ramos Pérez Ficción...................................... 100 Antonio Flores Ramayo Poesía........................................ 101 César Cañedo Luis Alfredo Gastélum Ficción....................................... 105 Santiago Vizcaíno Poesía........................................ 107 Vicente Quirarte Ensayo....................................... 109 Reynaldo Jiménez English Authors........................ 115 Autores en español.................. 117


Foto: Sandra Enciso


poetry SUEÑO

Jim Daniels

In my sueño, Cher bent down to hug the ghost of Sonny. The audience would have gone wild but it was already wild. They slowly stripped down and admired each other’s undergarments. And in my sueño, I applauded the use of the word “undergarments.” So polite, Biblical. Bring back undergarments! I shouted. But the audience shushed me. RIO GRANDE REVIEW

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Indoor voice, the audience said. What do you think this is, they asked, a fucking dream?


poetry RITUALS THE SUMMERS IN A SMALL TOWN Juleen Johnson

You could love it here. The way the party does not end until 5:24 am. The way Mr. Williams sits at the bar and orders three shots of whiskey and proclaims, This is breakfast, lunch, and dinner, as he takes each shot. You have to love the way the town men buy drinks for the ladies whenever they want one. The objects are not measured in ounces. The men drink their Miller Lite by the bottles. Only to keep their lips moist enough for kissing. The summer I turned 22 I rang the bell at the bar. I wanted to hear the sound it made. The whole bar got up and ordered drinks. I had called the attention of all the drunk people: Free liquor. Never ring the bell at the bar. You have to love Sunday. All the drinkers go home to clean themselves up and head to church. Or to tend their hangovers in a private ritual of water.

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poetry THE MARTYR

D.M. Aderibigbe

When the news went around town like the moon, my grandmother tightened her wrapper, fastened her headgear. She put on a shirt, That showed a picture

2 men held him by his arms, like the Negroes were tied with chains in the large ships that drifted them to the New World. He ran into the mosque, leaving

Of my aunt’s tomb. At the Central Market, the muezzin boosted his voice with a megaphone. He beckoned on those, who hungered to be fed by God.

the arms of his shabby shirt in the hands of the two men. Many of the tomatoes made it to paradise. Aren’t the damned already seeing

A young girl, begged on the street on a wheelchair. She kept paradise in her purse when a giver didn’t wish to lack. She suspended paradise

the nakedness of the maidens? Yet, some men let it be, guarding the gate; it is worse to defile God’s bosom than steal people’s sweat. So the disabled decided

for another paradise. A Chadian filled his trouser’s pocket with stolen tomatoes. He joined the throng to paradise In his pair of green rubber shoes;

to fight for God. And she rolled the tyres of her wheelchair into the walls of heaven. My grandmother died and resurrected,

Hiding devil’s gift in God’s face. We heard the girl swear at someone, at the entrance of the Central Mosque. We heard her fume and fume him

And died for the 2nd time in a day. My grandma hadn’t seen the death of a pure-hearted for the first time; she was seeing the beggar-girl on the wheelchair.

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- the thieving Chadian. Should the damned be left Alone to frolic with 21 maidens? She called him 7 names Koran could not verify.


poetry AN HONOR

Bemjamin Nash

It is not Veracruz or Okinawa. In dock old dreadnought, and it is the thought that counts for this boy scout locking his knees on the deck of the Battleship Texas, holding the American flag, hot sun on his neck as he starts to go down.

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poetry EL SALVADOR

Terry Portillo

El Salvador, Orphaned daughter of a Mayan nation, yours is the cry which carves my vision into speech. El Salvador, Corn can’t grow from fields sown with blood, nor breath for sons be drawn from tattered skies. El Salvador, Fourteen families entombed you alive: vaults of hunger, vaults of fear, no full moon could unlatch. El Salvador, Indian princess enslaved and whored: your body sold for a bushel of gold and a wink from Uncle Sam. RIO GRANDE REVIEW

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“Revolución de las ideas” Javier Ramos Cucho


fiction FOUR STORIES

Raul Valadez

MR. BLEEKER’S CHRYSALIS

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Is there time enough to leave? I used to think that I’d die in this house of musty curtains and grim walls, webbed corners and nacreous window panes, never setting foot outside even for a second. The sameness of it locks you into a certain kind of rhythm- patterns and repetitions and thought tessellations swirl around in your mind and form a sort of chrysalis, a comfortable, warm cocoon in which you can change at your own pace, safe from the rest of the world. I locked myself away three years ago, wishing to escape from what I perceived as the claustrophobic world outside and instead live in the limitless realm of the internal. A pretentious thought I know, but it’s only recently that I’ve begun to realize how wrong-headed the whole thing was from the start. I suffer from no physical ailments or deformities, although I’m sure that all of my old acquaintances assume otherwise. There’s a grocery boy who brings me food and toiletries every two weeks (it’s always the same boy) and sometimes he hangs around, keeping me company, playing chess with me as he tells me about his studies and romances and all the other vicissitudes of youth. The rest of my time is spent in the study, among stacks and stacks of books, reading volumes on Mayan anthropology and zoology, particle physics and astronomy, novels by Balzac and Cortazar and Dickens. The silence and the isolation take some getting used to, and for a few months I thought that I wouldn’t be able to handle it, but as I said before, eventually your mind falls into a strange kind of rhythm. Maybe this is something of a cliché, but you really do come to know yourself completely, although that may not necessarily be a good thing. You spend hours upon hours daydreaming, and eventually you lose interest in the world beyond the walls of your own home. I spent two happy years this way, reading and fantasizing and speaking to nobody but the grocery boy. After that, things began to change. The silence, the solitude and the isolation become oppressive, and I longed to be out in the world again, but isolation is as mental as it is physical. On two separate occasions I made plans to take a stroll around the neighborhood, but as I made my way to the front door and reached for the handle I began to sweat profusely and my outstretched hand trembled violently, so I gave up the idea of going out altogether. The episode shook me up so badly that I had to sit on the sofa for an hour, still sweating and shaking, before I was able to calm down enough to go about my usual business. Sometimes even the grocery boy makes me nervous. On some days when he comes knocking I simply take the bags from him, pay him his fee, tip him wordlessly and shut the door. He knows me well enough by now not to bring it up when I’m feeling more sociable, but I can see that it hurts him. As time goes on my need to escape from this self-imposed exile grows, and I can feel that soon enough it will be too much for me to bear. When the time comes, as I know that it must, I will either cave beneath the pressure and hang myself from the light fixture in the kitchen, or I will put on my walking shoes and my hat, open the front door and step out into the daylight, unafraid, a fully changed man.

DEMIURGE Last night I dreamed that I was standing in a green field with a spiral staircase in the center that wound infinitely up into the empty sky where nothing, not a cloud nor a bird nor a plane, disrupted the perfect tranquility of the azure sky. I felt vague, as if I were only barely in existence, like an erased sketch on a


fiction sheet of paper where the outlines are still faintly visible. I felt uneasy in the dream, like something grave was about to happen, though I couldn’t tell exactly what it was. I felt an urge to run and hide but I was unable to move my legs, as if they were cemented into the ground. The staircase did not seem to originate on the ground itself but at some unknown point beneath the surface, as if the soil and the grass had been rearranged around it. The sun hung full and naked in the sky, but its light was dim and tinted to a sickly green, giving the entire scene an added sense of menace. The field was still and completely quiet for some time, when suddenly I heard the metallic clank of feet on the steps of the staircase. A figure shrouded entirely in black was slowly descending, its head bowed and its face obscured by shadow. I wanted to scream, but when I opened my mouth the sound would not come. I watched as its foot lightly touched down on the grass, and just as the figure was lifting its head to face me I awoke and I was thrown back into my bedroom, still dark at five in the morning, covered in a cold sweat. I climbed out of bed and set the coffee, then started getting ready for work.

A BOAT ROCKING GENTLY ON THE SEA The rain is tapping on the window pane and there’s nothing on TV except for those half-hour ad specials for useless products that no one watches except for the elderly and insomniacs. I’m sitting in my living room by the window, sipping at a glass of red wine, thinking of nothing in particular. Another one of those sleepless nights. It’s funny, how after hours of tossing and turning between the sheets you actually feel angry at yourself for not being able to fall asleep, as if you could will yourself into it. Your mind swirls with half-formed thoughts, and the more you try to push them away the more insistent they become. Eventually you give up, crawl out of bed, resign yourself to the fact that you’ll pass out on the couch at four in the morning and that you’ll have a terrible day at work. A man is showing off a ladder-type device that could be set up vertically into a sort of makeshift bridge. Bizarre. What use could that possibly have? I wish that I had something more interesting to tell you, but I don’t. I just shut off the TV. I think that I’ll sit here for a while, listening to the rain tapping lightly on my window pane. This wine’s lulling me into a strange state of mind, like a boat rocking gently on the sea. Anyway, I don’t know if you’re really asleep or if you’re listening and choosing not to answer, but I’ll leave you alone now. Goodnight.

BRISTOL BAY I was up in Bristol Bay wandering around and looking at those skeletal half-finished oil rigs that had been left behind by a contractor who’d been shut out of the area by the EPA when I saw a UFO. It was a rectangular craft, not one of those circular deals that they from the movies. Its silver surface gleamed in the faint northern sun, and it emitted a faint humming noise as it hovered over one of the rigs. I was the only person around as far as I could tell, but if the beings in the craft noticed me they made no indication of it. I stared at the craft for a few moments, unable to move or fully grasp the reality of what I was witnessing. After about two minutes the hovering craft rotated its nose to the opposite direction, and in the blink of an eye it was gone. I’ve never told anyone what I saw- I know full well the things that get said about people who claim to have seen aliens. I still go out there on my own every once in a while though, hoping to catch sight of another one of those gleaming silver vessels, but the only things I ever find are packs of greedy seagulls and those unfinished, haughty oil rigs that look like hulking black flowers from a distance.

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“He Dreams a White Daisy” Robert Bardha


poetry FERAL PRAYER

Wulf Losee

A poet counts his syllables in a coffee shop. I wonder if he writes the nineteen blessings of a Standing Prayer, or whether he writes nonsense, like the songs that Adam sang when God made him drunk in the Garden. We are the feral children who never learned a language. We are the forest orphans searching for our first parents. We hear approaching voices and we halt, wide-eyed, almost understanding. My clenched fist aches as my fingers twitch, the pen vibrates. I feel the resistive scrunch of bone upon bone. Then the words of my hand come to an end. Ligaments and tendons dissolve. Digits and carpels tumble on the paper‌

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poetry NOON

Fernando Izaguirre

falling on the nineteenth line. I opened a tall door to the barrio, heat – dry as sand, melted my skin, mapping me to cool off in the ocean. Dragging my naked limbs over the hills, I rose higher into the rule of another heaven. I heard a sprinkler turning, feeding a garden with fake grass. It was just another day at work in Beverly Hills. RIO GRANDE REVIEW

Adios.

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“Woman Posing with Mirror” Allen Forrest


poetry UNDER THE MERCH TABLE Jake Tringali

without a doubt, this scummy bar should be closed / burned without prejudice condemned as the investigation to this night’s crime scene / of the most unholy sins my crusade / has taken me into this den with no choice / the small gathering of the disturbed surround me dimly lit bodies ricochet, spreading some disease / buzzing sideways, viral too many drug cocktails pulsing under the skin / amidst subcutaneous tattoos deep in the back corner / smoky denizens in their own haze scanning the crowd for the next conquest / the next victim the third band starts sound check / the bass plucks a single note over and over, reverberates through the spine / this temple shakes a waitress - slash - actress swings the door open / an airborne beer can hits her ass red light escapes the green room / the headlining band’s inner sanctum further, the ninth circle of hell lies / under the merch table no light escapes this abyss / dark devils talk further treachery

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the sullen girl, with fat ear plugs / probably signalling some kind of sexual fetish at the ready to sell t-shirts, hoodies, cds, and stickers / but not really she shakes her plaid miniskirt / over those diabolical fishnet tights thigh high boots / fuck-me boots a heinous gathering of paraphernalia / under the merch table two grubby duffel bags, with band t-shirts / a fat black dildo, the smallest bit of cocaine scraps of a latex condom...not the whole thing / no protection sticky dirty lozenge / grimy scum, the floor of 20,000 stale beers deft hands flowing in and out, secret exchanges / black commerce larger men attend to their desires / access to small evils the merch table rattles and shakes / its own epileptic dance the hardcore band, those miscreants / spitting hate over the audience a haven for clouded spirits / at last call, spill out into this puritanical city / leaving a crumpled receipt of sins Cambridge, MA April 2014


“Josephine” Robert Bardha


fiction CHINESE INVENTIONS

M

Molly Gillcrist

orning has left the Forbidden City, and the August sun is stalled overhead. Heat shimmers from paving stones, and there’s no more hiding in dusty shadows of lionguarded palaces and imperial halls. I look for my husband, Ray, and spot him with three other professors from the conference. They’re focused on a sundial, and I don’t turn back. We’ll meet later at the tour bus, as agreed. I hurry down steps, through crowds filling broad squares, toward trees shading the Pavilion of a Thousand Autumns. A leafy courtyard appears, and I’m not the first of our group to find it. Marcus is sitting here under the motionless leaves. Eyes half shut, he’s fanning himself with his straw cowboy hat. He looks up as I sit on the bench and smoothes his henna-dyed moustache. “A little hung over,” he says with an attempt at a smile. Then, sighing, “Well, Jo, every day can’t be a Feast of Lanterns.” He laces his talk with aphorisms plucked along a tumbleweed life and, on better days, utters them in a gravelly baritone voice. On this leg of his quest, he carries two bags, one of them crammed with books. His other possessions are now in a crate on the South China Sea en route to Shanghai where he’ll be teaching English to teenage boys. We grew up in the same river basin, he on the dingy streets of East Dubuque, where the western horizon is hidden behind bluffs and the land to the east changes each year from flooding, where passing barges on the Mississippi say the future is somewhere else and getting there is only a blithe climb up a gangplank. Beyond the river to the west, where I lived, the land has a comfortable roll, and the wind rides through the staunch formations of tasseled corn the same as it did the year before. Rows of headstones in cemeteries outside each town are a testament from those who found that place, stayed, prevailed, and give stern warning that if you want change, sister, better first look within. Yet here we are, Marcus and I, brought to this Beijing bench by heat and a hangover and watching shadows play hide and seek across a narrow stream trickling along the weathered cracks of a triangular limestone formation about the size of my house. “See the poet?” he asks. I scan the other benches. We’re in the company of a pair of young soldiers rising to leave, a couple with their toddler, two men in business suits straight from Hong Kong, and a fortyish woman beside an elegant old man dressed in a blue Mao jacket. “There?” I nod toward the elderly man. “No, there in the rock,” Marcus says. “On the left,” he points, “by the dragon’s tail.” Clefts in the limestone excavated by time, blackened by dust

from the Gobi and soot from Beijing, have edges bone white from rain and the stream. And yes, I see, a socket is there, perhaps of a shoulder or a discerning eye. And yes, I nod, beside it a scaly plate rides a vertebra and, higher, the suggestion of a chin rests in the fluttering shadow of fronds. Or, I suppose, it could be the wrist end of an ulna emerging from the rippled edge of a sleeve. “They say he was a comer. Bullied into the exams. You know— sighs, gifts, worried looks, sister’s prospects, mom’s digestion— the whole eggroll. Won every prize the emperor had to offer.” “What was his name?” “Yu? Call him Yu. When exam day came for Yu and he sat down in a dark corner with his ink stick, he suddenly saw himself old and at a table stacked with the emperor’s proclamations. Guess whose job it was to copy them down. ‘To hell with this!’ said Yu. ‘Life will be my book!’ He jammed the ink stick back up his sleeve and walked out of the exam room. His family never saw him again.” “Never?” So many dear ones now assemble only in my dreams. Marcus seems unconcerned. “Yeah. Fool had been with books so long he didn’t know diddley about people. But...” Here Marcus burps and covers his mouth. “Wine makes its own manners,” he mumbles. “But,” he goes on with a finger stab at the air, “at least Yu was smart. He knew he still had a lot to learn—which is more than I can say about some people.” “Don’t we all,” I agree, guarding our vulnerable camp. “Sure. But Yu got in a hell of trouble because he didn’t know we’re all cheats and liars.” Marcus stops for a beat. “You too.” As I decide not to be insulted by such frankness, he turns with a gallant blush. “I don’t mean you’re a liar, Joanna—but we all lie to ourselves.” “All the time,” I say. “Keep going.” “Well, Yu walked to the foothills in the west and got a job pumping bellows for a blacksmith. That guy charged people for a whole slab of metal when he used only part of it, and of course Yu noticed this and brought it to his attention. He thought he was only pointing out the truth, but the smith took it as an attack. “His next job was winding wool to sell to rug makers. But profits went down because Yu wound too much wool on the bobbins.” “Why’d you call him a poet?” “Hold on, Corn Lady. With patience and a mulberry bush, you’ll get a silk gown.” Marcus winks. “One night Yu took a sip from a well and sat down to think what to do next. He’d just been fired by a fruit vendor for tossing wormy apples down that very well. Fine night. Maybe like this one’s going to be. Warm. Close to a full moon. A few long-tailed clouds making their way across the sky.” He turns toward me, “The moon was still the moon back then, Joanna. Not just a barren rock ball.”

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fiction

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“Are we getting to the poet part?” “We’re there. Even back when he was studying for exams, Yu was making poems in his mind. Didn’t have to write them down. That’s the one thing a booky life had done for him—built him a memory.” “What were they about? Couldn’t have been people or love.” “What he saw, Joanna—rocks, trees, puddles. He got so good at it, the things in his poems began to take on a life of their own—in a whole other dimension. All he had to do was look at something, and it got ready to go.” “Was he aware of that?” “Had an inkling because the bobbins he wound wouldn’t stay on their pegs. So that night when he sat down to plan his future and a new poem came into his mind instead, he tried to blank it out—but couldn’t.” “Was it about the moon?” “About the cloud dragons sailing around it. Yu didn’t know it yet, but one of the dragons had to live daytimes in the village well. “The Sky Emperor had assigned him to protect the Yellow River—keep the fish in line, regulate the floods, and so on. But the dragon was a dreamer, and once when he spiraled down from the Sky Palace on the far side of the moon, he didn’t look where he was going and wound up in the well. That’s where the Emperor made him stay when the sun shone.” “So he wasn’t there when Yu’s back was against the well.” “No, but he came at dawn, and he already had a soft spot for Yu because he loved wormy apples. To him they were pie a la mode, and when he flew down to the well at sunrise and saw Yu asleep, he gave him a thank-you tap with his tail. But the only previous tapping he’d done had been with other dragons, so the one he gave Yu sent him rolling across the cobblestones.” Marcus stops, stares at me, and I’m disconcerted by his frank appraisal. “Ever have a soul mate?” I set myself on rewind and see him smile. “Me neither. But the dragon and Yu—they were a pair of chopsticks. And when Yu straightened out by the well in the morning, the dragon popped up to the surface to introduce himself. ‘Can I ask you a question?’ Yu says. ‘Fire away.’ ‘Are you real or just in my mind?’ ‘Real enough. Remember that roll across the cobblestones?’ ‘Then maybe you can tell me what happens to the things in my poems.’ “The dragon points his snout toward the sky. ‘You’ll need these,’ he says, pulling a pouch from his ear. ‘See if they fit.’ “Yu opens the pouch, and out slides a pair of cloud-stepping sandals. They fit just fine, so the dragon tells Yu to wait until sundown and he’ll take him on a trial run. ‘Now don’t go off by yourself,’ he says. ‘That’s the bottom-line rule.’ “So,” Marcus says, “Yu settled down to wait but couldn’t get comfortable. Had to sit on his feet to keep them quiet, and he’d still bob up as if his toes had hiccups. Tried to take off the

sandals, but the more he pulled, the harder they stuck. While this was going on, he heard a splash in the well and the dragon’s voice saying, ‘By the way, Yu, I forgot to tell you that once put on, they don’t come off.’” In spite of all my practice at reflecting calm to students, to children of my own, I’m caught off-guard. “What did you expect? Dragons aren’t messed with lightly.” “But you said they were soul mates!” “Put yourself in Yu’s place, Joanna. What did he have to lose? He didn’t have a nesting spot like you.” “So it was the dragon or nothing for him.” “That’s right, Corn Lady.” Marcus gives a wry laugh. “What’s funny?” “What’s not? Good’s even better when it’s not stretched out. And it was great until the Sky Emperor stepped in. He liked things just so. You know—planets in order around the sun, carp in the pond, robes stacked in the chest. And here was this guy riding shotgun beside one of his dragons. Even from behind the moon, the Emperor could hear them laughing while they climbed and looped. And when the things in Yu’s poems hooked up behind them, the whole sky rocked with laughter, and the Emperor had to hold on to stay in his throne. Finally, he’d had enough. ‘Dragon, come here,’ he yelled. ‘You know who you are. Come out, come here!’ And his voice broke all the clouds apart. “‘Well, pal,’ said the dragon, ‘looks like I gotta go. Shouldn’t leave you stranded up here, but what can I do? Just hold on to this piece of cloud ’til I come back.’ And off he went, swinging his head around every three hundred miles or so to see Yu waving him on to the moon. “‘We have a problem here,’ said the Emperor when the dragon tiptoed into the throne room. ‘It’s worse than that last time by a thousandfold. Why’d you give those sandals to Yu?’ “‘So he could see what his poems were doing.’ “‘That’s not exactly true,’ the Emperor frowned. ‘I gave you dragons by the dozen to fly with. That should be enough.’ “‘I know, sir. And thanks.’ The dragon hung down his head. ‘But the whole sky sings when he’s up there with me. It doesn’t when he’s not.’ “‘I’m sorry to hear that, my son, because Yu’s got to stay on the ground.’ “‘I know,’ the dragon sighed. ‘Are you taking back the sandals?’” Marcus stops and stares at me again. “Want to hear the rest?” I jab him with my elbow. “OK, OK,” he says. “See, the dragon thought the Emperor would just confiscate the sandals, but, ‘No can do,’ he said. ‘Not even I have that power.’ “‘But what will happen to Yu?’ asked the dragon. “Just as the dragon said that, Yu saw the moon get brighter— like—like somebody’s breath had stirred a fire. And it started moving toward the ground in this long sinking arc—right down to a river winding along a cliff. I’ll meet him halfway, thought Yu. He let go of the cloud piece and ran down toward the moon, stretching his feet from one piece of cloud to the next as the dragon had taught him to do. But when he was almost there, the moon suddenly jumped over his head and twisted apart


fiction into twins. He stepped toward one and it swung away, stepped toward the other and it moved to the side. Then both started do-si-doeing over the river. “So which to choose?” Marcus frowns. “Yu shut his eyes, jumped toward the one sashaying on the right—and splashed into the moon’s reflection on the river. “‘Well, that’s over,’ said the Emperor. ‘Now let’s get back to business.’ “But the dragon didn’t hear him. He was crouched on the balustrade, staring down at Yu lying in the river bed. He tightened his legs, lifted his wings, but the Emperor held him back. ‘He’s gone, dragon. That’s just his body. He’s not there.’ “‘Then where?’ “‘Only my grandfather knows.’ “‘How can I find out?’ “‘You can’t. You’re immortal.’ “‘Supposing I wasn’t.’ “‘Unthinkable!’ “‘But supposing I wasn’t. Could I find him again?’ “‘You might.’ “‘Then, with your permission, sir, I’d like to try.’ “‘That means no more flying, you understand. No more cool naps under the water in the well.’ “‘Really?’ “‘Really.’ “‘I don’t care.’ “‘I’m sorry to hear that, dragon, but it’s up to you.’ He held out his ring, and as the dragon leaned down to kiss it, the Emperor patted his snout. ‘Good-bye and good luck.’” Marcus suddenly stands up. “That’s as far as I go. You get them into the rock.” There’s a mocking challenge in his eyes. “The hell I will!” “Go on, Joanna. They’ll haunt you if you don’t.” I expect them to, I think. And I’m ready to lay into him when I catch the fear behind his threat. “All right,” I say. “I’ll try. The Emperor watched the dragon sink down through the sky and crumple by Yu. I think—his eyes glittered with star-like tears that dropped like a shield around them both—that—lifted them—carried them up to the face of the cliff.” I’m looking at the rock now, but I know Marcus nods. “I see the ring on the Emperor’s hand carve out a place there for them to rest. And—and I hear his voice. ‘My son,’ he says as he seals that room, ‘now you know and are wise. One’s heart holds more peril than even the great Yellow River with all its nine bends.’” When I stop, Marcus is bent forward on the bench, hands gripping the crown of his hat. He takes out a bandana, wipes his face, then jumps up. “However,” he says, “talk doesn’t cook rice. Stay put, Corn Lady. I’ll see if the main man’s arrived.” He runs off toward the north gate of the courtyard. In no time I see him appear with Ray and point in my direction. “Hmmm,” says Ray as he walks up to me. “I suppose you had fun.”

“As a matter of fact, I almost did.” “Nice of you to let me know you weren’t coming,” he says in an icy tone. “I waited by the bus half an hour while you were having your talk with Prince Itinerant.” He swings around and stomps toward where the bus is waiting. Then, after a night flight, a dark van ride lit now and then by the glow of a distant lantern, we are in Xian. By the next afternoon, we’d seen the excavation of the underground army, had entered a museum filled with galleries of untombed relics—and hadn’t exchanged a word since the Forbidden City. Not that I didn’t want to, but Ray had pulled far into himself, and I was ashamed by my disloyalty. I stay safely with a professor nearing retirement and nod at her learned chatter while keeping an eye out for Ray. He’d disappeared shortly after we walked in the museum door. After nearly an hour with the woman, I escape and begin a panicked search for Ray along the perimeter of the first floor galleries, then that of the second. When I find him, he’s alone, looking many more than his fiftysix years, in a basement corner near a barricaded hall. When had he gone so gray and stooped, I wonder. He steps a pace away as I approach, so I carefully slow to prevent myself from running to him, clench my hands so as not to reach out. When I take the last step to stand beside him, he keeps his head down, eyes fixed on two figures displayed under glass. Both lie resplendent in silk brocade, feet encased in boots of silver, faces shrouded by golden masks. I read the card beside them as a guard strolls by: “A thousand years ago, Princess Chenguo, of the state of Liao, died at eighteen after drinking a cup of wine. Her husband lies beside her.” My God, I think. I wait for him to speak. He doesn’t. I wait again, then lean toward him and whisper, “Slipped the poison in himself?” No response. “Killed on the spot?” Silence. However it happened, they sleep close, I see, as if lowered together. I take a deep breath. “Her grandmother watched them sink in the clay.” Ray’s head moves. Silence. Then, “Did not,” he growls. “Her first husband threw them in himself.” “She had only one—and rumor was that grandma oversaw the whole production.” Silence. Then, “And who might that be?” “The Dowager—Hsiang-yun was her name.” “Hmmm.” “Fifty. A femme fatale—with a villa—and—and a collection of jewels filling five chests in her bed chamber. And—and when the emperor moved her to the palace so he could control her expenses—she insisted on her own pavilion.” “Near the stable gate.” “The stable gate?” “Nighttime guests,” he mutters. “Oh! But that’s not what the Dowager told her granddaughter one day during afternoon tea. ‘For the fragrance of the almond blossoms’ is what she told her. And—and she nodded toward a screen at a nearby window, and the eunuch slid it back. Then—

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ficción

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her sleeve fell away from her fleshy arm as she pointed to the grove. ‘Visit me next spring when they’re in bloom.’ “Princess Chenguo looked down, said, ‘Thank you, ma’am.’ But she wasn’t taken in.” “Why not?” I say. “She’d seen the Dowager only once before— when her mother died.” He shakes his head. “Twice. She showed up at court the previous year when Chenguo was married off to—Xiao Shaoju.” “Who?” “Come on,” he says, looking over at the returning guard. “The military governor.” “Oh, right!” I whisper. “The one she kept so busy away from his wife. So—so she flirted with all the courtiers, especially with Shaoju—he’d figured in her past.” “And the princess was really pissed. But what could she do?” “She came on to the Dowager’s young lover.” Ray lifts an eyebrow. “She wouldn’t do that!” “She certainly would!” I see the guard turn around. “Hmm. So, how’d she know which one to choose?” “She had ears. Look at her death mask. Mouse ears. Besides, the fool was wearing the Dowager’s yellow ribbon around his wrist. And—and his smile was just a pretense.” “OK. So what did Dowager do?” “She bided her time. And before the year was ended, she had Shaoju off reviewing troops in the northeast corner of the province.” “Where the hot springs are!” “Right!” I say. “And he was gone—five months.” “And the dust had barely settled behind his horse’s hooves when Dowager cooked up a back ailment and was in her palanquin, bouncing along the road herself.” “And four months later bounced back cured!” “That’s right! And—and planned the banquet for Shaoju’s homecoming without asking Princess Chenguo to help.” He’s whispering again as the guard passes by. “So?” I lower my voice,” Chenguo couldn’t have cared less.” “Hmm,” he says. “The young lover.” “Of course. and that’s when fate played a trick on them all!” I give him a “gotcha” look. Ray clasps his hands behind his back, bends his head, studies his shoes. The he looks up with a grin. “The moat!” Now I look down at my own two feet. Damn you, I think. What can I do with a moat? “Well—when Shaoju rode up—it—it was full of peasants digging out the muck—and the bridges were all disassembled.” “And the stable gate was closed!” “Yes! So Shaoju slid off at the front gate, threw his reins to an attendant and—jumped across the moat on the backs of the peasants.” “In armor?” he laughs. “Helmet and breastplate.” “And headed for his own apartments to take them off and wash. Dowager was waiting.” “But when he came in the door, he saw Chenguo.”

