Cuaderno de bocetos (Monstruos)

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Paula Bossio

MONSTRUOS

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-uno-


Amalia Low Este es un documento de distribución gratuita que busca la promoción de la lectura y la cultura visual. Se trata de una publicación seriada cuyos números giran al rededor de un tema escogido por el comité editorial. El tema del presente número es los monstruos. Cada número contará con una convocatoria abierta y con la colaboración de un autor invitado. A través de su distribución esperamos contribuir a la divulgación de los trabajos de escritores e ilustradores de la literatura infantil. Si desea contribuir, brindarnos su consejo o su opinión, puede escribirnos a: cuadernodebocetos@gmail.com El tema del siguiente núero es: el circo Esta es una publicación sin ánimo de lucro. Las imágenes y textos han sido prestados por los artistas para su uso en este fanzine. Para emplear cualquiera de los materiales con otros fines es necesario hablar directamente con los autores. Editor: María Paula Bolaños Editor de sección, corrector de estilo y Director de relaciones públicas: Lucas Insignares Editor de sección y Director de medios digitales: Leonardo Ramírez Agradecimientos: presentamos nuestro profundo agradecimiento a los artistas que hicieron parte de este primer número de cuaderno de bocetos, por su deseo de llegar a todos los lectores con este regalo y por su amable disposición en todo el proceso.


Portada, ilustración de: Paula Bossio Ilustraciones del Indice Amalia Low Ilustraciones de guardas y fondo Ellen Van de Sade Brujas Irene Vasco Ilustración Jim Pluk Caminar en el Aire Francisco Montaña Ilustración Dipacho La inmensa montaña Francisco Leal Quevedo

Ilustración Claudia Rueda El monstruo de las alturas Albeiro Echavarría Ilustración Jose Arboleda Ilustración Roberto Muñecas Rusas Antonio Ventura Ilustración Amalia Low Ilustración Jim Pluk

Quién es quién


Brujas

por Irene Vasco Hace tiempo era muy fácil ser bruja. Solamente había que vivir en un bosque, convertir a las princesas en ranas y comerse a los niños que se cruzaran por el camino. Hoy en día las cosas son más difíciles. No hay bosques, no hay princesas y a los niños no los dejan salir solos. Eso no significa que las brujas hayan desaparecido. Por el contrario, cada vez hay más. Últimamente se las ve invadiendo cada rincón del universo al volante de carros grandes, chiquitos y hasta camiones, atropellando a todo aquel que se les atraviesa. Hay que perdonarlas. No lo hacen por maldad. Es que mientras manejan, sueñan con volver a los tiempos de antes, cuando su única preocupación era esperar a que algún niño despistado pasara frente a sus casitas de chocolate. ¡Es pura cuestión de nostalgia! Dicen que no hay que creer en ellas, que sólo existen en los cuentos de hadas. Si así fuera, ¿quiénes son entonces esos distraídos personajes que van detrás de los volantes? Es preferible creer que sí, que definitivamente, que irremediablemente, que las hay, las hay .....


Jim Pluk


Dipacho

Caminar en el aire. Mi primer monstruo por Francisco Montaña Para: Jessi, mi luz.

Puede ser que nunca hayas querido verlo. Tal vez todos te hayan dicho que lo evites. ¡Huye, corre, grita, encuentra cómo protegerte! Una montaña puede ser entonces tu refugio. Un arroyo brillante, secar tu piel al sol, revisar el camino que hacen las gotas de agua


y masticar la fruta que encuentras en la tierra. Puede ser que la nube sea tu refugio, abrigarte en su humedad, aspirarla, llenarte de su textura, y ya sin huesos asomarte y ver el mismo azul adentro y afuera: no hay nada que sostener, entiendes. Tal vez te veas rodeado de cabezas, pienses que son postes de luz, pero si te detienes verás que sólo iluminan los pasos que te sacan. ¡Huye, desaparece!, te dicen, ¡que no quede una sola huella de tu estadía, que no se coma una sola de tus sobras!, ¡que muera, que desfallezca sin tu aliento! ¡Aniquílalo, sin tu carne no será más que un payaso sin memoria! Es verdad que tu cara estará pintada en la suya, máscara, sombra indefinida. Será tu nombre el mismo suyo: Al final tu monstruo eres tú. Tú decides si lo acabas o si saltas al abismo, y allí, de su mano, libre, verás tu pies caminando sobre el aire.


