EDITORIAL Propiedad de sus padres, semillas del futuro, seres vulnerables y dependientes. Tal vez sea hora de tomar una pizca de la idiosincrasia medieval y empezar a verlos como miniadultos, cuyas ideas se valen por sí mismas para que en el futuro no los confinemos a nuestra vida privada y acudamos a su imagen sólo en forma de recuerdo, en espera de no envejecer.
ÍNDICE - Centavito, creador de sensaciones - Mi cápsula del tiempo
- Yo sí tuve infancia - Cosas imposibles - ¿Por qué el cielo es azul? - Piensa en mí - Antes de la inmediatez - Una noche más - Blanco y negro
Fotodélicos Alejandra Landa Meli Vera Samantha Nolasco Coiffier David Eurosa Luna Oscar Raúl Pérez Cabrera Portada: Cu Au Contraportada: Mowgli420 Agradecimiento Especial a: Centavito
Numero 48 21 de abril del 2014
Facebook: https://www.facebook.com/MandalaFilosofiasUnderground Twitter: @Mandalafu
Por: Alejandra Landa
¿QUÉ INFLUYÓ PARA QUE TE CONVIRTIERAS EN PAYASO? Gracias a que fui niño ahorita soy payaso porque la primera vez que vi uno haciendo su show en un evento privado, dije “yo cuando crezca voy a ser payaso”. Quedé cautivado por esta profesión. Empezó porque me gustaba contarles chistes a los maestros, el día de las madres y otras cositas y siempre fui quien hacía reír a la gente. Empecé a los 13 años de edad y pues tengo 28, 14 años de carrera. Hay veces que hasta me siento ruquito porque fui con una niña de 1 año y ahorita ya tiene 15. Sí me emociona porque veo a los niños que eran chiquitos y ahora están jóvenes y me motiva a echarle más ganas.
¿CON EL PASO DEL TIEMPO, COMO CAMBIA LA MANERA DE HACER REIR? Ahorita lo que es el payaso, ha cambiado totalmente tanto en su aspecto, hasta en cómo hace su show porque yo recuerdo que antes era de hacer concursos y ahorita ya la gente exige más profesionalismo con respecto a la utilería y maquillaje. Desde que empezó el famoso Cirque du Soleil se empezaron a renovar las artes circenses. La gente ya veía un concepto totalmente diferente. ¿EN QUÉ DEBE INVERTIR UN PAYASO ACTUALMENTE? Hay veces que hay zapatos que puedes ir a comprarlos a una tienda exclusiva
de payasos, te valen desde 450 pesos y hay una persona que realmente vende zapatos exclusivos diseñados a tu medida cuyo costo puede superar los 2000 pesos. A mí me gusta invertir en lo que es mi personaje y tener bien a mi payaso, un vestuario maquillaje únicos. ¿EN PACHUCA, CÓMO ESTÁ LA OFERTA DE TALLERES PARA PROFESIONALIZARSE? La gente piensa y dice “es que éste es payaso y de ahí no va a pasar, o lo hizo porque no se preparó”, y realmente requiere de una preparación tanto artística como disciplinaria, ser disciplinado, aprender actuación, expresión corporal y facial, dicción, dominio escénico. Hemos tomado talleres en el Grupo de Payasos de Hidalgo y nos preocupamos por tener un mejor espectáculo. La Casa de la Cultura de Pachuca hace cursos y trae a personas que son buenos en distintas disciplinas, malabares, danza, teatro y otras cosas, en sí se necesita un entrenamiento constante. ¿EN QUÉ SE DIFERENCIA TU PERSONAJE DE LOS OTROS? Traté de hacer algo diferente, el Clown contemporáneo con el Payaso mexicano, yo he visto que la gente de México se va por lo mas vivarachón, le gusta que le echen relajo, se puede decir que hasta les hagan bullying, que les digan “ven tú cachetón y todo eso”, sin faltarle al respeto al público porque nos debemos a él. El payaso europeo el clown contemporáneo, tiene algo más artístico: un