“She was sitting by a window. Humming. With a gilded dragon pin in her lap—a gift from the lover.” “But Shaoju didn’t know that. Princess Chenguo was at her best.” The guard is hovering now, shifting his feet, and I race on. “Her hair was just dry from a pre-banquet shampoo, and she was wearing a soft apricot robe. He took one look and forgot Dowager.” “Yes! And meanwhile, word was out that Shaoju’d returned. Dowager got dressed in a dark red robe embroidered with silver, pulled a ring on each finger, and paced the floor as the sun went down.” He whispers, “Keep your hands still.” “Mind your own!” I say. “Finally, she sent her lady-in-waiting to see what was up.” “And meanwhile, the young lover was getting antsy too,” he glances sideways toward the guard. “Very. So—he stole out of his apartment, backed around a corner, tripped over a sundial, picked himself up…” Here comes the guard. “Kept going across a courtyard, nodded to a sub chamberlain hurrying to the banquet hall, and was about to slip in the back door of Chenguo’s apartment…” “When the lady-in-waiting appeared from the opposite direction!” “Yes!” “And when they passed…” Ray steps back as the guard orders us out with a stern wave of his arm. “When they passed, they pretended not to see each other in the dusk.” “Yes,” I follow him, “but they both took a peek through the window as they went.” “And both ran from what they saw by lantern light.” There’s silence as we back down the hall. At the exit, Ray stops and stares at me. I stare back. Finally, I cross my arms and frown, “So who in hell do you think killed who?” “Whom, Jo.” His smile warms my face as he touches my hair and pulls me close. “Does it matter? They’re at peace and together. Come on. Let’s ‘pluck till time and times are done the silver apples of the moon, the golden apples of the sun.’” The End End quote by W. B. Yeats from “The Song of Wandering Aengus”


poetry THE WATERMELON SUNRISE Amy J. Huffman

sliced my eyes, replaced them with seeds that refused to grow. I was not as fertile as their original sky, though my skin was white, willowy, cloudlike. I held my rain inside, preferred to emulate desert, a blind, cropless plane. I chose not to see the roots that were forming behind me. Too late, I tripped on their confusion, shattered the instant night fell over me like a sledge hammer.

FULL MOON MADNESS Jodi Adamson

A glowing full moon, Along with the tides of Earth, Come crazed customers.

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poetry I AWOKE

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Eugenie Juliet Theall

I awoke this morning with two lines of poetry fully formed, but was too tired to rise or roll over to gather notebook and pen. I am a criminal. Those fleeting lines of mica or gold—gone forever, dissipated by dawn, now residue of dreams. I saw their punctuation—the dash and comma, exclamation and period— how they paused for breath, lit cave torch and Roman candle, dampened fevered brow, rang death knell, bent man’s knee. I awoke this morning, gatekeeper to Love’s sweet torrent, witness to purity in form, salvation in rhythm. My punishment? Shackled to an unmerciful truth: I denied the world.


“Una manera de ver azul” Javier Ramos Cucho


poetry LOST LETTER

Kylie Manning

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A lost letter pulls on the heartstrings: a missive sent with good intentions, goes astray and turns one to desperation; Imagine how in times of great wars letters could take months to arrive, messages dated by their arrival – love that either lasted or grew weak, ties that either held or gave, promises kept or broken, everything contained on a sheet of paper tested the connection between two people; Waiting for a wayward letter questioning whether it was mailed and will ever be delivered‌ Perhaps waiting makes you stronger depending on fate and the postal service, Perhaps accepting the silence discourages you to write again, Perhaps you heart breaks a little And mends a little over a lost letter.


poetry Mark Belair

NOVEMBER NIGHT Too warm a night for November, yet here it is, a gentle rain only just done, the befogged buildings, above the sixth floor, brilliant runways of light, the thick layer of wet autumn leaves disguising puddles (we have to watch our step), the air steamy as August, everything lush, nothing in this fall night what they forecast, my dearest, my darling, my lifelong love.

THE STORM SYSTEM The death toll in the Southern states from a series of fierce storms stands at 281 and counting, with countless ways of life—homes, jobs, histories—destroyed. Here the day broke overcast, the spent system having moved in overnight, light rain predicted for later, my morning routine the same but for carrying an umbrella, the rain sure to drench the dry foliage and rinse the dusty streets, its leading scent—trailing its past—earthy, potent, impassive.

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poetry Abigail Warren

OUT OF TOWN AT A BUSSINES MEETING I changed the sheets, scrubbed the bathroom and threw out all the leftovers—night after night the movies, on the phone, long, juicy books uninterrupted, and the stove never turned on once; no wet towel on the floor, no setting the book down for groceries and supper. Yet, still, I carry on one long unspoken conversation; and I see here now, all of it: but you: arms linked through the neighborhood, sweet company over tea, my difficult day weaved into yours with chattering tongues—the quiet broken (one human being in the presence of another) by my beloved.

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AUDABE Who is awake? Who heard the watchman first? Is that dawn at the window, can I fold up my knees for a few more minutes? You, zombie-like, rise from the bed in your skivvies off to the shower, me, your beloved (and your enemy) I lie waiting— no one worries me now I slip in and out of dreams but leaving this bed will change everything as if it’s me who announces the day has begun, the night ended— but now, I’m neither here, nor there though the darkness has passed I gently refuse something to begin: the start of the day, an assault on yesterday, on last night— I will make no transgression.


poetry INDEPENDENCE Ann Minoff

There are days when the sun doesn’t rise at all she hides behind a planetary curtain refusing me the light I need I’ve waited by the window watching the gray of the sky deepen into an impenetrable wall with no exit from the darkening light forced to face the morning without warmth and brightness except what I can bring myself.

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“Man Walking with Package” Allen Forrest


poetry NEW YEAR POEM

Anna Halberstadt

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The New Year is replacing the old one quietly in the din of plates being removed, Soviet pop from our childhood tired jokes and the smell of tangerines mixed with tobacco. Most of us are of an age to be happy for the coming year to be of no consequence rather than hoping for great fortune in the New Year. Have we lost our cool and chutzpah? What with the crossings of the globe dragging a couple of old suitcases and a volume of Mandelshtam in the coat pocket instead of hard currency? What about discoveries in the new world of new words like résumé, interview, goals and objectives, productivity, Russian Jews, NYANA, professional status or absence of such, loss or this or that, promotion, demotion, discrimination, cultural sensitivity or lack of the above, grand amour, divorce, marriage, divorce, trauma, more of the above back to school, another school, another degree, teaching, leading, writing about the experience, conference, immigration, more trauma, ethnocentrism, parents, hospital, dying, Hebrew Free Burial, rabbi, nursing home, Alzheimer’s yours or someone else’s


poetry Alison Hicks

GIANT Here at the Giant, the cheese is never w. The deli line stretches to the out-of-season berries. How long has the manchego been in the refrigerator? No one ever seems to want just one thing. In the movie about the old wrestler, having to give it up and working at the Acme, the semi-famous actor scoops out a little more then a little less for the picky old lady, then cuts his finger off in the slicer. He’s beloved in France, land of cheeses, which takes to its bosom all the American actors whom America fails to love back. Mickey Rourke, who had such promise in Diner, then disappointed us. His face is bloated and craggy. We prefer Kevin Kline, saying in his French accent, It was so beautiful that I had to leave. No one is ever alone, waiting for her number to be called, her serving to fall onto waxed paper, the label with the scan code sealing the deal.

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poetry CANOE Tight bends must be approached Pinching at the ends, widening in the middle Pivoting at the last minute Steering toward the bank the river cuts into Behind now dying in the water Floating silently except for the spiral Loading on land then picking it up at the ends will cause it to buckle Seams must be fortified with pitch or epoxy Upside down, it still floats Large waves hitting the sides capsize it Sometimes it will get stuck and you have to step into the muck Must be carried from one watershed to another

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Requires balance as well as strength Raises the heart Remnants of a beaver dam make a dull creak across the bottom Feels good to lift from the shoulders This involves uphills and downhills Hint of water through trees


poetry ANNIVERSARY

Sarah Mac Donald

It’s time I wrote to you. Three years to the day when you left, taken away by a tiny blood clot. We celebrated your life with a kilted piper. Too soon then, now feels right. I know I’ll never see you again, but you linger: your leather wallet, your photos of Greece, your walking sticks. They say I’ve created a new life— grocery shopping, cooking for one, taking out the trash, maintaining the house, writing poems. I miss you—your hoarse voice, fussing about the day. Our Sunday farmers’ market trips. Breakfast and the crossword. Our visits to therapists, too many to count. Remember when I said to one of them, “If you like him so much, you sleep with him”?

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poetry EDWARD FRYREAR CONTEMPLATES THE POOR BASTARD

Edward H. Garcia

Edward Fryrear’s imagination runs to the worst case, sees himself tumble down the steps, his hands occupied with a still-warm cake which mustn’t be disturbed, the cake flying as he misses a step coming down elbows first, face next, crushed granite tearing into skin bones more brittle than he had thought, crushed jagged humerus protruding, weeks in a cast, the poor bastard. RIO GRANDE REVIEW

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Edward manages the steps just fine the cake safely on the back seat floor of the Volvo wonders whether he should embrace the poor bastard he will inevitably become. Late at night in Brookhaven Assisted Living the nice day attendant who talks to him gone home the bored one who is looking for another job nowhere near, not responding to the buzzer somebody down the hall pushed half an hour ago, echoing down the halls, the buzz first becoming part of Edward’s dream now makes it impossible to fall asleep “Will somebody answer the fucking…? Will somebody answer the fucking…?” Edward’s only friend here is calling out. John, who once worked for a computer company, wrote code, analyzed systems, cannot think now what to call …it. Poor bastard. It was not Edward, he imagines, who pushed the button though he could use a change of clothes Having dreamed that he needed to take a piss and waking wet Edward willing to wait for the nice one who will not mind the smell so much who will look away when he strips down


poetry

bathe him in silence talk to him when he is dry and clean and dressed will not condescend will wait until she is home to shake her head and tell her husband, “Poor bastard.” This will happen or something like it or something worse pissing blood or coughing it up slurring, drooling words coming out of a half turned down mouth having to press a button for someone to wipe his ass searching for once familiar words like trying to remember a dream defeated by evanescent thoughts and words, evaporating before he can grab a hold of them. Looking in the mirror, not recognizing himself, knowing, still, that this is some poor bastard. Edward driving to friends for dinner with a cake in the backseat wonders whether he should embrace his future run toward it, quit pretending meet it halfway. Or if it’s a pit he’s scrambling to keep out of, jump in. Yelling, “Geronimo!” At the dinner news of an acquaintance: “You wouldn’t recognize him. He’s lost maybe 100 pounds. hair all fallen out. No muscle tone. You know what a tennis player he was. He couldn’t play ping pong. It can’t be much longer. I couldn’t stand to look at him. Poor bastard.”

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“Mundo armado” Javier Ramos Cucho


fiction THE QUIET LIFE OF THE HUNTSMAN’S DAUGHTER

Cheché Silveyra

Fork in hand, the girl imagined the sound of footsteps on dried leaves. She tracked it down the kitchen, along the hallway, until it fell in the trap. The beast, locked between the girl and the iron backdoor, let out a sharp and bitter wail. It tried to fly, but its wings were too frail, too little. The girl aimed and threw and winced as the fork clanked loudly against the backdoor. Outside the weathervane creaked, then the door squeaked open. “What’re you doing?” mom whispered, head sticking out the slightly opened door of the last room in the hallway. She had bags under her eyes, frizzled hair. “Nothing, mom.” On the floor, the beast had vanished. “Then pick up that fork, put it back where it belongs, and go do nothing in the backyard.” Mom pointed at the backdoor, her rosary coiled around her fingers. “But it’s cold and the boy’s—” “Wear a jacket, take a hot shower afterwards. Father’s trying to sleep, Constanza, he’s not doing well. Go outside now, and don’t bother the boy unless you need him.” Through the tiny window between mom’s arm and the door, Constanza saw grandma praying by the railed bed, father’s half-bandaged face writhing on the pillow. She couldn’t see them from where she stood, but she remembered the buck’s heads fixed to the walls, the display cases filled with rifles and beautiful butterflies pinned to cardboard through their wings. As mom closed the door, Constanza heard father’s long moan. It quickly faded into the weathervane’s creak, the wind, the dust against the windowpanes. Constanza went out into the backyard. She hated autumn’s winds, the dust. She hated the boy, too, half his truck in the backyard, half in the driveway, rifle propped against the passenger window and him asleep. She walked to the tree in the center of the yard and ran her fingers on the exposed sapwood. She remembered the shooting, the shouting the night they wounded father and the tree. And still the leaves fluttered and twisted in the wind, and refused to fall. The wind carried plastic bags and newspapers and

piled them up against the back wall. Constanza saw a cricket under a newspaper and pulled out the fork and aimed and threw, but did no harm. She shuffled the newspapers, found the fork, looked for the cricket, threw once more and once again she missed. The third time she didn’t throw: she walked upon the cricket and jumped on it and drove the fork through its body and into the ground. The cricket’s legs had little hooks and she ran her fingers on them and it tickled. She plucked one out and released it into the wind. She did it six times, then moved on to the antennae, the little limbs in the back. When she reached the wings, she had an idea and ran inside and grabbed her grandmother’s pincushion and ran outside again. She plucked a wing and fixed it on the sapwood with a pin and watched it swirl with the wind. It was peaceful when she dug a hole at the foot of the tree and buried the cricket under a mound of dirt. By the time mother called for her to get inside, the sapwood was filled with different kinds of wings spinning round and round with the wind. She wondered if a tree could fly away. Maybe, if it was healthy. She counted eighteen mounds before putting the fork inside her jacket and running to the house. *** Constanza took a hot shower and went to bed. She lay awake listening to the weathervane and the voices of the boys outside switching shifts for the night. “How’s he doing?” “He’d be better off in a hospital.” “He’d be exposed in a hospital.” “But he’d get better.” “Just stay awake.” And then nothing, only the wind, the weathervane. Constanza rubbed her fingertips and thought of the dust the insects wings leave in the fingertips, thought of their buried bodies and how peaceful it’d be living underground. In the morning she climbed out of bed and put on her shoes and jacket and went to the kitchen to get a glass of water. Mother slept at the breakfast table, face buried in her arms, the rosary coiled around her fingers. The

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fiction white bed sheets crumpled by her feet were stained in dark cherry red. Constanza heard the washing machine running in the background, then looked at the water faucet, the cupboard above the sink. She could use a chair and climb, but thought she better not. The hallway was silent to the backdoor. Outside the ground was thick with snow and the sky had cleared and turned blue. She stepped into the snow and heard it crunch under her shoes. There was no wind, no other sound. The boy slept in the truck and on the tree few leaves, frayed and browned, stuck out from the snow. The pins held only a stub here and there. She looked up and around, but couldn’t find the wings. *** When mother called, Constanza turned around and saw the weathervane up on the roof, a rooster on an arrow half covered with snow. It read only “Juárez” on the arrow. “Ciudad” was missing. “Half ’s missing,” she said, walking inside the house. “It is, baby.” Mom seemed like crying.

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“Come here, honey,” grandma said. “Don’t let her see him,” mom said. “I won’t, but she’s got to say goodbye.” “Don’t let her see him like that.” “I won’t. What’s that, honey?” grandma asked, shaking away the snow on the girl’s pajamas. “It’s my spear, grandma,” she answered, raising the fork. “You’re not going to need that anymore.” “What about the beasts?” “The beasts are gone, honey.” Standing under the doorframe, Constanza glanced at the railed bed, the bed sheet like a mound of stained white dirt. “Say goodbye, honey.” “Goodbye,” she said, staring at the butterflies in all their silence and beauty. Note: this story was first published, in a slightly different form, in 2011 by Paso del Río Grande del Norte.


fiction EVERYBODY HATES SAYING GRACEW “Jesus, Dave! Do something about that cough!” said Karen, slapping his back. David excused himself; he drank some water and held his breath until he stopped coughing. He had been doing this for a while. “You’re not smoking again, are you?” she asked, taking away the fruit bowl centerpiece and handing it to her mother, who smiled awkwardly. “You know I don’t smoke since college.” said David, composing himself. His sister wrinkled her nose. “It’s just a cold.” “Alrighty then!” said Karen, grabbing her purse. She took out a pill container and handed it to her brother. “There you go, that will do.” “What is it?” asked their mother, snatching the pills form David’s hands. She adjusted her glasses to read the tiny label. “Something that Jerry’s doctor prescribed. It worked for the twins too.” said Karen heading to the kitchen. The mother took out one pill and put it on David’s hand. She rubbed his back briefly, and then she joined her daughter in the kitchen. David didn’t take the pill. He wrapped it in a napkin and put it away. His mother and sister talked about some Lilly who was getting a divorce after three months of marriage. Did they even care about that? “That Wilson is good, I’m tellin’ ya!” yelled David’s father from the living room. It was the Panthers VS the 49ers. “Who’s winning?” Yelled Karen, but no one answered. The referee whistled, the crowd howled and cheered. David took the wrapped pill and put it in his pocket before Karen could see it. “You’re so quiet tonight!” said Karen while she set the table. David didn’t feel like answering. He had heard it so many times for the past few weeks. He thought of clearing his throat, like one does when things get uncomfortable, but then he remembered that that would make him cough again, so he just smiled. “So how’s work?” “Fine, I guess...” He said, but the second he saw Karen’s nose starting to wrinkle again, he added: “I mean, what can we expect of college kids nowadays? They just don’t care about history anymore.” His sister chuckled, but David knew it wasn’t the end of it. “And what about John?” asked Karen, lowering her voice. David had known that the question would inevitably arise at some point, but still he wasn’t ready. “Is it John or…?”

“It’s Josh. We… split up.” He suddenly felt like coughing again, but he knew that this time he wouldn’t be able to stop. “Someday you’ll find the right one,” Karen whispered, and the last words clung in David’s ears. The right one, not the right man, but the right one. For a while now Karen had been experimenting with her attitudes. She was a funny woman when she was around her husband and their friends (she would drink beer and even tell dirty jokes), but when it came to her children, and their innocence, she would dare to constrain the whole world before exposing them to its perversions. It was funny, tough, how she still believed in the naivety of her thirteen-year-old twin boys when, earlier, David had heard one of them call the other a faggot for not sharing his Gameboy. “Guess what, sweetie?” the mother broke the silence. “I made your favorite: mashed potatoes with peas and onions.” She said grinning from ear to ear. David kissed her on the forehead and then offered to serve the drinks. He took the glasses, and one by one he filled them with ice. He wouldn’t let go of the glasses until he felt the coldness of the ice spread to the tips his fingers. He wouldn’t let go until it burned. “No ice for the twins!” His sister warned him when he was about to pour the drinks “I don’t want them to get sick again. And you shouldn’t get ice either or you’ll get worse” she said, taking the twins’ glasses and throwing the ice in the sink. It was ten past six when, after several failed attempts, Karen had succeeded in bringing the rest of the family to the table. David sat next to the twins and across from his mother. Karen sat next to her Jerry, who was at one of the short ends opposite to David’s father, who wouldn’t look at his son if he could avoid it. There was an empty chair, however, the one in which Josh would have been sitting if it wasn’t because of his sudden doubts. “How are college kids treating you, David?” asked Jerry all of a sudden. “Not so good, huh? You look like you need an urgent vacation…” “Leave him alone,” Interrupted his wife “but he is right, Dave. You look so tired and you’ve lost so much weight.” Now everybody was looking at him. Even his father dared to take a quick glimpse. His mother, however, smiled at him nervously across the table. He smiled back, and then he looked back to

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fiction his plate. There it was: mashed potatoes with peas and onions, and all he could think of was throwing up. “Anyway, who wants to say Grace?” asked Karen. No one answered. One of the twins rolled his eyes. “Come on! No one has anything to say? No one is grateful for anything… Dave?” He didn’t answer. How could he? “Alright, then, I thank God for this dinner, and for you guys, and your happiness and, above all, for your health. There you go, how hard was that?” Dinner was over. The game too. Niners had won, of course, and everyone gathered around the TV and watched some pay-per-view film. Everyone except for the mother. She always insisted on doing the dishes after dinner. David got up and went to the

kitchen. He wanted to say so many things. He wanted to thank her for not asking about Josh, for her delicious mashed potatoes, and for her always silent complicity. “Mom” he said, coming closer to her. She didn’t turn; she just kept wiping a plate that was already clean. “Mom, I need to tell you something.” She placed the plate carefully next to the others and removed her kitchen gloves. She had heard and read stuff, David knew, and she just needed a little more time before he confirmed to her what she dreaded the most. He waited, and as he did he watched the dripping tab and the remains of the ice cubes that Karen had thrown in the in the garbage disposal earlier. They were almost gone.

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“Mother Daughter and Son” © Allen Forrest


SUNDAY RITUALS

Luisa Muñiz

She had just received the Eucharist when she saw him for the first time in months: his hair was combed to the side, and he was properly dressed. She watched him as he helped his kneeling mother get up from her prayers, and sit next to him. He then caught sight of her. He greeted her with a nod, and followed her with his eyes until she had reached her seat. “Dear Father, forgive my sins…” she began to say even before she knelt in prayer. “Dear Father…” she said again, but the words wouldn’t come out even though she knew them by heart. She held her hands tighter and moved her lips in an imaginary prayer, but she still felt his distant stare burning the back of her neck. She gave up praying; she folded the Eucharist with the tip of her tongue, and then swallowed it in silence. “Mildred!” Someone called when she was about to cross the street. Mildred stopped and saw Mrs. Woodruff waving at her among the crowd. Behind was her son. “Aren’t you staying for the fair, my dear?” asked Mrs. Woodruff, fanning herself with a pamphlet. Mildred shook her head and apologized. “Maybe I’ll stop by later,” she lied, trying not to look behind Mrs. Woodruff. “You really should, sweetie, and bring the kids too. It’s been a while since I’ve seen them.” Then Mrs. Woodruff walked away to greet someone else. “Hello,” said Mrs. Woodruff’s son the moment his mother left. “Good morning, Christian,” she answered and then pretended to look for something in her purse. Realizing she wouldn’t get away with it so easily, she added “How long are you staying this time?” His leather shoes shined as if he had just polished them this morning. “Two weeks,” he answered. “Listen, I know you said you’re busy, but c’mon, Mildred, let’s do something tonight.” This man will never give up, Mildred thought. Since he had learned about her separation nine months ago, he hadn’t stopped inviting her places: “You like dancing?” had been his first insinuation; “It’s a nice day for a picnic,” he had said another time. “Dinner tonight? Please,” read a note that he had slipped under her door one day last spring. Either he had all the patience in the world or he was just shameless. “Cleopatra is playing. They say is good,” he insisted, smiling with that smile that made her stomach feel like a hole. “I can’t” she answered as she turned and walked away. It wasn’t that she was a stiff, she just was married. It was almost four when Mildred heard the front door open, followed by the sweet sound of her children’s voices. “Mom!” called her eldest, and just as she walked out of the kitchen to receive them she found him in the living room, holding their three-year-old in arms. “What are you doing here, Newton?” she asked, as her husband turned and put Gracie down. “We’re going to the beach, mom!” Patty exclaimed, her wide, bright eyes becoming even wider. “I’m taking them to Santa Monica,” Newton explained. “And you’re going today?” Mildred asked, restraining herself from shouting at him. He didn’t answer. He turned on the TV and then sat on the couch, just like he used to do when they were still together. “I haven’t done the laundry. What do you think they’re going to take to the beach?” “He bought us new clothes, mom.” Bobbie answered. The laces of his shoes were untied, and his shirt, the one Mildred had ironed that morning, was stained with ketchup and ice cream.

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“It’s all in his apartment.” Mildred didn’t say anything. She went back to the kitchen and to the dirty dishes. “You can come with us if you want.” Said Newton behind her. “Come on, dear, let me take you to the beach.” Mildred laughed. ”You’re going to buy me new clothes too? And what about one of those bikinis?” she asked. She took off her kitchen gloves and threw them away. “You’re going to buy me one of those and let me wear it in front of people?” He frowned and turned red. “Besides, I thought you had just gone to the beach. Didn’t you take that tall, skinny girl from your office? Did you let her wear a bikini?” Newton didn’t answer. He turned and walked away from the kitchen. “How old is she, Newton?” “I will bring them back next Sunday” he yelled, walking away. Mildred rushed to the living room. “Patty’s birthday party is on Saturday. I already asked Mrs. Woodruff to bake the cake.” No one answered. Patty was on the floor, helping Bobby tie his new shoes. “Hadn’t you already asked all your friends to come over?” Mildred shouted at the girl. “What are you going to tell them, huh?” she said, but then wished to take it back the moment she saw her daughter’s bright eyes hid under her eyelashes, andher upper lip tightening in an effort to contain the sobs. “Alright, then. We’ll do it the following week.” Mildred kissed her children goodbye but didn’t follow them to their father’s car. She instead went back to the kitchen. She loved her children, as selfish as they were, but she couldn’t help wishing their trip was ruined somehow: she wished it rained all week long at the beach; she wished Gracie wouldn’t stop crying for her mom so they had to come back, or maybe a flat tire on the road. Mildred stopped. She headed to her room, put on the prettiest dress she could find and took the dust off her high heels. She put her hair down, makeup on, and sprayed some perfume on her neck and wrists. She took a last glimpse of herself in the mirror: she knew she was no Liz Taylor, but she could still draw a few stares from men on the street. Just when she was about to leave, she sprayed a little perfume on the tips of her fingers and then slowly slid them in between her breasts. The moment she knocked on the door she felt like turning away, but she knew it was too late when she heard his steps approaching. The door opened and then he was there: his hair wasn’t combed to his side anymore, he had taken off his shoes, and instead of wearing the fancy shirt he had worn to church that morning, he was only wearing the white undershirt. “Mildred” he said surprised. “Is your mother home?” Mildred asked. Christian shook his head. “She is still at the fair,” he said. What was she supposed to do next? Should she mention the cake? “Well, now that you’re here,” Christian said and Mildred sighed. She felt her hands and knees shaking. “I think we can still catch Cleopatra, if you want.” “I would rather come in,” Mildred answered without even trying to stop herself. Christian nodded, and after taking a quick glimpse at the street, he moved aside and let her in. As he was closing the door, Mildred remembered her kids. She pictured them at the beach, laughing and building sand castles. She hoped they would have the best time of their lives.

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“En rojo” Javier Ramos Cucho


poetry Kelly Talbot

NERVES She’s shaving her legs; maybe he will come over. It’s tedious, this process of scraping steel across meek flesh, but it numbs the nerve endings. She’s shaving her legs. It’s anguish, this dullness of dragging blades on coarse minutes, but it numbs; nerves ending. Maybe he will come over. Maybe. RIO GRANDE REVIEW

HAMMER AND FLOW He lacks instruments to read the constellations of my heart. There is no compass, no chart, to determine how to navigate these currents. The mariner drifts through this salty flow not knowing, and yet the determination in his hard hands moves me. There is a rolling that rustles the white sheets and propels us forward, a force borne of neither the machinations of man nor the glittering sparks that I cast across his sky. In this convergence of astrology and science, the union of hammer and flow, the rush of breaths in stasis, we surge through these saline waves in unison to create the wind.

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poetry Marilyn Ringer

SNAPSHOTS My young father, already bald after the war, kneels beside me in his khaki work clothes. I am four years old. We are at the oil patch, the heavy scent of the spill wrinkling my nose. I lean into a breeze that lifts my spare locks, full of the confidence of his arm around my shoulder.

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In a few years he will change, become stern like his father. I learned to fear his disapproval, bide my time. In the faded color picture of our first plane trip to California, my shoulders are hunched forward, my hair held still by Aqua Net. He wears worry beneath the brim of his hat. After Mom died, after remembering himself, he came back to me, and in the last picture— if only I could have seen how gray his face— the last time he put his arm around me, we are smiling.


poetry

CHRISTMAS, 1950 In the black-and-white photo, you hold the Rudolph book with a sweet, bemused smile. I am tucked next to you in Carter’s pajamas, the footies too big for my feet. An inflatable Santa peers eerily over our shoulders, our sister not yet in the picture. Lost boy in the overstuffed chair, do you survive inside your present delusion? If you can hear me, make your double look me in the eye. The one taught to be seen, not heard, who learned to live a lie, survived to become the prosecutor of liars. Today your world resides in a house you no longer own. Deaf to reason you cannot see the heartbreak adrift in your wake, no story to light your way through the coming storm.