Claudia Rueda

La inmensa montaña por Francisco Leal Quevedo

Esa noche no podía dormir. Las imágenes y las palabras que recién terminó de leer en ese libro volvían una y otra vez a su cabeza. -¿Funcionará? -Solamente es posible saberlo si lo intento. -Puede ser peligroso, pero me arriesgo. Cerró los ojos y lo dijo lentamente: “Por el conejo, /por la reina de corazones, / dimensión nana,


acógeme en tu seno, / vuélveme ultra-enana.” Espero unos instantes, no pasaba nada. De pronto sintió las vueltas veloces del vórtice de un remolino. Tocó su cuerpo, era el mismo, todas sus partes estaban completas. -¿Entonces, no ha pasado nada? Ahora estaba flotando, en medio de nubes, que en algo se parecían a su almohada, en el color, en el olor a lavanda. Bajó a una inmensa explanada, interminable. ¿Estaría sola en ese inmenso paraje? A lo lejos se oía un ruido, se acercó, caminó un rato. Ahora se oía más claramente, era el chasquido de unas mandíbulas que roían algo crocante. La bestia era enorme, le dio la vuelta, tardó un rato, era como un edificio de tres pisos. Estaba echada sobre un montón de tubos largos, brillantes, del mismo color de su pelo. Se apoyaba sobre una hojarasca, pero no eran hojas caídas, eran hojuelas crocantes, como de cereal, con su mismo olor, con su mismo color de piel. -Se come mi cuerpo, exclamó. El monstruo de seis patas no estaba solo, había más. Contó hasta quince, eran como vacas en un potrero. Todos comían tubos y hojuelas. De pronto el monstruo más cercano la olió, le gustó, se le notaba por el chasquido de sus mandíbulas. Luego el siguiente acercó ese bulto donde debía estar su nariz. Y luego lo hizo el de más allá. No tenían ojos, sino patas, vientre y una enorme cabeza. Se acercaron, la rodearon, ella estaba paralizada. El más cercano acercó su hocico, le dio un pequeño mordisco a su pelo, luego a su piel. Los dos bocados le gustaron. Ahora sentía mordiscos diminutos pero uno tras otro. Tres monstruos se acercaron, se empujaban unos a otros, la tenían rodeada…era cuestión de que alguno probara la exquisitez de su cuerpo e incitara al resto…entonces estaría perdida. Ella era una especie de galleta para semejantes animales.


Intentó correr, eran ahora más los monstruos, eran tantos que si corrían sobre ella, como una manada de reses en estampida, la harían papilla… Tenía que pensar en algo rápido. “Por el conejo, /por la reina de corazones, dimensión magna, /acógeme en tu seno, que me vuelva grande.” Se la chupó esta vez un tornado y creció y creció, su inmensa cabeza sacudió la almohada de olor a lavanda. Por esta vez se había salvado. Entonces sintió miedo. -¿Esos monstruos van a estar todas las noches acechando? -¿Correré a diario el riesgo de ser devorada? Era muy probable, ellos no iban a abandonar su territorio y ella adoraba su cama. De pronto comprendió su verdadera situación. -Para ellos soy una fuente de alimento inagotable. Pueden probarme, chuparme, morderme, nunca acabarán mi enorme melena de pelos crocantes…ni mi piel de hojuelas calientes. -Siempre estarán al asedio… -Pero estoy a salvo, siempre que continúe siendo para ellos una inmensa montaña. Entonces se dio la vuelta y pronto se quedó profundamente dormida.


El Monstruo de las alturas Por Albeiro Echavarría

Formé dos alas con mis brazos y descendí por la loma de La Caliente, la calle más animada de Yarumal. Algunos la llamaban la calle del pecado, pero yo solo veía hombres de ruana que iban al mercado y mujeres con chalina, apuradas para no llegar tarde a la iglesia. Mis alas eran poderosas y me levantaban por encima de los tejados, alejándome del bullicio. Nadie alzó la vista para ver mi vuelo ¿se imaginaban que eran cosas de niño? pero supe que en algún balcón, o en un cielorraso desvencijado, alguien observaba a hurtadillas. Me dio escalofrío pero seguí volando hasta llegar a mi casa donde el subterráneo era una guarida de fantasmas inofensivos. Después ensayé vuelos más atrevidos: desde el alto de la Normal, o sobre la falda de don Zoylo. Siempre me descolgaba blandiendo los brazos y con los ojos cerrados. Pero esa sombra oculta se las ingeniaba para hacerme pensar que algo horrible estaba a punto de ocurrir, logrando que se me erizara la piel. Debe ser un alma en pena que te está persiguiendo, dijo El Chino de la farmacia, cuando le pedí un remedio para


