por MarĂa Elvira Espinosa
ELLA SE VE COMO EL ARTE TEXTO DE PRESENTACIÓN DEL PROYECTO DE GRADO ASESORA: LINA ESPINOSA SALAZAR, M.F.A. UNIVERSIDAD DE LOS ANDES BOGOTÁ | 2016
EN PORTADA “1 millón de Likes” María Elvira Espinosa Marinovich óleo sobre lienzo (2,40mx1,60m) 2016
índice 20 Agradecimientos. 11 Introducción. 12 Una constelación de marcas. 14 Consejos para ser la mujer perfecta: de Venus a Kim Kardashian.
18 Tips para ser un fenómeno en las redes. 22 ¿Ya soy una buena mujer artista?
26 Derribando ídolos. 31 Referencias.
A Di-s, A mi mamรก, Gaby, Carly y papรก. Gracias a Lina por su apoyo y comprensiรณn durante todo este proceso.
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Quiero ser una obra de arte, del alma por lo menos, ya que del cuerpo no puedo serlo. -Fernando Pessoa
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l fetichismo feminizado de un consumismo feroz e ideales de belleza de imperceptible violencia, aparecen reflejados en mi obra, buscando entablar una conversación que referencie fielmente los códigos visuales bajo los que se ha regido la imagen femenina en el arte y la publicidad. Mis pinturas quieren abrir el universo de la belleza comercial, y con una desvergüenza musitada jugar con las dicotomías y batallas entre el mundo de lo femenino y el gaze1 masculino, entre el arte y la moda. Cada cuadro es un intento por sublimar mi profunda obsesión por lo bello, en una búsqueda marcada por la contemplación existencialista frente a la nueva espiritualidad neo-liberal del retail therapy.2
Mirada”. Un término que se puede interpretar como la mirada cosificadora masculina. 2 “Terapia de compras” 1“
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ara hablar de la historia de un cuerpo se puede empezar por sus marcas. “Voy a buscarlo para que vean que sí lo tengo” –les dije a mis primos y salí corriendo con la misión de encontrar un juguete de cuya existencia todos dudaban. Lo encontré, y con ímpetu me dirigí hacia la terraza donde todos estaban, notando demasiado tarde que la puerta de vidrio que delimitaba la entrada al balcón estaba cerrada por capricho de alguna de las niñeras que nos acompañaban. Atravesé aquel ventanal con tal fuerza, que terminó hecho añicos en el piso y en mi cara. Confiando a ciegas en la fragilidad de mi memoria, no recuerdo el dolor, solo el pañal de tela con el que me cubrieron la cara –que en vez de blanco era rojo por la sangre- y una esquirla de vidrio que me entretenía la boca. Recuerdo el llanto de terror de mi niñera, que me cargaba en brazos buscando ayuda. Un sollozo que solo fue superado por los gritos de pánico de mi mamá cuando me vio en el hospital, y el médico que le pedía calma antes de entrar a cirugía. Sobre aquel día no me quedaron más memorias, solo la historia que repetí infinidad de veces para justificar esa marca irrebatible que cuestionaban mis compañeritas de colegio, y cualquiera que recién me conocía, que luego se fue achicando mientras que yo crecía hasta volverse imperceptible bajo los lentes de marco extra grande que empecé a usar desde los quince años. Tiempo después, el recuerdo volvió a mí al encontrar una foto del cumpleaños de mi abuela, apenas días después del accidente. Yo sonreía junto a mis primas. Ellas llevaban sus vestiditos repolludo a cuadros y yo un accesorio injusto en
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medio de la cara: una línea roja e irregular llena de esparadrapo, que me dividía desde la frente hasta la nariz, y de la comisura de los labios hasta el final de mi mentón. Yo sonreía sin problema, como si fuera el día más feliz del año, como si mi cara siempre hubiera tenido 40 puntos de sutura contorneándola, o como si no estuvieran ahí del todo. Y así, a los cinco años, comenzaba a abrirme paso entre la vida, con la primera de muchas otras marcas que me empezaron a construir. Esa es tal vez la primera memoria consciente que tengo sobre mi cuerpo. Y es que es a partir de las cicatrices, de las señales, que se puede empezar a divisar un camino, a unir los puntos que van conformando una vida.
