Revista de la Fundación Bigott AÑO
A
R
T
E
•
T
E
N
D
E
N
C
I
A
S
•
O
P
I
N
NÚMERO
4.15 Febrero Marzo / 2007
P.VP. Bs. 8.000,00
REPORTAJE CORTE MALANDRA ENTREVISTA AQUILES BÁEZ FOTOGRAFÍA LUIS LARES ENSAYO NURIA AMAT ARTE SIGFREDO CHACÓN PERSONAJE LUIS RICARDO DÁVILA POESÍA MÁRGARA RUSSOTTO MINI RELATOS PEDRO RANGEL MORA
I
Ó
N
E
editorial
E
n cuanto a proyección cultural internacional, Venezuela vive hoy un gradual desdibujamiento. Se le añora en las tribunas, en los foros, en las ferias de libro. Con la honrosa excepción del Sistema de Orquestas Juveniles, que cuenta con vida propia desde los años 70 y que hoy sobrevive gracias a apoyos gubernamentales y multilaterales, convirtiéndose en un fenómeno continental y en un modelo de inversión cultural para la transformación social, el resto es retroceso y reclusión. Hace apenas unos años, nuestro diseño gráfico recibía reconocimientos internacionales, nuestros artistas contaban con exposición continental, nuestro teatro convocaba al más importante festival teatral de Iberoamérica, Monte Ávila Editores le daba refugio a la intelectualidad del continente. La comparación con la fuerza que hoy experimentan México, Argentina, Colombia, Chile y, por supuesto, el coloso Brasil, no resiste el mínimo ejercicio. Vamos desapareciendo, lentamente, y llegará un momento en que nadie nos extrañe: la cotidianidad será no ver a ningún artista, intelectual o escritor en ningún foro internacional. La observación es pertinente porque apunta al desencuentro entre tres cruciales agentes culturales: políticas públicas, sociedades e instituciones y sector privado. Allí no existe concierto y cada quien anda por su lado. Un precepto de la UNESCO indica que toda política cultural se construye a partir del consenso entre estos agentes, y en ese mandato el papel del Estado es tutelar como agente que convoca a las restantes fuerzas. Tarea que sigue estando pendiente. Pero el Estado, que no la sociedad y menos la cultura, es el gran objeto de estudio del momento: ¿en qué se ha convertido, por qué crece, por qué tiende a concentrar y no a desconcentrar, por qué se devuelve a formas políticas que parecían superadas? Preguntas todas que tampoco se pueden contestar sin tener en perspectiva tanto la historia como nuestras tradiciones culturales. Y en este orden de ideas, la mayoría de los estudiosos tiende a reconocer que el cruce entre dos líneas históricas –una que en su afán por el igualitarismo compromete las libertades individuales y otra que en la defensa de estas mismas libertades se olvida de las deudas sociales– marca el momento actual con una claridad meridiana. Queriendo arrojar más luz sobre este debate crucial, Veintiuno ha querido abrir sus páginas, respondiendo siempre a la idea de que el diálogo y la crítica constructiva son consustanciales a la vida democrática. Quizás para atender las tareas menores –como podría ser la proyección de la cultura venezolana, que tan importante es dentro del concierto de las naciones– debemos ir primero a las mayores –como pensar, por ejemplo, qué modelo social es el que se quiere para el país de este comienzo de milenio. Entre nuestros aciertos y desaciertos, estaremos dibujando el destino nacional y, por ende, el de nuestra cultura en el tiempo.
Antonio López Ortega
Junta Directiva Presidente Rodrigo Busto Directora Maria Vargas Director Daniel Foggia Director Rafael Silva Director Alejandro Marco Directora Patricia Márquez Director Víctor Guédez Director Antonio López Ortega
Director Antonio López Ortega Editor Edmundo Bracho Coordinación editorial Miriam Ardizzone Dirección de arte Manuel González Ruiz Diseño gráfico Manuel González Ruiz Alejandro Calzadilla Liu Prato factoría gráfica
Edición de fotografía Nelson Garrido Corrección Alberto Márquez Leya Olmos Publicidad y mercadeo María Ángeles Octavio Distribución y ventas Luis Espinoza Asistente editorial Adriana Manrique Pre-prensa e impresión La Galaxia Distribución El Universal Depósito legal: PP200402CS1723 ISSN: 1690-9216 VEINTIUNO no comparte necesariamente las opiniones de sus colaboradores. Revista Veintiuno Fundación Bigott, Plaza Sucre, Centro Histórico de Petare, Caracas. Correo electrónico: coordinación@revistaveintiuno.com Teléfono: (58-212) 205 71 11
Índice revista veintiuno
/ año 4 / número 15 / febrero - marzo 2007
Z
P
ona fr anca
ar a
Libros
Mario Szichman Libros que no pienso leer / 6
La enfermedad de Alberto Barrera Tyszka Miguel Gomes / 68
Milton Quero N. Para trocar un corazón / 8
16
Banderas del rey de Ángel Rafael Lombardi Tomás Straka / 69
Andrés Boersner Oliveros a diario / 10 Salvador Fleján El coronel no tiene quien lo lea / 12
Los Negros Kimbánganos de Zouleyma Escala Muñoz y Rafael Fernández Villegas Moraima Guanipa / 69 Permiso para pecar de Alberto Soria Marc Caellas / 70
Rafael Osío Cabrices A merced de los corsarios / 14
R 22
eportaje
46
ntrevista
Aquiles Báez: El sereno compás de la tortuga Armando Coll / 40
D
Luis Lares: Señalado el infinito Tomás Rodríguez / 46
La evaluación de los términos libertad e igualdad –y de sus significados– reaviva un viejo debate sobre las ideas de bienestar individual y social. ¿Son acaso valores mutuamente excluyentes? ¿Cuán reñido está el igualitarismo con las nociones de libertades? ¿Qué nos revela el aparente antagonismo «libertadigualdad» sobre nuestra realidad nacional? / 22 Luis Pedro España N. Más allá del «mal necesario» / 24 Gisela Kozak Luchar por la diferencia / 28
58
E
Velas y balas para Ismaelito Apología de la violencia para unos, rescate de los códigos de caballería barrial para otros, el ritual de la Corte Malandra va en ascenso entre espiritistas y balaceras Alexis Correia / 16
ossier
señas
P
ortafolio
E
nsayo
Nuria Amat Yo viendo el mundo desde el otro lado de un periódico / 56
A
rte
Sigfredo Chacón: Revelación y ocultamiento Víctor Guédez / 58
P
oesía
Margara Russotto Poemas / 64
Isabel Pereira Pizani La igualdad como mentira de Estado / 32
R
Elías Pino Iturrieta El afán de épica / 36
Pedro Rangel Mora Crimen perfecto (Mini relatos) / 66
elato
V EIN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 6
De muerte lenta de Elisa Lerner Karina Sainz Burgos / 70 El horizonte encendido de Rafael Osío Cabrices Elis Mercado M. / 71
Discos
Varios de Cardopusher Junior Ruiz / 72 Debe estar nevando de Bajo Sospecha Arnaldo E. Valero / 73 Monte y culebra de Panasuyo Boris Felipe / 73
Exposiciones
Carlos E. Palacios Homenaje a Jesús Soto / 74 Serial (varios artistas) / 74 Fiestas y tradiciones venezolanas / 75
Cine
Edmundo Bracho Los infiltrados / 76 Babel / 76 Old Boy / 77
Personaje
Luis Ricardo Dávila: El petróleo como sinónimo de alma Silvia Lidia González / 78
Libros que no pienso leer
/ Mario Szichman
L
os mejores estantes de mi biblioteca, aquellos ubicados a la altura de los ojos, están dedicados a una selecta antología de los libros que no pienso leer. Es una colección que he ido archivando con esmero, durante muchos años, en los distintos países en que he vivido. Comenzó en Buenos Aires, cuando era apenas un adolescente, continuó en Bogotá, y luego en Barranquilla, Caracas, Washington, y ahora en Nueva York. Mi colección crece con cada año que pasa, y se va a transformando en un verdadero repertorio de todas las lecturas que nunca voy a emprender. Ya tengo ciento cuarenta y dos libros que no pienso leer. Tal vez en menos de diez años esa colección conste de unos doscientos libros favoritos cuyas páginas se mantendrán para siempre cerradas a mi escrutinio. Acepto que no es una vasta colección. Por otra parte, tampoco estoy en una posición de hacer cotejos. No conozco una sola persona que se vanaglorie de una colección similar, aunque sí abundan quienes aseguran haber leído un libro tras examinar someramente la contraportada. (Por cierto, uno de los requisitos de todo libro que no pienso leer es que carezca de contraportada, pues la menor tentación generada por esa contraportada podría forzarme a abrir las páginas, y a elegir un libro previamente considerado ilegible. Y en ese caso, mi colección de libros que no pienso leer podría menguar, al principio de manera imperceptible, y luego a paso de vencedor.) Otro problema que me agobia es cómo archivar estos libros. En primer lugar, carezco de guías. Hay multitud de antologías de los Mejores Cien Cuentos de la Literatura Anglosajona, o sumarios de las Mejores Cien Novelas de la Literatura Universal, pero ni uno solo está dedicado a los Cien Mejores Libros que no Deben Leerse. Y eso me obliga a ser crítico y guía de los libros que no pienso leer. A veces, glosando a Borges,
pienso que se trata de un «desvarío vasto y empobrecedor» guardar esa clase de libros. Mi tarea no sólo es infructuosa, sino que a veces se confunde con la de otros profesionales que hacen lo mismo que yo, pero por razones prácticas: bibliotecarios y bibliófilos. ¿Cómo explicar a mis amigos que lo mío es enteramente original, sin antecedentes ni consecuentes, sin propósito útil alguno? Todo profesional de la recopilación de libros puede decidir a su libre albedrío si lee o no los volúmenes que caen bajo su protección. En
realidad, cada libro que pasa por sus manos es un objeto sin carga emocional alguna. Puede echarle una ojeada, revisar su índice, tocar sus hojas para verificar su estado. E inclusive, si así lo decide, también está autorizado a leerlo. Pero eso me está negado. Y si bien puedo releer tres o cuatro veces mis libros favoritos, no puedo hacer lo mismo con los libros que no pienso leer. Después de no querer leerlos la primera vez, ¿cómo puedo emprender la laboriosa tarea de no leerlos en tres o cuatro ocasiones distintas? Repaso mis libros favori-
ILUSTRACIÓN: P A B L O I R A N Z O
tos porque siempre encuentro algo nuevo en cada lectura. Tal vez mis años, tal vez otra clase de experiencias, me ayudan a iluminar zonas del texto que antes había descuidado o ignorado. Pero ¿cómo puedo saber si la tercera o cuarta oportunidad será superior a la primera en los libros que no pienso leer? Y después está la selección. ¿Cómo enterarme por anticipado que no pienso leer un libro, si no lo leo antes? Algunos de ellos tienen índices, y pueden informarme de por qué no debo leerlos. Pero ¿qué ocurre cuando carecen de índices? ¿Dan los títulos algún indicio de por qué debo abstenerme de leerlos? Puedo ignorar vastos campos del saber universal y limitarme a ampliar mi ignorancia en temas que me interesan, como literatura, crítica literaria, historia, modas. Hay autores que sigo y otros que detesto. Pero, ¡cuántos autores que admiro están a veces muy por debajo de sus méritos! ¡Y cuantos autores que aborrezco han logrado a veces sobresalir a pesar de sí mismos! Y la incertidumbre de optar entre esas lecturas que no pienso emprender es a veces una completa agonía. Sospecho que muchos de esos libros cuya lectura me está vedada no son necesariamente mediocres o malos. Por el contrario, creo que en ocasiones pueden enseñar más cosas al escritor que muchos de los buenos libros. ¿Aumenta mi ignorancia al no leer esos libros? ¿Estoy perdiendo en esa ausencia de lecturas un saber que podría abrirme la mente a nuevos mundos? ¿Acaso ese rechazo a abrir un libro que no pienso leer me está privando de un nuevo Kafka, de un nuevo Celine, de un nuevo Faulkner? Eso es imposible de juzgar; para eso debería leerlos.
Tengo 142 libros que no pienso leer. Tal vez en menos de diez años esa colección conste de unos 200 libros favoritos cuyas páginas se mantendrán para siempre cerradas V EIN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 8
trocar un corazón/ Milton Quero A.
S
i por un momento nos dijeran que Voltaire no murió en 1778 y que abandonó el «ser» en 1775 para ser el otro, el doble –la alegría de ninguno, pluralidad del embozo que se repite infinitamente como el rostro en un espejo–, y que gracias a esta inversión vivió hasta 1790 bajo el nombre de Gustave de Tamerville, no tendríamos ninguna duda en afirmar la insensatez de tal teoría. Pero he aquí que, por maravilla de la ficción, Luis López Nieves nos «troca» la historia, nos revierte los hechos para darle paso a una ficción histórica que nos convence de aquellos sucesos, como si de la historia misma se tratara. Y, una vez «trocada», adquiere infinitos significados. Porque la «historia trocada» es la posibilidad cierta de imaginar otros hechos, o de invertir la tradición, ya que la historia siempre termina siendo una posibilidad de encuentros, o mejor aún, como dijera Roland de Luziers: «la historia no es una ciencia exacta». Por lo tanto, podemos imaginar con ella cualquier encuentro inexacto, como es el cruce de vidas entre el histórico Voltaire y el ficticio Gustave de Tamerville. El corazón de Voltaire es una de las primeras novelas epistolares concebida por medio de correos electrónicos. La manera de anunciarnos los capítulos viene dada por el asunto. Cuando se abre el correo, allí está el capítulo, y éste dura el tiempo que los personajes se tomen en cartearse. Su estructura se bifurca en microhistorias que van engranando y enriqueciendo la historia cardinal. El lector desciende por una corriente de sucesos que como delta va irrigando toda la historia principal: demostrar que el corazón expuesto en la Biblioteca Nacional es el corazón de Voltaire. Fascinante es la novedosa manera que maneja el autor para construir
personajes a través de correos electrónicos; allí están los caracteres vivos y palpitantes, sus perfiles psicológicos y con ellos sus circunstancias, a medida que escriben en el ordenador. La simple pregunta del presidente de Brasil sobre una verdad histórica, ¿dónde se encuentran los restos de Voltaire?, y que los miembros de la embajada francesa acreditados en ese país sudamericano parecen ignorar, desata el arranque de una historia vertiginosa y difícil de soltar, donde se cruzan constantemente la verdad histórica y la ficción. Esta novela posee el difícil encanto del equilibrio, ese que permite que sea disfrutada tanto por un lector incauto como por otro avezado, que domine grandes referentes literarios. La inserción de lo novelesco en la verdad histórica es algo que López Nieves hace con tal maestría que en su ejecución va implícita su modalidad literaria: «historia trocada». La historia inicial se detiene a investigar si el gobierno francés ha podido dar con los restos del gran filósofo François Marie Arouet, Voltaire. Su tumba fue profanada en 1814 por fanáticos nacionalistas –ironías del destino, él que siempre combatió todo tipo de fanatismo. Lo que sigue luego es una sucesión de historias, personajes, ambientes, subtramas que se desglosan cual Matriuska, llevándonos de una peripecia a otra sin perder de vista la historia principal. Una variedad de temas se entrelazan en esta magnífica novela, expresados con inteligencia y mesura. A los ojos de un lector muy atento traspasan, sin duda, el estatuto de novela negra con que la crítica especializada suele rotular este tipo de narraciones. Maravilloso, por lo diestro, el
ILUSTRACIÓN: P A B L O I R A N Z O
Para
tema del doble, la duplicidad de la máscara, el juego vertiginoso de ser otro y contemplarse a sí mismo desde este artificio que ejecuta en nuestros dominios nuestras imputaciones, la inversión de la personalidad y de sus múltiples significados, dejar de «ser» para ser ficción, es decir, buscar que la otredad resulte tranquilizadora. Voltaire, que siempre anheló ser otro, su anagrama así lo indica, ve realizado este sueño. «Hoy, 5 de junio de 1775, a los ochenta años de edad abandono para siempre mi vida como Voltaire y me convierto en conde de Vire.» La profunda atracción de la historia deriva de cómo nuestro autor hace coincidir la historia personal con su mecanismo ficcional; pero esta mentira «trocada», este artilugio ficcional que opera con sincopados golpecitos en la psique del lector, encubre una profunda verdad, una verdad que viene del pasado y se instala en nuestro presente inmediato con la sola mención del
El corazón de Voltaire es una de las primeras novelas epistolares concebida por medio de correos electrónicos. La manera de anunciarnos los capítulos viene dada por el asunto V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 10
nombre de Voltaire. ¿Qué otra cosa se «lee» en esta novela? Además del acto novelesco per se, también hay que decir que El corazón de Voltaire es un canto a la defensa de la libertad intelectual, a la diversidad ideológica y a la tolerancia religiosa. En definitiva, se trata de un alegato en contra del racismo, la xenofobia, la homofobia, el totalitarismo y el fundamentalismo ideológico y religioso, que son algunas manifestaciones de cómo se vulnera la condición humana. Porque, llevándonos al pasado, López Nieves nos cuenta una verdad absoluta del presente, la intolerencia, que está acabando con nuestro futuro y colapsando la relación que tenemos con él. Justamente, la tolerancia entendida por Voltaire consistía en que los gobiernos no proscribieran ni prescribieran ningún tipo de religión concreta a sus súbditos, incluso que les permitieran no tener ninguna, es decir, alcanzar el logro político consistente en un Estado laico, bajo cuya tutela imparcial cada ciudadano busque la salvación de su alma como mejor le parezca. Todo esto es posible gracias a la bondad literaria de una ficción que se teje en el siglo XXI y que nos lleva a una verdad histórica vivida en el siglo XVIII.
Oliveros a diario
/ Andrés Boersner
L
os diarios de Alejandro Oliveros poseen una suerte de continuidad o equilibrio en su ejecución desde que los iniciara en 1995. Considero pertinente que se identifique siempre con el subtítulo de «diario literario». Pero los demás elementos no pueden ser tomados a la ligera. Ni siquiera estamos medianamente seguros de que la parte literaria sea la que predomine en el tiempo. Podría tratarse más bien de un estimulante para la exploración existencial, como los de Amiel o los diaristas franceses del siglo pasado; para la interrogación histórica, como los de Junger; para el pulimento de estilo y laboratorio narrativo, como los de Kafka, o para el ejercicio académico, como los de Hannah Arendt. No aventuro otra posibilidad para no salirme del esquema de justificaciones religiosas, históricas, terapéuticas y profesionales que les asignan Roland Barthes y, palabras más, palabras menos, Alan Pauls, a los diarios.
supone un riesgo poco común en nuestra literatura. Conozco a varios escritores que llevan diarios, uno de ellos desde hace 40 años. ¿Por qué no los publican? La respuesta es siempre la misma: por temor al desnudo y a la confrontación con los seres queridos. Considero sincera la exposición que hace el poeta. Si quería mostrar una imagen ideal creo que fracasó. Aquí tenemos a alguien muy despierto pero también a alguien que duda y exhibe sus llagas. En estos diarios se demuestra lo que ya sabíamos: que la vida es un viaje. Nos puede llevar de Valencia a Venecia, de Auden a los griegos, de la alegría al desasosiego, pero el viaje de Alejandro no tiene desperdicio, es un viaje creativo, acompañado de marginales como Joseph Roth o profetas del paganismo como Apolonio de Tiana. En estos «Tristes cuidados» la variedad temática viene acompaña-
da de una proliferación de formas. Aquí nos tropezamos con aforismos, poemas, ensayos, traducciones y hasta algún cuento camuflado como sueño. Esta contienda de géneros se nutre de una diversidad no menos generosa de lecturas. La inclinación es decidida hacia aquellos clásicos contemporáneos obviados por la crítica como el propio Joseph Roth o Julien Green, uno de los grandes diaristas de cualquier época. Cuando Sebald, Zagajewski, Paul Celan o Sándor Márai comenzaron a ser conocidos en nuestra lengua ya Oliveros se había ocupado de ellos. Sus apuntes son una suerte de guía que alienta a expediciones más largas y profundas. Tiene la ventaja de conocer varios idiomas y de leer buena parte de estos autores en el original. Es implacable con las versiones españolas a las cuales denomina, por su arcaísmo y torpeza, como «francopolitanas». Pero siempre estará dispuesto a reconocer un Chateaubriand o un Eckermann bien traducido.
La escritura de diarios sigue siendo terreno marginal en nuestra literatura. El siglo XX venezolano abre y cierra con los dos diarios más contundentes que se han escrito: los de Rufino y los de Oliveros. Ambos son poetas y esto no es casual, ya que los poetas suelen ser los más desvergonzados a la hora de desnudar la palabra y marcar el tiempo. Y la mayor parte de los nuestros son invariablemente pesimistas. En uno de los poemas que escribe en el dramático 2002 y refiriéndose a Séneca nos dice que «son tiempos difíciles, pero vendrán peores». Ya entiendo por qué a Oliveros no le gusta la poesía de Walt Whitman. Pero quisiera complementar ese pesimismo con el de otro gran poeta, Dylan Thomas, quien nos pide con insistencia: «No entres mansamente en esas buenas noches / Rabia, rabia contra la muerte de la luz».
Pero regresando a los diarios de Oliveros, no creo que sea necesario especular sobre la naturaleza ni las medidas exactas de los ingredientes que los conforman. Eso ya queda a criterio del que aborda estas páginas. Lo que sí es evidente es el rigor de sus lecturas, sobre todo cuando se trata de poetas como Auden, Zagajewski o Hughes. Nos sitúa en los antecedentes, como buen pedagogo pero también para dejar claro, desde la propia escritura, que estos son diarios destinados a un público. En ese sentido podemos descartar de una vez su naturaleza íntima. Y eso no contradice su exposición constante en las páginas que leemos, lo cual
ILUSTRACIÓN: P A B L O I R A N Z O
Un diario es importante, contundente, en su conjunto, como la gran zaga de Balzac o Marcel Proust. Si tomamos un fragmento de los diarios de los hermanos Goncourt nos pueden parecer superficiales, chismosos, pero reunidos representan un gran fresco sobre la segunda mitad del siglo XIX en Francia.
En uno de los poemas que escribe en el dramático 2002 y refiriéndose a Séneca nos dice que «son tiempos difíciles, pero vendrán peores» V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 12
coronel no tiene quien lo lea/ Salvador Fleján
P
ocas personas saben que el presidente Chávez también quiso ser escritor. Incluso muchos desconocen que el culpable de que no lo fuera es el diario El Nacional. Específicamente, su concurso anual de cuentos. El dato podría resultar nimio si lo comparamos con sus otras aspiraciones frustradas: grandeliga, locutor, joropero recio... Sin embargo, y a la luz de los acontecimientos (basta con ver la primera plana de El Nacional), caemos en cuenta de lo paradójica que puede ser la vida: el periódico que una vez lo ignoró, ahora se ve condenado a publicarle, día tras día, cosas peores que los esperpentos que alguna vez enviara con escasa fortuna al concurso. ¿Que cómo sé todo esto? Sencillo: el propio Chávez me lo contó. Por ese entonces Chávez estaba flaco (yo también) y había salido en hombros de Yare como si acabara de lanzar un no hit no run en el patio del penal. Gozaba, por otra parte, de una anémica popularidad que le permitía practicar jogging en el Parque Aruflo de La Floresta sin otra compañía que una bostezante patrulla de la DISIP cuya función no era monitorear su ritmo cardiaco. En esos afanes lo vi una tarde del año 95. Yo acostumbraba, en compañía de mi esposa y mi suegra, dar caminatas por ese parque, entre otras razones, porque era una actividad gratis. Mi suegra era una inmigrante italiana tardía. Había llegado al país a principios de los sesenta y proclamaba, con honesta candidez, su filiación al partido que una vez fundara Il Duce. Io sono fascista, decía mi suegra en los almuerzos dominicales, animada por la nostalgia y el vino di tavola. El 4 de febrero del 92, luego de que el teniente coronel «asumiera su responsabilidad», mi suegra sintió una extraña empatía hacía aquel joven militar que de alguna manera le recordaba su fervor adolescente. El caso es que estábamos sentados en una de las banquetas del parque cuando lo vimos pasar. Iba enfun-
dado en uno de esos monos deportivos con los colores de la bandera que años después él mismo pondría de moda. «Signiore Chávez», le gritó mi suegra al relámpago tricolor que pasó ante nosotros. Chávez detuvo su carrera y vino hacia nosotros dando unos brinquitos a lo Rocky Balboa para no enfriarse. Lo que sucedió a continuación sellaría mi destino como «no canciller». Hasta el sol de hoy, muchos de mis amigos que saben el cuento, suelen palmearme la espalda, hablar tres vaguedades e ir directamente a la tarde en que arruiné mi futuro. Con el tiempo han suavizado sus epítetos: de «güevón», paulatinamente he pasado a «estúpido» y algunos hasta han comenzado a utilizar el cordial y cariñoso «pendejo». Pero el motivo de que yo en la actualidad no sea canciller de la República para nada se relaciona con mi «velocidad mental» o mi sentido de la oportunidad. Después de once años de análisis, he llegado a la obvia conclusión de que la causante de mi no designación fue la patrulla de la DISIP. Mis amigos se molestan cuando les digo que Chávez me resultó particularmente simpático aquella tarde. A mí también me molesta reconocerlo, pero fue así. Se sentó entre mi suegra y mi esposa y las abrazó
su imaginario, dos formas expeditas y azarosas de la fama.
en actitud de rosario en familia. «Cuándo me le van a dar el nieto a la nona», nos conminó el futuro presidente, como si se apellidara Corleone.
