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Tatuado en la piel (Alberto Ruiz

Alberto Ruiz

Nacido en 1992, es un joven que a pronta edad empezó a tener curiosidad por el mundo literario. Empezó estudiando comercio y marketing, pero al poco se sintió atraído por la idea de crear ficción y hacernos ver el mundo desde su punto de vista. Entre sus escritos podemos encontrar historias paranormales, románticas y de intriga. Sus dos novelas publicadas, El topador de almas, 2011 y El reubicado, 2016, han recibido buenas críticas, y actualmente está preparando su tercera novela, El engranaje de los ángeles, cuya publicación se espera para 2022. Fundador, además, de la editorial Nido de Letras, donde ha trabajado con María Beatriz Muñoz y Albert Mas Calvo, autores de novelas como Magia en las sombras, Atrapada por sorpresa y De dentro hacia fuera.

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Tatuado en la piel

¿Cómo se puede querer tanto a alguien? ¿Cómo se puede llegar a querer tanto a una persona hasta convertirse en parte de tu realidad y que no puedas vivir sin ella? Mi historia es una de tantas otras, combinada con una dosis de surrealismo impuesto por este nuevo mal que asola el mundo. Yo estaba felizmente casada, con nuestros más y nuestros menos en el día a día. Como todas las parejas. Disfrutábamos el uno junto al otro, creamos una familia, trabajábamos mucho, pero éramos muy felices. Pasábamos tiempo juntos yendo a cenar, a nuestra parcela en un camping, a hacer paseos por la montaña, a ver películas y series juntos. Éramos como dos jóvenes enamorados, salvo por las responsabilidades de cada día, pero siempre encontrábamos un hueco para nosotros dos. Todo eso cambió con un solo golpe de tos. Cuando 36 One Stop

esta pandemia apareció, creí que no nos tocaría a nosotros. Que nos salvaríamos. Por desgracia nos equivocamos. Todo empezó un martes al llegar a casa de trabajar. Él trabajaba de mañana y se encontraba haciendo la comida. Íbamos a ver una de nuestras series sentados frente a la mesa pequeña del comedor y dos de nuestros platos preferidos, bastante alejados de una calidad gourmet, pero reconfortante para nuestros paladares. No terminamos las tareas de la cocina cuando la primera tos hizo aparición. Era una tos seca, preocupante. Me alarmé un poco, pero pensamos que se le había quedado atascado en la garganta un pedacito de arroz, del que había comprobado su nivel de sal previamente. Nos sentamos en la mesa y pusimos la serie.

—Qué poca sal he puesto, no noto el sabor. ¿Tú lo encuentras bien? —Sí, muy bien. Incluso diría que te has pasado con la sal.

Nos alarmamos y fuimos corriendo al ambulatorio. Tras una PCR positiva nos llegó la sorpresa.

—Estén confinados en casa quince días y no salgan para nada. Tomen paracetamol para la fiebre en caso de que tenga,

y si empeora nos avisa. Pero en la mayoría de los casos nuestros pacientes se recuperan, se generan anticuerpos y el paciente lo pasa. Así que tranquilícense y observen cómo evoluciona.

Así lo hicimos, fuimos a casa y avisamos en nuestros trabajos. Preparé dieta rica en proteínas y todo cuanto pudiera sentarnos bien y ayudarnos a combatir esta nueva enfermedad. No mejoró. Se puso cada vez peor. Empezó la fiebre, la tos empeoraba. No se levantaba de la cama y me dolía mucho verlo así. Llamamos al ambulatorio. Fuimos como pudimos y lo llevaron al hospital tras ver cómo había

evolucionado el caso. Después de una semana, la cosa empeoró más si cabía. Empezó a tener dificultades respiratorias graves y casi no podía hablar, se ahogaba. «Vaya a comer algo a la cafetería», me decían las enfermeras. Yo no tenía fuerzas ni para pensar en eso, pero no me quedaba otra.

