Impresiรณn: Editorial Letras de La Rioja
OrĂgenes
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esde los remotos y arcaicos abrigos prehistóricos hasta los ponchos tradicionales de nuestro suelo pasaron interminables períodos e infinitos lugares.
El poncho se afianzó como abrigo típico y signo distintivo de identidad regio-
nal y personal, en el extremo sur de la América indígena y gauchesca.
En nuestro continente, el poncho fue una prenda de extendida difusión pre-
hispánica, y a partir de la presencia europea, adquirió y reinterpretó nuevas téc-
nicas y diseños dentro del marco del proceso de transferencia cultural sufrido a partir de la conquista de América.
Los más viejos ponchos tejidos en América fueron una especie de camiseta
que también cuenta con una boca para introducir la cabeza, pero que a diferen-
cia del poncho, presenta costuras en loa laterales, bajo los brazos, conocida mas tarde por los Incas con el nombre de UNKU.
En tierras americanas comprobamos la presencia del poncho, a la luz de
los hallazgos arqueológicos, siendo el mismo, indispensable complemento del ajuar funerario.
En tiempo de los Incas, se creía que los camélidos “pertenecían al sol”, goza-
ban de prestigio y eran utilizados tanto para la provisión de lana, como para el transporte y el alimento.
Garcilazo de la Vega relata que “La lana de los huanacus, porque es lana bas-
ta, se repartía a la gente común; y la de vicuña, por ser tan estimada por su fine-
za, era toda para el Inca, de la cual mandaba repartir con los de su sangre real, que otros no podían vestir de aquella lana so pena de la vida. También daban de
ella por privilegio y merced particular a los curacas, que de otra manera tampoco podían vestir de ella”.
Los textiles indígenas americanos fueron elaborados en distintos materiales:
llamas, alpacas, guanacos y vicuñas facilitaron pelos y lanas para que, hilados
a huso, conformaran la materia prima fundamental de los tejidos nativos. Mas tarde, la multiplicación de las pocas ovejas que cruzaron el Atlántico en las primeras naves transformó el panorama, hasta que en el siglo XIX, su lana se convirtió en el material de mayor uso en los telares tradicionales.
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Entre los hilos de procedencia vegetal, se debe mencionar el algodón ameri-
cano, de fibra corta y color tostado.
Entre los ponchos sudamericanos se destacan los de filiación jesuítica.
Es “jesuítico” aquel modelo que fue elaborado en las misiones del Perú y Alto
Perú, una pieza de original ornamentación listada.
En cambio, las variantes nacidas en los telares que la compañía de Jesús in-
trodujo en el actual territorio argentino (los cordobeses de lana de oveja, los catamarqueños de algodón y de lana de oveja, y los guaraníticos, precursores de los famosos sesenta listas), son reconocidos por su filiación local.
El tamaño del denominado poncho jesuítico, generoso en sus dimensiones,
permitía que los indígenas se cubrieran hasta las piernas, ampliando así las medidas del ponchillo.
El padre Florián Paucke describe a los aborígenes del área guaranítica “con
un paño blanco, guarnecido a los lados con flecos de algodón”. Sin duda, esta pieza era un poncho de factura artesanal; de algodón en el verano y de lana para el invierno.
Los diseños simbólicos prehispánicos sufrieron transformaciones, origina-
das en el aporte de la estética recién venida.
Las nuevas corrientes mestizaron las artes decorativas en general, y en nues-
tro caso en particular, la vestimenta.
Los primeros conquistadores que pisaron estas tierras dejaron en sus relatos
un vivo testimonio del notable vestuario, nacido en los telares aborígenes de la
región y adoptado, más tarde, por los pobladores criollos del noroeste argentino, de las sierras subandinas y hasta por el habitante de las llanuras.
Destinatarias de una larga tradición precolombina, las teleras ampliaron el
horizonte cuando en 1556 llegaban las primeras semillas de algodón, oriundas de Chile.
En nuestro territorio las teleras nos han entregado obras maestras del arte
textil, destacándose una notable producción de maravillosos ponchos, confec-
cionados en rústicos telares, entre los que encontramos lisos o decorados por las franjas que se forman tan sólo por el uso de lanas distintas tonalidades que
brinda el cuerpo de un animal, como así también se pueden apreciar algunos teñidos.
