Mandala: Filosifías Underground

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EDITORIAL Las ciudades cuyo desarrollo económico les permite recibir cantidades exorbitantes de nuevos empleados, se han convertido en generadoras de una tradición migratoria, y son cubiertas por un manto de tierra prometida. Pero si se observan los lugares de origen, la desigualdad, la pobreza, la fragmentación familiar, la inseguridad y el desempleo, hacen su aparición; además están aquellos sitios que sirven de puente, como México. ¿Cuándo la meta de futuro mejor, se convierte en el refugio de una vida de privaciones?

ÍNDICE - Muchos Tránsitos en el mundo - El lado B de la Bestia - Amargo despertar - CAPÍTULO I (y único) - Pasajeros - Fuerzas tenías que tener

Fotodélicos David Eurosa Luna Itzel Alexis

Portada: Aymer Gálvez Contraportada: Mowgli420

Numero 42 27 de enero del 2014

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Muchos Tránsitos en el mundo Muchos Tráns l mundo Muchos Tránsitos en el mundo Por: Mowgli420 Cuando éramos primates, cuando nuestra columna no era erecta y teníamos un hocico prominente, una de las actividades principales en la vida diaria era viajar, viajar sin destino, pero sí con objetivo: Un mejor lugar para vivir. Son las dos de la tarde, llego al parque de Plaza Juárez para esperar a una persona, como NO es mi costumbre, llego media hora antes, no sé que hacer, saco un libro y comienzo la lectura. A mi izquierda un señor lee el periódico. Un claro ejemplo de un trotamundos, que busca trabajo y un mejor lugar se muestra en la película El Milusos (1981) protagonizada por Héctor Suárez, quien personifica a “Tránsito”, un campesino de Atlihuexia, Tlaxcala, que deja el campo para irse a la ciudad (esto pasa en la primera película) y luego deja la ciudad para ir a corretear el sueño americano (esto sucede en la segunda parte). El señor habla, creo se dirige a mí, me quito los audífonos y escucho “Oye joven ¿me puedes hacer un paro? Es que hay muchos polis y quiero llenar mi botellita, échame aguas ¿no? ” Veo que tienen un Activa en la mano y una garrafita de Tonaya en una bolsa de plástico. Con calma, vierte el mezcal en la botella. Estira la

mano invitándome a tomar, dice “Es para curármela, ando bien crudo”. Tránsito no es el único que sufre esta realidad, hay millones de Tránsitos en México, desde Baja California a Yucatán, existen personas con pocas oportunidades, personas que no tienen educación, analfabetas no por gusto, sino porque tenían que trabajar, llevar dinero a sus casas, llenar de comida a sus hermanos y padres. El señor me empieza a contar su vida, es de Puebla, pero vive con su hermano en Pachuca, se dedica a la albañilería desde pequeño. Se siente triste porque no pudo mandarles juguetes a sus hijos que viven en Puebla con su exesposa. Toma un trago y me dice “¿Tienes tiempo para escucharme?” Le digo que sí y empieza a soltar la lengua, no sé si sea por el alcohol o porque de plano necesita a alguien que lo escuche. Tránsito viaja a los Estados Unidos por desesperación, a lo largo de la película tiene una gran cantidad de empleos –Por eso el nombre de Milusos- desde merolico, boxeador, albañil, Santa Claus, hasta dragón de crucero, bolero y haciendo garnachas. Después de toda esa travesía de chambas, busca la opción de casi todo mexicano: Ir al norte a probar suerte.


Muchos Tránsitos en el mundo sitos en el mundo Muchos Tránsi Me comienza a platicar de su vida en los Estados Unidos, de cómo conoció a su patrona en las Vegas y que era a toda madre. Me cuenta que le gusta a ver a las mujeres en las calles, aclara “con todo respeto” porque es lo mas hermoso de la creación de Dios. Me muestra el periódico y en la sección de sociales, a lado de las fotos de mujeres en vestidos elegantes dice la palabra “beatiful”. Me dice que sabe hablar inglés, dice los números, los colores, y que le gustaban las hamburguesas de jack in the box. Remata: Allá el dinero sí alcanza. Tránsito llega a la tierra prometida, acompañado de su mala suerte quien parecer ser su mejor amiga. Es picado por una araña y queda inconsciente. Despierta en una granja, donde es cuidado por sus “paisanos” que igual buscan alcanzar y realizar el sueño americano. Pero su suerte no dura mucho, ya que en su primer día de paga, la migra lo esta acechando. Después de contarme sus aventuras, comienza a desahogarse de lo malo que fue. Mandaba dinero para construir una casa, para él y su familia, pero no contaba con que su esposa lo engañaba, me dice “¡puta madre! El cabrón hasta ha de haber comido con el dinero que le mandaba a mi vieja”. Me contó cómo fue que lo deportaron, y cómo los muy cabro-