Literariamente hablando, Chávez resultó ser un posgarciamarquiano revisionista. Según sus palabras, el Gabo se había agotado a sí mismo con Cien años de soledad. Admiraba a dos futuros enemigos: Fuentes y Vargas Llosa eran los modelos de lo que, en su opinión, debía hacerse en literatura. Eran tiempos pre-Chomsky y del «imperio» sólo tenía noticias a través de las Series Mundiales que transmitía Venevisión.
Los temas de conversación iban y venían como una marea ebria. Habló mucho de sus días de cadete en la Academia Militar, le pidió una receta de salsa pesto a mi suegra, hizo vuelo rasante sobre los sucesos del 4 de febrero y su estancia en Yare. Cuando me preguntó a qué me dedicaba, no se me ocurrió nada mejor que decirle que era escritor. En ese momento mis acciones como futuro canciller sufrieron un alza inesperada que casi llegó a asustarme. Sobre todo cuando el hombre replicó: –Yo también.
Del concurso de El Nacional se quejaba con amargura. Decía que, históricamente, el jurado seguía la tradición de lo incomprensible. Recuerdo que citó tres o cuatro títulos que intentaban avalar dicho juicio. Acto seguido me habló de su literatura.
Con escenas de menorsísima intensidad dramática muchos personeros de la Revolución han desfilado por hasta cuatro cargos duros. Mi futuro rival en la cancillería, sin ir muy lejos, expendía boletos de metrobus en la línea Sebucán-Los Dos Caminos.
La patrulla de la DISIP, que se encontraba en la esquina de un kínder, dio una sospechosa vuelta en U y se acercó, acechante, a nuestro sitio de reunión. Fue entonces cuando Chávez mostró el aplomo que lo caracterizaría años después. –Ya vengo –dijo viendo por el rabillo del ojo a la «bestia amarilla»–, voy a buscarte uno de los cuentos para que lo leas. Espérame aquí.
A juzgar por el giro que tomó la conversación, todo hacía pensar que la principal preocupación de Chávez en los años 90 era obtener una abrupta notoriedad: dar un golpe de Estado y ganar el concurso de El Nacional constituían, en
El presidente se fue con el mismo trote aventurero con el que llegó. La patrulla, impertérrita, no se movió de su sitio.
ILUSTRACIÓN: P A B L O I R A N Z O
El
…El presidente Chávez también quiso ser escritor. ¿Que cómo sé todo esto? Sencillo: el propio Chávez me lo contó V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 14
Después de una hora de espera nos convencimos de que el teniente coronel no regresaría. Por fastidiar, le dije a mi suegra que estábamos metidos en un problemón. Que de un momento a otro los de la patrulla arramblarían con todos nosotros. Mi suegra me apretó un brazo y se acercó a mi oreja. Yo esperaba una frase de combate, un lema de resistencia. Pero la vieja dijo algo que sólo puede tomarse como una profecía. –¡Io no tenno cédula!
merced de los corsarios/ Rafael Osío Cabrices
«Este es un mundo en el que las viejas nociones occidentales de la ley y el orden, de los buenos y los malos, no son mucho más que suntuosos fósiles vivientes»
L
eer el abrumador nuevo libro de Moisés Naím implica encontrarse, a cada nueva página, poseído por una creciente sensación de desamparo. Si ya es perturbadora la idea de que en este planeta todo puede ser objeto de compra y venta, desde una vasija antigua hasta la fórmula de una medicina tradicional, resulta todavía más angustiante constatar que todo objeto, idea o ser vivo cuyo comercio esté prohibido es en la práctica una mercancía tremendamente rentable. Y más cuando eso ocurre con tigres de Bengala, cuadros de Matisse, muchachas rumanas o componentes para bombas atómicas, para no hablar de la heroína, las bazukas, los hígados humanos o las carteras Louis Vuitton de imitación. Si ciertas cifras son verdaderas, el 10% del PIB global es dinero negro. La expansión del comercio mundial, que ha crecido a un 6% anual entre 1990 y 2000, es varias veces mayor para el tráfico ilegal. En el mismo período, pasaron de 50 a 250 los tratados de libre comercio vigentes. Se extendieron los pasajes de avión baratos, las llamadas internacionales de bajas tarifas y el acceso a Internet, así como la apertura democrática y comunicacional en los cinco continentes. Pero al mismo tiempo, esos nuevos y mayores canales para transmitir bienes, datos y personas han servido para intercambiar
artículos prohibidos y seres vivos convertidos en objeto de lucro por otras personas. Para llegar a un punto en el cual la esclavitud, algo que se creía extinto en el siglo XIX, afecta a cuatro millones de personas por año, y mueve hasta 10 millardos de dólares. El modo en que Naím documenta el panorama de la ilegalidad en el mundo que vivimos no deja títere con cabeza: países que consideramos prósperos y seguros aparecen desconcertados e indefensos frente al ejército de pillos que va siempre más rápido y desafía todo control, toda frontera, todo muro que se intente ponerles por delante. Coordinan envíos de cocaína desde un cibercafé y luego desaparecen sin que pueda rastreárseles. Juntan a funcionarios norcoreanos con talibanes afganos y pandilleros balcánicos para colocar material radiactivo heredado de la Guerra Fría. Venden al mismo tiempo obreros chinos, prostitutas ucranianas y metal para hacer celulares extraído por un comando guerrillero de una selva africana luego de una limpieza étnica. Y luego, tras evadir por años los esfuerzos de policías de distintos países, estos capos consiguen el modo de convertirse en magnates respetables que contratan magistrados, congresistas y jefes de Estado. Como director de una de las revistas más influyentes del mundo, Foreign Policy, el ex ministro vene-
zolano de Fomento que desde hace tiempo acumula prestigio en Washington DC ha ido haciéndose de una visión de lo global de que pocos pueden jactarse. Viajando, leyendo y conversando en un nivel de contacto y observación extraordinario, Naím ha tenido ocasión de fijarse cómo está cambiando el mundo, y especialmente cómo lo ilegal está dirigiendo las fuerzas más poderosas: las que utilizan la crisis del Estado nación, la cornucopia tecnológica y el adelgazamiento de las barreras geográficas para hacer dinero, mucho, mucho dinero, sin respetar las leyes. Naím no habla desde el escándalo moral ni desde el «sálvese quien pueda». Lo que hace es ordenar la ingente cantidad de información de calidad, en forma de entrevistas y estudios, que ha ido recogiendo por años en un texto que, en primer lugar, despliega ante los temerosos ojos del lector la riqueza y el tamaño del problema, y en segundo, se adentra en lo que hay que hacer para que este planeta no termine de convertirse en una versión multiétnica y recalentada del Salvaje Oeste. Comienza contando cómo una versión china, pirata por supuesto, de la autobiografía de Bill Clinton re-escribe la vida del ex presidente estadounidense para colocarlo como un discípulo a distancia de Mao, y termina diciendo que las ideas tienen que luchar contra el afán de lucro, y que sólo
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 16
tendrán éxito las que partan de una comprensión audaz de cómo ha cambiado el mundo, y que ayuden a erradicar las razones que hacen rentable el tráfico ilegal. Son muchos los datos sorprendentes y las historias tanto de fracaso como de éxito que uno encuentra a lo largo de las más de 400 páginas de Ilícito. El capítulo sobre la piratería puede agriarle el día a quien vuelva de hacer mercado en el pasillo de Ingeniería de la Ciudad Universitaria de Caracas. El que explora el comercio internacional de armas induce a añorar el cierto orden que había durante la Guerra Fría. Pero hay que saber la verdad, aunque duela, y por eso hay que leer este libro de inusual solidez investigativa que, por sobre todas sus virtudes, tiene la de hacernos tomar conciencia de un dato esencial para salir a la calle: en el bulevar caraqueño de Sabana Grande y en la Via Venetto de Roma, en el puerto de Shanghai, en las bóvedas de Zurich o en las torres de vidrio que miran al canal de Panamá, la situación es similar. Este es un mundo en el que las viejas nociones occidentales de la ley y el orden, de los buenos y los malos, no son mucho más que suntuosos fósiles vivientes. No todo está perdido, pero los mafiosos mandan más que los políticos, cuando no son la misma gente.
FOTOGRAFÍA: K I K E A R N A L
A
R
r e p o r ta j e
El culto de la Corte Malandra
En un momento histórico del país cuando la cultura popular adquiere preponderancia, la Corte Malandra, ramificación de los ritos espiritistas venezolanos, coloca en un mismo nivel a veneradores y venerados. Apología de la violencia para unos, rescate de los códigos de la «caballería» barrial para otros, Ismaelito y sus compañeros ascienden en la jerarquía palaciega del más allá alexis correia
E
n teoría son malandros de los años sesenta, una época de la que se dice que los conflictos se resolvían más con puños que con balas, pero en líneas generales, por el aspecto que presentan en sus estatuillas con anteojos de sol de motorizados, podrían pasar como integrantes de cualquier grupo contemporáneo de reggaetón y todos llevan religiosamente calzada en la cintura su arma «peine pa’fuera». Si el espiritismo marialioncero venezolano ha sido considerado la religión del siglo XX, la Corte Malandra, una de sus casi infinitas ramificaciones, representa una de las manifestaciones populares más significativas y perturbadoras de finales del siglo pasado y comienzo del actual. María Lionza, escoltada por sus dos secretarios, Guaicaipuro y el Negro Felipe, preside la denominada trinidad venezolana, cúspide de un culto politeísta que no reniega del catolicismo y que conjuga elementos de las culturas indígena, africana y europea.
FOTOGRAFÍAS: G A B R I E L O S O R I O / O R I N O Q U I A P H O T O
Edmundo Bracho, en su libro María Lionza en Venezuela, se muestra cauteloso acerca del uso de la expresión «sincretismo» al referirse al culto marialoncero: «Lo sincrético corresponde a una estructura que, si bien es producto de la mixtura o pastiche de un sinnúmero de compulsiones culturales, sociales o religiosas provenientes de diversas partes del mundo, de algún modo está hecha, delimitada, terminada, definida, inmovilizada. Pero tal es el carácter de perenne hibridez y transformación en María Lionza que, en todo caso, siento más conveniente hablar de lo sincrético móvil o de lo sincrético no definitivo o de […] meta-sincretismo». La Corte Malandra es el ejemplo perfecto de la mutación incesante de un culto que carece de un cuerpo escrito formal de normas o, mucho menos, de una jerarquía sacerdotal reconocida por todos sus adeptos. Se podría decir que cada seguidor del espiritismo es el recipiente de una modalidad única de espiritualidad utilitaria, más allá de los lógicos vínculos comunes con el resto de sus hermanos.
A los pies de la Reina, Madre y Diosa, en su palacio natural, se extiende un séquito en permanente construcción, una aristocracia multinacional y multirracial a la que también se ha integrado el panteón de las divinidades de la santería Yoruba. Las Tres Reinas, la Corte de las Niñas, la Corte Indígena, la Corte Africana, la Corte Libertadora, la Corte de Juanes, la Corte Camarera, la Corte de Ánimas, la Corte Médica, la Corte Cubana, la Corte Vikinga gravitan en los altares caseros o públicos alrededor del matriarcado tricolor de María Lionza y sus dos príncipes. La Corte Malandra, presidida por el presunto espíritu de un malandro de los años 60 llamado Ismael Sánchez (o Pérez) o Ismaelito, es una de las más recientes. «Los malandros están una de las cortes más bajas de la jerarquía. Tenemos que rezarles mucho y pedirles favores para que vayan ganando puntos y suban en la escala», señalaba un materia (médium a través de cuyo cuerpo en estado de trance se manifiesta un espíritu) en el mediometraje documental María Lionza, aliento de
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 18
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 19
Santos malandros, 2006 - Nelson Maecha (Táchira, Venezuela) - Yeso policromado (-12 piezas) - 150 x 80 x 80 cm c/u - Exposición “Convivencias conflictivas” / Proyecto Encuentro entre dos mares. Valencia, España, marzo de 2007 / fotografía: nelson garrido
orquídeas (2006), estrenado recientemente por el cineasta venezolano John Petrizzelli. El anhelo del ascenso social también en lo sobrenatural. Rastrear la historia real de Ismaelito en los barrios de Caracas es casi como explorar los cenagosos basamentos verídicos del personaje de Jesucristo en la Palestina colonizada por el Imperio Romano. La partícula «se dice» es de uso obligatorio. En el ala derecha del Cementerio General del Sur, detrás del panteón de María Francia (protectora de los estudiantes), está su tumba, en la que se dice que un general trisoleado del Ejército mandó recientemente a poner un techito para agradecer algún favor recibido, aunque tampoco es seguro que allí reposen sus restos; otra versión señala que su verdadero nombre fue Juan Francisco Carrillo, que su verdadera tumba es más inaccesible y que vivió de 1941 a 1943. El teatro de sus correrías puede ser Lídice, Pinto Salinas, Sarría y El Guarataro. Habría fallecido apuñalado en el 23 de Enero, o por una bala que no le tenía como destinatario en Puente Hierro. Sus estatuillas se venden por igual, al lado de las de vírgenes, en la avenida Baralt o en el callejón Eduvigis de Petare. «Era un ladrón
bueno. Protegía a su barrio de otros malandros, robaba bancos y luego repartía el dinero, y a veces dejaba que los pobres saquearan los abastos», cuenta un hermano consultado en el centro de Caracas, quien parece trasladar el indeleble impacto en el imaginario colectivo de los acontecimientos del 27-F a una pretérita era dorada difícil de ubicar en el tiempo. Ismaelito es un Robin Hood, una vuelta de tuerca de lo que expresa el presidente Hugo Chávez cuando, en un Aló Presidente, anuncia que colocará un impuesto a quienes tengan yates, casas en la playa o automóviles lujosos, o que aumentará la gasolina «porque los pobres viajan en Metro». Francisco Ferrándiz Martín, un antropólogo de la Universidad de California que quedó cautivado por la Corte Malandra, afirmó en un ensayo: «La memoria de la práctica delictiva de Ismaelito y el resto de los miembros de la Corte evoca entre los fieles del culto conceptos muy definidos de justicia popular y solidaridad comunal, residuos de un tiempo cuando la violencia callejera todavía tenía unos códigos de funcionamiento claros». Acompañan a Ismaelito malandros de ambos sexos como Johnny, de cabello largo y aspecto de hippie,
supuestamente un muchacho de clase media que fue ultimado por unos jíbaros. El Pavo Freddy, con una enorme cicatriz en el cuello y cabello de pincho, experto en el manejo mortífero de cuchillos y puñales. Isabelita, al parecer, una rubia de buena familia y singular belleza, violada a los 12 años, que se volvió drogadicta y fue traicionada por un hombre negro de Barlovento, antes de morir asesinada a los 25 años; en el altar donde figure su efigie, no debería aparecer ningún hombre de tez oscura, con la excepción del noble y leal Negro Felipe. Otros de los malandros son Tomasito, Elizabeth, el Ratón, el Negro Miguel, el Chamo William, el Negro Antonio, María Luisa Blandín, el Pavo Lucas, Johnny Pantera, Yuleisy, La Bachaca y Morenaza. ¿Existieron realmente? ¿Cuántos de las decenas de ajusticiados de los partes de homicidios de cada fin de semana son candidatos a ser elevados a la Corte? ¿Suman el mínimo de 10 años de fallecimiento que generalmente se toma como
requisito para ocupar los escalafones más bajos del séquito marialioncero? Señala Bracho en María Lionza en Venezuela: «Este tipo de informalidad historiográfica y simbólica refuerza el carácter hiperhíbrido y móvil de culto, y resalta su arrolladora dinámica de agregaciones y cambios de espíritus y Cortes, según las necesidades espirituales, morales y económicas de sus adeptos». Numerosos espiritistas se manifiestan en contra de la veneración a la Corte Malandra. «Aunque algunos digan que se hayan reformado y que han ayudado a los malandros a regenerarse, sin duda son espíritus de energía negativa. Los rituales suelen ser realizados por personas que no están preparadas y se incurre en el abuso de drogas como la cocaína, en la utilización de hojillas y navajas para causar heridas en el cuerpo de las materias y se cometen diversos actos de violencia, como el homicidio ocurrido en Sorte en 2004», comenta
Ismaelito es un Robin Hood, una vuelta de tuerca de lo que expresa el presidente Hugo Chávez cuando anuncia que colocará un impuesto a quienes tengan yates o automóviles lujosos
Ritual de oración y tabaco, frente a tumba de Ismaelito
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 20
Carlos, un espiritista que regenta un consultorio de tabaco en La Pastora. «Lo que más me sorprendió de los rituales fue el uso de hojillas y armas blancas, así como el hecho de que los médiums ingieren enormes cantidades de alcohol y luego están completamente sobrios después de los rituales», relata el fotógrafo Gabriel Osorio, que elaboró un reportaje gráfico sobre los seguidores de la Corte Malandra. A los integrantes de esta Corte –a la que también se le denomina Calé, aunque hay quienes sostienen que ésta es otra Corte distinta, formada por guerrilleros fallecidos y presidida por el Che Guevara– se les atribuye una dualidad de funciones, un claroscuro que oscila entre lo puro y lo tenebroso. Por un lado, la regeneración de quienes han caído en la droga, la delincuencia y el vicio. Por el otro, la protección para quienes delinquen, o simplemente, para quienes viven constantemente amenazados por enemigos. Protección que podría llegar a la aniquilación física del contrincante. El anís Cartujo, el tabaco, el velón de siete colores, drogas indistintas, un chuzo artesanal y la canción «La cárcel» del Sexteto Juventud son algunas de las ofrendas que se intercambian por la intercesión de los llamados Santos Malandros.
Hay quienes encuentran en la Corte Malandra una apología de la violencia y la entronización de un nuevo paradigma de justificación del revanchismo social. Tulio Hernández, en un artículo de opinión publicado el año pasado en el diario caraqueño El Nacional, cita las investigaciones de la académica Yolanda Salas en cárceles venezolanas. «Lo primero que llama la atención de los estudios de Salas es la manera como estos presos se perciben a sí mismos: como guerreros. Un guerrero es de alguna manera un ser superior, alguien que ha superado la debilidad ante el dolor […] y, sobre todo encarna una cierta noción de heroísmo heredada de unas castas históricas de guerreros atávicos, de las que se supone descienden y a las cuales rinden culto los guerreros de hoy […]. Éticamente se sienten absolutamente justificados en sus delitos pues, dicen, la sociedad los ha excluido y sus delitos no se diferencian en nada de los de los políticos y los banqueros […]. Lo que les diferencia es el culto a la Corte Malandra y los espíritus de baja luz […]. Estos hallazgos nos hablan de una nueva memoria histórica en donde se mezclan, ficcional y confusamente, vidas rebeldes de fuertes y potentes negros y cimarrones de las Antillas, beligerantes
espíritus vikingos, aguerridos caciques locales, Orishas guerreros de la santería cubana, el espíritu de Bolívar y el Che y ladrones y guerrilleros de data reciente […]. Desde las márgenes del colectivo, un grupo social busca su propia definición, su propia historia. Envuelto en ella, el delincuente venezolano, convertido en guerrero contra un sistema que lo excluye junto a sus iguales, encuentra legitimidad. La suya y la del crimen. Un nuevo orden cósmico y social que en breve le permitirá discernir sobre quiénes sí y quiénes no portan alma. Podría ser también una señal de algo que igual puede estar ocurriendo fuera de las cárceles. Otra nueva tradición.» Álvaro Requena, también columnista de El Nacional, señaló luego del desfile de una escola do samba patrocinada por PDVSA en la edición de 2006 del Carnaval de Río de Janeiro: «El muñeco de Simón Bolívar es un caballo de Troya lleno de mensajes de tipo religioso afro-cubano-brasileño,
espiritista y animista. Es probable que se esté entronizando oficialmente al Libertador, el trono, el color del traje y los soldados con alitas lo delatan. Entre los espiritistas del culto a María Lionza, Simón Bolívar es ya parte de la corte espiritual, junto a otras secciones como la Calé. Obviamente, Fidel (Castro) y Hugo (Chávez), en su momento, también serán parte de ese grupo de deidades». Uno de los espiritistas consultados en el centro de Caracas agrega: «Estamos ante el Gobierno que más uso ha hecho de las ciencias ocultas en la historia de Venezuela, y por eso su fortaleza y su aparente carácter invulnerable». ¿Una lectura política para el fenómeno de la Corte Malandra, cuyos seguidores, por lo visto en las tumbas del Cementerio General del Sur, distan de pertenecer a un segmento social homogéneo? No deja de ser llamativo que esta ramificación del culto espiritista se produzca en un momento en que el consumo cultural
A los integrantes de la Corte Malandra –a la que también se le denomina Calé– se les atribuye una dualidad de funciones, un claroscuro que oscila entre lo puro y lo tenebroso
Imágenes de yeso de Corte Malandra en perfumería esotérica
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 21
Marialioncero invocando espíritu malandro
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 22
del venezolano –desde telenovelas como Ciudad bendita hasta todo el aparataje ideológico de las Misiones y del denominado Socialismo del siglo XXI, hasta los titulares coloquiales del diario Últimas Noticias, las expresiones del hip hop y reggaetón de los barrios y las nuevas estrategias publicitarias de consorcios privados como Digitel o Polar– ha tomado un claro giro hacia la reivindicación de lo popular, de la solidaridad comunal. «En momentos de crisis y derrumbe institucional, como ocurrió en Venezuela a lo largo de los años 90, las sociedades se hacen opacas y empiezan a diferir sus demandas particulares e individuales, para articular demandas colectivas, políticas, más amplias y abstractas. Ese proceso es de equivalencia, donde un tipo de líder, un color o un discurso dado, terminan ocupando un puesto protagónico que aglutina a la gente de manera homogénea y grupal», acota el periodista Héctor Bujanda, citando al filósofo Ernesto Laclau, en su página. Nada parece más lejano de todo esto que la rigidez y la formalidad del ceremonial y de la jerarquía de la Iglesia católica –que sigue siendo aceptada, sin embargo, como un ente supremo de ética por la mayoría de los espiritistas. «En el caso del seguimiento a María Lionza, la magia penetra en el ámbito religioso, porque se trata de la manipulación ritualista de las divinidades», señala la antropóloga Angelina Pollak-Eltz en el libro María Lionza, mito y culto venezolano. Ante las urgencias cotidianas e inmediatas, creencias como la de Corte Malandra, con su intercambio de ofrendas y promesas a cambio de favores concretos, parecerían más cercanas –independientemente de sus resultados reales– que la compleja abstracción de las grandes religiones monoteístas. Y estas divinidades menores tienen virtudes y defectos, no son entes de una perfección inalcanzable. De alguna manera, una
respuesta a la culpabilidad esquizofrénica que a veces deriva de la ideología judeocristiana. «La Corte Malandra tiene su origen en la capacidad de sincretismo presente en las comunidades con mayor apertura en sus sistemas de creencias, así como también en la proyección del personaje de héroe o mártir proyectados sobre un momento histórico, a través del relato de la epopeya o de sus cualidades como personaje con actitudes reconocidas en vida», señala Arturo Jaimes, antropólogo de la UCV, en uno de sus ensayos. «La Corte Malandra viene a adecuarse a un nuevo escenario urbano en donde la religiosidad es una forma corriente del sistema de creencias en localidades donde hay patrones de habitantes provenientes de otros lugares del país o de otras nacionalidades, por sectores del barrio e inclusive por las actividades que desempeñan. Es aquí donde entraría este nuevo simulacro y el correspondiente performance […], que viene a suplir necesidades de mucha complejidad en que viven estas comunidades de creyentes en su medio de acción.» La adoración a un delincuente, incluso en el supuesto de que se haya tratado de un justiciero social, es ciertamente un síntoma inquietante. Pero para asomarse a la nueva Venezuela urbana, es necesario un ejercicio de apertura mental y de ruptura de parámetros del pasado. El revólver que llevan en su cinturón los integrantes de la Corte Malandra puede ser visto como un instrumento de homicidio, pero también de protección, de apaciguamiento y de la fortaleza mutua que conduce a la necesidad de una negociación para evitar un inútil baño de sangre. Quizás el primer instigador de todo esto fue Andrés Eloy Blanco, cuando pidió angelitos morenos, vernáculos y auténticos, en vez de artificiosos querubines de algodón.
