Manual de Uso Cultural 37

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Tema del Mes 04


Perfil 14

Cine 16

Televisión 20

Música 24 Literatura 28

Arte 32


'PLATAFORMA', CRÍTICA Y SEXO SIN RESTRICCIONES POR BEATRIZ CASADO SÁNCHEZ.

'Plataforma' te atrapa desde la primera línea con su prosa contundente, ágil y fresca. Un par de páginas bastan para hacer una radiografía de Michel, un cuarentón anodino, hastiado de la vida e incapaz de empatizar con las emociones propias y ajenas. Tras el asesinato de su padre, hecho que no parece afectarle en demasía, viaja a Tailandia, el culmen del turismo sexual, donde conoce a Valerie, una chica de apariencia y carácter sencillos que más tarde se revela como la materialización de sus fantasías eróticas. Las acciones y diálogos internos del protagonista se alejan de lo moral y políticamente correcto, impregnados del hilo conductor de la historia, el sexo sin inhibiciones, algo que, aunque a priori podría agradecerse tras la moralina hipócrita de los últimos años, se torna en ocasiones tedioso y evita que se profundice en las motivaciones de personajes algo inverosímiles como el de Valerie. Asimismo, la pasividad y carácter

aletargado de Michel contrasta con su profuso análisis de temas como el socialismo, el comunismo cubano, las instituciones públicas o el sector turístico, entre otros. A pesar de que estos datos aporten un interesante contexto histórico, el ritmo de la narración de ve a menudo interrumpido y sacan al lector de la hipnótica historia principal, una historia de amor en realidad, pero contada a través de un lenguaje aséptico con grandes dosis de nihilismo. El conjunto en su globalidad ofrece, sin embargo, una interesante y fatalista crítica ácida a la decandencia de la clase media occidental, al consumismo y a la búsqueda inmediata del placer sexual. No queda títere sin cabeza y los mulsumanes se llevan el plato fuerte. Y es que Houellebecq es sinónimo de polémica; leerlo no deja indeferente y con 'Plataforma' se puede llegar a experimentar amor y odio a partes iguales; el lector decide con qué quedarse.


'AMPLIACIÓN DEL CAMPO DE BATALLA' POR MIGUEL ÁNGEL GARCÍA RUIZ.

Michel Houellebecq pone las cartas sobre las mesa en su primera novela, 'Ampliación del campo de batalla', y nos muestra lo que va a ser su estilo: duro, frío, incisivo y, a ratos, desagradable. Pero, sobre todo, rebosante de una ironía que el autor francés usa para desenmascarar las dulces mentiras de lo políticamente correcto, para no seguir los prejuicios y las premisas sociales, aunque ello implique una travesía por el desierto de la que no hay escapatoria posible. Para este propósito usa en este libro la figura de un ejecutivo de París en una empresa de informática que consigue un buen contrato con el gobierno. O sea, reúne todos los elementos para ser un triunfador de nuestra época: un hombre de ciencias, con buen sueldo, en una de las capitales del mundo. Pero el París de Houellebecq no es la ciudad de las luces que nos venden, si no un lugar frío y despiadado, y la vida de este

ejecutivo es un sinsentido, donde va cayendo en la inanidad poco a poco, abandonando la vida sexual (que a veces quiere creer que es una especie de rebeldía pero, en realidad, sólo es hastío), hasta llegar a una depresión profunda que le inhabilita para vivir: «Siento que se están rompiendo cosas dentro de mí, como paredes de cristal que estallan. Ando como un león enjaulado, rabioso, necesito actuar, pero no puedo hacer nada, porque todas las tentativas me parecen condenadas al fracaso de antemano. Fracaso, fracaso por todas partes. Sólo el suicidio resplandece en lo alto, inaccesible». Y es que el campo de batalla del liberalismo, del capitalismo extremo, se ha ampliado a su vida social y amorosa. Como Houellebecq no cree en los finales felices, al protagonista sólo le queda hundirse en la miseria y la locura poco a poco, sabiendo que eso tampoco le importa a nadie.










Figuras veladas coronan, al fondo del escenario, el viaje alucinado que propone La Fura dels Baus con su 'Free Bach 212', que se interpretĂł hace algunas fechas en el Teatro Cervantes de MĂĄlaga. Se alzarĂ­an como impasibles testigos del sacrificio de la libertad durante el correr de los tiempos.




Justo cuando empiezo a escribir este artículo en la radio informan que han encarcelado a dos jóvenes de 17 y 18 años por abusar de un menor, grabarlo y compartirlo por las redes y precisamente mi primera reflexión sobre 'Happiness' giraba en torno al hecho de que cuando fui a verla al cine, allá por 1998, me impresionó profundamente y la otra noche, cuando regresé a ella, me pareció casi naif.