malabar que te salga perfecto, una rutina estructurada, un principio, desarrollo y un final y el mexicano es más improvisado de acuerdo con el tipo de público, y yo los uní. CENTAVITO Mi personaje se llama Centavito Gogo su carácter psicológico es bobo y a la vez es un niño travieso de 11 años que trata de quedar bien con la gente y al final termina perdiendo. El payaso de mi infancia se llamaba Monedita y el día que sacó un muñeco se llamaba Centavito. Mi primer evento fue el Teatro del pueblo, en la Feria de los angelitos en Tulancingo, EXPERIENCIAS Bueno, una ocasión pensé que había hecho algo malo o la había regado, estaba trabajando y vi llorando a toda la gente, pero no lloraban de tristeza sino que les gustó tanto que dicen que lloraron de risa y pues el payaso es creador de sensaciones y pues yo sí sentí así muy padre pues la verdad no te esperas eso del público. Significa que estás haciendo bien tu trabajo. Malas experiencias muchas, no falta la persona que viene de mal humor, o tiene broncas en su casa, y dice: “oye payaso conmigo no juegues”, porque yo si te rompo tu %$%#. Hay personas que no se saben llevar, típico mala copa que no aguanta nada, y pues en vez de tomarlo como algo malo, tratas de sacarle provecho. Lo puedes buscar en Facebook como Centavito oficial Por: Oliver García
Por: Moisés Lozada
No puedo decirte que tengo un recuerdo totalmente despejado de mi infancia, tal vez el más claro que tengo es cuando andaba en mi carriola y jalaba los libros de mis hermanas y balbuceaba simulando leerlos, los libros y la lectura siempre me llamaron, siempre quise leer y cuando empecé a hacerlo no lo dejé. Antes de empezar a leer le exigía a mi madre que me leyera libros o revistas o lo que hubiera, mi mamá hacia lo que podía para mantenerme contento, así que tomaba la Biblia y me leía, a mí me asustó entonces esa imagen de Dios, ese Dios vengativo que castigaba a todo aquel que se atrevía a desobedecer o a cuestionarlo, por eso después busqué otro ídolo. Cuando entré al kínder, después del primer día le reclamé a mi mamá y le dije que no quería volver al jardín de niños, porque ahí solo enseñaban a jugar y yo quería aprender a leer y ahí no enseñaban. Para no hacer el cuento largo, mi madre me metió a una primaria como oyente y aprendí a leer a los 5 años. Mi padre solía regalarme cómics de Condorito, ya que no me dejaban leer los libros “para grandes” en la casa, también me dejaban leer la biblia pero como ya dije Dios me asustaba, así que Condorito era la opción, después fue Garfield y en mi afán de continuar leyendo también tomaba prestadas las historietas de Mafalda de mi hermana. Lo único que no cambió y que siempre fue constante fue mi gusto por Batman, desde que lo conocí a mis 6 añitos de edad no lo
he dejado de ver o leer, todos los días por canal 5 a las 7:30 frente a la pantalla me sentaba a ver la caricatura con mis papás y hermanas. Y resulta irónico ahora recordar que “El caballero de la noche” fuera el único que nos congregara alrededor de la Tv para pasar un tiempo en familia. Siempre quise ser como Batman: solitario, inteligente, calculador, el mejor detective de su época. Ahora después de algunos años me doy cuenta de que solo soy solitario y calculador e inteligente en algunas ocasiones. Después del divorcio de mis padres me refugié en la lectura y sobre todo en los cómics. Así que aprendí, gracias al Hombre Murciélago, lo que el dolor dignifica y a encausar todo ese rencor, ira, furia, hacia algo diferente; que no tenía por qué autodestruirme y que a veces, solo a veces cuando se nos viene el mundo encima es el orgullo el que nos levanta; aprendí por Batman que uno solo depende de sí mismo y que siempre hay que esperar lo peor de los demás, así no te desilusionas. En resumen creo que seguir leyendo cómics es lo que me hace seguir en contacto con mi niño interno y así al recordarlo no me resulta tan deprimente mi niñez, Batman es y seguirá siendo (al menos para un servidor) un recuerdo muy grato de la infancia, pero sobre todo un arquetipo de la justicia y del poder de la inteligencia sobre la fuerza bruta. Quizá por eso aún sigo leyendo cómo cuando era morrito, porque tengo aún la esperanza de convertirme en el hombre más inteligente y el mejor detective de mi época.
