Ejercicios Espirituales Tomo 14. 1943.

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¡DIOS Y LAS ALMAS!

SANTOS EJERCICIOS

CASA MADRE

TACUBAYA, D. F.

DEL 15 AL 22 DE SEPTIEMBRE DE 1943

PABLO MARÍA GUZMÁN, M.SP.S.

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Ejercicios espirituales (Septiembre 1943) (1) Plática de entrada (1) Miércoles 15 de sept. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Como en años anteriores, nuestra primera palabra al comenzar los santos ejercicios, debe ser una palabra de agradecimiento a Dios Nuestro Señor que nos permite hacerlos. Se ha repetido muchas veces que los días de ejercicios son días de gracias y la experiencia que nosotros tenemos, lo confirma. En realidad estos días son los que Nuestros Señor escoge para manifestarse a nuestras almas, para hacernos sentir lo que quiere de nosotros. Es el tiempo de restañar heridas, lo mismo en el corazón del hombre que el corazón de Cristo. Son días por lo tanto, importantísimos, días de vida si lo sabemos aprovechar. Saber aprovechar, he aquí unas cuantas palabras que traducen una realidad muy grande. A veces nos quejamos de no recibir gracias de Dios; pero no es que no las recibamos, es que no las aprovechamos. Quizá en algún momento de la vida, fuimos infieles a la gracia y esa gracia nos hacía falta para otras subsiguientes, y allí comenzó nuestro mal; el día en que comenzamos a debilitarnos, era el punto vulnerable por el que había de venir otras caídas. Saber aprovechar la gracia de Dios, he ahí el grande secreto. ¿podrá acaso el Señor faltar en lo necesario? El dijo “Sólo una cosa es necesaria, María escogió la mejor parte que no le será quitada”… y la parte que María escogió fue la de buscar la unión con Dios, el acercamiento a Dios. Esto es lo que llamó necesario. Dios no puede faltar en lo necesario; entonces podemos tener la seguridad de que el Señor nos va a iluminar. Me iluminará a mí para poder sondear los [1] secretos de si Corazón para vuestras almas y trasmitíroslo en la manera más fiel; dará docilidad a vuestras almas para dejarse impresionar por la gracia, para ser fieles a esa gracia y de todo estos resultará un acercamiento nuevo entre vuestras almas y Dios. Vuestras almas estarán más llenas de Dios. Estáis haciendo esfuerzos para lograr esa unión; en este año habéis trabajado, pero quizá la lucha misma, a veces tan intensa, ha ocasionado algunas heridas en vuestra alma, ha debilitado un tanto vuestro espíritu y es preciso rehacerse para seguir adelante. Vamos en una ascensión constante hacia Dios, nos levantamos para seguir adelante. Nuestro amor nunca queda satisfecho, el amor de Dios siempre nos está exigiendo más amor. Cuando a la luz de la oración se contémplale amor de Dios para la almas, amor delicado, exquisito; amor que reviste todas las formas que puede cautivar al corazón del 2


hombre; cuando se consideran estas cosas, entonces se enciende en el alma un deseo, el deseo de corresponder al amor divino, el deseo de perfeccionar ese amor, el deseo de llagar a una donación, a una entrega total. Y así como el amor al sacrificio crece con el padecer, así también el amor al sacrificio el padecer, así también el amor de Dios crece en el ejercicio de ese mismo amor. Los sufrimientos de la vida, de cualquier naturaleza que sea, están provocando en nosotros más amor. Sé, amadas hijas, que vosotras habéis luchado y sé también que seguramente no siempre fuisteis fieles en la correspondencia la amor de Dios; pero esto tiene remedio y vosotras lo queréis poner, lo queréis aplicar. Por esto tenéis deseo de hacer los santos ejercicios, para reparar todos los males, para atraer nuevas gracias, porque en el camino hacia Dios, no queda otra cosa sino levantarnos después de cada caída y seguir; no podemos decir: porque he caído, voy a retroceder o voy a quedarme ya así; esto sería tanto como anticipar la condena[2]ción. No, el alma debe decir siempre: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digna de llamarme hija tuya; pero recíbeme al menos como unos de tus servidores…” No hay camino que seguir, menos para los que han comprendido un poco lo que es el amor de Dios. El que ha gustado a Dios, no puede prescindir de Dios, sería un verdadero tormento, y como estaba en su mano remediarlo, se volvería con mayor fuerza hacia Dios para decirle: Señor, he tratado de vivir lejos de ti; he tratado de encontrar satisfacciones en las cosas humanas, pero todas ellas solamente me han servido para demostrarme la grandeza de tu amor, porque después de haberlas gustado, han dejado una inquietud profunda e mi espíritu; no encuentro en ellas sino aflicción de espíritu. Cada vez que m acerqué a las criaturas, me sentí más lejos de ellas porque las desprecié más puesto que no realizaron lo que yo esperaba de ellas. Y aquí vengo a buscarte de nuevo, Señor, como el ser necesario, el Amor único, infinito, que puede saciar mis aspiraciones… Y Dios, amadas hijas, que nunca rechaza a sus hijos, se siente feliz al escuchar esas confesiones por parte de los hombres, y es entonces cuando abre los brazos y se complace en mostrar a través de su Corazón las delicadezas exquisitas de su amor. Esto nos da más fuerzas para seguir adelante! Oh amadas hijas! Cuando Dios Nuestro Señor pronuncia esa palabra divina del perdón, cuando nos dice: “ve, que tus pecados te han sido perdonados y porque quieres amar mucho y has amado mucho, se te perdonará mucho”, entonces el alma se siente con nuevo esfuerzo y ya no le arredra el camino de la cruz, no se detiene ante el sufrimiento; al contrario, le viene una fuerza especial del Espíritu Santo para querer emprender obras arduas, difíciles, grandes empresas por la gloria de Dios. Quiere entonces compensar su retardo en el servicio divino, suplir todas sus deficiencias en una vida de amor. Yo sé, amadas hijas, que ésa vuestra vocación, estoy convencido de que Dios os llama a esa [3] intimidad con El; si supiera que a alguna no la quería en esto, no os lo diría pero sé que lo quiere, a la luz de Dios he contemplado vuestras almas, las he visto como El las quiere y esa vocación supone unión. Pensando en mis ejercicios qué os diría en los vuestros, resolví que sería muy 3


útil una especie de revisión general, recordar el pasado, las gracias de Dios, las palabras de Jesús, su misericordia para nosotros, nuestros propósitos; en fin, volver a vivir esa vida de gracias, sobre todo a partir de la vocación, del llamamiento de Dios para vuestras almas a esa vida de Misioneras Eucarísticas de la Trinidad. Vamos a recordar esas cosas con la gracia de Dios; el recuerdo es dulce cuando se trata de las gracias de Dios. Pudiera ser amargo si vinieran a la memoria también nuestras ingratitudes; pero al mismo tiempo sería ése un recuerdo provechoso porque tendríamos ocasión de reparar todos los males. Es doctrina segura en la Iglesia, que un acto de amor intenso repara la tibieza del pasado. Yo no creo, amadas hijas, que Dios Nuestro Señor os deje si vosotras no lo queréis dejar; es imposible que, amando vuestras almas como las ama, las fuera a abandonar; no puede dejarlas. Las humillará, se les esconderá; en muchas maneras la probará, pero no puede dejarlas, estará siempre sobre ellas su mirada de amor. Felizmente, amadas hijas, en la historia que vamos a recordar, de nuestra vida y de las gracias de Dios, junto a nuestra grandes caídas, a nuestras grandes o pequeñas infidelidades, vamos a sentir siempre la mano poderosa de Dios que nos levanta; vamos a escuchar voz dulcísima que desde el fondo de nuestra miseria nos dice: “Levántate hijo mío, porque te he perdonado”… Yo quisiera provocar en vuestras almas un profundo sentimiento de gratitud a los beneficios de Dios, los cuales puedo compendiar en una sola cosa y es el amor que os tiene. [4] Quisiera haceros comprender la grandeza de vuestra vocación para que la amaréis y pudierais presentaros delante de Dios con la satisfacción del que ha luchado con denuedo. Cuando veo alguna miserias en vosotras, algunos defectos, falta de correspondencia a la gracias, pequeñas deficiencias en las cosas del espíritu, entonces, amadas hijas, le pido Dios Nuestro Señor que os haga comprender esas deficiencias para que la podáis corregir, y sobre todo que no os deje, porque no puede haber una desgracia mayor para el alma, que sentirse abandonada de Dios. El no nos quiere dejar, somos nosotros los que lo dejamos; pero hay que tratar de alcanzar esas gracias de no dejarlo jamás Y allí me tenéis, amadas hijas, ésa es mi grande lucha con Nuestro Señor, la lucha de amor que estoy sosteniendo constantemente cuando veo que vuestra conducta pudiera apartar siquiera un poco las gracias de Dios para vuestras almas. Mi preocupación es tratar de impedir que se retiren esas gracias, que se pierdan vuestras vocaciones, porque así como Cristo dijo: “No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”, no vino a perdernos sino a salvarnos, así cuando yo siento que alguna de mis hijas pudiera perderse, me vuelvo a Dios Nuestro Señor y la defiendo, ¿Porqué? porque Dios no me ha dado mis hijas para perderlas sino para santificarlas, par llevarlas a la unión con El. Quizá, a lo largo de estos ejercicios tengamos que tocar algunas llagas; pero si las tocamos es con el fin de curarlas, porque estamos en el tiempo en que todo se puede curar y es preciso afocarnos completamente a lo que debemos ser delante de 4