nes de los policías gringos lo querían mandar hasta el Salvador. De la nada comienza a cantar el Himno Nacional, dice que fue lo único que lo salvó de ser deportado hasta quién sabe dónde. Lo dejaron en Tijuana, no sé si desvaría pero comienza a decir que se hizo amigo de Espinoza Paz, en un bar llamado Las Pulgas, uuh, pero eso ya lleva hace rato, aun el Paz ni era famoso. Regresó a Puebla, y me dijo que le fue de la chingada. Sin tener palabras de apoyo para esa ocasión le digo, “ni pedo, la vida es dura” y responde “no amigo, la vida en sí no es nada dura, nosotros de tontos que la complicamos”. El final de la película es una joya. Tránsito es deportado, está en la línea que divide a México de Estados Unidos, en la mera frontera ¿qué hace un mexicano en su lugar? ¿Usted que haría si la vida le ha dado mas que la espalda, sino que lo ha pateado y pisoteado? ¿En verdad? ¿Qué haría? Tránsito, como buen mexicanote que es, extiende sus dos brazos y los levanta enérgicamente dando mentadas de madre hacia ambas naciones mientras grita “Chinguen a su madre”, grito de guerra, desesperación y desahogo de miles de Tránsitos.


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Por: Itzel Alexis


EL LADO B DE LA BESTIA Por: Viko del Real

Son diversas las historias, ya sean documentadas o cercanas al mito, de las travesías que pasan miles de personas abordo de La Bestia. Ese tren que tiene una dualidad irónica, la de ser la esperanza de millones, o, en un abrir y cerrar de ojos, la desolación de millones. Y es que “ir al gabacho”, “al otro lado” o “brincar el charco” es la meta del migrante, aquella que tiene como fin último el vivir bien. El migrante, es el reflejo del México de hoy: desolador, sin esperanza, injusto, mal gobernado, etc. ¿Pero realmente quién es la bestia depredadora del migrante? El enemigo está en casa y fuera de ella. El escenario político, social, económico y cultural de nuestro país es desolador. No importa la escolaridad o el prestigio, sin “palancas” no existe cabida, salvo en la informalidad. Somos el país en donde sino “tranzas no avanzas”, ese país con doble cara, la de la hospitalidad al extranjero y el desprecio a los suyos. Un país donde sólo existes como ciudadano cada seis años. Estamos rodeados de una inseguridad apabullante, de miedo, de película. Uno, dos, diez, veinte, es el número más común de muertos que se contabilizan en los periódicos del país. Da lo mismo descabezados, que torturados, al fin y al cabo material desechable del crimen organizado. La fuente de empleo del siglo XXI, aquella donde los carteles de la droga son un complejo, a la manera de monopolio, en donde vives 5, 6 o 10 años como rey a 50 o 60 como buey.

Los de arriba, son títeres de los de más arriba. Claro, donde nos reciben con los brazos abiertos y con las interminables jornadas laborales. Los Estados Unidos de Norteamérica, ese país tan odiado y amado a la vez. Aquel donde lo mismo nos idolatran, que nos condenan a muerte. Pero en fin, cómo no amarlos, gracias a ellos tenemos la comida rápida, el fútbol americano, Hollywood, Las Vegas, etc. Esa nueva cara del migrante, la de aprender a ser gabacho, gringo. Es una ironía del destino, de sus contradicciones y claroscuros. Los niegan, pero los necesitan. Son el motor de su economía, pero también el impulso de sus leyes del desprecio, aquellas donde los condenan a ser tratados no como humanos, sí como criminales. El migrante es el motor de impulso y cambio de las políticas norteamericanas, allí donde los ignoran y rechazan, pero en donde exclaman y solicitan sus servicios. Su presencia es sinónimo de esperanza, aquella que se pierde poco a poco en sus lugares de origen. Ser mito, cuento, leyenda o ejemplo de vida da lo mismo. Son ya parte indudable de nuestra historia, la de un país sin margen de maniobra, en donde unos cuantos lo tienen todo y algunos millones no tienen nada. Son, ni más ni menos, un ejemplo más de valentía de nuestro querido México o ¿Estados Unidos?