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De Venus a Kim Kardashian
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unca notamos algo como defecto hasta que otro lo señala como tal. Siempre fui muy alta, muy gorda, muy masculina, muy femenina, muy fuerte, muy débil, muy habladora o muy callada, rebelde o muy pasiva… Siempre fui demasiado o no lo suficiente, nunca alguien o algo en su justa medida. Desde que recuerdo me encuentro en una lucha permanente e ineludible con el constante bombardeo al que me enfrento por el sólo hecho de existir en mi cuerpo, el único lugar que verdaderamente habito. Como explica la escritora y activista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie: “El mundo entero está lleno de revistas y de libros que les dicen a las mujeres qué tienen que hacer, cómo tienen que ser y cómo no tienen que ser si quieren atraer o complacer a los hombres ”.1
Cómo lucir espléndida desnuda en 14 días… Joven siempre: Los mejores tratamientos anti-aging están aquí ¡guerra a las arrugas! Cómo vestir para 3,3 millones de followers Sexy Fitness: ¡menos peso y más pasión! Impávida frente a la ráfaga de imágenes que veía en la televisión y en las revistas de moda que compraba cada mes, fui formando un imaginario de lo que significa ser mujer, ser amada y exitosa. Los parámetros de lo aceptable y lo real los tenía que ir sorteando yo sola, mientras mi mamá vivía inmersa en su trabajo y mi papá
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empezaba a formar su reputación como ‘padre ausente’. Me la pasaba horas y horas admirando mujeres rubias, blancas y delgadas que protagonizaban las historias de romance más deseables; otras que se contorneaban al ritmo pop de canciones que hablaban de las maromas que harían por el amor no correspondido del hombre que le daría sentido a sus vidas. Recuerdo claramente una de esas monótonas tardes en que me quedé con la mirada fija frente a la pantalla viendo el vídeo de ‘Crazy’ de Britney Spears en Mtv, pensando, mientras ella bailaba en sus pantalones deportivos y un top que revelaba por completo su estómago plano y tonificado, que ella era perfecta, que era la mujer más hermosa que jamás había visto. También supe en ese momento que yo no era así y que todo lo que constituía mi
minaba de cubrir con una camiseta de mi papá que lograra taparme los muslos, que a mi parecer eran descomunalmente grandes. A medida que mi cuerpo se expandía y alargaba más que el de mis compañeras del colegio y mis primas de la misma edad, yo combatía mis nuevas formas con la ropa. Cada seis meses, cuando llegaba la época de compras en mi casa, yo optaba por ir masculinizando más y más mis elecciones de moda. Si tenía que comprar en una sección que no correspondía a mi edad, pues también quería que fuera una que no correspondiera a mi género, tratando de encontrar mi imagen en la diferencia absoluta de la norma. Al fin y al cabo a las mujeres que derrochaban feminidad siempre las tomaban por débiles, como accesorias a un hombre que sí podía pavonear su autonomía
“IMPÁVIDA FRENTE A LA RÁFAGA DE IMÁGENES QUE VEÍA EN LA TELEVISIÓN Y EN LAS REVISTAS DE MODA QUE COMPRABA CADA MES, FUI FORMANDO UN IMAGINARIO DE LO QUE SIGNIFICA SER MUJER, SER AMADA” cuerpo no era sino un defecto al ser una diferencia con respecto al de ella. Mi pelo crespo era una desgracia frente a su pelo liso y sedoso; mi barriga suave y prominente jamás sería apta para el piercing de diamante que ostentaba Britney en su pequeño ombligo, y mis pechos estaban creciendo de una manera irregular que desde entonces sabía que jamás emularían los suyos. En mi familia la cosa no era muy distinta, desde mi abuela hasta mis tías, pasando por mi papá y sus amistades más cercanas, el que yo empezara a hacer dieta parecía deporte familiar, y cada kilo que yo subía o bajaba era como un gol que metía o que me dejaba meter. Siempre me comparaban con mis demás primas, quienes tenían el privilegio de tener cuerpos “de revista” –como les decían- en las playas cartageneras, cada vez que llegaban las vacaciones. “Ellas sí se parecen a Britney” –pensaba yo cada vez que tenía que embutirme en un enterizo de la sección de adultos cuando apenas tenía 12 años, y luego me ter-
y un cuerpo que no tenía que pedir disculpas. Empecé a usar pantalones demasiado anchos y camisetas 4 tallas más grandes que yo, quería cubrirlo todo y disipar la atención de los cambios físicos por los que estaba atravesando. Con mensajes irónicos en mi ropa, y el pelo recogido con un descuido muy bien pensado, fui formando mi personalidad como la amiga chistosa y “descomplicada”, que además era interesante porque se la pasaba leyendo libros que no mandaban en el colegio. Mi obsesión por la moda y el espectáculo, sin embargo, tan solo creció, y mis primeros encuentros con el internet resultaron en todavía más horas viendo páginas llenas del glamour y el brillo enceguecedor de las pasarelas y las alfombras rojas. Todo esto me distraía de una realidad en que tenía que hacer “la fila de las gordas” –como yo le decía- en el colegio a la hora del almuerzo, para que me entregaran la comida de dieta que mi mamá me pagaba “por mi bien”. Y para qué mencionar las
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desgraciadas peripecias del inminente divorcio de mis papás, que terminaban de hacer mis días añicos, y me lanzaban con fuerza al refugio idílico que encontraba tras la pantalla del televisor. Según esto, me fueron quedando claras mis posibilidades. Sintiendo que al no ser bonita solo podría ver la vida haciéndome a un lado, pensé no tener derecho a protagonizar mis propias experiencias, y me limitaba a soñar con lo que veía en los realities, en MySpace, luego en Facebook, en Vogue, en E! Entertainment Television… La belleza se convirtió en una suerte de pase para la vida: el día que la tuviera –que capturara a esa escurridiza musa- podría empezar a vivir; ese día iba a ser feliz, podría soñar en grande, y todas las puertas se abrirían a mi paso, la alfombra roja se desplegaría frente a mí, los flashes me bañarían con su luz, llegaría al cielo en la tierra. Mi mayor fantasía: el antídoto ideal para que ningún mal me pudiese afligir, el camino que me alejaría no solo de mi cuerpo imperfecto, sino de la realidad desastrosa que vivía en mi familia en esa época.
