Manual de Uso Cultural 35

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Edición Asociación Think Again Redacción y Diseño Miguel Pradas, Sergio Sánchez Entidades amigas Vicerrectorado de Cultura de la Universidad de Málaga, CEDMA Colaboradores Emilio Perianes, María José Moreno, Marisa Carmona, María Sánchez, Isabel Bono, Yanet Vega, Paloma Gálvez, Juan Alcalá, Tom J. Manning, Fran Sánchez, Antonio Gómez Hueso, Bruno Perrier, Marta García, Daniel Torres, Miguel Blasco, Beatriz Casado, María Lourdes Núñez, Álvaro Campos Suárez, David Dueñas, Jesús Callejo, Antonio J. Quesada, Miguel Ángel García Ruiz, Javier Macías 'Mazi', Iván Oneka, Lucía Polo










12 Texto de MIGUEL PRADAS | Pieza Gráfica de JUAN ALCALÁ

'PNIN' Y NABOKOV, ESPEJOS Y ESPEJISMOS Probablemente sea 'Pnin' (1957) la obra de consolidación de Vladimir Nabokov. Novela con retazos autobiográficos, aborda las peripecias de un inmigrante soviético que empieza a dar clases como profesor asociado, del mismo modo que hiciera el escritor en Nueva York. El deambular de Timofey Pavlovich Pnin por el campus del «provinciano» Waindell College responde a la tragicómica radiografía de una sociedad desconcertante, competitiva, desmemoriada, que se confronta con su filosofía vital. «No sé por qué me gustan tanto los espejos y los espejismos», se preguntaría Nabokov en más de una ocasión, siempre ojeando los desafíos de la memoria. Se dice que muchas de las peripecias de Pnin se basan en lo vivido por su creador tras llegar a Estados Unidos desde París a inicios de la década de los cuarenta. Herencia de lo visto, de lo disfrutado, de lo sufrido. La «ARROJA A SU PERSONAJE novela plasma HACIA LA INCOMPRENSIÓN: la dificultad de UN ERUDITO IGNORADO» dominar un idioma para salvar la infravaloración, incluso el ridículo... Como resaltaba Nabokov al describir a Pnin: «Un hombre de gran coraje y moral, de serena sabiduría, fiel a un solo amor, caracterizado por la autenticidad y la integridad. Pero, obstaculizado por su incapacidad para dominar el

inglés, se asemeja más a alguien del que reírse que a un intelectual cualquiera»... Aquí, el estilo preciosista de Nabokov, con tono imperial cuando habla de pastos rusos y cielos transparentes, o de trenes que parecen silbar en las estepas, o de sombras que viran del verde oliva al azul grisáceo, se encuentra con la singularidad de un personaje que se nos presenta a modo de caricato («idealmente calvo, bronceado y barbilampiño, con simiesco labio superior, grueso cuello y torso de forzudo circense, con un par de piernas zanquivanas y unos pies de aspecto frágil») con el que regocijarse: la historia empieza con el profesor Pnin de camino a una conferencia embarcado en el tren equivocado... Y termina, dispuesto ya frente a su audiencia, sujetando ante sí un texto muy distinto al que tenía planeado pronunciar... Nabokov arroja a su protagonista hacia la incomprensión, como un erudito al que sus alumnos de lengua rusa ignoran cuando pretende atraerlos a una excursión literaria o histórica. En ese contexto de cursos elementales, de clases que apenas dejan poso, ni apelar a Pushkin le salva ya de la intrascendencia. «Me digo: pasarán raudos los años / y por muchos que aquí nos encontremos, / todos iremos a la eterna fosa / y para alguno ya llegó su tiempo», evoca Pnin, aventurándose en la revolucionaria esperanza de 'Ya vague por las calles