Dios Nuestro Señor, no hacernos ilusiones. Claro que debemos ser justos, debemos examinar lo bueno, pero también debemos reconocer el mal, y yo no sé, amadas hijas, si alguna de vosotras pueda decir que está completamente satisfecha, que ha correspondido perfectamente al amor divino. Sin duda que no, porque aun cuando así hubiese sido, no tendría el sentimiento; lo más que podría decir es que ha luchado, más no asegurar que ha correspondido [5] completamente. Debemos recordar las exigencias de la vocación, y vosotras que ya habéis vivido varios años en la práctica de lo que esta vocación os pide, sabéis perfectamente bien que si hay muchas cosas por las que alabar a Dios Nuestro Señor, también hay otras por las que debemos sentirnos apenados en su divina presencia, porque marcan alguna falta de comprensión de lo que es nuestra vocación y de lo que le hemos ofrecido a Dios Nuestro Señor. Yo no supongo malicia en nadie; puede ser que algunas pequeñas faltas se cometan por ligereza; pero de todos modos, no es de alabarse la ligereza, es un defecto. El tipo de la Misionera Eucarística de la Trinidad debe ser el de una religiosa completa, bien formada, que responda a lo que el Instituto pide de ella, a lo que Dios le exige; que podamos disponer de ella completamente, según el beneplácito divino y para esto, amadas hijas, una cosa es necesaria, indispensable, a fin de realizar este ideal: UNA INTENSA VIDA INTERIOR. A eso se refiere una pequeña carta circular que os escribí durante mis ejercicios, a la necesidad de fomentar esa vida interior. En estos santos ejercicios vamos a tratar de conseguirlo, intensificar, fomentar esa vida interior. Como siempre, debéis entrar en los ejercicios con profunda humildad, con gran deseo de aprovechar, dispuestas a secundar la gracia de Dios, porque vosotras mismas no sabéis lo que Dios Nuestro Señor os va a decir, lo que os va a pedir, lo que os va a dar. Vuestra actitud debe ser siempre la del que espera, la del que se le manda y recibe con gratitud aquellos deseos. Vamos a depositar estos ejercicios, su fruto, nuestras esperanzas y deseos y propósitos, en el Corazón Inmaculado de María. El Santo Padre acaba de consagrar el mundo al corazón Inmaculado de María; le pertenecemos de una manera especial, y si Ella tiene que cuidar[6]nos porque somos suyos, ¿qué mejor que depositar en su purísimo Corazón todos nuestros propósitos, poniéndonos de nuevo bajo su patrocinio para que Ella nos ayude? La Santísima Virgen, amadas hijas, os quiere mucho, está dispuesta a interceder por vosotras; siempre lo hace, para cada una de vosotras tiene una mirada de especial ternura, independientemente de que seáis en la medida en que debéis serlo. Eso no quita nada al amor que la Santísima Virgen tiene para vuestras almas; de todos modos os ama y es preciso que también esa llama del amor a María, vuelva a encenderse en vuestras almas. El amor a la Santísima Virgen va marcando en las almas su grado de 5


acercamiento a Dios, su grado de perfección, y como yo deseo y quiero, pensando que está es la voluntad de Dios, que el Instituto se distinga entre todos por su amor a la Santísima Virgen, por eso de una manera especial exijo en vosotras ese amor. Vamos a comenzar los ejercicios en este día en que hemos recordado los dolores de nuestra Madre y hemos pensado tanto en su Corazón amoroso y doloroso. Allí pues, en ese Corazón y en este día, ponemos todas nuestras intenciones. Que la Reina de los Ángeles mande a sus fieles servidores a esta santa casa para que cuide de cada una de vosotras para que aumente el número de los Ángeles que custodien vuestra casa, para que todo en ella sea recogimiento, vida interior, unión con Dios. Que el Príncipe de los Ángeles, el que encabeza la milicia angélica, San Miguel, venga también en vuestra ayuda. Imploremos la protección de la Iglesia triunfante y purgante. A las almas del purgatorio, especialmente a las de los sacerdotes, tan amadas de Dios, las invocamos para que se unan a nosotros y nos alcancen gracias. Y ¿por qué necesitamos tantas oraciones? ¿Por qué invocamos a la Iglesia triunfante y purgante y desearíamos que toda la Iglesia militante se pusiera en oración por nosotros? Porque, amadas hijas, [7] en estos ejercicios debéis dar un grande paso hacia adelante en el camino de vuestra santificación, y todo el mundo, el cielo y la tierra, se regocijan cuando un alma se acerca más a Dios, sobre todo cuando vosotras, que debéis ser Misioneras en los distintos aspectos de la significación de esa palabra, os llenéis de amor de Dios. Verdaderamente tendrá resonancia en todo el mundo, en los cielos, en el purgatorio yen toda la tierra. Que el Espíritu Santo que tanto os ama, como os ama el Verbo y como os ama el Padre; que esa Trinidad Santísima que tiene puesta su mirada de amor en vosotras porque espera que la glorifiquéis en el tiempo y en la eternidad, se incline misericordiosamente a vuestras almas. ¡Almas de la Trinidad, almas de Dios, qué grandes sois!... Por mi parte prometo un recuerdo especial apremiante, en el Santo Sacrificio de la Misa, en estos días, para que saquéis todo el fruto que Dios quiere de estos santos ejercicios. Como sabéis, amadas hijas, yo acabo de pasar esos días de unión con Dios y me he convencido una vez más de que lo único necesario es nuestra unión con Dios; allí tendremos la fuerza para realizar todo lo que Dios nos pida. Esa felicidad que he experimentado en mi alma es la que quiero para vosotras, la que pediré para cada una de vosotras. Por ahora no os digo más, entrad en ese silencio interior en el que Dios se comunica a las almas. Si os parece que Dios siempre se manifiesta a las almas. Estad muy atentas, el Señor, en una forma o en otra, se va a manifestar a vuestras almas. Vuestras jaculatoria, ésa que tanto amáis, debe estar siempre en vuestros labios en estos días: ECCE ANCILLA DOMINI, FIAT MIHI SECUNDUM VERBUM TUUM…” ASÍ SEA. [8] 6


Nuestro fin: Amar y servir a Dios. (9) Septiembre 16 de 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Según el plan propuesto, debemos recordar en primer lugar nuestro fin, el fin sobrenatural para el que fuimos creados. Dos palabras lo dicen: amar y servir. El amor de nuestros corazones es solicitado por muchos lados, lo pide Dios, lo piden las criaturas. En primer lugar debemos al amor a Dios y por eso la ley lo dice expresamente: amar y servir, amar para servir, porque el que ama, siempre se pone al servicio del amar. Al amor esclaviza; pero cuando esa esclavitud se tiene para con Dios; cuando somos esclavos suyos por el amor, entonces es cuando estamos cumpliendo nuestro fin, amar y servir. Si nada más amáramos y no sirviéramos, no quedaríamos satisfechos, porque el amor exige también prestar algún servicio y así, prestar algún servicio es una forma distinta del amor, es dar, es corresponder; es perfeccionara el amor. Indudablemente que siempre que nos apartamos de Dios es porque olvidamos nuestro fin. Este fin no es una cosa convencional, es algo absolutamente debido, es una forma invariable, exigencia para todas las criaturas de Dios, particularmente una exigencia para el hombre, capaz de conocer y amar. Pero sucede que olvidamos nuestro fin y entonces, en una desviación del camino reto, nos vamos por otros senderos torcidos, torciendo también nuestro fin. El amor que le debemos a Dios a de ser perfecto, total. Cuando se dice que debemos amar con todo el corazón, esto significa en forma total, con toda el alma, con todas las fuerzas, ¿por qué cuando los santos habla del amor a Dios y los autores de la vida espiritual nos indican los medios para llegar a la perfección, después de decirnos en general que debemos amar a Dios, acaban por indicarnos la [9] necesidad de hacer una consagración, una entrega total a Dios? Ese plan propone Grignion1 de Montfort, esa entrega total, esa esclavitud a Jesús por María. Sencillamente esto es indispensable. El Beato dice: “Si quieres ser perfecto amador de Cristo, entrégatele como un esclavo suyo, como un esclavo de amor.” ¿Quieres ser perfecto devoto de María? Entrégatele en una consagración perfecta, hazte esclavo suyo por amor”… Es que solamente así podemos que Dios absorbe completamente todas nuestras facultades, cuando no tenemos nada que no le pertenezca. Por otra parte, esta entrega total es la manera que nosotros tenemos para saber

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El origina impreso dice “Grignon” en lugar de “Grignion”

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si realmente amamos a Dios, porque posiblemente tuviéramos es gran dificultad si las cosas fueran de otro modo. Yo quiero amar a Dios; el amor se conocerá por las Obras. Para saber si amamos a Dios, hay que saber si nos hemos entregado completamente a Dios, si le servimos con perfección. Claro que un alma que está consagrada completamente a Dios y se dedica exclusivamente a servirle y lo hace por amor, puede tener la certidumbre moral de que ama a Dios y que su amor es puro, desde el momento en que excluye cualquier otra cosa que no sea Dios en ese amor. Cuando nuestros servicios a Dios son imperfectos, (que en alguna manera tienen en serlo), pero digo imperfectos porque no tengan ni siquiera aquella perfección relativa que puede tener las acciones del hombre ayudado de la gracia divina; cuando somos remisos en el servicio de Dios, allí tenemos una prueba evidente de que nuestro amor es débil, de que no amamos con todo el corazón, con toda el alma. Gracias a Dios que nos a dado esas señales para conocer el verdadero amor. También nos dice que nadie tiene más caridad, es decir amor, que aquél que da la vida por el que ama. Allí tenéis otra expresión distinta de la [10] misma cosa: dar la vida por el ser amado. Da la vida quien se somete completamente, el que se hace esclavo del mundo. El que ama a Dios se hace esclavo de Dios; el que ama el pecado, se hace esclavo del pecado con la peor de las esclavitudes, la más grande de las tiranías como es la del pecado. La esclavitud de amor, en cambio, es la que pone sobre nosotros un yugo suave, una carga libera, como dice el Señor. “Jugum deum suave est, et anus deum leve”. Dios.