El uso de colorantes naturales les permitió a los pueblos tejedores despegar
del pobre repertorio de tonos que les ofrecían las fibras hiladas.
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Entre las comunidades de altura, las lanas de auquénidos fueron utilizadas
en sus colores naturales o teñidas con plantas tintóreas de la región, como los algarrobos blanco y negro ( gris claro a negro), el asusque ( plomo azulado), atamisqui y colar (gris), cardón ( morado oscuro), coshque yuyo (rosado pálido), churqui (gris a negro) espinillo y mistol (café) o molle (amarillo).
En los colores utilizados por estos pueblos se destaca el rojo de cochinilla,
un pequeño insecto de las cactáreas que, una vez cosechado, se amasa entre dos piedras para obtener el pigmento.
En el noroeste, encontramos artesanas que elaboran dos clases de ponchos:
el denominado “criollo” y el “merino”. Ambos se tejen en telares de raíz hispa-
na; el criollo, con lana de oveja hilada a huso y teñida con colorantes naturales. En cambio el “poncho merino” es el que se confecciona con materia prima in-
dustrial, la que le brinda un brillo especial a la prenda, así como un tacto muy agradable.
No fueron las llamas o el algodón las únicas materias primas utilizadas en la
confección de los ponchos de nuestras tierras. Sin poder opacar el prestigio de
los finos hilados de vicuña, la seda irrumpió en el Río de la Plata, proveniente en su mayor parte de Asia y también, de Europa.
Finalmente el gusano de seda se crió en este lado del Atlántico. Esta indus-
tria tuvo su auge en el 1.800. en aquella época, la cosecha de la seda se realizaba en las actuales provincias de Mendoza, Tucumán y Catamarca, en cuyos telares
criollos se obtenían primorosos ponchos lisos o bordados en hilos de otro color, dando lugar a prendas de gran lujo que solían lucir personajes más importantes de la sociedad de entonces.
Para la misma época, llegaban los ponchos ingleses tramados en seda y tam-
bién en lino, otro de los materiales que, sin llegar a tener gran difusión, caracterizó a los “ponchos de verano” de este tramo del continente.
Evidentemente, el poncho ya tenía entre nosotros una antigua tradición.
El poncho en la sociedad criolla Si bien el poncho fue de uso generalizado entre indígenas durante los siglos
XVI y XVII en el área del Virreinato del Perú, con una decoración intensamente mestizada y realizado por aborígenes, es a partir del siglo XVIII, donde comienza a ser usado por la sociedad criolla.
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La adopción del poncho por parte del criollo resultó de un proceso de mutuas
apropiaciones entre las naciones aborígenes y los recién arribados a nuestras tierras.
Fruto de la geografía y las determinantes sociales, se forja un nuevo arque-
tipo humano: el gaucho. Su personalidad, sus gustos y obligaciones le tejieron
un aire de leyenda que acompaña a nuestro poblador rural y en particular, al hombre de a caballo.
En su vestimenta, el poncho adquirió singular estima. En los primeros tiem-
pos el gaucho supo arroparse con los “ponchos arribeños” de diseño listado, provenientes de las tierras del norte, elaborados en telar indígena o en telar criollo de pedales con distintas variantes de diseños.
La sociedad colonial, por su parte, adoptó tanto el uso del poncho, como de
algunas de características más notables de la tecnología andina, como son el pelo y la lana de los camélidos americanos, la densidad de la trama y, sobre todo, los diseños listados o “en campos”.
Entre los diseños históricos recordamos el típico poncho “de listas”, cuyos to-
nos básicos eran el negro y el colorado. Estas piezas tuvieron una amplia aceptación en la sociedad criolla del siglo XIX, al punto que buena parte de la iconogra-
fía de aquella centuria presenta a los gauchos ataviados con este tipo de prendas. Durante las guerras por nuestra independencia, fue el poncho prenda vital
del uniforme o vestimenta de nuestros soldados y oficiales, por lo que se distinguían de todos los ejércitos del mundo. Muchos de estos legendarios ponchos
eran tejidos con los colores de nuestra enseña nacional, como si en cada soldado la patria nueva quisiese ir pregonando la nobleza de su causa.
Cuando el número de nuestros soldados era escaso y se asfixiaban las bocas
de las tercerolas, rotas las tacuaras de las lanzas o mellados los cuchillos, a ponchazos se ganaron los encuentros.