Por: Isahí Son muchas historias, niños que salieron de sus hogares sin decir adiós, madres solteras abandonadas por algún cobarde, viudas, padres desesperados por dar mejor vida a su familia. Huérfanos que si perecen, sabrá Dios en dónde están, cómo y cuándo. Jóvenes fuertes y valientes que optan por luchar en lugar de robar. Todos ellos, salen con una mochila, que más que de objetos, está llena de ilusiones y sueños. Y de todos estos personajes podríamos hacer muchísimas escritos, novelas, cuentos y demás. Pero ése no es el punto. La migración no es una decisión que cada individuo toma irracional o espontáneamente, lejos de: los bajos ingresos, la represión, exceso de población, la inflación, así como el dominio económico y político, dados en la concentración y centralización de capital y poder, y muchos, muchos factores más depor los cuales ya se vive con incertidumbre. La migración es pensar que al cruzar sus puertas el viaje apenas comienza. Y entonces inicia, el sueño convertido en pesadilla viva, donde frio, hambre, aislamiento, lesiones, asaltos, violaciones y demás condiciones inhumanas, valen la pena con tal de mejorar su desafortunada situación. No sólo hablo por los mexicanos que han demostrado no rajarse al trabajo, porque ellos tal vez han corrido con

más suerte. Hablo por los miles y miles de latinos del centro y sur del continente a quienes les son violados sus derechos humanos en nuestro país e irónicamente, somos exigentes por los derechos de los mexicanos en EUA. Y después de jugar a “atrápame si puedes” con migración, el sueño será cumplido si no los atrapan, de lo contrario, después de ser perseguidos y encarcelados por su condición, una vez tras las rejas, la denigración y humillación se hacen presentes. La vida es injusta, y eso es inevitable. Es la parte sucia de la globalización, un fenómeno socioeconómico sin el que, el mercado de divisas seria sólo trueque ante la ausencia de monedas, además de aumentar el poder adquisitivo de cada familia. Y sobre todo equilibrar la balanza de pagos, desequilibrada por las pésimas decisiones de la burocracia. Hoy sólo queda reconocer la valentía y coraje de cada una de esas personas, porque no es fácil estar oculto con miedo a ser deportado, a vivir en un país con el que no te puedes comunicar con tu lengua materna, y mil limitaciones más. Así ha sido y así será. Todos pagamos los platos ratos de nuestro gobierno, algunos más, algunos menos, alguien tiene que hacer el trabajo sucio y alguien se tiene que sacrificar.


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Tiburones en el desierto

Por: Itzel Alexis


CAPÍTULO I (y único) Por: Julia Castillo

Que trata de la pobreza que se conoce en torres y otras historias de inmigrantes. NO era el tufo de la coladera del baño estrechísimo, ni las cubetas con agua caliente para enjuagar los cuerpos erizados con una jícara de plástico. Tampoco la oscuridad de ese cuarto cuya división entre retrete y regadera no existía. Ni el champú barato que engendraba una concentración vomitiva de cabellos en la coladera, más oscura todavía. Una coladera que en primavera debía cubrirse con el peso necesario para que no salieran ratas abochornadas, hambrientas, y hubiera que matarlas a escobazos. Tampoco era la puerta de madera y frágil seguro, que astillaba las rodillas cuando había que sentarse en el viejo y roto plástico del retrete. Mucho menos el piso del patio que olía siempre a

la creolina con que la abuela E anulaba los residuos fecales del perro en turno. Ni las cortinas que hacían las veces de puertas en los demás cuartos de esa casita en la ciudad de México. Nada de eso era. Yo sorteaba el baño, la casa, a los vecinos adictos y locos que colgaban muñecas sucias y calvas en su jardín, con mi infancia, escribiendo en una libreta forrada con dibujos propios, viendo caricaturas en la televisión, desayunando galletas de animalitos con licuado de chocolate que me preparaba la abuela E durante mis vacaciones de verano en su hogar. Mi alboroto y alivio estaban en el piso de arriba, un lugar improvisado, sin baño oscuro y con ventanas luminosas, de camas duras y más cortinas. El único espacio con librero y libros en esos escasos me-