BALLET AT THE PARIS OPERA ~after a painting by Edgar Degas

The canvas crops the dancer into shoulder, one pas de bras, a tutu-ed hip cocked over a toe en pointe. In the foreground, a man’s bald head just below the stage. Degas noticed congruency in disparate shapes, found pleasure in paint daubed quickly: how a pattern emerging, what’s seen, elicits what can be felt. Look at her shapely arm, its steeled muscles disguised in curves, the man’s head tilted up, her pink, silk shoe a beak about to feed him.

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poetry FATA MORGANA KJ Roby

A ship on the horizon. A message in a bottle. A kind word Foil the plans I had. Undercurrents rock The bottle out of my reach; I will stand on A kind word. But is it a mirage? Gall bladder chafes. Liver dwells. Lungs voice. The spleen spites. The stomach abides. The heart needs To live. A ship in the distance. A message for a friend. A kind word. RIO GRANDE REVIEW

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Turn to him The other cheek That you may live. Now is the day, as Incredible as it seems, we Behold a change; Behold a new we. The blessed wash their robes. A kind word. My hope springs eternal. This ship has sailed, Morgana. 9/5/13


poetry Ana Prundaru

AN ODE TO THE TIGER Tree blanket moon lane An emblem of inky gold Lacy agate coat. A manbeast’s trophy Resigned king is on the run Claws tapping grimly. A proud heart thrashing Crying remnants of safety His life long buried.

HUMMING SPIRITS The air rests as the storm breaks, cradling us in unearthly vows. Darling love of the veiled azure and my ceaseless longing for your rivet essence. Fireflies swathe us in golden leaves, sprinkled across a loge of dulcet pines. And as I lay to rest for the last time, I wipe out all the wrongs. But my spirit will tiptoe into your arms, where it belongs. When the dragon glides above pearl-crested water; the last child of a long forgotten melody, velvet tears trickle from the sky into a pair of shimmering ocean lights. And there we are Your hand in mine Whirling for unending ages, just as we were meant to be.

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poetry REMINDERS

Terry Trowbitchs

Unsure of what yellowflower species you pointed at yesterday I will settle for just leaving my lawn alone in remembrance of our date.

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“Smoker” Allen Forrest


poetry PRESCRIBED BURN

Chad Hanson

Emma let her grass grow. The blades dried and stiffened. The lawn became a field of khaki wheat shafts. She burned them. When the fire chief came, he asked, “What happened?” She tried to reason. She said, “It’s a prescribed burn.” He said, “Prescribed? Who prescribes a burn in a suburban neighborhood?” She told him her doctor suggested that she do something to tame her sensibilities. Something other than lying in the weeds. Listening for a badger. “Anyhow,” she said, “The ground kept complaining about the cold.”

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poetry Daniel Ari

FORTUNE’S CASTLE I’ve so many good wishes from Chinese cookies saved in my home, you’d think to see diamonds and plums in Chihuly bowls in each room. But actually, bowls by Ari

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fill with pennies and small apples from our own tree. Fortune’s simple sugary crumbs fill my temple. My luck’s ample.


poetry WE AGREE

for L

Bring our wedding cake topper onto The Antique Road Show. The expert will turn it on a felt-topped folding table with restrained enthusiasm about its monogram, filigree, pedigree and, at last, its je ne sais quoi. Though we’re amateurs, the verdict’s dramatic: Best In Show. Yes, look at us now: in bed watching TV on a Tuesday, adrift in tea, blankets and the broad seas of regular passing among office, practice and kindergarten days. Far from the wedding where we wept our joy, we land weary with few words some nights, some nights a slight furrow in the brow. The patina deepens on the worthy thing we have here in the flats and troughs equally as in the barnburners and breakers. By now we know we’ll look, and it will appear on the altar where we tend to it, sprouted and burnished, ever the bright prize we seized together before the gray. Under its still, resounding presence, think of all we’ve born. It’s always here, dear, our golden little tabernacle.

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poetry Fred Yannantuono

JELLINEK Sputum, tubing, age: he ticked them off. He mentioned life’s quality— what was that? At thirty-five his picture was snapped with a corpse by a Hoosier who was destined to be shredded. He ate the food. He drank the beer. He got the picture. Now hand cracks can, screen snares eye, a reflexive position develops. Sputum, tubing, age. RIO GRANDE REVIEW

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SHOOTING STARS Her lips the candy Of passing worlds And as optically tasty As the look I got When the time came, Pure lies as aerial art, Whole worlds rocketing By in pinstripes. Out of motes of dust Enflamed to impersonate We could mark the Change, tiny grains And cool, and from the Corner of our eyes Out on the point Where the air is clear I took her to see The shooting stars.


poetry BIOGRAPHY OF A FACE Donald Levering

Counting backwards under ether the last you saw of normal was the masked surgeon who carved off half of your jaw.

in memory of Lucy Grealy

You liked to stare at photographs of amputees from land mines who truly knew what suffering meant, for Mother always said your pain when the boys called you monster face was nothing but self-pity.

She removed the papers you taped over mirrors and scolded you for crying at your shots as your teeth got soft and your mouth filled with sores.

Repeated trips for the chemical drip made you retch into the metal bowl that reflected your disfigurement.

She nagged about the wig you refused to wear when you lost your hair.

You dared to wish you could count back to the face you wore before the operation.

But wasn’t Mother right about being brave?

So you would not display the hurt when the boys sang out monster face.

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Poesía latinoamericana


“ENTER el servidor de un servidor” Javier Ramos Cucho

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de la década de los 80


Diversa y dinámica es la poesía de Latinoamérica. Su signo es la heterogeneidad y el dinamismo. Sus propuestas y búsquedas plantean los más eclécticos encuentros y tensiones. En este número de Río Grande Review hemos reunido una muestra de voces que ejemplifican la riqueza de tonos y registros temáticos de distintos poetas latinoamericanos nacidos en la década de los ochenta. Una cosa es constante en estos autores: el ejercicio de la poesía como un acto de resistencia ante los mecanismos sociales que pretenden uniformar y automatizar la existencia de las personas. RIO GRANDE REVIEW

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En ese sentido las palabras de José Revueltas se muestran cada día más oportunas: “Hemos aprendido que (...) la única verdad, por encima y en contra de todas las miserables y pequeñas verdades de partidos, de héroes, de banderas, de piedras, de dioses, que la única verdad, la única libertad es la poesía, ese canto lóbrego, ese canto luminoso”. Cada uno de los autores reunidos en esta muestra son dignos representantes de sus tradiciones nacionales y algunos de ellos ocupan ya un lugar distintivo en el panorama literario del continente.


dossier Víctor Vimos (Ecuador) -oEl resto será como armar el mundo, como nombrar por primera vez las aguas del cielo y la tierra, diremos:

¡Oh!, pedazo de estrella, el tamaño de esta flor tiene el sonido de la ternura, un espacio vacío para derramar todo el silencio que nos deja la despedida, y así, puestos en un momento a anularlo todo,

demoler causa motivo noche,

diremos:

¡Oh!, pedazo de estrella, dónde busco la estación de tu nombre, el pelaje osco de tu corazón estremecido por el amor, alucinógeno maduro que nos dejó deshechos en la punta de una promesa, Yo podría correr hasta tus brazos y pintar el amanecer con gaviotas y gatos, pero ante esta edad que aniquila como la fiebre toda esperanza, solo la contemplación me busca, solo la contemplación me atrapa,

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mi hueso, mi hueso blanco humea desde el sótano ese color lechoso de la burla, la más severa, ante el paisaje marchito que cuelga de mis párpados: ingreso en un callejón donde es mi nombre la única arma mi piel el único paraguas y mi corazón se desvanece como en una diremos:

avalancha,

¡Oh!, pedazo de estrella, en qué lugar escondiste a esa mujer de pómulos blancos y vientre suave para que estas manos no pudiesen dañarla, dame una esperanza, regálame un latido que me contagie de la luminosa escarcha que acontece esta madrugada (...)


dossier Juan Carlos Cabrera (México) VI Pero si el tiempo justo –su balanza de seda milagrosa– no depara fortuna a mis papeles, dirás: Nunca fui suya, jamás entró sus manos en mis aguas tranquilas, no me tocó al tocarme; y además era feo: su imagen aumentó mi astigmatismo. Eduardo Lizalde

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No persistió mi palabra en la distancia, no deparó fortuna el tiempo a mis papeles. Jamás la amada se bañó en mis aguas turbias. Manco y torpe, feo astígmata, mi imagen alentó el olvido en su memoria. No deparó fortuna el tiempo a mis papeles. Para que mejor pudieran escucharla, cubrí sus oídos de antemano sordos, pero ninguno supo distinguir su canto del agitado canto de las olas. Para mejor vencerla caí en su oscura trampa cegadora, para mejor huir até mi cuerpo a erecto mástil impaciente. La perdí para mejor buscarla, para que las amarras en mi piel ardieran esa noche. Pero no deparó fortuna el tiempo a mis amarras. No persistió mi canto en sus oídos como su silencio en la palabra mía, no deparó fortuna el tiempo a mi ceguera. Nadie sabrá que he muerto, que si feo astígmata en vida anduve, doblemente ciega fue mi muerte. Pero lo triste no fue que mis ojos lo cegaran todo, fue no ser visto por ella que cegaba, dadora del astigmatismo. No deparó fortuna el tiempo a mis papeles, ya nunca los lectores sabrán de su ceguera.


dossier Dalí Corona (México)

LIGERA Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas. Federico García Lorca Toda así, ligera, entraste en los rincones de mi casa, entraste - luz que apenas se filtra en la raíz como una lluvia tenue de brazas que el viento deja escapar hacia los árboles. Toda así, con tu región más ártica y delgada llegas a habitar nido de pájaros, cabeceando en un ir y venir de hojas secas. Me pregunto, por qué tanta lucha para no ser ácida lluvia, si toda tú entre mis córneas, incontenible habitas. Parvada de dragones, trombosis, sombra lepidóptera. Me pregunto, para qué cielo arado, para qué mar de lanzas costillar que revienta, si a tus pequeñas manos llega el animal que en mi cabalga. Ligera, ligerísima, líquido trotar de sangre así llegaste, apartada de todas las especies de cigarras, segura de estallar retina adentro.

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dossier PÁNFILO Su nombre era motivo de risa en el salón de clases; tenía los ojos negros y la piel de un tono más oscuro que el de todos. Era pequeño y no parecía de seis sino de cuatro. A pesar de eso los niños se peleaban por elegirlo al iniciar las retas de futbol en el patio de la escuela. No recuerdo si era aplicado o como yo de los que hacían como que hacían algo cuando Josefina, la maestra, se asomaba a los cuadernos. Un día no regresó más a la escuela y el equipo del primero “B” se quedó sin delantero. RIO GRANDE REVIEW

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dossier Fadir Delgado (Colombia)

EL ÚLTIMO GESTO DEL PEZ ¿Y quién eres? El último gesto del pez Una sílaba que nadie usa Las sobras de un abrazo Un circo con ciegos trapecistas La mueca del payaso Un calendario de cuerda Un puñado de alfileres Una jaula para hormigas amarillas Un pez que llegó a morir lejos del mar ¿Y tú quién eres? El mar que vino a ver cómo mueren sus peces.

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dossier DESDE EL TREN Hoy descubrí que los peces se ahogan en la ropa mojada Que París es un caracol Que los castillos amarillos existen al sur Que las llegadas de los trenes producen un cierto espasmo una leve y monstruosa saliva en los ojos Descubrí calles que se creen arañas Las hijas del sol en las hojas de otoño Palomas sin miedo a los pies He visto un río sin pliegues No se parece a los otros He visto trenes abalanzarse sobre tanta gente como serpientes Una piedra mítica La mitad de un arco iris

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Descubrí que los paraguas se extravían para convertirse en fantasmas que algunos peces han escogido una rara forma de morir Una ciudad de ecos de rayuelas de parques musicales y castillos de agua Un macabro baile de campanas en una sola calle Descubrí que las estaciones de trenes producen ansiedad Allí fue imposible imaginarme el amor Descubrí que los trenes son egoístas No les interesa conocer a nadie Descubrí que los molinos de viento se reúnen en algún lugar del mundo para hablar del viento He visto la luna como una gota de agua cayendo sobre el río Globos que se convierten en peces Papeles anaranjados como cielos Carruseles dorados Ciudades a donde llegan los objetos perdidos Hoy descubrí que prefiero aquellos trenes antiguos Que nadie vendrá a borrar la sombra La cicatriz del viento Descubrí cómo salvar peces en la ropa mojada.


dossier Denisse Vega Farfán (Perú)

VINCENT * Entonces dejó la pipa humeante sobre la silla de paja. Su cabeza era una montaña de la que apenas había terminado de arremolinarse el sol. Se sacó el sombrero con las velas derretidas y hundió su ceño para sí mismo sin ninguna llamarada de contrición. Afuera los campos de trigo siempre intactos, impolutos al ojo que intenta saturar sus colores, evacuar los paisajes corvos que ocultan el alma de los pinares. El color exacto se busca, o se rehúye de él, por miedo a no volver. El color exacto se esconde de todos los colores, hasta de la transparencia. La transparencia es cómplice hiriéndose de color acostumbrado. Por eso desea que la pipa se vuelque sobre la silla y llene de un lienzo encapotado la habitación. Como con la noche estrellada, se pregunta cuál es su verdadero color cuando no hay color aparente, cuando un hombre atado a la debilidad de sus tobillos se rodea de toda su sombra y no hay trazo, amarillo nápoles, que simule el fin de perspectiva. RIO GRANDE REVIEW

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** Sobre el campo de trigo volaron los cuervos; yo los saludé como si tratase con zarcillos. ***


dossier Y si los cuervos viniesen a mí; sería uno de ellos. Solo entre los maizales. Todas las aves pensativas y los hombres huyendo de mi trasnochada barba por temor a arrancarles los ojos y negarles su pereza. No ven el lila iridiscente expandiéndose en un último llamado al final de mis plumas, que mi graznido espumea por haber encontrado algo mejor que el color: el paisaje anterior a los ojos. **** La claridad del paisaje: un hilo de sangre dividiéndome el rostro, rojísimo, como los tulipanes que hoy pinté y me demostraron la fugacidad de lo recreado. De un lado, los fresnos en llamas; del otro, un grajo ululante y azul ermitando en el dintel de la habitación que menos nos espera. ***** RIO GRANDE REVIEW

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Soñé que me soñaban. Mi oreja sobrevolaba los lagos y guardaba la cosecha del invierno, el tordo escarpaba lacónicos ritos demenciales. “Me la corté para que oyeras todo lo que te escuché decir entre sueños”, te dije, “para que veas que ningún color es válido al final; mi retrato es todo aquello que ya no la sostiene”. Entonces, te acercaste a mi oreja, dejaste que se posara en el dorso de tu mano, un pitohuí, y ya no sentiste el impulso de preguntar por camélidos nunca más.


dossier Emma Villazón (Bolivia)

SONATINA DEL OTRO COSTADO De la mano del viento rodeada por luces y flores engreídas va con una sonatina boliviana en la mitad de la costilla y en la otra déjase nutrir por acribillados y aludes Va con la boca de la recién nacida que corre a chupar de un cielo de edificios va a flor de piel con los resecos padres atados a su gruesa falda que barre el suelo Va analfabeta del nombre de las calles a las negras calles con barniz de siemprevivas va a bordar la Constelación del Desamparo a partir de unas verduras y sus temporarios No hay retorno, Dios, ni costilla mágica: érase una campesina maquillada que se hizo astronauta al pasar la frontera érase una pastorcita de habla entreverada unos sueños como trapos lanzados a un Mar érase un érase un érase un érase …………. y un horario sin Sol érase un érase un érase un érase …………. y una infección de Rosas siniestras y en Cobre (colecciones de estrellas, invierno y alaridos) AHORA VOY ABIERTA Y FUGAZ

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dossier HOJEANDO UNAS PÁGINAS DE HISTORIA Por la versión de Madame Bovary regalada por una abuela entre las estampitas de santos y lo que se enfanga burdo y esdrújulo, nos muestran las vocales y las nubes; así, comiendo oposiciones de un lado y otro, empezamos a chocarnos con las piedras hasta que un día alzamos un astrolabio y buscamos, en cajones, agrias y febriles las “grandes” páginas de nuestras madres, y caemos ahí donde está el suicidio de una emma que pervive, el crimen que nos traspasa las pupilas

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pero ahí, en esa misma emma, si uno se acerca bien, llegamos a oír la carencia que rebasa a todo sexo, la nebulosa de una sed invariable, hecha de tantos muros e imaginería, que quizás sea lo mismo que decir el aleluya que nos rebasa el cuerpo: una campana, un paso o un instante de una grieta que esparce pura lava y crece madura… aunque para tocar esa melodía de plata no solo tuvimos que oír también cavamos por años un imperio de silencio


dossier Sebastián Goyeneche (Argentina)

FLORES IV para hablar de ignorancia no hace falta hablar para hablar de ignorancia basta ver el movimiento de los autos en la calle el apuro de uno retrasa, obstruye el apuro del otro para hablar de ignorancia, el movimiento de los autos en la calle para hablar de ignorancia dos árboles menos en el barrio para hablar de ignorancia, la gente podando la vegetación la gente así como los podan, los cortan, los lastiman para hablar de ignorancia líneas, estructura y dirección para hablar de ignorancia resumen mal la vida de un árbol para hablar de ignorancia las flores colman toda posibilidad de sabiduría y sólo queda hablar de ignorancia.

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dossier FLORES XII a susana santos

no te quiero mentir:

el camino es hermoso pero es siempre cuesta arriba.

desde el tren veo cómo el pasado no podía ser visto. RIO GRANDE REVIEW

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yo elegí ser blando.

no te quiero mentir: ningún pensamiento es precario.


dossier Kreit Vargas (Perú)

TONAYAN Tuve un color hermoso Un lugar donde mi oro era irremplazable Jade en la fiesta de la sangre Donde mi ejército se convirtió en barro sobre la marcha Ahora mi enemigo agoniza enloquecido por la belleza de la calma Proclama su derrota en el movimiento Nada puede contra la estela invisible de mil hombres volviendo a la batalla por siempre Secreto motivo arrebatado al sueño de la piedra A su primer canto Aquí Abandono la primera estancia donde la vida brota como agua incomparable Agua para la sed insaciable de los vencidos en el campo donde crecen los palacios elementales Donde el sol desciende convertido en una bestia fraterna Para besar nuestras frentes A lamer nuestro último latido

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CEMPAZUCHIL Atraído por el aroma del sol macerado en la boca de las flores No pude recordar la dirección del puerto tras el jadeo constante del nopal Entonces volví sobre la búsqueda encarnado en el caracol y su doble prisión Tuve un rostro en la historia de las revoluciones invisibles Un vínculo sagrado con la estrella amada de los asesinos Aprendí el rito callado del primer hombre que busca un lugar para morir Abedul primordial esperando el regreso de las mariposas Esta playa en su memoria me devuelve sobre su paranoia interminable Mineral legítimo regido por la turbulencia celeste Cuando el sol era un dios Y mi voz un elemento precioso e inestable Devine en agua renovado por el ascenso del salmón y su reino generoso de muerte En cada dimensión propuesta por sus matemáticas prevaleció el fuego Domesticadas las sombras y la presencia del lobo en la escena cotidiana del pan Las oraciones se convirtieron en el sordo aleteo de la libélula en el día renovado Antecedidos por estallido de la semilla que retorna al sueño La calma se hace posible en la tempestad de la carne


dossier Orivel Oneida Ortega de León (Panamá)

FLUIR Con la simplicidad de la hoja la certeza de la sombra y la cintura al tambor. La ligereza del beso deseado, como la desnudez a las manos. Palabra e historia. La armonía de una sonrisa el buen postre al paladar, brisamar, palmeras y luna llena; así como respira la vida.

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LA NEBLINA Embrión de nube tira de morfeo y el sol tortura por no tocar el suelo ni hablar con el halcón. Sed del que tiene y no llega a vaso de agua. Capa del hada del rocío. Vocación tibia, nunca lluvia solo acariciar el rumor.


dossier Roxana Miranda Rupailaf (Chile)

PRESAGIOS DEL VIOLETA Aguas blancas que inundan los presagios de esta fiebre que nos convierte peces Delirio de serpientes que me abrazan y se cuelan por la piel de los espasmos Adoro estos gritos en que trizo y me trizan el placer con dos vidrios incrustados Me tiemblo de las muertes en que sudo los sueños y los ríos RIO GRANDE REVIEW

Jadeo en este insomnio de retenerte adentro Misterio de no saber quiénes somos cuando en camas ajenas nos buscamos

Y YO ATRAVIESO A TROYA CON TODOS LOS FANTASMAS que gritan en mi cuerpo Camino sobre el agua con dos lenguas en la boca Un pez que se me atora en la garganta Mariposas que a pedradas rodaron por el aire Delirio de tragarme ése veneno que anda en ti mi culebrón de tres cabezas Delirio de lavarte los pies con aceites Delirio de lavarte los pies con aceites Delirio del aceite

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LA ARENA Y LOS OLVIDOS

Santiago Espinosa

Quien se habita es el desierto: su soledad es nuestra. Carlos Obregón Se han reunido tus recuerdos sobre el blanco de una imagen, pidiéndote cuentas. Qué de esto es tuyo y qué de los otros. Dónde comienza el dolor de los demás. Tanteando en torno, como sonámbulo, buscabas la conexión entre tu voz y las cosas. Te preguntabas por la herida de una herencia, cuando al final de los caminos no había nada por comprender. Así fuiste habituando tu labor de escribano, en el fulgor de las cosas perdidas.

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Tenías que construir para perder. Darle la vuelta a la comparsa para quedar tan solo como al principio. Había que alzar una escalera a lo invisible para aprender a derribarla después. Se abrió la puerta y ahora miras lo tuyo en el silencio de lo informe, pariente de un misterio perpetuo. Deja que los muertos se concilien con los muertos. Que el viajero que no fuiste se realice entre los suyos, y que nunca regrese. Que el estudiante y la señora de sombrero vuelvan a cometer las mismas equivocaciones, que la víctima se cruce por la calle con su eterno verdugo y que no se reconozcan. Sombras o fantasmas, unos y otros pasaran. Sigue ocurriendo al margen la fiesta de los vivos. ¿No oyes la música que envuelve las montañas en su acenso, en la balanza de los senos donde un mundo se inclina, es leve el destierro? Escúchala en silencio, no mires para atrás. Esta y no otra era tu historia: el tiempo contemplado en las fisuras de la arena, el lento madurar de los desiertos sin límite.


“La paz comienza con una sonrisa� Javier Ramos Cucho


Foto: Sandra Enciso


ficción ACNÉ VULGARIS

Oscar Zapata

No sabes cómo pasó. Un día estás tronándote los barros frente al espejo y en un abrir y cerrar de ojos a las secuelas del acné las cubre un descuidado y crespo pelambre. El otrora plano abdomen es ahora un amasijo de lípidos. Recuerdas la secundaria, esa etapa en la que las glándulas sebáceas se excitaban tanto o más que la entrepierna y donde tu máxima preocupación oscilaba entre las propiedades atómicas de los gases nobles –que de nobles no tienen un carajo– y el naciente busto de tu mejor amiga. Ahora debes votar, participar en las juntas vecinales, indignarte ante la corrupción de las autoridades. Necesitas chamba y convertirte en un ciudadano ejemplar. Tiempos maravillosos aquellos en que lo más cerca que estuviste de las responsabilidades laborales y cívicas fue una breve ojeada al libro de “Formación Cívica y Ética” que el delegado de la Secretaria de Educación Pública entregó a tu escuela en un evento donde aplaudiste al unísono del redoblar de los tambores. De aquella ocasión lo único que recordarás con detalle –al igual que millones de jóvenes mexicanos– será la mítica imagen de una mujer morena que en la derecha sostiene un libro y en la izquierda la bandera nacional: traumática portada que te recuerda el desencajado rostro de la maestra Mercedes cuando Poncho preguntó cómo se ponía un condón. Mismo día en que sacaron misteriosamente a todos los hombres del salón de clases para hablar con las niñas sobre “temas de mujeres”: todos sabían que se trataba de menstruación. Hoy, la única menstruación que te importa es la de tu supervisora en la oficina: síndrome premenstrual agudizado por la ambición de poder y la necesidad de dejar bien en claro la jerarquía. Jerarquía basada en una silla más cómoda que la tuya y 1000 pesos más al mes. Al igual que en la secundaria los números siguen importando: 6.5 sube a 7; 3,885 pesos, el resto condicionado al número de ventas y por fuera para que la empresa declare menos impuestos. Nunca lo creíste, pero la clave de todo estaba en la repetición como decía la Peggy (apodo de la miss de inglés debido a su sobrepeso y a una ancha nariz que se expandía a ratos cuando trataba de emular una extraña entonación canadiense): Good morning everybody, repeat after me, today is Monday. La cosa no es tan distinta ahora, repetir una y otra vez para que el cliente no note tu acento latino: Good morning, thanks for calling Verizon, this call may be recorded or monitored for quality and training purposes. My name is… (la supervisora escucha desde otra línea atenta a que sigas el script al pie de la letra y recuerdes tu training: cambien su nombre, nada que Claudia García o Juan Pérez, improvisen) … Owen McNamara. How can I help you today? Formas parte de esa generación obligada a memorizar, a fuerza de repetición clerical, aquel poema que comienza: “Amo el canto del zentzontle…”. ¿Cómo chingados será el canto del zentzontle?, te preguntas mientras observas en la cartera un par de billetes de 100 pesos con la imagen del tlatoani poeta. Billetes que debes

hacer rendir al menos hasta final de mes que te depositan lo equivalente a tres, pero con la imagen de Benjamin Franklin. Dios bendiga a Jefferson, Franklin y Adams, gracias a ellos una trasnacional americana asentada en la ciudad de México te da la oportunidad de vender fibra óptica vía telefónica a una amable afromericana en Maryland: could you get your nose out of your ass, fucking mexican? Desde los sapes de Adolfo en la secundaria, el pusilánime carácter de la directora y el último despido, sabes que es mejor el bajo perfil. Ya no estás dispuesto a asumir ninguna ideología, posición, pensamiento –hasta ahora te das cuenta que nunca supiste con precisión el significado de ninguna de ellas– que requiera más de un par de clicks en internet. Anticapitalista, antineoliberalista, antibalada rock pop. A otros ingenuos escuincles con esa cantaleta: que a los mártires les pongan una estatua, a ti que te dejen pagar la renta, comprar un iPhone y embriagarte cada viernes. Aquella seudo radicalidad panfletaria no te ha llevado a nada. Facebook lo confirma: Adolfo es ahora “director ejecutivo”; tú rechazas todas las invitaciones a las comidas de exalumnos por miedo a la pregunta “¿Qué has hecho de tu vida?”. Miras las fotos de tus compañeros de secundaria en el internet. Formas parte del exclusivo grupo “Exalumnos del Colegio San Ignacio de Loyola”. Un pensamiento, casi reflexión digna de universitario, te atraviesa la mente como dardo envenenado: esos jesuitas hicieron de la educación privada en México un negocio redondo… y además se convirtieron en la panacea de arribistas clasemedieros desconfiados de entregar su prole al sistema nacional de educación pública. No sabes si alegrarte o molestarte: en una secundaria pública las golpizas habrían sido más frecuentes, pero al menos hubieras aprendido a usar los puños. Te encuentras con el perfil de Jimena, esa amiguita de la que te enamoraste y recuerdas como la primera de la clase a la que se le empezaron a notar los senos. La misma que se burlaba de tus transcripciones de poemas de Neruda y dejaba que la acompañaras a la parada del camión a cambio de la tarea de matemáticas. Recuerdas las largas y caladas calcetas de Jimena, de cómo no podías quitarles la vista de encima y de esas súbitas y embarazosas erecciones que te provocaban. En las fotografías con las que ahora te masturbas, Jimena se ve mejor de lo que te imaginabas. Esas tímidas protuberancias se han convertido en unos senos ni demasiado prominentes ni demasiado modestos: tienen la forma oval precisa que quisieras apretujar todas las noches. Apunto de manchar la pantalla de la computadora con el patético elixir de tus testículos, la caída en ángulo obtuso de esos bellos pechos en te sugiere alguna cría. Después de un par de noches de repetir aquel hábito masturbatorio, la ataraxia posorgámica te da el valor de mandarle un mensaje por Facebook.