Como fueron adecuados para la guerra y el trabajo, también se utilizaron
como bandera de paz.
Recordemos, por ejemplo, cómo Dorrego hizo flamear su poncho azul y blan-
co, atado al campanario de la Merced, como bandera de victoria tras la batalla de
Salta, y cómo Urquiza, luego de Caseros, se calzó su poncho blanco para entrar en Buenos Aires como mensajero de la paz.
Como una prenda imprescindible y única, lo enaltecieron Don José de San
Martín, el de la gran realidad histórica, regresando desde la cima de su gloria
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en humilde mula zaina, cubiertos sus hombros con liviano poncho de vicuña; también el caudillo riojano Facundo Quiroga, y tantos otros referentes de nuestra nacionalidad.
Ascasubi escribiría que “alzar el poncho acreditaba ser federal argentino”.
El poncho llevado por el gaucho en torno a la cintura, le concedía a éste cier-
ta prestancia de soldado de caballería, de jinete dispuesto a galopar grandes distancias, y a soportar las imprevistas inclemencias del tiempo.
Cuando el paisano debía realizar arreos de hacienda el poncho lo cubría hasta
más abajo de las rodillas, y contrarrestaba la acción del frío o de las lluvias, a modo de capa pluvial.
Si debía prescindir de él, para mejor desenvolverse en sus movimientos, con
un nudo de una sola vuelta se lo ataba alrededor de la cintura.
Desmontado, lo llevaba en adecuados dobleces sobre el hombro izquierdo o
en el antebrazo del mismo lado, como un escudo siempre presto al sorpresivo encuentro a cuchillo, dejando a su vez en libertad su mano derecha.
Desde el nacimiento de la nacionalidad- cuando el “gauderio” de las litogra-
fías y acuarelas de Essex Vidal, de Pallire y más aún el pintoresquismo de D’ Has-
trel con la vestimenta española y el poncho descansando con elegante abandono en el hombro -hasta la conquista del desierto pampeano al finalizar el siglo XIXen que el soldado de caballería con chiripá criollo y chaquetilla francesa anuda-
ba su poncho en la cintura para los entreveros ejemplares-, toda la historia de la
República, en el lapso de 1815 hasta final del siglo, tiene una positiva relación de continuidad con ese atavío gauchesco.
Tanto en los hombres ilustres, que dieron prosapia a la argentinidad, así
como entre el pueblerío, que dio la base demográfica, ésta prenda fue un largo instante de histórica intimidad espiritual.
Y fue el atuendo inseparable de unitarios y federales.
El folklore le dio un padrinazgo de luces y en el gaucho fue insignia del cora-
je, del amor, de la humildad y de la caridad en la plenitud de los sentimientos. Y como filosofía política fué y es la prenda igualitaria entre pudientes y menesterosos.
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Razones técnicas La verdadera etimología de la voz “poncho”, según anota el doctor Jorge
Montandón, es un tanto incierta. Aunque la voz no figura en los primeros diccionarios quechuas, por su área de distribución se la conoció de muy antiguo en
la cultura andina. Los lingüistas, por la forma de la palabra poncho, la ubican dentro del área de habla araucana (pontro). Más esta palabra, poncho, sería
un préstamo para designar la prenda de tejido típicamente andina.En toda la
America de habla española, la palabra poncho señala la prenda rectangular con una abertura al centro para pasar la cabeza.
En su forma exterior y de terminación, el poncho tiene éstas características: a) Borde de fleco o galón
b) Galón de refuerzo en la boca para pasar la cabeza.
c) Terminación del galón en sus extremos en forma transversal. En la decoración: a) Preferencia de fondo en tonalidades pardas, obtenidas de fibras naturales. b) Franjas de colores contrastados en tejido liso o de doble faz. c) Costuras adornadas.
El poncho tiene mucha semejanza con el uncu (vestimenta aborigen, llama-
da túnica o camiseta por los primeros cronistas). Es propio de ambos, la abertura hecha en el tejido mismo para pasar la cabeza, las costuras de adorno y el refuerzo del cuello terminado en forma de escapulario o pectoral.
En el poncho moderno esta pieza ha sido reemplazada por un moño, forma
de típica filiación hispana.
El poncho y la identidad de los regionalismos Los ponchos solían y suelen ser como papeletas de identificación de sus due-
ños. Los ponchos siempre amplios y generosos, son muy variados en su decoración. Pueden ser listados, lisos, con cruces diaguitas, con guardas pampas, con flecos o sin ellos.
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Los de vicuña, tejidos en rústicos telares, son livianos, suaves e impermea-
bles, sin que por ello carezcan de su propiedad de fino abrigo.
A medida que se entremezclan lanas de distintos animales o se obtienen fi-
bras más gruesas, los ponchos adquieren otra calidad, peso, abrigo y ornamentación.
En la actualidad, los ponchos son demostrativos de legados familiares o fruto
de reciente adquisición de entusiastas mantenedores de nuestras tradiciones.
En referencia a su “tipo” (tipología) en cuanto a flecos, dibujos y hasta por
la manera de portarse, puede identificarse fácilmente la provincia o región del país de la persona que lo luce.
Atendiendo a éstas razones y en el intento de unificar y definir un poncho
típicamente riojano dentro de un conjunto de códigos simbólicos de materiales, diseños y colores que le otorgarán a la pieza un carácter personalísimo, es que elaboramos esta propuesta:
Entendemos que el diseño del “PONCHO RIOJANO” como síntesis de una re-
novada presencia histórica debe “definirse” del siguiente modo:
a) Fondo o campo rojo, tonalidad que asociamos al federalismo por el que
dieron la vida nuestros caudillos.
b) Borde de fleco negro con galón esparragado negro y blanco.
c) En ambos laterales listados con los colores típicos de la paleta de nuestra
tierra y en forma paralela una guarda usada en la decoración tanto por diaguitas como por capayanes, aborígenes que habitaron nuestro suelo y de quienes res-
catamos su bravura y actitud independiente. La mencionada guarda simboliza
la tierra en su perfil de montaña y trabajada en espejo como lo hacían nuestros pueblos originarios se forma la cuatripartición cosmica ( Este, Oeste, Norte, Sur
) síntesis de la visión de su vida terrenal y celestial. Asimismo el sencillo diseño de cruz que se forma centrando la guarda, representa la lluvia, simboliza el agua que desde siempre imploramos los habitantes de esta tierra.
d) En la boca galón con terminación transversal en sus extremos de color
negro, con el cual simbolizamos el luto respetuoso y eterno, reivindicando en nuestra historia a todos los riojanos que murieron en pos de un ideal.
Por sobre la comprensible evolución de la indumentaria, el poncho supervive
como una orgullosa modalidad argentina, condición que lo consustancia con sus orígenes y su arraigo de prenda exclusivamente criolla.
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Más allá de sus múltiples utilidades, el poncho es una segunda bandera que
integra el imaginario de una tradición de paz y cobijo en la que los argentinos nos reencontramos y nos reconocemos.
Queda en la memoria colectiva, esa imagen de ponchos revoleados, signo
festivo de integración de regionalismos ricos y diversos en un sólido proyecto de comunidad nacional.
Aspiramos a que este proyecto se continúe y afiance en el futuro con otras
valiosas expresiones de nuestro patrimonio cultural, capaces de seguir hacien-
do huella en la tarea interminable de conocernos y apreciarnos como riojanos, argentinos y universales.
Orientación textil Por Marcos Caram Diseñador Textil
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El diseño El diseño es una actividad creativa que supone la consecución de algo nuevo
y útil sin existencia previa. La artesanía como actividad en continua evolución
exige una adecuación continua de los objetos al mercado, de lo que se encarga fundamentalmente el diseño.
Mi labor como diseñador para el Poncho Riojano se puede entender como una
aportación dada a valores estéticos, procurando que no perjudique a su condición particular, de instrumento útil para una determinada finalidad. El diseño en artesanía se caracteriza por: a) Las artesanas no dibujan sus trabajos –a menudo no pueden hacerlo-, ni pueden dar razones apropiadas sobre las decisiones que toman.
b) La forma de un elemento artesano exige una lenta y costosa investigación
que a veces puede alcanzar un asombroso resultado, bien equilibrado y adecuado a las necesidades de los usuarios.
c) La evolución artesana también puede producir características discordan-
tes o irregularidades, que exigen una reorganización completa de la forma definitiva.
El diseño para el Poncho Riojano, para que sea efectivo y cumpla sus fun-
ciones benéficas, ha sido planificado adecuadamente, siguiendo los siguientes principios:
1. Idoneidad con el material utilizado. Cada material posee propiedades específicas que lo hacen ser apropiado para la elaboración del objeto concreto. 2. Posibilidad material de realización.