Puedes tener ambición, pero no demasiada. Debes intentar tener éxito, pero no demasiado, porque entonces estarás amenazando a los hombres. Si tú eres el sostén económico en tu relación con un hombre, finge que no lo eres, sobre todo en público, porque si no lo estarás castrando.2 Michel Foucault explica que no es que la totalidad del individuo sea amputada, reprimida o alterada por el orden social, sino que el individuo se fabrica a sí mismo en éste a partir de las dinámicas que lo rodean y por ende lo afectan. 3 A la vez que buscaba construir, así fuese en mi mente y en mis sueños a futuro, una fantasía perfecta, mi realidad –mi propio ser- se sentía devaluada con cada página que pasaba de la revista Vogue que me llegaba cada mes en la correspondencia. El ensueño de la moda y el entretenimiento no siempre fue tan fácil de digerir, pues desde el comienzo tuve una mirada aguda que me dejaba ver la ficción de ese mundo, y aunque jamás po-
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dría negar que quise cambiar el cielo por el cuerpo perfecto de Kate Moss, nunca dejé de buscar respuestas más allá de esa dictadura de showbiz. Dictadura que además no encontré exclusiva a este medio, pues rápidamente observé en el arte los inicios de esta idealización de la mujer en su gloria definitiva como Venus, musa y reflejo perfecto del deseo de otros. Así, entendí que como mujeres la regla implícita sería definir nuestra propia belleza a partir del otro y en ese sentido, ser dominadas a través de nuestro propio cuerpo.
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dentrándome en la adolescencia, las redes sociales que fueron instaurándose en mi vida –así como en la de muchos- se convirtieron en una herramienta vital para la construcción de mi identidad como mujer.
La mujer (…) sabe que, cuando la miran no la distinguen de su apariencia: es juzgada, respetada y deseada a través de su indumentaria. Sus vestidos han sido primitivamente destinados a consagrarla a la impotencia, y han permanecido frágiles.4
Entre selfies, fotos de fiestas y viajes, una lista de amigos creciente y una imagen cuidadosamente diseñada, hice el mismo ejercicio que un curador hace para una exposición de arte, pero con mi propia “vida”. Siempre sintiéndome caminar sobre una cuerda floja, equilibrando lo que se me imponía que debía ser como mujer versus mi propio ímpetu, que se rebelaba contra estas obligaciones sociales que no quería que me pertenecieran. Pero la mirada de los otros era definitiva y esto es difícil de escapar. Facebook, Instagram, mantienen la misma práctica que un retrato renacentista; así como Isabel I de Inglaterra posaba con un mapamundi bajo su mano ostentando las conquistas de su reino en el siglo XVII, yo cambiaba mi foto de perfil por una mostrando mi mejor ángulo y compartía las fotos de mi último viaje a París. Pero también esto se volvió un juego de competencia con los demás por quién tendría la mejor vida, los viajes a lugares más lejanos, el mejor novio, la familia
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más feliz…por quién era dueño de la belleza.
fías y tener la selfie perfecta para Instagram.
