7 minute read

Madmuaselle Reneé (Ramón Nuñez

Ramón Nuñez

Escritor desde hace veinte años, aunque al principio se decantó por la música, la escritura venció y actualmete escribe en varios diarios y revistas culturales internacionales. En 2010 publicó su primer libro La verdad , obteniendo gran reconocimiento en su país, Uruguay.

Advertisement

Madmuaselle Reneé

Para mí que la señorita Reneé me quiere de una forma diferente. Sí, lo sé. Sino, no tendría conmigo esos gestos que no tiene con Domínguez, ni con la flaca Marcela que nos mira a todos con arrogancia porque va a la Alianza y sabe más que nosotros. Cómo no va a saber, si la metieron allí con cuatro años a estudiar francés. Sé que me quiere, porque cuando entra al salón de clases me busca con la mirada y me encuentra siempre en el último asiento y sonríe de una forma, y a mí, me suenan campanitas en las orejas y me arreglo el pelo y me alboroto todo y comienza a molestarme esa comezón en la entrepierna y me llevo las manos a los bolsillos, y quiero ordenar eso que intenta incorporarse y yo le

digo: “Quédate quieto, porque tal vez me hace pasar al frente a conjugar el verbo avouar”. Ella me quiere. Sí, me quiere. Porque siempre me pone como ejemplo. Aprendan de Gutiérrez, dice, que a pesar de que trabaja le da el tiempo para estudiar y trae los ejercicios. Y sé que se ríen de mí porque repetí tercero por segunda vez y ya con dieciséis tendría que estar saliendo. Pero estos estúpidos no saben el sacrificio que yo hago para aprender. No es fácil. Además, si no fuera por el asma, el año pasado no hubiese repetido, pero como este año aún no me he atacado creo que consigo pasar a cuarto. Total, a la señorita Reneé la voy a ver igual. Bonjour, Madmuaselle, es la respuesta de toda la clase cuando ella entra y nos saluda. Yo miro su boca que se transforma en un corazón púrpura al pronunciar la “u” y su lengua que se recuesta al paladar y salen encadenadas esa hilera perfecta de erres que solo ella sabe pronunciar. Sí, solo ella, porque es francesa, entonces puede hablar con fluidez y gesticula su cara y muestra sus dientes y observo su saliva y su cabello cortado a lo garzón. ¡Es tan linda la señorita Reneé! Yo me quedo con pena cuando suena el timbre y ella se despide de nosotros “Au revouar”, y queda su perfume en el aire del salón y me entretengo en mi asiento y la quedo mirando hasta que se pierde detrás de la puerta. Entonces me levanto, paso al frente y leo todo lo que escribió en el pizarrón y tomo el borrador, la tiza que ella tocó con sus manitos delicadas y lo beso, y toco la silla donde estuvo ella y el escritorio, y beso el resto de perfume con mi aliento, y salgo y sé que no se ha ido porque todavía está estacionado el Peugeot 203 donde ella viene, a veces con su padre, ese señor pequeño que tiene una pierna ortopédica ocupando esa parte que voló en mil pedazos en una llanura en Rouen. Sí, él me contó todo eso y muchas cosas más