3. Conocimientos del proceso de realización y posibilidades de mejoras técnicas.
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4. La forma que adopta el Poncho Riojano es concebido en concordancia con su función concreta, y que responde a las siguientes condiciones: a) Funcionalidad.
b) Posible ampliación de su utilidad. c) Máxima estética posible.
d) Capacidad para manejarlo con comodidad. e) Facilidad de transporte
f) Estabilidad y proporcionalidad.
g) Adaptación a la labor y duración sin desgaste. Entiendo que diseñar es dar soluciones.
Es decir, es el acto que utiliza la razón y la sensibilidad para crear elementos
para el uso del hombre.
Ningún método de diseño encierra una receta única. El Poncho Riojano crea
una capacidad de observación que supera los lugares comunes, que no cierra su realidad a una simple delimitación de la forma de la función.
El Poncho Riojano es consciente de cómo organizar su propio proceso de di-
seño sin verse confundido por él, comprendiendo todas sus implicancias, des-
mitificando a la creatividad como proceso inconsciente, azaroso e inexplicable, sino que tiene presente la infinidad de variables a ser tenidas en cuenta, con ca-
racterísticas y soluciones múltiples, que requieren de recopilar y analizar datos para encontrar una respuesta optima a cada paso.
Adquiere y desarrolla distintos métodos de análisis que contribuyen a formar
capacidades y competencias que lo habilitan a dar cuenta de su propia produc-
ción, reconoce sus influencias, sus tendencias y lo orientan a trabajar más claramente en la consecución de sus objetivos.
Potencializa la capacidad creativa y la sensibilidad para hallar soluciones in-
novadoras y sustentables, respetando y conservando los recursos del medio.
Reúne lo creativo con los medios de producción y los medios de comercializa-
ción. Se orienta hacia el conocimiento y utilización de los procesos y tecnologías actuales, con un claro vínculo y conocimiento del medio productivo.
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Los colores El vasto panorama de teñido natural riojano se resiste a ser encerrado en de-
finiciones y formulas que lo abarquen en su totalidad.
Si bien la práctica de las artesanas coincide en líneas generales, también pre-
sentan numerosas variantes.
Otras diferencias, en cambio, se deben en parte al deterioro socioeconómico
que obliga a abaratar costos (abreviando procesos y prescindiendo del alumbre). Es por eso que el Poncho Riojano no esta mordentado, siguiendo los procesos
socioeconómicos actuales. El Poncho Riojano transforma a las artesanas en investigadoras de su propia cultura que siguen generando información.
De manera que considero este trabajo una aproximación al teñido tradicio-
nal y al teñido con anilinas al acido, que no pretende agotar el tema ni dar cuenta de las variaciones con que las artesanas resuelven sus teñidos.
Los colorantes que utiliza el Poncho Riojano provienen de diversas cortezas
de troncos de algarrobo y el fruto de tusca, los cuales permiten obtener sutiles
graduaciones de marrón y beige. Todos los demás colores, fuertes y vibrantes se obtienen con anilinas al acido.
Las técnicas Tela de urdimbre simple Tejido llano es el nombre que reciben las telas cuyos pares son simples (1:1).
Muchos autores lo denominan “punto de poncho”, aun cuando esto remite men-
talmente a un tejido de agujas. Permite la ornamentación por listas, peinecillo y “guarda atada” (ikat).
Fleco con técnica peinecillo o peinecilla El peinecillo o peinecilla es una variante del tejido llano. Se consigue usando
lanas de diferente color para cada uno de los hilos de cada par. Esto produce líneas horizontales, alternadas una a una en cada cruce de urdimbre.
Esta técnica de urdido se usa para ornamentar sin necesidad de labor alguna.
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Ikat (guarda atada o lista atada) Esta técnica de ornamentación se basa en el teñido, cubriendo adecuadamente
los sectores de urdimbre que se desea mantener sin teñir para formar un diseño determinado.
La guarda atada se llevo a cabo sobre una urdiembre en lana de color blanco natural.
Se procedió a urdir solo la cantidad de pares destinados para el diseño previsto.
