Tema del Mes 06-13
Cine 14-17
Televisión 18-21
Literatura 26-29
Música 22-25
Arte 30-33
Edición Asociación Think Again Redacción Miguel Pradas, Sergio Sánchez Diseño Sergio Sánchez Colaboradores Emilio Perianes, Antonio Gómez Hueso, Silvia Gutiérrez, Francisca Castillo, María José Moreno, Carmen Alcaraz, Marta García Villar, Fran Ruiz, Antonella Montinaro, Marisa Carmona, Flor Gómez, Miguel Sánchez, Francis Moriel, Isabel Bono, Miguel Ángel García Ruiz, Álvaro Campos Suárez, Guillermo Laín Corona, David Dueñas, Tom J. Manning, Marko Vucenovic.
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RAPSODIA EN VERDE POR ANTONIO GÓMEZ HUESO.
El tema de la dualidad, tanto física como espiritual, es el leitmotiv que Kieslowski maneja para ofrecernos cine puro, cargado de poesía y misterio, de técnica y belleza. Me estoy refiriendo a 'La doble vida de Verónica' (1991), el film anterior a su célebre 'Trilogía de colores'. Dos personajes clónicos (Weronika y Véronique), dos ciudades, dos padres viudos, dos amores, dos pasiones por la música, dos enfermedades, dos situaciones sociales… hasta doble producción, polaca y francesa, la dualidad de la vida. Moverse en este ámbito implica dejarse llevar por el instinto para intentar entender la predestinación que estigmatiza a los seres humanos. Estamos ante una obra maestra en donde todo cumple su función: la fotografía, insuperable, con unos encuadres perfectos, cargados de transparencias, reflejos y dobles ambientes en donde contrastan los verdes y dorados; la música, sublime; y la cámara, versátil y precisa. Y como contenido existencial, los
sentimientos, el amor, el sexo, la fragilidad de la existencia, el misterio y la presencia de lo inexplicable. Hasta los elementos inanimados cobran vida en este soberbio film: las partituras que vuelan, la casete grabada con sonidos, la cinta y el rayo de luz, reveladores ambos, y, ¡cómo no!, las marionetas que reproducen simbólicamente a las protagonistas y sus cuitas. Es un film donde se manifiesta lo espiritual a través de la intuición, poderosa virtud que poseen las dos protagonistas, cargado de «emociones puras y nada más», como lo definió el propio Kieslowski, que explora lo comunicación extrasensorial, lo inexplicable y lo bello. No se puede plantear la trama desde un punto de vista racional; es una experiencia sensual, iniciática, que explora emociones y enigmas. Todos los elementos técnicos cumplen a la perfección para dotar al drama de una belleza sensorial extraordinaria. Puro arte.
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PELÍCULA PARA UN DÍA SOLEADO POR MIGUEL PRADAS.
«La ley no debería imitar la naturaleza, en todo caso mejorarla», recita la voz en off que preludia 'No matarás' (1988), versión extendida de uno de los mandamientos que Krzysztof Kieslowski compone en 'Decálogo', donde brotan borrosos, con la amargura de un tono amarillento, los arrebatos del alma. El cineasta polaco empuja a su protagonista a una atmósfera abrumada por la indolencia, en amalgama con el idealismo de un joven abogado que no está convencido de la utilidad de su profesión. «Toda persona se pregunta en algún momento si aquello que hace tiene algún significado. Cada vez la gente tiene más y más dudas», revela mirando a cámara, como si se hallara en la desnudez de una confesión. Pronto, protagonista y abogado se abrazarían para hacer más fuerza ante la impavidez de un trágico final marcado por jueces que han valorado un asesinato, destino que se ve venir con crudeza para acabar azotando nuestros principios. Ésta es una película de digestión
pesada y, como diría el otro, para ser vista únicamente en días soleados. Kieslowski es un genio que con tres detalles confecciona un retrato. En los primeros minutos de 'No matarás' intuimos, sin apenas mediar palabra, el carácter del protagonista: curtido en la violencia –asiste sin pestañear a la paliza recibida por un transeúnte–, de perturbador talante –pierde la paciencia ante una chica que se está arrancando las canas– y existencia desdichada –se queda absorto ante el cartel de 'Wetherby', un sombrío filme cuyo personaje central se suicida con lentitud teatral ante una desconocida–. Y ahí se inserta el descaro del abogado, entre sugerencias: «En general creo que el impacto de una sentencia o castigo tiene más efecto sobre el resto de personas que sobre el propio imputado». Todo, en la maraña tejida por Kieslowski en torno a la noción de justicia. Al final se trataría, con la música descorazonadora de Zbigniew Preisner, de un viaje a la parte más oscura del ser humano.
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TEMA DEL MES
Q U ERER L O IM PO SIB L E
TEXTO: EMILIO PERIANES
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Quieres lo imposible, lo que no está a tu alcance. Cuando además resulta que ese objeto de deseo ya lo has tenido y lo has perdido, es entonces cuando el anhelo se vuelve doloroso, fuente de locura. C´est la vie. Estoy hablando de directores de cine y del vacío que nos dejan aquellos que se marcharon antes de tiempo. Ese antes resulta relativo, ya que al fin y al cabo el tiempo de la existencia es absolutamente azaroso, no tiene una duración definida a priori. Krzysztof Kieslowski es uno de aquellos directores que nos deslumbró con todos y cada uno de sus trabajos, como espectadores hechizados desde el primer episodio de su 'Decálogo', cuando el niño sale a patinar sobre el lago helado y los padres establecen un estremecedor diálogo silente con el destino a quien los polacos, y el resto de la humanidad, consideran su dios. Descubierto por mí a través de una copia infame, una cinta VHS pasada de mano en mano como algo iniciático o religioso para un cinéfilo militante. Así hasta el décimo capítulo de la primera serie televisiva que tendría la consideración de obra maestra, y de la que al menos dos mandamientos, 'No matarás' y 'No amarás', fueron estrenados en el cine. Les seguiría la trilogía gloriosa de los colores de la bandera francesa, y aquella que tuvimos que ver tres veces, 'La doble vida de Verónica', obnubilados ante tanta belleza, para terminar reconociendo que el guión, de significado aparentemente
oculto, era lo que menos nos importaba. Después la nada, su ausencia, cuando esperábamos que nos acompañase con su poesía filmada, con el ramillete de sentimientos, con la expiación de los pecados, y con la fe en el hombre que duda, que se pregunta constantemente sobre la indefinición entre el bien y el mal, dejándonos llevar, mecidos por la excepcionalidad de sus actrices, exquisitas y extraordinarias –Juliette Binoche, Irène Jacob y Julie Delpy– o por la música subyugante de Zbigniew Preisner, que usaremos, y seguiremos usando, como bálsamo reparador en los días aciagos, en las horas que preceden al sueño, para reconfortarnos con ella, para reconciliarnos con la parte esquiva de la vida, para al fin y al cabo conciliar la paz, el descanso, igual que los personajes de Kieslowski, sometidos a vaivenes dramáticos, trágicos en su mayoría, y que al final aceptan la realidad inmutable, el destino, protegidos por los ángeles, disfrazados estos para la ocasión en los elementos más insospechados de las películas de este hombre, del polaco que consigue hacernos llegar la religiosidad de su pueblo, aislada de cualquier fanatismo, y convertida en útil salvoconducto para la supervivencia. Vuelvo a fijarme en un detalle mágico en 'Tres colores: Rojo': en la paulatina absorción, y posterior dilución, de un terrón de azúcar,
sujeto por los dedos del protagonista, en un primerísimo plano, con el tempo justo para que el espectador se ubique en la mente, en el corazón del entonces casi olvidado JeanLouis Trintignant, en el instante en que va a cambiar el rol, el papel de juez jubilado que ha desempeñado hasta entonces. Es simplemente magia. Comprenderéis que no sirven después para nada las apologías póstumas, la de Tarkovski, o la de Krzysztof Kieslowski, a quienes la enfermedad los apartase para siempre, a esa idéntica edad, 54 años, en la que tantos otros inútiles ruedan y siguen rodando decenas de películas para rellenar filmografias prescindibles, cuando estos dos, y otros como ellos, han necesitado poco más de una docena para demostrarnos que el cine sigue vivo, y que esos artistas a los que llamamos creadores, no se pueden permitir que una sola de ellas, ninguna, quede fuera del olimpo de las mejores, de los clásicos de la historia, esa historia que, con minúsculas, es nuestra propia vida. Nos queda llorarlos, y no haremos otra cosa que dejar escapar las lágrimas, como nos tienen acostumbrados con sus películas, aunque estas sean lágrimas del alma, y mejor en francés, larmes, para reconocer la suerte o quizás la serendipia que para el cine galo fueron los últimos años de Tarkovski y de Kieslowski. Imprescindibles.