cuando voy a llevar el surtido del almacén, la de Méndez, donde yo trabajo por las tardes para ayudar en mi casa. El señor saca una moneda y me la tiende y yo observo sus manos temblorosas porque él está viejito y no puede hacer fuerza, me lo dijo la señorita Reneé. Entonces, le ayudo a ordenar todo en la alacena y me invade el olor a café que el viejito muele con un aparato de madera. Me gusta ir a la casa de la señorita Reneé porque es distinta a todas. Es una casa vieja, pero parece de películas, allí hay cosas que casi nadie tiene. Son extrañas, pero tienen eso que te hace sonreír y te dejan pensando. Está todo tan ordenadito y se nota la delicadeza de ellos. Recuerdo un día que fui a llevar el surtido y lo vi a Monsieur Villiers vestido tan elegante. Parecía un general con esa chaqueta llena de escarapelas y su boina negra y cantando en francés y la señorita también cantando con él y me miró con sus ojos color miel y me hizo una guiñada… y cuando terminaron de cantar me comentó que era fecha patria en su país y estaban cantando La Marsellesa. Entonces, el señor Villiers tomó una copa, sirvió un poco de vino de una botella encestada con forma oval y me la ofreció. Los tres brindamos y comimos quesos y fiambres y me demoré. Fue el teléfono quien me advirtió que yo era un mandadero del almacén de Méndez y me fui silbando los recuerdos de esa voz tan linda que salía del tocadiscos Lyon. Entonces conocí más de ellos y de su país. Conocí ese cuerpito frágil que, hasta ahora, de escucharlo se me erizan los pelos. El gorrión de París, el acordeón musette. La Torre Eiffel y un sinfín de cosas que me acercaban a la señorita Reneé. Yo sé que el director también la quiere. Pero él la quiere de otra forma. Me da tanto asco mirarle la cara a ese viejo pervertido y cómo se desvive

en atenciones con ella, pero no se da cuenta de que ella tiene esa simpatía que le sale en forma espontánea, que es natural y no como el resto de los profesores, y sé que ella no le da motivos al director. Lo sé porque un día, la escuché hablar con otra profesora y se referían a ese viejo verde. Si paso a cuarto tal vez no la tenga como profesora, pero igual la voy a ver. Si no la veo aquí, la veo cuando vaya a llevar el surtido a su casa y allí ella me atiende solo a mí, y no como en la clase que somos más de treinta. Me toco la cara y siento su calidez al besarme por primera vez. Fue en la mejilla cuando se enteró de mi cumpleaños y cantaron todos “que los cumpla feliz…”, y la flaca Marcela lo hacía en francés para sobresalir. Y cortaron la torta y fue la primera vez que me festejaron un cumpleaños. Fue ella quien tomo la iniciativa y cuando llegué, a los pocos días a su casa, me regaló un par de championes sin uso, un par de medias, y me volvió a besar y me explicó por qué no

me lo había dado en el salón de clases. ¡Claro que me quiere!, yo también a ella, pero nos queremos de una forma diferente. A veces me parece ver a mi madre, que apenas alcancé a conocer, y otras veces la quiero con todo mi corazón y la desnudo en mis sueños y me transpiro todo y tiemblo, entonces después en la cama abrazo mi almohada y la abrazo a ella y se me inflama el pecho, y lloro por ella, y por mi madre que debe de estar feliz al saber que estoy enamorado de una mujer tan buena. Hoy era el comentario en el liceo y todos miraban la chimenea muerta de la fábrica y eran los corrillos en los pasillos, afligidos porque todos dependíamos de ella y su silbato a las siete, a las

once, a la una, y a las cinco de la tarde. Y sus dueños que se fueron, dicen que para Inglaterra… y andaban los obreros como sonámbulos, almas en pena sin saber qué hacer. Y yo me fui con mi padre, pero más cerca. Me fui a una chacra a ayudarlo a él a carpir en esos surcos interminables y casi no veía a la señorita Reneé, porque también cerró el almacén de Méndez. Hoy, al cruzar la calle me llamó la atención. Sí, era ella. Corrí a abrazarla. Se sorprendió al verme. Hacía tantos años que me había ido del pueblo. La misma boina recostada hacia un costado, la gabardina color arena, el pantalón de cuero y sus botas abrochadas casi hasta la rodilla. Era ella y se dio cuenta y exclamó: ¡Gutiérrez, tanto tiempo! Nos abrazamos y mi mujer no salía de su asombro al ver que yo besaba a esa vieja. —¿Quién es ella? —preguntó molesta. —Mi novia, Madmuaselle Reneé —respondí.

This article is from: