SALAOS SON. Tipos de gracias.

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LA NOVELA DEL DÍA “¡SALAOS SON!” … TIPOS DE GRACIA MANUEL SIUROT


ADVERTENCIAS No se publicarán más originares que los solicitados. Para no privar a los autores noveles de darse a conocer al público desde estas páginas, nos proponemos organizar un concurso de novelas cortas, para la admisión y publicación de aquellos trabajos que revelen verdadero mérito. No se sostiene correspondencia con los autores que nos envíen originales.

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SECCIÓN DE EDICIONES Velázquez, 6 --- Sevilla

MARÍA ESQUIVEL MARTÍN


AÑO II NUM 51

LA NOVELA DEL DÍA

SEVILLA, 11 DE OCTUBRE DE 1924. 25 CTS DIRECTOR: JOSÉ ANDRÉS VÁZQUEZ

MANUEL SIUROT “¡SALAOS SON!” TIPOS DE GRACIA ILUSTRACIONES DE MANOLO MARÍN FERIA

OFICINAS Y TALLERES: CASA VELÁZQUEZ - SECCIÓN DE EDICIONES VELÁZQUEZ, 6

SEVILLA

MARÍA ESQUIVEL MARTÍN


Don Manuel Siurot,

el poeta de la pedagogía En este gran cauce espiritual de Andalucía, el espíritu de don Manuel Siurot tiene la máxima exaltación de su jerarquía artística y vive y se nutre de la rica sustancia del pueblo, refinada por los abonos de una cultura serena, dichosa y magnificente. Su labor, acumulada en la huebra madura de sus años, tiene el color y el optimismo sabroso de la solera jerezana, y corre por toda ella una vena iluminada de juventud fuerte, cantora y decidida, clavada como un mástil en las puntas del día. Don Manuel Siurot es un gran poeta tumultuario del color. En él vierte su venero sentimental y de él llena los cangilones de su palabra, que así luego va fluyendo por sobre la blancura de las cuartillas, con el ritmo luminoso de un amanecer. Este es el tema central de toda su obra. Un amanecer constante, dinámico, del gran día. Una como forja nueva, musical y fecunda, sobre los sillares del pasado. Y en ellos, en los más resistentes, ha instalado su taller de artista y de obrero, de poeta y pedagogo, y hora tras hora, día tras día, año tras año, como una abeja franciscana, trabaja el soberbio canto de su vida, con una sonrisa de plenitud en el arco de su frente. El hombre y el artista fraternizan de tal modo en este buen hombre del ayer y del mañana, que su obra tiene tanto de corazón como de cerebro. Romántico en la portada de su vida, su espíritu ardió en el fuego de las injusticias sociales, y con ellas enroscadas al corazón, como la sierpe de Heine, labró los primeros pasos de su ruta. Avanzó firme y con la cosecha dolorosa de su trabajo hundido hizo su moral y su filosofía, y jubilosamente, como tocando auroras con las manos, gritó a los hombres el bien, el trabajo y la justicia. Y entonces fue algo de semilla redentora, que andando el tiempo daría un fruto perdurable: las Escuelas Siurot... Y con toda esta lucha en su hato de operario infatigable — operario que trabaja cantando —, todavía le queda corazón y cerebro para escribir La Emoción de España, Sal y Sol, centenares de artículos pedagógicos y estos cuentos zumbones y pintorescos, que tienen toda la gracia enecdótica de Andalucía... en un amanecer bohemio.

Adolfo Carretero.

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CHAGÜE Que el compadre Chagüe no había nacido para poeta, ni para catedrático, lo prueban de un modo fehaciente la arquitectura de su cabeza cuadrada, mejor dicho, cúbica, aquel mirar de sus ojos inexpresivos, el dibujo rechoncho de su pecho y espalda y, sobretodo, aquella nariz chata de las legítimas, que no era chata por equivocación de la naturaleza, sino porque así lo exigía la falta de luz interior del sujeto. Chagüe era un predestinado a la fiesta nacional. — Pero, chiquillo, ¿tú por qué no eres picaó de toros? — le decía la gente. Y el vulgo tenía razón, porque aquella cabeza pedía a voces el castoreño y toda la reata de cosas de alta mentalidad que le son anejas. Chagüe, a fuerza de oír eso, pasó insensiblemente en el espíritu, desde sus aficiones de “remontista”, majo educador de potros marismeños, a la nueva fase de vida que le iluminaba la revelación popular, y en la que Chagüe columpiaba su deseo en una sugestión de billetes de banco, botonaduras de brillantes, sonrisas de mujeres bonitas y fotografías en los periódicos ilustrados. Y tantas vueltas dio, tantas recomendaciones pusieron en juego, que el entonces matador de novillos Litri le ofreció sacarlo en una “novilla” en Calañas. Chagüe salió de casa del torero, alborozado, diciéndole a todo el mundo la promesa del Litri, y un amigo del presunto picador le metió el siguiente infundio: — Hombre, siento que te estrenes ahí, porque esos barbianes de Calañas son una mijita brutos con los picaores, y a lo mejor, sin comerlo ni beberlo, te dan las buenas tardes con un ladrillazo desde un tendió. — ¡Bah! — dijo Chagüe