Es llamativo que esta ramificación del culto espiritista se produzca en un momento en que el consumo cultural del venezolano ha tomado un giro hacia la reivindicación de lo popular, de la solidaridad comunal
«Médiums» y «materias» en rito de trance espiritista
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 23
D
dossier
Conceptos tan complejos como manidos son libertad e igualdad. A veces, y por comodidad, utilizados como antónimos, lanzados como opuestos en la semántica política. Pero, ¿son acaso excluyentes los caracteres de la libertad y de la igualdad en una sociedad? ¿Qué podría hacernos pensar que en Venezuela es y debe ser así? ¿Hacia dónde se enrumba nuestro país desde tal postura binaria? Cuatro autores venezolanos reflexionan, desde diferentes perspectivas, sobre las diversas nociones de bienestar individual y social, reanimando una vieja discusión que expresa la necesidad de pluralizar el progreso material y profundizar las formas de la democracia.
ILUSTRACIONES: G E R M Á N H E R R E R A
D
dossier
LA LIBERTAD Y LA IGUALDAD, EN NEGATIVO Y EN POSITIVO
MÁS ALLÁ DEL «MAL NECESARIO» En sociedades desiguales no se puede sostener el crecimiento necesario para superar la adversidad de la pobreza. Sin embargo, la igualdad sola no es garantía de libertad, y puede bien refutar la propia democracia. De ahí la pregunta: ¿cuántos sistemas de «comunismo real» fueron democráticos y libres? [ LUIS PEDRO ESPAÑA N. ]
H
ace unos años un estudio denominado La democracia en América Latina, realizado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (2004), armó cierto alboroto en la comunidad académica y política de la región. En este informe se podía leer que los latinoamericanos podían estar dispuestos a perder la libertad que otorga la democracia a cambio de ganar igualdad y progreso material. El estudio asomaba el temor que se cierne sobre un continente que, habiendo ganado la libertad democrática, podía perderla como consecuencia de no lograr resolver sus problemas económicos y su pobreza. El viejo debate, no resuelto por lo demás, del carácter excluyente de la libertad y la igualdad, se reanimaba debido a la frustración sentida por los latinoamericanos y expresada en múltiples estudios de opinión, respecto al poco progreso material que había acompañado a la recuperación y el mantenimiento de la democracia. Nuevamente se desempolvaban los determinismos que auguraban un mal necesario, esa restricción de la libertad para que se hicieran las cosas que permitirían el bienestar, o se reeditaba la antigua prédica del positivismo venezolano con su
figura del gendarme necesario, ese que garantizaría el orden para que tuviera lugar el progreso. Todo lo anterior debidamente aderezado y reforzado, cuando no comprobado, con simples ejemplos (sacados de un Almanaque Mundial, de cualquier año) donde las dictaduras del pujante sureste asiático o la dictadura del recientemente finado Pinochet, no eran sino pruebas de que pueblos cuasi-salvajes o incivilizados no pueden vivir en libertad a menos que resuelvan sus problemas más básicos de bienestar. En nuestro caso, el hecho de que 54,7% de los latinoamericanos hubiesen afirmado (según el estudio mencionado) que estarían dispuestos a apoyar un gobierno autoritario si resolviese los problemas económicos, llegó a interpretarse como la razón por la cual los venezolanos han venido apoyando electoralmente al presidente Hugo Chávez y su tendencia autoritaria y militar. Sin embargo, tras ocho años de mandato y recurrentes aprobaciones electorales, sin que hayan mediado para ello importantes cambios y mejoras socioeconómicas, todo parece indicar que no es cierto que la tentativa de restringir las libertades sea la fórmula para alcanzar la igualdad y el bienestar y, adicionalmente, tampoco se han desmoronado las democracias lati-
noamericanas luego de dos décadas y media de reconquistada la libertad junto al mantenimiento, cuando no profundización, de la desigualdad y la pobreza en muchos de nuestros países.
Dos palabras complejas No hay espacio en el artículo, y puede que ni paciencia en el lector, para desarrollar con detalle el significado de estos dos preceptos que la humanidad ha acogido como parte de sus derechos fundamentales. Pero no hay forma de seguir adelante en la discusión si no le dedicamos unas líneas a la trama conceptual que nos ocupa. Isaiah Berlin definió la libertad como la posibilidad que tiene el hombre de no sufrir la interferencia de los otros. Es decir, cuando otras personas pueden impedir que hagamos cosas que de otra forma hubiésemos hecho, en esos casos, no se es libre. Esta definición corresponde a lo que normalmente conceptualizamos como libertad negativa, en otras palabras, aquella que se basa en impedir que las personas o instituciones hagan cosas en contra de nosotros. En la vida social, evidentemente, existe una alta posibilidad de interferencia entre las acciones
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 26
que ejecutamos, así que, y dado que los intereses y objetivos que perseguimos pueden no siempre ser complementarios o incluso pueden llegar a ser contradictorios, es necesario un marco normativo que regule el libre accionar de los hombres. Pero, queda claro que cuanta menor interferencia tenga un individuo por la acción de otros o por las limitaciones que implique el marco normativo, más libre será. Una libertad negativa, aquella que se basa en evitar que otros interfieran en lo que deseamos hacer, no suele despertar demasiadas controversias. El problema se presenta con la acepción de la libertad en sentido positivo, aquella que pretende ampliar la libertad de otros, la que estimula a que los individuos hagan más cosas de las que hoy pueden hacer. La libertad en sentido positivo supone ampliar los espacios en los que se puede actuar con certidumbre para alcanzar los objetivos elegidos. Dicho así, un indigente o un mendigo que deambula por las calles no es libre porque no «domina» su propia vida, es preso de las contingencias naturales o sociales y finalmente es muy poco lo que puede hacer de manera autónoma. Para un individuo en esa condición material la libertad negativa no le
sirve de mucho; puede que no sea esclavo porque alguien no le deja hacer algo, pero, en su caso, él es esclavo porque no puede hacer nada. Los límites que la pobreza impone al ejercicio efectivo de la libertad es lo que ha introducido el principio de la libertad positiva, aquella que promueve las acciones de quienes no pueden realizar sus propios objetivos. Pero la libertad positiva tiene sus problemas: para lograr que unos hombres puedan realizarla es probable que a otros haya que restringírsela en forma de intervenciones del Estado, tales como cobro de impuestos, límites a la propiedad o generación de protecciones o privilegios atentatorios contra la propia libertad negativa.
De la libertad positiva a la igualdad
La conquista de la libertad positiva, esa que Amartya Sen definió como el deseo que tienen los hombres de ser sus propios amos, nos aproxima al tema de la igualdad. Así, pueden entenderse varios tipos de igualdad: de naturaleza política, legal, social y, evidentemente, económica. Las tres primeras no se contraponen con la libertad negativa; por su parte, la última puede asociarse a la libertad positiva. La igualdad de los individuos ante el voto, y la inexistencia del voto censitario, conforman el principal componente de la igualdad política; la igualdad de todos ante la ley es propia del ámbito legal; y no sufrir discriminación por razón de género, etnia o creencias religiosas es lo que entendemos por igualdad social. Pero la igualdad económica, teniendo en cuenta que afecta las otras tres, comprende al menos dos acepciones, las cuales, de alcanzar-
se, supondrán la ampliación de la libertad de los que menos tienen. Lo primero que debe decirse en cuanto a la igualdad material es que ella se limita a aquello que es susceptible de ser llevado a una divisa o moneda para intercambiarlo. Lo que no se puede intercambiar no se puede igualar. Intangibles como el deseo, la voluntad, los gustos y otros atributos humanos, que son indispensables para reconocernos como tales, son imposibles de redistribuir o de igualar. En consecuencia, cualquier intento de igualación siempre será incompleto, al final dejará trazos de desigualdad, los cuales, dejados a su vez en libertad, producirán nueva desigualdad material entre los miembros pertenecientes a una sociedad. Igualar socio-económicamente, partiendo de una situación de desigualdad material, supone quitarles a unos para darles a otros. Esto puede hacerse de dos maneras. Igualando, o tratando de igualar, los estados iniciales o, por el contrario, los estados finales. La primera forma es lo que llamamos igualdad de oportunidades, es decir, aquella intervención que pretende condiciones de partida similares entre todos los individuos. Cuando decimos «de partida» nos estamos refiriendo precisamente a los primeros años de vida, esos que son determinantes para que los seres humanos adquieran capacidades y destrezas que les serán indispensables para el ejercicio de su libertad, de ser amos de sí mismos. La garantía de acceso a los servicios sociales de educación, salud y seguridad social es indispensable para quienes propugnan la igualdad de oportunidades. La selección de los beneficiarios de tales servicios, velar
por la calidad de ellos –independientemente del estrato social de partida–, es un requisito indispensable para la igualdad de oportunidades. Lógicamente, para lograr la igualdad de oportunidades se requiere de intervenciones restrictivas a quienes más oportunidades tienen, para dárselas a quienes por su origen no las disfrutan. Pero a los más tenaces defensores de la igualdad puede que la igualdad de oportunidades no les resulte sino un acto de hipocresía socialdemócrata. Efectivamente, la igualdad de los estados iniciales puede no haber acortado la distancia al final de la carrera de la vida. Múltiples factores intervendrán para que las desigualdades promedio se mantengan o incluso aumenten. Bien porque no se aprovecharon las oportunidades igualadas, porque no fueron efectivamente igualadas o porque faltaron muchísimas otras por igualar, lo cierto es que para la ideología de la igualdad radical (comunismo para ser más exactos) la única igualdad verdadera es la que opera en los estados finales, aquella donde la propiedad y el ingreso se reparte en partes iguales o según las necesidades. El problema consiste en definir cuáles y cuántas son las necesidades por satisfacer; es por ello que en los sistemas políticos que se organizaron en torno a la igualdad, los salarios y la posesión de propiedades se regulaban no en razón de las necesidades sino sobre la base de unos mínimos, en ocasiones tan pequeños, que la igualdad de esos pueblos estaba fundamentada en la escasez. Dado que la perpetuación de dichos mínimos materiales, y su poca variabilidad –independientemente de lo que los individuos hagan o de los esfuerzos a los que se consagren– no hacen sino pro-
Para la ideología de la igualdad radical la única igualdad verdadera es la que opera en los estados finales, aquella donde los ingresos se reparten en partes iguales
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 28
ducir sociedades muy pobres, aunque iguales.
Igualdad en regímenes de libertad Si bien es inconcebible la libertad en regímenes orientados por la igualdad, dado que dejados a su libertad los hombres tenderán a acumular para mejorar su bienestar y, en consecuencia, aparecerá la desigualdad material, es posible que los regímenes políticos y las sociedades basados en la libertad no puedan prescindir de la igualdad. Antes de seguir adelante permítasenos hacer una diferenciación entre igualdad y pobreza. En ocasiones los defensores de la igualdad lo hacen en razón de su deseo de que la pobreza sea superada. Asocian igualdad y pobreza porque suponen que no existe suficiente riqueza con la cual superar ésta. Es por ello que aseguran que sólo será posible que todos tengamos una vida digna, si los que hoy tienen más recursos los «comparten» con su prójimo menos afortunado. Lógicamente, como los que más tienen difícilmente entregarán o compartirán caritativamente sus bienes con los pobres, entonces hay que privarlos de la libertad de tenerlos por medio de la redistribución de la propiedad. En la vida moderna la asociación entre pobreza e igualdad no tiene ese sentido. En las sociedades de escasez, en las sociedades tradicionales o no modernas, la única forma de mejorar la situación material de los más desfavorecidos es redistribuyendo los recursos existentes, dado que estos son constantes y no crecen. Si la riqueza o los recursos son dados, si no podemos intervenir sobre la cantidad de recursos con los cuales satisfacer necesidades, se establece
una relación suma-cero, donde las ganancias de unos son necesariamente producto de las pérdidas de otros. En las sociedades que no han logrado el crecimiento sostenido de la riqueza, la acumulación y el acaparamiento de recursos es malo, porque ello mantiene a otros en la pobreza.
En las sociedades muy desiguales no se tiene con qué, ni con quién sostener el crecimiento que se necesitaría para superar la pobreza
Por su parte, en las sociedades modernas, dado que estas sí han logrado que la riqueza crezca y que se generen cada vez más recursos con los cuales satisfacer necesidades, no haría falta quitarle a nadie para darle a los que menos tienen; de lo que se trata, simplemente, es de producir más y más, hasta que la riqueza alcance para la gran mayoría, superándose así la pobreza y manteniendo los niveles de desigualdad.
tecnológicos y humanos a los que se tiene acceso. Una sociedad en la cual la desigualdad es tan grande que excluye a un importante sector de la sociedad de la posibilidad de contribuir al crecimiento y beneficiarse de él, hace que el crecimiento económico (de tipo excluyente) sea imposible de sostener en el largo plazo. Las sociedades desiguales no logran el mito liberal del efecto derrame, hacer de la pobreza un problema marginal y relegado al nivel de rezago temporal, porque sencillamente no pueden producir riqueza. Así pues, en las sociedades muy desiguales la libertad es insuficiente para que todos puedan tener acceso a ella. En las sociedades muy desiguales no se tiene con qué, ni con quién sostener el crecimiento que se necesitaría para superar la adversidad de la pobreza. Una sociedad más igualitaria (no necesariamente de iguales) crea las condiciones para que buena parte de sus miembros sean productores y contribuyan a generar la riqueza que es requerida para garantizar niveles de vida acordes con las aspiraciones medias de sus miembros.
La tesis anterior, propia de los liberales más radicales, supone entonces que no hace falta redistribuir, no es necesario aplicar la libertad positiva, simplemente dándole libertad a la ambición y codicia de los hombres, esa fuerza generadora de riqueza se encargará de financiar la desigualdad, sin que ello suponga que los recursos no van a alcanzar, incluso, para los más desiguales.
Así, la libertad necesita de la igualdad para sostenerse, pero la igualdad sola no es garantía de libertad, sino probablemente de restricción de la libertad, al punto de no poder tolerar a la propia democracia. La prueba histórica de lo anterior es simple: ¿cuántos «comunismos o socialismos reales» fueron democráticos y libres? Cuando efectivamente llegaron a serlo dejaron de ser comunistas.
Apartando la discusión sobre si existen o no límites ambientales al crecimiento y, de haberlos, si sería sostenible ecológicamente la generación sin límite de riqueza, no hay duda de que quienes apoyan la tesis de la autosuficiencia del crecimiento para superar la pobreza descuidan la relación que hay entre igualdad y crecimiento o generación de riqueza. La riqueza, el crecimiento económico no es una variable exógena a las sociedades. Por el contrario, se crece con los recursos financieros,
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 29
D
dossier
LA LIBERTAD COMO OBLIGACIÓN
LUCHAR POR LA DIFERENCIA La sociedad venezolana parece haber olvidado que los diferentes sentidos de igualdad y libertad son el problema medular que todos debemos definir y redefinir para que la andanza democrática. Una perspectiva personal atiende esta voluntad de redefinición desde la justa individualidad [ GISELA KOZAK ROVERO ]
M
e excuso ante los lectores y lectoras por lo que voy a confesar y les recuerdo que nadie es perfecto(a): soy escritora, profesora universitaria, demócrata, feminista y defensora de los derechos de las minorías sexuales; por lo tanto, la libertad para mí no es un asunto teórico, sino una pasión, una apuesta y una forma de vida, un destino casi. Estoy obligada a ser libre o me quedo sin empleo y completamente ociosa. Reconozco, eso sí, que sobre la libertad, la igualdad, las diferencias individuales y la diversidad cultural poseo sólo pocas certezas. La primera es que entre los riesgos de la libertad está el de equivocarse; la segunda es que la libertad y el conflicto son pareja: la sabiduría de las sociedades democráticas reside entonces en negociar la convivencia en el contexto de conflictos a veces irresolubles como las diferencias religiosas o las concepciones contrapuestas sobre el ejercicio político o el cambio social, pero por desgracia esta sabiduría no abunda en el mundo. La libertad en el sentido moderno de elección individual es dura, peligrosa, trae plenitud mas no siempre felicidad; es trágica, pues de antemano está destinada a chocar contra el estado de necesidad
primaria material o afectiva en el que muchos de nosotros(as) vivimos. Trae agitación, tensiones, la sensación abrumadora de que los imposibles nos golpean en la nariz, la amenaza latente o manifiesta de la violencia en su sentido más terrible de enfrentamiento sangriento o en el sentido más llevadero, pero no menos grave de obligar a muchos individuos a cambios que no desean. Un caso paradigmático es el de la obtención de la igualdad ante la ley de las mujeres, que, gústenos o no, constituyó un acto de violencia en contra de sectores rígidamente enclaustrados en la sociedad patriarcal y lo sigue constituyendo en numerosas sociedades, como lo prueba que hace pocas semanas hubo revueltas de fundamentalistas islámicos en Pakistán por una ley que concede algunos derechos a las mujeres. La libertad es difícil y paradójica porque necesita de la igualdad ante la ley y de la igualdad de oportunidades (acceso público a la salud, la educación y la justicia) para no convertirse en un simple deseo sin esperanza de realización, pero se distancia de la idea de igualdad como estilo de vida uniforme. La libertad es fuente de inquietud y soledad, pues aunque es una de las raíces de la diversidad cultural, política, ideológica, lingüística y sexual, se opone a que cada cultura
No es casualidad que sea así: durante décadas la sociedad venezolana olvidó que los diversos sentidos de la libertad y la igualdad son los problemas de fondo que todos los sectores de la sociedad deben definir y redefinir permanentemente para que la democracia no muera de inercia. Y olvidos tan grandes se pagan con la disminución de la libertad y con la igualación forzada o la desigualdad brutal propias de los gobiernos autoritarios y antidemocráticos.
lo primero, porque consiste en la escogencia de un estilo y un proyecto de vida, más allá de lo que la familia, la comunidad, la sociedad o la religión espere de nosotros por el hecho de nacer provistos de un pene o de una vagina. Y esta libertad la defiendo frente a las exigencias del Estado, la comunidad, las religiones o la diversidad cultural como desigualdad disfrazada ante la ley: preservo así mi derecho a ser diferente, a no ser igual a otras mujeres en circunstancias similares a las mías. Y por la preservación de este derecho a no ser igual a los demás, me coloco en zona de conflicto. Sé, por ejemplo, que mi condición de feminista y activista por los derechos de los(as) homosexuales femeninos y masculinos me ubica en abierto enfrentamiento con la religión católica en la que fui bautizada y confirmada (sin éxito, supongo), y, por lo tanto, no me deja otra decisión que la de ser atea, pues, ¿acaso voy a optar por la religión musulmana o por la judía y su visión sobre el rol de la mujer y sobre el ejercicio de la sexualidad? Obviamente no.
Pero pase lo que pase en Venezuela en el futuro próximo o lejano, mi suerte está echada. El hecho de ser feminista y defensora de los derechos de las minorías sexuales implica que la libertad para mí es
Estoy también en conflicto con el Estado, pues tengo que luchar para que mis derechos no sean vulnerados; y este es un conflicto que se extiende a otros países. De hecho, una de las tantas razones de mi
estorbe las opciones individuales de sus miembros. La libertad es el horizonte mismo de la condición humana y alimenta las muy distintas maneras en que se ha realizado la vida en sociedad, pero la igualdad es mucho más tranquilizadora. Y por esta razón la igualación en la pobreza que propone la Revolución bolivariana quizás signifique la disminución de la libertad ciudadana bajo la hegemonía de un Estadopadre asfixiante y castrador, pero muchos hombres y mujeres prefieren esta igualación a la inquietud por el propio destino material.
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 30
oposición a la Revolución bolivariana es su amistad con regímenes en que los disidentes políticos, las mujeres, las minorías sexuales (o todos) están en franca desventaja, como es la situación de Irán, Libia, Bielorrusia, Corea del Norte y Cuba. Igualmente, me ha tocado desafiar tradiciones familiares e ideas sobre los modos adecuados de ser mujer en la sociedad venezolana actual: el ejercicio de mi libertad implica entonces la afirmación de la diferencia, no de una noción de igualdad que me obliga a ser lo que no deseo para complacer expectativas de otros(as). Esta noción de diferencia no es asimilable al respeto sin crítica a la diversidad cultural, tan de moda en algunos sectores de izquierda. Si bien es cierto que la sociedad, la política, la religión, la familia, la lengua y las tradiciones son condiciones que generan sentimientos de identidad y pertenencia, también es cierto que el individuo tiene derecho a escoger identidades para las que no estaba destinado en principio. El Estado y la educación seculares, así como la igualdad ante la ley, son garantías de la libertad para escoger formas de identidad. Si como musulmana quiero usar el velo para ir a la escuela, también debería tener la libertad de quitármelo cuando se me antojase, asunto que por lo visto olvidaron los activistas de izquierda europeos(as) que defendieron hace unos años esa práctica religiosa y que suelen cuestionar, con razón sin duda, al Papa, pero no a los imanes musulmanes. Y en cuanto a una costumbre espantosa como la mutilación de los genitales femeninos en algunas comunidades africanas, ésta debería condenarse sin más, tal como se condena la tortura, los castigos físicos y el golpear a la mujer y a los hijos, a pesar de que sean prácticas
muy arraigadas en muchos países, entre ellos Venezuela. El respeto a la diversidad cultural no debería traer aparejada la consagración de la desigualdad ante la ley o la primacía de la familia, la comunidad y la tradición por sobre las opciones individuales. Y entre las opciones individuales, hay dos que en sus mejores manifestaciones suelen rebelarse contra los prejuicios y las medias verdades establecidas. Y es que como narradora y docente no tengo más remedio que creer en la libertad, específicamente en la libertad de expresión y de cátedra, conquistas fundamentales de la tradición liberal, reconocidas hoy día hasta por pensadores radicales de izquierda, como también ha escrito Chantal Mouffé, en La paradoja democrática. Sería entonces una hipocresía que renegara de eso que los comunistas reciclados o no, que tanto abundan en la Revolución bolivariana, califican despectivamente de «libertades formales», cuando la realidad es que si, por ejemplo, hubiese escrito hace 70 años mi cuento «Dead Can Dance», cuyo tema es la relación amorosa entre tres personas en un ambiente de fuerte tensión política, probablemente tendría que haber soportado algún tipo de censura eclesiástica, educativa o gubernamental. La censura quizás redundaría en el éxito del libro de cuentos en el que coloqué «Dead Can Dance», pero también podría haber significado ciertos riesgos: unos cuantos escritores(as) y profesores(as) en el siglo XX fueron objeto de persecuciones e incluso perdieron la vida porque su obra no se plegó a los poderes políticos, económicos o religiosos en juego. Escribir y pensar con libertad es la condición para que estos oficios no
mueran de mengua, mediocridad y pesadumbre. En este sentido, coincido con el ex presidente de la ahora República Checa, el escritor Vaclav Havel: los que cuestionan las «libertades formales» (libertad de expresión y de cátedra, entre otras) es porque nunca las han perdido. Si un proyecto político me ofrece igualdad material, pero conculca las libertades formales, sospecharía de un totalitarismo disfrazado de generosidad y buenas intenciones. En este sentido, no comparto la idea de que los derechos humanos son una invención del imperialismo occidental y un elemento de erosión de la diversidad cultural y de dominio sobre las sociedades africanas, asiáticas o latinoamericanas, idea muy exitosa entre radicales de izquierda al estilo del crítico esloveno Slavoj Žižek, y entre algunos partidarios de la Revolución bolivariana, admiradores de Fidel Castro o del comunismo a la Corea del Norte. Esta idea oculta que los derechos humanos constituyeron la decantación de experiencias humanas muy dolorosas y esconde también que se inventaron, formularon y extendieron muchas veces en contra de las élites dominantes de Europa o Estados Unidos. Los derechos civiles de los negros norteamericanos, por ejemplo, se lograron a pesar de un sector grande y muy influyente de estadounidenses con una limitada visión de la democracia como régimen propio de gente blanca. Los derechos de las mujeres tienen una historia semejante. Como demócrata convencida no tengo otra opción que escoger la libertad, pues la democracia es el único sistema que se inspira en la idea de que el individuo puede decidir por sí mismo lo que le conviene y organizarse para
La libertad es difícil y paradójica porque necesita de la igualdad ante la ley y de la igualdad de oportunidades para no convertirse en un simple deseo irrealizable
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 32
conseguirlo: no otra cosa es la libertad política, vuelve a explicar Norberto Bobbio en El futuro de la democracia. Y la libertad política es indispensable para una escritora, feminista, universitaria y activista que requiere de una atmósfera pluralista para su trabajo, más allá de que la historia del siglo XX parece desmentir que todos los individuos son capaces de escoger lo mejor políticamente hablando. Para mi fortuna o desgracia me considero una ciudadana interesada en la política como ejercicio de transformación de la vida social cuyo origen primigenio está en la aspiración de ser libres –parafraseando a Hannah Arendt– y no sólo iguales, aunque la igualdad en ciertos terrenos es necesaria. Mi oposición a la Revolución bolivariana parte precisamente de que intenta eternizar una concepción de la igualdad material y política que se superpone a la libertad individual y niega otras concepciones acerca del bien común: hay maneras diferentes de definir la libertad y la igualdad que las ofrecidas por la revolución, pero ésta se empeña en excluir la posibilidad misma de alternarse en el poder y permitir que otros sectores propongan otro proyecto de país. Los revolucionarios desean una sociedad superficialmente armónica y coercitivamente igualitaria en la que el Estado esté presente en las diversas áreas de la vida social y se asegure el poder del Comandantepresidente. Pero en el ejercicio de la libertad en todas sus acepciones posibles reside la capacidad de ofrecer opciones o al menos un muro de contención a las pretensiones hegemónicas del Gobierno actual. La obligación de ser libres ahora es de todos.