Por: Alejandra Landa
Por: Viko del Real
Solamente existen dos razones para tratar de explicar el título que le da nombre a estas líneas: peco de añorar lo que viví en mis primeros años de vida o es la cruda realidad. Y es que existen razones de sobra para cuestionar lo que pasa hoy en día con los chamacos alrededor del mundo. De entrada tenemos problemas como la obesidad, la salud mental que entre otras se refleja de una manera notoria con la violencia, y así podríamos enumerar varios problemas más. Todavía recuerdamos con gusto aquellos días donde la palabra juego era lo que giraba en torno a uno. Crear mundos, de alguna u otra forma, era una especie de tarea que experimentábamos cada día. A quienes nos tocó nacer antes de entrar al siglo XXI fuimos testigos y partícipes de una herencia cultural diversa y variada de actividades recreativas. Quién no jugó al queso partido, las ollitas, el avión y una lista interminable de juegos. Mención aparte tienen las tendencias, ¿modas? que se generaban en la escuela. Y es que ya fueran tazos, trompo o canicas, siempre había algo que hacer a la hora del recreo. Claro que también fuimos presa de la hegemonía consolidada de la televisión, pero con una larga lista de buenas caricaturas. Por ahí desfilaron Los Picapiedra, Dragon Ball Z Los supersónicos, Pokemon, Transformers y unas cuantas más. Muchas con un largo recorrido en la historia, poseían en sí mismas la cualidad de entretener, de hacer que estuviéramos pegados al televisor y tratar de emular a sus protagonistas, aunque ello fuera una pachequez de magnitudes estratosféricas, quedan en la mente como un grato recuerdo.
Y ni qué decir del fútbol, cuántos héroes recorrieron nuestra mente en la niñez, vestirse como Jorge Campos era un paso hacia ello, e imitar a todos y cada uno de ellos era una tarea obligada para que: “cuando fueras grande jugaras en la tele”. Además no podemos dejar pasar a los Supercampeones, una caricatura que marco profundamente la mente de los niños que crecimos con ella. Una utopía gigantesca con la cualidad de que un partido durara una semana completa y no nos aburriéramos. Pero eso quedo atrás, hoy el panorama es un tanto desolador, basta con mirar a tus hermanos, primos o personas cercanas a ti. Las bondades de la tecnología han cobrado factura en nuestros chamacos. Ahora su mundo gira en torno a un videojuego, una tableta o lap top con conexión a Internet. La hueva es lo que predomina hoy, ¿salir a jugar? No, para qué, si tengo en mis manos el control total de Messi, Cristiano Ronaldo y Neymar. La capacidad de inventar, pensar, dibujar, describir un mundo mejor parece lejana, los juegos de video, la televisión y el Internet lo han escrito todo. Ellos ya no comen frituras inundadas en salsa, prefieren una cajita feliz, tampoco juegan al avión, es más divertido matar gente en los videojuegos. En fin, ejemplos existen muchos, y si bien es cierto que cada quien crece conforme a su entorno social, político y cultural estamos siendo testigos de cambios profundo en la concepción del mundo que se va creando un niño. Pero varias personas que estén leyendo estas líneas al igual que yo podemos presumir y sobre todo decir: “yo sí tuve infancia”.
“El niño perdido llora, pero sigue cazando mariposas.”