El narcisismo de la mujer, en vez de enriquecerla, la empobrece; a fuerza de no hacer nada más que contemplarse, se aniquila; el mismo amor que se tiene, termina por estereotiparse: (…) no descubre su auténtica experiencia, sino un ídolo imaginario construido por clichés.5
Como signo de la identidad, el cuerpo debe hablar la <<verdad>> de la persona, ya que no puede ser añadido, como la moda o los cosméticos. Sin embargo, mediante diversas técnicas modelamos nuestra corporeidad hasta convertirla en percha idealizada para las mercancías.6
Esta suerte de esclavitud bajo el yugo de la mirada no me dio descanso. La publicidad pone un estándar, nos exige un cuerpo esbelto, atlético y delgado, piernas largas que no se toquen entre sí (#thighgap), un busto firme y redondeado, el abdomen tonificado, un cabello largo, liso y se-
Mi cuerpo, así, se convirtió en un campo de batalla, como diría Bárbara Kruger, entre lo que yo sentía y creía que debía ser. Y así, el domingo 20 de septiembre de 2015 aterricé en la ciudad de Barranquilla, tan preparada como podía estarlo para la cirugía bariátrica que tenía programada
“SIN EMBARGO, ELLOS NO SON TODOS IGUALES, ASÍ QUE DEBEMOS SER CAMALEÓNICAS, PODER TRANSFORMARNOS A CADA EXIGENCIA PARTICULAR, CON CADA RELACIÓN, INCLUSO CADA NOCHE, O VARIAS VECES AL DÍA. ” doso. Los hombres se dice que en cambio, nos quieren de menor estatura, con más curvas, pero aún delgadas; femeninas, bien arregladas, silenciosas y comportadas. Sin embargo, ellos no son todos iguales, así que debemos ser camaleónicas, poder transformarnos a cada exigencia particular, con cada relación, incluso cada noche, o varias veces al día. Hoy más que nunca, el modelo al que se someten nuestros cuerpos, ha llegado a extremos solo posibles gracias a las nuevas tecnologías. Lo que pudo haber solo sido una distorsión fotográfica en Photoshop es ahora un modelo monumental, solo obtenible a través de las cirugías, inyecciones salinas, sesiones peligrosamente largas en el gimnasio, efectos de maquillaje tromp l’oeil como el countouring, corsets para ir al gimnasio, y siempre una dosis de manipulación digital, pues la realidad cotidiana ahora no se puede comprender sin lo virtual. Solo basta tener un celular con acceso a internet para descargar las miles de aplicaciones con filtros y trucos básicos para alterar fotogra-
el martes siguiente. Tras años esperando lo que siempre pensé era mi mayor salvación del “oprobio” de la gordura, el momento había llegado. Apenas unos años antes, la suma de una gran ruptura amorosa y el inicio de la universidad me habían hecho refugiarme en la comida como nunca antes. Haber empezado a tratar la cocina como “mi técnica de relajación” más efectiva, había derivado en un desfile de platos y postres gourmet –gnocchis pomodoro, cupcakes de zebra multicolor, albóndigas de pavo rellenas de queso, pizza de brie y manzana verde…- que se tradujeron en 42 kilos de más en menos de 3 años. Mi mamá culpaba a un hipotético problema de tiroides que mi médico descartó rápidamente. Luego descansé en la idea de que el tratamiento farmacológico que había comenzado por esa época para tratar mi depresión era el causante de que me hubiera inflado como un globo aerostático; yo pensaba “prefiero estar gorda y feliz que flaca y deprimida”. Pero no era así, porque igual seguía siendo una gorda triste, cada vez más aislada y con una
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culpa del tamaño de Roma encima de los hombros. Intenté virtualmente todo: dietas yo-yo, caminar todas las noches (que me acordaba), ver vídeos de zumba en YouTube, bajar todas las apps para contar calorías, escribir un diario de comidas. Incluso coqueteé con la idea de vomitar cada vez que me llenaba demasiado, pero usualmente la pereza y el asco me ganaban con una promesa de que “mañana sí iba a controlarme”. La posibilidad de operarme para bajar de peso definitivamente llegó tras una llamada de mi papá diciéndome que me había sacado una cita con un doctor amiguísimo suyo que le había hecho el balón gástrico a la ex reina de belleza Susana Caldas. Recuerdo que ese día mi mamá me recogió en el colegio y fuimos directo a su consultorio en un edificio detrás del Carulla de la calle 85. Me dijo “vas a quedar divina después de la cirugía”. Algo similar me contaban siempre que había dicho el obstetra de mi mamá cuando nací midiendo 10 centímetros más que los bebés promedio: “Esta niña va a medir un metro con ochenta cuando crezca y no será gorda un solo día de su vida, ¡nació lista para el reinado!”. Siempre esa promesa incumplida de que todo sería ideal si tan solo bajara de peso, pues al parecer, tan valioso como un ayuno sacro pudo ser en el medioevo, la disciplina que conlleva la delgadez de una supermodelo es el mejor sacrificio al dios de la moda.7
tuviera una misión insensata en mente, pues en medio de este proceso mantuve paralelamente una búsqueda por aceptar mi propio cuerpo, y en medio de esto apareció mi blog de moda8 como un manifiesto que abogaba por una visión positiva hacia todos los tipos de cuerpo, hice una sección plus size y consideraba importante aconsejar a todas las mujeres sobre maneras para lograr aumentar su autoestima y hacer las paces con su imagen física. Pero esos consejos aplicaban a todos menos a mí. A la vez que lograba un alto promedio académico en mi carrera, creaba obras que mis pares admiraban, tenía un blog cada vez con más seguidores, más amigos de los que algún día imaginé, y era la columna vertebral de mi familia, sentía cómo me desplomaba cuando nadie me miraba en una fiesta, o mi vestido favorito de repente ya no me cerraba. Llegó el día. El anestesiólogo me tomó de la mano y me pidió que me relajara mientras yo caía en un sueño profundo que tan solo fue interrumpido por un dolor sordo e incómodo que me hacía gemir sin reparos. Me trasladaron a una habitación privada, donde me esperaba mi papá emocionado, pues él también se había sometido a esta cirugía dos años antes. El dolor se acrecentaba a medida que la anestesia iba pasando, y la sed aplastante que sentía me recordaba que no podía ni siquiera tomar agua hasta el día siguiente. Estaba feliz.