D
dossier
POLÍTICAS VENEZOLANAS QUE LIMITAN LA LIBERTAD
LA IGUALDAD COMO MENTIRA DE ESTADO Los gobiernos venezolanos no han sido ajenos a la retórica igualitarista. Algunos han puesto sobre la mesa la idea de imponer ciertas restricciones a la libertad, desde la convicción de que una noción del bien puede imponerse a la fuerza. Para crear un «hombre nuevo» hay que ejercer coacción, lo que al final significa la muerte de la libertad [ ISABEL PEREIRA PIZANI ]
L
a discusión entre libertad e igualdad parece eternizarse como una fantástica epopeya del bien contra el mal; con la enorme particularidad de que la noble idea o noción del bien, transmutada en igualdad para muchos grupos y sectas en el mundo, ha sido de forma irrefutable el infierno para otros que se han visto obligados a padecerla. Por ello, bien vale iniciar esta osada reflexión con una áspera pregunta sobre la libertad, siempre desde la premisa de que se trata de relaciones entre seres humanos: ¿es acaso la libertad la persistencia de un estado de nocoacción que reduce al mínimo el poder de algunos sobre otros? En cuanto a la igualdad, sería menester reivindicar el amplio registro de diferencias e ilimitada variedad de la naturaleza humana. Si cada individuo es una posibilidad o potencialidad singular, pueden tener razón algunos pensadores como Hannah Arendt al señalar que «No debemos alimentar esa igualdad que arroja por la ventana todas las diferencias naturales y necesarias porque esa igualdad es la más franca desigualdad. Nadie nos hizo iguales, sino muy desiguales. La única igualdad es la igualdad ante la ley». Esta prevención ante la igualdad forma parte de un campo minado
entre dos polos del pensamiento: en un extremo Karl Marx y en el otro F.A. Hayek. No será hasta 1971, con la publicación del libro de John Rawls, Teoría de la justicia, cuando surja la propuesta de reconciliar la libertad y la igualdad, fundada en su concepto de justicia como equidad, comprometida por igual con los derechos individuales como fundamento del liberalismo clásico y con el ideal igualitario de distribución justa, propio de las tradiciones socialistas y de las democráticas radicales.
Una línea muy delgada Amparados en estos pensamientos, con un débil vislumbre, aún muy lejano, de la compleja relación entre libertad e igualdad, vale la pena denunciar que entre nosotros, en Venezuela, la libertad ha estado siempre en jaque, amenazada, en nombre de la igualdad, del afán del igualitarismo. Pero ¿cuál ha sido el peligro? ¿Por qué está en riesgo la libertad o en nombre de qué idea, sueño o aspiración de igualitarismo se constriñe? ¿Cuál es la voluntad arbitraria que reduce nuestra independencia? Estas preguntas pasan por admitir que quizás las fuerzas morales o fácticas desde las cuales se atropella la libertad pueden estar imbuidas
o impregnadas de un imperioso clamor por defender a seres considerados más débiles o desaventajados, por garantizar su igualdad material. Es posible admitir que algunas restricciones de la libertad puedan brotar desde un ilusorio afán compasivo de algunos hombres o, más rudamente, desde la convicción de que nuestra idea del bien puede o es posible imponerla a la fuerza. Para crear un hombre nuevo hay que destruir a los que existen, hay que ejercer coacción. Lo que al final significa la muerte de la libertad. Con este preámbulo podemos adentrarnos en nuestra historia particular y asomar la pregunta: ¿qué llevó a los hombres del 28 y a Rómulo Betancourt a construir o edificar un Estado-fortaleza que limitó o redujo la libertad de los venezolanos? Tal vez fue el terror ante los desmanes y abusos de algunos grupos e individuos que, apropiados del poder, enajenaban sin piedad todas las libertades, políticas, económicas y morales e instauraban una sociedad de desiguales, tal como había ocurrido en la primera mitad del siglo XX. ¿Por qué esta acuciante búsqueda de una nueva tutela en aquellos que precisamente huían del gendarme necesario? Lo mejor sería escuchar, una vez más, las propias palabras de
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 34
Betancourt, extraídas de su obra fundamental, Venezuela, política y petróleo: «Venezuela está definitivamente resuelta a ser ella misma, a través de sus órganos estatales, la que determine la forma más beneficiosa para el pueblo de explotar sus reservas petrolíferas, pero en ningún caso debe hacerlo ya más mediante el sistema colonial de otorgarlas en concesión a inversionistas particulares». Continúa el texto del ex presidente: «El Estado, rico en recursos fiscales, debía acelerar el tránsito de la producción no petrolera, lastrada de rezagos feudales, hacia otra de moderna fisonomía industrial. Pero controlando, orientando y condicionando ese proceso, para que no se produjera anárquicamente y para que no culminara en la creación de una prepotente oligarquía de los negocios, desconectada de las necesidades del país y reacia a compartir beneficios con trabajadores y consumidores. […] En Venezuela ese salto en el sentido hegeliano, de lo colonial a lo moderno en la estructura económica de la sociedad, iba a ser planificado, regulado, por un gobierno leal a la emoción social de nuestro tiempo, y consecuente con los intereses y aspiraciones de los estratos que le aportaban al país su más sólida base de sustentación: clases medias, profesionales
y técnicos; obreros artesanos y campesinos y grupos industriales de mentalidad moderna. Dicho más concretamente: no se trataba de repetir el “Enriquézcanse” de Guizot a la burguesía francesa, sino de orientar la producción en tres sentidos: estudiando las características de la economía, e impulsando su desarrollo conforme a esas investigaciones técnicas. Asumiendo la realización de aquellos programas que, por su magnitud o por no ser halagüeños para la inversión privada, requerían la activa injerencia del Estado; y estimulando liberalmente, con la ayuda crediticia y técnica, a los hombres de empresa emprendedores y dinámicos, pero siempre que estos canalizaran sus empeños industriosos de acuerdo con lo que el país necesitaba producir, ajustando sus costos a lo que el consumidor podía pagar racionalmente y aceptando satisfacer el nivel de prestaciones sociales ya alcanzado por los trabajadores venezolanos».
Tesorería para saquear No es difícil adivinar la ruta futura. Si los poderes del Estado son inmensos e ilimitados, como lo pinta este decálogo betancouriano, el gran enjeu político será en adelante apoderarse del Estado como un botín de guerra. Los partidos políticos y los líderes que surgirán en Venezuela, como arañas en su red, simplemente cumplirán estos designios, tutores de un Estado inexplicablemente rico en medio de una pobreza que puede ser calificada de atroz.
Así se arman las bases económicas de una sociedad que opta definitivamente por el igualitarismo. Frente al riesgo que suponía poner en manos de sus ciudadanos el manejo de las riquezas, el líder opta, «bajo la emoción social de nuestro tiempo», por crear la plataforma de lo que en adelante será el instrumento de búsqueda del igualitarismo pero inexorablemente también de coacción y limitación de la libertad: el Estado patrimonialista e interventor venezolano.
El reto crucial para un Estado erigido como poder representativo del igualitarismo, frente a la posibilidad negada de «la creación de una prepotente oligarquía», era cómo repartir las riquezas, a quién favorecer, qué privilegiar, o en los términos liberales radicales de Hayek, ¿cómo imponer coactivamente un patrón de distribución? Quizás los inicios de una democracia así constituida no fueron tan difíciles dada la existencia de ingresos fiscales petroleros y el probado talante democrático de Betancourt, quien dedicó una buena parte de los recursos fiscales a la solución de problema seculares. Así, Venezuela se construyó y caminos, casas, hospitales y escuelas surgieron por todo el país. Sin embargo, el virus que significaba el desmesurado crecimiento del poder del Estado y la capacidad discrecional de favorecer a unos en desmedro de otros, comenzaba a socavar las bases del pretendido igualitarismo.
La pregunta parece obvia, frente a un Estado que nace con tales poderes económicos ¿cuál margen de maniobra, cuánta libertad, cuánta posibilidad queda de jugar el papel de ciudadano?
El poder patrimonial ha incubado grandes riesgos: si el Estado era tan rico, los ciudadanos no tenían que someterse a ninguna refriega para generar riquezas, producir algún valor, crear empleos, ser producti-
vos. Competir en mercados externos no constituía parte del decálogo nacional. El verdadero núcleo de la cuestión era cómo acceder a esos recursos que infaliblemente engrosaban las arcas públicas. En otras palabras, no era producir, sino manejar y participar en la tesorería pública, como repetían algunos cínicamente.
Estado de roscas Esta arquitectura del Estado betancouriano trascendió de un comienzo suave hacia situaciones y procesos no previstos. La corrupción y el clientelismo político aparecieron como grandes culpables de los fracasos gubernamentales. Para cada momento surgía un villano: una cúpula podrida, unos apóstoles, una rosca. Figuras que se sucedían unas a otras como si se pretendiera tapar el sol con un dedo. Detrás de todos estos avatares resoplaba, gordo, inflado, ahíto de poder y de capacidad de coacción, el Estado, idealmente construido para garantizar la igualdad entre unos ciudadanos, ignorantes de que esta operación tenía un precio: su libertad. No podía ser de otra manera, el Estado era una infalible maquinaria bajo el control de hombres en el poder quienes tomaban todas las decisiones, negaban o atribuían. Un Estado dueño y administrador del patrimonio del país con límites o controles evanescentes, frágiles o inoperantes. Con un Estado rico, distribuyendo riquezas y prebendas hacia sus acólitos, ¿podíamos acaso esperar que las leyes y los jueces garantizaran la seguridad jurídica de los ciudadanos y de sus bienes? Las libertades económicas entraron a un terreno de ficción, sólo se autorizaban aquellas actividades industriales o comerciales que el Estado consi-
Con un Estado rico, distribuyendo riquezas hacia sus acólitos, ¿podíamos acaso esperar que las leyes garantizaran la seguridad jurídica de los ciudadanos?
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 36
deraba convenientes: Betancourt dixit. Bastaba con oponer trabas administrativas infranqueables por parte de funcionarios representantes del ente que, en la mayoría de los casos, financiaba, prestaba, compraba o autorizaba las ventas. Al final de esta persecución del igualitarismo, sólo quedó el angosto umbral de los derechos políticos fundamentales: el derecho a votar, a expresarse libremente, a postularse para ejercer el ministerio público y el derecho a elecciones libres, justas y moderadamente frecuentes, a formar asociaciones políticas, incluidos los partidos políticos. Estos derechos, al igual que los económicos y la seguridad jurídica, son frágiles y completamente amenazados frente al poder creciente del Estado. Hoy aprendemos con horror que este último territorio de menguadas libertades políticas está en grave peligro. Hasta podríamos cambiar la democracia por otro sistema, aunque no lo hayamos decidido voluntariamente. Puede que la educación abandone su espacio de humanización para convertirse en un campo de entrenamiento forzado con consignas igualitaristas anacrónicas.
Términos sin reconciliar Por último, conviene señalar, aunque suene utópico, que en Venezuela, en la década de los sesenta, pudiese no haberse impuesto la igualdad sobre la libertad, cuando aun el socialismo de la Unión Soviética permanecía como un referente mundial de las banderas igualitaristas. Sin embargo, lo que resulta inexcusable es no haber tenido ninguna iniciativa, proyecto o liderazgo que en las décadas subsiguientes permitiesen corregir rumbos, transferir gradualmente más poder y autonomía a los ciu-
dadanos, es decir, crear las bases de una democracia con libertad. O en los términos de Rawls, caminar por la senda de la reconciliación entre igualdad y libertad. Lo que resulta evidente es que el camino del igualitarismo transitado por Venezuela a partir de 1958 logró ciertos avances, pero definitivamente no pudo prevenir ni derrotar la pobreza, la pérdida de la libertades económicas aplastadas por el poderoso Estado patrimonialista petrolero y, quizás uno de los capítulos más tristes, su total incapacidad de asegurarle a los ciudadanos jueces honestos. Al final de esta tragedia histórica nos enfrentamos a la peor aventura de todas, financiada por la renta petrolera dentro y fuera de nuestro territorio: el intento de imponer una nueva versión de una vieja y derrotada utopía, «el socialismo del siglo XXI». De nuevo la antigua oposición de la Revolución francesa que renace entre nosotros con un eterno final, siempre el mismo, ejemplificada en la frase que, según cuentan, le dijo Danton a Robespierre: «Me fui al campo a reflexionar, y decidí que prefería ser decapitado a decapitador».
Es inexcusable no haber tenido ningún proyecto o liderazgo que permitiesen transferir gradualmente más poder y autonomía a los ciudadanos
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 37
D
dossier
LA MITOLOGÍA DE LA LIBERTAD PATRIA
UN AFÁN DE ÉPICA Los gritos de libertad, tan destacados en los capítulos de épica independentista, han terminado por ser parte de nuestra construcción de identidad. Sin embargo, una mirada acuciosa descubre que tales gestas libertarias suelen sobredimensionarse en demasiados libros de historia [ ELÍAS PINO ITURRIETA ]
L
a libertad es un ingrediente sustantivo de la retórica venezolana. El bravo pueblo vive dispuesto a derramar la sangre por un principio que se remacha en el Himno Nacional y en el preámbulo de todas las Constituciones desde 1812. Por la libertad el pueblo combate contra España, emprende la autonomía de 1830 y se mata en la Guerra Federal. En los conflictos civiles del siglo XIX siempre se divisa el propósito en las convulsiones de una sociedad en pugna por romper las cadenas que la constriñen. Contra las cadenas el pueblo se levanta frente al posgomecismo con los adecos de 1945 y contra el militarismo en 1958, otra vez con los adecos y con la flamante compañía de copeyanos y comunistas. No existe un capítulo de nuestra historia en el que no se advierta una epopeya libertaria, hasta el punto de que se considere el ubicuo objetivo como señal de identidad.
No hay que exagerar La realidad conspira contra la retórica, sin embargo. El bravo pueblo se entusiasma con la dictadura de José Tadeo Monagas a partir de 1848 y lo deja llegar, como si cual cosa, al extremo de traspasar la autoridad a su hermano
José Gregorio. A partir de 1870 la sociedad protagoniza un torneo de genuflexiones susceptible de provocar una vergüenza que apenas saca ronchas en la piel de contadas individualidades. La autocracia de Guzmán Blanco, caracterizada por el desprecio de la ciudadanía y por un delirante encomio de la persona del gobernante, se sostiene en la plataforma de una colectividad humillada que no parece incómoda ante la humillación. De la corte del Ilustre Americano los venezolanos pasamos a la campestre comunidad del Taita de la Guerra, pero también a la habitación de caciques menores, a través de una mudanza que nos saca de los salones del blanqueo para llevarnos a los campamentos de un hombre de presa, sin que el ondear de la encarecida bandera se advierta en el panorama. La maroma que nos mete en la caverna de Cipriano Castro cuando comienza el siglo XX no es sino la continuación de una conducta parecida a lo inamovible, que llega en breve a una sumisión que se confunde con el regocijo. Durante los 27 años de gomecismo el país traspasa los confines de la abyección. El bravo pueblo sabe que lo gobierna un tirano ignorante y cruel, un ladrón de cortas miras,
pero lo acata y aplaude sin siquiera parpadear. Se establece entonces una familiaridad con la barbarie, con una barbarie sin disimulo que debe pesar en los hombros de una sociedad que no se conforma con aceptar en su momento la idea del gendarme necesario propalada por los pensadores positivistas. La memoria posterior es usualmente benévola con Gómez, quizá porque sus portadores no se sientan como el resumen de una patología orientada a negar los procesos de cohabitación republicana que han formado un ideario apenas capaz de tocar la sensibilidad de las minorías. Cuando se inclinan ante un soldado mediocre como Pérez Jiménez, los súbditos sólo hacen un ejercicio menos áspero en comparación con la conducta establecida entre 1908 y 1935, no en balde el hombre fuerte ha cambiado el tortol por suplicios más sofisticados.
Pedagogía para ineptos El alejamiento de la meta de la libertad puede encontrar explicación en una idea propalada en torno a la ineptitud del pueblo para el ejercicio de los derechos ciudadanos, o de la simple policía republicana, que viene de lejos por el conducto de fuentes generalmente reverenciadas. Las Constituciones Sinodales de 1687 hablan de la
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 38
existencia de una «multitud promiscual» que debe seguir el magisterio de los blancos criollos para el entendimiento de los misterios de la religión y para la aceptación del régimen monárquico. En el Discurso de Angostura, expuesto en 1819, Bolívar propone una pedagogía republicana para la preparación de los venezolanos cuyo origen en la matriz hispánica les impide disfrutar las delicias de la libertad, o cuya proveniencia de las tinieblas no les permite contemplar la luz sin encandilarse y perder el derrotero del progreso. No habla de una incompetencia natural, sino de una traba histórica cuya superación dependerá de una escuela de areopagitas dedicada a hacer de los párvulos unos hombres maduros en el futuro. Guzmán maneja una idea parecida después de la Guerra Federal, cuando desembucha un curioso planteamiento sobre la existencia de unos «prestigios personales» sin cuya influencia permanecerá el pueblo en un estado rudimentario de civilización. Gracias a la penetración del positivismo en el último tercio del siglo, el parecer adquiere carácter científico. El pueblo debe atarse a la peinilla del hombre fuerte y a las enseñanzas de un puñado de intelectuales debido al mandato
de la raza, la herencia y el medio geográfico que lo destinan fatalmente hacia estadios metafísicos y teológicos. La positividad racional será hechura del futuro, cuando el mandón y sus catedráticos hayan efectuado la operación de preparar a una colectividad inmadura para el ejercicio de la libertad. La teoría supuestamente nacida de la ciencia languidece con el correr del tiempo, pero no deja de exhibir una de sus últimas manifestaciones durante la administración de Medina Angarita. En el equipaje de uno de los partidos del siglo XX viene la propuesta del voto universal directo y secreto para la elección de los poderes públicos, pero los notables del régimen encabezados por Arturo Uslar Pietri, lucernario del posgomecismo, sienten que todavía hacen falta pastillas de jabón que le quiten a la gente del pellejo las manchas de la incivilidad y de más adentro la incapacidad para manejarse con autonomía. Son muchos los años y los magisterios empeñados en fraguar el subterfugio de un pueblo inepto, para no pensar que fructificó en una cadena de omisiones y sujeciones.
Un caso proverbial Cabe otra consideración en el tratamiento del tema, no vaya a ser que levantemos injustamente la mano contra el pueblo a quien hemos visto tan distanciado de la prenda que le ha colgado la retórica. El seguimiento de los hombres de presa y la tranquilidad, o quizá la conformidad asumida frente a las autocracias, pesa en un análisis cuyo objeto es el alejamiento de los corolarios más trillados. Sin embargo, se debe observar otro aspecto no menos importante del asunto: la significación de la libertad para las gentes sencillas. ¿La libertad mueve el ánimo de las mayorías, como ha movido en determinadas épocas la voluntad o el discurso de los líderes? Los sucesos de la Independencia arrojan luz sobre el problema. La causa emprendida por los blancos criollos contra España apenas cuenta con un puñado de seguidores. El pueblo llano, esa «multitud promiscual» condenada a la tutela de los superiores por mandato de Dios, se niega a ponerse el gorro frigio que le ofrecen los aristócratas convertidos en revolucionarios. Tal vez no aplaudan las cadenas como los españoles cuando Fernando VII vuelve al trono, pero ante la oferta de la felicidad republicana prefieren la seguridad de las costumbres establecidas. Hacen falta medidas perentorias como el Decreto de guerra a muerte, el
ímpetu de los cañonazos y la aparición de un liderazgo próximo a su sensibilidad, para que los habitantes de los llanos, los campesinos del Oriente y los vecinos que viven en la orilla de la sociedad se animen a pelear por la libertad. Las criaturas de regiones tan importantes como Maracaibo, Coro y Guayana se empeñan en permanecer fieles a la monarquía, desprecian en forma paladina el obsequio de los próceres, hasta cuando la fuerza de las circunstancias los obliga a cambiarse de bando. En el caso de los maracaiberos, los corianos y los guayaneses existe una explicación plausible: la relación con la economía lugareña, la bonanza de sus negocios a través del tiempo y los hábitos formados desde antiguo sin intromisión de los petimetres de Caracas ofrecen incentivos vigorosos para buscar el destino desde su estatura sin quebraderos de cabeza. En el caso de los demás, es evidente cómo se les tienta con una carnada que no apetecen. La libertad no significa lo mismo para ellos. Es una búsqueda encarecida para los viejos «padres de familia» rejuvenecidos por los entuertos de los Borbones, pero un enigma o un imán impotente para la mayoría de la población. Quizá suceda lo mismo en el futuro. Las élites retocan la bandera en atención a las circunstancias, sin ocuparse de convencer a la muchedumbre de cómo desentierran una causa que les incumbe de veras. Lo que es para unos pocos la salvación puede ser para los otros un incordio, un gravoso compromiso que perturba la existencia. Porque no están pidiendo que los salven o suponen que no necesitan salvación. Una exploración de este costado que apenas se esboza ahora puede llegar a explicaciones dignas de atención.
Ciertas luces Lo cual no significa que un puñado de venezolanos no haya librado verdaderas epopeyas por lo que cada quien consideró como libertad desde sus entendederas. Empezando por los próceres de 1810 que dieron la vida por acabar con la monarquía para fundar una manera de vivir a su imagen y semejanza, entre ellos Bolívar, cuando se despojó de sus encajes de aristócrata. Una aventura continuada por la juventud liberal que pugnó contra la hegemonía del Presidente de Colombia después de Carabobo, o por las camarillas de godos fusionadas con los amarillos frente al monagato, o por los estudiantes «yunkeros» en son de burla ante la fatuidad de Guzmán, o por los jóvenes de la generación de 1928 graduados de políticos y de hombres maduros en las cárceles de Gómez, o por los combatientes de la resistencia contra Pérez Jiménez. La faena se perfecciona a través de una fábrica de papeles memorables que encuentra origen en la obra de Juan Germán Roscio, El triunfo de la libertad sobre el despotismo, cuya tradición continúa en autores como Francisco Javier Yanes, Tomás Lander, Ildefonso Riera Aguinagalde, José Pío Tamayo, José Rafael Pocaterra y Rómulo Gallegos, pluma en ristre contra las negaciones republicanas. Su repertorio condensa un afán que no representa los anhelos de la sociedad en sentido panorámico, o que no se ha traducido debidamente para que incluya a un enjambre de destinatarios convertidos en acólitos fieles de una idea fundacional de la colectividad. Pero el catálogo, en lugar de mostrar agotamiento, persiste como imprescindible conminación.