Por: David Eurosa Luna
Por: Mowgli420
“Desde niño pintaba como Rafael, pero me llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño” Picasso Ser niño o niña no es tan fácil como nos hacen pensar, es más, es una de las etapas más difíciles de nuestra vida, es la etapa en donde sea como sea hacemos cosas imposibles. Con “cosas imposibles” me refiero a acciones que gracias a nuestra imaginación o inocencia, creíamos posibles. Por ejemplo, en mi caso el fútbol marcó demasiado mi infancia, yo era de los niños que en el patio hacia campeón del mundo a México, y metía los goles a último minuto, mientras también era el portero, árbitro y ¿por qué no? El comentarista que narraba el momento histórico que cambiaría el rumbo de un país que depositaba todas sus esperanzas en los zapatos de juego Manriquez número 3 de un niño de primaria. Otra de las cosas imposibles que me agradaba hacer con todos mis primos era treparnos a un árbol y pensar que estábamos en un Zord de los Powers Rangers. Las ramas se convertían en palancas, los capulaishles del pirul se convertían en botones, los gritos de “pium pium” se materializaban en rayos lásers que destruían a mounstros invisibles para ojos adultos; reales, atemorizantes, enormes para nuestros ojos que hacían cosas imposibles. La inocencia e incredulidad nos hacia completamente felices, creíamos que
todo era posible ¿quién no intentó hacer el tiro gemelo de Los Supercampeones con su mejor amigo?, ¿quién no trató de tirar tan fuerte al balón para hacer que se ponchara, o ya de últimas, romper la red? Y no solo eso, quién no pensó que probablemente, en algún lugar, muy, pero muy lejano, sí podía existir esa fauna que en la tele denominaban pokemones. Es más ¿quién no alzó las manos para ayudar a Gokú para hacer su genkidama? Yo era de los morritos que juntaba sus manos para poder hacer un Kame hame ha y ¡pum! dirigirlo contra la profa en turno. Con el tiempo todos te empiezan a desilusionar, te dicen que eso no existe, que tal cosa no es posible, que existe lo real y lo irreal. Que existen cosas imposibles de hacer. Pero yo me niego a pensarlo así, si lo imagino lo creo posible, y me gusta hacer cosas imposibles, aunque digan que parezco un niño. Me caen bien los niños y las niñas, me dan algo que es muy necesario en estos días; esperanza, y me agradan más los que portan una sonrisota de oreja a oreja, que ven las cosas con unos ojos de canicota, que preguntan y preguntan cosas, que muchas veces no sé responder, pero activan mi creatividad y les invento cosas sin sentido, al fin de cuentas se van felices y es como me gusta verlos. Me caen bien porque me gustaría andar como ellos, sin preocupaciones; sonriendo, corriendo, jugando, brincando sin sentido alguno, haciendo cosas imposibles.
Por: Alejandra Landa
Por: Yaretzi Pigeonutt
Llego a mi casa, afuera, sentado en la banqueta está Valentín, un niño de 10 años que es mi vecino, me voltea a ver con temor, seguramente se le voló el balón. Entro y busco entre los vericuetos del patio y nada, regreso y me doy cuenta del crimen, Valentín de balónes no sabe nada pues su juego se encuentra con él, y es muy difícil que lo pierda porque es como un tesoro, un tesoro electrónico llamado tablet, y si está afuera de mi casa es porque mi internet no tiene clave. Sus manos están impecables, entre sus uñas no hay tierra a consecuencia de juegos con lodo, y tampoco hay esas cicatrices en los nudillos que deja el jugar con canicas, el niño está inerte y me preocupa que tanto aparato electrónico le provoque un chiras pelas en la mente. En la sala de mi hogar está sentado el alter-ego de Valentín, mi primito absorto en un celular a la par que ve la televisión, el chamaco tiene la visión más que ocupada. Y ahí va la prima tarada, lo invito a jugar escondidas y él acepta, el trato se pacta: yo cuento, él se esconde…1, 2,3 por el niño que está detrás de la pantalla y me dejó abandonada jugando con la nada. Lo cuestiono y objeta que ya va a empezar la nueva temporada de su serie. Después de mi fracaso lúdico, me doy cuenta de que es tarde, tengo hambre, pero la comida no está porque mi mamá está platicando aún con su comadre. Segundo fracaso, tendré que comprar una comida co-
rrida en la tienda de enfrente, con comida corrida me refiero a tortillinas, queso, jamón y unos chetos de guarnición. Mientras el señor corta el queso repaso el mostrador con la mirada y entre la enorme pila de cajas transparentes con tapas multicolores que están llenas de dulces, hasta abajo hay una que parece estar vacía, pero no, hay tres paletas: una de semáforo de ésas que no cabían en la boca pero uno se las arreglaba y chupaba hasta “el sigue”, las otras dos son de relojito sabor mora azul y cereza, aunque esta última parece una obra de Dalí porque el sol ya la derritió, la neta en paleta el surrealismo no está muy chido. Pero me gana la nostalgia y compro las dos paletas que sí están comestibles, pero que ya a ningún niño se le antojan. Rumbo a mi destino, más tarde abordo el camión con ese aroma que deja el abuso de fabuloso, pienso en comer la paleta de mora. En la siguiente esquina como el autobús, mi deseo también frena, y sube Dana con su flequillo cubriendo la frente, tarareando una canción. Decide sentarse a mi lado, su mamá me conoce y supongo le doy confianza, así que bajo la advertencia de “no molestes a la muchacha” permite que la niña tome el viajecito conmigo. Dana clava su mirada en mi pelo y voltea al cielo, toma un mechón y me pregunta: ¿por qué es azul?, le contesto a la brevedad que sólo lo pinté, pero ella no se refería a mi pelo; “no, el cielo, ¿por qué es azul el cielo?”, ni Sócrates
me había metido en semejante lío, así que a modo de mayéutica le platico una verborrea cósmica, con la que sólo consigo hacer el ridículo porque la niña no quería oír eso, así que producto de su insatisfacción a mi respuesta ella misma responde: “El cielo es azul porque mucho se ve bonito, no como el rojo, ese sólo se ve bonito cuando es poquito, como en el arcoíris, por eso el infierno es rojo para que uno sea bueno y no quiera ir ahí porque verá mucho rojo”, la niña resumió toda la divina comedia en meros valores cromáticos y con suma destreza. La belleza de la niñez está en su simpleza, no hay duda. Dana hizo que sonriera mi alma, me recordó la semilla que representan los niños y que durante el día yo había pensado que estaba en extinción, pero no. Le entrego como ofrenda la paleta de relojito color de cielo, chupa la cara que tiene el reloj e imprime en su muñeca una réplica exacta de éste. Quizá esta generación tenga la mirada caída en pantallas touch screen, pero basta un empujoncito para que volteen pa’ arriba y se sorprendan, porque en cada niño hay una Dana con las ganas de comerse al mundo y descubrir los secretos que éste les tiene guardados. La infancia es el mañana de la vida, guardan entre sus dientes la sinceridad sin fronteras, contienen el más sustancioso volumen de historia y filosofía, la niñez es origen, es fuerza, es el fruto de la vida. recipiente de esperanza que merece ser regado.
Por: Hiram Sáenz
Estoy seguro de que ella piensa en mí, bueno… no siempre, ni siquiera lo hace a menudo, pero podría jurar que los martes al caer la tarde, después de la comida, cuando ella se dispone a hacer su tarea de matemáticas y empieza a pensar en las fracciones, me piensa y dice: -¡Ah! Cómo quisiera que estuviera aquí Tomás para explicarme las fracciones. No podría jurarlo, pero creo que casi podría jurarlo. Los martes después de pensar que ella piensa que resolvemos fracciones, dedico por lo menos diez minutos a pensar su nombre ¡LAURA! Siempre lo pienso en mayúsculas, con un suspiro que me atraganta, me marea y me hace pensar que vomitaré colores, entonces imagino que ella piensa en el mío ¡TOMÁS! Así como suena, no como mi mamá ni mis tías que creen que mi nombre es de esclavo ¡Tomasito ve por las tortillas! ¡Pásame mi bolsa nene! ¡Anda a traerle las chanclas a tu papá! Nada de Tomasito ni apoditos tontos, porque yo ya no estoy para eso. Cuando termino de empaparme con su nombre, subo a mi azotea y empiezo a pensarla físicamente, siempre comienzo a reconstruir su rostro por esa nariz chata que parece un botón, luego sus ojos como almendras mojadas, pero sobre todo, ese brillo de luz de
iglesia que la rodea, ese que cuando el aire mueve su cabello te hace creer que está levitando. Quiero aclarar que en mi azotea la pienso más que en la cocina, más que en el baño, más que en la cama; lo que da paso a que me pregunte cada cosa, me pregunto, por ejemplo: ¿cómo hará su mamá para que le brille tanto el cabello? Porque ese brillo no es normal; me pregunto ¿su moño rojo tendrá algún poder sobrenatural? Es la única respuesta que encuentro para babear así por ella. Al terminar de reconstruirla y preguntarme sandeces de su cabello y su moño místico, juego a imaginar que hará realmente mientras yo juego a imaginarla, mientras hago esto le envío ordenes telepáticas, le ordeno ¡PIENSA EN MÍ!, espero que un día acate el imperativo, me piense y suba a su azotea donde me verá, la veré, nos saludaremos y reiremos porque en ese momento sabremos que nos pensábamos, entonces sostendremos una larga charla telepática. No podría jurarlo, pero creo que casi podría jurar que LAURA no me habla, no porque no quiera, sino que ella sabe que yo sé que ella sabe que cuando se acerca demasiado sólo puedo pensar en lo bien que le queda el azul del uniforme y que no puedo saludarla porque soy alérgico a su moño místico, pero, si un día me decido a decirle algo… sería…