tros cuadrados que alguna vez albergaron diez vidas a la vez. Aún no sé cómo. Ese espacio alterno podía ser usado sólo por dos personas, mi abuela y su penúltima hija, mi tía C, la única que vivía con ella en ese entonces. Las visitas no tenían porqué entrar. Pero cuando no estaba C, también era ocupado por mí. No puedo asegurarlo, pero la prohibición para tocar sus libros fue acaso lo que me produjo una necesidad –primero culposa y luego placentera– de leer. Entre esos libros no apareció El Quijote, ni una maravillosa colección de Julio Verne o Ray Bradbury que me permitiera confundir el repulsivo cuarto de baño, con una habitación que reflejara sólo en esa oscuridad mis quimeras luminosas. Recuerdo libros religiosos, de autoestima y de historias penosas que no eran las propias: novelas Best Sellers, las preferidas para mi empatía precoz con las desgracias ajenas. Pero los libros no tenían que salvarme de nada porque aún no sabía de estratos. La conciencia de pobreza me era ajena. Qué iba yo a saber de estrechez viajando de la mano de mi madre y de una ciudad pequeña a una colonia de una gran ciudad, qué iba a saber desplazándome apenas por los parques más cercanos, nuevos y viejos, con maleza y sin ella, encantadores a mis sentidos. Pero la tía C, la que recelaba sus libros, pensó que mis pasos debían ampliarse y en unas vacaciones de verano, un día cualquiera, me llevó a la Torre Latinoamericana, el edificio más grande que mis ojos habían visto. Pero tampoco fue su construcción hacia el cielo lo que modificó mi percepción, sino la chocolatería ydulcería que albergaba. Eso fue.

Supe entonces de pobreza, de la mía y de la nuestra; de la casas que hospedaban nuestras carencias. Ahí vestí y calcé la estrechez, suspendida primero y luego achicada, con el paladar ensalivado y ante los cristales limpísimos de las vitrinas de acabados que parecían oro, y que encerraban la eterna diversidad de chocolates. Ahí, frente a mostradores de hermosuras y al lado de padres que cargaban a sus hijos a la par que bolsos de tiendas departamentales con ropa nueva y dulces y chocolates y juguetes. No recuerdo si en ese magno reparo, en esa primera vez que me hallé disminuida de bienes, logré pedirle a la tía C chocolates. Pero ella advirtió mi desconcierto. Discreta en actitud, la tía C de ojos pequeños color avellana, invocó y prometió tiempos mejores. Según su mirada, en ese futuro estaríamos nosotras sosteniendo bolsas repletas; sonriendo de esa forma que sólo provoca la fortuna o el desconocimiento de la carencia. La más blanca de todas mis tías, la del cabello más castaño, la que aún toman por más solitaria, se agachó a explicarme con voz recia, con esos ojos pequeñitos color avellana, que en otro momento, Ya verás, te compraré muchos chocolates y dulces en esta tienda o en otro lugar; más adelante, güerita. Ahora vamos a las alturas de la torre, le dijo a la más morena de sus sobrinas, a quien muchos años después regalaría, quizá para resarcir, quizá por ser la primera licenciada en su familia, un viaje de graduación gracias a su trabajo en un futuro que no previno como inmigrante en EU.


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PASAJ ROS Para los que se atreven, porque le dan sentido a la vida. Ellos: Ellos: Ellos: Ellos: Ellos:

migrantes. soñadores profanados. Yimi, Juana, Florentino, José, Gonzalo. sudamericanos. los que también somos nosotros.

Vienen todos esperanzados encima en el techo del tren, ese tren comal, tren infierno, tren camino, tren escape: tren fiasco. Vienen de paso. Tienen la tristeza esculpida en la mirada y ese color del barro que nos hace hermanos; tienen esos ojos oscuros, nuestros mismos cabellos negros, el mismo génesis de nuestros ombligos conquistados, latinizados, satanizados. Tienen nuestros mismos sueños y es allí donde nos hacemos su pesadilla. Los que vienen, los valientes que se atreven a cruzar nuestro país. Pinche país. Vienen todos en La bestia, con lo poco que les ha dado la vida para ir a reclamarle a la muy cabrona todo lo que les ha quitado. Para mirarla de frente y exigirle con el cuerpo trabajado, explotado y desarmado todo lo que por derecho humano debería corresponderles.