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Pero se corrió la versión del ladrillazo y no habló el futuro émulo de los Calderones con un amigo suyo que no le advirtiera lo “arrimao” que era aquel publiquito, sus exigencias, sus insultos y sus medios ladrillazos. Por supuesto que era todo puro pitorreo con Chagüe, porque en la vida hubo gente más sensata ni más condescendiente con los toreros que los buenísimos calañeses. Chagüe se llegó a preocupar seriamente, y cada vez que veía albañiles o ladrillos se le ponía delante el público de Calañas en su estreno de “picaó”, que iba a ser en el primer día de feria del pintoresco pueblo de la serranía. Por fin llegó el instante temido y soñado. Chagüe, con las calzonas, la faja, el traje de luces y el sombrero de ala ancha con borla, doctorado de la guapeza y bizarría a caballo, no perdía ojo de los calañeses, pareciéndole que todos bolsillos abultados de aquellas fieras de las gradas debían guardar el consabido fruto de los barreros que a él le tenía con la mosca a la oreja y casi casi con el sueño perdido. Decía el picaó: — Por vía der mundo, hombre; po no me viá estrena y le tengo más mieo a la gente que al toro... Y el Litri, muerto de risa, le decía: — ¡Sea lo que Dios quiera, hombre! Ya está Chagüe en suerte. Un toro de Garrido, colorado, cabezota, gordo y muy bien puesto, mira al picador con interés, como si el animalito participara de la emoción del público, que atento al debut del principiante, guardaba ante su primera vara un silencio de general expectación. — ¡Torooo! — grita Chagüe para excitar al de Garrido. Este se arranca, “Chagüe se reúne”, mete la puya en lo alto, a toda ley y forcejea, pero el cabezota se las trae y caballo y picador caen en las tablas, donde Chagüe da un cabezazo de tal calibre, que permanece unos momentos desvanecido en la arena, ... Se refriega el puño por los ojos, vuelve en sí, mira iracundo al tendido y grita: — ¿Quién ha sí o el cochino ladrón, ¿quién ha sí o ese mal ange que ma tirao el ladrillo? Y uno del público dijo: — A ese picaó der cabezazo se la secao er sen tío. Pero el grupo de espectadores de Onuba, que estaba en el secreto, se moría de risa en las gradas.

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CHANITO Seño Chanito Raspaúra estuvo cuarenta años en el mar y en los esteros de Onuba, y cuando ya el hombre tuvo su poquito de fortuna, sus tierrecitas, sus dos casas en la calle de San Sebastián, etcétera, por aquello de que el reuma no le dejaba vivir, se retiró a los cuarteles de invierno y se le declararon con caracteres alarmantes la afición a criar gallinas en el corral de su casa, y la vanidad de creerse que a él no se la pegaba nadie en el mundo, ... — Er barbián que a mí me la pegue no ha nació ni nacerá. — Miré usté, compadre, que no se pue hablá como usté habla — decía un trianero que vivía frente a su casa. — Mire usté que tié usté a la gente amoscá con esos rentoi, y que hasta er gato está ya deseando que a usté se la pegue arguien, pa reirse una miajilla. — Po eso, ni lo va usté a ve, ni er gato... Y señó Raspaúra, con aire olímpico, le ponía al compadre un gesto de superioridad intelectual, olvidándose que en sus buenos tiempos tuvo que asistir una vez a un banquete político y, según revelaciones de un amigo suyo, estaba entonces tan rematadamente bruto, que para ponerle una corbata hubo que tirarlo al suelo y trabarlo. Un día recibió un anónimo, anunciándole que le iban a robar las docenas de gallinas negras, castellanas, excelentes ponedoras, que en unión de un gallo fachendoso y moñudo pasaban tranquilamente la vida en el corral del tío Chanito. El viejo marinero se escandalizó de vera y juró y re juró “que eso de robarle las poneoras era una pamplina” ... — Pa eso era mesté que este cura estuviá muerto...