Jose Arboleda

los temores: “Metéte al bolsillo una rama de buganvilia, que eso las aleja”. Yo seguí volando, armado con mi ramita de buganvilia, dispuesto a no dejarme intimidar por monstruos invisibles. Subí hasta la loma de los Dominios del Niño y descendí, imaginando que era un avión de propulsión a chorro. No recuerdo otro placer más intenso que cuando sentía en la piel el viento frío que llegaba desde la curva del Manicomio. O cuando me deja-


ba caer “aterrizaje forzoso”, en el plano de La Bomba. El tiempo pasó y durante un buen tiempo deje de volar. Llegué a creer que la adolescencia me había roto las alas. Pero entonces llegaron los vuelos oníricos, en los cuales no necesitaba brazos, ni capas a lo Superman: mientras dormía podía volar como un cóndor desde el Alto de la Cruz hasta el alto de Ventanas. Pero una noche se metió en mis sueños: sin dar la cara; escondiéndose detrás de los árboles. A veces me tendía cables eléctricos para detener mi vuelo, o me lanzaba una neblina pavorosa para que no pudiera avanzar. Yo salía indemne de esos ataques remontándome a las cumbres más altas y sobrevolando ciudades desconocidas. Di por un hecho que había vencido al monstruo invisible. Cuando llegó la juventud y los sueños se alejaron, conseguí unas alas prestadas: las de los aviones que me transportaban por el gran país de las montañas. En cada viaje me maravillaba al ver las nubes bajo mis pies, y los ríos como serpientes en reposo. Y las ciudades en toda su grandeza y debilidad. Pero un día sentí su presencia en el aeropuerto. Después supe que iba detrás de mí cuando subí la escalerilla. Apenas me acomodé en la silla, lo vi en el corredor. Desde entonces viaja conmigo a todas partes mostrándome su cara más pavorosa. Sabe que es el único lugar donde me tiene en su poder. Donde no tengo escapatoria porque puede convertir en fobia mi deseo de volar. Ni siquiera se molesta en hacerse invisible porque allí, en los aviones, las ramitas de buganvilia pierden todo su poder.


Muñecas rusas por Antonio Ventura

La insistencia de Arsenio para que conociera a aquel extraño personaje que había aparecido en su vida hacía ya tres meses, comenzaba a cargarme. No había día que nos viéramos, en que no sacara el tema: “Joaquín, tienes que ver la casa de este hombre, es un museo. Objetos increíbles, jarrones chinos, terracotas aztecas, iconos bizantinos… Le he hablado en varias ocasiones de ti, y de tu pasión por el coleccionismo, y ya me ha dicho: ¡Coño, Arsenio! Venid una tarde a tomar un te. Lo prepararé gustoso en el samovar, y así no solo lo verá tu amigo, sino que aprovecharé para hacerlo funcionar. Para mí solo, lo hago en la cocina.” Así que, finalmente, y no tanto por deseo ni curiosidad, sino por no aguantar más las continuas alabanzas a ese personaje, sin duda estrafalario, algo que creía firmemente, por las descripciones que mi amigo hacía de él, accedí a visitar su casa. Arsenio pasó a recogerme con su coche a las cuatro y media. Desde que vivo en el centro, el mío permanece guardado en el garaje de la antigua casa, del que no me deshice, cuando la vendí. Me llamó a medio día, y casi me conminó: —Haz el favor de estar a la cuatro y media en la acera, ya sabes que no es fácil parar en la puerta de tu casa. Me ha dicho que tomaríamos el té, y conociéndole, no ha hecho falta que le pregunte a qué hora nos espera. A las cinco menos dos minutos, mi amigo pulsaba el timbre del portero automático de una finca no se si antigua o vieja, del barrio alto. Una voz un tanto azarada nos preguntó qué queríamos. —Boris, somos nosotros, Mi amigo Joaquín y yo.