Por: Cu Au
Por: Isabel Oreya
Cuando tenía 6 años me cambiaron de escuela a un pueblito en Tizayuca que se llama Tepojaco, ahí daba clases mi mamá, la maestra Mirna le llamaban, yo siempre le dije mamá. Existe una guerra fría que ignoramos cuando somos niños y de la cual nos damos cuenta al entrar a la primaria; el grupo A y el grupo B, sabrá Dios desde qué tiempos el separarnos por grupos se volvió una especie de rivalidad. Yo iba en el A y por alguna razón que no entendí me cambiaron al B, en ese salón que estaba cerca de unas jardineras enormes donde ni pasto había, pero sí un pino enorme que ocasionalmente lanzaba sus piñas como si fuera un niño travieso, el salón era enorme con paredes blancas
y ventanas grandes y altas por las que sólo podías asomarte subiendo a la butaca. En ese entonces las butacas eran de madera, de un diseño incómodo y todas pintadas de gris; además tenías que compartir y si era con un zurdo, los codos se golpeaban uno a otro entorpeciendo los dictados; pero eso no importaba, como varias cosas no importan cuando se es niño. Así fue como conocí a Fany una niña flaquita, de ojos saltones y cabellos castaños, y por supuesto zurda, nos sonreímos y nos hicimos amigas así nomás. Todo era simple y divertido, recortar bien las orillas de las hojas, dibujar las manzanas de los problemas de matemáticas, hacer las manualidades para el día de las madres, la decisión más difícil
era ¿jugar a las traes o ir a los columpios?, y claro, si era lo segundo tenías que salir corriendo del salón para poder apartar uno, pues era lo más demandado en ese entonces. Fany y yo pasábamos casi todo el tiempo juntas cuando estábamos en la escuela y como si eso fuera poco, comenzamos a escribirnos cartas, como la mayoría de las amigas lo hacen, eso sí, haciendo gala de nuestra creatividad y nuestra enorme letra redonda, reiterándonos casi siempre nuestra confianza, lo maravillosa que era nuestra amistad y, por supuesto, lo buena onda que éramos, pidiéndonos no cambiar. Tepojaco tenía siempre atardeceres de sol naranja y con frecuencia se hacían remolinos que levantaban la basura de sus calles de terracería, no es un pueblo bonito, pero eso nunca importó. Cuando mi mamá tuvo que dar clases en la mañana y en la tarde, fue lo mejor, pues yo me iba a casa de Fany a jugar cualquier cosa, hacer la tarea, o comprar estampitas para mi álbum de sailor moon, o nos íbamos a la biblioteca a leer, y hojear libros, a veces andábamos en bici y así visité una presa que tenía diversas historias de cómo gente había muerto ahogada. También conocí un arroyo donde la velocidad del agua junto con los desechos de alguna fabrica hacían espuma espesa y sucia que de vez en cuando se elevaba por los
aires y podía verse desde lejos. En fin, mi infancia, como todas, estuvo llena de descubrimientos y juegos. Fue en sexto cuando mi mamá me dio la noticia de que me cambiaria de escuela. No vería tan seguido a mis amigos de Tepojaco, pues para ingresar a una secundaría tenía que estar en alguna primaria de Pachuca. Recuerdo haberle contado a Fany lo que pasaría, y decidimos, que seguiríamos siendo las mejores amigas, y aunque el último año de la primaria yo estuve en Pachuca seguía teniendo contacto con ella, gracias a que mantuvimos una relación epistolar hasta el último año de la secundaria. Fue gracias a mi mamá y su hermanita Michel, quien fuera su alumna y fungían como carteras, que Fany y yo logramos mantenernos comunicadas durante esos años. El día de hoy no sé nada de Fany, simplemente perdimos contacto, pero me acuerdo de ella cada vez que miro ese bote de latón color verde adornado con pinturas de Renoir, y que contiene todas las cartas que recibí, donde hablábamos de nuestros inocentes sueños, y esperanzas; recuerdo con fervor los días cuando había tiempo de tirarse al sol para mirar las formas de las nubes, y al ver ese bote, pienso que fuimos como esa pintura que ahora lo adorna, “Young Girls by the Water”, claro, menos afrancesadas pero igual, un instante precioso.