Hacen falta medidas como el Decreto de guerra a muerte… para que los habitantes de los llanos, del Oriente y los vecinos que viven en la orilla de la sociedad se animen a pelear por la libertad
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 40
E
e n t r e v i s ta
Aunque lleve el nombre del titán de los pies raudos, prefiere el calmo andar de la tortuga, sin prisa pero sin pausa, y con los dos talones bien plantados en el camino de la creación y gestión de su música. Se fue al norte, pero no tras una quimera, sino a consolidar una carrera que aparece ahora en su mejor momento. Tiene once discos en su haber y sabe decantar como nadie sus raíces en formatos diversos, desde lo sinfónico hasta el jazz fusión armando coll
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 43
G
rosso modo, cualquiera ponderaría, a Aquiles Báez, al ponerlo en el grupo de los «inclasificables». Pero, como siempre, el lugar común daría pocas luces sobre este músico venezolano, de familia originaria de La Vela de Coro. Después de más de 25 años de quehacer profesional, Aquiles Báez se pregunta si quedará alguien que todavía piense que permanece en la sombra de esa cofradía noctámbula de los cultores del bolero. Hace casi un cuarto de siglo, siendo un rapaz, acompañaba con su guitarra las voces ásperas del quejoso género caribe, en el desaparecido restaurante El Parque. Habrá quienes lo recuerden al frente de su Platabanda, rasgando su guitarra eléctrica, con estruendosos arreglos de fusión para metales y percusión afrocaribeña. Los habrá que lo conocerán por su dilatado trabajo como compositor e intérprete de la guitarra. Hace alrededor de diez años viajó a Boston a estudiar en The New England Conservatory y luego en la legendaria escuela de jazz Berklee College of Music, del que se convirtiera en profesor. Pero, llegó el momento en que su nombre empezó a repicar cada vez con más frecuencia en el ambiente musical de la costa este de los Estados Unidos, y la Babel de Hierro no tardó en imantarlo. Hoy en día vive allí, en Nueva York, desde donde se mantiene conectado a su país, la plaza originaria que, por fin, lo saluda con el reconocimiento de un público amplio. Pero, como cabe esperar, Báez le sale al paso a otro lugar común, el que resume el antipático refrán: «nadie es profeta en su tierra». «La evolución viene de antes, lo que pasa es que a lo mejor la gente lo percibe más a partir de que empiezo a hacer carrera afuera. Aquí, en Venezuela, si me aprueban, quiere decir que soy bueno. Y es como si no bastara con eso. Es como si no valoráramos las cosas que son de nosotros hasta que no salen fuera de las fronteras.» «Por supuesto que el estar afuera te obliga a evolucionar porque te encuentras con una realidad más competitiva. Y eso no sólo te hace crecer como artista, sino como persona. Pero la evolución se da a partir de lo que tú ya eres, si no es así, no pasa nada.»
Industria errática «Aquí los músicos siempre me han respetado, el problema lo veo en quienes manejan la cultura, en los medios o en la gerencia. Ahí todavía se duda de mis capacidades.» Este lamento, por más que Báez lo condicione, parece responder a otra matriz muy generalizada en su gremio. Quienes hacen una apuesta personal y persisten en ello, no gozan de la mejor recepción. El músico continúa con una cadencia previsible. Entre su creación y el público se interpone la industria de la música y sus controladores. Pero hay cosas que aunque se repitan no pierden vigencia. En este caso, la mala recepción de la gerencia cultural; no fue del todo asertiva al mantener a Báez como un músico de culto –que todavía es. O, ¿acierta tal vez quien considera que este guitarrista y compositor se debe a un público reservado? El personaje trae a colación una anécdota sentimental: «Una vez que fui a tocar al pueblo de mi familia, La Vela de Coro, me presenté en una iglesia y el público no era lo que se dice elitesco, o de gente cultísima. Eran los pescadores, las señoras que hacen empanadas, las familias humildísimas de esa costa de Falcón. Al final, se me acercó un viejo pescador y me dijo “Usted ha tocado mi corazón”». El episodio no luce del todo como una garantía de que Aquiles tendría multitudinarias audiencias si no fuera por la mala percepción de promotores y gerentes de los espacios y medios de difusión cultural. En todo caso, a este músico le queda mucho trecho por delante, y de momento, cabe valorar otros atributos o reprochar otras omisiones contextuales. A mediados de los noventa, la Fundación Bigott produjo un capítulo de su serie para televisión Encuentro con... a lo que por entonces amagaba como un movimiento pronto a cristalizar. La Platabanda de Báez fue escogida junto a las agrupaciones Onkora, Omar Acosta y su ensamble, el compositor e intérprete Saúl Vera y Ensamble Gurrufío, como una muestra de lo que estaba en gestación, algo que podría llamarse Música Popular
Venezolana Contemporánea; como toda etiqueta inexacta, pero que apuntaba a un fenómeno que empezaba a ser palpable. Algo equivalente a lo que sucediera con la música raigal en países como Brasil con la bossa nova o Argentina con el movimiento iniciado por el gran Piazzola. ¿Tal vez faltó un líder como Vinicius de Moraes para que Venezuela registrara un proceso tan exitoso como la llamada MPB (Música Popular Brasilera), que abarcaría todos los géneros musicales de Brasil y se convirtiera en referencia universal? «La canción más versionada del mundo es La chica de Ipanema de Antonio Carlos Jobim, cuya armonía es complicadísima. No cabe duda de que los criterios de la gente que maneja los medios son un poco errados, cuando uno se encuentra ante estos fenómenos. Hay una subestimación de la calidad del público. A mí que no me vengan con eso de que “no sube cerro”.» El paradigma que Báez pone sobre la mesa con la pasión del jugador de dominó que remata, La chica de Ipanema, no deja de llamar la atención sobre la indiferencia de la industria venezolana, en la que se ha colado, no obstante, y quizás no tan lejos como la chica de Jobim, pero igualmente replicada en idiomas y ritmos diversos, el pasaje de Simón Díaz, Caballo viejo. Luego, las tonadas del cantor de Barbacoa han ido ganando interés fuera de Venezuela. Luna llena, por ejemplo, cantada por Caetano Veloso, emblemático de la MPB, y que despide los créditos del filme de Almodóvar, La flor de mi secreto. En cuanto al liderazgo, pues, no se puede ignorar a Aldemaro Romero. Pero su hazaña de la Onda Nueva terminó en una empresa solitaria, y la denominación de origen sólo puede atribuirse a él, su creador. Faltaron los seguidores. ¿Qué pasó?
El tutti necesario «Es que no hay un movimiento. En Brasil se produjo un movimiento a partir del bossa nova. Creo que a los músicos venezolanos nos falta dialogar más. Y de pronto crear referencias como el Círculo de Bellas Artes, en el caso de los pintores del siglo pasado, o el grupo de los Seis, en Francia, o de los cinco en Rusia, es importante crear esas acciones… Fíjate, Vinicius de Moraes, que era músico y poeta, fue un gran artífice de la creación en colectivo. El bossa nova es grande como movimiento porque fue la acción de un colectivo. Vinicius era como el gran líder que juntaba a Chico Buarque y a Caetano Veloso, y así se fue creando un movimiento. Los brasileros tienen una figura muy interesante, los parseiros, tipos que componen juntos. Se daba entre ellos esa dinámica de los grupos de rock y de jazz, en que llega un momento en que no se sabe quién es el autor. No se trata sólo de tú haces la letra y yo la música.» Aquiles Báez estrenó a finales de 2006 la obertura Sabana con lluvia, dedicada a Simón Díaz. La pieza es una obra sinfónica, que emplea buena parte de la orquesta con especial énfasis en las cuerdas como soporte rítmico. A todas luces, obra académica, con reminiscencias del nacionalismo sinfónico del siglo pasado. El autor no niega las influencias y reconoce su filiación con la música de Antonio Estévez, el más radical a la hora de echar mano del sustrato musical de la nación para consagrarlo al brillo formal del poema sinfónico, verbigracia, La cantata criolla. «No se trata de algo preconcebido. Nunca me digo: “voy a hacer una tonada o una pieza a lo Antonio Estévez”. Fue algo que fue saliendo. No espero ni aspiro a que le guste a todo el mundo. Lo que quiero es seguir haciendo mi música.» –Tu paso por New England, tal vez, haya estimulado esa veta académica a partir de las raíces musicales de Venezuela. –Antes yo era más académico. En el año 85, en Caracas, creé un grupo que tenía viola, chelo, flauta, oboe, cuatro, bajo y guitarra. Era un grupo, si se quiere de cámara, de música venezolana. En esa época yo estaba más preocupado por la forma que dicta el canon. Con ese grupo grabé mi primer disco: Aquiles Báez y su grupo.
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 44
A los músicos venezolanos nos falta dialogar más. Y de pronto crear referencias como el Círculo de Bellas Artes
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 45
Sin solución de continuidad Establecer el derrotero de la música venezolana desde la perspectiva de Aquiles Báez no es fácil. ¿Hacia dónde va finalmente? Desde luego, tiene dos vertientes que se entrecruzan. Las relaciones del corpus tradicional venezolano con el canon tienen toda una historia. Sin entrar en el nacionalismo esbozado por Estévez, Plaza, Sauce y Castellanos, ha habido siempre el interés del conservatorio por esa cantera que subyace en el vastísimo territorio musical de Venezuela. Plaza llevó el joropo al cuarteto de cuerdas con su Fuga criolla, en la que revela el autor su conocimiento de las mañas de Bach. Rafael Suárez, formado en Roma, también «arregló» con indudable arte y sensibilidad buena parte del cancionero tradicional según la armonía y el contrapunto clásicos. Cuando un niño de la Orquesta Juvenil de Venezuela, tras interpretar un concierto de Mozart, ofrenda como bis un pajarillo, se pone de manifiesto un accidente maravilloso. Pareciera que no hay solución de continuidad entre la gran música, heredad de Europa, y los géneros creados en las llanuras y los montes venezolanos. Leyendas hay que pretenden explicarlo: que si el arpa tuyera es hija del clavecín, y de ahí que al escuchar ciertas producciones del barroco italiano, Scarlatti, por ejemplo, es inevitable la analogía con los intranscribibles derivados del seis por ocho que cunden el acervo musical de la Venezuela profunda. La presencia de las polirritmias africanas es innegable. Pero parece haber algo más. Báez se ríe al ser confrontado con el asunto. «Es que yo soy piscis y vivo en una dualidad constante. Uno es parte de muchas cosas y tiene ideas muy diversas. Cuando tú oyes a Bach y a Mozart, escuchas obras totalmente disímiles aunque sean del mismo compositor. Oyes a Miles Davis, y ves que tiene cosas totalmente disímiles.» Entre lo académico, canónico, y lo popular, espontáneo, entre la autenticidad y la intención, la música venezolana araña el futuro. Aquiles acusa el disgusto que caracteriza a todo músico verdadero al que se le insinúa una intención, programática o comercial. En la misma velada en que estrenara la obertura antes citada, tocó también por vez primera un tríptico para guitarra y orquesta. Pero, la rúbrica de la obra se queda corta. Quienes asistieron aquel domingo al Aula Magna, para escuchar los estrenos de Báez, acompañado de la Orquesta Sinfónica Municipal, bajo la conducción del maestro Rodolfo Saglimbeni, lo vieron aparecer apertrechado de una guitarra electroacústica, seguido de dos jóvenes, uno portando su cajón, y el otro su bajo –electroacústico, también– modelo Messenger. Los otros dos solistas: Adolfo Herrera Cuenca, sobre el cajón, y Roberto Koch, tras su Messenger. El autor confiesa que compuso ambas obras, la obertura y el tríptico, casi simultáneamente, o en paralelo. «Cuando yo empecé a escribir esa obertura, estaba en el proceso del Tríptico para guitarra. Y me vino una idea, que era como una masa, como la lluvia de la sabana.» Tras escuchar la obertura, ceremoniosa, interpretada por la Municipal con solemnidad de gran concierto, cierto público se reencontraría con el Aquiles Báez de siempre. A duras penas se acomodaba a un traje negro y una corbata, mientras esperaba el levare del director. Bajo ese atavío concertístico se agitaba el autor de la Platabanda, el guitarrista de boleros, el instrumentista fajador que ha tocado con Paquito D’Rivera, John Pattituci, Danilo Pérez, entre otras estrellas de la música contemporánea. El cuatrista y tocador de tres cubano, el sonero, el armonista, el melodista impredecible, el músico interface que no deja de sorprender, aunque pasen los años.
Aquí hay una subestimación de la calidad del público. A mí que no me vengan con eso de que «no sube cerro» V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 46
Lo comercial, ese imponderable –¿Por qué incorporas el cajón a esta pieza, que no hay duda recurre a la fusión, pero es de una manifiesta raigambre venezolana? –El cajón es uno de los instrumentos de percusión del futuro. Es similar a la tabla india, en cuanto a la cantidad de sonoridades que puede dar. Es como una batería comprimida, pero más lírica. Yo creo en la transformación de las cosas, uno tiene que ser abierto. El cajón es uno de los mejores ejemplos de una fusión feliz, sin deformaciones. Fíjate que mucha gente lo asocia con la música flamenca, andaluza, y resulta que es peruano. Hace unos 30 años fue Rubén Danta, percusionista de Paco de Lucía, quien lo adaptó a la música andaluza. Es mucho más complejo de lo que parece. En su interior tiene cuerdas de guitarra que le dan el carácter a ratos de un redoblante. Es un instrumento muy versátil en cuanto a la sonoridad. Se lo puede comparar con la tabla india en cuanto a sus posibilidad tímbricas y su registro. El intérprete lo toca con las manos y los pies y le saca infinidad de sonoridades. Y fíjate, ahora la gente habla del «cajón flamenco». La cultura es algo que está en constante transformación. Si no, nosotros estaríamos en guayuco todavía, entonces habría que defender el andar en guayuco. Pero la interlocución entre culturas tiene sus trampas, y cómo no. La fusión musical se ha prestado a bastardías variopintas. Ahora mismo, en Venezuela, dados los condicionamientos programáticos de la Ley de Responsabilidad Social en los Medios Radioeléctricos y Televisión, ha fructificado ¿un género? que han etiquetado como ¿neofolclor? Un oxímoron en una sola palabra. Y la industria de la radiodifusión se ha valido de más de un subterfugio para transmitir música supuestamente folclórica, pero que lleva más de un contrabando. Por ejemplo, ha tenido mucho éxito el haber encajado el seis por ocho venezolanísimo, a un más cantabile cuatro por cuatro. Los ejemplos quedan a la acuciosidad del lector. «Es la forma de tratar de filtrar algo que consideran comercial y de pronto no se corresponde del todo con la ley. Lo malo es que los medios tienden a tener una visión muy acartonada de lo que se debe hacer con la música. Cuando salió Buena Vista Social Club, la gente de los sellos disqueros no apostaba ni medio a ese grupo de viejitos. Y resulta que terminaron vendiendo dos veces lo que vendía Ricky Martin. Entonces, ¿dónde está el criterio de lo que es comercial?»
De lo raigal a lo universal Lo llamaban Guataca –que significa buena oreja en criollo– cuando estudiaba en el Conservatorio de la Orquesta Simón Bolívar y rondaba, guitarra a cuestas, las aulas y los pasillos de la Escuela de Arte de la Universidad Central de Venezuela. Es difícil hacer hablar a un músico de lo que hace, aun cuando sean tan concienzudos como Báez. A ratos, ante una pregunta, abraza la guitarra bien resguardada en su estuche como si ahí dentro estuviera la idea que sólo la música puede hacer manifiesta. «En el mundo hay gente haciendo música desde su tradición con formatos diferentes. Yo acabo de grabar un disco con Richard Bona, un bajista de Camerún, que es uno de los top en Nueva York y está de gira con Pat Metheny. Yo creo en la raíz, ir desde la raíz, desde lo que tú eres hacia otras direcciones. Yo creo mucho en que uno es parte de un inconsciente colectivo y que parte de una identidad que está siempre latente ahí…» «El camino es más difícil y más largo, tal como me lo he planteado. El otro día en una entrevista yo decía, citando la fábula de Esopo, que prefería el camino de la tortuga al de la liebre, porque aparte, físicamente me parezco más a una tortuga. Lo importante no es qué tan pronto llegues, porque ¿cuándo se llega realmente o a dónde es que se va a llegar? Lo importante es la constancia y la firmeza con la que vas andando el camino.»
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 47
P
p o r ta f o l i o
F Sobrecubierta
E La fotografía ha navegado fieramente entre los mares de la imaginación y la realidad a lo largo de muchas décadas. En ciclos naturales de aproximación y alejamiento, se ha inclinado a una u otra de estas tendencias por parte de las mayorías en el mundo fotográfico. Pero pocos, muy pocos, han alcanzado la dimensión poética de la fotografía a través de ambos discursos; tanto en aquel vinculado a una creación más plástica como en aquella otra más documental o directa. Luis Lares tiene ese curioso privilegio, el de poder expresarse plenamente en los que son considerados, las más de las veces, mundos apartes e incluso antagónicos en el terreno teórico-conceptual. Pero entre estas aguas, Lares ha sabido madurar una obra a lo largo de veinte años de producción fotográfica, que nos ofrecen una amplia gama de imágenes que reflexionan sobre lo urbano y el individuo, acerca de la cultura y el hombre en ámbitos diferentes y desde distintos puntos de vista creativos.
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 48
F Campi単a en invierno I
Compacto A
F Clocharde
Carrousel A
F Homeless
De esta manera vemos cómo sus primeras fotografías de los años 60 se sirven del color como recurso plástico, girando fundamentalmente en torno al reconocimiento de lo urbano y lo rural, en particular a sus diferentes estructuras formales y expresivas. Desde aquel punto de partida, Luis Lares hilvana una secuencia de reflexiones plásticas fotográficas que lo llevan a desarrollar series como Lejos es un lugar que no existe (19791983), en la que aborda con singular fuerza poética el tema del individuo y la ciudad. En este trabajo se sirve notablemente de retratos de sujetos que se encuentran en la periferia de la sociedad y que expresan por primera vez una sutil crítica social que ya luego caracterizará toda su obra. El hombre y la arquitectura contemporánea (1981-1984), sirve a Lares para exponer sus propias ideas sobre el tema, que se habían formado en sus años de estudios arquitectónicos –estudios que abandonaría para estudiar cine en The London International Film School. Esta serie cobra cuerpo en sus primeros años de vida en Europa, donde entra en contacto con las ciudades que generaron la mayoría de los movimientos arquitectónicos de vanguardia.
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 51
F Permeables
Luego de trabajar varios años con el blanco y negro, Lares retoma el color haciendo las imágenes más gráficas de toda su obra: Permeables (1984), donde nuevamente su formación académica en cine parece poner su grano de arena en el refinado ojo fotográfico que lo caracteriza. Tras largos años de estadía en Europa, regresa a vivir a Ciudad Guayana, un escenario ideal para continuar el discurso que se desarrolla en él serie tras serie y que alcanzaría un punto superlativo con los trabajos que allí realiza. El encuentro con las industrias básicas renueva el discurso sobre el hombre y la arquitectura contemporánea. El fabuloso y casi desconocido paisaje que presentan los altos hornos y las plantas de procesamiento, ofrece un nuevo panorama que es representado con la más clásica técnica del blanco y negro, pero a través de elaboradas y audaces composiciones que Lares agrupa en trabajos como La industria de Guayana y La sensualidad en la industria, que devienen en la acabada serie Matanzas, zona industrial (1988-1989). «Esta serie es el resultado de una minuciosa revisión del paisaje y del ambiente emotivo industrial, estableciendo las bases del más importante ensayo fotográfico que sobre la industria se ha hecho en el país», leemos en el texto Evidencias. Luis Lares: 1975-1998.
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 52
F Forum des Halles I
Venecia A
F Rascacielos
Cúpula, Duomo de Milán A
F Pasaje Pompidou
Escalera I, Metro de Londres A
F Matanzas, Zona Industrial
Hombre en picado A
F Gregorio Bolívar
Del trato cotidiano con los empleados de la industria surge naturalmente la otra cara del coherente trabajo de Lares: el hombre y su relación con este paisaje fabril y, más allá, su intimidad en la pequeña escala humana que ocupamos los humanos en ese titánico mundo. Así, Hombres de carbón (1990-1994), nos coloca ante el más frágil eslabón del duro entorno de las empresas básicas de Guayana, ofreciéndonos imágenes fuertes y conmovedoras sobre los trabajadores venezolanos como nunca antes habían sido concebidas en nuestro país. La calidad documental de estas fotografías es tan relevante como la calidad plástica que alcanzan, llegando a convertirse en auténticas imágenes artísticas que, como dice el cineasta ruso Andrei Tarkovski, «tienden hacia lo infinito y conducen hacia lo absoluto». Es así como Luis Lares, al cabo de más de dos décadas de labor fotográfica, ha alcanzado un cuerpo de trabajo vigoroso, rico en imaginación y reflexiones sociales que muestran una de las obras fotográficas venezolanas con más personalidad en el terreno del arte.