Vosotras, amadas hijas, estáis en el servicio de Dios porque queréis amar a

Tratando de recordar nuestro fin y tratando de saber más o menos el estado en que se encuentra vuestro amor a Dios, tenéis que recordar, cada una en particular, cómo ha servido a Dios; pensar cómo ha cumplido con esa entrega total, porque estoy seguro de que todos le hemos hecho esas entrega totales a Dios, le hemos repetido mil veces nuestras promesas; le hemos dicho: Señor, te amo con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas, quiero ser solamente tuyo!... ¿No es verdad que así le habéis dicho con frecuencia, amadas hijas? Pero ¿ha correspondido vuestro servicio a vuestras promesas? ¿Os habéis sentido realmente esclavas del Señor, con esclavitud de amor? O de vez en cuando habéis dejado la esclavitud divina para haceros esclavas del pecado, de vuestra propia voluntad, de los caprichos de la naturaleza… Si han existido esas desviaciones de vuestro fin, se impone una rectificación; al que volver al punto de partida, hay que volver aquella encrucijada en la que comenzamos a separarnos del amor de Dios y a torcer nuestro fin. El principio de esa desviación lo marcó nuestra entrega a las criaturas son todas 8


las cosas que no son Dios, que no son instrumentos para llegar a Dios, que no representan para nosotros la voluntad de Dios. Entonces comenzamos a extraviarnos. Algunas almas, en los primeros pasos que dan por esas sendas torcidas, reflexionan y, con entereza se vuel[11]ven, rectifican; pero otras, aun cuando comprendan que van torciendo su camino, no quieren rectificarlo, sino que, con una imprudencia muy grande, van caminando más y más, sin tener en cuenta que están pisando sobre una arena movediza que ha de irlas hundiendo a cada paso y en cada esfuerzo. La perfección en el amor de Dios pide la perfección en el servicio de Dios. El religioso, de una manera especial, está al servicio de Dios; de él se dice que se ha consagrado a Dios. Desde luego estas palabras: “estar al servicio de Dios”, ya impresionan favorablemente a todos los que las oyen. ¡Ah!.. pues si está al servicio de Dios, merece respeto, estimación, no solamente por ella misma, sino por Aquél a cuyo servicio está… La honra de Dios para al siervo; el respeto del Señor pasa a sus servidores. Por eso todos los que estamos consagrados al servicio de Dios, de ordinario encontramos respeto por parte de los que aman a Dios y lo temen. Eso no quiere decir que el religioso sea el único que está al servicio de Dios. La ley se ha hecho para todas las criaturas, el gran precepto de la caridad obliga a todo el mundo. Pero ¿por qué se dice especialmente del religioso? Porque él hace una profesión especial de servirle a Dios, un voto de perfección, digamos así, de buscar el amor de Dios; porque el va a excluir todo otro servicio que no este encaminado expresamente al amor de Dios, y aun cuando tenga que servir a las criaturas, las va a servir por amor de Dios, lleva por delante esa intención pura de servir a Dios. De allí que estas personas que hacen una profesión especial de tender a la perfección y quieren alcanzar un amor de Dios tan puro como sea posible, tengan también una obligación mayor de servirlo de manera especial. Entonces ¿por qué quejarnos cuando se nos pide un sacrificio por el servicio de Dios? [12] Ese sacrificio puede ser de cualquier naturaleza, puede ser que se nos pida el reposo, la tranquilidad. No me refiero a la tranquilidad del alma que nunca debemos perder; pero quizás se nos pida sacrificar esa tranquilidad que se tiene cuando estamos en un lugar que nos agrada, en donde más o menos tenemos todas las cosas necesarias y estamos rodeados de personas que no estiman y a las que estimamos. Vivimos tranquilos porque relativamente nada nos falta, y si el servicio de Dios nos pide el sacrificio de esa tranquilidad, tenemos obligación de dárselo. Si no la sacrificamos o lo hacemos a regañadientes, señal cierta de que nuestro amor no es perfecto. Allí tenéis la gran ventaja de examinar las obras para saber cómo anda el amor. A veces nos exigirá el servicio de Dios sacrificar nuestra salud; no debemos objetar, lo que quiere Dios, es para su mayor gloria y servicio, pues entonces lo hago.

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Otras veces nos exigirá sacrificarle el aprecio de las criaturas; estamos en un lugar en el que todo el mundo nos aprecia, pero viene Dios y nos dice: sacrifícame todo esto… mi gloria y mi servicio exigen que pases a otra parte… en ese otro lugar, nadie te va a estimar… Imagínense por ejemplo, que de ser maestra de novicias una religiosa, en donde está con todo el afecto y estimación de sus novicias, la mandan a abrir una casa de misión entre infieles, en donde no va a tener ninguna estimación; pues hay que inmolarlo todo, sacrificarlo todo si así lo pide el amor de Dios. Solamente cuando estemos seguros de que podamos prestar el servicio total a Dios, tendremos una seguridad moral absoluta de que estamos en el verdadero amor a Dios. Naturalmente que no podremos ser igualmente aptos para toda las cosas. Esto se quedará ya al juicio de quien nos manda en nombre de Dios; pero me refiero a que debemos estar dispuestos a hacerlo todo, absolutamente todo, a ser servidores incondicionales, porque si no hay verdadero amor a Dios. Entonces aquéllos que representan a Dios no pueden servirse de tales almas llenas de reservas y restric[13]ciones. No se puede creer que una persona de cuya estimación no se tiene certidumbre, haga todo lo que se le pida. Dios y sus representantes tienen derecho a que se les presten los servicios. Si no estuviéramos al servicio de Dios, podríamos negarnos, decir que no nos conviene, etc., como los asalariados; más tratándose de Dios, de su amor y servicio, nada de esto debe haber. Por eso cuando ponemos objeciones, cuando nos sublevamos interiormente al estar en e servicio de Dios, quiere decir que ya olvidamos nuestro fin. Hemos venido amar y servir, a demostrar nuestro amor en el servicio, y ya se nos olvidó, ya estamos rectificando mucho: …“Pues sí, Señor, cuando yo entré venía con la mejor intención de amarte y servirte; pero ahora que he pasado por tantas cosas… ya no tengo muchas ganas de servirte… voy a ponerte ciertas condiciones: si me mandas a una casa donde no falte la Misa diaria, la Comunión… donde el clima sea templado, la gente simpática… entonces te voy a servir, si no nó…” Podrá decir Nuestro Señor: “¿En qué te distingues ahora de mis servidores mercenarios que buscan sólo su propia conveniencia en mi servicio?”… Y miren amadas hijas, muchas veces hasta los asalariados prestan servicios que les repugnan, con tal de recibir buena retribución. Nadie paga mejor a sus servidores que Dios a los suyos; así es que por todos lados las almas demuestran verdadera ignorancia y falta de juicio cuando se desvían voluntariamente de su fin. El ideal amadas hijas, para un servidor de Dios, para una Misionera Eucarística de la Trinidad, debe ser amor total en servicio total. Decir: “pues aquí estoy… vean lo que puedo hacer, exprímanme... saquen de mi todo lo que puedan, denme todas las pruebas que quieran porque yo me he entregado completamente”… Pero podrán decir: “No, si yo me cuido un poco más, si veo por mi salud podré 10


servirlo durante más tiempo” Y ¿quién dice que Nuestro Señor quiere nuestros servicios por mucho tiempo? Podrá querer que le sirva[14]mos una hora y después pedir los servicios de otros. “Hay que cuidar las fuerzas porque hacen falta; la salud porque es de Dios, es para Dios”… Todas estas cosas decimos y no se llega la hora, y nos e ve la hora en que se preste el servicio; primero llega la muerte y quién sabe hasta cuándo vayamos a decir que ya estamos preparados para servir… La obediencia es la que tiene que decidir todo esto; o mejor dicho Dios. Pero felizmente para el religioso, Dios, está representado en el superior; lo que el superior me pide en el nombre de Dios, es lo que yo debo hacer. Si me pide algo que sea contra la ley de Dios, no estoy obligado a obedecer porque entonces él no representa a Dios. Pero si me pide en nombre de Dios, y si un día me tiene en un servicio noble, otro día en un servicio humilde, no debe importarme la clase del servicio, lo que importa es estarle sirviendo a Dios Nuestro Señor. Bajo este punto de vista, se confunden todos, lo mismo está en el servicio de Dios el que hace los trabajos manuales, humildes, que el que da las clases más altas en los colegios. El Amor es el mismo, la retribución será la misma, siempre que se haga con amor. Si la hermanita que está en la cocina haciendo la comida, tiene más amor, entonces la reverenda madre directora del colegio se quedará viendo a aquella humilde hermanita unida a Dios y ella muy lejos de Dios, porque no supo prestar el servicio en la forma en que debía. Hay que recordar estas cosas que son prácticas y por la cuales faltamos con frecuencia. Es preciso volver al punto de partida, allí está el remedio. Dejar esas desviaciones y volver hasta el principio si es necesario. Porque entramos con un fin y después nos sorprendemos en cosas completamente distintas; queríamos amar a Dios y servirlo y ahora andamos en un mundo muy diferente, haciendo las cosas por amor propio, por agradar a las personas, por encontrar satisfacciones y por mil motivos que se pueden presentar. [15] Recordadlo, amadas hijas, AMOR TOTAL A DIOS, EN EL SERVICIO TOTAL. Amor total a vuestro Instituto en el servicio total a vuestro Instituto. Que vuestros superiores no tengan dificultad para poderos mandar; que todas estéis dispuestas a servir, de manera que si fuese posible, todos sirviéramos para todo a la menos tuviéramos es buena voluntad. Examinemos nuestra conciencia, seamos sinceros, ser sinceras con vosotras mismas, amadas hijas, para que podáis remediar los males de vuestras almas, para que podáis perfeccionara las cualidades que Dios os ha dado, porque todas tenéis hermosa cualidades y también defectos más o menos grandes. No vayáis a creer ni que todo sea mal ni que todo sea bien. Quizá la mejor vosotras tenga un “pero”, un defecto que hay que tratar de corregir. No para canonizarnos a nosotros mismos ni a los ojos de los demás, sino para que Dios Nuestro Señor esté satisfecho.