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Tras un par de escuetos y diplomáticos mensajes, acuerdan ponerse en línea simultáneamente. Chatean un rato: administradora de empresas, casada, una hija –como lo sospechabas–, Semana Santa en Acapulco y hasta la madre de trabajo como para aceptarte un trago. “¿Y a qué te dedicas?” Es hora de que finjas un problema de conexión a internet. Cual depravado con problemas de insomnio, stalkeas de cabo a rabo su cuenta de Facebook. Observas las migajas de su vida real trasfiguradas en una pantalla lcd de 15 pulgadas. Rememoras las ocasiones en que la abrazabas con fuerza contra tu pecho en un fallido intento por sentir sus senos cuando la devastaba la calificación de un examen. “Mi papá me va a meter una chinga”. Consolabas a la vulnerable escuincla prometiendo que la ayudarías a estudiar algebra. Acariciabas su rostro y recogías de él los cabellos que escapaban de su inmaculada coleta. Al sonar la campana que anunciaba el final del receso dejabas que se alejara para dejar apaciguar tu excitación adolescente. Te preguntas que se sentiría dormir a lado de Jimena, llegar agotado del trabajo y besarla en la frente mientras su niña –que también podría ser tuya– te jala de los pantalones con vehemencia. Te imaginas tu propia casa –mejor un departamento, tampoco se trata de una fantasía desbordada– y un auto de cuatro cilindros. Esporádicas salidas a Cuernavaca, el tablero del auto manchado de chocolate por los grasientos dedos de Mónica –siempre te ha gustado ese nombre para una niña–. Demasiado para una madrugada. Demasiado tarde para que el efecto de los somníferos te permita levantarte temprano al trabajo. Será mejor sacar unas cervezas, meter al microondas un par de pedazos de pizza y desempolvar A Clockwork Orange de tu colección de películas. Haz postergado demasiado la revisión de Kubrick. Podrías empezar con Spartacus, Lolita o Dr. Strangelove. Por alguna razón la primera te recuerda a tu padre, la segunda crees que no le hace justicia a Nabokov y de la tercera has escuchado demasiadas veces los chistes como para que te sigan causando risa. Nada como la buena violencia cinematográfica para relajar el espíritu excesivamente reflexivo. A falta de la milk plus que Alex y sus droogs deleitan, fumas un poco de la portentosa marihuana que un compañero del trabajo te vendió. Te pareció excesivo el precio pero no pudiste más que asentir con la cabeza cuando el miserable dijo que ya no es tan fácil conseguir buena hierba. Con cada calada que aspiras te reiteras a ti mismo que valió la pena la inversión. No así la de tu padre, creyente de que el internamiento en una secundaria jesuita de “reconocida solvencia moral” te alejaría de las drogas. La intoxicación hace que prestes especial atención en el slang usado en la película. Qué tal si mañana llegas al trabajo y contestas la primera llamada en nadsat. Qué tal que le mientas la madre a cada uno de los gringos que llaman todos los días pidiendo 250 canales de televisión. Qué tal que rastreas a Jimena e irrumpes en su casa. Qué tal que pateas al cabrón que aparece en sus fotos –su esposo probablemente– hasta dejarlo parapléjico y haces que observe mientras desgarras la ropa de su mujer. Qué tal que en

vez de masturbarte todas las noches pensando en ella la posees con furia sobre sus paupérrimos muebles de ratán. Qué tal que la golpeas en el vientre al momento de venirte como venganza por haberle mostrado a todo el salón tus cartas de amor. Ojeroso, malhumorado y cansado de buscar el momento en que tu vida dio ese viraje decisivo en que todo se fue al carajo, llegas tarde al trabajo. Mientras la supervisora te amedrenta recitando su usual discurso de motivación empresarial, buscas entre los enseres de oficina un pene de porcelana de medio metro para romperle la cara. Un sentimiento de impotencia empieza a acumularse en los nudillos. Estiras los dedos y flexionas con lentitud cada una de las falanges a fin de liberarte de esa malsana energía. Te ves a ti mismo a los 13 años repitiendo ese movimiento después de que el profesor Íñiguez te golpease en la palma de la mano con un metro de madera. Tu error: cuestionar la experiencia mística de un cojo. Necesitas relajarte. Tomar un trago. Comparar tu miseria con la de alguien más para sentirte mejor. Corroborar que nada es peor que tomarse las cosas demasiado en serio. Hacer algo de tu vida es una idea sobrevalorada. Lo sabes, pero a veces se te olvida. Poncho y Marcos aceptan ir por unos tragos. Esperas comprensión de aquellos que caían dentro de tu misma denominación –ñoños–, pero sospechas desde el momento en que la reunión es acordada “temprano” y en un Sanborns. “He visto a las mejores mentes de mi generación destruir su espíritu en un Sanborns”. La frase debería estar tallada en piedra a la entrada de cada una de sus sucursales, piensas. El falso mexicanismo te produce náuseas: las tazas de cerámica barata, los vasos pretendidamente rústicos, las meseras envueltas en un tradicional vestido de papel crepé. Nada exacerba más el espíritu nacional que un dibujo de La Casa de los Azulejos como portada del menú. Si un hombre con apellido libanés es capaz de convertir un palacio barroco novohispano en un restaurante-tienda de cosméticos y amasar la fortuna más grande en la historia de la humanidad, algo debe estar mal en este país. Devoras las famosas enchiladas suizas hasta limpiar el plato con la ayuda de un bolillo. Sabes que Marcos siempre se ofrece a pagar la cuenta. La rememoración de los buenos tiempos es sustituida por la parca discusión de cuál de todos es el mejor crédito automotriz. Le sigue la llana crónica de las riñas laborales y los conflictos de oficina. “¿Herman Miller o Haworth?” Interrumpes la conversación y dices que no se puede comparar uno con otro: los dos escritores pelearon a su manera contra el puritanismo norteamericano, pero tampoco se debe mezclar peras con manzanas. Fruncen el ceño como cuando el profesor de español preguntó a la clase si sabían quién era el Mío Cid. Has entendido Henry Miller o Hawthorne: Herman Miller y Haworth son marcas de mobiliario para oficina –información hasta ese día desconocida para ti–. Nunca una llamada ha terminado tan idóneamente con una situación incómoda. La mujer de Marcos vocifera desde el otro lado de la línea el daño psicológico que la reiterada ausencia paterna causará a su hijo. Marcos no quiere aparentar sumisión


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(Sin título) Javier Ramos Cucho

de género frente a los amigos y actúa como de costumbre: sin soltar el celular saca con velocidad su tarjeta de crédito y pide la cuenta garabateando maldiciones a su esposa en el aire. Levanta el vaso y acaba su Tom Collins. Terminas tu whisky de un gran trago. Nadie puede sentirse mal por dejarle pagar toda la cuenta a alguien que bebe Tom Collins. Poncho aprovecha para retirarse con el siempre funcional “mañana tengo que levantarme muy temprano”. Cree que no lo sabes pero lo más seguro es que vaya al bar de maricas de donde lo has visto salir un par de veces. Te gustaría confesarlo para que así te invitara un par más de tragos. La sobrentendida decisión de mantener subrepticia su homosexualidad te lo impide. Te parece imposible que no la pueda aceptar con plenitud cuando todo el colegio sabía de sus reuniones secretas con Robinson –el maricón oficial de la secundaria–. Aquello terminó cuando la profesora de ética dedicó una clase entera a condenar desde cualquier perspectiva imaginable a los sodomitas. Aún puedes ver la aterrorizada cara de Poncho mientras la maestra Mercedes

describía la lluvia de fuego y azufre que Dios dejó caer sobre Sodoma y Gomorra. La única anécdota recordada por tus amigos es la de aquella vez en que Adolfo te emboscó en el callejón a lado de la escuela. Evocan la madriza que te propino por andar tirándole la onda a Jimena –cotizada entre los niños por ser la primera en desarrollar senos–. Vuelves a sentir la humillación y el buche de tierra en tu boca ensangrentada. Al llegar a casa prendes un porro. Imaginas a Marcos asumiendo a regañadientes el papel de padre responsable. A Poncho besuqueándose con un muchachito en el oscuro anonimato de un club. A Adolfo preparándose para otra exitosa jornada laboral. A Jimena sirviendo una humeante y deliciosa cena a su familia. Esa noche, mientras te cepillas los dientes, lo inesperado: una pústula rosada en tu mejilla derecha. Te acercas al espejo, observas con detenimiento, haces presión con la punta de los dedos: un sebo amarillento emerge de entre los pelos de una barba mal rasurada.


poesía LA PESCA DEL ATÚN Aureliano Carvajal

I No bastan cien mil hombres desnudos. No. No bastan: Se les astilló el atómico pecho, se ha roto la explosión de los músculos. En la hondura del agua la más lanza posible la más erecta endurecida lanza, se quiebra con aullido.

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Y ahora todo es agua para los desolados, los coléricos hermosos, los malparados deshechos en su guerra azulmarina. II Distante como la recóndita isla la dorada mujer observa el laberinto de la caza. Observa las confusas naves y a los henchidos hombres detonando armas contra el listón movimiento de los peces. III Cada nacimiento lleva sangre, a todos los precede una densa salpicadura. Les sobreviven los restos de las armas, la duda de ser hombres, pescados o navíos. Y el mar antes azul también es sangre y la sangre es más dulce que la sangre escurriendo entre sus ruinas.


poesía HAIKÚS DESDE EL ORIENTE (DE CANCÚN) Mauro Barea

Hay tanto frío que los centígrados se duermen arropados. * Nimbo la nube barco de vapor atrapado. RIO GRANDE REVIEW

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poesía POEMAS DE MAR Y VIENTO Rubén Márquez

II

V A Berta Hernández

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Besaré la mañana llena de tu aroma el olor a manzanas que rebosa en tus caderas el vuelo que recorre camas la marea de ausencia flotando por los cuadros y será que el mar los hunde y la balsa de tu cuerpo los sujeta evitando la caída a lo profundo del lunar oceánico donde tenerte se vuelve el sueño lento sin amarras sueño de peces fugaces besaré el aire de tus labios la palabra de tu nombre el hambre que adivino y el eterno canto chorreando entre tus piernas cielo negro lleno de colores besos caerán hasta la hondura de tu vientre hasta que poco a poco te hundas con los cuadros y mi cuerpo.

A Berenize Galicia Nace la mirada de tus dedos de pintora del color esbozado a la mitad de un pensamiento del sentir de la seda y el beso tiempo quieto escurriendo a goterones racimos de existencia pezones inquietos con el roce húmedo de mi lengua de palabras cuando por tus ojos brota mi mirada y la derramas por el cuadro cuerpo de tu olvido vuelve al punto remolino lejano alhep de mis deseos flotando sobre el mar rayado cama vacía donde nace el vértigo me detengo recorro tus muslos con las líneas prestadas de tus cuadros busco la mariposa negra saliendo por ventanas y tus ilusiones grises haciendo de estrellas en la página blanca húmeda justo al instante en que las palabras deambulan por tus labios mientras te pintas observada por mis manos.


ficción MARIPOSAS

Fernando Carrasco ¡Ay¡, la pobre princesa de la boca de rosa quiere ser golondrina, quiere ser mariposa, tener alas ligeras, bajo el cielo volar… “Sonatina” Rubén Darío Para Antonia León Rojas

No sé si a usted, pero a mí me gustan mucho las mariposas. Es más, me gustaría convertirme en una mariposa ahora mismo. Y es que cuando Tía Rosa me regaña y me encierra en la azotea, las únicas que juegan y conversan conmigo son las lindas mariposas. A los gatos no les gusta conversar y solo andan preocupados en encontrar comida a toda hora. Las palomas también son muy bonitas y saben volar como las mariposas, pero son demasiado sucias, por eso no me gusta platicar con ellas. Claro, yo sé que con usted también se puede platicar mucho, pero no es lo mismo, señor. Perdóneme que se lo diga, pero las mariposas son más alegres y siempre están moviéndose de un lugar a otro entre los maceteros que Tía Rosa también ha traído a la azotea. A mí me gustan mucho sus colores, sus antenitas y la forma de sus alas. Pero lo que más me gusta de las mariposas es que ellas pueden marcharse cuando lo desean. Son libres. Así como llegan sin avisar, así mismo se marchan. A mí me gustaría ser libre como las mariposas. Por eso ahora las estoy esperando para pedirles que por favor me lleven con ellas. Porque me gustaría volar y estoy segura de que cuando lo decida lo voy a hacer. Hoy me siento decidida a volar como las mariposas. En esta casa ya me siento muy fastidiada. Además, es muy cansado eso de estar trapeando los pisos y lavando los trastes todos los días. Como usted puede ver yo aún soy pequeña y muy delgada y me gusta estar jugando todo el tiempo aunque Tía Rosa se la pase diciendo que a mis ocho años ya estoy muy vieja para estar jugando con

muñecas y hablando con animales y que debo serle más útil en la casa para justificar mis comidas diarias. Además, esta casa es enorme, señor. Tiene tres pisos y muchas habitaciones, pero está casi vacía. Aquí solo vivimos Tía Rosa, la Nena y yo. A Tío Alberto ya no lo veo desde hace algunas semanas, creo que desde la tarde que Tía Rosa volvió del hospital sin su enorme barriga y trayendo en sus brazos a la Nena. Pero últimamente estoy más sola que nunca, pues ya ni las muñecas desean conversar conmigo. Seguramente mi tía les ha contado cosas malas de mí. Hace varios días que las busco por todas partes y no doy con ellas. Deben andar escondidas en algún lugar y, claro, por molestarme se han llevado con ellas mis ropas más bonitas porque en los últimos días sólo encuentro en el baúl mis ropas viejas como este vestido de colores que ahora traigo puesto y que ya me queda muy corto. Lo que sucede es que Tía Rosa anda muy molesta conmigo desde que le pegué a una niña que siempre venía a comprar dulces a la bodega y por este motivo ya ningún niño desea venir a comprar nada. Pero lo que mi tía no sabe es que la noche anterior yo había soñado que esa niña le estaba gritando groserías a la Nena, por eso cuando la vi ingresando a la bodega le arañé el rostro, le mordí el brazo y le jalé de los cabellos con todas mis fuerzas. Sí, señor, yo sé que eso estuvo muy mal, pero es que yo quiero mucho a la Nena y no me gusta que nadie le diga groserías, ni siquiera en mis sueños. Pero Tía Rosa nunca quiere escucharme y desde ese día se le ha dado

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por encerrarme en la azotea a la primera travesura. Pero lo bueno de todo esto es que aquí lo he conocido a usted que me sabe escuchar muy bien y no es como los otros adultos que acaparan toda la conversación y que solo saben mirar de mala manera. Ninguno tiene esa mirada tan bonita que tiene usted en sus ojos. Ni siquiera los niños que nunca querían jugar conmigo y solo sabían insultar de muchas formas muy raras. Hasta hoy no entiendo qué quiere decir eso de retrasada. También aquí he conocido a las mariposas que son muy lindas y son libres porque saben volar, por eso ahora que lleguen les voy a pedir que por favor me enseñen a volar y me lleven con ellas. Aunque antes creo que debo hacer algo por la Nena, que seguramente también quiere ser libre como yo y como las mariposas. Porque usted debe saber, señor, que a nadie le gusta que la estén insultando y dando de palmazos todo el día porque eso es lo que hace Tía Rosa con la Nena y siempre la está culpando de la ausencia de Tío Alberto, que de seguro ya no vuelve a casa porque también le debe gustar ir libre por el mundo. Además, yo creo que a nadie le debe agradar estar encerrado en un solo lugar cuando existen muchos parques muy hermosos que conocer. ¿Sabe?, un día yo me fui por mi propia cuenta a conocer otros lugares. Estaba viendo jugar a las niñas de la quinta de al lado cuando me alejé hacia otras calles sin que nadie se percatara y así descubrí que el mundo es inmenso y maravilloso. Estuve caminando por distintas partes durante todo el día. Conocí algunos parques muy bonitos donde muchos niños y muchas mariposas jugaban en total libertad. Le cuento que en esos momentos ni siquiera sentía hambre ni sed ni nada. Imagínese, yo que siempre ando con ganas de comer y comer. Durante ese tiempo me sentí libre como las mariposas. Pero me llevé un gran susto cuando de un momento a otro se oyó una terrible explosión y todo quedó oscuro porque alguien por molestar había apagado al mismo tiempo todas las luces de la ciudad. Los niños comenzaron a llorar de pena y miedo y la gente tuvo que marcharse. Yo estoy acostumbrada a la oscuridad de mi cuarto por eso me quedé en el parque sin ningún temor, pero con algo de hambre y frío nomás. Me recosté en una esquina y me puse a mirar el cielo pensando en mi madre,

pero al poco rato Tía Rosa y Tío Alberto me encontraron durmiendo sobre el césped del parque y me trajeron de regreso a casa. Desde ese día Tía Rosa ya no me permite salir a la calle, pero al menos aún podía merodear por la casa que es muy grande o jugar por la bodega esperando un descuido de mi tía para coger alguna golosina y comérmela rapidito porque las sopas y las menestras no son suficientes para calmar el hambre que siempre me persigue. En esos días en que aún podía jugar en la bodega, mi tía me enviaba a cuidar a la Nena o me encendía el televisor para distraerme. Ahora ya ni siquiera me permite que juegue con la Nena, por eso desde hace un rato la pequeña ha empezado a llorar sobre su cuna. Tampoco me deja ver la televisión, pues dice que por las explosiones todo se queda oscuro por las noches y que ya no se pueden encender los televisores ni nada. Yo no le creo. Lo que sucede es que Tía Rosa anda muy molesta conmigo, por eso hasta le anda diciendo a todo el mundo que viene a la bodega que yo me he vuelto muy agresiva, que teme por la Nena, pues estoy peor que nunca y que ya no sabe qué hacer conmigo. No entiendo todavía qué quiere decir con eso que repite siempre de que soy una cruz que le ha tocado cargar injustamente. Seguro que también le habrá contado cosas malas de mí a las muñecas. Espero que cuando le venga con los chismes a usted no termine creyéndole todo lo que dice porque la verdad es que Tía Rosa miente mucho y es ella la que se ha vuelto muy agresiva últimamente. La otra tarde, que se me cayó el plato de comida al piso, me dio una bofetada tan fuerte que aún siento un gran ardor en la mejilla; claro, esa vez me quedé sin probar nada en todo el día. Ahora se la pasa dándome de manotazos y pellizcones cuando me encuentra metiéndome los dedos a la nariz o me ve con el cabello revolcado o con la ropa sucia. Tío Alberto no era agresivo conmigo, al contrario, muchas veces sabía mostrarse muy cariñoso, pero al parecer no quería que mi tía se enterase de eso porque solo cuando ella no se hallaba en casa él venía a mi lado y me llenaba de caricias por todo el cuerpo. Eso a mí me causaba mucha risa, sobre todo por la cara muy graciosa que él ponía cuando me tocaba. Ojalá usted nunca se canse de mi compañía, señor. Además yo sé que usted también


ficción debe sentirse muy solo, aburrido y como abandonado en este lugar. Lo sé por su mirada que es tan bonita, pero triste al mismo tiempo. Prometo venir a visitarlo siempre ahora que me convertiré en mariposa. ¿Sabe?, a mí me gustaría conocer otros lugares, viajar por distintas ciudades, conocer a gente buena como usted y principalmente me gustaría volar por los parques como las mariposas. Le voy a contar ahora un secreto. Pero debe prometerme primero que no se lo dirá a nadie. Bueno, si es así se lo cuento. ¿Sabe?, yo quisiera ser una mariposa porque ellas pueden volar y saben llegar hasta el cielo con sus alas y a mí me gustaría también llegar hasta el cielo porque me han dicho que es allí donde se encuentra mi mamá. Sí, a mí me han dicho que las personas buenas que se mueren se van al cielo, por eso yo trato siempre de ser muy buena, señor. Pero lo que aún no comprendo es cómo hacen las personas para morirse porque a mí también me gustaría morirme para encontrarme con mi mamá en el cielo. Pero yo sé que a ese lugar también se puede llegar volando como las mariposas. Ya me imagino el rostro que pondrá mi madre cuando me vea llegar convertida en una bella mariposa. Estoy segura de que se pondrá muy feliz. Es por todo esto que yo deseo ser una mariposa ahora mismo. Ya deben estar por llegar mis amigas y ni bien se aparezcan les voy a pedir que me lleven con ellas, pero antes debo hacer algo por la Nena, que no cesa de llorar sobre su cuna. Seguramente mi tía está muy ocupada atendiendo en la bodega o conversando con las

vecinas de la quinta o viendo su telenovela favorita. Pero, mire la puerta, señor. Por el apuro, esta vez Tía Rosa no ha puesto el candado, creo que a la Nena le gustará mucho conocer a las mariposas. A mí también me gustará despedirme de la Nena antes de irme volando con mis amigas. Debo darme prisa en traer a la Nena, pues las mariposas ya deben llegar en cualquier momento… La Nena pesa igual que las muñecas, señor. Ahora está en mis brazos y ha dejado de llorar. A ella siempre le ha gustado estar junto a mí. Ya llegaron las mariposas hace un momento y la Nena ha comenzado a llorar nuevamente. Es que ya sabe que ahora mismo me iré con las mariposas. Bueno, le dejaré la Nena a su lado, señor. Ha sido un gusto haber platicado nuevamente con usted esta tarde. Mis amigas ya se van y me dicen que debemos partir. Ahora solo tengo que subir al muro de la azotea, abrir los brazos, mirar las nubes del cielo y comenzar a volar junto a ellas. Pero la Nena no para de llorar. Seguramente ella también desea ser libre como las mariposas. Está bien, hermosa Nenita. No hay ningún problema. Ven a mis brazos otra vez. Despidámonos del cuadro con la imagen de este señor que tiene una mirada tan bonita y subamos al muro muy despacio. Así, muy bien. Que no nos distraigan los saludos, ni los gritos de las personas que nos despiden desde abajo. Ahora miremos las nubes del cielo, levantemos los brazos con cuidado y emprendamos el vuelo como las mariposas.

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LOS MUÑECOS DE ALEJANDRA Cristina Arreola Márquez

Alejandra tiene la mejor familia del mundo. Sus padres suman al menos siete, si descontamos a la señorita Casimira, directora del hogar en que habita toda la familia de Alejandrita, como la mayoría le nombra. La mamá preferida se llama Florencia, ella suele vestir un mandil a flores y unas zapatillas de diferente color, para estar a la moda de las grandes revistas; de su cabello mejor ni hablar, hace ya unas tres décadas que dejó de cepillarlo, pues la hace parecer sofisticada poder encajar una pequeña margarita del jardín, sin riesgo a perderla en todo el día. Florencia prefiere el zapato izquierdo para dormir, siempre ha sido su favorito, quizá por el pequeño hoyo que se asoma justo en el talón y por el cual se cuelan los sueños mejores cada noche, hacia su interior. Luego de Florencia, el papá más solicitado es el Señor Cosío, un oso de gran cuerpo que acompaña a Alejandrita junto a su almohada cada noche, por si alguna pesadilla se atreve a cruzar al mundo de los sueños; y aunque al Señor Cosío le falte un ojo y su brazo derecho tenga más zurcidas que los calzones de la señorita Casimira, su valentía supera a un tigre al asecho, por lo que Alejandrita no podría estar más que tranquila al tenerlo a su lado. De ahí la lista de padres y madres sigue y cada día está en aumento, como la tarde de ayer, cuando Alejandrita se disponía a repartir su postre con todos sus muñecos en el patio del hogar y al mirar hacia abajo descubrió que un soldadito de juguete se encontraba mal herido y sobre sus piernas aún se dibujaban las marcas de llantas que lo habían arrollado – debió ser Juanito, él siempre circulando a altas velocidades con su triciclo, no se da cuenta de la cantidad de vidas que pone en peligro después de beber su juguito de naranja. Pero no te preocupes amiguito, Alejandrita está aquí para ayudarte, verás cómo quedas nuevecito y podrás enfilarte de nuevo en el cuartel de los verdes–. Alejandrita tomó al hombre herido y casi desmayado, y lo llevó hasta su cama, en donde lo llenó de banditas y limpió su cuerpo con una toalla; antes de caer el sol, el soldadito ya reposaba sobre la almohada y comía a pequeños sorbos el plato de sopa de

letras que Alejandrita le sirvió en su pequeña vajilla de plástico. A la mañana siguiente se pudo retirar la primer bandita y encontrar mejoría en la fractura de su pierna izquierda y el moretón de la frente. Llegada la hora del desayuno, Alejandrita tuvo que dejar al soldadito, a quien desde ese momento comenzó a llamar Sargento Serapio, a cargo de sus otras mamás, La Colorita, una muñeca de trapo con chapitas rosadas y a Blanca, una pequeña yegua de madera que en su cabello llevaba grabada una flor; ellas prometieron brindar el cuidado necesario al Sargento y fungir de enfermeras navales hasta después de la clase de dibujo que Alejandrita no se podía perder, pues había llegado el día de poder pintar con acuarelas a toda su familia y, aunque no estaba segura de ello, agregaría también a un nuevo integrante, a pesar de saber que sería un padre viajero, que regresaría de la campaña militar cada que el Batallón lo permitiera, para pasar unos días con su gran familia. Durante el desayuno, Alejandrita escuchó a las cocineras hablando sobre su compañera de cuarto, Rosita, decían que una pareja de esposos se habían interesado en buscar adopciones y Rosita era la siguiente en la lista de espera, así que si el papeleo se lograba con satisfacción, el trámite se llevaría a cabo. –¿Tramite?– susurró dudosa Alejandrita, –¿será que los hijos se ganan con algo que se llama trámite?, quizá debe ser el nombre de algún platillo delicioso de comida, de los que se acompañan con leche y jugo de naranja, o quizá sea de esas comidas raras que acostumbran en otros lugares, como las personas que comen insectos en el pueblito aquél que me leyó el maestro de la biblioteca–. La duda no abandonó a Alejandrita y su clase de dibujo fue confusa, a riesgo de casi perder la concentración al rellenar el pantalón de su papá Ponchito, el muñeco de plástico que se encontró aquella tarde medio enterrado entre el pasto que sale de la Dirección. Temía preguntar a su amiga Rosita, pues no quería ser llamada chismosa ante aquella noticia, además no sabía si Rosita anhelara alguna familia de humanos, pues ella estaba muy feliz con sus ya


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ocho padres y madres acompañándola a diario; estaba tan nerviosa que mejor prefirió esperar a saber qué eran los trámites, seguro se daría cuenta cuando Rosita llegara presumiendo su gran regalo, o quizá pequeño, quizá invisible, habría que esperar. Después de supervisar el avance en la salud del Sargento, Alejandrita tomó el té con todos sus familiares, ya habiendo olvidado todo lo vivido ese día con respecto a los trámites, sólo se concretó a formar un círculo y discutir el arte plasmado en acuarela, las líneas difusas, los colores combinados, los claros y los oscuros; su mamá Clarisa, la muñeca esbelta y bella, pero sin un brazo, opinó que su rostro se resaltaba a la perfección con los matices que Alejandrita le había concedido. Incluso Garabato, el cerdito de barro, había dado saltos de gusto al ver su retrato. No había duda, con el apoyo de su familia, Alejandrita podría ser una excelente pintora de grande, como los que aparecen en el libro grueso que permanece empolvado hasta el fondo del estante de la biblioteca, y que Alejandrita estaba segura, nadie había hojeado en años. Pasó la noche “sin novedad”, reportó el Sargento ya recuperado, con un sólo parche en el ojo, el cual sería retirado esa tarde, según las enfermeras Blanca y Colorita, pero para estar más seguros de la recuperación, el Sargento Serapio esperaría tranquilamente en el columpio, mientras el resto se daban la divertida de su vida en la resbaladilla más alta del jardín,

que desembocaba en la laguna seca de colchón rosado, el merecido descanso para la tripulación aventurera. Cuando todos reposaban alegremente en la banca bajo el árbol frondoso que tanto cuida el jardinero, porque según él algún día crecerá tan alto como para colgarle un columpio con una soga enorme y firme, Rosita corrió alegremente con una pequeña mochila a cuestas, alargando los brazos como queriendo llegar lo más pronto posible al cobijo de dos personas que la esperaban a la entrada del hogar, acompañados de la directora, quien en las manos soportaba un buen número de hojas y carpetas color crema; la respuesta era abrumadora, los trámites no eran siquiera una comida deliciosa, o el sabor de algún helado, eran sólo papeles con letras pequeñas que parecían hormiguitas desfilando línea tras línea y que Alejandrita era aún incapaz de descifrar. Sin atreverse a seguir mirando la escena, abrazó a sus amigos, sus padres y madres que tanto la habían acompañado todos estos años, los besó inmediatamente y prometió con la mano derecha en alto, que jamás los habrían de separar. Esa noche el Sargento Serapio se recuperó por completo y partió a sus labores de militar, no sin antes encargar al señor Cosío, todas las atenciones hacia su pequeña Alejandrita, hasta que él pudiera estar de regreso para llevarla a la resbaladilla más alta de todo el mundo, para escalar todas las veces posibles antes de que se metiera el sol.

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poesía TIEMPO LLUVIOSO

Baudelio Camarillo

I Llovió toda la noche. Hoy el río lleva un agua turbia y arrastra grillos muertos y hojarasca. Hemos venido sólo a contemplarlo. La corriente ha crecido y apenas si se escuchan nuestras voces. Hoy no ha salido el sol. Estamos tristes. Mientras el tiempo siga así, tendremos que olvidarnos de este sueño.

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II Desde hace algunos días la lluvia es todo el cielo que miramos. No hemos salido al patio desde entonces. Gastamos nuestra luz jugando en el piso de la casa. De vez en cuando abrimos las ventanas y la lluvia en el rostro nos obliga a cerrarlas. Sabemos que la lluvia es buena para el campo, sobre todo después de una larga sequía, pero cuando persiste nuestros sueños se anegan y el río amenaza desbordarse. III También nuestros padres sienten temor del río. Rezamos por las noches y pedimos a Dios que las aguas respeten nuestro sueño. No entrarán, lo sabemos, pero tenemos miedo: con un río que algún día pudiera desbordarse en nosotros resuena también el corazón. IV A la luz del relámpago muestra la lluvia su rostro más terrible. La medianoche navega como un barco en un mar borrascoso. No sé hacia dónde vamos. Sólo sé que esta lluvia, si no termina pronto, impedirá a los dioses bajar a nuestro sueño.