“MI CUERPO, ASÍ, SE CONVIRTIÓ EN UN CAMPO DE BATALLA, COMO DIRÍA BÁRBARA KRUGER, ENTRE LO QUE YO SENTÍA Y CREÍA QUE DEBÍA SER. ” Mi papá, sin embargo y como era usual, dejó pasar el tiempo y rompió una vez más la pro- No cabe duda de que el cuerpo es una realidad mesa de hacerme el balón gástrico. Unos años física. Sin embargo, la forma como lo percibidespués volvimos donde otro doctor con la mis- mos depende de mecanismos de construcción ma historia, pero esta vez él había operado a simbólica; es decir, de conceptos que hacen Maradona. La historia se repitió, y otra vez no inteligibles (o no) nuestra experiencia, la estrucme operé, pero ahora estaba más aferrada que turan, nos ayudan a comprenderla y a comuninunca a la idea de que esta cirugía pondría fin carla (o a descartarla por inteligible).8 a todos mis males. Lo que no quiere decir que
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Una semana después volví a Bogotá con 6 kilos menos y 5 nuevas marcas en mi abdomen. Hoy, treinta y algo kilos después, decir que todas las fantasías que entretenía en mi mente cada noche pensando cómo sería mi vida después de la operación se quedaron en el aire, sobrepasaría lo obvio. Parada frente al espejo veo a la misma María Elvira que estando más pequeña se dibujaba líneas en las caderas y los muslos en donde se suponía que debería terminar mi cuerpo. Pero también nació una confianza que pocas veces había experimentado antes. Volví a ser juez y parte: a pesar de haber esperado sentirme así después de la cirugía, fue difícil aceptar que todo esto me ganó. Antes, a pesar de vivir embelesada por todos los flashes de la farándula y el mundo de la moda, también quería que mi
valor como mujer viniera de la suma de cualidades que pudiera poseer más allá de llevar el último par de zapatos a la moda o el dichoso 90-60-90. De repente, los estereotipos que por momentos esperé fueran mis propias excusas de repente se hicieron palpables, la vida se me fue facilitando a medida que el peso se iba diluyendo, pero esto lejos de hacerme sentir realizada, mantuvo la pregunta abierta: ¿entonces sí tengo que ser bella para ser una buena mujer?
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“ ¿Hay que ir desnudas para entrar en el museo?” –Guerilla Girls
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l arte, lejos de otorgarme respuestas, me dejó con una pregunta similar en los labios: ¿debo renunciar a mi feminidad para ser una buena artista? Cuando estaba en sexto semestre sentí quizás por primera vez que el ser mujer hacía diferencia en mi trabajo como artista. Era día de entrega, llegué al taller, dejé mis dibujos sobre la mesa y salí por un momento al baño. Cuando llegué, un amigo mío estaba ojeando la serie de siluetas delineadas en tinta de mujeres desnudas tomándose selfies y contrapuestas a otras de cuerpos sinuosos y exagerados que había dibujado como parte de ese primer proyecto que debíamos entregar. El profesor se acercó a verlos con él, creyendo que ese era su trabajo. Empezó a decirle cuánto le gustaban y a analizar cada pose y gesto de aquellas muñecas, deleitándose en sus formas y temática. Mi amigo le dijo, mientras yo me acercaba, que los dibujos no eran suyos, a lo que él, con una expresión de confusión, empezó a detectar todos los defectos que tenían. De repente las contorsiones de los dibujos ya no eran interesantes, sino ‘un lugar común’; ya no tenían ese dejo de erotismo intrigante, sino que solo eran ‘unas muñecas ahí medio bonitas y ya’. Solo he podido justificar esto en palabras de la autora Emily Gould cuando refirió que “si una mujer habla sobre sí misma es una narcisista, pero si un hombre hace lo mismo, él está describiendo la condición humana”.10
Yo era consciente de que, por el hecho de ser mujer, automáticamente tendría que demostrar mi valía. Y me preocupaba el hecho de resultar demasiado femenina. (…) La triste verdad
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del asunto es que, en lo tocante a la apariencia, seguimos teniendo al hombre como estándar, como norma. Muchos pensamos que cuanto menos femenina se vea una mujer, más probable es que la tomen en serio.11 En este mundo me tropecé con las mismas expectativas sobre ser mujer y ser artista. A pesar de tener modelos como Cindy Sherman, Marina Abramovic, Yayoi Kusama, Tracy Emin, Orlan, y un afortunado y largo etcétera de mujeres que construyeron un corpus artístico a partir de su propia experiencia femenina, seguía topándome con tener que justificar mi obra más allá de las formalidades. Nunca entendiendo del todo si este discurso era simplemente parte del sistema contemporáneo del arte, o algo inherente a ser parte de este medio como mujer.