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También quiero que examinéis estas cosas, porque es urgente que el Instituto se mantenga en el fervor, y si en los principios no tiene fervor, menos lo tendrá después. Una persona que no tiene fervor, no es apta par el reino de los cielos. El Instituto y la gloria de Dios están exigiendo grandes sacrificios, sobre todo en la primera hora; grande sacrificios y grandes servicios, porque no hay facilidad para ciertas cosas. Más tarde cuando tengan sus casas en toda regla, cien o doscientas estudiantes de latos estudios, ya no van a batallar para nombrar sus profesoras…pero mientras se llega eso, hay que trabajar más, coger la luz del día y también la de la noche para ver cómo se resuelve tal o cual problema. Cada una en su puesto tiene que esforzarse y cambiar de puesto cada vez que la obediencia lo mande, porque venimos a servir a Dios. Que el Espíritu Santo os dé luz y gracia, amadas hijas, para conoceros a vosotras mismas. Que la Virgen Santísima, a la que tan unidas queréis estar en estos ejercicios, os alcance también esa luz abundantísima para que descubráis todo lo que haya de imperfecciones en vuestras almas y tratéis de de enmendar[16]lo con la gracia de Dios. ASÍ SEA.

Amor a la vocación. (17) Jueves 16 de sept.- 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Decíamos que debemos recordar nuestro último fin, el cual consiste en amar y servir a Dios. Ahora, profundizando más en estas cosas, vamos a estudiar por qué servir. Aquí vemos más especialmente la propia vocación. Debemos amar porque ésa es nuestra vocación; hemos sido llamados al servicio de Dios. ¿Quién nos ha llamado? El mismo Dios: “No me habéis elegido vosotros, sino que Yo os elegí”… Esa elección divina debiera transportarnos de júbilo, porque tenemos la seguridad de que somos predilectos de Dios. Desde el momento en que El nos ha llamado, sin méritos antecedentes de nuestra parte, es porque ha querido, porque tiene derecho a llamarnos, es un ser amable y por lo mismo digno de que le correspondamos, sino que es Amor, es nuestro último fin, es nuestro Creador, es nuestro Padre. Esa vocación no podemos rechazarla. Absolutamente hablando, sí puede rechazarse; pero no se debe. No podremos rechazarla, en el sentido de que no nos conviene. Gracias a Dios, nosotros aceptamos esa vocación; en el momento en que nos dimos cuenta de ella, en ese momento mismo respondimos y correspondimos a la vocación. Y he aquí, amadas hijas, que comenzó para nuestras almas una vida nueva; se 12


comprometió nuestro amor para con Dios. Comenzó también un compromiso de amor por parte de Dios para nosotros; porque nadie que corresponda al amor de Dios, a la vocación, quedará sin recibir la recompensa de parte de quien la llamó y la eligió por amor. [17] La recompensa es la manifestación de Dios a las almas, la donación de Dios a las almas; se crean lazos especiales de amistad, pasamos a formar parte de la familia divina, porque nos hemos acercado completamente a Dios. Nuestra Vocación, amadas hijas, es el mayor tesoro porque encierra para nosotros la predilección de Dios, la certidumbre de que El nos ama con amor especial, ya que ha querido que nos consagremos completamente a El para entregarse asimismo El completamente a nosotros. Pero también estas cosas las olvidamos y por eso en la práctica, desviamos nuestro camino y comenzamos a hacer incierta nuestra vocación, no en el sentido de que deje de ser cierto el llamamiento. Comenzamos a oír otras voces que nos desvían de nuestra vocación. No es ya la voz de Dios la que nos llama y nos dice: “hijo, dame tu corazón”... es la voz de las criaturas las nos dice: dame tu corazón, conságrame tu tiempo… Quizá al principio con algún remordimiento y después ya sin él, nos entregamos al amor de las criaturas. Esa vocación exige también el que sirvamos con fidelidad a Dios. Servir a Dios es reinar. Ahora ya sabemos a quién servimos, vamos a reinar desde luego en el Corazón de Dios. “Servire Deo, regnare est”. Vamos a reinar también en el corazón del hombre; pero en una forma eminente, de modo que las relaciones que vamos a mantener con la criatura, no van a turbar las relaciones divinas. Al contrario, van a dar testimonio de la grandeza del amor y de Dios para nuestras almas para Dios. Van a ser testigos de ese amor y de cómo le damos a Dios el primer lugar en todas las cosas. Escucharán muchas veces cuando soliciten nuestro amor, aquellas palabras que la virgen mártir Santa Inés: “No admitiré ningún amor fuera del suyo”… Y esas almas se edificarán con nuestra conducta, sentirán el deseo de a darse también en esa [18] forma al Señor. Allí comienza la obra conquistadora de nuestra santa vocación, allí comienza la fecundidad de nuestra vida espiritual, hacer que otros seden al amor de Dios. Debemos amar y servir, porque es nuestra vocación. Seguramente, amadas hijas, que la ligereza y superficialidad con que acostumbramos ver las cosas, nos impide realizar el sentido de estas palabras que estamos meditando: vocación divina, vocación al amor, al servicio de Dios, vocación al servir a las almas por Dios y para Dios. Allí está todo, allí está encerrado todo lo que pudiéramos desear. Pues cada una de vosotras puede decir que cuenta con esa felicidad, porque ha sido llamada desde siempre. Así que cuando Dios pensó en vosotras, ya lo hizo con fines de amor, ya os había sellado con su amor. Si tuviéramos presentes estas cosas, indudablemente que no dejaríamos entrar en nuestra vida espiritual la rutina; no dejaríamos que penetrara a nuestras almas la 13


tibieza; todos los días sentiríamos que en nuestras almas se renovaba el amor de Dios, sentiríamos la grandeza de ese amor y en todo esto encontraríamos un estímulo poderosísimo para nuestra santificación. ¡Dios me ha llamado! Verdad consoladora. Dios ha pedido mi corazón, Dios me ha escogido para servirle. ¿Qué otra cosa mejor podría yo encontrar en la vida? Pero no basta para recibir las gracias. Un a es la gracia que se comunica, otra es la gracia de correspondencia a ella. Otra es la gracia de descubrir todas las hermosuras y todas las consecuencias de esa vocación, serla explotar, descubrir todos los matices que tiene. Esa es otra gracia y así vemos que en la vida religiosa, aun cuando todas son llamadas y todas han correspondido, no todas aprecian igualmente su vocación; hay algunas que cumplen sólo con lo necesario, pasan apenas con la calificación más baja para poder ser aprobadas en su vocación, y si de ellas nos pre[19]guntan: “esta alma ¿cómo está? Diremos: está bien, es buena… con aquella bondad indispensable para decir que correspondió a su vocación; pero si me preguntan: ¿es entusiasta de su vocación? Pues… seguro que no, porque no se le echa de ver, aun cuando a veces dice que trae muy adentro las cosas… Hay ciertas cosas que no se pueden ocultar, y el entusiasmo el amor a la vocación es una de esas cosas. No precisamente que se ande diciendo a todas horas: “Yo amo mucho mi vocación”… pero en los hechos se conoce. Las vocaciones sin entusiasmo, no contagian, parece como que les ha ido mal a ellas en su vocación y dicen: yo ya entré en este camino, pero no lo recomiendo a nadie. Desde luego, estamos partiendo del principio que las almas son llamadas por Dios. No vamos a decir que nosotros les pedimos la vocación; pero me refiero a que podemos hacer germinara esa vocación, podemos manifestar nuestra felicidad en el servicio de Dios, no aparecer tristes, como arrastrando una carga pesada que se nos ha impuesto, de la que quisiéramos vernos libres. Nadie, amadas hijas, ha sufrido tanto en la vida como los santos. Los santos religiosos han sido los más observantes, los más sacrificados, los que voluntariamente se han inmolado y han recibido también muchas inmolaciones por parte de otras almas. Y nadie como ellos han hecho amable su vocación. Por eso al leer las vidas de los santos, vemos que han atraído un sinnúmero de vocaciones a los institutos a que permanecieron; despertaron entusiasmo porque en su vida se alcanzó a ver la felicidad tan grande que fue para ellos el ser llamados por Dios; fueron los sacrificios, precisamente, la parte más interesante de su vida; esas luchas, esos sufrimientos para la gloria de Dios, para defender su vocación; todo eso enardece a las almas y lejos de arredrarlas, despierta en ellas el deseo de esa vida de perfección. [20] No basta pues, amadas hijas, corresponder a la vocación, hay que corresponder en el mejor modo posible, hay que sentirnos felices de ser llamados y esa felicidad debemos manifestarla en la correspondencia exquisita a lo que nos pida nuestra vocación.