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V Cien metros de distancia no son muchos para que el río no sea una parte nuestra. Su caudal es el mismo que nos nutre o destruye. Cuando mengua la lluvia, por las noches, escuchamos el río que parece estrellarse en nuestro pecho. VI El río al que amamos es también el río al que tememos. Hoy sus aguas son turbias y casi nos devastan, pero pronto veremos de nuevo las estrellas en su cauce. VII Tanto mar ha caído que todo el horizonte del verano está inundado. Terminadas las lluvias, pasado el trago amargo, en sólo pocos días el río vuelve a su cauce, mas será necesario un largo tiempo para que el sol disipe las aguas estancadas.

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poesía ANOTACIONES DE VIAJE Claudio Willer

Traducción del portugués por Eva Schnell

3 CARTA Al artista plástico Elvio Becheroni, a propósito de su libro Luoghi di Memoria

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me pides escribir algo para tu libro de grabados quieres que hable de Río de Janeiro y cuente historias de lugares y viajes y memorias talvez cualquier cosa como en 1979, yo llegaba a Río de Janeiro por el camino del litoral, por las playas de Río-Santos traía en el rostro quemado de sol la expresión tranquila de los que viven a la orilla del mar cualquier cosa como aquella noche en el alto de la Urca entonces se llamaba Concha Verde y antes se llamaba Frenetic Dancing Days ella intentaba convencerme de que las luces de la ciudad eran ojos dorados que chispeaban en la neblina y yo concordaba en que había ruidos de mar resonando en la esencia de nuestra locura cualquier cosa como aquel día entero en un caminar por la playa: nos impulsaba cierta atracción por lo sublime y nosotros nos entreteníamos a descifrar la errante caligrafía del tiempo nerviosamente garabateada en la pauta de las olas hasta que puñales de nubes arcaicas enmarcando el atardecer vinieran a clavarse en nuestro infinito y sintiéramos los cabellos de la noche creciendo pausadamente pues la oscuridad había llegado para reclinarse en tu colchón de mareas entonces, entre la ola y el centellear de la ola


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entrevimos el perfil en llamas de nuestros cuerpos entre lo vivido y lo no-vivido el trazo cambiante de la reventazón entre los ruidos del mar y los ruidos de la ciudad la complicada geometría de nuestros silencios y un inesperado perfume de jazmines por mí nunca más saldría de allí me quedaría por allá mismo para siempre recorriendo la playa acompañando a la insufrida inquietud de los astros presos de sus órbitas acabamos perdiéndonos entre redomas de luz amarilla de mercurio en los confusos laberintos de un jardín y hay tantas historias que tienen que ser contadas y tú me pides que escriba sobre Río de Janeiro pero no existen ciudades son nuestros viajes que crean rutas - mapas de superficie luminosa como estos en tus cuadros, reflejos del cielo más estrellado de Samarcandá, del límpido atardecer florentino, el otoño transparente de São Paulo más la inquietante niebla de /NuevYork, centelleos dorados de un campo lombardo, tu poniente animado por el soplo de la planicie las ciudades no existen solo los encuentros son reales, las prolongadas conversaciones capaces de transformar cualquier lugar en playa desierta al anochecer solo existe el diálogo, nuestra primitiva capacidad de sentarnos alrededor de la mesa para atravesar la noche contando historias de viajes, descubrimientos, visiones con candor de niños intercambiando postales investidos, sin embargo, por nuestra identidad de brujos haciendo sonar su tambor nocturno sabiéndonos observados todo el tiempo, de soslayo por el rostro insomne de lo Bello.

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crónica CUANDO DIOS DIJO NO, SARITA DIJO TAL VEZ Miguel Coletti

Sarita Colonia hubiera cumplido 90 años este 2014: una muchacha provinciana que migró al Callao, a quien se le atribuye la capacidad de hacer milagros sin limosna ni arrepentimiento de sus fieles, simplemente con fe y mucha frescura para “pedir”. Esta es una crónica a salto de mata sobre su santidad que se vive en este puerto desvergonzado: sin canonización oficial, sin Papa, sin obispos, sin cura, solo con una vida muy dura por transitar:

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El frenazo de la combi me desciende a la realidad, pie derecho en la tierra y ya estoy a salvo. Aspiro fuerte el aroma del mar, fuente de agua milenaria que rodea el Puerto del Callao. El aire salobre se mezcla con el olor de las flores mortuorias que me cae sin anestesia como un recto a la pituitaria, un golpe sangriento a la fosa que no esperaba. Las vendedoras de flores no respetan ni a los muertos, ni a los afectados por la muerte, menos a los neutrales. Para ellas, que corren detrás de los visitantes y de los autos abrazando los inmensos ramos vivos de crisantemos, geranios y lirios , solo se trata de vender flores para muerto antes de que estas también fallezcan. Así, cubren el rostro de los visitantes con flores y ruda para la buena suerte, y casi en el instante invocan a un macizo joven provinciano, que aparece como un fantasma que lleva una escalera al hombro y un balde de agua al ras, para ayudar a subir las flores moribundas al cielo de los nichos olvidados. Luego de su joven muerte, Sarita Colonia fue enterrada en la fosa común del Cementerio Baquíjano, en ese agujero negro donde van a parar las almas pobres y olvidadas que no tienen ningún contrato con la Iglesia. En la actualidad posee un acomodado mausoleo que fue levantado por los humildes del Callao, con el aporte del pueblo que no escatima en dar lo que no tiene. Ahora cuenta con una casa de dos pisos revestida con paredes que soportan el agradecimiento de los miles de fieles que llegan a veces de muy lejos a rezarle desconsolados a la finadita. Es común encontrar frases como: Gracias por el milagro concedido, Gracias por el “trabajito”, Siempre te recordaremos doctora Sarita. Los visitantes han perdido la vergüenza en alguna calle del pasado, la dejaron como un paquete grueso lleno de billetes

sucios que nadie busca en un mercado, bajo un buzón con tapa, o tal vez sobre una tabla de picar en un puesto de mercado, donde el devoto limpia el pescado y se defiende de sus adversarios, entre los cuchillos ensangrentados aparece una imagen de Sarita y en las esponjas repletas de escamas que usan para limpiar las entrañas del “furel”. * Imagino el violento mar del Callao bañando malamente el cuerpo de Sarita que huye abandonado, sin gritar, por la noche sin luna llena, rodeando las salvajes peñas para evitar las manos del carcelero, los cangrejos de tenazas, los bravos erizos sin zapatos, huyendo de un hambriento violador quien la obligó a la transfiguración sexual y a esconder en el bolsillo el preciado agujero delantero, botín del desalmado. Esa ranura vaginal desparece y se convierte milagrosamente en una pared de carne, el hombre sin alma enloquece por haber presenciado el acto y huye instintivamente hacia los barracones aún con plancton en sus partes íntimas, sin creer en dios pero ya dudando su existencia, pensando que ese acto fue cosa de Dios o brujería serrana que es común entre los migrantes bajados del frío intenso de la Cordillera Blanca. Sarita ya no tiene cuerpo físico, ahora solo es una idea profética de los milagros, es decir, una esperanza divina a la solución de los problemas mundanos, una salida. No se ofende cuando el visitante le muestra un cuchillo filudo para ser bendecido por su presencia en la típica estampita de fondo rosado como los colores del glorioso Sport Boys del Callao, o cuando el fiel voltea su imagen que lleva sobre el pecho para que no lo vea aspirar la droga, que no pregunta por las culpas, o cuando la prostituta se acerca a pedirle por una buena faena en el Trocadero; tampoco cuando alguien traicionado por sus nervios le pide con fervor que lo acompañe a vaciarse una caja fuerte sin ser visto o que lo chalequee para vengar al familiar humillado. La bala se bendice junto a su urna y sola va por el mundo, abandona los solitarios cuarteles del Cementerio Baquijano del Callao, los siembra de odio y sale entre el viento salado a encontrar al faltoso, sin dirección recorre el litoral y sus islas, asciende a la puna, desciende a la montaña y encuentra al desfavorecido. ¡Pum! Los tatuajes se dibujan en la epidermis en honor a la


crónica

humilde muchacha que hace milagros a los vetados para ese favor celestial. Es una santa de fácil acceso que ayuda sin influencias del poder, sin permiso oficial, pero se atreve a zurrarse en la ley y continúa haciendo milagros. Inclusive el famoso ladrón del Estado Peruano, Vladimiro Montesinos, llevaba en el bolsillo una estampa de Sarita al ser detenido. * Enciendo una vela roja, la verde y otra azul casi al mismo tiempo, que me vendió Hipólito, su hermano: y me persigno tres veces sobre su tumba, y esa luz me alumbra el alma. Su rostro provinciano frente a mis ojos me conmueve y convence de su bondad y de la mía, como entendiendo el pesar de vivir. Un hermoso hombre de anchas caderas, poderosas nalgas, y cabello rojizo aguarda impaciente detrás de mí esperando a que termine con el rezo; Seguramente yo pediría lo mismo que él: más oportunidades en el trabajo, suerte e invisibilidad para

cometer los robos, paz en el camino de la vida. No alcanza para más, ni el amor ni la paciencia, solo unos rezos desconsolados y una pared repleta de “milagros”, que son unos corazones de plata que ocultan el agradecimiento al bello espíritu de Sarita. ¿En qué parte de este cuerpo transformado colocarás tu bendita mano sarita? Enterado de esta inmensa verdad, me libro de su alma limpia y me voy del mausoleo. Al salir, un wachiman llega en bicicleta del mausoleo de Sarita, enviado seguramente por Don Hipólito, y me advierte sobre el peligro de cargar una valiosa cámara fotográfica por esos cuarteles de cementerio olvidado: me escondo con el fotógrafo, voy por los rincones, camino de soslayo por los nichos, me hago invisible a los ladrones, pienso en ti, Sarita, y avanzo rezando hasta la puerta a confundirme con la multitud de los fieles. RIO GRANDE REVIEW

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Foto: Lito García


poesía SOLOGRAFÍA

Cheché Silveyra

De color historia es la olvidoterapia, un imposible cuadro de arena, una gran cama de sábanas llanas, de dunas y pliegues donde lamo cada mañana la cura de la deseopatía. Protofuria: en tu muslo bocar una esquina de aliento, ciudar en tu espalda una larga calle húmeda, una casa vacía, una cantina de labios y nosotros en la barra penumbrada: tú, mujer arena, mi furia: bocarte toda. La sologamia es autobondad, la lengua insuficiente. Recuerdo tu respiración acelerada, tu entrepierna en la mañana, tu voz de sol por la persiana. ¿Tú qué sabes de la arena?, y yo escucho tu desierto RIO GRANDE REVIEW

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enventecido y veo tu última palabra al otro lado de la cama. Muda circunletanía, me arrastro a tu palabra, aquel susurro que dejaste para que al recostar mi cabeza escuchara, Quédate, en una voz que cada amanecer es menos tuya. Entonces debo levantarme, sacudirme la arena de la noche, hacer un desayuno que sabe casi a nada y provocar con píldoras la imaginofobia. Entonces salgo al consultorio de árboles y piedras y comienzo mi terapia: veo los cuerpos, externo endobaile, protofuria eterna, los veo alejarse y olvido si aún recuerdo cuál es el tuyo.


poesía LOS DÍAS DEL CERCO DE PÚAS Andrés Ajens Canto I POE & CIA

Corroboration will rise upon corroboration, and the murderer will be traced. E. A. Poe Tal envío (alias memorando) suscrito por J. Anderson, vicecónsul de Estados Unidos —y, a la fecha, agente de la CIA— en Chile: “A las 11.30 horas de la mañana del 21 de marzo de 1974, un hombre que se identificó como el coronel [Lt. Colonel] R. González, de la Fuerza Aérea [chilena], vino al Consulado y dijo estar a cargo de conseguir los documentos requeridos para habilitar el envío de los restos [the remains] del Sr. Charles Horman a Estados Unidos. Para cumplir con ello, dijo que tenía que ser acompañado por un agente consular americano [by a United States Consular oficial]. Dado que Mr. Purdy [a la sazón, Cónsul General de EEUU en Chile] estaba ocupado trabajando en el caso de la Misión de la Luz Divina [the Divine Light Mission, ligada al gurú Maharaj, que en marzo de 1974 envió una delegación a Chile para interceder por sus miembros, varios de ellos estadounidenses, detenidos tras el Golpe], el suscrito [the writer] acompañó al Sr. González. Nos dirigimos primero al Hospital San José, donde González dijo que tenía que chequear unos registros. Al rato salió refunfuñando contra la burocracia chilena [muttering about Chilean bureaucracy]. Se encaminó luego al Registro Civil, de donde salió reclamando de un modo aún menos elegante [even more profanely]. Enseguida fuimos al Cementerio General [Municipal Cemetery (sic)], donde el suscrito tuvo la posibilidad de telefonear e intercambiar un par de palabras [to check in] con el ADCM [¿Assistant Deputy Chief of Mission?] y el Cónsul Purdy. Luego nos dirigimos al Servicio Médico Legal [to the Morgue], donde obtuvimos tres copias del certificado de defunción [en castellano en el memorando]. Por vez primera en presencia del suscrito [in the writer’s presence], el coronel González hizo uso de su grado militar y logró conseguir la autorización para la exhumación del cuerpo del Sr. Horman sin más trámites. González le indicó al suscrito que el Sr. Horman había sido vuelto a enterrar [reburied] en el patio 9, nicho 188, el 2 de enero. Hasta ese momento el Consulado había creído, como le había sido informado por el Servicio Médico Legal, que el Sr. Horman se encontraba en una cámara de refrigeración.

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poesía Con esos documentos, que el Sr. González le entregó al suscrito, aquel dijo que estaría en condiciones [the latter said that he would be able] de llevar el cuerpo a nuestra funeraria [to our funeral home] para enviarlo a Estados Unidos.

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Muchos años después, The Washington Post habría de recordar, no sin una pizca de exageración, que “el agente consular que jugó el rol protagónico [the leading role] en la ubicación del cuerpo de Horman fue realmente un case officer de la CIA [agente con capacidad de entrenar nuevos agentes y administrar redes locales], James E. Anderson” (Cf. V. Loeb, “Where was Jack Devine on Sept. 11, 1973?”, TWP, 17.9.2000). Reconociendo haber jugado tal rol, Anderson negará, con todo, cualquier responsabilidad de la “agencia” en la muerte de Horman: “Contactado por teléfono, Anderson confirmó […] «Fue un tiempo extremadamente difícil», dice. «Cómo la gente puede acusar a la CIA [the agency] de haber intentado asesinar a esos muchachos [for trying to kill these guys], no lo sé»”. Para concluir: «There’s just no smoking gun there» — esto es, según él, no habría evidencia incriminatoria cierta [smoking gun] en los crímenes de Charles Horman y de Frank Teruggi, otro norteamericano anti-imperialista asesinado en Chile pocos días después del Golpe. La cosa, empero, fuera menos segura que lo que the writer plantea. “Existe evidencia puntual [circumstantial evidence] —asegura otro memorando del Departamento de Estado, fechado este el 25 de agosto de 1976— que sugiere que la inteligencia estadounidense [U.S. intelligence] podría haber jugado un desafortunado rol [an unfortunate part] en la muerte de Horman. En el mejor de los casos, se habría limitado a proveer o confirmar información que contribuyó a su muerte por parte del GOC [Government of Chile]. En el peor, estuvo al tanto de que el GOC veía a Horman con muy malos ojos [in a rather serious light] y los agentes estadounidenses no hicieron nada por evitar el lógico desenlace de la paranoia del GOC [U.S. officials did nothing to discourage the logical outcome of GOC paranoia]”. El jefe de la ‘estación’ de la CIA en Chile, para el caso, fuera a la sazón el primer secretario de la embajada estadounidense en Santiago, Raymond A. Warren. En cuanto al epígrafe de Poe, el pasaje se encuentra al final de El misterio de Marie Rogêt (encabezado a su vez por un epígrafe Novalis sobre paralelos azarosos y coincidencias extremas), parte de la trilogía protagonizada por el filósofo-detective de acerada y fina inteligencia Auguste Dupin — “misterio” en que si no hay mención a un González sí habrá habido a un Anderson. Julio Cortázar traduce: “una corroboración seguirá a otra y el asesino será identificado” [traced, ‘rastreado’, ‘retrazado’; Baudelaire acudirá aquí a una paráfrasis: “et nous suivrons le meurtrier à la piste”; en Los crímenes de la Rue Morgue viene el mismo giro: to trace the murderer, que esta vez Cortázar traducirá por “seguir el rastro al asesino”]. Poco antes Dupin habrá aludido a la intervención discreta mas crucial de un oficial de la Armada [naval officer] en el affaire. El narrador de El misterio de Marie Rogêt (a no confundir sin más con Poe) acabará insistiendo en tales epigráficos paralelos entre lo “ideal” o “imaginario” y lo “real” que, con todo, según Novalis traducido por Poe, raramente llegan a identificarse (They rarely coincide): “Reitero, pues —insiste Poe—: hablo de tales cosas solo como de coincidencias” (only as of coincidences).


poesía Canto IX ALITERACIONES DE OTROS Los días del cerco de púas the barbed wire days traslucen Cerco de púas, de Aníbal Quijada Casa de las Américas mil nueve setenta y siete el cual se adelanta a su vez a Stato di eccezione, de Agamben Hay un cerco que sale de los centros de detención y se prolonga rodeando la ciudad Puede verse en las calles alrededor de cada casa circundando a las personas Esas púas adquieren formas variadas: patrullan calles en oscuros vehículos apuntan en las armas de los soldados, están fijas en vigilantes miradas, tienen sonidos de metal en los pasos solapados escriben listas delatoras toman cuerpo en los sucesos de cada hora, en el día y en la noche Parajes de mutismo Parajes de reclusión Minutos antes del toque de queda se encamina a casa Un perro lo alcanza, la cola entre las piernas y empieza a temblar Conoce e s o La orden: disparar contra toda forma de vida que no responda a la orden Ni uno ni otro puede hablar No obstante, sin voz le entrega el mensaje Si no es posible, retraza — y al tiempo aúlla, uy can a(u)stral ! Parajes de mutismo, parajes de reclusión Aliteraciones de otros días por venir Quijada frágil, quijadatada, quijada audaz.

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poesía EL ESPEJO ES LA MEMORIA Luis David

Para Emma Valeria en su tercer cumpleaños I Nos espera la columna del día si la memoria lleva bajo el brazo el resumen de un tiempo como este. Qué lejos las palabras de la flor cuando solo la sombra de nuestro vuelo queda en la escritura. Yo creí que el amor era un saco, que alguna tarde el agua, entre extrañas preguntas, sus pájaros destierra. Nadie imagina nunca librar a su memoria en unos ojos. II Aún no oscurece pero la luna brota de tu cara, deja el vientre confuso de los árboles. Yo escribo en el borde de tu sueño. RIO GRANDE REVIEW

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III Cuánto de alegría quedará cuando el espejo esté en contra tuya y alguien llame a la puerta en tus sentidos. Aletean los cantos por encima del color de la tarde y tu voz se confunde sobre el limpio cristal de la ventana. Silenciosamente la casa explica bajo la timidez del olor a café el resplandor del cómplice que hay en tu fantasía. Acaso ser feliz es eso: un recuerdo, un pájaro, el morado imposible en tu vestido.


ficción RUMBO AL COLORADO José Landa

Que los cuicos me hayan agarrado en medio d’esta bola de cabrones broncudos, sacarme de la trifulca pa’ meterme a los separos por culpa del Canelo que se puso a decirme tontera y media de mi mujer, delante del Cudberto y el Mario en la barra del Buki’s Bar, no me importa. Me vale gorro tener que soportar el olor a miaos d’este calabozo, el cemento frío de esta cama, como la de la canción de Pedro Infante. “De piedra ha de ser la cama, de piedra la cabecera, la mujer que a mí me quiera me ha de querer de a deveras”. Ojalá y las mujeres entendieran estas cosas que sentimos los hombres. Pero no, a joderse con las incomprensivas. Total que en cualquier chico rato se cumple mi pena acá, unas cuantas horitas más y listo, Isabel Domingo Sánchez Morales, a la reja con todichivas... Pero no vaya a ser la de malas, y por una maldición el diablo se aparezca en la casa. No vaya a ser... Pinche vieja, todo estaba tan bien, y yo tan bruto, creyéndome todo su amor, pero a las pinches palabras se las lleva el viento. Cómo se me ocurrió irme a meter al Buki’s, nomás a toparme con esos bueyes, que quién sabe cómo carajos se enteraron que Lila me había estado poniendo los cuernos con el Roque. ¡Y desde cuándo! Yo tan tarugo, creyéndome el cuento ese de que sus hijos eran amigos de los míos ¿serán míos? Ora ya ni eso me interesa, lo más seguro es que alguno fuera del Roque, o de plano los dos, pero ¡quién se pone a ‘veriguar a estas alturas! Si no hubiera sido porque bajé de plataforma antes de tiempo, y de veras quería ver a la canija, no quedarme en los puteros con los camaradas de la isla, sino viajar, venir a ver a mi flaca, besarla, hacerle el amor, abrazar a mis chilpayates –que ora

resulta pueden ser de otro–, subirme al autobús, bien bañadito, perfumadito, sin el maldito olor a petróleo que se nos pega como una salación, sin siquiera dormir un ratito en esas dos horas que me parecían larguísimas por querer estar pronto en la casa, llegar a la terminal, subirme al taxi y aguantar al culey taxista que si se te ocurre confesarle que eres petrolero luego-luego quiere cobrarte de más. Pero para qué tanto y tanto apurarme, si al llegar me iba a topar con el carro del desgraciado ese en la entrada de la casa, luego abrir creyendo que estaban los niños y nada, ni ma’is, todo silencioso, menos los pujidos de esa puta que se oían desde el cuarto hasta la sala del cantón que todavía ni termino de pagar, y ese cochino olor a sexo, a leche de otro macho cogiéndose a mi vieja. ¡Quién no se va a encabronar! ¡Quién no va a sacar el machete pa’ agarrar al desgraciado que se está cogiendo a tu mujer y sorrajárselo en la meritita nuca, y luego en las costillas como si fuera un costal lleno de harina, y entonces seguirle con la mancornadora y duro con ella, pa’ que dejara de gritar la muy perra, hasta ver la sangre regándose en la cama, en el piso... como si eso pudiera lavar mi vergüenza y mi coraje. Mientras no se le ocurra a alguien llegarse por allá. Que no lleguen, virgencita, que no lleguen, que a nadie se le ocurra meterse a esa casa de la traición, que me dé tiempo pa’ pelarme bien lejos, pa’l otro lado, aunque tenga que treparme a un avión pa’ llegar más rápido y ‘tonces brincarme el Colorado y allá, entre tanto gringo y tanto mojado, nadie sepa ni cómo me llamo en realidad. Sal ya, bendito sol, pa’ largarme al carajo de una vez.

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poesía ALCOBA PARA CUATRO TIGRES PEREGRINOS Jorge Manzanilla

Atrás del ojo se esconde el primer tigre, sólo cuando soñamos sale del cuarto para ir a comer los sueños negros o malas palabras. Las malas palabras están entre las uñas del segundo tigre. Estas se alojan en las encías de la abuela como un castigo por no cuidar las buenas palabras. La pareja de tigres tiene colmillos retorcidos, cazan la oscuridad mientras dormimos. RIO GRANDE REVIEW

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Los otros dos tigres nacen cuando se cierran los párpados Viajan en el universo de la sangre, son los arcángeles felinos que todavía cuidan las buenas palabras.


ficción SINCRONIZACIÓN

Gianfranco Languasco

Si estos fueran otros tiempos, yo mediría poco más de un metro ochenta y tendría barba extrañamente despeinada, como las personas que nunca vieron rasuradoras más que en la tevé. De ser así, viviría en un tranquilo lugar de Lima, entre edificios más altos y menos viejos que los árboles, cerca a una avenida principal poco concurrida, donde las noches sean propicias para caminar sin necesidad de ser reconocido por algún incauto que conociste hace un tiempo y ahora pretende saludar. Usaría bicicleta, además, y me colocaría audífonos con alto volumen de la música. Si fueran otros tiempos, viviría en uno de los edificios altos que mencioné, en uno de los pisos de arriba, y usaría las escaleras para llegar a mi departamento, no importa cuántas sean. Entraría a un departamento de decoración fría, con apenas la esencia de unos colores invernales y cuadros de retratos de personas que nunca verás y que existen solo para adornar una sala cuya mejor vista la tiene tras la ventana. En otros tiempos, aunque también en estos, me apoyaría sobre la ventana a observar la calle con sus desinteresadas personas andando sobre las aceras, sus humeantes y viejos vehículos, e imaginando aquellos insectos coprófagos que existen desde siempre, coleópteros que debieron surcar los parques antes que fueran parques, antes que fueran vida. En una de esas, podría observar uno de los departamentos del edificio de enfrente. A través de la ventana, podría observar que ella duerme profundamente en uno de los muebles de la sala, descalza y con el cabello ondulado someramente

peinado. La situación es irónica. Yo sin dormir por días y ella con un sueño ligero de plumas finas entregada a la belleza de lo onírico, la sutileza de los sueños, la complejidad de embarcarse en miles de aventuras sin moverse siquiera. Y lucía liviana y tranquila. Como el océano más hermoso de todos, dormido por tantos siglos pasados en minutos. Ni el café que quizá alguna vez reposó en la taza cercana a ella pudo alejarla de dormir. Me quedé hasta su despertar, aunque realmente no estuviera a su lado. Estiró los brazos como el mar estira sus olas. Abrió los ojos y sentí como un pequeño amanecer. Se levantó y desapareció entre las paredes claras de su sala, regresó sintiéndose observada, alguien se habría acercado a ella entre sueños desde una ventana y le prometió besos en tardes inseguras, llevarla de la mano entre avenidas. Tomarla de la cintura y aparecer en el final de los días más felices que comienzan siempre de la peor forma. Alguien le había prometido estar cuando despertara y la observo llorar sin lágrimas por aquel desplante en esta Lima de otros tiempos, cuatro y quince de la tarde, entre edificios sin esquinas. Sospecho que saldrá y bajo corriendo a darle el alcance. Solo el alma me acompañaba. Nunca supe su nombre, nunca pensé en cómo llamarla. Desde la parte más baja de la ciudad, observo su ventana. Ella ha salido y sonríe. Entonces, Ella me mira.

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poesía DE VISLUMBRES HACIA EL OTRO LADO Georgina Mexía-Amador

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VI [habla el incorpóreo]: bajo el asombro urgente de los truenos renací en el filo de la yerba. Puedo subir al cielo, trascender la torpeza de mi especie y comprobar que existe lo que hace temblar a los hombres frente a los altares: racimos de dioses embriagados en su triunfo creador, creyéndose perfectos. Pero antes tuve que retirarme a la cueva, a la montaña y descifrar mi cuerpo para flagelarlo: dioses implacables, sonámbulos, sepan que vinieron la ruina de la sangre y el desmayo —ansiaban mi dolor y mis jirones de carne— el espejismo y el vómito lechoso, solitario. Me convertí en cadáver: despojo absurdo que conoció su esencia en la estrechez de una serpiente que fue su madre verdadera, la segunda. Descifro el mundo, asciendo al cielo y frecuento a la muerte en cada vuelo: así lo he dicho así lo he confesado así lo testifico así lo enfrento. Mi alma se separa de mí recorre con sus pezuñas los cuatro rumbos y descifra la piedra, el hormiguero la luz turquesa que enciende el agua de las grutas. El alma se sabe raíz que cuelga del árbol asido a la montaña: liana, rumor de cascada o pájaro con lumbre en las alas. Cuando el alba urde el derrumbe me abandona la fuerza y retorna mi alma contrita a su habitáculo de carne. La verdad es contundente, impía: entre los hombres soy casi un dios. Entre los dioses soy sólo un hombre.


poesía PÁJAROS DE DÍAS DE MUERTOS Tania Ramos Pérez

A Rosalía Chan y José María Uc Pare una lágrima de regocijo mi voz, señora, porque he visto volver los mismos pájaros el pasado Noviembre. Vuelven, señora, con las almas de los disidentes prendidas a sus espaldas, sus coas aún vertiendo tierra. No volaban al inframundo, señora, lo supe en el zoológico. Migran, las almas migran, son ellas en otros pájaros en otros en nosotros las que vuelven.