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— decía — y estoy yo más vivo que la contribución, que es lo único que no se pone malo ni siquiera un trimestre. Colocó cerraduras, afirmó puertas y tendió alambradas irrompibles. Puso un guarda de noche, solicitó la ayuda vigilante de los vecinos, y cuando vio que su corral y gallinero eran una plaza fuerte, se le veía la muela del juicio a causa de una risa elaborada entre la vanidad y la inocencia. Había que ver a señó Raspaúra pavoneándose en la puerta del café “Nuevo Mundo” y gritando a todos los amigos que encontraba: — ¡Que vayan, que vayan por ellas!... Nuevo anónimo, que decía textualmente: “Hablan de quitarle a usted las gallinas... El gallo no, porque, aunque le costó a usted cinco duros, no vale ni una perra gorda”. Aquello fue el colmo de la irritación. ¡Despreciarle a él su gallo, su “moñúo”, un “príncipe” con plumas de oro y con unos toques azules oscuros en la pechuga que era una bendición!... Un animal que cuando cacareaba se le entendía lo que quería decir...; era mucho gallo su gallo ... “¿Qué sabrán creío esos pamplinosos?” Todas las mañanas, al levantarse tío Chanito, antes que saliera el sol, ya estaba en pleno corral dialogando con el guarda y con las gallinas y echándole piropos a su orgulloso y peripuesto chanteclair. Pero una mañita no vio Raspaúra al guarda en su sitio y le dió un vuelco el corazón. Se tranquilizó al momento, porque oyó desde lejos al gallo un cacareo raro y especial. Se acercó, y ¡horror de todos los horrores! el “moñúo” le miraba con ojos circulares, metálicos, tristes, y del cuello del animal pendía un cartel con este letrero: “Desde anoche a la una estoy solito ...” Oyó en esto un ronquido y vio al guarda que dormía una turca fenomenal. Pero no era esto lo más grave, sino que al volver a casa tambaleándose de la sorpresa y el disgusto, vio al gato que estaba maullando en el tejado, como si le llamara la atención sobre otra cartela que el minino tenía colgada y decía: “Estoy muerto de risa, ...” Fue un secreto que no pudo nunca revelarse; pero si yo tuviera facultad para poner carteles le hubiera puesto uno al trianero que dijera: “¿No le dije a usted, compadre, que, hasta el gato, ...?”

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FRACASA Nunca pude saber por qué le decían a aquel hombre el Capitán Fracasa, porque como ser capitán, sí que lo era, pero Fracasa... nunca lo entendí. Era rechoncho, barrigoncete, de cutis sudoso, de ojos dormilones, pelado a rape, alegre de cascos y jugador impenitente de tresillo... ¡Buena persona, … Era, además, soplete, esto es, hombre que todo lo aderezaba a soplos: alababa una cosa... ¡fu!... la despreciaba, ¡fu! también. Y no digo nada, a la hora de tomar cualquier cosa caliente, café, por ejemplo, porque entonces era de ver y oír el resoplido sobre la cuchara, ¡fu!, y el compañero correspondiente, pero invertido, cuando tragaba el líquido, ¡uf!, resultando que, mientras tomaba el café, era esta la combinación fonética: ¡fu... uf... fu... uf..., etc. Se completaría su cuadro físico, si dijera que era un hombre complicado seriamente con su aparato de la digestión, al que sometía a fuertes presiones con comilonas, golosinas y extras perturbadores, de donde provenían acritudes de boca, vientos de todos los cuadrantes, bicarbonatos, purgas, etcétera. Se completaría su cuadro moral si dijera que era alegre y buen humorado, chistoso, campechano y muy amigo de lucir todo lo que con sus formidables digestiones se relacionase. Tenía en el Círculo de Onuba una partida de tresillo, formada por señores que, como nuestro Capitán, llevaban por divisa un buen humor envidiable. — Buenas tardes, mi Capitán. ¿Qué es eso, parece que tiene usted mala cara?... — Hombre, mala cara yo no sé; pero este pícaro estómago lo tengo hoy como un globo inflao, el mal ange ... — ¿Y qué es eso? — Pchs. Ná ... Uu poquillo jamón de anoche..., ná, una pamplina..., una racioncita..., otra..., otra, ná, tonterías... Se enfrascan en el juego, cobran, pagan, hacen puestas, discuten escandalosamente y uno de los jugadores toca las palmas, a las que acude el camarero. — ¿Qué va a ser, señorito? — Yo — dice uno — café; yo ... te; yo café también...