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Ya sabéis, porque habéis pasado bastante tiempo en esta vida, que la vocación encierra muchas dulzuras; pero al mismo tiempo supone grandes sacrificios, grandes penas porque son las que Dios Nuestro Señor ha querido proporcionarnos para hacer brillar más esa vocación, para subrayar más el amor de Dios para nosotros y nuestro amor para Dios. Si nunca tuviéramos nada que hacer pos la gloria de Dios, ¿cómo íbamos a manifestar que realmente queríamos esa gloría? Cuando yo os vea muy amantes de vuestra vocación, amadas hijas, a pesar de los contratiempos y de todas las dificultades, podré decir: esta alma está verdaderamente en su vocación, la ama verdaderamente. Y un alma que ama su vocación, es preciosa a los ojos de Dios y de los hombres. Esas almas gozarán, como os decía en otra ocasión, de una gloria especial en el cielo. Dios las bendecirá porque le dieron lo que El pedía y se lo dieron con alegría; Dios ama al que le da con alegría. Ese es el amor que debemos tener, un amor abnegado, sacrificado. Debemos amar porque somos llamados al amor y porque nos ha llamado quien puede llamarnos, el ser más perfecto. Por ningún motivo debemos declinar esa vocación y aquél que la desprecie, de su felicidad temporal y eterna. Dios nos deja en libertad; pero de tal manera es la vocación, de tal manera se manifiesta el llamamiento y es tan apremiante, que casi no da lugar a que se desprecie. Por eso siempre que se desprecia, es culpablemente. Recordad ahora, amadas hijas, el momento en que conocisteis vuestra vocación, el día en que se os dijo: Dios os llama… ¿Sentís el mismo gusto por esa vocación? ¿Sentís más gusto o menos gusto? [21] Según contestéis interiormente estas palabras, podréis descubrir cómo anda en vuestras almas el termómetro de vuestro amor a Dios. ¿Acaso Dios paga mal a sus servidores, a sus elegidos? ¿Acaso trata mal a sus hijos y es causa de que éstos se le alejan o dejen de amarlo por los malos tratos que les da? ¡Ni suponerlo, ni imaginarlo! Dios el amor perfecto, no puede faltar en nada. Entonces ¿cómo se explica que no sintamos gozo por nuestra vocación, que haya disminuido nuestro gozo? Se explica porque nos apartamos de Dios, fuimos reduciendo sino toda, en parte, nuestra vocación; quisimos introducir factores extraños a esa vocación, y entonces Dios comenzó a retirarse; pero se retiró por culpa nuestra, porque nosotros quisimos que se retirara, preferimos la criatura al Creador. Si en cambio sentís más amor a nuestra vocación – y uno de los motivos para sentir más amor a ella son los sacrificios que habéis tenido que realizar en ella, entonces estáis en la verdad, estáis en el secreto de vuestra perfección. Una vocación a la que se corresponde, una vocación que se fecundiza con el sacrificio, es una vocación grande, verdadera. Si habéis gustado las dulzuras de la intimidad con Dios a causa de lustra 15


vocación, entonces tendréis nueva razón para decir: hoy amo más mi vocación de lo que la amaba el primer día, porque entonces únicamente sentía la vocación, únicamente había recibido una gracia sublime, ciertamente; pero una gracia solamente recibida y ahora, después de varios años en que he sufrido para conservar esa vocación, de que la he defendido de sus innumerables enemigos, siento que la amo más, porque ya no es únicamente el llamamiento de Dios, sino la correspondencia a esa llamamiento, correspondencia que tienen muchos testigos, pública,; tiene mucho amigos que se han gloriado en la defensa que de ella han hacho y también muchos enemigos que han tratado de perderla. Precisamente la recompensa a esa correspondencia es el acrecentamiento del amo. Así nos recom[22]pensa nuestro Señor; siempre una gracia trae otra. Ahora bien, la vocación partió de un principio de amor; nos llamó Dios porque nos amó, (cuántas veces hemos meditado estas palabras: “In caritate perpetua dilexi te”… “Te he amado con amor eterno…” fue el amor el principio de nuestra vocación y ha sido nuestro amor para Dios el principio de la correspondencia a esa vocación; entonces ¿cómo no va a acrecentarse ese amor en las almas que corresponden a su vocación, que son fieles a lo que Dios quiere de ellas? Pues amadas hijas, ésa ha sido vuestra vocación, vocación al amor al servicio de Dios, a la perfección en el amor y el servicio de Dios. Si alguna de vosotras se siente un tanto fría en su vocación, con una frialdad verdadera, entonces debe rehacer lo perdido y según la comparación que traemos desde esta mañana, volver al principió; o por lo menos hasta el lugar de nuestra desviación y desde allí emprender con más fuego, con más entusiasmo, con más decisión, la lucha por nuestra vocación. Yo quisiera, amadas hijas, que fueseis muy amante de vuestra vocación, que la defendierais por encima de todas las cosas, porque es para vosotras la voluntad de Dios; significa para vosotras, ya en particular, lo que El quiere de cada una. Deberéis amarla, cuidarla, y por lo tanto combatir a todos aquellos enemigos de la vocación. Tenemos que examinarnos, conocer al enemigo para poder defendernos de él, y más cuando es tan sutil en muchas ocasiones, cuando se va metiendo en una forma artera, cuando trata de sorprendernos. A nosotros, amadas hijas, a los encargados por Dios de vigilar vuestras almas, nos toca advertiros sobre los peligros que podéis encontrar en vuestra vida y que si no os hace perder la vocación, por lo menos harán que no la améis como debéis amarla. Meditad un poco en estas cosas y tomad resoluciones firmes que desde luego os aseguro llevarán las bendiciones de Dios, la aprobación de Dios, porque Dios quiere que volváis a su amor. Pedid luz al Espíritu Santo, amadas hijas, para que no os engañéis a vosotras misma, y el momen[23]to de vuestra rehabilitación será este mismo en que confeséis delante de Dios vuestras faltas, si existen, o reafirméis vuestra decisión de seguir adelante, amando, luchando, defendiendo denodadamente vuestra santa vocación ASÍ SEA. 16


Unión – Caridad (24) Jueves 16 de sept.- 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Después de haber examinado vuestra vocación en general a esa vida de perfección en el y en el servicio de Dios, quiero contemplar la bondad del Señor y la delicadeza especial de su amor para vuestras almas, en vuestra santa vocación. No solamente os dijo que quería vuestro amor y vuestro servicio, sino que os escogía para que lo amaseis y le sirvieseis en el naciente Instituto de de Misioneras Eucarística de la Trinidad. Esta segunda vocación está íntimamente ligada con la primera. ¡Pluguiera a Dios, amadas hijas, que pudiese yo interpretar los sentimientos divinos en esta ocasión y transmitiros realmente los sentimientos de Dios para vuestras almas! Recordad ahora el nacimiento de vuestra vocación a este Instituto; recordad brevemente la historia de vuestra vocación, cómo aquéllos que intervinieron para decidirla, fueron instrumentos de Dios. ¿No sentísteis gozo especial cuando se os aseguró lo que Dios quería de vosotras? Aquel amor sincero, grande, que nació en vuestras almas cuando conocisteis la vocación, ¿no fue acaso un nuevo exponente del amor de Dios para vosotras y de vosotras para Dios? ¡Hermoso despertar el de una vocación, cuando ella nos está diciendo que vamos a alimentar la vida de ser que nace; que vamos a formar parte de su organismo, que lo que nosotros seamos, eso será en gran parte el ser al que nos vamos a incorporar! Encontramos ya aquí la materia en donde ejerci[24]tar nuestro apostolado, la materia que plasmar, a la cual vamos a dar una forma no a nuestro capricho, sino según el beneplácito divino que se nos ha de manifestar en la práctica: pero también según las aspiraciones de nuestro corazón. Porque Dios no podía darnos una cosa que no correspondiera precisamente a esas aspiraciones. Quizá, amadas hijas, si observáis un poco, si apuráis vuestros recuerdos, descubriréis por allá en los primeros años de vuestra vida, algún rasgo que ya anunciaba vuestra vocación. Quizá algo fugaz, pero que anunciaba el porvenir. Algún deseo, alguna circunstancia en la que se vió la providencia de Dios para con vuestras almas: por ejemplo, caminos por los que os impidió ir, puertas que abrió en vuestra vida para orientarla. Yo sé que vosotras amasteis vuestra vocación al conocerla y creo que soy el más facultado, humanamente hablando y entre las causas segundas, para poderlo asegurar. Tal vez si no hubiera ese deseo, ese amor, no estuviese aquí las que ahora estáis. Pero estoy hablando, amadas hijas, más de vuestro amor a la vocación que del amor de Dios a vuestras almas, y no debo invertir los papeles, debo hablar primero de esto; siempre a Dios debemos darle el primer lugar. 17