—De acuerdo, el pollo empanado, el sándwich y el agua. Serán seis con setenta y cinco. —Aquí… aquí tiene… —Gracias.

Me temblaban las manos al pagar. La chica se dio cuenta y me miró dulce, con ternura y cariño en la mirada y en el gesto. No sería la primera persona que estaría allí por este motivo. Si ella me contara, seguro que me diría que, de todas las personas que habían pasado por aquel hospital,

muchas habían perdido a sus padres, madres, hijos, hermanas… Yo no podía creer que estuviera allí, pasando también por eso. Transcurrieron los días y no podían quitarle el respirador. Fue fumador, pero hacía muchos años. Logró quitarse ese hábito tan malsano. Al covid no le importó, lo atacó igual. Estaba dispuesto a llevárselo y yo no podía hacer nada para evitarlo. Hay cosas contra las que puedes combatir en la vida, pero contra esto no. Contra esto no podía hacer nada. Lo veía apagarse, lo veía irse. Y yo me quedé ahí. Sentada de espaldas a la ventana, con el viento ondeando la cortina, rozando levemente mi pelo. Ya anochecía, y el frío empezaba a calarme como si la muerte también me llevara a mí. Y sólo podía pensar, ¿notará él el mismo frío? ¿Notará esa sensación de soledad que ahora me tiene secuestrada? ¿Pensará en mí, a pesar de estar ahogándose y respirando con una máquina? Yo sí lo hago. Yo pienso en él, no pienso en otra cosa. A pesar de este nudo, a pesar de tener también una

increíble sensación de ahogo. Pensar en él me ahogaba. No quería perderlo, no quería pensar siquiera en vivir sin él. Era mi mundo, mi todo. El destino a veces tiene un curioso sentido del humor y, tal como parecía que iba a suceder, sucedió. Curiosamente, también murió un martes, por lo cual la ironía del destino se hacía más pesada. De los siguientes días, lo único que recuerdo es una apatía completa y total. No sabía quién era, ni dónde estaba. Iba del hospital al funeral, del funeral a mi casa, de mi casa a comprar. Comía por comer, dormía por dormir. Aunque no dormía. Estaba como en otro lugar, un universo aparte donde nada existía. Para mí, mi marido fue como un amor tatuado en la piel. Mis hijos venían a comer a casa, a hacerme compañía. Me daban ánimos, me abrazaban. Me besaban en la mejilla. Pero yo no los sentía. Ninguna gota de sentimiento resbalaba por mi alma. Sencillamente, estaba pausada, el mundo entero se había paralizado. Nada se movía. Todo se volvió gris y se apagó. Iba a trabajar y, lo que antes hacía en una hora, ahora lo hacía en cuatro, me pesaban los brazos al reponer los lineales de la tienda. Arrastraba las piernas de un lado a otro del pasillo, se me caían las cosas… Tuve que coger la baja y volver a casa.

—No pasa ni un solo día sin que piense en él y en todo lo que perdí aquel catorce de agosto. Con el tiempo, mis hijos pudieron sacarme de aquel estado, pero aún queda mucho. Mi primer nieto viene en camino y eso es un motivo para alegrarse, es un motivo para vivir. Puedo meter en mi mente imágenes de cómo será cuando llegue. Llevarlo al parque, hacerle la comida, comprarle cuches… Quería compartir esto con vosotros, creo que me viene bien para seguir pasando por este mal trago y espero que también vosotros empecéis a poder pasarlo.

Laura mostró una última sonrisa sincera y desenfadada y bajó del altillo para dirigirse a su asiento. Todos los presentes en la sala arrancaron a aplaudir y contemplaron la valentía y el coraje que mostraba aquella alma radiante de nueva esperanza. Tan valiente, tan fuerte…

Dedicado a todos y a todas quienes han perdido a alguien por culpa del covid.

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