08 TEXTO: SILVIA GUTIÉRREZ GUERRERO | PIEZA GRÁFICA: TOM J. MANNING
'TRES COLORES: AZUL' SIN LIBERTAD, TODO SON ATADURAS 'Tres colores: Azul' es la primera entrega de la trilogía que Kieslowski dedicó a la bandera francesa y a sus colores. Estas películas han perdurado en el tiempo gracias a que merecen el calificativo de «obras de culto», pero el presente es el mejor momento para reivindicar con más fuerzas si cabe el lema oficial de la República francesa: «Liberté, égalité, fraternité». En 'Tres colores: Azul' se reflexiona sobre la libertad y el alto precio a pagar por ser libre o, lo que es lo mismo, por elegir vivir una vida sin ataduras. «Mamá, mi marido y mi hija han muerto y yo no tengo casa». Con esta frase, la protagonista, interpretada por una impecable Juliette Binoche, afronta su precaria situación «LA SOLEDAD DE JULIE, ante una madre SIEMPRE ENVUELTA POR LA que padece alzheFRIALDAD DEL TONO AZUL» imer y ni siquiera la reconoce. Un accidente de tráfico pone patas arriba la vida de Julie y, de entre todas las decisiones, ella elige la más valiente: empezar de cero. Llegado el momento nadie sabe cómo actuará ante una gran adversidad. En este caso, cuando se queda sin nada, la protagonista decide poner
distancia para olvidarse de todo y rehacer su vida. El amigo y colaborador de su difunto marido, Olivier, es el único vínculo de unión con unos recuerdos de los que trata de huir. Pero la lejanía con que observa su pasado, como una espectadora, la acercan a facetas de su vida que ni siquiera conocía. A pesar de haber perdido a su familia, Julie no pierde la compostura como parte de su derrumbe emocional. Hasta la criada llora porque ella no llora. De manera que sin caer, ni hacernos caer, en lo fácil del drama, el estilo comedido de Kieslowski nos muestra el sufrimiento a través de la gravedad de los gestos cotidianos de esta mujer. Hay escenas imborrables como la del suicidio frustrado o la de su mano impasible lastimándose a sí misma contra un muro de piedra. Una fotografía cuidada al detalle evoca la soledad de la protagonista envuelta por la frialdad del tono azul: la habitación azul, la piscina, la lámpara de prismas azules... Algunos elementos de este color son más evidentes y otros más sutiles, pero todos crean una atmósfera intimista. La sensibilidad de la banda sonora, junto con la importancia en la historia de una sinfonía sin acabar, llenan esta película con la poesía de las cosas que se quedan a medio camino entre la vida y la muerte. Posesiones, recuerdos, amigos, amores... Todo
09 ello no son más que ataduras y trampas para quien decide dejar su pasado atrás. Este elocuente discurso se enlaza con una simbólica escena de televisión; un miedoso anciano que salta al vacío al hacer puenting. Entre otras posibles lecturas, no sabemos si Kieslowski tenía intención de expresar la necesidad de arriesgarse en la vida, de saltar a pesar del miedo, o de contar con un lazo que nos ofrezca una mínima seguridad. Porque como bien dice la madre de Julie, no podemos desprendernos de todo. En el chiste que al difunto marido de Julie le gustaba contar, una mujer va al médico porque tiene mucha tos así que este le receta un laxante, y entonces le dice «ahora intente toser». De igual modo la vida no siempre nos da el remedio que esperábamos y, quizá por ello, al desviarnos del camino elegido nos planteamos metas que ni siquiera eramos conscientes de que estuvieran a nuestro alcance. El personaje saca a la luz un talento musical que mantenía eclipsado por su marido, un músico de fama mundial, a la vez que sale indemne de situaciones a las que nunca ha tenido que enfrentarse. Con esa libertad que se engrandece ante el miedo y que da fuerzas para salvar a otros que necesiten de ayuda por el camino; como es el caso de su vecina Lucille, una prostituta con la que traba una nueva amistad. Y es que a veces los buenos sentimientos hacia los demás son una manera de cuidarnos a nosotros mismos. El silencio y las imágenes cobran especial importancia en esta película de color azul oscuro. Tan profundo y bravo como el mar. Tan magnético e inalcanzable como las estrellas. Un azul oscuro casi negro.
10 TEXTO: FRANCISCA CASTILLO | PIEZA GRÁFICA: MARKO VUCENOVIC
DE MÁSCARAS, PALOMAS, PRINCESAS ESCUPEFUEGOS Y CRISTALES DE MIRAR (SOBRE FONDO BLANCO) 'Tres colores: Blanco' es una reflexión intimista sobre las relaciones humanas. Dominique y Karol están inmersos en el drama nerudiano del desamor (una forma desgarradora y lúcida de amor, pero amor al fin y al cabo). Ambos se ven abocados al deseo tantalizante de la posesión mutua y absoluta que no puede producirse. Impotentia. O que sólo puede ser en el instante efímero del goce, aspiración de infinitud truncada por el regreso de los cuerpos a la tierra, eternidad del fotograma congelado justo cuando todo lo demás comienza a derretirse y los personajes lloran, mostrando a la persona con la máscara en la mano. Persona. Para sonar, con el peine y el papel en los labios de Karol, la «EN ESTE ANTI-CUENTO, LA PRINCESA ES UN DRAGÓN extraña melodía de la existencia. Y ESCUPE FUEGO» Una maleta de cuero en una cinta transportadora. La pasarela sugiere el topos de la vida como viaje. La senda es estrecha; el traje con el que nacemos, liviano; la maleta es un envoltorio amniótico y la cinta, el canal del parto. Polonia, la madre patria, permite a Karol una simbólica resurrección. «Por fin en
casa». Alegría, pero no sin dolor. La secuencia del juicio por divorcio abre con un hitchcockiano plano de unos pies por la calzada. Luego se detienen, y la cámara aprovecha para individualizar a Karol, pequeño y desvalido en un mundo gigantesco regido por el anonimato y la institucionalización administrativa. Dominique y Karol se enfrentan en pública audiencia por los pedazos de su consorcio marital. Dominique, femme flamboyante, es todo cabello, labios, ojos, mientras Karol pregunta, más a sí mismo que al tribunal, «¿Dónde está la igualdad?». Desde luego, no en la corte de justicia, que ha convertido a Karol en un pordiosero. Impotentia. Ésta es, ante todo, impotencia comunicativa, en la que el elemento lingüístico está presente (Karol no domina el francés), pero va más allá y abarca el fallo en la intención de comprender. Las palomas tienen un significado alegórico y se asocian a Dominique y a su mensaje: sólo quiere ser querida. En este anti-cuento, los roles tradicionales saltan por los aires: la princesa es un dragón y escupe fuego. El frío de la rúa parisina evidencia el patetismo del héroe reducido a cenizas, que observa una escena cercana al esperpento: un anciano escuálido deposita en el contenedor un envase de vidrio, material con el que se fabrican los sueños del voyeur. Sí, el dulce Karol es un mirón: lo primero que muestra a Mikolaj
11 es un cartel de la Bardot en 'Le mépris'. Alusión inequívoca al desprecio de Dominique, cuya silueta, acompañada de otro ser alado, inicia una danza de cortejo, y se eleva, mientras Karol permanece en el subsuelo, arrastrándose como un gusano. Dantesco. Mikolaj-Virgilio ayuda a Karol a salir del infierno. En la nueva Polonia europea todo es posible. Karol se convierte en un self-made man, aunque su primera parada en Varsovia haya sido el vertedero. La nieve amortigua la caída; la voluntad de sobrevivir se sobrepone a la tristeza. Palomas en lontananza... La esperanza es blanca. Engendra una fortuna fácil de la que fácilmente se desprende. ¡Cuánto más arduo es deshacerse de la moneda de dos francos! Francia. Dominique; la semeuse, como el busto de la doncella y los maniquíes de la peluquería, aluden a la mujer perdida; la rama de olivo, al perdón. ¿Lo habrá? La moneda gira como una peonza cósmica, sin contestar. Pero, cuando Karol finge su muerte, arroja el fetiche al ataúd. Con este gesto, se ha dado muerte a sí mismo por segunda vez. Karol pospone su vendetta para recuperar su virilidad. El lecho es rojo, como el deseo de Dominique, pero también como la sangre, como el asesinato del que se la acusará. La luz metálica recorre la espalda de Karol mientras yace con su insaciable Voluptas: no es ya un hombre nuevo, sino un hombre muerto; Karol no existe; el clímax sexual es luz. Universo. Motor del Caos. Por fin ambos han alcanzado la igualdad en la complementariedad: la espada de hielo ha apagado el fuego del dragón. Fundido en blanco.