Un día estás leyendo la prensa, y, ¡zasca!, te asalta el titular de provocación tuitera: según Lucrecia Martel, la gente no se da cuenta de que las series son un retroceso. Como yo me siento parte de la gente y como a mí me gustan las series, me alarmo, me ofusco, me indigno: nos ha llamado fachas en lo tocante a gustos estéticos…





Antes de acometer la grabación de su primer largo, 'Surfer Rosa', The Pixies venían de pisar fuerte con su EP 'Come on Pilgrim', que había agitado los cimientos del rock alternativo. No podemos diseccionar este disco sin hacernos una composición de las especiales circunstancias que florecían, a finales de los 80, en EE.UU. Circunstancias que alcanzarían su máximo esplendor en los maravillosos años 90.





Cuando Stendhal se sentó a escribir 'La cartuja de Parma' tan sólo necesitó 52 días para terminarla. Sin embargo, la profundidad de sus personajes, la descripción de los ambientes y las capas de crítica social que se aprecian en esta obra no hacen dudar de que el autor había estado escribiendo y reescribiendo mentalmente la novela durante muchos años antes.





Las artes se encuentran profundamente vinculadas a la noción de 'utopía'. Etimológicamente, 'utopía' significa «no lugar, algo que no existe, pero que puede llegar a existir con la voluntad de mejorar nuestra residencia en la tierra». El arte es en principio algo que no existe más que en la mente del creador, pero que va cobrando forma durante el proceso de creación en la materia.




COBRA POR ÁLVARO CAMPOS SUÁREZ.

En 2018 celebramos el setenta aniversario del nacimiento del grupo Cobra, acrónimo que, por sus espacios y artistas de referencia, hermanó a través del arte las ciudades de Copenhague, Bruselas y Ámsterdam hasta el año 1951. Las influencias de sus miembros (que con anterioridad habían sufrido la tan extendida condena de la época de practicar un arte 'degenerado') partían directamente del expresionismo, pero también de la lectura de Sigmund Freud por los surrealistas (concibiendo la imaginación no como fuente únicamente cognitiva sino también y sobre todo plástica, visual); en particular, fueron esenciales al inicio las obras de Pablo Picasso, Wassily Kandinsky, Joan Miró o Paul Klee, en un ideal común de combate por la sociedad y la creación libres, de inspiración marxista. Como afirma quien es quizá su máximo experto, Willemijn Stokvis, Cobra y el movimiento Dadá son comparables desde muchos ángulos:

ambos coincidían en la experimentación y la técnica plural y multiforme pero se oponían entre sí en el tono (el primero buceaba en las interrelaciones 'positivas' de la vida y el arte, mientras que el segundo exponía un sarcasmo 'negativo' contra el sistema y su tiempo). Elemento imprescindible, junto a la abstracción lírica francesa y los trabajos de Jean Dubuffet, en la northern Romantic tradition sucesora del informalismo (contradiciendo al crítico Robert Rosenblum, que sólo incluía el expresionismo abstracto de Estados Unidos), Cobra puede considerarse heredero del espíritu de las Revoluciones, del Romanticismo alemán de los 'nazarenos' o del Arts and Crafts inglés. De Alechinsky y Appel a Jorn y Nieuwenhuys, pasando por Constant, Corneille o Dotremont, un gran «monstruo mitológico» amante del primitivismo y la espontaneidad, frente a la estética y el intelectualismo parisino.



SAN GALLERO POR ISABEL BONO.

Alguien dijo una vez que José Luis Gallero (Barcelona, 1954), era la persona que más tiempo podía estar callada y en la misma postura. Pensé de inmediato en Simeón el estilita, pero no creo que este santo poeta, editor y crítico de arte, sea de columnas ni de comulgar con nadie, a pesar de que dirigiera durante años la revista 'Amén'. Hoy encontré 'Tintas comunicantes' (Coda, 2006). No recordaba este libro a pesar de que algunas esquinas doblabas marcan lecturas anteriores. Con ese vértigo que dan los reencuentros dichosos me atrevo a decir que, de todos sus libros, es mi preferido. «Ganarse la vida sin vender el alma. No de la filosofía, sino del humor que seamos capaces de desplegar, dependerá el éxito de nuestra empresa». Sus poemas han derivado en pensamientos y máximas a los que se dedica en exclusividad. Conocí a este poeta casi invisible el 11 de abril de 1991. Primero vi su cara de resucitado

en una foto en blanco y negro. Después confundí a uno de sus discípulos con él: «¿Eres Gallero?». El discípulo negó tres veces. Gallero se sentó a mi lado y no supe cómo hablarle. Escuchó los poemas de los demás con los ojos cerrados. Después leyó los suyos. Poemas como: «¿Cuándo hemos sido felices? ¿De niños, en el prado solitario donde imaginábamos lo que sería nuestra vida? ¿Y cuántas veces hemos abandonado ese prado, en el que la vida se construye sin esfuerzo? ¿Y por qué lo abandonamos?» ('La vida imposible', Coda, 1992). Al salir, alguien le preguntó si tenía algo publicado. Nada. «Entonces, ¿le vamos a perder la pista?». Gallero no llegó a responder, me tomó del brazo y bajamos las escaleras. «¿Vamos a perderte la pista?», repetí yo. «¿Crees que a un escritor se le puede perder la pista?», dijo sin mirarme. Desde entonces no he dejado de seguir sus pasos.




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