Al tener la posibilidad de crear imágenes de la misma manera como los medios lo hacen, este proyecto me abre las puertas para cuestionarme las representaciones a las que he estado expuesta como mujer y espectadora que hasta el momen-
propios autorretratos. Cada obra –las pinturas, la escultura y el vídeo- hacen sus veces de collage referencial, así como literal y literario, siempre encontrando preciso el examen entre la construcción de la identidad y un concepto de belleza bajo el lente de las realidades históricas, las mediáticas y las vivenciales. Así, mi obra pretende encontrar la convergencia entre los deseos naturales y los manufacturados que jalonan el impulso hacia el descubrir lo bello, lo femenino, los modos de caracterización, y las construcciones del ser dentro de un contexto contemporáneo. El discurso visual y artístico se empieza a construir sobre las contradicciones y la ambigüedad de mi propia posición en medio de las confluencias que me confrontan; es claro el peligro que genera el analfabetismo mediático que nos lleva a consumir las imágenes de los medios sin ningún tipo de mediación ni compresión profunda, donde es casi imposible no ceder ante el brillo y la belleza, ni querer ser parte en ello. Así, aparece en este proceso, un juego entre la figura e inquietante presencia del maniquí, pero transformado a mí propia imagen obesa e insegura. ¿Puedo ser yo, con mis aparentes imperfecciones, el mismo ser idealizado que es el maniquí que posa inerte en una vitrina? Sobre un lienzo
“EL DISCURSO VISUAL Y ARTÍSTICO SE EMPIEZA A CONSTRUIR SOBRE LAS CONTRADICCIONES Y LA AMBIGÜEDAD DE MI PROPIA POSICIÓN EN MEDIO DE LAS CONFLUENCIAS QUE ME CONFRONTAN” to han sido pasivas. En contraposición, las obras que nacen a partir de esta experiencia, son un intento por apropiarme de ciertos códigos del arte, la moda y las redes sociales, continuando con la búsqueda de mi propia identidad e imagen. Entre el medio clásico –la pintura al óleo- y el medio contemporáneo –las selfies y el collage-, busco crear un lenguaje satírico que entre sus símbolos traduzca una nueva significación de la representación femenina a partir de mis
de 2,40 metros de ancho y 1,80 de alto, me retrato, valga la redundancia, -retratándome a través de una selfie-, y posando a la vez como una de las Tres Gracias en La primavera de Sandro Botticelli. ¿Algún día podré lograr un nivel de perfección tal de mi apariencia que en mí los hombres –y artistas- encuentren su inspiración divina? ¿Acaso mi cuerpo lleno de marcas y curvas podrá ser suficiente para lograr tal validación? ¿Puedo ser tan bella como el arte? Una tercera
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obra, con mi rostro adherido al cuerpo perfecto de una Venus contemporánea, cuestiona si tal vez sólo como sujeto pasivo e idílico podré ser finalmente una buena mujer artista. O quizás, como me presento en otra pintura, lograré todo esto cuando mi imagen quede mitificada en la portada de una revista de moda, al mismo modo que una Gisele Bündchen o Naomi Campbell. Cuando somos víctimas en la cosificación de los medios, cuando las únicas representaciones que nos confrontan son las de mujeres cuyo único poder verdadero es su propia belleza, surgen, queramos o no, las preguntas que yo misma me hago con cada una de estas obras. En un vídeo proyectado sobre la pared, una serie de imágenes sin narrativa ni linealidad, abre una ventana hacia esa intimidad llena de artilugios y rituales femeninos relacionados con la vanidad, el glamour y la soledad cuando se está conectado permanentemente. ¿Hasta qué punto este universo de lo tradicionalmente femenil se vuelve ineludible?
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“¿Quién soy yo? Nada. ¿Qué quisiera ser? Todo” –Marie Bashkirtseff
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ras una vida percibiéndome fragmentada y construyéndome como un collage hecho de imperfectos e ideales, me enfrento a un lienzo en blanco que por primera vez quiero usar como catalizador para exorcizar estos fantasmas. A riesgo de pecar por idealista, tengo la oportunidad a través de este proyecto de crear bajo mis propios términos una serie de imágenes en las que yo tengo el poder para explorarme como mujer y como artista. Por medio del autorretrato y la apropiación de obras y códigos bajo los que se ha fundamentado el perfil de la mujer ideal en la sociedad, busco abrir una conversación sobre los efectos que tienen estos modelos sobre mis congéneres. En este sentido, “tengo gran fe en las superficies”, pues “una buena superficie dice mucho”, como refirió el fotógrafo de moda Richard Avedon (aunque él probablemente tendría algo distinto en mente al pronunciar estas palabras).12
La espectacularización adscrita al rol femenino obliga a auto-examinarse constantemente, a medirse en relación con unos modelos predefinidos de belleza y comportamiento. El autoexamen crea duplicidad personal, dado que la persona examinada debe interiorizar una cámara que la enfoca y la convierte en examinante y examinada.13 Al inicio de este proyecto, mi misión era clara: yo quería –a través de mis pinturas- entender de qué manera las ideas de belleza afectaban la construcción de identidad de las mujeres. Remitiéndome a frases y comentarios que escuché
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desde muy pequeña, y que fueron moldeando mi propia percepción acerca de la importancia de encajar en el estándar, empecé a analizar la manera como nos autoexáminamos, y con qué rasero medimos y formamos a las demás.