12 TEXTO: MARIA JOSÉ MORENO | PIEZA GRÁFICA: SERGIO SÁNCHEZ
'TRES COLORES: ROJO' CERRANDO EL CÍRCULO DE KIESLOWSKI De entre los colores que configuran el espectro visible, el rojo siempre me ha fascinado y perturbado a partes iguales, quizás debido a una vasta tradición connotativa: si imaginamos un fotograma donde aparece una pierna femenina calzada con un tacón rojo nuestro imaginario común nos remitirá probablemente a una imagen asociada al erotismo. Si este fotograma enlaza con otro plano consecutivo donde, además del tacón rojo, se aprecia un hilo de sangre goteando rodilla abajo, la interpretación será bien distinta de la primera. Por eso, en los manuales de fotografía y cine, el color rojo se asocia con bastante asiduidad a sentimientos tales como la ira, el amor pasional o el odio aprovechando los valores simbólicos, «EL ROJO SIMBOLIZA AQUÍ LA SOLIDARIDAD, LA CALIDEZ antropológicos y psicológicos que HUMANA, LA JUSTICIA» se desprenden de las culturas del mundo. De cualquier forma, aunque se haya convertido en un cliché demasiado explotado ya en cine, asociarlo a situaciones turbulentas no tiene por qué ser la única lectura posible, como tampoco el virado a verde en ciertas secuencias de películas responde siempre a una situación
de agobio o pánico, ni el azul remite inequívocamente a los sueños. Para comprobarlo no tenemos más que acercarnos a la trilogía de los colores de Kieslowski donde los colores azul, blanco y rojo adoptan atributos tan simbólicos y abstractos como los asociados a la bandera francesa: libertad, igualdad y fraternidad. La última de las tres películas que compone dicha trilogía, 'Tres colores: Rojo' (1994), se sirve bien de esta gama cromática más cálida del espectro para contarnos una enigmática historia donde la ternura que nace de la relación entre Valentine y el juez Kern derriba el estereotipo a la vez que suma un nuevo valor significante al conjunto de atributos: el rojo simboliza aquí la solidaridad, la calidez humana, el azar, cuando no, la juventud, y en todo caso, el destino, pero también la justicia. Con 'Azul', la primera entrega, la poesía hace acto de presencia (quizás más de lo deseado) con una bucólica Binoche quebrada por el dolor y por saberse viviendo bajo una mentira, y la violácea fotografía de claroscuro que acompaña todo el metraje. La segunda, 'Blanco', igual de hermosa estéticamente –los parajes nevados, aunque hostiles, purifican el sacrificio de los protagonistas en aras del amor– repasa las andanzas de una pareja un tanto peculiar dejándonos un valioso ejemplo de amistad y un retrato, en clave de comedia dramática, de lo tormentoso que puede llegar
13 a ser a veces el amor. Pero es la tercera y última película, el epílogo perfecto, donde, para mí, se concentra todo el significado de la trilogía y se cierran las tres historias de forma magistral. 'Rojo' es el encuentro del azar y la casualidad, es el ciclo que se repite y se perpetúa constantemente, la más bella de todas. Un sereno alegato intergeneracional donde reflexionar sobre los devenires del destino, porque al final todos somos objeto de lo inesperado, y nunca es tarde para retractarse, enamorarse platónicamente o dejar que nos desnuden el alma, cuando lo último que nos queda son piedras sobre el piano. Es en este momento, cuando el 'rojo ternura' se apodera de cada frame y, ya hemos perdonado al juez jubilado que ocupa sus días espiando las conversaciones de sus vecinos, el mismo rojo de las cerezas alineadas en la máquina tragaperras que anuncia el fortuito cruce, o el que inunda el encuadre cuando el cartel publicitario subraya el tema existencialista de la historia: «En cualquier momento la vida puede ser frescor», cuando creemos cerrada la trama, Kieslowski da la última puntada: asistimos al rescate de un ferri que cruzaba el canal de la Mancha durante una tormenta, Julie y Olivier ('Azul'), Dominique y Karol ('Blanco') y Valentine y Joseph ('Rojo') han sobrevivido, Kieslowski los ha salvado y reunido a todos en un mismo lugar, incluso a Dominique, quien estaba confinada en una cárcel, y al juez Kern, quien casualmente los ve desfilar mientras ve las noticias en su televisor. Y así, con el mismo plano que dio comienzo, el matiz carmesí penetra en nuestras retinas cerrando el círculo hacia el inminente fundido a negro.
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CINE
CUANDO EL VIENTO SE LLEVA LEJOS TUS OJOS TEXTO: MIGUEL PRADAS
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«No olvides que ha llegado la hora de viajar», escuchamos recitar al inicio de 'El paso suspendido de la cigüeña' (1991), entre el estrépito que unos helicópteros infunden a los cuerpos de dos polizones que se ahogaron en su sueño de alcanzar Europa y la embriagadora música de Eleni Karaindrou. Es la muerte al fin, nos sugiere Theo Angelopoulos, que es cuando «el viento se lleva lejos tus ojos». Veinticinco años después de que el maestro griego del cine, Theo Angelopoulos, narrara en 'El paso suspendido de la cigüeña' la desesperación de migrantes que lo abandonan todo para aferrarse a una vida mejor, las tornas siguen ajustadas al inmovilismo. Por eso siempre viene bien recordar documentos como éste, sensibles, que se dejan tocar con las manos para palpar lo auténtico, que desvelan el latido de una tragedia. Porque el hecho de que ese 'paso suspendido' finalmente llegue a tocar tierra puede significar la diferencia entre sobrevivir o no, como confiesa el militar que
amaga con traspasar la raya azulgrana que divide Grecia y Turquía. Un periodista que opera para reflejar el drama de los refugiados llega a una pequeña población fronteriza en Grecia conocida coloquialmente como 'la sala de espera', donde cientos de turcos, kurdos, rumanos o albaneses aguardan, entre paisajes nevados, la concesión del asilo: «Esperan los papeles para irse a otro sitio. Pero 'otro sitio' ha adquirido para ellos un significado extraño, mítico». En el destartalo de un vecindario invadido, el periodista cree reconocer entre los migrantes
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a un antiguo cargo político (encarnado por Marcello Mastroianni), alguien que huyó de la seducción de la escena pública y del calor de su esposa (la interpreta Jeanne Moreau) sin dejar ningún rastro. Angelopoulos se sirve de este punto de partida –entre cuadros de familias que parecieran posar ante la cámara en trenes de mercancías, con las salpicaduras de esos niños que se amontonan en busca de un jersey y un pantalón enmarcados en el barro– para revelar un camino sin retorno que conduce hacia la libertad, en el que cualquiera correría como nunca en la vida, en el que se deseara el desfallecimiento de la luz de la luna porque podrían vernos, en el que el miedo a morir nos empujara con la violencia de un último aliento. «¿Con qué palabras podríamos dar vida a un nuevo sueño colecti«EL PERIODISTA RECONOCE ENTRE LOS MIGRANTES A UN vo?», se acabaría por preguntar el ANTIGUO CARGO POLÍTICO» desaparecido en su testamento literario, poco antes de adentrarse, sin posibilidad de escape, en la niebla del olvido. En el personaje de Mastroianni surge la debilidad de quien fue poderoso, como cuando Omero Antonutti personificó para Angelopoulos a Alejandro Magno ('Alejandro el Grande',
1980), pero, en este caso, el político contemporáneo creyó haberse retirado a tiempo. «¿Cómo se va uno? ¿Por qué? ¿Hacia dónde?», cuestiona el cineasta griego, de la mano de aquello que dibujaría con pulso de genio en 'Viaje a Cythera' (1984) o poco después en 'Paisaje en la niebla' (1988): el deseo de calibrar el destino con mirada sostenida y tiempos muertos. Porque el escapista de 'El paso suspendido de la cigüeña' tiene mucho en común con el apátrida Spyros de 'Viaje a Cythera', eterno refugiado griego en Uzbekistán, víctima de la melancolía y la intransigencia política: «¿Cuántas fronteras tendremos que cruzar para llegar a casa?». También con los dos niños de 'Paisaje en la niebla', embarcados en un poético itinerario hacia la verdad de su existencia. «Aquí todo se sobredimensiona: la soledad, la incertidumbre, un sentimiento de amenaza. La gente enloquece», afirman , en la atmósfera de una bizarra versión de 'Let It Be', poco antes de que los poderes fácticos intentaran capar por enésima vez la libertad de prensa. Pero más aprietan el periodista, en la búsqueda impenitente del scoop, y la esposa, en el anhelo de agarrar el tiempo perdido. «No es él», dice finalmente cuando organizan el encuentro. Y es que a veces, como nos dicen, es necesario callar para poder escuchar la música.