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— ¿Y usted, mi Capitán? — Pues yo, muchacho ..., no sé lo que tomá ... Tráeme un... No a mí lo que debe sentarme bien es una gaseosa... Sí, mira, tráeme una gaseosa de esas de limón, que esté fresca y que esté fuerte. Y a cada uno se le sirvió lo suyo, y, por tanto, a nuestro gran Fracasa le pusieron delante una botella ligeramente azulada, recién traída de la nevera, con una neblinita pegada al cristal y surcada de trecho en trecho por algún goterón, que corría desde el corsé de arriba hata el platillo. Era en aquellos dichosos tiempos en que los tapones de las gaseosas se amarraban con guita. El camarero cortó el amarre y ¡pum!... allá va aquello, burbujeante y aromático, al vaso. El Capitán lo toma inmediatamente y ¡glo... glo... glo..., liquidado. Pero aún no ha devuelto el vaso a su sitio, cuando la gaseosa dice: ¡aquí estoy yo!, y el Capitán, tras un ligero pucherito, suelta un berrido de gases. El compañero de enfrente grita: — ¡Eh!, Capitán, que me ha despeinao usté. ¡Que si quieres!... El Capitán ni oye, ni ve, ni entiende. Enfrascado en el tiroteo continuo, más que un hombre, parece un cabezota del renacimiento, que con su seriedad hierática dispara por boca y narices tempestades ruidosas de ácido carbónico, y las dispara a diestro y siniestro. No es un hombre, es un dios, es Eolo, rey de los vientos, sólo que en vez de soplar sobre el Mediterráneo azul para levantar sus olas, opera con descargas cerradas sobre el tapete de la mesa de tresillo y vuela la ceniza de los ceniceros, y vuelan los ochos y los nueves; y los compañeros, muertos de risa, apenas se inicia una descarga, se tiran hacia atrás y se tapan el rostro con los naipes. De las mesas vecinas gritan cuchufletas así: — Duro, Capitán, duro, que son pocos y huyen... O esta otra: — ¡Ahí va el toro, ahí va... ahí va! Cuando la tormenta se va disipando, el Capitán, vuelto en sí y lleno de íntima satisfacción, dice, saboreando todavía las últimas expansiones: — Pajolero jamón, qué trabajo ma costao hacerlo jumo... Siguen jugando al tresillo y cuando se concluyó la partida, cada cual paga lo que tomara. — A ver, mi café..., mi té... Cuando el Capitán se dispone a pagar su gaseosa, se levanta uno de los compañeros, y poniéndole una mano en el hombro, le dice amablemente: — Eso sí que no, Capitán, esa no la paga usted; esa la pagamos entre todos, a escote, que bien claro está que todos la hemos disfrutado. Y se pagó a escote.

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¡QUE SUBA! EL Foro de los Prodigios llamo yo a la Placeta de Onuba, porque en ella hacen su oratoria todos los descubridores de medicinas maravillosas, para las que no hay cáncer, tisis, locura, ni mal alguno que no se rinda ante el misterioso poder oculto de la droga. La tribuna de este orador admirable suele ser un coche. En el suceso que voy a referir, el mágico prodigioso vociferaba en un tablado, al que subía por una pequeña escalerilla. El público, nuestro buen público, que porque se ha acostumbrado a no satisfacer su espíritu en el misterio del Cielo, necesita ahora más misterios que nunca, porque es condición natural del alma, que cuando nos vamos apartando de Dios nos acercamos a la creencia del número trece, de los tuertos y de los jorobados; nuestro buen público, digo, se emboba, se baña de satisfacción delante de este hombre, que trae en una pequeña cajita la solución de todos los graves problemas de la patología humana: Respetable público: tengo el gusto de presentarles a ustedes el Jarabe Cochinchino. Es un líquido que mana en una fuente oculta de la Cochinchina... ¿Dónde está la Cochinchina… La Cochinchina está más allá de Niebla, más allá de Sevilla, más allá de Madrid, de París y de Marsella. La Cochinchina está mucho más allá del estrecho de Gibraltar. (Emoción del público, que se siente apabullado por la distancia.) Un servidor de ustedes, disfrazado de moro, llegó hasta allí y en el mismo momento de la luna nueva, me apoderé del líquido en la fuente. Solo la luna nueva corre el manantial. Ni antes, ni después…Si ese señor que se está riendo no lo cree, que se ponga conmigo cien, doscientos pesos, y veremos si tiene o no tiene razón el que les dirige a ustedes la palabra… Yo no soy un orador como los que hablan en el Congreso, que echan un discurso y nadie les hace caso. Yo hablo un cuarto hora y vendo todos estos botes del Jarabe Cochinchino quieran o no quieran ustedes.