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ficción EXPIACIÓN

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Antonio Flores Ramayo

El joven Julian Valois se estremeció hasta la médula al oír la sentencia. Horrorizado, emitió un sonido similar al chillido de una rata a la que se le ha amputado la cola; un escalofrío le recorrió la espina de abajo hacia arriba, mientras las piernas le temblaban al experimentar una sensación desagradable en el área genital y caía inconsciente. Muy poco recordaría de las siguientes horas: si le hubieran preguntado qué pasó desde la sentencia hasta su traslado a la Plaza de Grève, después de una retractación pública frente a la Iglesia de París, no habría podido contestar, pues nada le había podido devolver a la realidad. Su mente se hallaba concentrada en una sola cosa: lo que le harían al llegar al cadalso. Así, sin darse cuenta, ausente de su cuerpo e ignorante de la vergüenza a la que era sometido mientras se le trasladaba desnudo en carreta, el joven prisionero vivía sus últimos momentos. Un gran número de personas se había congregado en la Plaza de Grève, a la espera del “Despiadado Asesino de Amiens”, como le habían nombrado las gacetas locales. Mucha gente había especulado al respecto, preguntándose qué habría llevado a un muchacho aparentemente cuerdo y cabal a asesinar de una forma tan atroz a su propia familia: lo habían encontrado ebrio y desnudo junto al cadáver del pequeño Fabrice, su medio hermano de apenas ocho años, cuyo frágil cuerpo había sido profanado brutalmente antes de que le rebanaran el cuello con un cuchillo; en la misma habitación yacía también el cuerpo ya sin vida de Julian, padre, con los pulmones perforados por la misma arma que había liquidado a Fabrice. El joven asesino había sido descubierto gracias a una denuncia anónima, con lo cual devino el proceso acusatorio. Más de uno aplaudió las rápidas acciones de Joachim Corneille, obispo de Bernis y amigo cercano del señor Valois, quien apenas unas horas después de la captura del asesino ya se hallaba en Amiens para reclamar justicia por la muerte de su entrañable camarada y del pequeño Fabrice. Nadie sabía cómo el obispo había logrado enterarse tan rápido de la situación ni cómo había logrado apresurar la diligencia, pero no le dieron importancia al hecho, pues un hombre de su calibre, poderoso entre los poderosos, debía contar con un sinnúmero de recursos y con ojos y oídos por todas partes. La gente sabía que Corneille, personaje admirado y sin mácula, era allegado del Papa Benedicto xiv, por lo que se realizaría justicia expedita, como había sucedido con otros casos en

los que había intercedido, curiosamente también ligados a la pederastia: aparentemente, Corneille era un justiciero que aborrecía este crimen por encima de cualquier otro, y no vacilaba en castigarlo. Además, la nobleza local había levantado la voz para pedir la cabeza de Julian, hijo, aumentando la presión sobre las autoridades y apresurando el proceso. Por donde se le viera, el muchacho no tenía posibilidad alguna de escapar del “Ministro del Santo Evangelio”, el mal necesario de la Iglesia llamado verdugo. Sin más preguntas ni demoras, Julian fue trasladado de Amiens a París para realizar el juicio. El joven negó cuanta acción le quisieron imputar, alegando incluso que jamás en su vida había bebido y que no sabía qué había sucedido ni cómo había llegado a la habitación donde los oficiales lo hallaron. Veinticinco azotes con fusta no bastaron para que confesara sus horribles crímenes de violación, pederastia, sodomía, infanticidio y parricidio, pero sí para ablandar sus carnes y dejar al descubierto el hueso en algunas partes de su lánguido cuerpo. Después de escuchar la sentencia Julian se engurruñó y no supo más de sí durante un largo tiempo. Ahora el presunto asesino se hallaba en la Plaza de Grève. Cientos de ojos se posaban sobre él, entre ellos los del obispo, que no podía ocultar su complacencia por la próxima ejecución. Para Julian habría sido mejor no estar consciente de los tormentos por los cuales pasaría, pero para su desgracia sus sentidos y facultades retornaron justamente en el momento en que unas tenazas de cuarenta y cinco centímetros, al rojo vivo, se aferraban a su pantorrilla derecha; peor aún: sus sentidos parecían haberse incrementado de forma dramática, permitiéndole percibir el olor a carne chamuscada y el grotesco sonido del metal al fundirse con la piel y el músculo. La muchedumbre reunida dio un paso hacia atrás al escuchar los primeros aullidos que emitió Julian, pero conforme el espectáculo avanzaba el asco fue quedando atrás para cederle paso al morbo: parecían hipnotizados, atraídos por el sufrimiento humano, ansiosos por ver qué nuevo tormento aplicaría el verdugo Samson: a la pantorrilla izquierda le siguió la derecha, luego los muslos, los brazos, y a continuación las tetillas; las tenazas aprisionaban con fuerza, retorciéndose, halando de un lado a otro, hurgando en la carne de Julian, dejando llagas cada vez más profundas que luego eran llenadas abundantemente con una mezcla de plomo derretido, aceite hirviendo, azufre y cera. El


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torturado, enloquecido por el dolor, sacaba espuma por la boca, se retorcía, lloraba, miraba hacia todas partes buscando algo que lo salvara, pero nada detenía el suplicio. En algún momento, reuniendo toda la fuerza posible, Julian se dirigió al párroco de Saint-Paul, logrando articular unas cuantas palabras: “Dios mío, tened piedad de mí; Jesús, socorredme. Por favor, hombre santo, consoladme”, pero por más que el párroco besó el anillo del obispo de Bernis, éste no le concedió permiso para acercarse al joven pederasta. Más aún, el párroco de Saint Paul creyó percibir, por un levísimo momento, un asomo de satisfacción en el rostro de su superior. El robusto verdugo dejó las tenazas en la mesa dispuesta para sus herramientas y Julian se sintió aliviado por un instante, hasta que recordó su amarga sentencia. Samson, que había estado llevando a cabo la tortura, echó un rápido vistazo a los instrumentos de metal y tomó uno que le heló la sangre al condenado: unas pinzas alargadas, que fueron inmediatamente colocadas al fuego. Su uso: desgarrar en carne viva los genitales de los conspiradores y parricidas. Finalizado el tormento, había llegado la hora de la ejecución. Habría sido una suerte que Julian falleciera durante la castración, pero no fue así. Los oficiales hicieron a un lado al público, que se apretujaba y daba de manotazos en busca de un lugar mejor para apreciar todos los detalles del macabro evento. Hubo un momento de expectación cuando se dio paso a cuatro caballos, fornidos y elegantes, cuya belleza resultaba paradójica frente a la tarea que iban a realizar. Cada equino fue atado a las extremidades del reo por medio de una cuerda. Los ayudantes del verdugo apretaron fuertemente las sogas al cuerpo de Julian, primero anudándolas en los tobillos y luego en las muñecas. Entonces comenzó la ejecución. A cada tirón de los caballos, a cada empuje de los hombres que tiraban de los cabos, el joven sufría lo indecible. Tras quince minutos desperdiciados y varios intentos de separar el cuerpo del supliciado en cinco partes, el verdugo decidió hacer uso de su creatividad, pues sólo habían conseguido romper los brazos por las coyunturas y se debía hallar pronta solución al contratiempo. Por un momento los caballos cedieron y varios confesores, a pesar de la mirada iracunda del

obispo Corneille, se acercaron por fin a Julian, que no dejaba de balbucear algo parecido a “Bésenme señores, para eximirme de esta pena” ni de tender los labios hacia los crucifijos que le presentaban. En breve Samson les pidió que se retiraran, pues reanudarían la ejecución, y mientras los caballos tensaban nuevamente las cuerdas el verdugo se dio a la feliz tarea de cortar con un cuchillo primero la unión entre los muslos y el tronco, luego repitió el procedimiento con los brazos, en el sitio entre los hombros y las axilas. Por imposible que pudiese parecer, y por más que había suplicado morir, Julian seguía con vida cuando Samson concluyó su trabajo. Los ojos de la chusma enardecida tenían un brillo especial, parecían gozar el hecho de que el pecador sufriera infinitamente por los crímenes cometidos. Incluso los niños, una vez perdida la inocencia ante el cruel espectáculo, escuchaban con atención cómo sus padres alentaban con sus gritos al verdugo, y los imitaban sintiéndose parte del juego de los adultos. Delante de todos ellos se encontraba el obispo, con un gesto descompuesto al cual le resultaba cada vez más difícil disimular la excitación, pero libre de la atención de los demás espectadores, quienes no se atrevían a despegar los ojos del cuerpo mutilado. El placer se revelaba en un hilillo de baba que se escurría furtivo por la barbilla. En el clímax de la locura, el tronco y las extremidades de Julian fueron arrojados al fuego, ante un público que disfrutaba de la voracidad de las llamas danzando ante sus ojos y convirtiendo al pecador en ceniza. Nadie se marchó a casa hasta que no se hubo apagado la última flama, contentos con el espectáculo de la justicia divina. Ya todos se habían retirado cuando las cenizas de Julian fueron esparcidas. Únicamente quedaban el verdugo Samson y el obispo de Bernis. El primero se despidió amablemente y comenzó a caminar rumbo a su casa, donde esperaba descansar después de un día de arduo trabajo. Mientras Samson se alejaba, con su sombra recortada por un agonizante sol que comenzaba a desaparecer, Joachim Corneille dirigió su vista hacia los restos de la hoguera, relajó el rostro y sonrió levemente, recordando la sensación de los frágiles muslos infantiles entre sus dedos… los muslos del pequeño Fabrice y de otros tantos…

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poesía PRÓXIMA ESTACIÓN César Cañedo

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Desde ese templo de incensario azteca, quemada llanta de ciempiés naranja final vagón de un sacrificio macho en esa inversa cacería del génesis donde los últimos serán los primeros en venirse recorro vista Lot la oferta fresca con la cancelación del consumista que ve tres comerciales en la tele y quiere que la escala sea la misma tú no, tú fuiste gordo, tú muy loca, adiós, lo cacarizo nunca vende, tú tienes cara de varón de lechos, a ti te sobra lo que a mí me falta entre las piernas, lo bueno de la oferta y la demanda es que en cada estación juega la suerte de los escaparates renovados, cinco pesos, una entrada en escena de actores de reparto y en la próxima tal vez se suba ése que dé sentido a mi The Truman Show, en la lúbrica urgencia de lo gay sin nombre el sexo por el sexo de varón torcido y así claudica el reino de los cienos. Pero de pronto, en la esquinita arrinconados en su amor destajo dos hombres ya mayores se comparten en sesenta y pico de fallidos sueños y son la hidra altanera entrelazada en el recuerdo del terror del tiempo y cual Gorgona, congela más su vista que la estatua de sal que tú esperabas.


poesía

Son los testigos de la pandemia, del miedo, del rechazo y están ahí juntos, erectos. Dándose lo que les queda de una dignidad despojo y muerte y sal. Aprendieron a jotear sin mapas, a pelo, tocándose la verga como señal que invita, sin más radar que su intuición, sin Manhunt. Destilan la paciente certeza de que no hay mañana ni futuro mejor para los que como ellos buscan santificarse por la luz del falo. Una mano entrelaza sus canas de fracasos, su estrella de David, qué importa, te miran retadores, que tú seas joven, igual llegarás. Y dan repudio, dan asco y un ternúrico miedo que te inunda, son tu memento cinedus, la hora que será el ahora para los que compramos en la Zona Rosa un futuro muy rosa y muy jodido. Con este estigma crecerás, como ellos. Te dará sarpullido en los huevos, como a ellos. Te invadirán las ladillas, como a ellos. Serás aprisionado en un matrimonio gay, no como ellos, que en el promiscuo encontraron al profeta. Repasas lo que cuesta cada una de tus prendas y con el dedo activas la burla de tu smartphone para virtual y en vivo buscar macho calado que quite lo salino del futuro y que te dé esperanza en cada palo para envilecer de puro orgasmo para pensar con el culo y no sentir sintiendo que la noche no es noche si está sola Correspondencia con ya no quieres saber si es Garibaldi.

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poesía DESCANSO DE PIEDRA Y NO DE LANA Luis Alfredo Gastélum

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Ahora que el descanso es de piedra y no de lana, juro entregar mis pertenencias. Entregaré —para empezar— mi tono esdrújulo, mis bártulos mortíferos, mi sístole de víctima, mis míradas cánsadas. Después mi árbol genealógico para que cualquier historiador sin novia ni automóvil descubra la raíz de la que huí al respirar el aire afuera. Juro también entregar mi casa, la llena de avispas asustadas, de voces que cumplen su condena por infectar mi oído cuando el silencio era mazmorra. Y ahora que la mazmorra es de silencios tendré que acostumbrarse a su postura, a sus olores y durezas, a lo oscuro; tendré que cerrar los ojos y descansar bocabajo, abrir los oídos y esperar el llamado del afuera.


ficción CABEZA DE POETA

Santiago Vizcaíno

Con cariño para Esteban Poblete No me gustan los recitales. Los poetas son aburridos, melancólicos, trágicos. Todo el día pensando en morirse jóvenes. Y la mayoría no trabaja o es burócrata, que es lo mismo. Vagos cuyo futuro es la tumba o el silencio. Escribo esto mientras retiro delicadamente la cáscara de una naranja. Quien me escucha debe pensar que debo ir al grano, al meollo del asunto, para usar esos lugares que son comunes para el pueblo y más para la literatura. Pero todo está relacionado, porque aquella vez pueblo y literatura se juntaron. Yo había ido el primer día para echar una siesta durante, y tomar un vino después. Hay casos, desde luego excepcionales, donde sirven bocaditos suculentos: unas patas de cangrejo con su salsa picante, unos pinchos con su verdura, unas empanadas rellenas de carne, en fin. No era este caso en particular, pero viene al caso imaginarlo. Lo que sí se puede decir es que la cuestión se volvió opípara, en otro sentido. Quienes van a oír a los poetas son, generalmente, los otros poetas de su grupo, sus amigos más íntimos y, con suerte, algún familiar que se ha resignado a tener un sobrino, verbigracia, bueno para nada. También ocurre que si el recital es en un café, te veas obligado a escuchar, ya que esa pequeña mole informe se para a tu derecha, a tu izquierda, al frente, y aplaude con entusiasmo, sea malo o pésimo el poema, según corresponda. No es que sea un experto en recitales pero ocurre que hace algunos años también fui poeta. Es complicado dejar el vicio pero se puede. Aunque hay quienes dicen que es una enfermedad incurable como el alcoholismo, donde siempre se tiende a recaer. Esta vez la cosa en un inicio no fue distinta. La gente empezó a llegar minutos antes de lo indicado. Conocidos muchos se abrazaban en eterno alborozo y unos más que otros sacaban libros de sus chaquetas para intercambiarlos. Porque un poeta jamás llevará una chaqueta sin bolsillos y, por supuesto, sin sus preciados textos, ya publicados o en hojas sueltas. Por otra parte, tres parece ser el número cabalístico para los recitales de los vates jóvenes, aunque tengan todos el mismo molde. La Santa Trinidad de la lírica: Padre, Hijo y Espíritu Santo se sientan detrás de su mesita, detrás de su vaso de cerveza con su garbo de iluminados. Y empieza la función. Paro un poco para saborear el dulce zumo del gajo final de la naranja encantado como un niño. Yo fui a ese recital, diríamos, por compromiso, quizá, por recaer. Además de que uno de aquellos personajes, vamos

a llamarlo Espíritu Santo, fue mi gran amigo en aquellos tiempos en que sufrí esa terrible enfermedad. Éramos, como quien dice, uña y mugre, comíamos y bebíamos juntos. Íbamos a las librerías como un ladrón siamés. Nos vestíamos casi con los mismos ropajes estrafalarios. Supongo, también, que escribíamos igual. Digo supongo porque aunque estábamos tanto tiempo juntos nunca nos leímos el uno al otro. Cuando alguno de los dos mencionaba que había terminado un poema o estaba por terminar otro, inmediatamente el prójimo cambiaba la conversación, o simplemente exclamaba: ¡Ah, qué bacán! Y con eso cancelaba el discurso. Éramos poetas a quienes no nos leía ni Dios, en su infinita misericordia. Una vez fui a casa de Espíritu Santo a terminar una jornada etílica. Pocas veces iba a su casa porque su madre no me podía ver a un kilómetro de distancia. Decía que yo era mal amigo, mala compañía, mala junta, mal borracho y hasta mal poeta. Pero ese día caímos a la madrugada sin que se diera cuenta. Espíritu Santo puso el jazz de Coltrane que le gustaba. Habíamos bebido tanto que ya empezábamos a hablar de lo bello de la amistad y de lo bueno que es tener un amigo siempre como un acólito. Eres como un hermano, bróder. En esas estábamos cuando Espíritu Santo se ofreció a leerme uno de sus textos. Se había corrido el rumor de que tenía afición por escribir poemas extremadamente largos, que más de una vez otros poetas (o muchachos en trance de serlo) habían huido en la madrugada porque a Espíritu Santo no había quien lo parara. Como la hipérbole es la figura literaria que más se usa en este país después del símil, pensé que no podría ser tan malo, que a fin de cuentas era mi gran amigo y que en otra ocasión también le podría cruzar yo también uno de los míos. Porque en el fondo era un lector agudo y avezado. Bueno, le dije, compadre, por fin voy a escuchar algo de su obra. Espero no te aburras, replicó, y sacó un conjunto de más o menos doscientos folios, calculo, numerados y fechados. Impecables como si los hubiese escrito el mismísimo Espíritu Santo. Me vas a leer todo eso, cojudo, mejor mándame por mail y sirve un trago, exclamé atónito. Hizo un gesto de enojo que me intimidó y le pedí que leyera, que por favor no me hiciera caso. Recuerdo que empezó muy bien. Era un estilo delicado, trabajado con ahínco, casi petrarquista. No era un registro sórdido, era más bien el resultado de una dura búsqueda. Me sentí halagado en un principio. Trataba de buscarle un declive. ¡Pero no había! Se fue convirtiendo en un

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ruido muy lento, apacible, ensoñador, un majestuoso jardín donde perderse. Me desperté al día siguiente con una resaca endemoniada. Perdón, loco, le dije. Me quedé dormido. No me di cuenta, me respondió, con ironía. Te pedí que vinieras a la cama, pero estabas como muerto, añadió. Me fui como a eso de las diez. Su madre había salido ya a su trabajo. En la calle traté de reflexionar sobre el asunto, pero no le di mucha importancia. Me dolía mucho la cabeza. Por eso fui ese día al recital. En el fondo, esta era mi mayor motivación: quería saber cómo reaccionaba la masa poética ante la voz del Espíritu Santo. Desde luego, él había pedido leer al último. Los poetas se pelean por leer al final, como si eso elevara la calidad de sus textos. Sin embargo al concluir la noche la gente quiere beber, seguir con su lírica cotidiana. Los dos primeros poetas eran de aquellos que se dedican a buscar arcaísmos. Usan palabras tan extrañas al momento que su definición hay que rastrearla en el Diccionario de Autoridades. Sus referencias, por supuesto, son cultísimas, mas los únicos que pueden explicar su obra son ellos mismos. Sin embargo, no son esos personajes, a los que en algún momento y en otro espacio me referiré, los que vienen a cuento en esta historia. A veces me pierdo en el vago mundo de lo innecesario. Espíritu Santo, el tercero, sacó sus folios ordenados ante el asombro de sus contertulios. Una mueca irónica se pudo advertir en el rostro de uno de ellos, que algo dijo al oído del otro. El poeta empezó su lectura con un verso envidiable: «Temprano, la Muerte y la Vida fundaron el llanto». Los convidados hicieron el silencio. El bar entero se pasmó ante la voz estruendosa del poeta que empezaba con un golpe seco en el pómulo. Los siguientes versos eran más relajados; una fuerza cadenciosa conducía el hilo textual. A veces se elevaba, producía cierta incomodidad o asombro, para otra vez relajarse. Los asistentes parecían no parpadear. Algunos mantenían sus bocas abiertas hasta que se daban cuenta de que la baba se les iba a correr y entonces despertaban como de un ensueño y tragaban. Nadie comentaba, solo escuchaban al poeta con una devoción casi sobrenatural. Las mujeres lo miraban como un grupo de fans ante su músico predilecto. Y entonces el Espíritu Santo elevaba la voz casi hasta el cielo y volcaba un verso como un chorro. Otra vez se restablecía el ritmo de los versos. Otra vez se encumbraba para decaer. Nadie tenía la mínima intención de pararlo. El poema era larguísimo, pero parecía renovarse siempre, era el mismo y otro al mismo tiempo. Los otros poetas seguían cada línea hasta el éxtasis. Ni siquiera con sus autores más admirados habían sentido algo igual. Varias generaciones esperando

al Poeta y allí estaba. Había que arrodillarse, rendirle culto. De pronto el suspiro de una señora, de pronto el jadeo de una universitaria, de pronto la lágrima de un viejo pintor a punto de escapársele por el párpado. Quién lo iba a parar si aquello era la poesía con mayúsculas, el verbo de Dios en el inicio, o en el gran final apocalíptico. «El polvo no existe; el Hombre es el heredero antiguo de bestias». A los meseros se les caían las bandejas de los tragos pedidos. El barman derramaba el tequila sobre la barra. Las cenizas de los cigarrillos se hacían enormes como bigotes de humo. Espíritu Santo seguía leyendo con el milagroso entusiasmo de un iluminado. No parecía cansarse. Entre sus dientes amarillentos, el texto fluía hasta viciar el aire. Yo, que lo había oído hasta el hastío hablar tonterías sobre literatura, no podía afirmar que era él en verdad o una especie de plagio deslumbrante. Una chica empezó a abrirse la blusa en el instante en que soltó: «Si parece que se está demasiado lejos, que ya no hay regreso de donde se está, adonde se ha ido». Un poeta menor, de aquellos que están siempre en todos los recitales, empezó a tener una especie de convulsión, pero apenas el resto lo miró, le dedicó medio segundo porque iba a pederse la línea bestial siguiente. En el fondo, en la oscuridad de la sala, vi a un hombre de sombrero que tenía su mano dentro del pantalón de una mujer y le acariciaba con ahínco. Ella le correspondía y el miembro del tipo parecía que iba a explotar. También hubo quienes empezaron a besarse encima de las mesas mientras el alcohol se derramaba y los vidrios hacían un ruido exangüe al caer, pero aquello era una especie de banda sonora que no inmutaba siquiera a Espíritu Santo, que seguía al filo del cañón, lee y lee, como si en eso se le fuera la vida. Era como si la vida le fuera hinchando la boca de a poco hasta el estertor. Era como si el espíritu del mundo se hubiera detenido ante la voz de Lucifer desterrado de lo sublime. Nadie dijo nada cuando lo vieron caer al piso, porque un eco tremebundo seguía repitiendo esos versos malditos dentro de cada sien, de cada músculo en tensión por el orgasmo que causaba el delirio de alcohol, sexo y poesía: «Ya no se vuelve a parecer uno a lo de antes cuando se ama desde el infierno, cuando es tanto el egoísmo de saberse dispuesto» (…)


poesía SPIDERMAN BLUES

Vicente Quirarte A Benjamin Burgess

Elogio del tiempo antiguo. Escalabas los viejos edificios y eran las azoteas tu dominio completo: tendederos, pianos en el desvelo, plenilunios aliados del licántropo y el loco. Todo el tiempo era tuyo y no sabías. Patrullabas los barrios sin temores al asesino en turno. Mayor era tu crimen: estar en el mundo con dos caras y en las dos serle fiel al heroísmo desconocido y breve de ser joven. Encima la soledad, más vasta que la noche. Debajo de tu máscara de carne, tendida sobre tu cama y tus papeles dentro del corazón, tan desbocado por mujeres que no te conocieron. La soledad es músculo del alma. Bajo las peores lluvias navegabas y el cuerpo resistía. Era hermoso entrar por la ventana y despojarte de tu armadura frágil (una tela de araña a veces resiste más que las promesas). Era bueno el fracaso, ir en su busca, y decir está bien y reírse y no quejarse. Eras el no ser de todas las muchachas: ignoraban tu nombre y tu lenguaje. Menos tu ciudad, tu novia, tu doncella. Desnuda te recibía cada mañana. Con su velamen pleno, la Catedral desplegaba sus formas en la bruma. Escapabas de clase y ascendías para ser esas torres y mirar con sus ojos de piedra. Tatuabas en lugares secretos tus señales más hondas. Te quedabas las horas frente a un muro donde la ciudad, cartógrafa, trazaba sus mapas de colores.

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poesía Tigre de veinte jaspes, el salitre devoraba las huellas de los hombres. Eran los tiempos castos del sediento. Encapuchado el rostro, ibas de jaula en jaula, doloroso como antorcha sin aire. El amor es difícil dentro y fuera. Cuando no te querían, te ofrendabas al hambre de la ciudad y sus sicarias. El aura de los borrachos y los niños te negaba los dones del desastre.

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Te sentías infeliz y no lo eras. Eres feliz ahora y es amargo saber que Peter Parker vive con una esposa que lava su camisa y su disfraz heroico. Ha muerto el Hombre Araña. Fuiste el único fiel en el velorio. No pretendas buscar al asesino: la esquela que leíste fue escrita con tu letra y con tu tinta. Ahora te avergüenza precisar del alcohol en las arterias para enfrentar la calle. Sales de vez en cuando y evitas —como el valiente sabio— la pelea. Patrullas con temor las mismas calles de una ciudad ajena. No te duelan el café, los portafolios, la ganada caricia que te cierra la herida. Debajo de la corbata está tu pecho y en él las cicatrices tejidas por la araña. Es otra tu forma de ser héroe. Si lo dudas, perdido entre los otros, y te crees expulsado de la altura, reconoce los rostros de tus hembras: son la calle, la noche, las estrellas, claras hadas madrinas del oscuro. Ellas no se han movido ni dormirán, para velar tu sueño si sabes ser fiel a sus fulgores y aprendes a brillar para el muchacho palpitante en tu carne, portador de la máscara en la noche.


ensayo DESLEER, TRASLEER, CONTRALEER, ENLEERSE

Reynaldo Jiménez Leer por el no, más allá de la letra ver, en cada rima vera, la primera piedra, donde la forma perdida procura sus etcéteras. Desleer, trasleer, contraleer, enleerse en los ritmos de la materia, afuera, ver adentro y, adentro, afuera, navegar en dirección a las Indias y descubrir América. Leminski Siempre a lo desconocido. Eguren Lo que sigue no podría ser sino una sarta de apreciaciones por parte de alguien que ha seguido, desde el extranjero, con interés de lector, el desenvolvimiento de la poesía publicada en el país donde nació, sin desconocer que este acompañamiento a distancia se ha visto sujeto a los avatares propios de la co-incomunicación impuesta entre Buenos Aires, donde resido, y el Perú. La mía es, sin quererlo, una intervención ambigua, pues si por una parte soy un observador parcial (debido a la distancia geográfica), por otra, y por razones de contemporaneidad en la práctica compartida, me siento implicado en lo que este libro trasunta al situarse problemáticamente en la mira de una cierta exigencia ética.1 Exigencia que infiero moción por una ética intrínseca a la creatividad, capaz de desestabilizar el conformismo de poéticas consagradas-para-exclusión-de-otras-variables, desde algunos medios teóricos académicos o especializados (sin dejar de mencionar la «indiferencia» mediática) como desde las ideas fijas, dadas como información preexistente, con que suele abordarse la experiencia poética. Quisiera asumir a la poesía, ante todo, como una esencial disidencia al interior de los significados al uso, en relación a una continua pero siempre provisoria investigación del lenguaje y a la sensibilización instigadora de sus posibilidades connotativas. Entiendo que aun en la traslación de referencias reconocibles, temáticas, sentimentales o por vía de la

descripción figurativa, y, sobre todo, en el recurso a los arrastres del habla (de las fablas), la poesía sólo necesita y exige precisión en el uso de la palabra, esto es, conciencia de las formas y su capacidad explícita o subliminal para transmitir, conmover, interrogar, presentar. Para mejor delinear este arranque: aprecio y me atrae el atravesamiento de lo connotativo más acá de cualquier autoexpresión (en el sentido del expansionismo monotemático de un Yo o un apriorístico Nosotros), siempre y cuando prevalezca la conciencia material, matérica, materializadora, de la palabra. Me refiero a que concibo al poema, si hablamos de composición (concepto caro a Valéry), ahí donde se inscribe un para qué de la expresión: utilidad espiritual, en casi todo tiempo y lugar, de la poesía (poemas para algo, por algo, en el rango de la necesariedad (contundencia y sutileza): poemas para el nacimiento, para acunar al niño, para acompañar la muerte, para después de la muerte, para celebrar, para enamorar, para cuestionar a los poderosos, para el sexo, para acuñar un secreto, para destilar una clave, para informar acontecimientos, para cantar el origen, para recordar a los ancestros, para hablar con los animales, para hacer llover, para la libertad, para conjurar el miedo o la pérdida o atenuar el dolor, etc.) Pues aludir a la connotación, aquí, no sería otra cosa que indicar la cuestión siempre urgente del sentido (de los alcances e influjos de la palabra, así como de la incorporación de lo indecible, de lo indecidible del silencio, que deviene presencia del sentido). Y, en todo caso, «entiendo» a la expresión poética abarcando la dimensión específicamente literaria, pero sin que ésta constituya su límite acondicionado para el cotejo confirmador (su puesta en marco, para tranquilidad de todo abordaje situado por encima o desde fuera de la experiencia poética en sí). Experiencia poética: proceso, que no se agota en el poema, y que no desestima a la inspiración (de hecho la inspiración existe porque ciertos eventos poéticos resultan inspiradores, y es en esa transmisión de energía altamente condensada y continuamente retroalimentada por la sensibilidad, que cabe considerar los efectos conectivos de la entonación —dar un tono— de la poesía). Y el poema: no apenas el eslabón perdido, ya reubicado, en la cadena de los referentes, sino la abertura connotativa,