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LA MECÁNICA DEL CORAZÓN
TRUMAN
GOD HELP THE GIRL
S. BERLA Y M. MALZIEU, 2015
CESC GAY, 2015
POR FRAN RUIZ.
POR CARMEN ALCARAZ.
POR MARTA GARCÍA VILLAR.
Como el efímero latido de Jack, el espectador no puede más que sentir el pecho y las mejillas heladas al ver los créditos finales de 'La mecánica del corazón', una película basada en la novela homónima de Mathias Malzieu, quien la codirige junto a Stéphane Berla. Esta suerte de pócima oscura que combina con estética y lenguaje propios sutiles aromas a Tim Burton, Neil Gaiman o Benjamin Lacombe, resulta a la vez embriagadora e inquietante en buena medida por su indiscutible protagonista, un joven enfermizo prototipo del amor gótico y romántico capaz de todo por su amada. Con un argumento de tinte surrealista y despiadado, el filme se engalana con un contraste poderoso de colores, música y sonidos llenos de matices para construir progresivamente una historia que busca desbordar la emoción. Y lo consigue.
La agonía serena de un último adiós meditado y anunciado. La historia de una amistad incondicional que reconcome con un punzante dolor el estómago del espectador, sorprendido por no dejar de sonreír con ternura mientras retiene las lágrimas durante dos horas. Cesc Gay consigue dotar a su película de una emotividad profunda y contundente sin apenas artificios ni exageraciones dramáticas: solo una honesta realidad que el público agradece cuando se encienden los focos. A su lado en este milagro, la química magistral de dos actores con mayúsculas como Ricardo Darín y Javier Cámara, que sostienen miradas capaces de llegar al corazón. Nadie debería perderse tales días de despedida llenos de bellas locuras e intentos de proteger el destino del inocente personaje que da nombre a una obra maestra: 'Truman'.
Cuando el término hipster se agotaba ya por manido nos llegó este musical; ópera prima del músico Stuart Murdoch. El líder de Belle and Sebastian consiguió realizar una película de hechura formal exquisita que gira en torno a la música como elemento terapéutico y salvador. Eve es una post-adolescente que intenta superar sus problemas psicológicos a través de sus letras y su voz. En el camino se topa con otros dos futuribles músicos: James, pagafantas y sostén emocional; y Cassie. El proceso de formación de la banda se convierte en la excusa para mostrarnos una propuesta donde el esteticismo se impone a la verosimilitud de la narración. Vestidos de cuadros, ropa vintage, gafas de pasta y filtros de color: si a lo hipster se le ha acusado de ser sólo un envoltorio formal, esta película no será la refutación. Y para ser justos, hay un germen de historia interesante. Pero muy pronto el celofán lo envuelve todo y es lo único que podemos ver.
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TELEVISIÓN
CÁLIDA POLÍTICA
TEXTO: FLOR GÓMEZ
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Los que aún no han visto 'Borgen' pueden suponer que el hilo conductor de esta ficción europea sea la naturaleza humana a examen en el ejercicio político. Y van encaminados. Pero lo que no pueden esperar encontrar en el Parlamento danés es la depravación que hay en el análogo género televisivo estadounidense. Hasta en eso 'Borgen' se jacta del modelo de bienestar nórdico. Fiel a ese gélido halo de modernidad, la serie de la cadena pública 'DR' relata las intrigas políticas de Dinamarca a partir del personaje central de su primera ministra, Birgitte Nyborg. Asesores y ministros, amigos y enemigos, acompañan a la novata e idealista dirigente en el día a día en el Borgen, nombre con el que llaman familiarmente al palacio de Christiansborg. Además de poner rumbo al país, Nyborg, madre y esposa, intenta hacer lo propio en el territorio doméstico, en el que no siempre hay lugar para los pactos. Cuando te pasas el día velando por los intereses de
millones de hogares ajenos, corres el riesgo de no sentir tan acogedora la república independiente de tu casa –irresistible la referencia tras ver los fotogénicos interiores de la serie–. 'Borgen' no despista al espectador con múltiples subtramas ni abusa del léxico del estadista. Con una estructura narrativa fácil, sugerentes temas se van deslizando a través de sus tres temporadas (2010-2013). Desde el dilema del envío de tropas a zonas de conflicto, a la inalcanzable conciliación de la vida familiar y laboral, pasando por otras controversias incondicionales de nuestro tiempo, como la
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ecología, la prostitución o la volubilidad del amor. Sólo hay que coger bien el espectro de ideologías en el arranque de la serie para seguir lo que viene después. Laboristas, liberales, verdes, ultraderecha y ultraizquierda… Y en medio de todos ellos, la apasionada Birgitte Nyborg y sus principios, no tan generosa como Groucho Marx en esta materia. Y volviendo sobre el asunto de la edulcorada moralidad de sus personajes, lo cierto es que 'Borgen' se presenta más realista que otras series políticas norteamericanas, como 'House of Cards' o la malograda 'Boss'. Por supuesto, el mito de que el poder corrompe a las personas está muy presente en esta ficción. Pero el pequeño Partido Moderado y su líder, venidos a más de forma inesperada en el sprint final de las elecciones generales danesas, procura mantener su «LA SENCILLEZ DE SUS frescura ética PERSONAJES, EL SUSPENSE durante un DEL JUEGO POLÍTICO» difícil mandato compartido a trocitos con otras fuerzas. Y, pesar de que la bronca en Copenhague pueda resultar mucho más light que en D.C., 'Borgen' despierta la tensión en el público. Ésa de intuir que el capítulo quizás no termine cómo uno desearía. Que no en vano ya nos intriga con una cita
ilustre o proverbio desde su inicio. Sin salir del todo de este tema de los 'buenos' y los 'malos', es impensable crear una serie así en la actualidad obviando el tándem política-periodismo. El cuarto poder no se queda fuera del guión de 'Borgen'. De hecho, el periodismo democrático aspira a ser un personaje más. Se muestra un debate de los asuntos públicos emplazado a prime time, con formatos televisivos con los que por aquí ya nos vamos familiarizando, y algunos arquetipos mediáticos para equilibrar el carisma de esta otra banda de protagonistas, como la periodista incómoda y el editor sin escrúpulos. A pesar de ir perdiendo brillo es sus últimos episodios, 'Borgen' merece el elogio recibido porque nos gusta la sencillez de sus personajes, sus historias entre lo público y lo privado, la sofisticación de la cotidianidad escandinava y el suspense del juego político. Y todos aquellos a los que nos gusta, coincidimos en que sería muy difícil adaptarla en España (al menos, con plena autenticidad). Aquí estamos aún desperezándonos en eso de las coaliciones entre partidos. De momento, mejor escaletar las pugnas de poder de comunidades de vecinos que las de Moncloa. No vaya a ser que nos encaprichemos con la cálida política de 'Borgen'.