Si vosotras os sentisteis tan felices con vuestra vocación, Dios tuvo un placer mayor, porque en El todo es infinito, perfecto; os escogió para que modeláseis el nuevo ser que venía al campo de la Iglesia, para que le diéseis todo aquello que El mismo os iba a dar porque, ¿qué tenemos de nosotros mismo sino nada y miseria? Precisamente la vocación os iba a prevenir con muchas gracias; y allí estáis, recibiendo ese grande muchas gracias; y allí estáis, recibiendo ese grande acto de confianza de Dios para vuestras almas. Os confió a todas las presentes, como lo hará con las futuras, la vida, el desarrollo y el feliz término en su misión sobre la tierra, del Instituto de las Misioneras Eucarísticas de la Trinidad. Para saber la confianza o para medirla, sería preciso, amadas hijas, medir los planes de Dios sobre el Instituto y las gracias que debe alcanzar pa[25]ra las almas; sería preciso conocer el número de santos que debe producir, las almas que tiene que salvar. Estos es un secreto, el secreto de Dios, nada más El lo sabe. No fuisteis llamadas a la existencia para servir a un ser inútil, estéril; fuisteis llamadas para servir aun ser que ha recibido su vida de Dios. Tenéis que amar vuestra vocación misionera, amadas hijas, más que vuestra vocación misionera, amadas hijas, más nuestra vida propia, porque el llamamiento a este Instituto trae para vosotras algo divino; veis en él los planes de Dios. Y si cada una de las Misioneras Eucarísticas de la Trinidad tuviera este espíritu y considerara las cosas así, ¡cuánta garantía en las causas segundas para el feliz desarrollo del naciente Instituto! ¡Cuánta garantía para la unión, cuánta seguridad en la unidad de espíritu, de voluntades! La mayoría de los fracasos en la obras se debe a falta de unidad, porque no se buscó la gloria de Dios, sino que se quiso introducir el espíritu humano; se quiso modificar lo divino con lo humano. Pero en la historia de la Iglesia y de las fundaciones, cuando estas cosas han sucedido, siempre el amor de Dios y su providencia, defienden a la parte que sostiene la verdad; a está se le da vida exuberante; los otros o parecen completamente, o llevan vida raquítica. Yo quiero arrancarle una gracia a Dios Nuestro Señor: la de que se conserve la unidad en el Instituto, que no haya división ninguna sino perfecta armonía en la distribución de las fuerzas vivas que ha de realizar la misión del Instituto. Siendo yo Misionero del Espíritu Santo, predicando siempre la caridad, el Amor, ese Espíritu que hace la unidad entre el Padre y el Hijo y la unidad entre los hombres; predicando al que lo consume todo en el fuego de la caridad, ¿cómo no iba a desear para mis hijos la unidad, la unión, la caridad? NADA ME PREOCUPA TANTO AMADAS HIJAS, como el [26] pensamiento de que pudiera faltar esta unión; y naturalmente es fácil que suceda cuando los elementos del Instituto no tiene una aspiración común, un amor grande a su vocación; cuando no tiene un gran amor al plan de Dios, una fe inquebrantable en la voluntad divina acerca del porvenir del Instituto; cuando quieren sustituirse a Dios, la obra querida por Dios, la que El inspiró a los fundadores.

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En la medida en que las Misioneras se alejan de ese principio, de esa fuente, en esa medida torcerán el camino, y entonces se dará lugar a la división, si no pública, porque Dios no la permitiera, sí en espíritu en las almas. Aprovecho la ocasión, amadas hijas, para insistir por tanto, en algo que os he pedido apremiantemente: HAY QUE SACRIFICARLO TODO EN ARAS DE LA UNIDAD; hay que realizar los mayores sacrificios con tal de conservar la unión en Dios, en el Espíritu Santo, unidad con Dios para conservar el espíritu. Me llama la atención cómo en una comunidad religiosa, en donde tienen el privilegio de la exposición del Santísimo Sacramentado, porque es una Orden que no lo tiene en general, sino que ha sido concedida a algunas casas que lo pidieron, cada año hacen voto de mantener siempre la adoración del Santísimo Sacramento; seguramente que los que alcanzaron esta gracia, temieron que algunas religiosas, con razones o sin razones, dijesen algún día que sería mejor no tener la adoración, hacer lo que todas las demás hacen, y dado que la Iglesia, el representante de Cristo les concedió esa gracia, ellas quisieron asegurarla. Pues no digo precisamente que haciendo un voto, pero sí una resolución firme, todas las Misioneras se mantengan siempre unidas para conservar el espíritu primitivo. Ese espíritu es el que se está recibiendo; ahora no tienen todavía cien años para poder decir: “el espíritu primitivo de hace muchos años”… pero EL QUE AHORA ESTAIS RECIBIENDO, ése es el que debe conservarse, la fisonomía, el colorido especial. Mas también para esto, amadas hijas, se necesi[27]ta una gracia singular de Dios. Yo os he ofrecido en nombre de Dios una recompensa especial para todas las que os distingáis por el amor a vuestro Instituto; pero esas recompensas son gracias de Dios que suponen otra gracia que nos vino también de Dios: la de apreciar el don divino. Delante de Jesús Sacramentado os pregunto, amadas hijas, no para que me contestéis públicamente sino con vuestro corazón y en espíritu de verdad, de sinceridad: ¿Amáis vuestro Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Trinidad? ¿Habéis conservado el primer amor y lo habéis acrecentado por vuestra correspondencia a la vocación? ¿Habéis puesto vuestras fuerzas al servicio del instituto, le habéis consagrado todas vuestras facultades en nombre de Dios y sirviendo a Dios en él? Si la contestación es afirmativa, bendito sea el Señor, amadas hijas, y benditas seáis vosotras que así lo habéis hecho; pero si no fuera así, de nuevo os hago un llamamiento para que reparéis el tiempo perdido. Y ninguna ocasión mejor que la presente, en este tiempo de los santos ejercicios, para tomar decisiones que influya en toda vuestra vida. Os vuelvo a preguntar: ¿Estáis dispuestas a conservar el espíritu del Instituto, a sacrificaros en todas las formas, para conservar la unidad y sacrificar vuestro amor propio, vuestras propias ideas, vuestras iniciativas, rindiendo completamente vuestra voluntad a la de Dios en el plan del Instituto? Pedidle a Dios Nuestro Señor que os conceda la gracia de que así sea; y si cada una de vosotras se propone cumplirlo y pide la gracia de Dios por medio de María, entonces estará asegurando un porvenir lleno de gracias para el Instituto. 19


Entonces seréis, amadas hijas, aquella cuerda triple que difícilmente se rompe, aquel árbol gigantesco que venga a cubrir a muchas almas bajo sus ramas. [28] De vosotras depende, porque Dios Nuestro Señor os escogió a vosotras para realizar el Instituto; de manera que de vosotras depende, Dios ha puesto lo que El quiere poner y a vosotras exige lo que vosotras debéis dar. Así es que no habiendo defecto por parte de Dios, si hay algún error, ya podemos asegurar que será por parte vuestra; pero si humildemente le pedís a Dios que os conceda siempre glorificarlo en el Instituto y que no sea vuestra conducta causa de que se perjudique el Instituto, sino al contrario, de que reciba bendiciones de Dios, El quedará tan satisfecho que os lo alcanzará y, como os decía esta mañana, no quiero referirme precisamente a puestos que se ocupen en le Instituto; yo tengo para mí que todos son importantes porque son los que Dios quiere. En cada uno hacemos la voluntad de Dios y se coopera al bien común. Quiero esa decisión firme en cada una de vosotras, para estar en el lugar que la obediencia le asigne y estar allí de buena voluntad, poniendo todo su empeño para servir al Instituto. Me parece cosa debida, no creo que haya exigencias que no deban ser. Debéis amar a Dios dentro del Instituto, servirlo dentro del Instituto; PERFECTO AMOR, PERFECTO SERVICIO, o como decía esta mañana, amor perfecto, donación completa, entrega total. Depositemos una vez más nuestros propósitos nuestros deseos y si los tenemos, también nuestros actos de dolor, de reparación, en le Corazón Inmaculado de María, para que por su medio lleguen hasta el trono de Dios. En la presencia divina reafirmemos todos nuestros propósitos de servirle a Dios en su obra, poniendo de veras allí todo lo que tenemos y todo lo que somos; santificarnos para la Obra, sacrificarnos y perfeccionarnos en todos los aspectos, para ella. Que cada una llegue a ser lo que Dios quiere; que cada una diga: yo voy a hacer este sacrificio para que la Obra se santifique, para que se realice como Dios la desea. Voy a estudiar… voy a dejar de estudiar, lo que me pidan, lo que me indiquen, todo [29] en bien de la Obra. Amadas hijas, quisiera veros como abejas diligentes libando en todas partes para hacer más rico el panal de vuestra Obra que es la Obra de Dios; El depósito en vuestras manos y vuestro corazón el porvenir de esa Obra suya. No la dejéis, no dejéis a otros el honor que Dios quiso para vosotras porque sería despreciar un don divino; no sólo cada alma saldrían perdiendo, sino la Obra entera. A todos nos llamó y debemos esmerarnos en servir, en trabajar como buenos obreros, en ayudar a nuestros hermanos necesitados para que se perfeccionen. Ved en todo el amor de Dios para vuestras almas y haced que sepan corresponder dignamente en lo posible, al amor de Dios. Amad vuestra vocación; amadla mucho. Yo os aseguro la santidad en ella; os aseguro el cumplimiento de la voluntad divina y en esto mismo vuestra gloria; gloria en el tiempo pero sobre todo en la eternidad. ASÍ SEA.