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 57
E
e n s ay o
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 58
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 59
A
arte
L
as recientes realizaciones de Sigfredo Chacón afianzan lo que ha sido la orientación de sus búsquedas durante los últimos lustros. Lo grueso procede de sus series «Purapinturabstracta», «Dibujo de Pintura», «Dibujo, bandeja», «Pintura, bandeja», «Drippings», «Unfinished», «Kakuropaintings con moscas», «Trafficpainting», entre otras. Pero ahora su despliegue ha encontrado vías de mayores síntesis, así como alternativas de integración más madura. La síntesis se aprecia en el tránsito de una diversa utilización de esmaltes industriales y asfaltos, combinados con la cáustica y el acrílico, hacia una aplicación de grafito y acrílicos preparados con el dominio propio de quien conoce todos los secretos técnicos de los recursos. La sensación plastificada y el aspecto industrial adoptan resultados que extreman los impactos plásticos hasta sus expresiones más desafiantes. Pero, más allá de estos efectos perceptivos, se impone el impacto que proviene de la simultaneidad entre ocultación y revelación, así como entre razón y expresión. Al aproximarnos al significado de estas pautas que subyacen en la obra de Sigfredo Chacón, nos asalta de inmediato el aforismo de Mallarmé: «El arte es ocultación y revelación». En las obras de nuestro artista, la ocultación y la revelación se distinguen sin separarse y también se unen sin confundirse. Por eso, no se transmite ninguna arbitrariedad entre la pintura chorreada que asume una prepotente densidad y que adopta un invasivo e impreciso desplazamiento, por una parte, y la presencia dibujística que aporta el fondo tramado por alvéolos y retículas que no disimulan su precisión estructural. Es así como el fondo y la superficie comparten espacios plásticos que excluyen cualquier radicalismo. Aquí
no puede hablarse de informalismo ortodoxo y menos aún se le da cabida a un geometrismo ensimismado. Todo radicalismo es la desesperada frustración de un delirio, y ese no es el caso de Sigfredo Chacón, pues en sus ejecuciones no existe una obsesión tensionada hacia los abismos instintivos del expresionismo abstracto, ni de un constructivismo refrenado en las prescripciones de su autosuficiencia. Hay, más bien, una extraña y enriquecida convivencia que procede de la prefiguración calculada del artista. A pesar de que en algunas obras prevalece la materia pictórica y en otras se afinca la retícula estructural, por lo general, lo uno hace pensar en lo otro: siempre aflora una especie de complementación sugerida o presentida. En última instancia, el resultado es insoslayable: la pintura no está sometida a la retícula ni la retícula esta subordinada a la pintura, lo que procede es una integración de estatutos donde la conjugación final dice mucho a través de no querer decir más allá de lo que se percibe y vivencia con el contacto visual. Lo anterior nos lleva a un resultado fundamental: en Sigfredo Chacón el concepto y la sensibilidad se convierten en una misma cosa. O mejor: lo conceptual y lo sensible se congregan en un compendio indivisible. Nada está en los sentidos que no estuviese simultáneamente en el espíritu, así como nada se recoge en la materia que no este, al mismo tiempo, en los conceptos. Por eso, en su obra el espíritu de la pastosidad inerte y la palpitación de la sensibilidad se mezclan en un mismo recuadro. Así aparecen los desafíos para el interlocutor pero, igualmente, así salen a la superficie las vivencias estéticas más sorprendentes. El asunto no es encontrar algo distinto a lo que se ve, lo importante es percibir las sensaciones de lo que está ensimismado en su singularidad. Cabe, entonces, parafrasear al
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 60
poeta Valéry para decir: la mirada más profunda es la que se hace cuando no se quiere ver más allá de lo que se ve. Para incrementar esa sublime vivencia, el artista promueve una sugerencia de lo inacabado, de lo pendiente, de lo incompleto. No olvidemos que Jean Guitton afirmaba que «una obra debe parecer inacabada para ser humanamente verdadera. De hecho, nuestra vida es una obra inacabada». En Chacón se observa una inclinación hacia lo inconcluso, con lo cual se asoma algo sorpresivo y enigmático. A la combinación entre lo expresivo y lo constructivo, ahora se añade una correspondencia entre lo concluido y lo aparentemente inconcluso. Aflora, pues, una renovación de la síntesis: a la conjugación de la cuadrícula con la materia en el orden de una armonía dinámica; se añade el sentido incompleto y la sensación acabada que promueven una sinergia en donde el espacio abstracto se desborda para extralimitar el plano a partir de la múltiple convocatoria del tacto, de la huella, de la sensualidad y de la construcción. El resultado se repotencia en fulguraciones convertidas en materia y superficie, así como en metáforas transformadas en color y estructura. Hemos ahondado en la lectura de la simultaneidad entre ocultación y revelación, pero sólo hemos esbozado muy tímidamente la resonante combinación de la razón y la emoción que se concreta en la obra de Sigfredo Chacón. Frente a ella siempre se experimenta la presencia de una secreta razón de la emoción y una secreta emoción de la razón: las dos sensaciones se unifican en una abarcadora persuasión. La razón adopta el carácter de lo ortogonal y reticular, y la emoción promueve el aliento de lo libre y expansivo. La razón aporta estructura, estabilidad y equilibrio, mientras que la emoción conlleva a la espontaneidad,
Pura pintura pintada (Ejercicio práctico N° 1) Acrílico a pincel sobre tela 120 x 120 cm Caracas, 1994-2003 pintura original
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 61
al desbordamiento y al dinamismo. En medio de estas dos tensiones se solventan las ejecuciones de Chacón y en este mismo espacio se superan los extremos propios de la rigidez de la pura razón y de la confusión de la pura emoción. En este contexto se impone la sentencia de Seuphor: «El estilo estabiliza al grito y prolonga su eco a través del tiempo», porque siempre la emoción fecunda a la razón y la razón hace perdurar a la emoción. Estos cruces se reafirman dentro del espíritu de la exclamación de Braque: «Amo a la norma que corrige a la emoción, pero más amo a la emoción que corrige a la norma». Dentro de la matriz conformada por la razón y la emoción, por una parte, y la ocultación y la revelación, por la otra, opera el afloramiento de la propuesta de Sigfredo Chacón. Una propuesta que, en su instancia de afirmación más plena, es pictórica. A esta conclusión nos conducen las distintas argumentaciones que preceden. En efecto, estamos ante la presencia de unas realizaciones que son pictóricas en su temática, en su técnica y en su concepto. En el caso de Sigfredo Chacón, la pintura se convierte en tema de la pintura, porque ella habla de sí misma, transmite lo que ella es y es lo que ella transmite. Además, expresa lo que siente y siente lo que transmite. En el orden de esos entreveros, la sensibilidad y la materia se convierten en parte sustantiva y no adjetiva de las ejecuciones. La sensibilidad asume la manifestación de un espacio saturado y en plena expansión, en tanto que la materia reporta una textura y densidad que se precipitan en un recorrido vital. De esta manera, la pintura se afirma a sí misma mediante la solemnidad de una búsqueda que tiene como límite su particular piso y su específica saturación. El resultado es pintura recogida en sus entrañas más esenciales y apoyada sobre su plenitud más ontológica. Chacón asume la pintura como una memoria convertida en ejecución y una ejecución transformada en la vocación de una expresiva proyección existencial. Al final, se tendrá que aceptar que si la pintura es la pintura misma, entonces no podemos encontrar el arte sino dentro de la pintura. Ese ha sido el empeño de Chacón e igualmente ese ha sido uno de sus logros fundamentales. Asimismo, la pintura de nuestro artista se convierte en técnica,
porque ella asume la condición de herramienta resolutiva y de elemento vivencial. La pintura responde a su propio peso para que se detenga en el lugar conveniente que su coagulación le permita. El dibujo, como dijimos, es su contrapeso, pero nunca la despoja de su protagonismo. Tanto así que, incluso, llega a hablar de «Dibujos de pintura» para que lo táctil, lo sensual, lo matérico y lo cromático afirmen la secuela de sus dominios. Papel importante juega aquí la noción de espacio. Éste aparece atrapado y concentrado, a pesar de que la pintura se derrama por los bordes con la travesura que le permite su densidad. Es así como, técnicamente, la pintura asume el rol de disimulación y simulación de desenlaces imprevistos y sorpresivos. Estos espacios matéricos incrementan su desafío cuando ocupan soportes dípticos, trípticos o polípticos, con los cuales la separación permite enriquecer la percepción de cada módulo y también fomenta el sentido de una integración abarcadora. En estos casos, las obras se escapan de los bordes del plano sin traicionar los formatos del plano. Tales efectos permiten validar la inquietud contenida en el aforismo de Antonio Porchia: por querer unir, eliminaste lo que separa. Y al eliminar lo que separa, eliminaste todo; porque no existe nada sin lo que separa. Finalmente, la pintura, en el caso de Sigfredo Chacón, asume también la dimensión de concepto. Ella, además de ser un hecho de afirmación y expresión, es igualmente un concepto abstracto e impreciso que no dice más de lo que sugiere a cada quien. De esta manera, los estatutos de la pintura proceden para reafirmar o negar a la propia pintura. En cierto sentido, Sigfredo Chacón pretende llegar a una metapintura, es decir, a una propuesta que trascienda la pintura a partir de la obsesiva afirmación de la pintura. Ésta termina por ser una manifestación descubierta como consecuencia de su redescubrimiento y también como resultado de su encubrimiento y de su falsificación. Como derivación de esta curiosa ambivalencia, en su caso, la pintura es lo que es, es lo que desea encubrir y es, por último, lo que el interlocutor vivencia estéticamente. Es una especie de juego intrigante en el cual la pintura busca dentro de sí misma los motivos de su intrínseca legitimidad. Para ello, recurre a sensaciones ambivalentes en donde lo verdadero y lo falso, lo original y la
Pintura tráfico 2 Acrílico y pintura tráfico sobre tela 120 x 120 cm 1995-2006
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 62
copia, lo solventado y lo inconcluso incrementan su convocatoria a través de palabras moldeadas que entran en escena para provocar relaciones y sugerencias conceptuales. Estas palabras son clave para simular y disimular, para reafirmar o confundir; en fin, son pautas profundas y confidenciales que invitan a honduras inaprensibles. En un último plano de análisis, se aprecia que en cada una de sus realizaciones brotan las ideas de conjugación e integración entre lo cromático y lo especial. No es que una de estas dimensiones se oponga a la otra, sino que se repotencian recíprocamente en el marco de una paradoja: si lo contrario de una dimensión afianzada es otra dimensión afianzada, entonces el afianzamiento se conjuga en lo que aparentemente es contrario. Por eso, en Sigfredo Chacón el cromatismo pastoso, matérico y caprichoso se funde y confunde con un espacio que produce sus propios límites. Límites que, por cierto, liberan y reactivan al propio espacio para que sea desbordado sin ser eliminado. Así, la pintura queda sembrada en un fértil espacio y también queda hundida en su invasiva viscosidad. Todo aquí se integra en una sonora dimensión en donde el soñar de la pintura se convierte en la pintura de lo soñado, y en donde la pintura de lo soñado se transforma en la pintura de la pintura.
Pintura pintada dos Acrílico sobre tela 120 x 120 cm 2006 de la serie purapinturaabstracta
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 63
Traffic painting Acrílico y pintura tráfico/ tela 120 x 120 cm Caracas, 2006
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 64
Pura pintura pintada y vertida N°3 Acrílico sobre tela 120 x 120 cm 1995-2006
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 65
P
poesía
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 66
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 67
R
r e l at o s
Crimen perfect o Mini relatos pertenecien te
s al libro
Del reino del demonio
Pedro Rangel M ora
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PĂ G INA 68
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 69
Libros - Discos - Exposiciones - Cine - Personaje
Los tonos
del malestar Miguel Gomes
A
primera vista, el argumento de La enfermedad, la segunda novela de Alberto Barrera, es tan sencillo como las dos palabras de su título. El médico Andrés Miranda se entera de que Javier, su padre, morirá de cáncer; simultáneamente, uno de los pacientes de Andrés, Ernesto Durán, se empeña en que le diagnostiquen una enfermedad que la medicina tradicional no descubre. Ese par de historias seguirá desarrollándose especularmente: veremos las reacciones contradictorias del padre de Andrés ante la revelación de su mal y las de la secretaria de Andrés, Karina, ante la obsesión de Durán. Javier tiene otra vida oculta; Karina adopta una nueva identidad para entregarse a la alienación del hipocondríaco. Enfatiza las duplicidades anteriores la división en dos partes que hay en el libro, indicada por lapidarios numerales: I y II. A estas alturas, ya podemos sospechar que las coincidencias estructurales obedecen a algo más que sencillez. Los ecos pronto quedan sobredeterminados en el sistema de las formas narrativas, donde la alteridad abunda. Justo cuando la historia se suspende de la parte I a la II, notamos, por ejemplo, que los procedimientos «literarios» se tiznan de hábitos de los medios de comunicación de masas –como el suspense de las series televisivas: «tienes cáncer, papá» concluye la primera parte y, después del interludio y un párrafo retardador, volvemos a encontrarnos con el «tienes cáncer, papá»; lo mismo cabría decir de la técnica de alternar las dos tramas principales, característica del roman caballeresco y sentimental después explotada por la pulp fiction y el cine. El entrecruzamiento de lo alto y lo bajo, así pues, fortalece la particular bitonalidad de esta prosa.
¿Adónde nos conduce ese laberinto de duplicidades? El mayor logro de La enfermedad estriba en que el andamiaje previo suscita una lectura dispuesta a dar con un código «otro» –el referente de los acontecimientos novelados no se reduce a una anécdota realista, sino a otra narración, menos obvia, cuya captación se impone como desafío. Numerosas pistas lo indican. Una de las más importantes la ofrece un pasaje crucial, donde el ser de Andrés y el del lector convergen: «Leyendo El cuerpo herido, un diccionario escrito por Cristóbal Pera, encontró las palabras que tanto buscaba: “Según el lenguaje bélico, tan frecuentemente utilizado como metáfora global de la cirugía, la operación quirúrgica cruenta sería un acto de violencia, en que se hace uso de la fuerza física para penetrar en el espacio anatómico del paciente, someter al enemigo, desarmarlo y destruirlo”. Incluso partiendo de que se trataba de una acción salvadora, [la vocación médica de Andrés] parecía estar siempre en otro lado [...]. “La violencia quirúrgica ha generado la imagen del poder del cirujano sobre el paciente”, agrega Cristóbal Pera en su libro. Sin embargo, para Andrés, el poder se fraguaba en otro espacio, en el espacio del saber». En este momento, cuando las prácticas alegóricas se perfilan como posibilidad de lectura (y la alegoría no es otra cosa que una «metáfora global»), muchos elementos de la historia se articulan como red de precisos significados sociales. De poder, nada
más y nada menos, está imbuida la medicina; no cuesta homologar entonces el plano individual con el político. Tal como para el padre del protagonista el diagnóstico es poco esperanzador, la patria podría estar enferma: «Javier Miranda [habita] una estructura dañada, metido dentro de una piel que no gobierna, que ya no dialoga con él, que tiene otro gobierno»; y, tal como Ernesto Durán anhela una cura para una dolencia que parece metafísica, las relaciones políticas degeneran en la tragedia de un pueblo receptivo a los engaños salvacionistas o mesiánicos: «Estaban en plena campaña electoral. [Andrés] escuchó unas propagandas políticas en la radio. Había llegado la hora de los pobres, gritaba el candidato de turno, mientras arengaba en contra de los viejos partidos políticos y prometía un nuevo paraíso». El pathos –es decir, la enfermedad y el horizonte afectivo– que evoca Barrera conmueve porque enlaza experiencias de muchos venezolanos del presente. Notar que las dualidades que traspasan la novela podrían corresponderse con la escisión social y política del país sólo añadiría una razón más para aseverar que estamos ante un apto retrato de la nación. Dicho retrato, no obstante, es inteligente; jamás recae en los torpes discursos demagógicos que dominan la escena actual. La distancia irónica del narrador, para no ir muy lejos, contribuye a que no encontremos una cómoda
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 70
«lección». Después de todo, el kitsch de los medios de comunicación de masas se ha anunciado y, con él, hemos de reparar en un grado insoslayable de indeterminación. Socarronamente, el narrador señala el abismo tendido ante nosotros: «“El tifus es menos contagioso que la histeria”, escribió Joseph Roth. Adelaida [una secretaria amiga de Karina] no lo sabe, jamás ha leído y jamás leerá a Joseph Roth, pero piensa más o menos lo mismo». Barrera está, sin duda, al tanto de su oficio y los precarios orígenes de las verdades construidas con palabras. La advertencia de La enfermedad se ciñe a una discreción ejemplar: las fronteras entre lenguaje e ilusión son siempre indiscernibles, adopten éstos la apariencia de una novela o la mucho más peligrosa de una promesa de cura y redención.
La enfermedad Alberto Barrera Anagrama Barcelona, España, 2006
Libros
La pista del vencido Tomás Straka
D
efinida por una larga y poderosa tradición patriota, nuestra historia nació en el siglo XIX y fue desarrollada hasta mediados del siglo siguiente, sobre la base de los relatos históricos, de los testimonios y de los documentos de los vencedores de la Guerra de Emancipación. Era una historiografía unívoca, tan ideologizada que llegó a convertirse en la filosofía política de nuestro Estado. Por eso los venezolanos que creyeron otra cosa y que durante el conflicto engrosaron al partido realista, es decir, el que apoyó al Rey de España y resultó mayoritario hasta que las victorias de Páez, las políticas reformistas de Bolívar, y las torpezas de Morillo, cambian las cosas hacia 1820; esos venezolanos simplemente no podían caber. Ni ellos quisieron ser recordados como tales en el nuevo marco de la república, ni al resto de la nación le convino reconocer que, en buena medida, la independencia se hizo a pesar y no gracias a la mitad del colectivo nacional. Así, por ciento y más años, la independencia se contó sólo como la lucha de un pueblo unido en torno a su Libertador por liberarse de un opresor extranjero. Hubo de esperarse a que esa nacionalidad ya estuviera lo suficientemente cimentada como para aguantar análisis más detenidos, para que estudiosos como Laureano VallenillaLanz, ya tan temprano como en 1911, pero en realidad como los nacidos de las escuelas profesionales de historia, como Germán Carrera Damas, Graciela Soriano de García Pelayo, Inés Quintero, Ildefonso Méndez Salcedo, fueran configurando otro panorama, y los realistas volvieran a aparecer. El trabajo reciente del historiador zuliano Ángel Rafael Lombardi viene a sintetizar el aliento de todos estos esfuerzos, pero también viene a entregarnos un poco más. Producto de sus estudios doctorales en la Universidad Complutense
de Madrid, «Banderas del Rey –nos anuncia en la solapa del libro– ofrece al lector una propuesta revisionista y crítica del tema de la Emancipación de Venezuela (1810-1818) intentado rescatar lo que Miguel León Portilla hizo unos cuantos años atrás al conferirle voz a los vencidos». Es tremendo lo que se propone Lombardi: no estudiar un personaje o un aspecto, sino ir reconstruyendo la Independencia desde el lado, desde la versión que en sus papeles y narrativas produjeron los realistas. A esta guisa, rescata una gran cantidad de bibliografía y de documentos que reposan en los archivos venezolanos y españoles, que vienen a constituir un verdadero aporte para una comprensión más plural y, hasta donde eso es posible, objetiva de nuestra historia. De ese modo, también, genera propuestas e interpretaciones sugerentes y novedosas: cómo entendieron los realistas al 19 de abril, la matanza de los capuchinos del Caroní o a la batalla de Semén, con la que, un poco para nuestra sorpresa, cierra el libro, con el argumento de que después de ella lo que vino es el final (¡y cómo extrañamos una explicación más amplia del final!); cómo, en vez de seguir al caballo de Bolívar, se ve a la historia de Venezuela cuando sigue al caballo de Morillo. Tal es la lectura que se encuentra quien se acerque a sus páginas. Una lectura innovadora de absoluta necesidad en este momento en el que la Independencia es, más que nunca, una de las aristas ideológicas de nuestro debate nacional.
Banderas del Rey. Visión realista de la Independencia Ángel Rafael Lombardi Ediciones del Rectorado LUZ-UNICA Maracaibo, 2006
Llanos de negritud Moraima Guanipa
A
ntesala de los llanos centrales, el estado Guárico es pródigo en joropos, toros coleados y otras celebraciones propias del universo llanero. Sin embargo, en esta entidad se atesora una tradición de profundas raíces negroides y cuya antigüedad va de la mano con la historia de su poblamiento desde el siglo XVI: la fiesta de los Negros Kimbánganos de Lezama. En la población de San Francisco de Javier de Lezama se mantiene un ritual en honor a San Juan Bautista los días 23 y 24 de junio de cada año. Así, esta región de Guárico se suma al collar de pueblos que desde los estados Vargas a Miranda y de Aragua a Yaracuy rinden devoción festiva al Bautista a golpe y ritmo de tambores. La festividad de los Negros Kimbánganos ha tenido escasa difusión dentro del panorama nacional de celebraciones en honor a San Juan Bautista, una de las fiestas cristianas más populares en Occidente. Y es esta celebración mestiza de herencia africana, enclavada en una región llanera, la que se pone de relieve en este libro que da cuenta de los diversos aspectos históricos y culturales que marcan la fiesta. Como ocurrió en la zona central del país, la celebración está vinculada a la llegada durante la colonia de los negros esclavos para trabajar en las siembras de cacao y caña de azúcar. Fue en la hacienda Tocoragua, en el Valle de Orituco, desde donde se irradió la festividad y expresión. La devoción a San Juan Bautista, síntesis de la asimilación católica de una festividad pagana del solsticio de verano, es una lozana expresión del sincretismo religioso que caracterizó a los cultos afrocristianos. A través del enmascaramiento y la asimilación de algunas prácticas cristianas las culturas africanas ancestrales mantuvieron sus ritos y elementos mágico-religiosos propios.
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 71
El libro detalla la festividad que tiene lugar en Lezama, desde los preparativos hasta el 24 de junio, día de San Juan Bautista, cuando luego de la misa, los Kimbánganos, vestidos de rojo, con sombreros multicolores y el rostro pintado de negro, reclaman a las puertas de la iglesia la entrega del santo al ritmo del «oh yo-yó», bailes, coros y golpes de tambor. Un saber transmitido oralmente se despliega en la música y las danzas que acompañan la imagen del santo y en la que el machete es elemento simbólico del ritual. Se cree que el término kimbángano está asociado a la palabra quimbo que en lengua africana significaría machete. El libro combina tanto la investigación documental y de campo como el carácter divulgativo necesario para promover la comprensión del significado cultural de esta tradición. Presenta testimonios de los pobladores de Lezama, bailadores, cantadores, tamboreros y paleros de San Juan, así como un registro fotográfico que incluye retratos de los personajes anónimos que aportaron su esfuerzo para dar continuidad a la fiesta. Las fotografías de Rafael Fernández Villegas y María Fernanda Barrios documentan en detalle la festividad en el presente: estamos frente a una suerte de álbum de memoria colectiva y acervo comunitario. Los negros Kimbánganos. Una fiesta de San Juan en Lezama está concebido como un homenaje a los cultores de una festividad que ha pasado de generación en generación y que se resguarda como expresión de devoción y aliento de libertad.
Los negros Kimbánganos. Una fiesta de San Juan en Lezama. Zouleyma Escala Muñoz y Rafael Fernández Villegas YPergas Caracas, 2006
Libros
La cocina
como gran teatro Marc Caellas Hedonismo: doctrina filosófica basada en la búsqueda del placer y la supresión del dolor como objetivo o razón de ser de la vida.
A
lberto Soria es un hedonista irredento. Busca el placer en una de las actividades de la vida que por lo menos tres veces al día llevamos a cabo: alimentarnos. Pero el placer que busca Soria no cae del árbol como el mango maduro sino que hacen falta ciertas estrategias para encontrarlo. De ahí la necesidad de tener en casa un ejemplar de Permiso para pecar, un libro que además de útil es un alimento para la inteligencia, porque a ésta no le basta con las recetas que salen en el periódico. Se nota que Soria lleva años alimentándose bien. Su buen carácter nos lleva a Molière, «cuando he comido bien, mi alma todo lo resiste», y su serenidad a Shakespeare, «el alcohol estimula el deseo pero estorba en la función», citas que el autor esparce como especias en una ensalada literaria que intuimos no ha necesitado de las seis personas de las que dice un cocinero alemán son necesarias para prepararla. Permiso para pecar es un libro que se bebe a sorbitos, lentamente, para tener más tiempo para disfrutarlo. Alberto Soria sabe que aquello de «lo bueno, si breve, dos veces bueno» es una de las tantas falacias con las que nos quieren acelerar la existencia. Por eso su libro se lee a fuego lento, al igual que sus almuerzos exigen sobremesa. La prisa mata y la buena cocina, como las buenas conversaciones, no tiene hora límite. Alberto Soria es un gran seductor. Seduce con inteligencia porque «los afrodisíacos se cocinan en la mente, desde hace mucho tiempo». En épocas como la actual, en la que los niños, de mayores, quieren ser chefs, Soria nos recuerda que para
hacer un buen papel en ese teatro personal en que se ha convertido la cocina no basta con comprarse un delantal. Permiso para pecar regala consejos que tanto sirven para una comedia bufa como para una tragedia griega. La vida es puro teatro y la cocina es hoy en día el lugar más chic para representarlo. En un país de escasa cultura y tradición vinícola, hacen falta libros como éste para aclarar ciertos conceptos que podrían parecer obvios pero que muchos se empeñan en saltárselos, como la diferencia entre temperatura ambiente y temperatura caliente, y para dejar sentadas ciertas reglas que no es conveniente romper si no se tiene el conocimiento para ello. Tampoco queremos pecar de optimistas, aunque nos den permiso, y este imprescindible libro no impedirá que algunos sigan bebiendo etiquetas en lugar de buenos vinos mientras otros comen a oscuras o tumbados en un sofá porque su revista favorita de tendencias les ha dicho que eso es lo que se lleva en Berlín. La cultura de la apariencia y el esnobismo están demasiado instaladas en el disco duro de ciertas clases sociales. Permiso para pecar es, en definitiva, un libro sobre la buena vida, la que, en buena lógica, todos deberíamos aspirar a vivir. En su presentación, hace unos meses, pudimos constatar que Soria seguramente vivirá muchos años ya que no le faltan ni vino ni buenos amigos. Los que estuvimos allí estamos de acuerdo en que la gente sin placer nos parece muy peligrosa. Buen provecho.
Permiso para pecar Alberto Soria Alfa Caracas, 2006
De muerte lenta
Karina Sainz Borgo
E
s su primera novela; también la más valiente e intensa de las páginas que integran su obra literaria. Cada palabra es entrega, anticipo; también vértigo, riesgo. Se trata de un lugar literario autónomo, absolutamente inclasificable y ajeno en su belleza para aquel que desconoce su obra. Resulta imposible leer De muerte lenta, de Elisa Lerner, sin toparse de bruces con la Lerner dramaturgo: primero como la impaciente autora de La bella de inteligencia, luego como dueña de sí y sus palabras en Vida con mamá. A veces escribe con el sonido entristecido de El vasto silencio de Manhattan, para luego subir la voz y arremeter contra la sociedad caraqueña con el ímpetu de El país odontológico.
En las páginas de De muerte lenta, una Elisa menos descriptiva y más furiosa despeina los procedimientos de Carriel para la fiesta y confecciona un retrato más complejo y directo. Aunque el país y la memoria continúan presentes como broches genuinos en el joyero literario de Elisa Lerner, De muerte lenta posee algo distinto –y a la vez– sintético: en él convergen todas las Elisas posibles. Ellas narran hasta perder la voz, dejándose la vida en esas cuartillas. A lo largo de 12 breves capítulos, Lerner entra y sale de las páginas como una bailarina que teclea con zapatillas su coreografía agotadora. Se asoma a sí misma con una voluntad de letra perfecta y redonda, clara y precisa. Lerner se permite hacerlo a través de varias figuras y máscaras, un mecanismo que aplica en la construcción de ese coro de voces que va hacia su propia y lenta desaparición La historia de un tesista de grado que adelanta una breve revisión de la caída del gobierno de Rómulo Gallegos, en 1948, se convierte en motivo para levantar pasillos y alcobas de una casa imposible en la que Lerner hace entrar y salir el país político e intelectual de la
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 72
década. Portazo a portazo. A través de la figura de las entrevistas y largas conversaciones del universitario con el Dr. Pedraza, funcionario del gobierno de Gallegos, quien padece a los ojos del lector la progresiva enfermedad de su vejez, Lerner narra –en todos los tiempos posibles– una muerte definitiva: la del país de 1948. El golpe de Estado contra Rómulo Gallegos, síntoma de una larga dolencia. Personajes como Pedro Linares, Alma Blatt o la joven periodista de El Nacional –a todas luces Ida Gramcko–, aluden la deriva de una generación intelectual. «Los más pequeños huesos de los amigos muertos son cuchillos, tenedores –cubiertos bien surtidos– para alimentar la tierra.» A lo largo de sus páginas, Lerner aprovecha el tiempo de su prosa, la convierte en un manto simultáneo donde todo ocurre. Para lograrlo, abandona los procedimientos de la cronista –incluso ensayista– y los coloca al servicio de su yo dramaturgo, magistralmente vaciado a lo largo de los 12 apartados y el epílogo del libro. Incluso, esa estructura escénica se percibe en el uso de la situación literaria, en el peso de los diálogos y, por encima de cualquier otra cosa, en ese rumor colectivo que sólo ella, Lerner, domina. En De muerte lenta se alza una voz personal arriesgada, tan cercana como áspera. En sus páginas hay alguien que escribe con fuerza, incluso una vez terminada la lectura. Es ella, Elisa Lerner, tecleando con sus zapatos de bailarina.