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LES REVENANTS
MR. ROBOT
MI SERIE NO SE TOCA
CANAL PLUS, 2012
USA NETWORK, 2015
POR FRANCIS MORIEL.
POR MIGUEL SÁNCHEZ.
POR SERGIO SÁNCHEZ.
Esto no es un manual de literatura. Es novela que parodia los manuales para saber literatura sin tener que leerla. Una burla, pues, de las prácticas manualísticas. Pero vintage: sin llegar a la Wikipedia de literatura para twitteros. Reig cuenta una historia marquesiana: una saga de escritores fracasados, que pretenden hacer la literatura que se ha pasado de moda. El primero de la saga quiere ser neoclásico cuando arrasa Espronceda. El último manda al cuerno la literatura, más o menos antes de Internet. Es una visión pesimista, pero cargada de humor, con retratos desternillantes, como las borracheras de Rubén Darío. El lector se echa unas risas, y algo aprende de paso. Acaso esta ocurrencia de novela/chiste se hace algo repetitiva. Claro que más cansino es Dan Brown.
Elliot aparece cuando más le necesitamos: un programador veinteañero con muchas ganas de derrocar el sistema conoce a un grupo de hackers que pretenden destruir el orden establecido para sanarlo desde dentro e intentar que las grandes corporaciones, aquellas que son el mismo origen del problema, desaparezcan de la faz de la Tierra. Elliot, encapuchado hasta el alma, es un superheroe que durante el día trabaja para una de esas multinacionales que protegen nuestra seguridad informática, mientras que por la noche su único cometido es sembrar el caos financiero y derrocar a aquellos que aglutinan el poder. Esta serie, estrenada hace unos meses, ha supuesto una pequeña revolución televisiva: ¿Quién no se ha parado a pensar en cuál sería el resultado? Probablemente, la libertad.
Quizás sea una burbuja y esté sobrevalorada, pero hoy día parece que la presión social de los seguidores de una serie es capaz de prolongarla hasta lograr un cierre digno y librarla de una cancelación por guillotina que tanto gusta (o poco les desagrada) a determinadas cadenas de televisión. Cada vez lo vemos más: producciones que logran gracias a los acérrimos una temporada final más reducida o un cambio hacia episodios que concluyan, aunque sea apresuradamente, el arco argumental principal. Es lo menos que nos merecemos quienes decidimos pasar parte de nuestro tiempo viendo la tele compartiendo la vida e historias de tantos y tantos personajes. Y qué decir de los autores de esas producciones, maltratados por su propia industria. Una lástima que haya que patalear para lograrlo, pero son los tiempos. Así que la próxima vez que amenacen con cancelar su serie favorita, quéjese: usted puede ser quien haga la diferencia, su salvador.
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MÚSICA
FUSIÓN DE GÉNEROS
TEXTO: DAVID DUEÑAS
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Cuando se habla de los 90 y de música la primera asociación que hacemos recala en el mismo puerto: el ‘grunge’. Pero no solo de esa corriente se nutrió esa más que interesante década y un poco más abajo podrán comprobarlo. Quizás y solo quizás el mejor plástico que nos ha quedado navegaba por mares distintos, respondía bajo el nombre de ‘Odelay’ y llevaba la firma del estadounidense Beck. En 1996 vio la luz este álbum cuya semilla ya había sido plantada en la canción 'Loser', que fue la que le lanzó al estrellato sin tener para nada en cuenta el vaticinio que encerraba su título. En ese tema se encontraban las líneas iniciáticas que algunos años después desarrollaría, poniendo todo su empeño en ampliar ese submundo trazado ahí, en el disco que hoy nos traemos entre manos. Cuando Beck comenzó a trabajar sobre 'Odelay' estaba pasando una época complicada a nivel personal, acentuada por la muerte de su abuelo, y eso se vertía inevitablemente en
las canciones a las que andaba dando forma, que iban floreciendo en un ambiente sombrío y cargado de negatividad. Frenó en seco y dejó el proyecto aparcado porque algo le decía que toda esa extraña corriente podía tomar forma bajo otro prisma y vaya si lo hizo cuando volvió sobre lo que había iniciado. Para la producción contrató a The Dust Brothers y fue una sabia elección porque pusieron la nota de color que esas canciones demandaban, había una manera de destilar dolor sin caer en letanías ni en una sonoridad oscura, opaca, falta de brillo.
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Pero no es este cambio de punto de vista, esta manera de ver una misma cosa desde otra óptica, lo único que nos encontramos dentro de 'Odelay'. También hallamos un salto diferenciador en la sonoridad, todos los que seguían la estela de este inquieto artista desde sus inicios pudieron comprobar de primera mano que se encontraban ante una reinvención total, ante alguien que se rebelaba ante la idea de quedar como autor de un solo éxito. El estadounidense había roto con todo lo anterior de una manera descarada y valiente abriendo un camino que nadie había recorrido antes. Un camino a su imagen y semejanza. Sabía que necesitaba algo diferente y lo encontró. Para ello no dudo en transgredir todos los límites necesarios y en mezclar lo que para muchos era impensable. Las líneas que diferenciaban los géneros y los estilos musicales perdían defini«EL POLVO DE LOS AÑOS ción a medida NO HA MERMADO UN ÁPICE que los temas LA BRILLANTEZ DE 'ODELAY'» tomaban forma. En el estudio se vieron obligados a coexistir, a fusionarse, a perder sus lindes compartimentos que hasta entonces habían permanecido estancos. Folk, rap, country, garage, algo de grunge, electrónica y rap fueron obligados a complementarse desde un punto de vista que rechazaba sus propias
raíces. Tratando en todo momento de mezclar la esencia de cada género en pos del resultado final sin importar lo que hubiera que recorrer para llegar a ello. De la inicial y oscura primera intentona quedó muy poco, apenas tres pinceladas que sirvieron para vertebrar el finalmente luminoso álbum en el que destacan redondas composiciones como 'Lord Only Knows', con sus marcados y pesados riffs, o 'Devil’s Haircut', con esos tambores que acentúan su personalidad. El resultado fue ampliamente satisfactorio y para poder comprobarlo no solo hay que tener en cuenta que fue disco del año para prestigiosas publicaciones como Rolling Stone o Mojo –entre otras– ni los premios que recibió, basta con volver sobre él y escucharlo de manera reposada. El polvo de los años no ha mermado un ápice su brillantez y sigue siendo una apuesta valiente incluso en nuestros días. De ese particular y extraño universo del que nació 'Loser' había mucho material por descubrir y en 'Odelay' se dio cita lo mejor de aquella particular patria y no solo nos quedó un álbum para la historia también se nos destapó un artista que llegaba para quedarse. Un creador que transgredía los límites del compositor y los del escritor de canciones para acabar convirtiéndose en un artista total que no pararía de generar universos propios dándoles cobijo en forma de disco.
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MORENTE
LA SANTIDAD DE ZAHARA
ADELE, 2015
ENRIQUE MORENTE, 2013
POR CARMEN ALCARAZ.
POR MARISA CARMONA.
POR SERGIO SÁNCHEZ.
La artista británica nos ha vuelto a conquistar con el lanzamiento de un nuevo disco titulado '25'. En él sigue estando ella, una voz melancólica, rasgada, potente y con la esencia de las grandes divas, aquellas a las que siempre queremos emular pero nuestras gargantas nunca podrán alcanzar. Con el single 'Hello' consigue engancharnos a un disco donde el resto de la melodía siempre se acompañada por la cuerda y piano que abrazan la letra hasta un baile perfecto en el que dejarse llevar. Pero también cabe destacar el tema 'I Miss You', todo un hallazgo, una especie de electro-soul en la línea de Jessie Ware, Banks o Rosie Lowe, donde su voz brilla más claramente. El disco es un conjunto de melodías profundas, sinuosas, donde Adele se muestra sofisticadamente dulce para seguir conquistándonos.