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El amor al Divino Padre. (30) Viernes 17 de sept.- 1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Vamos a ver las grandes líneas de vuestra vocación, ya que tratáis de reafirmarla, de estudiarla mejor, de amarla más. Esas grandes líneas de la vocación, podemos decir que son: LA SANTÍSIMA TRINIDAD, MARÍA Y LAS ALMAS. En la Trinidad debemos considerar de una manera especial al Hijo en el misterio de su Encarnación, y en Cristo Verbo Encarnado, la Eucaristía y el Sacerdocio. Veremos primero en general, lo que pide vuestra vocación con respecto a la Trinidad Santísima. Desde luego exige conocimiento y amor a cada una de las Divinas Personas. El conocimiento tiene que conseguirse primero por el estudio, después [30] por la oración. Debe ser constante el estudio de ese misterio, de toda la doctrina relacionada con la Trinidad Santísima; estudio sobre natural, es decir que se haga con un fin altísimo como es el de conocer más a Dios y tratar de amarlo más. El amor que debéis tener a la Trinidad santísima es un amor extraordinario por su grandeza; amor a cada una de las Divinas Personas, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. La oración de que os debéis valer para conocer más a Dios, ha de tener dos características muy especiales: debe ser humilde y confiada. Humilde porque, si nada nos es debido, mucho menos el poder penetrar en esos arcanos del amor de Dios, en ese misterio altísimo de la Trinidad. Pero oramos, suplicamos con humildad el acceso al conocimiento de Dios; confiamos en que la bondad divina escuchará Dios y penetrar más en su conocimiento. Esto debéis hacer respecto al conocimiento y amor de la Trinidad Santísima. Pero es necesario descender a más detalles, puesto que estamos haciendo una especie de cuadro esquemático de vuestra vocación; es preciso decir algo sobre el amor a cada una de las Divinas Personas, y también quisiera deciros algunos puntos históricos relacionados con el principio o fuentes de estas devociones. Por qué deseamos amar a la Trinidad Santísima y a cada Divina Persona en particular. Después de ver lo que se relaciona con la Trinidad, con Cristo, con la Santísima Virgen, veremos también los medios para desarrollar esa devoción, ese amor, y la aplicación en el campo de las almas, por medio del apostolado. ¿Cuál es la historia de la devoción al Padre en el Instituto de las Misioneras Eucarísticas de la Trinidad? Indudablemente todo buen pensamiento viene de Dios, viene del Padre de las luces. “Todo don perfecto, dice la Escritura, viene del cielo, descendiendo del Padre de las luces. Fue sin duda el amor al Divino Padre el que abrió los horizontes a la fundación del Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Trinidad. El amor [31] a la primera Persona divina nació mediatamente de la predicación especial en la que hacía resaltar la necesidad de esa devoción, la hermosura de esa devoción y ponía como un 21


fundamento especialísimo el ejemplo de Jesús. Nos dirigimos al Padre de quien vienen todas las cosas; hacia quien van todas las cosas, ya que todo se consuma donde tiene su origen, y el seno amorosísimo del Padre será el descanso de todos aquéllos que procedemos del Padre. Además, como un fundamento o como un principio inmediato de la devoción al Padre en el Instituto, tenemos la idea del fundador, de formar los perfectos adoradores y glorificadores del Padre; pero he querido, haciendo un acto de justicia y consagrando un recuerdo de gratitud, exponer primero la fuente mediata de esa devoción, ya que el pensamiento vino especialmente de nuestro Padre; de su grande celo, de aquel fuego intensísimo que el Espíritu Santo depósito en su corazón que lo hizo volverse hacia el Padre precisamente en los años en que estaba ya próximo a tender el vuelo hacia la casa de su Padre, para sepultarse eternamente en el seno amorosísimo de ese Padre. Nuestro Padre Félix ponía como fundamento la doctrina, la práctica de la Iglesia, el espíritu de la Liturgia, los ejemplos de Jesús. Jesús vivía para su Padre, tenía siempre en sus labios el nombre de su Padre, a hacer la voluntad de su Padre, a inmolarse por amor a su Padre, a ser hostia del Padre. Por esto le han llamado a Jesús el “Religioso del Padre”. El ejemplo de Jesús que siempre daba gracias a su Padre; la palabra de Jesús que prometió dar a ese Padre adoradores en espíritu y en verdad, todo esto tomaba como fundamento nuestro Venerado fundador. Y yo quise unirme a él, porque sentí en realidad una perfecta comprensión respecto a este punto como respecto a otros muchos; sentí unión [32] profunda a los anhelos de su alma y de allí tuve la idea de recoger la palabra de Jesús y su deseo inmenso, para cristalizarlo en un grupo de almas que por propia vocación quisieran glorificar al Padre. De allí mi grande anhelo también, de seleccionar almas con vocación a la vida religiosa y fundar una Congregación en la que se tuviera un amor especialísimo a la Primera Divina Persona; en donde pudieran cultivarse con más facilidad aquellos adoradores de que Jesús hablaba a la Samaritana a la orilla del pozo de Jacob. Almas verdaderamente enamoradas del Padre Celestial, que vivieran para El; que se inmolaran para El, que fueran hostias para El; almas que sintieran con Jesús, a las que pasara el fuego del Corazón de Cristo, a las que pasara la gratitud inmensa del Corazón de Cristo para su Padre amado. Almas también muy generosas para comprender la generosidad de Cristo al inmolarse por la gloria de su Padre. Almas que pregonaran siempre y ante todo el mundo, su origen, que es precisamente el seno amorosísimo del Padre, y que fueran en todos los actos de su vida, elevándose, ascendiendo constantemente hacia el Padre. Es está, amadas hijas, una de las páginas más hermosas entre tantas hermosas que tiene el Instituto; esta página en la que se ha escrito la idea de GLORIFICAR CON CRISTO Y COMO CRISTO AL PADRE CELESTIAL. Podemos decir que nació el Instituto bajo la mirada amorosísima del Padre, recibiendo estas almas de las manos de Jesús; almas escogidas por Jesús, almas compradas por Jesús, almas a las que Jesús dejaba una herencia preciosa, riquísima, 22


para que explotarán su santa vocación. Jesús las hizo depositarias de su Corazón, de su Cruz, de su sacrificio; les trasmitió su Corazón íntegro, con todos sus sentimientos. Fue en ese tiempo, amadas hijas, y pensando en vosotras de una manera especial cuando escribí la Oración de Fuego al Divino Padre para pedir sus adoradores en espíritu y en verdad. Fue entonces cuando [33] me pareció que no podría dejar de ser escuchado el deseo de Jesús que estaba ya manifestándose en mi alma; fue entonces cuando propiamente puedo decir que nacisteis a vuestra vocación. Ya algunos años antes, había venido otras ideas, tal vez también centrales en vuestra vocación, interesantes; pero la cristalización propiamente en el espíritu ya bien definido, me parece que fue en ese tiempo. Además la vocación especial del Instituto exige el amor a la Santísima Trinidad. Se debe amor al Padre como se debe al Hijo y al Espíritu Santo. Hay y debe hacer una tendencia constante, bien definida, a perfeccionar el amor a cada una de las Divinas Personas. Bastaría, amadas hijas, este punto de vuestra santa vocación, para haceros apreciarla grandemente, para estimular vuestro celo y generosidad a daros completamente. ¿No queréis, amadas hijas, seguir los ejemplos de Jesús? Y una vez que Jesús os ha escogido, ¿no queréis realizar plenamente sus deseos? ¿No queréis glorificar plenamente, por lo menos con la plenitud que vosotras podéis tener, al Padre Celestial? Esta es, repito, una de las páginas más hermosas de vuestra santa vocación, y excito vuestro celo, vuestra generosidad, vuestro amor, para que tratéis de realizar plenamente los deseos de Jesús y las exigencias del Instituto. Os iba a decir que para conseguir esto se necesitan almas muy grandes; pero más bien os diré que se necesitan almas muy pequeñas para dejarse guiar, para dejarse amar, para no deslumbrarse con la grandeza de la vocación y no dejarla por ese motivo. Solamente los niños contemplan los abismos sin preocuparse; si los ponen frente a un grande precipicio, no se inquietan; si les lleva en medio del océano y se les hace contemplar aquella inmensidad, tampoco se asustan. Ni cuando son vistos, ni cuando ven, ni cuando son amados, ni cuando aman. Se necesitan esas cualidades de la infancia, con[34]siderándolas como virtudes, para poder realizar vuestra vocación. En el momento en que comenzamos a calcular, a decir que la misión es muy alta y que no la podemos realizar, etc., es decir cuando empezamos a vernos a nosotros mismos, comenzamos también a poner obstáculos a la realización de la vocación. Se necesita que esta Congregación esté formada por almas pequeñas, almas de niños que practiquen esas virtudes de la infancia espiritual y sobre todo que conozcan que el autor principal de su vocación es Dios. No tienen que hacer otra cosa sino unirse a Jesús, recibir lo que El les va a dar, explotar los tesoros de Jesús; no crean que ustedes tienen tesoros personalmente, no 23


tiene nada y menos para emprender una obra de esa naturaleza; son los tesoros de Jesús, son los méritos de Jesús. Por tanto, cuando tengamos una caída, está bien que nos dolamos de ella; hay permiso de llorarla; pero no desalentarnos creyendo que ya se perdió todo, porque no somos la base sino algo complementario. La base está en Cristo, en sus méritos, en su sacrificio, en su amor apasionado al Divino Padre. Así debemos creer que si reafirmamos nuestra voluntad de servir y amar a Dios, de formar parte en ese grupo de almas escogidas por Jesús para glorificar a su Padre, lo conseguiremos todo. Nuestras mismas caídas nos pueden servir para ser más humildes y cifrar nuestra confianza solamente en Dios. Examinad, amadas hijas, examinad un poco cuál ha sido a este respecto vuestra actitud en el tiempo que lleváis de ser Misioneras y sobre todo en el momento presente. ¿Habéis olvidado que vivís para el Divino Padre? ¿Habéis olvidado que debéis ser glorificaras del Padre Celestial? ¿Qué hacéis para conseguirlo? Basten por ahora estas consideraciones, importantes, para las meditaciones sucesivas.

dejando otras también muy

Que no pase este momento sin darle gracias a Dios Nuestro Señor por habernos escogido, y a nues[35]tro amadísimo Padre Celestial por habernos aceptado. ASÍ SEA.