De muerte lenta Elisa Lerner Fundación Bigott Caracas, 2007
Libros
Estallido que hace escala Elis Mercado M.
L
as 603 páginas de El horizonte encendido. Viaje por la crisis de la democracia latinoamericana, de Rafael Osío Cabrices, forman un libro sobrio. No hay atajos en el decir de las cosas. Está escrito con pasión, pero sin desbordamientos. Sujeta los hechos pero no los ahorca, los capta pero no los asfixia. Es ameno pero no superficial, crítico pero no quejumbroso. Su optimismo de joven escritor nace de una sólida formación que no le permite ser presa de anacronismos y obnubilaciones ideológicas. El afán de adentrarse en la terrible realidad de América Latina, tratando de buscar las claves de la crisis que amenaza el presente y el futuro de la democracia, hace que el autor tenga que internarse en ese complejo mundo de la historia contemporánea. Se sale de la simple crónica, y busca afanoso los ele-
mentos de ayer que conformaron el hoy, con resuelto fundamento. Poco a poco el relato se hace más creíble y ameno. Tres grandes escalas hace Osío: los Andes, el Sur y el Caribe. En cada escala desciende armado con «una escritura alerta, dotada de la precisión de una cámara fotográfica», como señala Elizabeth Burgos en el prólogo. El recorrido es tormentoso. Comienza en Bolivia: «Anatomía de un estallido». Analiza con rigurosidad ese fenómeno que estremece a ese país, pero de lo cual no se escapan ni Ecuador ni Perú: el indigenismo con su carga secular de reivindicaciones no cumplidas, siempre postergadas. La justa lucha indigenista no es, pese a su carga positiva, un elenco de bondades. En esa lucha hace presencia el fundamentalismo en sus diversas acepciones: aymara, quechua y guaraní. La coca ronda la atmósfera, no deja de sentirse. Los corrientazos de la política recorren el relato. La sobresaltada historia de Bolivia, los frágiles hilos de una situación siempre provisional y delicada, en la cual la ingerencia extranjera no deja de estar presente,
incluso hasta la tutoría de Hugo Chávez.
tros– les devuelve la calma «revolucionaria».
Cada país es sujeto de minucioso análisis, y siempre objeto de interesantes observaciones. Inicia la crónica ecuatoriana con la cesación del cargo del presidente Abdalá Bucaram, el Loco. Cuando Osío se acerca a América Central después de repasar a Colombia y Argentina, lo hace de rompe y asienta: «Llegó el siglo XXI a América Central y no hay guerras. Oliver Stone y Miguel Littín han dejado de hacer películas sobre la región». Y luego afirma, no sin un dejo de dolor, que otras cosas siguen igual. Una cierta intelectualidad europea y de otras latitudes se recrea en nuestras tragedias, en nuestros retrocesos históricos, en nuestras revoluciones, pero son extremadamente conservadores en lo que a sus respectivos países se refiere. Les gustan nuestros alborotos, pero se asustan cuando el fuego alumbra sus grandes ciudades, y el grito desesperado de los excluidos de sus sociedades les atormenta y no les deja dormir, hasta cuando otra insurrección de los pobres verdadero –los nues-
Finalmente Venezuela: «Un monstruo en el armario». Osío recoge en este capítulo nuestra más reciente y atribulada historia contemporánea, la del quiebre institucional, la del descreimiento democrático, la del populismo militarista, la del desengaño colectivo, la de las distorsiones del pasado, la de las esperanzas populares, la de la antipolítica y el antipartidismo.
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 73
El horizonte encendido Rafael Osío Cabrices Debate Caracas, 2006
Discos
Lo hippie, la basura y el estereotipo Junior Ruiz
D
ado que el espacio es corto y los viniles a repasar en esta reseña son tres, me voy a tomar la libertad de omitir buena parte de la historia que ha llevado a Luis Ricardo Garbán, Cardopusher, al sitio donde está hoy en día. Sólo mencionaré tres cosas: que estudió producción musical en un sitio «muy de los ochenta», si bien sólo tiene 23 años. Que sus influencias genésicas vienen de géneros como el punk o el rock headbanger, como muchos otros buenos músicos hoy decantados por lo electrónico. Y que si bien su carrera como Cardopusher tiene poco menos de cinco años, ya ha aparecido en tres discos de suma relevancia para aquellos que gustan de seguir nuestra electrónica local: el disco Simón Díaz Remixes, producido por la gente de Radio Scratch Records, el compilado del primer aniversario de la revista Plátanoverde (¿cuándo llegará el segundo?), y su primer disco bajo Cardopusher, titulado Life is Peachy y repleto de asaltos al copyright, agresiones a la memoria colectiva, diseño nouvelle piedruxi y más de un par de temas inolvidables, como los regurgites de Björk o Sean Paul. Aclarado esto, pasemos al primer vinil.
Para los que no han escuchado todavía a Cardopusher cabe aclarar que el tipo de música que hace se inscribe dentro de los márgenes del breakcore, un subgénero de la electrónica al cual resulta difícil tomarle cariño dados sus beats descontrolados, sus influencias en choque y la homogeneidad cansina que suele plagar a sus exponentes. De allí que Cardo se destaque tan visiblemente dentro de la escena global del breakcore, puesto que es muy poco común encontrar en ella algo similar a su producción de alta factura, su aproximación descarnada a las influencias que le ha dado nuestra ciudad y, sobre todo, su pulso estricto para elegir samples que en la mayoría de los casos generarían risa, pero que en los de él provocan pogos. De allí también, que Cardo haya sido firmado por la disquera más importante del género a escala mundial, Peace Off Records, quienes no sólo le ofrecieron crear el primer vinil doble de su historia como sello, sino que también le tendieron carta blanca para llevar su música a nuevos límites. El
resultado es una placa de 17 temas que marca una diferencia clara con Life is Peachy, dados sus samples aún más perturbadores, beats más acelerados pero a la vez más elaborados y metódicos y, sobre todo, por la cantidad pasmosa de material para el fondeo en audífonos. Hippie Killers Don’t Mind Jah Conversations es, sin duda alguna, una placa bastante más difícil de escuchar que las anteriores, pero tras un cierto ejercicio, mucho más emocionante por su producción del corte-y-pega maníaco, por su innegable elaboración metódica y su tour de force con todo lo anteriormente editado, lucha en la cual, aparentemente, más fuerte siempre es mejor. El disco Trash ‘n’ Ready Tour es fruto de la alianza con Peace Off, tras la invitación a Cardopusher para dar una gira con su proyecto unipersonal por Europa. En ella lo acompañaron otros dos artistas del sello: Krumble y Rotator, quien es a su vez el dueño de la disquera; con ellos, Cardo recorrió desde Francia hasta Eslovenia demostrando su talento, tocando en okupas, bares del fetiche, saunas de ambiente y, en más de una ocasión, en sitios inclasificables. Tras casi tres meses en el duro camino, Cardo volvió a Venezuela más delgado, más sabio y con otra placa con su firma. En esta ocasión el vinil lo comparte con sus compañeros de tour, ya que como
lo demuestra el emprendimiento DIY de los cercanos al punk, una de las mejores formas de financiar una gira es mediante la venta de discos y otros materiales, así que lo aquí presente no sólo es catálogo de disquera sino documento histórico para los fans hardcore. Como mera aclaratoria ante una pregunta que se me ha hecho común, la placa sólo incluye temas de estudio, puesto que las grabaciones en vivo de la gira, son posteriores a la impresión de la placa y bastante más difíciles de encontrar. Continuemos. Ahora sale un tercer vinil más bien extraño y editado por la gente de Bong-Ra. Stereotype Heroin Hooker es un compilado de 11 temas, todos remezclas de pistas como Coke Sniffah (sic), The Rush y Suicide Speed Machine Girl. Una placa que si en el caso anterior era sólo para seguidores devotos, en este es sólo para stalkers de Cardo. No es que el disco sea omitible, puesto que las distintas aproximaciones a cada pista nos demuestran una vez más la calidad del local tras la laptop, pero es sin duda el disco más difícil de digerir si no se es un dj de breakcore buscando material pesado. Confieso que de todos los discos éste es el que menos escucho, pero quizás el que más está sonando en el mundo por su replay value tras los platos y en la noche adentro. En él vuelve a compartir cartel y en esta ocasión es con algunos de los nombres más importantes del género: Duran Duran Duran (sic), Ace of Breaks, y Enduser, entre otros. Un disco violento y rápido, pero como en todo lo que lleva la firma de Cardo, de innegable calidad. Tanto Hippie Killers… como Trash ‘n Ready poseen su versión gemela en formato CD, ideal para los interesados en nuestro exponente local del breakcore, pero desanimados por el soporte análogo. Aquí, en el siglo XXI, hasta la demencia metódica de Cardopusher viene también en formato portátil. Salud. Hippie Killers Don’t Mind Jah Conversations (Vinil / Cd) Peace Off Records, 2006 Trash ‘n Ready Tour (EP12” Vinil / Cd) Peace Off Records, 2006 Stereotype Heroin Hooker Bong Ra, 2006
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 74
Discos
Granizado variable
Arnaldo E. Valero
D
esde que tengo memoria, Debe estar nevando ha sido un comentario bastante común en la ciudad de Mérida durante los meses de julio, agosto y septiembre, cuando los días suelen ser nublados, lluviosos y fríos. Por lo general, la gente levanta la cara, observa por un breve instante el cielo cubierto de nubes y, en una especie de jubilosa certeza, dice: Debe estar nevando. Todo parece indicar que durante esa temporada la lluvia y la atmósfera que la contiene suelen ser recibidas por los lugareños como indicios y garantías de níveo resplandor sobre la azul firmeza de la cordillera. Debe estar nevando es también el nombre de la primera producción discográfica de Bajo Sospecha, agrupación musical merideña que durante dos décadas, aproximadamente, ha cultivado y explorado el vasto espectro acústico del jazz con una constancia, una paciencia, y una originalidad hasta cierto punto inusuales. De ahí que el resultado de su primera incursión en los Estudios Jazz Arte haya sido un álbum cuya sonoridad oscila entre un refinado telurismo y un innegable aliento cosmopolita. La mayoría de las canciones de este disco, compuestas e interpretadas en su totalidad por Johann Espinoza (bajo eléctrico, contrabajo, guitarras eléctrica, acústica y sintetizada) y Jorge Espinoza (batería, percusión, teclados y voces), proyectan el magnífico paisaje interior que ciertos escenarios, tanto naturales como urbanos, y ciertas particularidades de los Andes venezolanos pueden llegar a generar en quienes han tenido la posibilidad de hacer de sitios como el Páramo de la Culata, La Azulita o El Tisure su residencia en la tierra. No es casual, entonces, que los nombres de la mayoría de las canciones que conforman esta ópera prima remitan a lugares cier-
tamente bucólicos o a experiencias nada excepcionales pero altamente gratificantes: «Debe estar nevando», «Calle Yagrumo», «Bajando del páramo» y «Los secretos del Urao». Al parecer, lo que se celebra en buena parte de este CD es haber corrido con la fortuna de vivir en un lugar propicio para la contemplación del mundo y el cultivo del intelecto, la belleza y la sensibilidad. Felizmente, ese lugar no ha desaparecido; su gracia y su encanto aún se conservan, así como muchos de sus secretos, eso podría explicar por qué la totalidad de esta producción discográfica produce una sensación de serenidad sumamente reconfortante, no el penoso letargo de la nostalgia, ni de la melancolía, incluso cuando el motivo desencadenante pareciera ser la súplica, como ocurre en el tema «Distante». Como puede verse, semejante panorama germinal explicaría la excelencia de Senderos, su segundo trabajo. Así pues, ya sea por el preciosismo de su contenido o por las resonancias que el título con que ha sido bautizado posee en el imaginario de los Andes venezolanos, la ópera prima de la agrupación Bajo Sospecha transmite la grata sensación de saberse a salvo de la intemperie, de permanecer en un lugar apropiado para el cuidado y el cultivo del mundo interior. Además, Debe estar nevando también transmite la certeza de que, una vez pasada la tormenta, la belleza será inminente.
Va de pana Boris Felipe
E
l éxito de un disco depende, a veces, de elementos que poco o nada tienen que ver con lo estrictamente musical o artístico. En ocasiones, el tiempo (medido en meses, horas, segundos, etc.) puede lanzar al trasto una propuesta musical o por lo menos darle un zarpazo. Entonces, llegar en el momento indicado es casi tan importante como componer buenas canciones y grabarlas. Ese es el caso del artista PanaSuyo, quien puso a su favor el asunto del tiempo hace dos años (días más, días menos) cuando la canción «Río bellísimo» alcanzó sus minutos de fama en las radios venezolanas, ganándose, también, la aprobación de parte de los radioescuchas. La canción fue extraída, en ese momento, de la recopilación Chill Out Venezuela, editada por el sello Gozadera Records. «Río bellísimo» brilló antes de que la Ley Resorte inundara los medios venezolanos con un tropel de nuevos adoradores de los ritmos vernáculos, adornados con la serpentina y el papelillo del rock, el pop o la «electrónica». Sin embargo, el disco Monte y culebra, donde se incluye este tema y quince más, no provoca los mismos resultados. A estas alturas, mezclar la síncopa criolla con house, dub, speed metal, ópera, guaracha, gaita celta o cualquier otro género, termina provocando un tufo a refrito, un mal gusto a la enésima encarnación de ese fenómeno que por falta de imaginación o pereza, alguien llamó sencillamente «neofolklore».
en un hueso pelado. Seguramente, este disco no fue hecho con la intención calculada de «gustar», nadando sobre el fulano «neofolklore» y, tal vez, la afinidad del autor por la mezcla entre la electrónica y lo venezolano es legítima; sin embargo, esto tampoco termina de entusiasmar. Es un disco naïf en extremo; en ocasiones las letras de los temas suenan como las palabras de alguien enamorado de la «belleza natural» del país encaramado en el teleférico que sube hasta el cerro Ávila. La mitad de las letras parecen sacadas de un catálogo de viajes, de la Guía de Valentina Quintero o del «manual para unir a los pueblos latinoamericanos», versión para dummies. Algunas de estas letras le calzarían perfectamente a artistas como Juanes, y ya eso es mucho hablar de lugares comunes y fórmulas repetidas hasta la desesperación. La presencia de artistas «invitados» en ciertos discos resulta algo sospechosa. En Monte y culebra sucede. Para algunos golpes se invitó al baterista de Bacilos y su participación termina dándole, por supuesto, un toque de músico de mucha rosca, de ganador de premio Grammy, pero le resta bastante personalidad a los temas y al escucharlos terminamos esperando que se asome la voz de Julieta Venegas, Cabas, Juanes o cualquiera de los muchos artistas que en América Latina gustan de mezclar rock, pop, «electrónica» con el folklore de cada uno de sus países. Dios, ¿será un virus? Por cierto, queda pendiente la razón por la que la canción «Río bellísimo» fue excluida de las reediciones de Chill Out Venezuela.
Monte y culebra, el disco y la canción, buscan afanosamente la sencillez, desarmando el proceso de grabación y ejecución a tal punto que no es difícil de imaginar una interpretación en vivo con el artista acompañado de su computadora portátil y una guitarra. Pero esto mismo termina atentando contra muchos de los temas del disco, desnudándolos tanto que se convierten Bajo Sospecha Debe estar nevando Producción independiente, 2006
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 75
Panasuyo Monte y culebra Sendos Records, 2006
Carlos E. Palacios Exposiciones su investigación artística, como son el problema del espacio-tiempo, el movimiento y las formas virtuales. La curaduría se planteó promover el distintivo discurso del artista, tanto desde las propias obras como desde su pensamiento, profundamente reflexivo. Es importante resaltar que todas las piezas pertenecen a los fondos del Museo de Arte Moderno Jesús Soto, lo que revela la importancia patrimonial, de verdadero alcance mundial, que esta institución abriga en sus bóvedas y salas de exposición.
Pensar en Obra. Homenaje a Jesús Soto Fundación Museo Jesús Soto Ciudad Bolívar
de
Arte Moderno
D
esde su muerte en París hace ya dos años, la obra de Jesús Soto se ha revisado en varias muestras con carácter de homenaje. Los Ángeles, Bérgamo, Buenos Aires, Caracas, Ciudad de México. Unas mejores que otras, la verdad es que estas exposiciones revelan la importancia capital de este artista venezolano para la historia del arte del siglo XX. Como no podía ser de otra manera, el museo que el artista fundara en su ciudad natal lo recordó con Pensar en Obra. Homenaje a Jesús Soto. La exposición, que contó con la curaduría de Ariel Jiménez (quien mejor conoce la obra del maestro guayanés) plantea un recorrido impecable por las diversas etapas de su trabajo artístico, a partir de una selección inmejorable –superior en valor histórico a las demás muestras que se hayan realizado desde el deceso del artista– y exhibidas bajo los acordes de una impecable museografía. Pensar en Obra cuenta con treinta y dos obras fundamentales en la evolución de Jesús Soto y discurre por más de cuatro lustros dedicados a los tópicos consustanciales de
Uno de los valores más destacables de esta muestra radica en su sugerente disposición didáctica, un diestro eje de lectura curatorial que se explaya a lo largo de este recorrido cronológico y que se fundamenta en unos textos cuya densidad no está reñida con su capacidad pedagógica. La exposición parece asumir la curaduría no ya desde la poderosas certezas del experto, sino más bien desde una discreta figura que conduce al espectador hacia las revelaciones del artista, evitando de esta forma el incómodo papel de ser un protagónico intermediario. Este gesto museológico adquiere en una institución de la talla del Museo de Arte Moderno Jesús Soto una dimensión invalorable, pues el público guayanés es quizás el que tiene mejores oportunidades de acercarse a la obra del maestro Soto, no sólo por la calidad de las obras de esta muestra y de la portentosa colección que el artista legara a la institución, sino por cuanto el estado Bolívar y su capital explayan orgullosamente el gentilicio de su artista. Por otra parte, apunta hacia la necesidad de pensar el hecho expositivo de cara al público y no, como suele suceder en numerosas oportunidades, desde un hermetismo teórico, usualmente ajeno a un tipo de visitante, numeroso por demás, cuyas herramientas de comprensión del fenómeno artístico son, por qué no decirlo, todavía insuficientes. Es finalmente esta muestra, Pensar en Obra. Homenaje a Jesús Soto, una aproximación completa y única, a la vez que generosamente democrática (por accesible) sobre la especial obra de una figura capital del arte moderno como fue el guayanés Jesús Soto.
Serial La Carnicería Arte Actual Caracas
E
l surgimiento a finales del año pasado de La Carnicería, un espacio expositivo ubicado en la Escuela de Fotografía Roberto Mata, puede valorarse desde dos puntos de vista, totalmente complementarios. Aquel que lógicamente celebra la aparición de nuevos espacios expositivos, para beneplácito de artistas y público, y otro que supone a este boom de nuevas salas de exhibición como una respuesta a la crisis que ensombrece a las instituciones oficiales dedicadas a estos rubros de la creación artística. El hecho concreto es que La Carnicería, una iniciativa del fotógrafo Roberto Mata y la museógrafa y arquitecta Carmen Araujo, se propone un enfoque del comercio artístico desde una selección de artistas y de exposiciones menos convencionales que las usuales en el debilitado circuito comercial del arte nacional, a la vez que pretenden desarrollar un coleccionismo incipiente, que se enfoque en el arte contemporáneo más emergente, de allí el término «arte actual» que acompaña al nombre de este espacio. Su segunda exposición, Serial, se concentró en afilar las aristas de este aspecto de la visión comercial que escogieran Araujo y Mata. La muestra reunía un numeroso despliegue de «creaciones en pequeño formato, concebidas de manera serial» como señalan en el texto de la guía de sala. Efectivamente, las
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 76
obras no se corresponden con ediciones en serie, en el estricto sentido de la palabra, ni podría decirse que eran múltiples, sin embargo el nombre de la exposición alude metafóricamente al carácter breve, mayormente en relación con los formatos de las piezas, de una nutrida selección de obras firmadas por Starsky Brines, Claudia Bueno, Gabriella Di Stefano, Maryangel García, Ángela Hernández, Jeanne Jiménez, Ángel Marcano, Aureliano Parra, Reymond Romero y José Vívenes. Otra de las apuestas que se materializó en esta muestra fue la de promover las obras de artistas verdaderamente emergentes, prácticamente desconocidos del medio artístico venezolano, como las dulces y poéticas pinturas de Jeanne Jiménez o Gabriella Di Stefano. Asimismo, la exposición funcionaba como un catálogo generacional, donde la presencia de lo pictórico y de las heterodoxas propuestas de Ángel Marcano, Reymond Romero y Aureliano Parra, cristalizaba los aportes más recientes del Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón, una de las últimas canteras que alimenta el universo artístico contemporáneo en Venezuela.
Exposiciones
Fiestas y tradiciones venezolanas Fundación Empresas Polar Caracas
L
a pureza ortogonal y los colores planos del neoplasticista holandés Piet Mondrian difícilmente concilian con el fragor del tamunangue y la organicidad de un tambor de origen afroamericano. Sin embargo, una sencilla pero poderosa ilustración temprana del maestro Carlos Cruz-Diez y exhibida en la breve pero inteligente exposición Fiestas y tradiciones venezolanas enlaza estas dos situaciones, que bien pueden resumir las grandes rondas por las que han circulado nuestras tradiciones culturales. Por un lado, la pureza cristalina de lo moderno y sus correlatos artísticos de filiación abstracto-geométrica
y, por el otro, las manifestaciones rituales de orden tradicional, cuyas celebraciones más conocidas han sido tema recurrente del así llamado arte popular. Ambas esferas que en sus propias especificidades definen el perfil cultural que ha dibujado a este país. Esta curiosa imagen principia el catálogo de esta exposición dedicada, como su nombre lo indica, a las fiestas y tradiciones venezolanas. El baile del tamunangue en honor a San Antonio de Padua, San Isidro Labrador, la Divina Pastora, San Benito, La Quema de Judas, San Juan Bautista, las peleas de gallos y los diablos de Yare son los núcleos temáticos que la curadora Roselia Level escogió para esta exposición de dieciocho obras de diversas épocas y tendencias. Imágenes coloniales anónimas, artistas modernos como el mismo Carlos
Cruz-Diez o figuras paradigmáticas circunscritas al llamado arte popular –una convención institucional más que una denominación de origen– como Feliciano Carvallo, dan cuenta del valor de las tradiciones religiosas y rituales que se suceden periódicamente y de manera auténtica en el pueblo venezolano, más allá de que se intenten maquillar bajo populistas artificios folkloristas. Experiencias que se han circunscrito a unas esferas alejadas del llamado arte culto y de sus circuitos de exhibición, usualmente distantes hacia estas formas de expresión artística. El montaje se concentra en disponer cada obra como hitos visuales de un recorrido donde lo sustancial radica en el diálogo entre los textos de apoyo, que dan cuenta de las características de cada fiesta desde una ágil y atractiva redacción y las obras que ilustran los temas de la muestra. Por lo tanto y más allá del discuti-
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 77
ble valor artístico de la selección de Level –una faceta de la exposición que no parece tener mayor relevancia en el concepto curatorial– el guión museográfico anuda los discursos tanto visuales como textuales en unidades de sentido sobre cada manifestación, temas primordiales y últimos de esta muestra. De tal manera que si la exposición introduce obras que difícilmente soportarían un discurso de orden crítico, en estos contextos de exhibición toman especial interés, por cuanto se destacan antropológicamente. Un feliz destino a piezas de arte que probablemente no encajan en otros discursos curatoriales, más entroncados con enfoques históricos o estéticos. Interés añadido al del catálogo, cuyos textos y diseño reflejan perfectamente el original sentido de esta exposición.