Más que grande, este 'Morente', que recoge el último concierto del maestro Enrique, es completa e irrefutablemente inabarcable. El genio de la fusión flamenca canta en el Liceo de Barcelona a Picasso, Málaga, Granada y Andalucía, y en definitiva, a todo el siglo XX, y supera con creces las expectativas que se tienen antes de su escucha. Un mantra progresivo recorre muchas de las piezas incluidas en este álbum, que terminan con un pegadizo ritmo del que es difícil escapar. Grabado unos meses antes de su fallecimiento, 'Morente' gira en torno a la figura del pintor universal malagueño: «Yo he nacido de un padre blanco y de un pequeño vaso de agua de vida andaluza», habla Morente por medio de Picasso, y rescata así muchas de las letras de 'Pablo de Málaga'. Tremenda lástima terminarlo y saber que el maestro no volverá a deleitarnos con su arte.
Con cara de niña buena y voz melódica, María Zahara Gordillo no es lo que parece. No es pop. No es ornamento. No es vanidad. No es nuevo indie. No precisa un ejército para hacerse notar. Con solo una guitarra y desbordando atractivo es capaz de llenar el escenario y poner a saltar, bailar o cantar a voz en grito a un público heterogéneo que no cabe en perfiles más allá de la pasión por la buena música. Y es eso precisamente lo que vuelve a hacer en Santa, su sexta criatura. Un disco redondo, ecléctico e iconoclasta que comienza sin casualidades con 'La gracia' y no puede más que terminar con 'Int. Noche'. Autoproducido junto a Sergio Sastre (Miss Caffeina) tras desavenencias con las discográficas, cuenta con la colaboración de músicos de Mucho o Fuel Fandango. Una joya de 11 canciones que puede adquirirse en una edición especial con disco extra, poemario y postales que retratan de manera hedonista y solitaria a esta artista que no es lo que parece. Es mucho más.
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LITERATURA
LA REDENCIÓN IMPOSIBLE
TEXTO: MIGUEL ÁNGEL GARCÍA RUIZ
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Con 'Expiación', Ian McEwan realmente ha expiado todas sus culpas, si es que las tenía. Ha creado la novela total, que puede leer quien busca una novela romántica, quien prefiere las historias bélicas ambientadas en la II Guerra Mundial, los amantes de la novela psicológica donde se desgrana hasta el último significado del más ínfimo gesto, quien gusta de las novelas realistas con un toque de costumbrismo. Pero los verdaderos agraciados somos lo que disfrutamos de la Literatura. Sin etiquetas. En mayúscula. Y es que el autor nacido en Hampshire no ha descuidado nada. Con un argumento creado para hacer aparecer casi todas las pasiones humanas en algún momento, ha optado por vertebrar todas ellas a través de la culpa y la redención imposible, personificadas en Briony, la pequeña de la familia: «Pero sabía que no servía de nada. Por mucho que fregara y por muy humildes que fueran sus ocupaciones de enfermera, y por bien que las cumpliese o lo duras que resultaran, por más que hubiera
renunciado a iluminaciones académicas, o a las vivencias de un campus universitario, nunca repararía el daño. Era imperdonable» (p. 334). Un momento de duda puede arrastrarnos hasta parajes sin retorno. ¿Es posible expiar nuestras culpas mediante el sacrificio de una vida austera, como penitencia autoimpuesta por un fatal equívoco? McEwan usará el poder de la palabra para hacernos sentir el tormento de un alma en esta tesitura. La historia está dividida en cuatro partes muy diferentes: comienza en la mansión que la familia Tallis tiene en la siempre idílica campiña
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inglesa donde se nos narra el transcurrir de un día mirando a través de los ojos de cada uno de los personajes principales: Briony, Cecilia (la hermana), y Robbie (el hijo de la criada). Un acto cambiará la vida de todos ellos para siempre, después de una serie de escenas interiores o psicológicas que incluye temas tan humanos como la pasión, el amor joven, la incertidumbre por el futuro y los celos, y que son descritos casi como en una sesión psicoanalítica por McEwan, que saca el bisturí de cirujano para desvelarnos hasta la última capa del interior de los personajes, usando un lenguaje tan preciso y detallista que da la sensación de que no quiere dejarnos imaginar nada. En este punto, ocurre el otro gran hecho que cambiará la vida de los personajes, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y que el autor aprovechará para cambiar «LAS PASIONES HUMANAS magistralmenA TRAVÉS DE LA CULPA Y te de ritmo y LA REDENCIÓN IMPOSIBLE» vocabulario, y llevarnos, tres años después, a la retirada del ejército británico a través de Dunkerque, en un capítulo que no desmerece a ninguna de las mejores novelas sobre el tema. Esta segunda parte y la tercera componen un díptico, pues en ésta última Briony y Cecilia se convierten en enfermeras (cada una
por razones muy distintas, pero provocadas por el mismo hecho), y el autor consigue que nos metamos en su piel, con algunas escenas muy crudas, no aptas para estómagos sensibles, sobre los heridos que empezaban a llegar del frente francés. El lenguaje de esta parte contrasta profundamente con el del comienzo del libro, muy preciosista y milimétrico, para convertirse en escabroso por momentos: el lenguaje adecuado para mostrarnos la dureza de este trabajo. En la última sección, en una nueva vuelta de tuerca, el autor le da totalmente el papel de protagonista a Briony, convertida en escritora, y desvelando lo que realmente sucedió en una novela, como en un juego de muñeca rusa. Esta parte es casi un ensayo literario donde se nos habla del creador como un dios, con la capacidad de ordenar el caos, viajar al pasado y cambiar el futuro, y que cualquier escritor en ciernes sabrá agradecer. McEwan nos lega una historia con una gran carga reflexiva sobre el significado moral de cada acto humano, con múltiples capas que se van desprendiendo según vamos profundizando, y un uso de los diversos narradores y perspectivas que muestran la maestría en el arte de escribir que ha adquirido, pero que, lejos de pedanterías, no se olvida de lo importante de una novela: el disfrute de leer.
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EL CIELO PROTECTOR
POESÍA 1990-2010
SAUCE CIEGO, MUJER DORMIDA
PAUL BOWLES SEIX BARRAL, 2006
RAFAEL BALLESTEROS ETC LIBROS – FUND. UNICAJA, 2015
POR MARTA GARCÍA VILLAR.
POR MIGUEL PRADAS.
POR ÁLVARO CAMPOS SUÁREZ.
En la extraordinaria novela 'El cielo protector', original de 1949, Paul Bowles disecciona, a hombros de una pareja neoyorquina que viaja al desierto norteafricano, lo intrincado de las relaciones amorosas. Port y Kit Moresby, junto a su amigo Tunner, se adentran en un mundo desconocido e inasequible, en un paisaje que se va oscureciendo sobre kilómetros y kilómetros de tierra rocosa. Es un triángulo de personajes sumidos en la vacuidad barrida por el viento: «La incertidumbre... Nunca se sabe, por eso uno siempre espera». En la edición de Seix Barral de 2006 se incluye un prólogo del propio Paul Bowles en el que ofrece algunos apuntes interesantes de su historia, con el lamento de que Bernardo Bertolucci tuviera la «fatídica idea» de llevarla al cine.
Juan José Lanz, Profesor Titular de Literatura Española de la Universidad del País Vasco y responsable de la brillante edición del libro, señala en su extenso estudio introductorio que «la poesía de Rafael Ballesteros ha de entenderse como un proceso de indagación, de desvelamiento del misterio, que no busca ninguna verdad […] sino un más allá constante, una utopía en continuo progreso». Desde 'Testamenta' (1991) hasta 'Nadando por el fuego' (2015, traducido al francés en 2012), se ofrecen muchos de los mejores versos del poeta malagueño. El volumen, además, supone la continuación del anterior 'Poesía 1969-1989' (ed. José María Balcells), omitiendo oportunamente las entregas de su célebre Jacinto, a la espera, de seguro, de su publicación unitaria y definitiva. Así lo esperamos sus seguidores.