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Yo hablo y vendo, y en el Congreso no hacen más que hablar y hablar y no venden ni esto, ni el negro de una uña. Llega uno al Congreso y sale con dolor de cabeza, y aquí, con una gota de mi Jarabe le quito yo al que quiera todos los dolores... Este líquido, que también algunos le dicen Bálsamo de Fierabrás porque así se llamaba un boticario más viejo que Matusalén, empleado en gotas, quita la jaqueca, cura el dolor de vientre, de oído, de riñones, de pecho y de espalda. Señores, el bicarbonato que tomáis para el estómago es una brutalidad. Cogéis un pedazo de correa de un coche, le echáis, bicarbonato y agua y la correa se deshace. Y yo digo: ¡Mardito sea el inventor de eso! porque si una pajolera correa se hace polvo, ¿qué le va a pasá al estómago de un cristiano? Vamos a ver, ¿qué es más duro, un estómago de una persona humana o un cacho de correa? (Gran emoción del público.) “Señores, dejarse de pamplinas y acudir a comprar el Jarabe Cochinchino. Con dos reales se han concluido los médicos, las recetas y los boticarios... ¿Quién quiere otro?” Sí, señora, también para el reuma... No hay más que frotar... También para los cólicos, sí, señor... “Ahora le voy a explicar a este respetable público el poder sobrenatural de este Jarabe, si en vez de usarlo en gotas lo usáis en gran cantidad. Entonces hace milagros: cojeras de veinte años, bultos como papas, más duros que piedras y pescuezos torcidos, todo se cura... Es un delirio de resultados prácticos...” El público guarda un silencio religioso y el orador examina el concurso como si buscara algo. Cuando se convence que no hay lo que busca, exclama: “¿Habrá cosa más incurable que un jorobado? ¡A un jorobado no lo pone derecho ni el tren! Pues bien, se coge la joroba, se unta con este líquido una sola vez, y en medio minuto la joroba se pone blanda, se arruga, se encoge y se la traga la tierra… No quisiera más, sino que hubiera aquí un jorobado”. Como el orador está convencido de que no hay ninguno entre los oyentes, se envalentona y grita, triunfador: Si hay algún jorobado, ¡qué suba!... ¡Qué suba aquí! ¡Qué suba, hombre, qué suba!... El del jarabe vuelve un momento la cara hacia la escalerilla, y ve que un jorobeta, un perfecto galápago, la sube, indeciso. El orador lo mira con cara feroz, imponente, descompuesta, y grita, furioso: ¡Qué suba! ¡Qué le voy a dar una patá en la cabeza que se le va a quitar el sueño pa un mes! El jorobado, muerto de miedo, baja rápidamente la escalerilla, y cuando se considera seguro, bendice al del tablado con tres o cuatro picarescos cortes de manga. Es mucho Jarabe el de la Conchinchina y mucho su mágico poder.