Desde allá arriba se pueden apreciar hermosos cuadros como hechos con aerosol de energía eléctrica, como si alguien hubiera salpicado luces para crear la vista que todos pueden apreciar, desde arriba; allá donde se puede contemplar el rio de estrellas como un reflejo de la bóveda celeste fabricado con lámparas y automóviles: estrellas fugaces que se mueven entre cauces enmarcadas por calles y que sólo se detienen por culpa de los semáforos que desde allá no se alcanzan a ver. Así es la postal de esta bella ciudad que además de Bella es Airosa, una imagen que para muchos significa demasiado pero para otros forma parte de la cotidianeidad de sus míseras vidas, allá en el mismo lugar donde unos ven lo hermoso que puede proporcionar una ciudad otros sólo ven luces que marcan el sendero hacia su barrio. En lo alto una pareja de enamorados, del otro lado casas, se puede ver a través de una ventana la televisión encendida, otros ya duermen, más abajo una mujer reclama algo al marido, y del otro alguien se baña o eso aparenta la silueta… Toño se asoma por la ventana, y mira hacia abajo, la poética imagen de las luces convertidas en reflejos, no es más que un cúmulo de luces que no se convierten en nada, hoy hubo pan en la mesa y eso es lo que importa, allá arriba una pareja de enamorados, y nada más, cierra la ventana y se va a dormir, a veces la miseria se convierte en el asesino silencioso de la imaginación de cualquier niño que vive entre el cielo y la ciudad, en lo alto del cerro que fue devorado por las casas que se enciman entre todas como queriendo encontrar sostén.
Por: Meli Vera
Para leer comiendo una tutsi pop ¿Cómo nacieron los colores? Cuando niña pensaba que el mundo era en blanco y negro. Veía esas viejas películas de sales reventadas en la televisión, los jardines que regaba con tanto cuidado Sarita García, las serenatas amorosas de Jorge Mi Novio Negrete. Era tan simple. Era tan extraño. Como decía, yo pensaba que el mundo antes era en blanco y negro, que los colores no existían, que el mundo tenía dos matices y que todo era muy aburrido. Pasaba horas preguntándome cómo nacieron los colores, cómo cada color eligió un objeto para manifestarse. º Por qué el color rosa había elegido a las rosas, por qué el azul decidió ponerse en el cielo y luego en el mar. Debo confesar que me daba pena preguntar a los demás, era como si supiera en el fondo de mi inmaduro, pero palpitante cerebro, que las cosas no eran como yo las imaginaba. Pero quería creerlo. Quería pensar que los colores eran un privilegio de última generación, un invento de la humanidad o un milagro de la modernidad, palabra que ni conocía, por cierto. Por eso no preguntaba, tenía miedo de que derrumbaran mis castillos de arena cimentados en la creencia de que antes en el mundo no había colores. Entonces decidí que en ese universo paralelo de un pasado que desconocía todo era en blanco y negro. La risa era blanca, el corazón negro; el dolor negro,
el cielo gris, un matiz que entendí con el tiempo. El gris es una transición, pero yo no lo sabía, por supuesto. Un día crecí, como es de cruel la vida: crecí. Y nunca terminé de entender cómo es que existen colores en el mundo, ni el mentado fenómeno de la luz que atraviesa un diamante y el arcoíris y no sé cuántas cosas más. No. Crecí y me quedé con la idea del gris, de la transición, de los matices. Hay muchos rojos y el más importante es el de coca cola; hay muchos dolores llenos de colores siniestros y oscuros; hay más azules que el cielo (como todos en el pantone de Banamex) y el jabón en polvo; hay muchos rosas, verdes, amarillos. Los colores se venden y por eso me parecía increíble un mundo en blanco y negro. Pero no sabía que esa magia la había hecho el cine, porque no sabía que era el cine, sólo lo que eran las películas, pero no el cine, que no es lo mismo. Y así, siendo equilibrista de banqueta, con las calcetas zafándose de mis rodillas y el mundo brillándome en los ojos elegí: el mundo fue blanco y negro hasta 1916, año en que inventaron el tecnicolor, pero a México se tardó mucho en llegar porque don Porfirio Díaz no quería hacer ningún trato con los gringos por eso preferimos esperar hasta que se inventara la televisión y luego la tele a color y desde ese día existen los colores en este país FIN. Todo tiene sentido cuando tienes 6 años. ¿O qué?
Por: Samantha Nolasco Coiffier