Al equiparar la composición de un cuento con el deleite pausado de plantar un jardín, Haruki Murakami definió el aura que desprende su propia obra: veinticuatro relatos que recorren los motivos y constantes más característicos del autor y que incluso anteceden algunas de sus novelas más emblemáticas como 'Sputnik, mi amor' o 'Tokio Blues'. Por sus páginas encontramos a personajes atenazados por la melancolía, la confusión del dolor emocional, la amenaza a la individualidad o la soledad más fría que pasean a medio camino entre la vigilia y el sueño, entre la irrealidad y lo cotidiano. El imaginario tan particular del autor japonés, de suaves notas de jazz y siniestras sombras oníricas, encuentra en 'Sauce ciego, mujer dormida' un plantel variado y representativo –aunque en ocasiones desequilibrado– que puede resultar grato al lector como forma de soñar con espejos e iniciarse en la evocadora y personal atmósfera que impregna su literatura.
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ARTE
vínculos y divergencias TEXTO: ANTONELLA MONTINARO
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En 'Picasso. Registros alemanes', la dirección artística del Museo Picasso Málaga (José Lebrero Stals) aborda en profundidad la relación entre el genio malagueño y un selecto grupo de artistas alemanes de su misma generación, ofreciendo los resultados de la investigación a través de los vínculos, filiaciones y divergencias que existen entre las obras de todos ellos. En total, 75 obras de Pablo Picasso se muestran junto a más de cien trabajos realizados por otra veintena de artistas alemanes: Max Beckmann, Heinrich Campendonk, Otto Dix, Max Ernst, George Grosz, Erich Heckel, Hannah Höch, Wassily Kandinsky, Ernst Ludwig Kirchner, August Macke, Paula Modersohn-Becker, Otto Mueller, Emil Nolde, Max Pechstein, Franz Radziwill y Karl Schmidt-Rottluff, así como de Lucas Cranach el Joven, Lucas Cranach el Viejo y talleres de Frans Francken. Como reflejo de la evolución del arte moderno, a posteriori contemporáneo, se muestran, además de pintu-
ra, fotografía, grabados, xilografías, litografías y cine que permitieron la reproducción de imágenes. El relato expositivo abarca entre 1905, año de fundación en Dresde del grupo Die Brücke, hasta llegar a 1955, año en el que se inauguró en Kassel la primera 'Documenta', exposición internacional que puso en valor lo que el nazismo había calificado como «arte degenerado» y pasando por el grupo Der Blaue Reiter o el dadaísmo berlinés. Es importante tener en cuenta este arco de tiempo y la vivencia existencial para comprender que el arte recorrió paralelamente
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el mismo camino del realismo a la ruptura vanguardista, donde los artistas abandonan las técnicas tradicionales que las Academias siempre habían defendido para abrir un nuevo camino donde la experimentación con nuevos materiales y lenguajes pudiesen evidenciar una correspondencia con la misma vida. Sin que podamos afirmar una influencia o una deuda artística picassiana contraída explícitamente en Alemania, la exposición muestra tanto el interés como la resistencia que Picasso produjo entre los principales artistas modernos de este país que no optaron por la abstracción. Esta dicotomía se expresa en el modo en el que estos pintores tomaron posiciones y desarrollaron sus obras buscando una manera de crear propia de su idiosincrasia cultural y resistiéndose a las tendencias cubistas, ya que nunca hubo un cubismo alemán, siendo «EL CUBISMO DE PICASSO ésta una temátiES UNA REACCIÓN AL ca escasamente CANON RENACENTISTA» estudiada. A través de las obras de arte junto con documentación gráfica, fotografías, libros y otros materiales que las contextualizan en el tiempo, no se intenta establecer un relato lineal de ese periodo, sino plantear distintas cuestiones que podrían convertirse cada una de ellas en líneas de
investigación o exposiciones independientes. Se diserta sobre las ideas de modernidad, los viajes a países exóticos o las mitologías individuales que caracterizaron a Picasso y a los expresionistas alemanes; se estudian géneros como el retrato, el bodegón, la naturaleza muerta, el paisaje o temáticas como el circo, técnicas como el collage o la relación del arte de vanguardia con la poesía. La exposición recoge, también, la importancia del trato que Picasso tuvo con marchantes alemanes como Wilhelm Uhde o Daniel-Henry Kahnweiler, su influencia en los artistas de Der Blaue Reiter y la confluencia con determinados aspectos del expresionismo: todos los alemanes seleccionados para esta exposición utilizan la imagen figurativa para expresar un sentimiento de rechazo cultural a un orden que ya no respetan. En definitiva, el cubismo de Pablo Picasso responde a una reacción al canon renacentista, a los principios coloristas del impresionismo y a toda la tradición del Romanticismo. Estos cincuenta años de narración-exposición que quiere ser la exposición 'Picasso. Registros alemanes' corresponden a una etapa de grandes cambios en los que, a pesar de los conflictos bélicos, la cultura se diseminó en Europa de un modo excepcional y que este específico recorrido expositivo presenta a modo de pasaje por varios registros complementarios.
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ZULOAGA POR MARISA CARMONA.
ARTE RUSO. DE LOS ICONOS AL SIGLO XX
SON MODERNAS, SON FOTÓGRAFAS
MUSEO RUSO MÁLAGA (ENERO)
POMPIDOU MÁLAGA (ENERO)
El recorrido por la Colección del Museo Ruso de San Petersburgo en Málaga refleja el camino por una tradición pictórica que se mueve entre la atracción por modelos europeos y la irreductible identidad rusa. La muestra traza un arco que arranca en el siglo XVI con la ya larga tradición de los iconos y termina en el llamado Deshielo del régimen soviético, a mediados del siglo XX.
Con más de 150 fotografías de los años veinte y treinta del siglo pasado, la exposición 'Son modernas, son fotógrafas' del Centre Pompidou Málaga pone en valor el trabajo de veinte mujeres, todas figuras significativas de la historia de la fotografía, como fue el caso de Laure Albin Guillot, Marianne Breslauer, Florence Henri, Nora Dumas, Germaine Krull y Dora Maar, entre otras.
El Museo Carmen Thyssen Málaga ofrece hasta el 14 de febrero un merecido homenaje a Ignacio Zuloaga en el 70 aniversario de su fallecimiento. Lo hace a través del 'Retrato de la condesa Mathieu de Noailles' (1913), una de sus obras más representativas, donde plasma en el lienzo la profundidad psicológica de una maja vestida sobre el diván. En ella se vislumbra la influencia que el pintor vasco recogió tras su contacto en París con artistas como Toulouse-Lautrec, Van Gogh, Rusiñol o Gauguin, con quien además compartió estudio. Su rostro se ilumina sutilmente y nos embriaga con una mirada sensual a la vez que desafiante. De esta época se refleja parte de la esencia de la Belle Époque, añadiendo a su estilo el eclecticismo que acompaña la mirada de la protagonista, sin olvidar el toque de clasicismo heredado de los maestros españoles a los que tanto admiraba.
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EL PERFIL
LO IRREMEDIABLE POR SERGIO SÁNCHEZ.
Me levanto en esta gris tarde y lo único que deseo hacer es coger una cuchilla y actuar. Una y otra vez. Parece que no tengo ningún motivo aparente, pero sí. Cada vez que me subo al escenario, las palabras empiezan a brotar de mi boca hasta que la ira y la locura se apoderan de mi mente. La última vez, desorientado, sin salida, mi cuerpo empezó a temblar repentinamente y todo daba cada vez más y más vueltas. No veía al público; «POR TODO ESO, MAÑANA ya no veía a mis VERÉ A HERZOG Y PONDRÉ compañeros de EL ÁLBUM DE IGGY POP» banda. Nada. Solo escuchaba en la lejanía una batería aporreada y un bajo marcando mis pasos. Y guitarras. La que yo tocaba ya no lo hizo más. Impactó contra el suelo segundos antes de hacerlo yo. Y todo fue oscuridad. Todo lo que antes fue luz. Me llamo Ian Curtis, y siento que estoy al
final de mi vida, aunque naciera ahora hace 23 años. Hace cuatro que conocí en un bolo de los Sex Pistols a Bernard y Peter. Hablamos durante horas, y decidimos que teníamos que formar una banda. Luego encontramos a Stephen, el batería. Yo, sin dudarlo, me propuse como vocalista y letrista. Leo y leo y leo a Ballard, Kafka, Gogol y Burroughs y escucho a Bowie una y otra vez. Con alguno de sus temas me despediré de este mundo, no llegaré a los treinta. No lo deseo. Qué pensará mi mujer. La conocí en la escuela, de niño. Tenemos una hija, Natalie, de un año, a la que me aseguraré de dejarle todo lo necesario para que tenga una buena vida. No la veré crecer, lo presiento. Si esta puta enfermedad no para, juro que un día no habrá rastro de mí. Me carcome por dentro, me cambia el humor, lo noto en todos los que me rodean. En el ambiente cuando estamos en el pub, ensayando, cuando hablo con Deborah.