13 ruidosas', cuyo eco, tan fino, tan majestuoso, se acabaría ahogando entre risas. Leemos al escritor de San Petersburgo recitar eso de que «algunas personas odian los finales felices». Y abocando a la pérdida inexorable, labrar una sentencia: «Lo dañado es la normalidad». A ello se ajusta el pasado de Pnin, del que reniega frente a la insistencia de ese narrador que luego cobra vida. Como en una mera coraza de carne se sentía el protagonista, como un cerebro de pretendido alejamiento del paisaje, al fin y al cabo transfigurado en The Poor Pnin: tal que así quiso llamarlo Nabokov en los preámbulos. Al hielo de la experiencia y al fuego de la inspiración, a las luces y a «todas las máscaras de la mente», se abrazó habitualmente Nabokov para explicar su trayectoria, con personajes que «se encrespan cuando me acerco con mi látigo. He visto avenidas enteras de árboles imaginarios perder sus hojas ante la inminencia de mi paso», diría. Pnin también se agita, a su manera, en moderada resolución, ante la disciplina de su creador: su vida era una lucha a contracorriente con «insensatos objetos que se rompían, o que le atacaban, o que se negaban a funcionar, o que se perdían maliciosamente en cuanto entraban en la esfera de su existencia». El mundo parecía discurrir despistado y Nabokov estaba asignando a su 'héroe' la complicada misión de «enderezarlo»... La realidad finalmente empujaría a Pnin por otros derroteros, más amargos, menos agradecidos, fulminantes, como bien saben quienes se manejan en las entretelas de la carrera académica. «Recapitule», acertaría apenas a contestar mientras se desgarraba su sueño.



Con 'Belle de jour', Luis Buñuel se adelanta medio siglo a algunas de las conclusiones que sobre la prostitución esboza la escritora francesa radicalmente pro-femenina Virgine Despentes en su ensayo 'Teoría King Kong': «No estoy afirmando que en cualquier condición y para cualquier mujer esta forma de trabajo resulte anodina».





David Lynch, desde su último y polémico largometraje 'Inland Empire' ha estado desaparecido del mundo del cine durante más de diez años, tiempo que ha invertido en realizar cortos, anuncios y videoclips… ¿Qué le alejaba de volver? ¿Perdió la motivación por el cine o era la ausencia de financiación de sus futuros proyectos? ¿Tiraría la toalla tras cuarenta años de carrera?





La historia de Marc Bolan tiene los tópicos de los músicos limítrofes. Drogas, excesos, muerte prematura, aunque en esta ocasión fuese fruto de un golpe del advenedizo destino. Nacido en la periferia londinense cumplía todos los roles de un chico de barrio suburbial, que a la sazón no eran –no son– más que ir creciendo entre el casi inalcanzable éxito personal y el asegurado fracaso en todas las parcelas de la vida.





¿Nieve o nubes? ¿Qué es lo que corona la cima del Fuji un 22 de septiembre, recién iniciado el otoño? Es lo que se preguntan dos amantes, reencontrados tras muchos años, mientras observan desde un tren al mítico monte, realizando un breve viaje nostálgico para mitigar dos desgracias inmensas: la del hijo recién nacido, arrebatado y perdido, tal vez muerto, y la separación dolorosa y definitiva de ambos en medio de la Guerra.




El nombre de Paulin Etienne Gagne (1808-1876) tal vez no les diga nada. No se preocupen. Es normal y hasta difícil conseguir datos sobre este curioso personaje que de normal no tenía nada. Lo poco de lo que tenemos certeza es que fue un escritor utópico lleno de ideales imposibles.

«INTENTÓ CREAR UNA LENGUA ARTIFICIAL QUE NI ÉL MISMO SABÍA HABLAR»


«QUERÍA PALIAR EL HAMBRE SACRIFICANDO ANCIANOS COMO COMIDA»



Los hijos de los genios tienen la ventaja de haberse criado en un ambiente de estimulación intelectual y de mayores oportunidades. Sin embargo, cuentan con la desventaja de tener que brillar aún más fuerte para que la sombra de sus padres no tape su propia singularidad. Consciente de esta situación, Alexéi quiso que su hijo creciera junto a Kandinsky o Paul Klee; pero le aconsejó que usara en su firma el apellido de su madre.









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