Roberto Sánchez

—Pero, pero… Ambos pudimos escuchar un casi inaudible susurro al tiempo que la puerta se abría. —¿No será demasiado temprano, Arsenio? —pregunté. Mi amigo permaneció en silencio mientras subía delante de mí por la enmoquetada y polvorienta escalera hasta el rellano del segundo piso, donde pudimos ver, al fondo del descansillo, una puerta entreabierta. —Pasad, pasad —pudimos escuchar desde el interior del piso—. Estoy en el salón.


Atravesamos un pasillo no menos oscuro y angosto que la escalera por la que acabábamos de subir, que terminaba en un abigarrado salón, levemente iluminado por varias lámparas de pie o de mesa, en el que apenas uno podía moverse dada la cantidad de extraños objetos que se amontonaban sin ningún orden sobre los muebles, incluso en el suelo. Al fondo, a través de un cuerpo de estanterías exento, que dividía en parte el extraño salón, si podía llamarse así a aquel almacén de objetos , pudimos ver a nuestro hombre de espaldas con un guardapolvo gris. —Un minuto por favor, y estoy con vosotros —dijo con una extraña voz, que casi pareció un estertor. Miré entonces los anaqueles de la biblioteca: los dos superiores contenían cada uno seis Matrioskas, y delante de cada una de ellas una pequeña cartela, que parecía ser de plata, cada una con un nombre gravado: Irina Sokolov, Tatiana Vasíliev, Eka- terina Vólkov, Masha Petrov. Así hasta doce. Me llamó la atención que sólo este último apareciese en su acepción familiar. En ese instante, nuestro anfitrión surgió por la izquierda de la estantería. Me llamó la atención que llevara puestos unos guantes de latex. —¿Se sorprende de mi colección, señor Larraguibel? ¿Le gustan a usted la muñecas rusas? ¡Ah!..., y observo que mira mi Matrisoka favorita —dijo mientras tomaba de la estantería la que llevaba el nombre de Masha y la abría y extraía con cuidado su contenido—. Esta es la muñeca de mi sobrina, observará la bellaza de sus estilizados dedos, y aún conserva su anillo de recién casada.


Amalia Low


Irene Vasco

Quién es quién

Escritora emblemática y una de las figuras más destacadas de literatura para niños y jóvenes en Colombia. Su trayectoria es robusta como su generosa sonrisa y ha hecho parte de múltiples proyectos de formación, gestión y fomento a la lectura vinculada de forma particular, con la responsabilidad social. Una de sus más recientes obras es buen ejemplo de ello “Mambrú perdió la guerra” editorial FCE. http://www.irenevasco.com/

Jim Pluk Artista e ilustrador colombiano que ha irrumpido recientemente en el panorama de las artes visuales. Su obra versátil y beligerante, se vale de múltiples técnicas y soportes para comunicar y configurar una estética propia que recuerda a artistas como Keith Haring y Yoshitomo Nara. Una de sus obras más bellas es el libro “Tumaco” publicado en Rey Naranjo. http://plukart777.blogspot.com.co/

Francisco Montaña Escritor, dramaturgo, traductor, guionista, historiador, profesor

e investigador. Poseedor de una formación tan robusta y reconocida como su currículo, es una figura que destaca en el panorama de la literatura por su compromiso, profundidad y tratamiento de realidades sociales y temas sensibles, como los niños en situación de vulnerabilidad. Su novela “No comas renacuajos” publicada en la colección Frontera de Babel, fue nominada al premio White Ravens.

Dipacho Siendo aún estudiante Dipacho comenzó a hacerse nombre en el mundo de la ilustración cuando sus dos primeros libros “Todos se burlan” y “El animal más feroz” ambos maquetas para presentar en la universidad, tuvieron la mención de honor en la Bienal de Ilustración Bratislava. Le siguieron reconocimientos grandes como ganador del concurso de álbum ilustrado del FCE “A la orilla del viento” por “Jacinto y María José”, y ganador del concurso White Ravens por “El viaje de los elefantes” publicado en la editorial independiente Gato Malo. Trabaja para las casas edito- riales más reconocidas de Latinoamérica y gestiona proyectos y talleres de ilustración. http://www.dipacho.com/