Se midió en la urdimbre y se marco con lápiz cada uno de los paquetes a realizar,
hay que remarcar que aun cuando se mida con una regla, la variaciones en la tensión de la urdimbre, sumadas a los proceso de atado, teñido y posterior teji-
do, hacen que las dimensiones sean imprecisas (imprecisión que confirma que los extremos de cada sector sin teñir son difusos; no así sus bordes).
Con hilo blanco de algodón se ato fuertemente el principio de uno de los tramos
ya marcados, dejando la cola del nudo junto con la urdimbre en dirección hacia donde avanzamos con la atadura (esta cola sirve para hacer el nudo final del paquete).
Cada vuelta esta bien apretada y muy junto a la anterior, cubriendo perfecta-
mente el tramo de urdimbre que se quiere proteger de la tintura. Una vez que llegamos a la segunda marca atamos el extremo del hilo blanco de algodón con la cola que, a propósito, dejamos adentro del paqutete para este momento.
La tejedoras cubrían estas ataduras con un barro blanco denominado mallo –
cura, mallo – mallo o piedra mallo. En ausencia de ella y por seguridad, se cubrió cada uno de los paquetes con papel film de material impermeable que soporta la temperatura del teñido (ver imágenes en página siguiente).
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Conclusion Final La idea como diseñador fue dar modernidad, sin invadir demasiado el en-
torno, el secreto fue usarlo combinándolo en la forma adecuada. Cambie la intensidad con tonos oscuros y más claros y suavice la visual con tonos neutros y suaves.
Creo que la recuperación del teñido artesanal con colorantes naturales y ani-
linas al acido es un proyecto concreto con el Poncho Riojano. Aunque implique tiempo y esfuerzo y la conjunción de muchas voluntades.
Resurgir una amplia gama de posibilidades cromáticas resulta recuperar
esta parte de la cultura riojana. Entonces concretar con el Poncho Riojano es
posible recrear la circulación de tintes y conocimientos que existieron en torno al teñido. Y desarrollar nuevas posibilidades productivas.
Bibliografía > Arte del Tejido en la Argentina (de María Delia Millán de Palavecino) > Manual de Telar Mapuche (de Enrique Taranto – Jorge Mari)
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El equipo Investigación y fundamentación Silvia Quintero Elías Diseñador Textil Marcos Caram Telera Adriana Zárate Idea Dr. Luis Beder Herrera, Gobernador de la Provincia de La Rioja Dirección Hilda Aguirre de Soria, Diputada Nacional por la Provincia de La Rioja Diseño de portada e interior Conceptual Estudio
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Antecedentes académicos y laborales Silvia Quintero Elías
Es Licenciada en Folklore, egresada del Instituto Universitario Nacional de Arte de Buenos Ai-
res. Se desempeña como docente en el Centro Polivalente de Arte, hallándose al frente del Laboratorio de Investigaciones Folklóricas en 5º y 6º año.
Es titular de la cátedra Historia del Atuendo – Historia de las expresiones populares en el Insti-
tuto de Formación Docente en Arte y Comunicación “Prof. Mario Crulcich”. Ejerció el cargo de vicedirectora de la Escuela Municipal de Arte.
Integra el equipo técnico del Instituto Municipal de Cultura y Turismo como asesora especia-
lizada. Forma parte del equipo de investigación del proyecto con acreditación externa: “Las múltiples manifestaciones vigentes de la religiosidad popular en la República Argentina”, dirigido por la Mgter. Azucena Colatarci.
Realiza en forma sistemática relevamientos del Folklore de la provincia de La Rioja y brinda
asesoramiento sobre dichos temas.
Su tesis de grado fue seleccionada para su publicación, siendo editada con el título “Gauchos
Riojanos, hoy”. Libro que en el corriente año fuera declarado de Interés de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación (por resolución 4279-D-09). Dicta cursos y seminarios y ha participado en jornadas y congresos de la especialidad.
Se trata de una distinguida especialista en Folklore y experta en la investigación de Culturas
Tradicionales.
Marcos Caram
Es Diseñador Textil. Desde el año 2009 es responsable principal del Proyecto Arts and Crafts
que lleva a cabo la “gestión estratégica sustentable para fibra de lana local como instrumento de política de desarrollo” con el objetivo de explorar nuevas aplicaciones para la fibra de lana. Adriana Zárate
Es una reconocida telera riojana, oriunda de La Huerta, Departamento General Belgrano.