“Mete barriga y saca cola” –nos decía mi tía cada vez que salíamos de la casa a mi prima y a mí. “Cuando te adelgaces vas a quedar como tu mamá, que paraba el tráfico en Cartagena” –me explicaba otra tía cada vez que empezaba una dieta nueva. “Tu serías divina si bajaras de peso” –me dijo un amigo cuyo nombre ya casi no recuerdo. “Se está dejando engordar mucho, haga algo o la va a terminar dejando cuando llegue una que esté más flaca que usted” –me dijo la mamá de mi ex novio cuando el final entre nosotros ya estaba cerca. “A ti te parece bonita porque la quieres y la ves con los ojos del amor” –me dijo mi papá después de presentarle a mi mejor amiga. Cuando comencé la investigación sobre este tema, redacté una encuesta sin ninguna ínfula científica, para consultar entre mis amigas y conocidas cómo había sido su camino, pues si algo es claro es que el yugo de la belleza contemporánea no me oprime solo a mí. La primera pregunta fue, ¿cuál es su definición de belleza? – “la armonía de las partes”, “algo subjetivo”, “una experiencia sensorial”, “una forma de representación que obedece a los imaginarios sociales de un medio, una época, un grupo social etc.”. Luego pregunté ¿de qué manera la idea de belleza ha influenciado la construcción de su identidad?, y la totalidad respuestas, aún en sus diferencias, afirmaron que aunque sentían esa normativa tácita de la belleza como externa a ellas, esta misma marcaba tanto la relación con sus propios cuerpos,
como su accionar cotidiano: “influencia lo que visto, lo que como, si hago ejercicio o no, y si sin seguir sus parámetros me siento bien conmigo misma o no”. La belleza, particularmente en una época híper-conectada y saturada de imágenes como la nuestra, es más que un ideal vacuo, es una fuerza infinitamente violenta y omnipresente. Es como un espejismo brillante que nos atrae, pero que en realidad es un fuego consumidor y peligroso que convierte en cenizas la integridad emocional de quien ose ceder a sus encantos. Este efecto en mí caló hondo, y puedo decir que en algún momento me alcanzó esa llama. Probablemente no fue de manera contingente, y lo que me llevó a esa conclusión estaba arraigado en un sentimiento de abandono que se apoderó de mí desde muy pequeña, pero de repente empecé a sentir que la única salida y solución que en mi vida podría aspirar a obtener era conseguir ser bella, pues –por absurdo y errático que sueneesta sería la única manera de alguna vez sentirme amada y valiosa. Estas dos cualidades, mis verdaderos ideales, me habían eludido en medio de la disfuncionalidad de mi familia, y esa carencia pronto desembocó en una serie de episodios de profunda depresión, a los que aun hoy me enfrento. Mientras los años fueron pasando, sentía cada vez más la necesidad de ser ésa mujer que todas querrían ser, la que todos los hombres pudieran desear, a la que todos admiraban y emulaban. Necesitaba verme materializada en un físico “perfecto”, todo lo que yo sentía que carecía como persona. En los puntos más bajos de mi depresión y autoestima, escribía compulsivamente en un diario “me odio, me odio, me odio, me odio, me odio…”, llenando páginas y páginas por ratos que parecían eternos pero no suficientes para plasmar en un papel aquella oscura, penetrante y destructiva percepción de mí misma. Me comparaba con todas las mujeres que me rodeaban, y mi conclusión siempre era la misma “al menos ella es flaca”, “es porque ella sí es divina” – “por eso su familia la quiere”, “por eso sus amigos la buscan”, “por eso todos se enamoran de ella”… La envidia me consumía, mientras no
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quería enfrentar lo que en realidad sabía: toda esa superficie que yo romantizaba a extremo, no era sino una cortina de humo que creaba para no escarbar en lo más profundo de mí, en ese pasado punzante que como espantoso monstruo no era capaz de enfrentar. Pero todo esto terminó cayendo por su propio peso, y tras una temporada encerrada en una clínica psiquiátrica, después de una crisis suicida, empecé a entender que estaba usando a la belleza como una excusa, como un escudo y una justificación para no entender mis experiencias y mi propio valor. Y fue así como pude entender, que el consumo de magazines repletos de rostros y cuerpos perfectos, páginas saturadas de “respuestas” a las preguntas de “cómo ser x o y”, los hashtags del día, las posesiones más deseables, maquillajes y artificios con los que buscamos construirnos como la reproducción de la reproducción de esos