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En nuestro número próximo

EL MAYORAL Por José Ferrándiz Torremocha

Dibujos de Manolo M. de León

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BIBLIOGRAFÍA José Más Novela: LA PIEDRA DE FUEGO Renacimiento. Madrid, 1924 Esta novela de trescientas páginas que acaba de aparecer, es, sin disputa, una de las mejores obras de José Más. El popularísimo autor de La Estrella de la Giralda prueba una vez más que se supera incesantemente en sus magníficas cualidades de novelista. Nunca falta la emoción, la emoción intensa, en ninguna de sus obras; esta es la característica que domina en todas ellas; pero cada nueva producción que brota de su intelecto, siempre en evolución, tiende a una mayor plenitud. En esta de ahora, más que en las anteriores, pone de relieve mayor riqueza en los medios de expresión, más audacia imaginativa, y una fuerza de observación enorme, que le lleva a definir paisajes y caracteres humanos con una precisión admirable. El impresionismo predomina en las descripciones de esos poblados situados en el corazón del Continente africano, de tal modo, que, leyendo las bellas páginas de La Piedra de Fuego, sugestionados, mejor dicho, fascinados por la riqueza de imágenes, creemos estarlos viendo y viviendo en toda su intensidad. Y de igual suerte, Eliazar, Diana, Sir Roberto, Dumugú, Malabé, Olú y Balachó, el fetichero, son muñecos de carne y hueso, con vida propia, a quienes vemos actuar siempre impulsados por sus instintos humanos y por el imperio de sus pasiones análogas a las nuestras. Los amores del ingeniero inglés Sir Roberto y de Diana, descritos con fantasía insuperable, constituyen el eje y la trama de la novela; eje y trama que captan y cautivan la atención del lector desde la primera página hasta la última. Constituye, pues, La Piedra de Fuego un verdadero acontecimiento literario que ha de contribuir a que la ya bien cimentada fama de su autor adquiera más dilatados horizontes. NOTA: Daremos cuenta en esta sección de todas aquellas obras que se nos remitan dos ejemplares.

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NÚMEROS PUBLICADOS 1) El Ultimo Madrigal, por José María Romero 2) El Alba Sangrienta, por Felipe Cortines y Murube 3) Guando Volvió el Prisionero, por José Andrés Vázquez 4) Aguilita, por Fernando de los Ríos 5) El Secreto, por Juan Agustín Moreno 6) La Tristeza del Conde Laurel, por Joaquín Romero Murube 7) La Dorada Mediocridad, por Rogelio Buendía 8) La Histeria de Alejandro, por Blas Medina 9) Sosas de Sangre, por Adolfo Carretero 10) Las Preciosas Ridículas, por Moliere. Traducción de M. Romero Martínez 11) García, por José María Tassara 12) El Manto de Escarlata, por Rafael Porlán y Merlo 13) ¡Un Cabello!, por Nicolás de Salas 14) Los Hijos de Beard, por Luís Romero Escacena 15) Un Pobre Hombre, por Luis Mosquera 16) La Casita Raja, por Juan Agustín Moreno 17) Por Encima de la Muerte, por Lola Romero. 18) Los Ojos Abiertos, por Carlos Casajuana 19) Chita, Personaje de Novela, por César González Ruano 20) El inglés y la Cigarrera, por Agustín Veguilla 21) Un Crimen Legal, por Pedro Balgañón 22) Cuando el Corazón Manda..., por Miguel Casado Rubio 23) La Plaza de Doña Elvira, por Alejandro Collantes de Terán 24) Ya ha Nacido el Trigo Nuevo, por Mariano López Muñoz 25) Por Aquella Senda..., por Amantina Cobos de Villalobos

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NÚMEROS PUBLICADOS 26) La Quimera que se va, por Miguel Benítez de Castro 27) El Eterno Peregrino, por Fernando González Bermúdez 28) Corazones Errantes, por Raúl Barahona 29) De Triana a Miraflores, por Felipe Cortines y Murube 30) Los Puritanos, por Armando Palacio Valdés 31) La Orbita, por Manuel Chaves Nogales 32) El Ultimo Niño de Eclja, por Benito Más y Prat 33) Las Cosas de Gómez, por Pedro Muñoz Seca y Pedro Pérez Fernandez 34) La Ley Más Fuerte, por Miguel Lucena 35) Maternidad, por Rafael Laffón 36) El Exito Fácil, por Ferreira de Castro. Traducción de José Andrés Vázquez 37) Lo que quiso el Azar, por Miguel Esteban 38) Sol de Invierno, por Vicente Chiralt Cendra 39) El Sabio que predijo la hora de su Muerte, por Nicolás Sánchez Balástegui 40) La Sangría, por José Más 41) Misterio de Dolor, por José Andrés Vázquez 42) La torre de los Lirios, por Carlos Casajuana 43) El caso de Den Faustino, por Pedro Balgañón 44) Mi Regalo de Boda, por Jorge Noronha de Oliveira 45) Mi Hijo, por Menipo 46) La Plazuela de los Luceros, por Salvador Valverde 47) La Intrusa, por Arturo Ines. Traducción de Miguel Casado Rubio 48) Se lo tragaron los ¿? les, por Fernando de los Ríos 49) Corazón en Quimera, por Antonio Angulo 50) Curdoterapia, por Rafael González-Castell 51) “¡Salaos son!”, Tipos de gracias, por Manuel Siurot

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MANUEL SIUROT POR JUAN LAFITA

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