94. IDENTIDAD
SOMOS LO QUE SOMOS;
SOMOS EXTREMADURA TEXTO: Jesús Sánchez Adalid
El sentimiento de pertenencia a Extremadura debe ser el reconocimiento entrañable de lo propio, la vinculación con nuestra cultura, la protección del medio natural y el amor a lo mejor de nuestra historia. Lo regional supone hoy la identificación con el rico mundo interior extremeño y español; es nuestro anclaje frente a la uniformidad global, a la vez que punto de arranque de nuestra aportación al resto del mundo. Asumimos lo universal, aportando lo propio. Pero, además, y en lo meramente práctico, tal sentimiento es la mejor arma para tener una sociedad solidaria. No es casual que la población extremeña haya sido siempre ejemplo de acogida, pues no nos importa en absoluto compartir lo nuestro, así como tampoco recibir lo del otro. No sólo no nos molestan los de fuera, sino que les abrimos los brazos. Con todo, para edificar una auténtica realidad regional, el extremeño debe guardarse del carácter excluyente y localista de la falsa “identidad”. Y no debe conformarse con asumir solamente los elementos de su entorno y construir un imaginario colectivo inspirado en el espacio físico. Sino que, además, tiene que colaborar en la construcción de un proyecto de regionalismo vanguardista. Ese proyecto se basa en la necesidad de desentrañar los signos geográficos, humanos, económicos, espirituales y culturales extremeños; la conveniencia de enraizarlos en su espacio y la obligación histórica de englobar esta materia en términos modernos, universales y generosos. Lo cual exige despojarnos de ciertos prejuicios y de, al menos, dos errores capitales: creer que regionalismo se opone a universalismo, y confundir
lo regional con lo popular. De hecho, la peculiaridad geográfica de la región ya ha provisto a Extremadura de una marca genética proclive a la totalidad. Nadie puede negar que, históricamente, ha sido territorio de paso; lo cual nos ha enriquecido en vez de disolvernos. El Norte extremeño mantiene la impronta de la reciedumbre castellana. El Oeste no puede entenderse sin la vecindad de Portugal. La parte oriental, con toda la comarca de los Montes y Las Villuercas, mira a La Mancha. Y el Sur, recibe marcadas influencias andaluzas. El propio título de Extremadura parece aludir tanto a una topografía concreta como a una extremada realidad física y mental, pero nunca cerrada, sino abierta. Abierta incluso al mar, aun siendo un bien que le falta. Y no por ello la región se ha visto privada de navegantes y relaciones diversas allende los mares.
Bien es sabido que el ansia que mueve a Extremadura a abrir la valva de su aislamiento, para captar la influencia del mundo circundante, ha sido una constante en nuestro devenir cultural y ha promovido algunas de las etapas más personales y lúcidas de nuestra historia, hasta constituirse en una suerte de tradición de universalidad. Este ir en busca de lo nuevo, este lanzarse al mundo para abrevar la eterna sequedad del abandono secular, ha movido a extremeños ilustres. Ello no significa volver la espalda ni infravalorar lo vernáculo, o desoír el diálogo profundo del paisaje o sacudir el cuño que la historia nos ha dejado. Es desde esta misma tesitura espiritual, y conscientes de que la región necesita ese espejo cuya extrañeza nos devuelva la justa imagen de nosotros mismos, desde donde nuestro pueblo se proyecta con pleno sentido en la realidad española