Edmundo Bracho Cine
Los
infiltrados Dirección: Martin Scorsese Interpretación: Leonardo DiCaprio, Jack Nicholson, Matt Damon, Mark Wahlberg, Martin Sheen, Alec Baldwin Guión: William Monahan Fotografía: Michael Ballhaus EE.UU., 2006
H
a vuelto el Scorsese que fue celebrado en Taxi Driver y Goodfellas. El de los hombres de quebradiza rudeza que tienen los callejones trasteros como surco vital de condena y escapatoria. Vuelve ese estilo suyo de narración casi acrobático, capaz de conjugar el shock y el entretenimiento filosamente, más sabio que nadie a la hora de entender los caprichos de la calle sañosa. Esta vez el director canjeó el paisaje urbano de Nueva York por el de Boston, y a los ítalo-norteamericanos por Irish-Americans. Estos retoños norteamericanos de Irlanda, tataranietos quizá de los patoteros católicos de Gangs of New York, se agrupan según su hoja de vida en ambos lados de la ley. Así, Colin Sullivan (interpretado por Matt Damon) es un joven que se infiltra en la academia policial con honores, para convertirse en el soplón ejecutivo del gigante gangsteril Frank Costello (Jack Nicholson). Su contraparte moral es William Costigan (Leonardo DiCaprio), un angustioso joven
ávido de torcer la mala fama de su familia hacia mejores itinerarios en los archivos policiales. Y es justamente ese costado delictivo de sus ancestros y su credibilidad callejera lo que capitalizan su jefe en Inteligencia y su temerario teniente (Martin Sheen y Mark Wahlberg, respectivamente) para que sirva de infiltrado en la cosa nostra de Costello. En inglés el título original es The Departed, que mejor traduce como «los idos» o «los que se van», y el ágil guión de William Monahan apunta hacia esos derroteros con una intensa trama de suspenso: ¿cuál de entre todos los personajes será el primero en irse, bala en sien?, ¿quién le seguirá?... Es una versión del thriller asiático Infernal Affaire, presentado en Hong Kong en 2002. Pero, al igual que con el filme Cabo de miedo, original de J. Lee Thompson, el veterano Scorsese recicla trama y atmósfera hasta hacer la pieza suya. En el caso de la cinta china, se presentó una elegante simetría entre los dos bandos, dilatando la violencia física, y el director tomó una distancia a veces demasiado higiénica hacia los personajes. La dupla Scorsese-Monahan, en cambio, decidió poner los puntos sobre las íes, mostrando las máscaras más agónicas del hampa sin respiro, enfatizando el grito tribal de quienes compiten por la demarcación de territorio en sangre, y detallando las brazadas crispantes de un agente que camina al filo de su desaparición: Costigan, en lo que es de lejos el mejor desempaño dramático en la carrera de DiCaprio.
Cada uno de los personajes consigue al menos una línea memorable en el guión de Monahan. «Qué pasa –pregunta el teniente– acaso no conoces una puta frase de Shakespeare?», después de que Costigan arremetiera con un proverbio de Hawthorne. En otra escena, aparece el propio Jack Nicholson como Costello, golpeando su cabeza con los dedos, y con gravedad cita al gran bardo inglés: «Heey, ¡cómo pesa la corona!» Pero aquí, aún entre los temas de los Rolling Stones como fondo sonoro, no hay resquicio para la parodia. En la aritmética de plomo y duro argot se suman diálogos de antología, en las voces de un reparto actoral de altísimo calibre y de millonario casting. Lo mejor: se vuelve a oír la voz directiva de un gigante que volvió a despertar. Scorsese no se ha ido para nada.
Babel Dirección: Alejandro González Iñárritu Interpretación: Brad Pitt, Cate Blanchett, Gael García Bernal, Koji Yakusho, Adriana Barraza, Mohamed Akhzam, Rinko Kikuchi Guión: Guillermo Arriaga Fotografía: Rodrigo Prieto México, EE.UU., 2006
B
abel es otra excursión –la menos afortunada– a la fórmula con que vienen trabajando el director Alejandro González Iñárritu y el guionista Guillermo Arriaga. Una historia, de esas que ahora llaman «mosaico», que procura estructurarse a partir de un manojo de personajes con vidas paralelas, que se hacen diagonales, y terminan entrecruzándose de acuerdo con un bizarro edicto del azar. Sí, el efecto mariposa, donde un aleteo del insecto en la costa del Pacífico provoca un alzamiento de una ola en el Atlántico, o al revés. Y sí, la teoría del caos tiene su encanto, pero Arriaga aquí abusa más que nunca del fragmentarismo, olvidando la elementalidad de toda efectiva conexión narrativa. Pasa lo inevitable: después de cortar las piezas del rompecabezas, sentimos que más de una se le extravió.
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 78
Si antes fue un accidente automovilístico (Amores perros) y un transplante de corazón (21 gramos), ahora es un rifle el elemento medular que entreteje diferentes historias y personajes. En el Magreb un pastor entrega el arma a sus hijos para que eliminen cualquier chacal que amenace su rebaño. Y un trágico disparo, como reza el cliché, se hace sentir en todo el mundo. El destino del pastor y sus hijos va estrechándose con el de una pareja estadounidense en desmoronamiento existencial; y su caótica situación está enigmáticamente conectada a un joven mexicano y su respetable tía. Y claro, los latidos de éstos se acoplan por misteriosas vías con la vida de un viudo japonés y su hija. Y cada aletazo de la mariposa se hace sentir, pero demasiado caprichosa y desarticuladamente. El dúo González Iñárritu-Arriaga quiere obligarnos a resumir que todos
Cine yándose en esa rara y doble arista de talento y popularidad, resolvió condensar sobre sus acciones brutales una crudísima novela negra. Y ésta, llegó a algunas salas de cine venezolanas, casi tres años después de su estreno, para oxigenar la experiencia cinematográfica, sobrecargada aquí de tufillo hollywoodense.
estamos interconectados. Cosa que es cierta, sólo que mientras más insisten en su narración sobre el dolor globalizado, más nos irritamos y menos les creemos. El dolor es el mensaje en esta nueva aldea babélica. A ratos, Babel pareciera una dilatada campaña publicitaria dispuesta a vendernos una espectacular versión posmoderna o post 11-septiembre de aquella canción pop-franciscana We Are the World. Y así va unificando el filme paraderos primer y tercer mundistas, paseándonos por Marruecos, Japón, México, Estados Unidos, en un cotinuum de tristeza y desolación. Dentro de esa visión con tendencia al patetismo, quienes quedan peor plantados son los personajes de los países más pobres. Pero nadie puede saber si tal ironía es intencional, o si responde a otro sitio común. Un detalle más de una trama colmada de grandilocuente ingenuidad. También saturada de abigarramiento, pues es sólo en el episodio con el japonés que la historia empieza a asomar un mínimo de sentido, y hasta ahí. Lo demás es explotación sensiblera de las miserias humanas.
Old Boy Dirección: Chan-wook Park Interpretación: Min-shik Choi, Ji-tae Yu, Hai-jeong Kang Guión: Jo-yun Hwang, Chun-jeong Lim, Chan-wook Park Garon Tsuchiya Nobuaki Minegishi Fotografía: Jeong-hun Jeong Corea del Sur, 2004 basado en cómic de
P
y
ocos en el mundo tuvieron simpatía por Sympathy for Mr. Vengeance, y la película anterior del coreano Chan-wook Park resultó una tragedia comercial. Imagino que evitando otro fracaso taquillero, el director reclutó a dos gigantes de la actuación en su país, Min-shik Choi y Ji-tae Yu, y apo-
Park es menos dado al suspenso que a la violencia espectacular. En la cinta, sabemos quién hizo lo que hizo casi desde el comienzo. Tampoco cuesta intuir qué le va a pasar a cada hampón que participó en el secuestro y envío del empresario Dae-su Oh (interpretado por Min-shik Choi) a una cárcel privada. El empeño del filme se dirige más bien a develar el porqué de la crueldad furiosa. ¿Qué razones albergaban los matones para robarle quince años de vida a un burócrata aparentemente común en los sótanos de una guarida infernal? Dae-su Oh habrá de vengarse, una vez extramuros, tal y como lo asoma el cómic japonés que inspiró la película. Pero no como un vaquero del lejano oriente, en fuga certera e indolente hacia su presa. Su contextura es la de una hiena descocida, un hombre en vertiginoso derrumbamiento, un animal turbado que quiere venganza al precio de un sufrimiento para sí casi de ribetes bíblicos. Se apoya en una joven chef (Hai-jeong Kang). Pero apenas. Y esa relación es el
Créditos aparte merece la fotografía de Rodrigo Prieto, y las actuaciones. Todas, salvo la de Cate Blanchett quien, en el rol de trastocada norteamericana, muestra particular interés por fijarse al piso, boca abajo y lacrimosa, como la más agria magdalena. Quién sabe si es un símil de la parálisis dolorosa de la película.
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 79
único contrapunto a esa constante dramática que es la pérdida. Old Boy goza de un extravagante tecnicismo fotográfico; cada toma quirúrgicamente pensada para sintetizar una imagen de alto impacto, sin alardes esteticistas. Esa misma poética briosa y lacónica se articula también desde los diálogos, a medio camino entre los hardboiled de un Robert Mitchum y la hipérbole balística de James Bond. Frases de tres a cinco palabras, y ¡pum! el estallido o el interlocutor estallando. Es probable que alguna de esas escenas rayen en lo repulsivo, o que incluso lo rebasen. No es ningún secreto que a Park se le tiene como uno de los maestros de la violencia emocional. En Old Boy no cabe duda de ello, o de que estamos frente a uno de los mejores artífices del cine noir del siglo XXI, pero uno se pregunta hasta qué punto tanta violencia escénica es sólo producto de arrogancia artística, subtitulada del coreano.
Personaje
Luis Ricardo Dávila
El petróleo como sinónimo de alma S ilvia L idia G onzález
H
ace setenta años, la consigna de Arturo Uslar Pietri «sembrar el petróleo», legó a Venezuela una doble visión. Por una parte, la maldición que condenaría al desgaste pasivo de la nación; y por otra, la del reto para el desagravio: invertir la potencial riqueza en la transformación del país. El pasado 2006, año «teñido de oro negro», la consigna habría tenido que cambiar: «es el momento para sembrar conciencia sobre el petróleo». La propuesta parte de una inquietud repetida en foros y espacios de reflexión por el académico de la Universidad de Los Andes, Luis Ricardo Dávila: «en el país del petróleo, hay muy pocos pensadores sobre el petróleo». En 1914 Mene Grande alimentaba en Venezuela el imaginario de una nueva industria que brotaba generosa de los suelos. A casi un siglo de condición petrolera –lamenta– han sido escasos los pensadores sobre el tema: Arturo Uslar Pietri, Rómulo Betancourt, Juan Pablo Pérez Alfonzo, Arturo Hernández Grisanti, Humberto Calderón Berti, Alberto Quirós Corradi. Más allá de la técnica o de los planteamientos adelantados por la ciencia política y la economía, las reflexiones sobre el significado del petróleo en la vida venezolana, pueden caber en la literatura, la antropología, la sociología, la cultura. El emblemático editorial de Uslar Pietri, publicado el 14 de julio de 1936 en el diario Ahora, advertía sobre el peso de la nueva gran industria para la sociedad y para el Estado. Por una parte –recuerda Dávila, economista y doctor en sociología
Dedicado catedrático, experto en sociología política, pensador de los valores contemporáneos, Luis Ricardo Dávila hace un balance del desarrollo de esos dos grandes nexos de identidad nacional que son independencia y petróleo. Pocos como este versado analista pueden interpretar estos complejos elementos de la venezolanidad FOTOGRAFÍAS: V A S C O S Z I N E T A R
política– Uslar Pietri insistía en el acecho del mítico minotauro a punto de devorar al país si no corregía sus políticas económicas sobre la explotación petrolera. En otro sentido, el desagravio a esa oscura amenaza sería la política pública que estimulara la inversión productiva del recurso en educación, salud e infraestructura. Aunque desde una corriente ideológica opuesta, veinte años después, en 1956, la publicación de Venezuela, política y petróleo, de Rómulo Betancourt, retomaría de alguna manera la filosofía de la siembra, pero enfocada en la solución de los problemas sociales latentes. Dos décadas más, añadirían a las efemérides la fecha oficial de nacionalización de la industria petrolera, el 1º de enero de 1976, en medio de acaloradas discusiones porque la operación «chucuta», como dirían algunos, no recuperaba el recurso para el país. Por todos los convencionalismos de tiempo, a treinta, cincuenta o setenta años de estos antecedentes y porque, a pesar de todo, no pudieron generar un debate más
profundo, Dávila considera que ésta es la oportunidad para retomar el tema: «Hasta ahora ha sido contraproducente esa visión de agravio. No hemos tomado conciencia sobre lo que somos, sobre nuestra condición petrolera, sobre cómo se tiñó nuestra alma venezolana de aceite negro. Hemos vivido, robado, acaparado comisiones, nos hemos educado en torno al petróleo, pero ¡Dios mío! no hay que verlo. Ha sido un tema tabú. No lo hemos querido afrontar».
¿De quién es el petróleo? En alguno de los contados encuentros para discutir el tema petrolero, se ha hecho patente la preocupación de algunos estudiosos, sobre todo de la nueva generación: es necesaria una verdadera nacionalización de la industria. Durante el seminario «El petróleo y la política en Venezuela», propiciado por la Cátedra Venezuela Siglo XXI, del Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, en junio de 2006, especialistas sobre la materia dejaron sentada una confrontación de ideas: las de quienes siguen la óptica oficial e histórica de la naciona-
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 80
lización; y las de quienes la cuestionan y consideran que de hecho se ha tratado de una estatización. «El petróleo es del Estado por una tradición jurídica. En Chuquisaca, Simón Bolívar decretó que cualquier bien en el subsuelo sería del Estado, no de la nación», señala. La propuesta para sincerar la propiedad de la industria, es que se abra a la participación popular: «Que Petróleos de Venezuela ahora es de todos, es una consigna política del actual régimen, no una práctica real. Hay regiones del mundo, como la provincia de Alberta, en Canadá, donde los ciudadanos reciben anualmente regalías, porque aunque el gobierno maneje la industria, ellos son los propietarios del recurso petrolero». El planteamiento de algunos grupos en Venezuela –describe el académico– es que PDVSA saque a la venta 40 o 50 por ciento de sus acciones, y que así como en servicios telefónicos o eléctricos, los venezolanos puedan también participar en la industria petrolera. La visión verdaderamente popular de la pertenencia sobre PDVSA acabaría con la práctica del Estado de construir o administrar la riqueza a cambio de apoyo político. Es decir, de acuerdo con la idea que describe Dávila, el petróleo venezolano, utilizado como el régimen lo desea, es un recurso estatizado. «¿O acaso la PDVSA que ahora es de todos, incluye a los opositores al gobierno? Para nacionalizar, haría falta que fuera realmente de la nación, no del Estado, ni del gobierno de turno.» El poder sobre la explotación petrolera extiende esa sombra que
cubre al Estado rico y todopoderoso, ante una sociedad pobre. «El Estado rentista ante la sociedad distributiva, a la que los favores del recurso le llegan como una dádiva, como una limosna, como regalo, cual si fuera el mito del maná que cae del cielo para salvarle la vida a los hombres.»
«Sin volver a la demonización del oro negro, a la idea de su malignidad, creo que el petróleo nos ha hecho retroceder como sociedad. Lo más digno y permanente en un grupo social es el trabajo, lo que sale del esfuerzo productivo, de la fuerza física, muscular, intelectual de su gente...»
La generosidad celestial, o estatal, en este caso, resolverá la vida a una familia venezolana por uno o dos años, pero el análisis de este profesor de Ciencia Política y Social no encuentra beneficios de fondo. «Producto de la explotación petrolera, el Estado le dará públicamente y con cierta facilidad sumas importantes a personas identificadas con el régimen. Le pondrá en la mesa el pescado, pero no le enseña a pescar ni a fabricar la caña.» Desde esta óptica, el venezolano de a pie podrá sentir que la gracia del «país rico» es que una carrera de taxi sea relativamente económica, que llenar un tanque de gasolina sea más barato que un refresco, o que el petróleo cueste menos que el agua. ¿Es realmente esto un beneficio?
¿De dónde surge el petróleo?, ¿cuántos venezolanos lo han visto, lo han palpado, o conocen lo que es un barril?, ¿cuántos y cómo lo producen? Las preguntas guían al académico a detectar esa falsa riqueza especulativa, el espejismo negro... «Gran parte de la riqueza económica del petróleo no se produce con la fuerza de la población venezolana, sino por mera especulación. ¿Cuál es el costo de producir un barril de petróleo en Venezuela? ¿4 o 5 dólares? En estos tiempos en que el barril se cotiza en 75 dólares en el mercado internacional ¿dónde queda el remanente? Las respuestas apuntan nuevamente al Estado: «ahí está la riqueza, no en la socie-
«Sin volver a la demonización del oro negro, a la idea de su malignidad, creo que el petróleo nos ha hecho retroceder como sociedad» dad indigente, ni en las escuelas, ni en los hospitales quebrados, donde no hay gasas ni quirófanos».
Capitalismo rentístico Al actual régimen venezolano, de acuerdo con la versión repetida por algunos de sus funcionarios, no le place que los países sudamericanos firmen alianzas comerciales con Estados Unidos. La respuesta de representantes del gobierno peruano, uno de los aludidos –según percibe Dávila– caló en Miraflores por un principio elemental de igualdad puesto sobre la mesa: ¿cómo puede Venezuela criticar las sociedades comerciales de otros países con el norte, cuando vive principalmente de venderle petróleo al gran imperio? «Criticamos al imperialismo, pero el imperio nos paga miles de millones de dólares anuales. El imperia-
VE IN TIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 81
lismo petrolero ha sido el principal socio del Estado venezolano. Se demoniza a los “monstruos”, a “las 7 grandes” petroleras por todo lo que se han llevado, pero no se habla de lo que han dejado. A ellas se les debe la explotación de la gran franja del Orinoco, por ejemplo. ¿Por qué ninguna compañía venezolana ha explotado esa parte? Porque el Estado rentista no sembró los recursos en el desarrollo de la tecnología ni la preparación del elemento humano; ha sido sólo renta». El también doctorado en Gobierno, por la Universidad de Essex, pondera lo que en materia económica se ha identificado, incluso a nivel matemático, como capitalismo rentístico. Se trata de estudiar cómo el desarrollo económico de Venezuela se fundamenta en un capitalismo no convencional, sino basado en la percepción de una renta (petrolera,
Personaje en este caso). Es decir, los recursos no provienen del gran aparato productivo sino de una renta transferida internacionalmente. Este capitalismo, donde nuevamente la especulación se impone sobre el trabajo y la productividad real, ha tenido como socios a los grandes enemigos en la retórica oficial. «El discurso antiimperialista nutre esta visión distorsionada, al hacerle creer a la gente que el más íntimo enemigo de la nación es el capital petrolero internacional, cuando es justamente el agente económico que aporta los recursos para la siembra del petróleo o para sostener y expandir un régimen como el bolivariano. Poco se ha hablado de cómo el capital petrolero y sus compañías son socios privilegiados del Estado rentista venezolano, con todo y su discurso antiimperialista. No son los enemigos de la nación ni del pueblo, como se pretende hacer creer. ¿Cuánto le deben ese pueblo y esa nación a las compañías petroleras en su proceso de desarrollo moderno? Esto es algo que
no se ha preguntado la sociedad y es algo que tampoco importa esclarecer desde el discurso del poder.» En algún momento temprano de la Venezuela petrolera –recuerda– en la década de los 20, del siglo pasado, el diplomático Diógenes Escalante propuso al régimen gomecista una asociación mixta entre capitales nacionales y extranjeros, para explotar el petróleo. «La idea, que ahora pudiera relacionarse con la inspiración de los convenios operativos, nunca cuajó, por la voracidad del Estado venezolano de manejar el monopolio completo del petróleo. El discurso oficial ha satanizado a las grandes petroleras internacionales por haber creado monopolios, concepto que se aplica a los otros, pero que el gobierno no ha reconocido en sí mismo.» Lamentablemente –observa– el monopolio político del petróleo se ha asociado históricamente a regímenes represivos: Sadam Hussein, en Irak, Muammar Kaddafi, en Libia...
Ser venezolano: independencia y petróleo Venezuela ha desarrollado dos grandes nexos de identidad nacional: la independencia y el petróleo. Entre las pesquisas históricas y su especialidad en política social, Luis Ricardo Dávila ha estudiado estos elementos de la venezolanidad. «La ruptura con el nexo colonial, la gesta heroica del siglo XIX, la figura de Simón Bolívar, que no sólo liberó a Venezuela, sino a otra parte de América, fue el primer sello de venezolanidad. Independencia ha sido sinónimo de Bolívar, que a su vez equivale a ser venezolano. De alguna manera, el culto a Bolívar, como política de Estado, impuesto desde el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, mantuvo cohesionada a la sociedad venezolana.» Sin embargo, no podíamos vivir solamente de héroes, así que el discurso político empezó a abrirse en busca de nuevos asideros, que no se encontraron con facilidad en la diezmada Venezuela del siglo XIX, tras las guerras de independencia y de la federación. «Guzmán Blanco vio frustrado su proyecto de insertar al país de los cultivos menores en la economía capitalista internacional. Para eso, la herencia de Bolívar no era suficiente.» Finalmente –apunta–, décadas después el petróleo dio al país ese otro elemento unificador, más allá de la figura heroica. «Ahora ya no seríamos sólo por lo que fuimos, sino por la riqueza material, tangible. Asumimos la condición petrolera como sinónimo de venezolanidad.»
«Hemos vivido, robado, acaparado comisiones, nos hemos educado en torno al petróleo, pero… ha sido un tema tabú. No lo hemos querido afrontar»
«En torno a estos dos sellos se han mantenido dos estructuras de poder: por una parte, la heroica; y por otra, la rentista, distributiva, basada en una riqueza algo fortuita, que no hemos producido. Ambos elementos se unen en el régimen actual, en un coctel explosivo: Bolívar y la renta petrolera son sinónimo aparente de todo en este país.» Varias expresiones han intentado reafirmar este segundo elemento de venezolanidad, fincado en el hidrocarburo. Bajo las exhortaciones ya mencionadas, Arturo Uslar
V EINTIUN O / FEBR ER O - MAR Z O 2007 / PÁG INA 82
Pietri habló de «sembrar el petróleo». Rómulo Betancourt llegó a considerar que el producto de su explotación debía administrarse bajo la fórmula «empobrecer al Estado y enriquecer a la sociedad». Rafael Caldera hablaba en 1956 de «dominar el petróleo», mientras Marcos Pérez Jiménez expresaba en ese año que habría que «recolectar el petróleo». Para todos los estilos de gobierno y tendencias ideológicas de este último siglo, el petróleo ha sido preocupación central.
Siembra internacional «Una peculiaridad del actual régimen es la práctica de una nueva siembra del petróleo, pero a escala internacional. La renta petrolera está aportando recursos para sanear la economía argentina, para enviar asfalto a las carreteras de Bolivia, puede servir para limpiar los ríos de Nueva York. El petróleo entonces se está sembrando, pero como arma política, para ganar adeptos en el contexto mundial.» Si hubiera que dar cuentas sobre los resultados de la «siembra» del petróleo venezolano, para Dávila habría dos puntos de vista: ha sido positiva, en la medida en que sí se ha invertido en escuelas, salud e infraestructura. Por otro lado, lo negativo ha sido la creciente dependencia; «casi un siglo después, seguimos atados al oro negro; somos oro negro en pasta; no hemos sido capaces de transformar el recurso. Si el petróleo es un mal, un minotauro que es la condición parasitaria, que nos arrastra, no hemos avanzado». La coyuntura histórica, según Dávila, debería servir para acabar con el tabú: «En la medida en que pensemos el petróleo y lo discutamos, se oxigenará el tema y cambiaremos la idea de sembrar el petróleo por sembrar la conciencia sobre el petróleo. Será necesario enfrentar la cuestión, rescatarla de su laberinto del mal para que redunde en beneficio de la nación entera y no sólo del Estado rentista y del populismo de turno. Ése podría ser el hilo de Ariadna que nos saque del laberinto. Entonces sí podría hablarse de una verdadera revolución: superar el petróleo».