35 Cada vez son más frecuentes mis ataques desde que me diagnosticaron la epilepsia. Ella me dice que me estoy volviendo arisco, seco, impertinente. La perspectiva de una gira americana me altera sumamente, no me gusta el cambio. Solo quiero tocar, pero en mi parcela, desde mi hueco. Imito e imito una y otra vez los espasmos que me produce mi enfermedad con mis bailes, y no paro hasta que caigo. En uno de esos bolos, mientras un chispazo eléctrico recorre mi cuerpo, veo a alguien entre el público. Es una chica alta, morena, misteriosa. Tras el concierto, Annik se presenta: es una periodista belga en busca de una entrevista. Salimos, nos divertimos. Pero mi personalidad continua multiplicándose: el Ian casado joven y con una niña a su cargo, cansado de peleas y gritos, rendido, abatido; el Ian literario, el que busca siempre lo alternativo, lo visceral, lo repulsivo; el Ian esperanzado por un futuro al lado de Annik; y el Ian líder de Joy Division, siempre en línea de fuego con el público, con la prensa, con los productores, con Peter, Bernard y Stephen. A veces siento que les fallo, lo noto en sus miradas, en sus punzantes comentarios repentinos. Por eso, por todo eso, he llegado a una conclusión: mañana veré algo de Herzog y pondré el album de Iggy. Luego, con una cuchilla, o con una soga, o ingiriendo todas las malditas pastillas de golpe, terminaré con mi vida. «Madre, lo he intentado. Estoy avergonzado por todo lo que he hecho, por todo lo que has tenido que pasar por mí. Estoy avergonzado de mi mismo. Adiós».
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INVISIBLE Y REBELDE POR ISABEL BONO.
Cada vez que voy al Prado observo a los turistas que pasan por delante de 'Las tentaciones de San Antonio Abad' de Patinir. Pasan de largo. Todos caen sin remedio en otra tentación, la de 'El jardín de las delicias' de El Bosco. Si no hay conflicto no comprendo la actividad artística. Si no hay placer tampoco. No me contradigo: el placer de encontrar respuestas o, al menos, intentarlo. Pero, ¿y si sólo deseas evadirte, perderte en el paisaje, disfrutarlo, retenerlo por los siglos de los siglos, amén, en una tabla? ¿Y si te toca vivir una época en la que toda representación artística debe ser religiosa o parecerlo? ¿Y si además te toca pasar la eternidad compartiendo sala con el más genial y extravagante de los iluminados?. 'Paisaje con San Jerónimo'. El título ya nos lo advierte: lo que importa no es el santo. Me acuerdo ahora de Corot, que años después
de terminar sus cuadros le añadía personajes. ¿Por qué?, ¿para qué?. Pobre Patinir, yo no paso de largo, yo adoro tus horizontes tan altos y esas rocas diabólicas que parecen cipreses blancos que no creyeran en nada. Pobre Patinir, padre, hijo y espíritu del paisaje en una época fea donde el Arte debía atemorizar y someter. Pobre Patinir, del que no sabemos cuántas obras pintó porque sólo firmó cinco. Representar la naturaleza, qué osadía y, quién sabe, teniendo que sortear a los censores del crucifijo, contaminando el campo con figuras no reciclables. Pobre Patinir, invisible y rebelde al que una hija se le metió monja. Ya lo veo una mañana con los colores del horizonte todavía manchándole las manos, diciendo a su amigo Metsys: «Ahí te lo dejo, pinta tú a San Antonio y ponle de paso un mono».
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JONATHAN FRANZEN: DE TARADOS Y DEMÁS RALEA POR GUILLERMO LAÍN CORONA.
A Jonathan Franzen se le compara con los grandes escritores del XIX, y con razón. No se limita, claro, a la mera narración omnisciente de principio a fin. Su novela bebe de experimentaciones previas, como la generación perdida de Faulkner, y la desestructuración de la trama (principio al final, final al principio, y carambola) recuerda al Vargas Llosa de los comienzos. O sea, Franzen se preocupa por la peripecia y cómo contarla. Además, se extiende en detalles de psicología y sociedad. Abundan en Franzen personajes desequilibrados, como los tarados, borrachos y demás ralea de Zola, y machacados por la vida, a la manera de Steinbeck. Andreas Woolf, en 'Pureza', es un creepy: incapaz para el amor por una relación freudiana con su madre, pseudopederasta y marcado por un secreto oscuro muy Dostoievski en 'Crimen y castigo'. En 'Libertad', la incapacidad de Patty
para las relaciones sentimentales bordea la esquizofrenia, y su hijo Joey (determinismo naturalista mediante) desarrolla una sexualidad repulsiva. Finalmente, Franzen defiende tesis hasta lo agresivo, también como se hacía en el XIX (ahí están las novelas anticlericales). 'Pureza' es un alegato contra el exhibicionismo de la información y del individuo en Internet. Antes, 'Libertad' había sido un tratado sobre las políticas de EEUU tras el 11S y sobre el medioambiente. Como neonaturalista, Franzen se ha sabido superar. 'Movimiento fuerte' (1992) tenía pretensiones, pero era poco más que un best-seller con trasfondo medioambiental poco logrado y personajes planos. 'Las correcciones' (2001) fue su primer éxito, en calidad y ventas. Se superó con 'Libertad' (2010), su mejor obra. 'Pureza' (2015) aguanta el tipo, y pese a ciertos excesos confirma a Franzen como un grande de la literatura universal.
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LIBROS, LIBROS... POR ÁLVARO CAMPOS SUÁREZ.
Abrir un libro es sumergirse en varios mundos a la vez. Inspirar el aroma de sus hojas como si de las del mejor tabaco holandés o de Virginia se tratare, palpar las páginas tanteando su singular grosor y textura de romances, hojearlos en busca de relatos con los que recogerse ante el frío invierno que acecha –ya fuere de estación o de vida– y, finalmente, hincar los ojos y dejarse llevar de la mano por viles asesinos, reyes y malditos. Hace unos años, adquirí la costumbre de disponer algunos ejemplares de mi biblioteca en las estanterías del mismo modo que los afanosos libreros distribuyen novedades en sus templos de guardas y cosidos. En vertical, al borde de los anaqueles, para que me sorprendan en los paseos que suelo iniciar cada tarde en el salón, y que inevitablemente culmino a su vera. Allí, de vuelta niño por unos instantes, altero su orden tal como hacía con mis juguetes más preciados. Son
mi compañía, y sospecho que, de algún modo, también yo soy la suya. Nos cuidamos mutuamente: subido a sus lomos, soplo el polvo de fantasía de sus cubiertas y vuelo al encuentro de Sherezade. He crecido junto a los libros, e imagino que moriré con ellos. Quién sabe. En cualquier caso, me alegra saber que este gusto es compartido por miles –millones– de letraheridos en un tiempo que hace zozobrar los cimientos del negro sobre blanco. Partituras de rosas o dragones con los que defenderse de un planeta loco y despiadado y así, con el breve gesto de un pasar de página, rebelarse contra éste y volver de nuevo a Camelot, lanza en justa. Para mí, un libro es de papel e imprenta (siendo preferibles las antiguas, pues la veteranía les hace adquirir historias invisibles que plasman en los pliegos, atrapando sin error hasta al lector más avezado). Pero eso, creo, ya lo sospechaban, ¿no?