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amorosamente habitada por la expresión, atravesada por un doble movimiento: hacia la intimidad de la resonancia significativa, hacia el contacto con los signos compartidos vívidamente resignificados y reenviados a la atención. Si no se debieran menospreciar las múltiples posibilidades de la poesía a riesgo de perderla también en su función social, ello se debe a su cualidad arcaica de tecnología espiritual, su participación y propagación de lo inspirador (lo creativo) entre las formas y las formalidades, su índole a la vez específica e incomparable. Pero porque se me reserva, sólo un momento, el privilegio de ser uno de los primeros lectores, en panorama de integridad documental, de los aportes de cada poetamanifestante en su reunión como libro, también se me solicita, de algún modo, una primera observación del conjunto: donde los discursos chocan, se sacan chispas o se prescinden, puede plantearse un efecto paradójico de consonancia, en caso de que se me permita asimismo desviar, sólo un momento, el foco de lo debatido en dirección a lo que quizá realmente esté en crisis (en juego): no la poesía exactamente, su existencia-práctica

en el mundo, sino los propios abordajes y perspectivas con que se encaran la interlocución y el intercambio de experiencias en (y manifestaciones con) la palabra. Al inquirir, de base, por el sentido de la poesía, en el presente contexto por lo menos, no estamos sino revisando e interrogando una crisis más profunda, que de hecho es una crisis de percepción («crisis de paradigma» de la que la crítica, por justicia etimológica, no se exime) aunque con visos de alienación y violencia generalizados, también marcada por el vértigo de la voluntad de lucidez transformadora. Por el reconocimiento de las comunes zonas de opacidad, la reflexión se quiere más abarcante: para retomar la poesía en tanto participación de un proceso de transformación más amplio que la mera consideración estética (aunque sin evadirla, desde luego, situándola en primer plano). Así, recalco mi negativa a aceptar en el debate cierto elemento subyacente de corte localista, si no de trasfondo nacionalista, y asumo este rechazo acorde al espíritu de intercambio reflexivo, por «entender» que la poesía (ella misma disidencia en el seno de los significados rutinizados


ensayo y obligatorios) no necesita ser rebajada a ese prejuicio, altamente violatorio del derecho de la libre circulación de las personas (aunque no de las ideas y menos aún las intuiciones), como es la noción de Frontera, no comentada siquiera por el conjunto de los documentos aquí presentados. Descreyendo de toda frontera (el trazado limítrofe: la primera reja del panóptico), incluyo la imposición de Identidad (sobre todo cuando ésta aparece revestida de un Nosotros, sea cual fuere su signo o su rango, siempre a la larga defensivo: nacional, generacional, grupal, etc.) en tanto dispositivo separatista, propiciador, no de la alteridad, sino de la misma violencia (la mutua irritación que impide el contacto y por lo tanto la escucha, es decir, en gran medida la interlocución) de la que surge, obligatorio y legitimador de subjetividades, ese Nosotros.2 Preferiría optar, una vez más, por una vinculación en la conversa que no tendiese a neutralizar ninguna diferencia en favor de algún pro-medio (y entonces: no lo conciliatorio sino lo complementario, desde la constatación conciente de las respectivas incompletudes e inconclusiones), tomando cualquier límite por las astas de su potencia sumatoria, dadora de mezclas, a cambio de tanto voto de clausura en el feudalismo de los propios ademanes, fijados inevitablemente para instrumentar códigos de conducta (aduanas a la invención). Es así que, ante la propuesta de debate, insisto, me interesa resignificar esta intención, justamente desde su anhelo y contenido crítico, apelando a que la Crítica de las poéticas pueda, ella misma, ser reconsiderada también en tanto objeto de observación; en vez de la superposición de enunciaciones en disputa, enfrentadas por inconexas, por descuido de las conexiones más delicadas y complejas, para continuar con una ya demasiado alicaída pugna entre las estéticas. Es innegable el paralelismo entre frontera y «región estética», fundamentalismos ambos que la poesía simplemente no tiene cómo (ni por qué) conformar o confirmar, enfocada como suele en una precisa investigación de lo indeterminado e imprevisto, lo no producido ni inventariado, lo incondicionado y curativo por relacionante. Por la poesía respira el matiz extraordinario, de manera que aquélla asume la cotidianidad (y las palabras compartidas) en su continua «primera vez»; el acontecimiento (que, según Braque, como el misterio, «estalla con la luz del día»), aun cuando no clasificable fetiche literario, aviva, al devenir ineludible, mera conciencia en sí (enigma de la vida y de la atención que la enfoca).

Apelación a la presencia porque acto de presencia, el poema no surge para proponer una opción (acuerdo o desacuerdo), pero tampoco integra el coro de los ajustes al Nuevo Orden Mundial ni obedece programáticamente, bajo comportamiento asignado, los decretos o dictámenes de ninguna hipótesis, glosa, interpretación o preceptiva. No es infrecuente, por esta vía, que una poética realmente «nueva» (en la medida en que se haga cargo sincrónicamente de las tradiciones a la vez que de su permanencia en lo desconocido, o sea el presente con su indeterminación) proponga otras maneras de leer (nuevas tal vez de tan antiguas). Las poéticas que no responden a una programática, no se dejan subestimar por los pactos de lectura al uso (incluyendo las neoconvenciones centradas en el supuesto de transgresión o las «historias de vida» con que suele promocionarse a los autores-personajes), tác(t)icamente acordados entre las partes interesadas en el mantenimiento exclusivo de unos patéticos prestigios, fundados en infinitas discriminaciones y prejuicios alimentados como sabuesos al interior del deseo, dentro del estado de cosas, de lo que hemos llamado, hasta ahora, Cultura. No que la poesía venga a proponernos otro estado de cosas ni otro Estado, sino que sea capaz, en su rareza, en su excepcionalidad, de afinar la atención, atravesando el mundo/molde, permeándolo desde una incisión significante. Porque los significados, según preferíamos creer, no estaban ni están dispuestos idealmente para reemplazarlo y hablar en nombre del sentido, como si éste pudiera (o tuviera cómo) responder a un comportamiento predestinado por mandato (como verificación consoladora en un saber, por ejemplo). Por lo antedicho es que me permito dudar de la existencia de esa entidad denominada «poesía peruana» (podría ser igualmente «poesía argentina»), como si se tratara de una entidad preexistente a la que en masa debieran adherir las insurgencias poéticas, algo así como una dirección forzosa para la más delicada libertad. Como si estuviésemos hablando (como si tomar la palabra no fuese ya perderla) desde una afirmación identitaria (sostenida ontológicamente por incólumes pilares de algún proyecto común diferenciado y afirmado desde el recorte violento de la división política o cualquier otra, a la vez que proyectándola moralmente hacia la consolidación confirmatoria de un Estado). La lengua-mater, en tal imaginario, supónese obligada a hacerse depositaria de una cosmovisión ya reglada ante la cual el hacedor de poemas debiera rendir cuenta

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hasta de aquellos actos más inexplicables (tales como la formación de un fraseo particularmente inquietante por su insignificancia). Cuando digo Estado (y estado de cosas, también: pacto de lectura) no evado la persistencia un tanto sombría de lo pretendidamente sólido (esa inexistencia, en la medida en que se escinda de lo poroso): lo prestigiado por los dominios del Conocimiento (mientras, por su parte, la poesía no sería un saber sino un devenir): lo certero y ya dispuesto como capital simbólico, a la defensiva o a la sombra de unos valores institucionales que, para ser, necesitan repetitivamente ser/hacerse enunciados (Patria, Cultura, Tradición, Revolución, Literatura). Y esta rara acción en el mundo (nada más raro que el mundo ante «la suspensión de la incredulidad»), que sería la poesía, dispuesta nada más que a lo receptivo, es decir, a una donación de la energía en sus formas verbales u otras, no podría (ni tendría por qué) hacerse cargo de ningún «Nosotros», término defensivo (otra vez la estructura contingente ante la intemperie de origen) de aplicación las más veces totalitaria, por allanar y pretender confiscar el escándalo del resplandeciente enigma, que es la presencia insobornable. Por lo tanto, resultan alentadores, en el conjunto documental, aquellos pasajes en los que alguno que otro autor recuerda esas palabras, ahora mágicas, pero sin duda cargadas, dardos de curare connotativo, conjuradoras per se de la fragmentación: asháninkas, shipibos, campas (como podríamos decir, por nuestra cuenta y riesgo: tupiguaranís o hopis o mapuches…). Tales nombres son el recordatorio votivo de la desaparición, de la pretendida desaparición, de pueblos enteros, en todo sentido originales (y, con ello, la destrucción sistemática de cosmovisiones-otras, cuyo reconocimiento no podría sino enriquecer el contexto americano y posibilitar, desde ahí, algún futuro presente más generoso). Pero así como el status quo (proyección que un Nosotros no desmarca) suprime a pueblos enteros, así barre constantemente (desde la hipocritocracia de la masividad manipulada que a lo comunitario pretende reemplazar) con los derechos más íntimos y pulsionales del individuo, primera y última minoría (de continuo subestimada). ¿Y qué decir entonces y a la vista de semejante manipulación acerca de la compulsión de agrupar, ubicar, analizar, organizar los eventos poéticos (cuál sería su fundamento)?: como si la tarea básica del crítico o el estudioso fuese colmar un inventario, en vez de arrojarse él mismo a la corriente magnética, es decir, abrirse concientemente a la crisis, renunciar a su investidura formal y su aura razonable

para prohijar la investigación ahora en sí mismo, en su propia circunstancia y condición, en comunión carnal con la esencial ignorancia, fuente del proceso creativo. De la misma manera en que el poeta (lector mallarmeano), al flexibilizar el lenguaje, está jugando con el fuego de su propia subjetividad, su conciencia de sí y sus vínculos, prefiero atisbar el panorama (para no asistir al panóptico) de esta confusión «americana» o «actual», donde y cuando la voluntad civilizatoria no ha dejado de mostrarse insaciable, hasta su degradación ¿final? como mercado y embrutecimiento de(s)preciador de la más ínfima conciencia recíproca. La lengua castellana que, habiendo sido la del conquistador enquistado en el inconsciente colectivo, puede seguir siendo intervenida, reafectivizada, curada por la expresión exploratoria hasta de sus llagas más subliminales, para dejarla reverberar con su luz mestiza (y esto hay que recalcarlo en lugares como el Perú o la Argentina, adonde se topa uno con discriminaciones interpersonales de toda índole, y adonde, desde el substrato de la experiencia compartida, filtran su insistencia corrosiva además de los rumores de los «vencidos» y «desaparecidos» de los últimos cinco siglos, los aportes de las inmigraciones europeas, asiáticas y africanas), su insaciable capacidad de asimilación antropofágica (hasta ¿por qué no? el sincretismo), arreciada desde luego por confluencias e influjos regionales para, desde ahí, la multiplicación de eventos tonales. Pero cuando digo tono en la escritura, también estoy pensando en el tono corporal, la actitud sensible en la lectura, que hace a la calidad de disponibilidad para la interlocución y, por lo tanto, la actitud relacionante, que va más allá (llega más acá) de las meras poses o posturas. Y estos arrastres astillados, incrustaciones móviles en la lengua, confluyen con el silenciamiento (elocuencia alterna, de pronto, en el poema) que no es el silencio activo sino lo reprimido hasta la sintaxis por la ley moralizada o la moral legitimada por la fuerza (incluso la moral de la contramoral igualmente estatuida en función de una misma violencia), lo que perdió la voz al serle negada la escucha, secuestrada ésta bajo la altisonante obediencia a los discursos mediáticos y la propaganda (y qué decir de los analfabetizados, al margen de las supuestas comprensiones y beneficios de la lectoescritura instrumentada por los poderes). Abierto hacia su esdrújula flexibilidad el arco de referencias, por su propia contundencia se envían tantas flechas en tantas direcciones, que se hace imposible fijar un único BLANCO; la evidencia es a todas luces plural.


ensayo La riqueza de la poesía proviene de su condición de integradora de andariveles de lo real, desmintiendo de esta suerte a los detentadores del sentido, al detonarlo (palabra y silencio), sin reducirlo a mera representación de contenidos previamente clasificados («poéticos», «antipoéticos»); de ahí que no baste ajustarla al parámetro del género literario, al parecer estimable en cuanto atesoramiento de valores reflejantes del imaginario de una identidad equis. De manera que aquí estoy, con la identidad y la frontera en cada mano: ambas nociones siamesas; pero a la vez, creo que los bordes preconcebidos para la separación no son tan estables como se pretende, menos aún unilateralmente determinables, y que, en todo caso, lo que nos separa, de ser a ser, no deja de vincularnos. Mientras el poema es una trama de relaciones, pues participa de la realidad orgánicamente, la reciprocidad, mutualidad solidaria de la alteridad (y no la institución «familia burguesa») sería la célula del intercambio social, partícula para el concierto más vasto, al requerir la entrega de la escucha, la receptividad, en atención tanto a necesidades y dimensiones compartidas como a la interioridad más intraducible y no por ello menos real. Pues la comunidad que se realiza en la experiencia poética no se reviste de lugar común, ya que siendo lo imprevisto su naturaleza no concede la menor seguridad o soporte al afán de dominación del sentido. Si el lenguaje dimana de los cuerpos, de los nervios, de los sentidos que son más de cinco; si la palabra orgánicamente nos atraviesa; si la escucha es la entrega (la palabra en sí un oído ancestral que inventa sentido al emanarlo), cabe, por contraste, atender el efecto de tanta represión en el lenguaje «comunicacional» (la misma premisa de legibilidad pretende injertarse a la poesía), destinado sólo a requerimientos utilitarios y al comercio, si no a esa especie de ronquidos defensivos, instalados en la repetición mecánica de fórmulas y muletillas, que impiden, ya que no el tomar distancias, la disensión al mandato desintegrador implicada en toda reflexión compartida. Por su parte, la formalidad del sobrepeso referencial (cada vez que se afirma una Identidad, trátese de un país, una patria o una generación: bajo la presión de hacer de la poesía lo que otros ya hicieron) convierte de plano cualquier signo libertario en mera consigna y lo confisca, lo arranca de la circulación transformadora aplicándole un cliché (adonde la subjetividad se suma al espectáculo general de la época, la rebeldía estipulada deviene rictus). Cuando al fijarse el eje de la escritura en un contenidismo o contingencialismo a priori (poesía de la ciudad o de la

provincia, poesía del cuerpo femenino, poesía homosexual, poesía de esta o aquella década, poesía de lo joven) la Identidad se torna explotadora de la materia verbal, a fin de socavarla en su libertad incondicional, para sonsacarle calculadamente unos contenidos bajo premisa o precepto, sin interés ni cuidado por la vitalidad en sí de esos materiales delicadísimos con que trata (no sobrepasando, así, en su pequeña escala y aun bajo su repertorio de gestos aceptadamente transgresores, la inercia devastadora con que la autodenominada civilización explota el planeta y somete a su arbitrio antropocéntrico los otros seres que lo habitan). El peligro de oscurantismo cool que pretendo señalar, liga con recordar una vez más cómo operan, en tanto imaginario adiestrado, nociones de cuño restrictivo, verdaderas imposiciones de la Cultura mayestática en su versión dominante, por detrás de ciertas premisas dadas, señales del allanamiento adiestrador del «pensar» (valorando en cambio a la poesía como un pensar alterno).3 Pero lo que me ocupa no es adjudicable a un demonizado coloquialismo (y sus variantes más o menos consecuentes a nivel de la sintaxis y el entronizamiento expansionista del referente) sino a una sumisión inculcada: escribir sobre y desde lo ya escrito, y sólo para mantener a la poesía en el estricto carril del informe entre especialistas o del remanido arte-de-culto (del mismo modo que se va al cine o se escucha música, muchas veces, sólo para «reconocer» lo que ya se había archivado en el inventario). Sin embargo la poesía en su calidad de proceso, con toda precisión nos desmiente, pone en movimiento lo que creíamos poseer y a lo que adjudicábamos el valor de la más alta o atinada certeza. La implantación del lugar común, transferido a la relación inmanente con la sintaxis, es decir a la articulación/ invención del sentido (ahí donde se tantea la dinámica comunicativa o se instala una sintaxis que ponga orden en la relación), está resignando la praxis poética a un supuesto especular: entre una forma aplicada, según pautas y premisas promediadas por la época, y una realidad preconcebida, legitimadora de contenidos ponderadores, a su vez, de esa «real» realidad. ¿Acaso no son ampliamente políticas (en la vena de las micropolíticas del deseo: aportes activos para la transformación de la realidad social) la demolición de núcleos estáticos o enquistados en la sintaxis, o la recreación de palabras o formas condenadas al desuso (aquello que con ligereza suele tildarse de rebuscado o «retórico» pero que implica, de hecho, una entera vertiente de experiencia desechada)?

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La posición del hacedor de poemas verbales, esencialmente un lector que intuye y «trae» a través de su particular relación con el lenguaje aquello que desea leer (aquello que lo desmiente, que lo cura momentáneamente de sostener la militancia de su identidad), a raíz del doble filo de la palabra, no puede sino ser incómoda, insegura, inestable: es él quien está entre paréntesis (lo cual no niega la posibilidad del goce estético o conceptual a otro nivel). La Identidad y sus definiciones entran en cuestión, porque lo que la poesía amplifica es la escucha que, desde luego, es cultivo de la(s) lengua(s), para lo cual se hace imprescindible seguir leyendo, seguir aprendiendo a leer. No acotar el proceso del poema con el supuesto de identidad, implica a la vez desmarcar el idealizado rol o manoseado rótulo de Poeta: llamamiento a continuar investigando qué significa ese hacer propio de la poesía, en éste como en cualquier espaciotiempo (pero sobre todo en éste). De manera que estamos, ahora, en la simultaneidad de una época conflictiva (en un mundo impredecible), en este continente (aunque casi sin contención), en lo abierto del sentido, tal como siempre se ha estado, supongo. Por esto es que quiero subrayar (ante los espejismos paralizantes de la época, la administración paranoica de la violencia y sus admoniciones económicas o bélicas sin

perspectiva de construcción social, la abstracción financiera y los vericuetos legalizadores del poder autoritario, el rol de comodines del espectáculo, aceptado por gran parte de la autodenominada intelligentzia) la marca turbulenta, por apasionada, que impregna e interioriza estos valiosos testimonios de profesión de fe. Turbulencia que hace a la época que nos toca (y que ojalá toquemos), que agita, con su background de contradicción, estas intervenciones cuya función más inmediata y básica pareciera la de promover y diseminar calor (no consuelo por la belleza sino belleza en lo intenso) y que menciono, para concluir, porque ella es señal inequívoca de honestidad: a su impulso variable, «el debate» deviene conversación multirradiada, registro orgánico y combinatorio a la vez que exposición pública de las subjetividades en juego (un paso al costado de cualquier inercia o indiferencia o especulación, por reactivar la relación), simultáneas concepciones actualizadoras del intento y la meditación en la palabra. Tal vez porque en el vaivén entre receptividad e insurgencia, puedan situarse el desafío y el riesgo (en cuanto ampliación de la conciencia más acá de cualquier límite) que toda poética, siempre y todavía, merece corporizar.

1 Este texto, escrito a pedido de Rosario Rivas Tarazona que en ese entonces compilaba, junto a Miguel Idelfonso, para una fundación privada peruana un libro —nunca editado— que reuniría las ponencias y declaraciones que habían constituido la materia de un encuentro de poetas jóvenes en Lima, iba a incluirse en dicho volumen como postfacio.

malditismo, tan aludido desde diversos ángulos en estas mismas páginas, ¿no será —en la medida de su pasividad figurativa, su incapacidad de participar en la gestación de una condición poética para la vida más allá de todo solipsismo— otro nicho conceptual destilado por y para el mantenimiento del status quo, como en otro tiempo la bohemia, para tornar inofensiva la profunda ofensa al sistema regio por parte de la sola, humildísima presencia de lo distinto, de lo que no calza en el ajuste social, y que rechaza por naturaleza cualquier designio de marginalidad o condición subterránea previstos para el artista «excéntrico», en realidad neutralizado por su carencia socioeconómica? Y en cuanto a la ya rutinaria insistencia en la poesía del «cuerpo femenino»: si el poeta es principalmente lector, alguien que escribe porque está en su escucha seguir aprendiendo a leer, entonces está muy clara su participación en lo femenino, ya no tópico condenado a marca legitimadora de una postura políticamente correcta, sino como lo receptivo, lo que se abre para recibir, lo que nutre en su donación y precisamente no recalca más la frontera entre hombres y mujeres (generalizados y neutralizados en sus especificidades deseantes, arrebatados de su condición de seres únicos cada cual).

2 «Se puede llamar alteridad al sentimiento de lo otro, esto es, de verse otro en uno mismo, de constatar en uno mismo el desastre, la mortificación o la alegría del otro. Ese término pasa a ser así lo opuesto de lo que significaba en el vocabulario existencial de Charles Baudelaire, esto es, el sentimiento de ser otro, diferente, aislado y hostil.» (Oswald de Andrade, «Un aspecto antropofágico de la cultura brasileña: el hombre cordial», en Escritos antropofágicos, col. Vereda Tropical, Ed. Corregidor, Buenos Aires, 2001, edición de Alejandra Laera y Gonzalo Aguilar.) 3 En todo caso, nunca estará agotada la denuncia contra la entera Cultura occidental, encarnada (occidentalmente) por Artaud que, sea dicho, nunca se propuso maldito en términos de personaje. El

Marzo de 2003


authors ENGLISH AUTHORS Abigaíl Warren. A resident of Western Massachusetts’ Pioneer Valley arts community, he currently teaches writing, literature, and poetry at Cambridge College; he serves on the Advisory Board for 30 Poems in November, a fund-raising campaign for the Center For New Americans. In keeping with his passion, he has participates in numerous poetry collectives, conferences, classes, programs, readings, and literary fundraisers. He studied with Galway Kinnell, Sharon Olds, Claudia Emerson, Daisy Fried, Tony Hoagland, and Chase Twichell. In addition, He is a recipient of Smith College’s Rosemary Thomas Poetry Prize. Ann Minoff. She graduated from New York University with a degree in philosophy and continued my education at the National College of Chiropractic in Illinois. She received her Doctorate of Chiropractic in 1982. I currently teach classes on Qigong and Kabbalah. Her work is forthcoming or has been published in The Alembic, Amarillo Bay, Blood Lotus, California Quarterly, etc. Alison Hicks Her books include a full-length collection of poems, Kiss (PS Books, 2011), a chapbook, Falling Dreams (Finishing Line Press, 2006), and a novella, Love: A Story of Images (AWA Press, 2004), a finalist in the 1999 Quarterly West Novella Competition. Awards include the 2011 Philadelphia City Paper Poetry Prize and two Pennsylvania Council on the Arts fellowships. She is founder of Greater Philadelphia Wordshop Studio, which offers community-based writing workshops. Amy J. Huffman. Has published seven solo chapbooks and one joint chapbook through various small presses. She is a Pushcart Prize nominee, and the winner of the 2012 Promise of Light Haiku Contest. Her poetry, fiction, and haiku have appeared in hundreds of national and international journals, including Labletter, The James Dickey Review, Bone Orchard, EgoPHobia, Kritya, and Offerta Speciale, in which her work appeared in both English and Italian translation. She is also the founding editor of Kind of a Hurricane Press. Anna Halberstdt. Born and raised in Vilnius, Lithuania, she moved to Moscow at the age of eighteen to study psychology at Moscow State University. She immigrated to New York twelve years later to attend Hunter College, where she earned a degree in social work. She was finalist in the 2013 Mudfish poetry contest and her creative work has been published by The Alembic, etc. Ana Prundaru. Her profession as a freelance translator allows her to dedicate some time to writing poetry and fiction. Currently resides in Switzerland. Her work has been published among other places in the Urban Fantasist, Halcyon Magazine and Whispers from the Past Anthology by North2South Press. Benjamin Nash has had a few poems accepted in Red River Review, Illya’s Honey, Southern Poetry Review, The Chaffin Journal, and others. Chad Hanson. Chairman of the Department of Sociology & Social Work at Casper College. His creative nonfiction titles includes Swimming with Trout (University of New Mexico Press, 2007) and Trout Streams of the Heart (Truman State University Press, 2013). His collection of poems, Patches of Light, won the Meadowhawk Prize (Red Dragonfly Press, 2014).

Cheché Silveyra holds a MA in Literature by the Universidad Autónoma de Ciudad Juárez and is a MFA candidate at UTEP. His short stories have appeared in different publications in México, the US, and Chile, and have received the prizes Punto de Partida (2010), Fiction 101 (2011) and a Pushcart nomination (2012). In 2014 he received a fellowship in poetry by the Jóvenes Creadores program. Daniel Ari writes and publishes poetry and organizes poetry performances and events throughout the Pacific Northwest. He blogs at fightswithpoems.blogspot.com and IMUNURI.blogspot. com. Daniel has recently placed work in Poet’s Market (2014 and 2015), Writer’s Digest, carte blanche, Cardinal Sins, Gold Dust Magazine, Flapperhouse, Non Binary, Wisdom Crieth Without, Defenestration, and McSweeney’s Internet Tendency. He also works as a professional copywriter. D.M. Aderibigbe From Nigeria. He graduated in 2014, with an undergraduate degree in History and Strategic Studies from the University of Lagos. His work appears in Hotel Amerika, Rampike, Canary: A Literary Journal of the Environmental Crisis, Anomalous and B O D Y who nominated his poem for the 2014 Best New Poets Anthology. He’s contributing editor to Heard Magzine. Donald Levering. His 12th poetry book, The Water Leveling with Us, was published in 2014. He is former NEA Fellow and was a Hackney Literary Award prizewinner and Jane Kenyon Award finalist. He has been a Duende Series Reader and was a Guest Poet in the Academy of American Poets online Forum. More information is available at donaldlevering.com. Edward H. Garcia is retired from teaching composition, literature, and creative writing in the Dallas County Community College District. He has published many reviews and articles in The Dallas Morning News and other publications, including The Texas Observer, The Texas Humanist, Pawn Review, Texas Books in Review, Tex!, County Line Magazine, Bewildering Stories, The Innisfree Poetry Journal, and Southwest Historical Quarterly. He had represented in Texas in Poetry 2, Texas Short Stories 2, Literary Dallas, and in two anthologies of writing by DCCCD faculty and staff, Out of Dallas and Voices from Within. Some of his poems have been translated into Albanian and published in an anthology of American poetry: Poezia: bashkekohore amerikane. He lives on the upper east side of Texas with his wife Rica. Eugine Juliet Theall. Born and raised in White Plains, New York, she was introduced to poetry by my mother, which ignited a deep passion. She completed my fourth degree, an MFA in poetry from Sarah Lawrence College, and have workshopped at the Robert Frost Place in Franconia, New Hampshire; the New York State Summer Writing Program at Skidmore College; Hassayampa Institute for Creative Writing in Prescott, Arizona; and the Summer Literary Seminars abroad program in St. Petersburg, Russia, and Nairobi, Kenya. Fernando Izaguirre. He has been accepted into the Honors program this fall and will graduate in the year 2015 with two associate degrees. Poetry has been Fernando’s passion since he began writing at the age of ten. His dream is to become a published writer and to give inspiration and hope through his stories to the world. He has been published by Somos en escrito.

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authors Kylie Manning. Is currently a graduate student at the University of New Mexico. She works at Keshet Dance Company as the Dance School Manager and Volunteer Coordinator. She is a native New Mexican, a dancer, and an avid reader. Jake Tringali. From Boston. Lived up and down the East Coast, then up and down the West Coast, now back home town . Runs rad restaurants. Jim Daniels. Jim Daniels’ latest book of poems, Birth Marks, was published by BOA Editions in 2013 and was selected as a Michigan Notable Book. His next book of short fiction, Eight Mile High, will be published by Michigan State University Press in 2014. A native of Detroit, Daniels teaches at Carnegie Mellon University in Pittsburgh Jodi Adamson. He received his BA from Huntingdon College and my pharmacy doctorate from Auburn University Pharmacy School. He work at a local retail pharmacy as a staff pharmacist. Along with my illustrator, Stacey Hopson, he have published an illustrated book entitled The Ten Commandments for Pharmacists, a humorous look at the world of pharmacy dos and don’ts. Her poem, “Lost Civilzations,” won first place in the Alabama State Poetry Society Fall Contest. He also had my poetry reviewed by NewPages.com.