No obstante, en la propagación masificada de estas prácticas, así como la democratización de la moda –y por ende la belleza- que existe hoy en día, también se abre a la oportunidad de empezar a definir bajo nuestros propios términos, qué modelos aceptaremos y bajo qué influencias vamos a funcionar. Y, a pesar de la aparentemente fatídica suma de ídolos contemporáneos que -lo queramos o no- observamos y seguimos a diario, también existen modelos femeninos más allegados a la realidad. Por ejemplo, mi abuela paterna, la matriarca de mi familia -como muchos todavía la recuerdan- aprovechó su paso por el mundo de la política para enfocar sus esfuerzos en el bienestar social de mujeres y ancianos de la región caribe. Recuerdo sentarme a su lado cada noche, en una versión miniatura de su mecedora de madera, a ensartar pepas de colores en un hilo casi igual de largo a mí, mientras ella me decía
“TODA ESA SUPERFICIE QUE YO ROMANTIZABA A EXTREMO, NO ERA SINO UNA CORTINA DE HUMO QUE CREABA PARA NO ESCARBAR EN LO MÁS PROFUNDO DE MÍ, EN ESE PASADO PUNZANTE QUE COMO ESPANTOSO MONSTRUO NO ERA CAPAZ DE ENFRENTAR” ídolos de papel diseñados por otros, son un ideal que no pertenece a nadie, pero se muestra accesible para todos. Incluso, el feminismo y el concepto de empoderamiento hoy en día es la estrategia de mercadeo más efectiva; la industria de la moda utiliza los atisbos de pensamiento crítico de sus consumidores como la oportunidad para reinventar su línea de productos como el nuevo artilugio para ser, ya no solo bella, sino también la feminista perfecta. Atrás quedó Britney Spears sexualizando su imagen para complacer a un hombre, ahora las divas se desnudan para “empoderarse” -así su look solo parezca apelar a las pulsiones eróticas masculinas- delante de una escenografía que muestra entre los flashes la palabra “FEMINIST” en enormes mayúsculas.
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“mijita, ese collar le va a encantar a las señoras del ancianato” –uno que había fundado ella en Mompox, Bolívar. Recuerdo también su “perrenque”, como se le decía a la fuerza incansable con la que mantenía a toda una familia marchando y unida, mientras dirigía un gran movimiento político local, y cultivaba sino de haber sido la primera mujer gobernadora del departamento. Ella me enseñó acerca de la complejidad que comprende ser una mujer, a mi parecer, de ejemplo. Lo externo perece, pero lo que continúa como un eco que no se disipa, es ese equilibrio que solo la mujer puede lograr, entre una fortaleza inagotable y una sensibilidad y feminidad complementaria. Retomando la imagen del collage, he podido concluir que de la misma manera como por
años tomé tan solo imágenes de las revistas y de la farándula para crear la superficie de “la mujer perfecta” –de cuerpo, rostro y cabello-, esto mismo he tenido la oportunidad de hacer, pero en otros términos; así, empoderarme por medio de un trabajo creativo, lejos de campañas publicitarias que nos venden el feminismo en la forma de un jabón o dentro de una caja de cereal. En conclusión, este proyecto me ha abierto más interrogantes de los que tenía en un comienzo, pero también me ha dado una serie de respuestas que no me permiten ponerle un punto final, sino una sucesión de puntos suspensivos, pues aún quedará mucha tela por cortar, y mis esfuerzos parecieran ser apenas una gota de agua en un vasto océano de problemáticas que me dejan con la disposición de continuar indagando.
Adichie, Todos deberíamos ser feministas, 30-31 Adichie, 34 3 Smart, Michel Foucault: Critical assessments of leading sociologists, 193 4 Beauvoir, El Segundo Sexo, 679 5 Beauvoir, 707 6 Soley-Betrán, ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras, 109 7 Soley-Beltrán, 232 8 http://tragediartificial.blogspot.com 9 Soley-Beltrán, 160 10 Emily Gould, blogger y escritora. 11 Adichie, 45 12 Soley-Beltrán, 160 13 Soley-Beltrán, 164 1 2
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A continuaciรณn , las obras que surgieron como fruto de esta investigaciรณn.
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referencias Adichie, Chimamanda Ngozi. Todos Deberíamos Ser Feministas. Bogotá: Literatura Random House, 2015. Beauvoir, Simone De . El Segundo Sexo. Traducido por Juan García Puente. Bogotá: Debolsillo, 2013. Eco, Umberto. Historia De La Belleza. Traducido por María Pons Irazábal. Barcelona: Debolsillo, 2013. Miss Representation. Dirigido por Jacoba Atlas y Jessica Congdon. Estados Unidos: Girls’ Club Entertainment, 2011. Smart, Barry. Michel Foucault: Critical assessments of leading sociologists. ISBN 0415112346, 9780415112345. Taylor & Francis, 1994. Soley-Beltrán, Patricia. ¡Divinas!: Modelos, Poder Y Mentiras. Barcelona: Editorial Anagrama, 2015. Why Beauty Matters. Dirigido por Roger Scrutton. UK: BBC Londres, 2009. 41
MarĂa Elvira Espinosa Marinovich Proyecto de Grado | 2016 Universidad de los Andes