Francisco Leal Quevedo Autor galardonado con el Premio Barco de Vapor por el “El mordisco de la media noche”. Curiosamente “Los secretos de Hafiz Mustafá” fue finalista en el mismo concurso bajo otro seudónimo. De escritura elegante y divertida, asume riesgos como la pequeña novela “Guarida de fantasmas” donde la narración es polifónica y trepidante, un buen ejemplo para leer cómo Leal Quevedo usa la fantasía, el terror, la aventura y el drama para tejer hilos narrativos. Riguroso y disciplinado, con la escritura y con su otra profesión; nuestro escritor es también médico pediatra y filósofo. http://www.franciscoleal.net

Albeiro Echavarría Escritor prolífico y figura destacada en obras para niños y jóvenes. Sus libros pertenecen a los catálogos más prestigiosos del país y acaba de ser incluido en la lista IBBY (International Board on Books for Young People) por su libro “Las vacas desaparecieron de la faz de la tierra. Su narrativa está en clave sensible, en la preguntas intimas de la niñez y la adolescencia; el poder de la imaginación como herramienta contra la adversidad. Echavarría es periodista y ha sido director de importantes medios de comunicación en el país. http://www.albeiroechavarria.com/

Jose Arboleda Claudia Rueda Es una ilustradora escuela de ilustración. El uso magistral de técnicas y formatos dispuestos al servicio del concepto, distinguen su obra en el panorama de la ilustración. A veces filosófica, otras juguetona, la obra de Rueda rueda por los sellos editoriales más distinguidos en español y en inglés, y en colaboración con editores legendarios como Daniel Goldin. http://www.claudiarueda.com/

Artista Visual, versátil y experimental ha abordado en su obra campos como el fotomontaje y el dibujo, siendo el segundo donde ha profundizado el gusto por el detalle y la rigurosidad de la técnica, elaborando un lenguaje y discurso estético que son propios. Abunda en su obra los paisajes oníricos, las criaturas fantásticas como Mimicry (amigo imaginario) y los insectos alucinantes. También está su esposa, Alejandra, transformada de múltiples fantásticas maneras. En ilustración ha publicado títulos de suma belleza como “Deshojando”


y “La cucharita” un libro homenaje al músico Jorge Velosa. http://josearboleda.com/ Antonio Ventura Editor, escritor y maestro español, es el director de la editorial española El Jinete Azul. Ventura es una personalidad el mundo de la literatura para niños y jóvenes y cola- bora activamente en proyectos de literatura en nuestro país. Es un autor divergente cuya clave narrativa se construye desde lo indómito creando historias que están fuera de las ficciones convencionales. Fue editor de Anaya y también el fundador de la revista Babar. http://www.edicioneseljineteazul. com/web.php Roberto Sánchez Cajicá Es pintor e ilustrador colombiano. Su biografía es tan exigua como sus palabras, pero su obra reverbera como su talento y nos comparte mayor contenido. Como artista ha realizado varias exposiciones como el II Salón Nacional de Arte Diversidad donde ocupó el primer puesto. En obras para niños

publicó con Gato Malo “La pelota” un álbum ilustrado sin palabras, propuesto desde el lenguaje plástico de Cajicá que narra el periplo de dos niños para recuperar su pelota. http://robertosanchezcajica.blogspot.com.co/ Amalia Low En breve tiempo esta fascinante ilustradora, carismática y generosa con el público, ha construido una inmensa popularidad con libros como “Tito y Pepita” de la colección Zafari. Fue premiada por Fundalectura con su diseño de afiche para “Leer en familia”. Amalia es también músico y pintora, dueña de una plástica ingenua y atractiva, cuyas imágenes se exponen en galerías de distintos países y hacen parte también de objetos portables. Su más reciente obra es un cómic musicalizado “El corazón de la tierra”, en Ediciones B. http://www.amalialow.com/


Este fanzine puede ser descargado desde cualquier computador, impreso y armado. Se ha pensado a modo de cuadernillo: 1. Imprime cada hoja por lado y lado 2. Dóblalas por la mitad 3. Orgánizalas según se muestra en la versión digital 4. Únelas con un gancho o un hilo para mantenerlas ordenadas.


Jim Pluk

cuadernodebocetos@gmail.com


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