Que el tren parece un comal, dicen. Hace tanto calor que el infierno sería el consuelo. Es como un camino al purgatorio en forma de sueño, de espejismo con cara de hamburguesa y paredes aplanadas en un barrio lejano; un espejismo que es alma y que es deseo, entrañado, necesitado. Y entonces México, ¡ay, México! Yimi tiene 14 años, viene con su hermano el más grande, tienen sed y tienen hambre. Tuvieron un ataque de avispas arriba del tren. Por primera vez les duele más el cuerpo que el alma. Juana está buscando un mejor futuro para un peor presente, tiene tres hijos y todo el miedo del mundo la acompaña. Sus hijos y el miedo, de eso está hecha Juana. Florentino viene de Honduras, tiene 54 años y todas las penas del mundo. Todavía siente la cruz que su esposa le hizo con los dedos en la frente. Cree en Dios. Ha tenido frío, hambre y miedo y cree en Dios. José tiene apenas 19, quiere llegar a los Estados Unidos. Habla poco, teme mucho, es un niño. Gonzalo sólo sabe a quién extraña, a las mujeres de su vida: Lorena y Rafaela. Trae en los ojos la añoranza. Y allí vienen todos, juntitos, repartiéndose el dolor de la partida para llegar a quién sabe dónde. Un viaje de casi tres semanas donde la primera prueba es la frontera mexicana. No la oficial, la otra, la que sí cuenta: la de la raza de bronce que más bien parece de cobre, y Los Zetas, y Los Maras y el hambre. Y el miedo. El miedo.

Después viene el México legal, los expatriados, los papeleos, Las cifras oficiales, los refugios donde se regalan platos de sopa, ¿para cuál alma? El panorama no cambia mucho con eso: siguen los asaltantes y violadores engendrados en nuestras periferias, made in mexico, como tiene que ser. Hablando siempre de los otros, quejándonos del sueño americano y haciendo honor a nuestra crueldad xenofóbica por vernos en los otros, por parecernos tanto. Tal vez nosotros también tenemos miedo. Han pasado 11 días desde que La Bestia salió de Guatemala. De Juana no se sabe nada. Florentino se quedó dormido, una curva lo escupió al camino y se quedó en el albergue de Tapachula a comer sopa con una sola mano. Pronto verá de nuevo a su esposa. Cree en Dios. Yimi no encuentra a su hermano. Después del primer asalto en plena oscuridad no pudo ver a dónde fue, si corrió, si cayó, si está del otro lado del tren. Se quedó con su mochila, esa en la que trae la foto de Belén: su mujer. Tiene sed. Gonzalo fue golpeado por Los Maras. Le quitaron todo, por suerte no lo mataron. Sigue con sus mujeres tatuadas en el alma. Perdido de nuevo. Ya son casi las tres semanas. El tren grita. José quiere llegar a los Estados Unidos. Le falta poco.

Por: Enid Adriana Carrillo Moedano


Fuerza tenías que tener Por: Victor Salazar

Hombre de pasos valientes que caminas entre un río bravo, que arriesgas tu vida en busca de algo mejor, algo más grande, algo menos doloroso, sufriste tanto, te perdiste mucho, sabes los significados de “hambre”, “pobreza”, “corrupción”. Estás obligado a buscar un camino justo como persona de bien. (Carajo) Abandonaste TODO, y te encomiendas a lo que más fe te regale, eres el hombre de las derrotas, te alejas ciegamente de un poder, mientras regalas tu cuerpo a mercenarios con una historia robada. Egoísta. Descartaste cualquier opinión para sacar provecho de tus tierras, ahí donde tus padres y tus abuelos nacieron, esa que con esfuerzo levantaron. …”Pero la cosa está re difícil” “Aquí no se avanza”… No seas tan “Joeputa” para pensar eso. Esta tierra es tuya, de tu sangre, mientras del otro lado te consumen y humillan, de este par del mundo te estafan. ¿Qué es mejor? Ir a contra corriente, no de un río, sino, en contra de un sistema que te cree ignorante. Alimentas a otro pueblo que no te quiere.


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Hibridaci贸n cultural

Por: Itzel Alexis


Por: IMowgli420


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