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Juleen Johnson. Co-founder of Soundings: An Evening of Word and Sound. She is in the critique group, The Moonlit Poetry Caravan. She has been invited to read at: BuzzPoems, Ink Noise Review, Open Door Enjambment, and Cirque in Portland, OR. In California Also she has been invited to read at: The National Steinbeck Museum, Hartnell College, Steinbeck Library,and CSU Monterey Bay. She has attended the Wassaic Residency in Wassaic, NY. Her poems have been published in printed publications, including Cirque: A Literary Journal, Ink Noise Review, and Symmetry. Kelly Talbot has edited books for nearly 20 years, previously as an in-house editor for John Wiley and Sons Publishing, Macmillan Publishing, and Pearson Education, and now as the head of Kelly Talbot Editing Services. Her writing has appeared in dozens of magazines. She divides her time between Indianapolis, Indiana, and Timisoara, Romania. KJ Roby. Has been published in Newsletter for Writers produced by Clarity Works and in the online journal Defenestrationism. net Won 2nd prize and was a fan favorite in their 2013 Short Story contest. Luisa Lizette Muñiz was born in El Paso, TX in 1991, and raised in Cd. Juárez, México. She is currently attending the University of Texas at El Paso pursuing a BA in Multimedia Journalism. After graduating, she plans on attend The University of Texas School of Law. Marilyn Ringer. From Oklahoma, now resides in northern California. She has a BA in Social Sciences and an MA in Experimental Psychology, both from Southern Methodist University. She has been a chef and restauranteur, a poetteacher with California’s Poets In The Schools, and a teacher of adult creative writing workshops. During the summer, she spends extended time on Monhegan Island in Maine where she write with a group of women who are artists, teachers,

Gestalt therapists, and gardeners as well as writers. Mark Belair His poems have appeared in numerous journals, including Atlanta Review, Fulcrum, Harvard Review, Michigan Quarterly Review, Poetry East, The South Carolina Review,and The Sun. His books include the collection While We’re Waiting (Aldrich Press, 2013) and two chapbook collections: Night Watch (Finishing Line Press, 2013) and Walk With Me (Parallel Press of the University of Wisconsin at Madison, 2012). Molly Gillcrist. BA in English, MA from the University of Virginia in speech pathology and audiology and then worked in that area doing evaluation and treatment at Kennedy Memorial Hospital in a Boston suburb. Worked in a public school system in the Portland, Oregon area as a speech/language specialist and developed ESL programs for the district. Present volunteer work in Portland is through Court Appointed Special Advocates (CASA) and Start Makin A Reader Today. In 1987 and 1988, received the Teacher as Writer Prize. Raúl Valadez. Creative Writing undergraduate student from UTEP. He write short storys. Sarah Mac Donald. Formerly a speech pathologist and audiologist, she is now a realtor and writer living in Santa Monica. Her book of poems, The Motorman’s Daughter, was published by Bombshelter Press in November 2012. She have been part of the Los Angeles Poets and Writers Collective for the last nine years and have studied with Ellen Bass, Marie Howe, Dorianne Laux, and Joe Millar, among others. Terry Portillo. Graduated from the University of Houston holds a BA in English Literature, lives on a small ranch thirty miles north of Houston. Keep herself in tea and chocolate by teaching English classes at Lone Star Community College and conducting creative writing workshops for inner-city school children through Writers in the Schools. Terry Trowbridge is a PhD candidate in Socio­ Legal Studies at York University, Toronto. has recently been published in Carousel, The Great Lakes Review, SubTerrain, The Dorchester Review, The Dalhousie Review, American Mathematical Monthly, and other venues. Yannantuono: Fired from Hallmark for writing meaningful greeting-card verse, has currently published 347 poems in 85 journals in 30 states. Was nominated for a Pushcart prize in 2006 and 2013. His book A Boilermaker for the Lady, which can be browsed on Amazon, has been banned in France, Latvia, and the Orkney Isles. Was recently Featured Poet in Light Quarterly. To Idi Amin I’m a Idiot- And Other Palimdromes is due out in 2014, followed by a second book of poems, I Hate to Second-Guess my Self, or Do I? Wulf Losee. Wulf Losee lives and works in the Bay Area. His poems have appeared in journals such as Full Moon, The New Guard, North Coast Literary Review, and PoeTalk. His short fiction has been published in Oak Square. He won First Prize in the 84th and 86th Annual Poets’ Dinner Contest and was a finalist in the 2012 Knightville Poetry Contest. Visual Artists Allen Forrest. (Canada /U.S) Works in many mediums: oil


autores painting, computer graphics, theater, digital music, film, and video. Allen studied acting at Columbia Pictures in Los Angeles, digital media in art and design at Bellevue College, receiving degrees in Web Multimedia Authoring and Digital Video Production. Forrest has created cover art and illustrations for literary publications: New Plains Review, Pilgrimage Press, The MacGuffin, Blotterature, Gargoyle Magazine, his paintings have been commissioned and are on display in the Bellevue College Foundation’s permanent art collection. Forrest’s expressive drawing and painting style is a mix of avant-garde expressionism and post-Impressionist elements reminiscent of van Gogh creating emotion on canvas.

en Madrid con El retorno de Zamná; ese trabajo le valió ser consultor en el documental Entre dos mundos (2012), coproducción internacional española con TV UNAM y que ha tenido difusión a nivel internacional por medio de National Geographic. Finalista en el XIV concurso de Tanatocuentos de la Revista Adiós Cultural de Madrid (2014). En 2014 fue director del proyecto de revista literaria estudiantil Caracol Azul. Aureliano Carvajal. Estudió la carrera de Literatura y Ciencias del Lenguaje en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Su trabajo ha sido publicado en diversas revistas nacionales. Fue antologado en la Colección doscientos años de poesía mexicana del Gobierno del Estado de Tlaxcala.

Robert Bardha. (New York City) Has lived in the Seattle where for the last 35 years he has specialized in vintage photographica as a profession, everything from salt prints to poloroids. His illustrations/artwork have appeared in numerous U.S. and Canadian publications and currently appear on the cover of The Naugutuck River Review and are forthcoming in Conclave. His poetry, fiction and critical reviews have appeared The North American Review, Northwest Review, Shenandoah, Quarterly West, Willow Springs, ACM, Cutbank, Fine Madness, Kansas Quarterly, Yellow Silk, Poets On, and many others including anthologies.

Juan Carlos Cabrera Pons (Chiapas, México, 1986). Poeta y traductor. Estudió la licenciatura en Literatura y Ciencias del Lenguaje en la Universidad del Claustro de Sor Juana. En 2008 obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Mérida” por su poemario Cuatro piezas danesas, editado ese mismo año por el Fondo Editorial del Ayuntamiento de Mérida. Actualmente es becario del Programa de Estímulos para la Creación y el Desarrollo Artístico (PECDA) del Coneculta Chiapas. Fue director de la revista Mediaciones de la Universidad del Claustro de Sor Juana.

AUTORES EN ESPAÑOL Andrés Ajens (Concepción, Chile). Escritor y traductor. Entre otros libros ha publicado publicado: La flor del extérmino (La Cebra, B. Aires, 2011; Palgrave MacMillan, N. York, 2011); El entrevero (Cuarto Propio / Plural; Santiago / La Paz, 2009); Con dado inescrito (La Verbena, Córdoba, 2008); Más íntimas mistura (Intemperie, Santiago, 1998; Alquimia, Santiago, 2014; CCCP, Cambridge, UK, 2001; The Left Hand, Victoria, 2008); La última carta de Rimbaud (Intemperie, Santiago, 1996), y Æ (Das Kapital, Santiago, en prensa). Traducciones: Poemas inconjuntos y otros poemas, de Alberto Caeiro / Fernando Pessoa (Dolmen, Santiago, 1998); 20 poemas netos, de Glauco Mattoso (Intemperie, Santiago, 2003); Discurso, figura, de J. F. Lyotard (La Cebra, B. Aires, 2014, con R. Antopolsky); Cobra Norato, de Raul Bopp (El Corregidor, B. Aires). Actualmente colabora en el Programa de Indagaciones en Escrituras Americanas del Departamento de Filosofía de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, en Santiago, donde imparte seminarios de poesía contemporánea y textualidades andina, y co-dirige las revistas Mar con soroche (Santiago-La Paz) y Escrituras Americanas. Cristina Arreola Márquez (Colima, México, 1988). Actualmente cursa una maestría en la Universidad de Guadalajara. Parte de su trabajo se encuentra publicado en antologías como A la rosa, muestra de mujeres poetas en Colima, a cargo del poeta Sergio Briceño, Mercado de cuentos cortos. Antología de minificción y Detrás de la puerta. Antología de textos eróticos, ambas de Ediciones Falcom; así como en una decena de revistas y suplementos culturales. Funge como jefa de redacción de la revista literaria Monolito. Es autora de la plaquette Nínive de la colección Ouroboros de narrativa (UdeC, 2010). Mauro Barea (Cancún, 1981). En 2012 publicó en Madrid El Colapso del Tiempo, novela sobre las profecías y leyendas mayas. Finalista en el I Premio Hispania de Novela Histórica

Baudelio Camarillo (Tamaulipas, 1959). Vive en Celaya, donde en 1984 asistió al taller que impartía en el bajío el poeta Efraín Bartolomé. Más tarde, en 1993, con el extraordinario poemario En memoria del reino obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes. En 2004 mereció también el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta. Es autor de poemarios como Espejos que se apagan (1989), La casa del poeta y otros poemas (1992), Poemas de agua dulce (2000) y La noche es el mar que nos separa (2005). César Cañedo (El Fuerte, Sinaloa, 1988). Poeta, atleta, profesor, investigador, actualmente estudia el Doctorado en Letras en la UNAM, donde ha estudiado su licenciatura y maestría con trabajos de investigación sobre poetas y escritores marginales mexicanos del siglo XIX, como Antonio Plaza, Josefa Murillo y Adolfo Carrillo. Es fundador y codirector del Seminario de Literatura Lésbica Gay, UNAM, de reciente creación. Un par de textos suyos han aparecido en publicaciones impresas y digitales. Fernando Carrasco (Lima, 1976). Es egresado de la Universidad Nacional de Educación, La Cantuta y siguió una Maestría en Literatura Peruana y Latinoamericana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado los libros de cuentos Cantar de Helena y otras muertes y La Muerte y otras Traiciones. Ha sido ganador y finalista en diferentes concursos literarios como los Juegos Florales Alberto Hidalgo (UNE, 1997), Juegos Florales Jorge Basadre (UNMSM, 2004), Concurso de Cuento Alfredo Bryce (ACJ, 2003), Concurso de Cuento y Poesía Dedo Crítico (2004), entre otros. Dalí Corona (Ciudad de México, 1983). Ha publicado los libros Voltario (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2007) y Desfiladero (Chihuahua Arde, 2007). Ha sido incluido en el Anuario de poesía Mexicana 2006, FCE. Su libro Ansiado norte mereció el Premio Nacional de Poesía “Efraín Huerta” 2009, otorgado por el estado de Guanajuato. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía, generación 2008-2009

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autores y 2009-2010. Beneficiario del programa Jóvenes creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA), en la especialidad de poesía, 2010-2011. Recientemente su libro Cartografía del tiempo mereció el Premio Nacional de Poesía Joven “Francisco Cervantes Vidal”. Miguel Coletti (Callao, Perú, 1975). Es Bachiller en Lingüística por la Universidad Mayor de San Marcos, con una tesis sobre Toponimia del Callao. Es colaborador del Diario Oficial El Peruano. Desarrolla una intensa actividad cultural mediante los talleres de escritura creativa vivenciales y la fabricación de libros objeto de su editorial Manofalsa. Ha publicado en 2008 el libro El viaje sin retorno del primo Luk. Fadir Delgado Acosta (Barranquilla, Colombia, 1983). Es poeta, tallerista literaria, gestora cultural y coordinadora de la Fundación Artística Casa de Hierro en Barranquilla, desde la cual lidera proyectos culturales en el espacio público y en los centros de reclusión. Fue ganadora del Segundo Premio en Poesía del Concurso Internacional de literatura de la Universidad de Buenaventura (Colombia) 2014, de una Residencia Artística en Montreal por parte del Ministerio de Cultura de Colombia y el Consejo de Artes y Letras de Quebec, en el área de literatura, así como de una convocatoria internacional de la Oficina de la Juventud de Québec. Obtuvo el primer lugar en poesía en la 6 Bienal de Noveles Escritores Costeños que se realiza en Barranquilla. En poesía ha publicado La Casa de Hierro y El último gesto del pez. RIO GRANDE REVIEW

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Antonio de Jesús Flores Ramayo (Mérida, Yucatán, México). Es cuentista y ensayista. Egresado de la Licenciatura en Literatura Latinoamericana de la Universidad Autónoma de Yucatán. Ha colaborado en diversas publicaciones como autor y corrector; y en diferentes proyectos de difusión literaria. Mérito Académico “Orgullo Jaguar” de la Universidad Autónoma de Yucatán (2011), Mención Especial en el Concurso Estatal de Cuento Regreso a Gutenberg (2012) y ganador del Fondo de Apoyo para la Producción Editorial del Conaculta y el Ayuntamiento de Mérida (2013). Actualmente docente en Comunidad Educativa Loyola y Coordinador de Talleres en Rutas Literarias Asociación Civil. Luis Alfredo Gastélum. (Ruiz Cortines, Sinaloa, 1982). Radica en Tijuana desde 1993. Terminó sus estudios en Lengua y Literatura de Hispanoamérica en la Universidad Autónoma de Baja California, campus Tijuana, donde obtuvo premios de poesía y narrativa. Actualmente es parte del equipo de redacción de Literatura Libre. Es autor de los poemarios Santa Maguana Motel (Chuparrosa/UABC, 2008), Heredad de piedras (ICBC, 2011) y Señor Couch Potato (Tierra Adentro, 2012). Reynaldo Jiménez (Lima, 1959). Reside en Buenos Aires desde 1963. Publicaciones más recientes: Musgo (2001), Reflexión esponja (2001), Papeles insumisos de Néstor Perlongher (con Adrián Cangi, 2004), El libro de unos sonidos. 37 poetas peruanos (2ª ed. 2005), Sangrado (2006), La curva del eco (2ª ed. 2008), Plexo (2009), La indefensión (2ª ed. 2010), Esteparia (2012), El cóncavo. Imágenes irreductibles y superrealismos sudamericanos (2012), El ignaro triunfo de la razón (antología de Gastón Fernández Carrera, 2013) e Informe (2014). Junto a la pintora Gabriela Giusti y durante

quince años condujo Tsé-Tsé (revista-libro, sello editorial). Entre sus diversas traducciones del portugués publicadas están Galaxias de Haroldo de Campos, Los poros floridos de Josely Vianna Baptista, Catatau de Paulo Leminski e Instanto/ Palabra desorden de Arnaldo Antunes. Blog: http://quepodriaponeraqui.blogspot.com Sebastián Goyeneche (Junín, provincia de Buenos Aires, 1986). Vivió hasta los 9 años en Ituzaingó, Corrientes, a orillas del Río Paraná para luego instalarse en la ciudad de Buenos Aires. Es pianista pero su actividad principal es la poesía y la edición literaria. Es el director editorial de Nulú Bonsai Editora de Arte, sello que fundó junto al poeta y productor Grau Hertt, y que sacó sus primeros títulos en octubre de 2008. Bajo este sello lleva editados más de 50 títulos de poesía, narrativa y ensayo. Como poeta, tiene cinco libros publicados: Necamesia (2008, co-escrito con Grau Hertt), Lo no-excluyente (2009), Diseño y armado de vidrieras (2009), Biografía de un bandeirante (2012) y Ginkgo biloba (Guadalajara: Taller Ditoria, 2013). Una violenta melancolía del mundo es lo último que publicó, en mayo de 2014, por el sello Subpoesía. Gianfranco Languasco (Lima, 1988). Periodista y escritor. Ha publicado diversos artículos en revistas y diarios en Perú y Estados Unidos. Se desempeñó como editor de la revista bilingüe de arte y literatura Río Grande Review. Ha sido ganador del premio a mejor cuento en los Juegos Florales de la Universidad San Martín de Porres (2010) y en la III Feria del Libro de Huancayo, Perú (2011). Apareció en la antología de narrativa El Tanatonauta (Bisagra Editores, 2011) además de publicar el libro de relatos Dirty Sexy Money (Casatomada, 2012). Actualmente, se encuentra cursando un MFA en Creative Writing en la University of Texas at El Paso, donde pertenece al consejo de redacción de la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea. Rubén Márquez Máximo escribe poesía y ensayo. Es autor del poemario Pleamar en vuelo (Ediciones Alforja, 2008). Es coordinador de la serie editorial Ifigenia cruel de poesía iberoamericana del Tecnológico de Monterrey campus Puebla. Es miembro fundador de Círculo de Poesía. Actualmente es Director del Departamento de Lengua y Literatura del Tecnológico de Monterrey Campus Puebla y Coordinador de la Cátedra Alfonso Reyes de la misma institución. José Landa (Campeche, México, 1977). Autor de 14 libros publicados. Los más recientes son Navegar es un pájaro de bruma –francés-español– (Ecrits Des Forges / Mantis, Quebec, 2010), Tribus de polvo nómada (Editorial Renacimiento, Sevilla 2011) y Ciego murmullo de ciudades portuarias (Editorial Cultura, Guatemala 2011). Ha obtenido numerosos reconocimientos como el Premio José Gorostiza 1994 (Tabasco, Méx.), Internacional Cd. de Lepe (Huelva, España); Mesoamericano de Poesía Luis Cardoza y Aragón (Guatemala 2010); Nacional de Cuento de la UADY (Yucatán, México, 2010). Finalista en el Internacional Tardor de Poesía 2010 (Castellón, España); en el Internacional de Relato Vivendia (Ed. Irreverentes, Madrid 2010), entre otros. Exbecario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Dirige Ediciones Morbo y Revista Morbo, que ganó la beca del programa “Edmundo Valadés”, del FONCA. Jorge Manzanilla. Licenciado en Literatura Hispanoamericana


autores por la Universidad Autónoma de Guerrero. Ha publicado Sonido de Barro (Conectivo Cultural la Tarántula Dormida, 2010), Que me sepulten recostado en la palabra (Catarsis literaria, 2011), Escarnio (Verso Destierro, 2013), y Diáfano 23 (Tierra Adentro, La Ceibita, 2014). Obtuvo mención honorífica en el torneo adversario en el cuadrilátero 2010 por la editorial Verso Destierro y obtuvo el Premio Regional de Poesía José Díaz Bolio 2013. También ha sido becario del PECDA, Jóvenes Creadores para el año de 2014. Georgina Mexía-Amador (Ciudad de México, 1985). Maestra en Letras por la UNAM y por la Universidad de York, Inglaterra. Ha publicado narrativa y poesía en Cuadrivio, [Radiador] Magazine, Círculo de poesía, The Ofi Press Magazine. Es autora de la novela Morir como los pájaros, el volumen de cuentos Estragos y progenitores, el libro-objeto Las tentaciones de Asurbanipal y los poemarios Adrar de los Iforas y Vislumbres hacia el otro lado. Es además bailarina y viajera. Tania Ramos Pérez (Chiapas, 1984). Poeta y ensayista. Estudió Antropología Social en la ENAH D.F., bailarina, maestra y coreógrafa de danza contemporánea. Incursionó en la literatura a corta edad, primero en narrativa, luego en poesía. Ha participado en diversos talleres, seminarios, lecturas colectivas y certámenes de poesía. Algunos de sus textos han sido publicados en diarios y revistas culturales. Luis David Palacios (Los Mochis, Sinaloa, 1983). Poeta, músico, ingeniero y profesor. Estudió Composición en música popular contemporánea, ingeniería electrónica y cursa actualmente la licenciatura en Letras hispánicas en la UNAM. Como ingeniero ha sido becario de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) y realizado estancias en centros de investigación como el (CINVESTAV). Como músico ha diseñado planes de estudio para licenciaturas, publicado varios libros de armonía e improvisación. Algunos de sus poemas se han publicado en diarios y revistas nacionales y aparece en una antología de poetas sinaloenses que se publica pronto. Radica en San Pedro Cholula donde realiza estudios de posgrado. Roxana Miranda Rupailaf (Osorno, Chile, 1982) Ha publicado Tentaciones de Eva (2003) Premio príncipe de la Región de Los Lagos, Seducción de los venenos (Editorial Lom, 2008) y Shumpall (Del Aire, 2011), Premio Municipal de Literatura de Santiago. Vicente Quirarte (M´éxico, DF, 1954). Escribe poesía, teatro, narrativa y ensayo. Fue director de la colección El ala del tigre (UNAM). Ha merecido, entre otras distinciones, el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino, el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas, el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde. Fue elegido miembro de la Academia Mexicana de la Lengua en el año 2002, tomó posesión de la silla XXXI el 19 de junio de 2003. Ha sido director de la Biblioteca Nacional de México del 2004 al 2008. Gran parte de su poesía fue recogida en el libro Las razones del Samurai, editada por la UNAM en su colección poemas y ensayos. Cheché Silveyra (Ciudad Juárez, México). Es maestro en literatura por la UACJ y maestrante en Creación Literaria por la UTEP. Sus cuentos han aparecido en distintas publicaciones de México, EE. UU. y Chile, y han recibido los premios Punto

de Partida en 2010 y el Fiction 101 en 2011, así como una nominación al premio Pushcart, convocado por las editoriales independientes estadounidenses. En 2014 recibió la beca Jóvenes Creadores del FONCA en el área de poesía. Orivel O. Ortega De León. (Panamá, 1984). Bachiller en Ciencias por el Colegio José Daniel Crespo. Licenciada en Ingeniería Electrónica y Telecomunicaciones por la Universidad Tecnológica de Panamá. Ha participado en varios talleres de expresión creativa y literatura, entre ellos el Programa Talleres Literarios en Panamá. Participó como invitada en el Festival Internacional de Poesía Ars Amandi Panamá 2014. Algunos de sus poemas aparecen en las antologías Con sólo tu nombre y un poco de silencio (Editorial Tecnológica) y El Mar que nos unió (Editores Metáfora). Santiago Vizcaíno Armijos (Quito, Ecuador, 1982). Es Licenciado en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Cursó la Maestría en Estudios de la Cultura, en la Universidad Andina Simón Bolívar. Fue Becario de Fundación Carolina en la Universidad de Málaga, donde ahora es doctorando en Investigación en Literaturas Hispánicas. Actualmente es el director del Centro de Publicaciones de la PUCE. Textos suyos han aparecidos revistas de varios países. Su primer libro de poesía, Devastación en la tarde, recibió el Premio Nacional de Literatura en 2008 por parte del Ministerio de Cultura. Su poesía ha sido recientemente traducida al inglés por Alexis Levitin. Recibió el Segundo Premio Pichincha de Poesía 2010 por su libro En la penumbra y una mención particular en la XXVI Edición del Premio Mundial Nósside de poesía. Su primer libro de cuentos, Matar a mamá (Buenos Aires, La Caída), apareció en 2012. Santiago Espinosa (Bogotá, 1985). Crítico y periodista. Egresado en Literatura (2009) y Filosofía (2010) de la Universidad de los Andes. Actualmente es profesor del Gimnasio Moderno de Bogotá, donde coordina su Escuela de Maestros. Poemas y ensayos suyos han aparecido en diversas publicaciones de Colombia y el exterior. Su libro Los ecos fue en 2011. Lo lejano obtuvo una mención de honor en el concurso internacional de poesía Paralelo Cero, del Ecuador, donde será publicado próximamente. Denisse Vega Farfán (Trujillo, Perú, 1986). Autora de los poemarios: Una morada tras los reinos (Centro Cultural de España & Lustraeditores, 2008), El primer asombro (Animal de Invierno & Paracaídas Editores, 2014); y de la plaquette Hippocampus (La propia cartonera, Uruguay, 2010). Ha publicado en otras lenguas: Une demeure après les règnes (Paracaídas Editores, Festival International de la Poésie TroisRivières, 2013). Poemas suyos han sido traducidos al inglés, francés, chino e hindi. Kreit Vargas (Arequipa, Perú, 1984). Arquitecto. Formó parte del proyecto Editorial “Bastardía” (2006). Obtiene el 1er lugar en los Juegos Florales de la Universidad Nacional de San Agustín (2007). Forma parte de la exposición “Visual Poetry & Performance Festival” (San Francisco – EEUU, 2008). Obtiene el 1er lugar en el concurso “Plumas de Búho” (2011). Ha publicado el libro objeto Elephant Gun (Editorial Cascahuesos, Arequipa, 2009), Santería (Editorial Dragostea, Arequipa, 2011), Dislexia.net [La danza de los extraviados] (Astrolabio Ediciones,

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autores Cuernavaca, 2012), con el que obtiene el reconocimiento a la mejor edición de libro independiente organizado por Fondo de Cultura Económica en México. Sus textos han sido recogidos en antologías de poesía peruanas y latinoamericanas. Víctor Vimos (Riobamba, Ecuador, 1985). Es miembro fundador del Proyecto Editorial Matapalo Cartonera; libros suyos han aparecido en Ecuador, Perú, Paraguay, Bolivia y Argentina. Ha recibido varios reconocimientos a su obra poética y narrativa. Actualmente vive en Lima, cursa sus estudios en Antropología, y colabora con la prensa escrita y la docencia. Emma Villazón Richter (Santa Cruz, 1983). Poeta. Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno de Bolivia. Publicó Fábulas de una caída (Santa Cruz: Cámara Departamental del libro de Santa Cruz, 2007), con el que obtuvo el I Premio Nacional de Noveles Escritores, y, recientemente, Lumbre de ciervos (Santa Cruz: La Hoguera, 2013). Ha participado en numerosas antologías de poesía y cuento, entre ellas destacan Hallucinated horse. New Latin American Poets. Bilingual Edition (Londres, 2012), Lo más profundo… ¿la piel?, (Santa Cruz, 2010) selección de escritoras bolivianas emergentes; Antología de la poesía amazónica (Santa Cruz, 2013), y Cambio climático. Panorama de la joven poesía boliviana (La Paz, 2009).

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Claudio Willer (Sao Paulo, Brasil, 1940). Es uno de los más importantes poetas contemporáneos de Brasil, además de ensayista y traductor. Algunos libros publicados: Anotações para um Apocalipse (1964); Dias Circulares (1976); Jardins da Provocação (1981); Volta (1996); Estranhas Experiências (2004); Poemas para leer en voz alta (2008). Es traductor al portugués del Conde de Lautréamont, Antonin Artaud, Jack Kerouac y Allen Ginsberg, entre otros. Son conocidos sus libros de ensayos Fernando Pessoa E O Gnosticismo, Generación Beat, Um obscuro encanto: gnose, gnosticismo e a poesia

moderna, así como diversos tratados sobre el surrealismo, entre otros. En varias ocasiones ha sido presidente de la Unión Brasilera de Escritores. Realizó estudios de Sociología, psicología y terminó un doctorado en Literatura Comparada. Es coeditor de la revista electrónica Agulha. ARTISTAS VISUALES Sandra Enciso Gonzales (Lima, 1982). Fotógrafa autodidacta. Ha incursionado en la poesía audiovisual. 
Realizó una muestra tripersonal “Niño Pueblo”. Otros trabajos suyos se han expuesto en diferentes galerías y centros culturales, revistas y soportes virtuales. Su página personal es la siguiente: https:/www.flickr.com/photos/ultimaparada/ Javier Ramos Cucho (Perú). Artista egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes del Perú. Su trabajo ha sido expuesto con éxito en las más importantes galerías de arte de su país como Dédalo, Galería DELBARRIO, Galería 555 del Hotel los Delfines, Neomutatis, Bruno Gallery e Índigo, en donde ha presentado diversas propuestas plásticas. Su traducción del mundo y su trabajo creativo, a través de la ilustración y la pintura, van de la mano de su enorme sensibilidad y amplitud para mirar a diario las realidades que nos rodean; creando contextos intensos, que van desde la ternura hasta la voracidad o la desolación, que existen en la más cruenta y feliz lucha: la vida, sus mecanismos de supervivencia, los seres y sus distintos motores, la innegable necesidad de movimiento. Página personal: http://javieramoscucho.blogspot.com. Lito García (Lima, 1975). Estudió Comunicación en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Fotos suyas han sido publicadas en revistas nacionales y de otros países. Sus intereses van por la fotografía social y el fotoreportaje.


MFA Residential Program

Creative Writing of the Americas The only one of its kind in the U.S., the MFA at UTEP offers a fully bilingual (Spanish and English) course of study in fiction, poetry, playwriting, screenwriting, literary translation and non-fiction. The MFA program requires a 48 hour commitment which usually takes three years to complete. Our flexible course offerings cover a wide array of topics, including literary translation, libretto writing, the novella and the prose poem. In addition, our students have access to courses offered by other departments, such as Theater, English and Language and Linguistics. Our bilingual literary journal, Río Grande Review, is entirely edited by our MFA students. Located in the Chihuahuan Desert, where two nations meet, our program is constantly evolving to meet the needs of students coming from the United States, Latin America and the rest of the world. We offer assistantships to many of our students. The success of our program is reflected in the success of our students, who have won major literary prizes, including the highly prestigious 2012 Premio Tusquets de Novela, the 2006 Premio Clarín de Novela, the 2005 Premio Nacional de Cuento de Colombia, the 2005 Chicano-Latino Literary Award given by UC Irvine, the 2004 Concurso Nacional de Novela Joven de Mexico, the 2004 Premio Nacional de Poesía Joven “Elias Nandino,” the Premio Bienal Copé de Poesía (Perú 2002) and, the 2004 Andrés Montoya Poetry Prize.

Contact: Department of Creative Writing University of Texas al El Paso Liberal Arts 415 500 West University Avenue El Paso, TX 79968 (915) 747-5713 mfa@utep.edu


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