Amor al Hijo. (36) Viernes 17 de sept.- 1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: La dependencia que el instituto tiene del Divino Padre, de una manera muy especial, esta indicando ya cuál debe ser el espíritu del Instituto. Depende del amor del Padre, nació del amor del Padre y para el amor del Padre, nació del Corazón del Hijo, para la gloria del Padre. Debe distinguirse entonces por su delicadeza en el amor, por su ternura, por su espíritu de filial confianza; por su grande espíritu de fe en la providencia divina. Debe tener la osadía santa de los hijos de Dios que le haga emprender todo lo que sea necesario para la gloria del mismo Dios, sin tener más limitación que la voluntad, debe intentarlo todo. Pero deseando tanto la gloria del Padre, es indispensable buscar el medio de perfeccionar el amor. Para ello hay que volver los ojos de aquél que en la tierra fue la imagen perfecta del Padre Celestial, el Hijo engendrado desde la eternidad. Nosotros contemplamos al Verbo hecho carne y hemos acido de su corazón. Pues si Cristo estaba completamente consagrado a su Padre, el Instituto debe volver sus ojos al Corazón de Cristo, debe estudiar su vida santísima. “Felipe, decía Jesús, el que me ve a Mí, ve a mi Padre”. Vamos a contemplar en Jesús, la imagen del Padre; vamos a ver en Jesús cómo se ama al Padre. 24


Y aquí surge en toda su intensidad, amadas hijas, la devoción al Hijo, al Verbo de Dios, al Verbo hecho Hombre. Necesitamos del verbo eterno, debemos contemplar a [36] través de la naturaleza humana de Cristo, su naturaleza divina y gozarnos en su divina Persona. Hemos visto muchas veces cómo lo que más glorificó al Padre Celestial en Jesucristo, fue su sacrificio, ofrecido por su sacerdocio. Así que, como punto central de la glorificación de Jesús al Padre, está su sacerdocio que le permitió ser Mediador entre el cielo y la tierra, entre su Padre y las almas. Ese sacerdote le permitió tomar un Cuerpo que inmolar a la gloria de su Padre; le permitió perpetuar sobre la tierra el sacrificio que tanta gloria le había de dar en todo tiempo a su amadísimo Padre Celestial. Y como suponemos que se ha encendido en nuestras almas el amor al Padre, la gloria del Padre, entonces todas las cosas que nos hablan del Padre y lo glorifican, debemos tenerlas en grande veneración. Si Jesucristo no fuera Dios, deberíamos amarlo inmensamente por la gloria que le dio a su Padre Celestial; pero a su divinidad, añade Jesús esos otros aspectos que le muestran tan adherido al amor y a la gloria de su Padre. El Instituto de las Misioneras Eucarística de la Trinidad quiere considerar de una manera muy especial y muy íntima del sacerdocio de Cristo, quiere alimentarse de su sacrificio y sacar de allí el perfume más exquisito que ha de ofrecer a la gloria del Padre Celestial. Por estos las Misionera Eucarística de la Trinidad tiene como punto central de su apostolado siempre el sacrificio de Cristo, el sacrificio del altar, y agradecen el sacerdocio del mismo Cristo, teniendo en cuanta antes que todo, la gloria que este sacrificio le proporcionó al Padre Celestial. Consideran también lo que significa para las almas, para su salvación, pero son más impresionadas por la gloria del Padre Celestial. Nosotros deseamos encontrar una forma de atraer las miradas del Padre; un secreto para que El no aparte de nosotros su mirada; deseamos asegurar es alianza de amor entre el Padre y nuestras almas. No encontrando nada que pueda realizar ese prodigio y [37] satisfacer los anhelos del Padre, volvemos los ojos a Aquél que forma sus delicias. “Este es mi Hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias”… escuchamos la voz del Padre y nos volvemos a ese Hijo tan amado para pedirle el secreto de complacer al Divino Padre. Y ¿cómo se nos muestra Jesús? Crucificado, inmolado! Nos descubre la grandeza de su sacrificio y nos invita a participar de él, a ofrecerle a su Padre ese sacrificio, porque cualquier otra cosa que le ofrezcamos no le ha de satisfacer; el Padre siempre a su Hijo y en su Hijo busca siempre su sacrifico. Entonces allí está para nosotros, amadas hijas, el secreto de tener siempre contento a nuestro Padre y arrancarle gracia de perfección para nuestras almas, sobre todo la gracia de mantenernos siempre en su amor, de no apartarnos de El nunca por el pecado. En la Eucaristía Jesús cristaliza su alabanza, su adoración al Padre Celestial. La 25


Eucaristía es el recuerdo perenne de su sacrificio, es el trono de amor desde donde Jesús no cesa de glorificar a su Padre Celestial. ¿Cómo podremos desentendernos de esto, en la glorificación que anhelamos para la Trinidad santísima? ¿cómo podremos glorificar a Dios por medios distintos de aquéllos con que le glorificó el Verbo Encarnado? Es necesario entonces ir hacia la Cruz sin rodeos; ir al altar, vivir en el altar, fijar nuestros ojos en la Cruz y en la Hostia; contemplar en Cristo su Eucaristía, su Sacerdocio, y allí establecernos de una manera definitiva; llevar nuestros esfuerzos, unir nuestra voluntad, alcanzar es unión íntima de todo lo que somos y podemos, con la gracia de Dios, el la Persona divina de Jesús. Allí está, amadas hijas, la grande fuerza del Instituto, porque si quisiera glorificar al padre buscando otros medios distintos de los que usó Jesús, sencillamente no lo conseguiría. [38] Ya hemos visto cómo precisamente el sacrificio de Cristo, el amor de Cristo para su Padre, es la razón de ser del Instituto y cómo los méritos de Cristo serán en todo los tiempos defensores de la Obra. Nos acercamos allí únicamente para unir nuestro esfuerzo, para mezclar lo nuestro a lo de Cristo, a fin de que el Padre Celestial lo considere como una sola cosa y por este medio alcanzar la glorificación del Padre; sublimar nuestro sacrificio, nuestro amor. Si nuestro amor no pasa por Cristo, no será nada, ni siquiera lo tendrá en cuenta al Padre Celestial; pero en cuanto lo unimos al de Jesús, esa unión lo hace adquirir una fuerza y un atractivo extraordinario, que llenarán de complacencias a nuestro Padre Celestial. En el Corazón de Jesús encontramos el amor de las almas, el amor de aquéllos que han de continuarse obra y que fueron investidos de su dignidad sacerdotal. A ellos les había de confiar sobre todo la glorificación de su Padre, la salvación de las almas; y todas las otras almas que trabajen en la redención del hombre, tendrán como un requisito indispensable el estar adheridas en alguna forma al sacerdocio. Si el Instituto agradece el Sacerdocio de Cristo por la gloria que le proporciona al Padre Celestial, no puede dejar de agradecer la participación de ese sacerdocio a quienes la han recibido entre los hombres, y quiere ver en ellos verdaderamente a los continuadores de Jesús. Y al sentir que esto es una realidad sobre todo en el Santo Sacrificio de la Misa, y al ofrecer la Víctima santa, el Instituto debe impresionarse profundamente, dando gracias al Padre, dando gracias al Hijo, por haber instituido ese sacerdocio y haber perpetuado el Sacrificio que nos permite todos los días poder unir allí también nuestros pobres y pequeños sacrificios. Aquí tocamos uno de los puntos centrales del [39] espíritu del Instituto, una de las razones íntimas y profundas de su ser, que por otra parte guarda perfecta armonía y relación con el punto primero que tanto nos ha conmovido, que tanto nos impresiona, por relacionarse al Divino Padre. 26


Yo estoy seguro, amadas hijas, que una de las emociones más grandes del corazón de Cristo fue contemplar a la luz de la divinidad la grandeza de su sacerdocio. Cuando contemplaba aquella gloria que le estaba dando al Padre Celestial, se conmovía profundamente y entonces la Humanidad santísima de Cristo se deshacía en accione de gracias delante de su Padre, por haberle permitido ser sacerdote eterno. “Sacerdos in aeternum”… Algo de lo que pasaba en el Corazón Sacerdotal de Cristo, tiene que pasar al Corazón del sacerdote, por razón de su oficio, por razón de su dignidad. Algo de esa emoción que sentía el Corazón sacerdotal de Cristo cuando contempla a la luz de Dios, sobre todo la grandeza de su ministerio, la gloria inmensa de su sacerdocio le proporciona al Padre; cuando ve a través de su sacerdocio la gloria que todas las criaturas le ofrecen al Padre Celestial; cuando contempla como fuente de rehabilitación universal. Entonces se apodera del Corazón del sacerdote un sentimiento profundo, inmenso, de gratitud para el Padre que le concedió esa gracia, y para Jesús que quiso acercarlo también a ese Divino ministerio. El Instituto de las Misioneras Eucarísticas de la Trinidad, que quiere estar atento a todos los movimientos del Corazón de Cosito porque así conviene a la gloria del Padre Celestial, se ha impresionado también por ese sentimiento de gratitud del Corazón sacerdotal de Jesús. Ha sentido igualmente la gratitud por parte de los sacerdotes, a quienes se ha comunicado el sacerdocio de Cristo. Inspirado por la caridad más pura, se ha ofrecido como hostia de acción de gracias por ese sacerdocio o por mejor decir, se une en su acción de [40] gracias a quienes han recibido el sacerdocio. Es uno de los fines íntimos, especiales del Instituto, como sabéis, amadas hijas. En cuanto al principio o fuente de este aspecto, de este fin, tenemos que recurrir de nuevo (aparte de lo que ya se ha dicho y que es para nosotros lo principal porque todo lo que vemos en el Corazón de Cristo), aun deseo especial del fundador que quiso obsequiar a Jesús Sacerdote Eterno y a todos los Sacerdotes pasados, presente y futuros, hasta el último que exista, u grupo de almas que ha de unirse en su acción de gracias por el sacerdocio. Digo que es una forma exquisita de caridad, sobre todo teniendo en cuenta la grande necesidad que el sacerdote tiene de dar gracias por su vocación. Está tanto más obligado a agradecerla, cuanto que no se merece. El llamamiento de Dios al sacerdocio es libre; Dios llama a los que El quiere llamar; pero quienes quiera que sean los llamados por Dios, tienen obligación de estricta justicia, para darle gracias del Instituto, lo tiene en cuenta el Corazón santísimo de Cristo, de tal manera que si nosotros los sacerdotes ni siquiera llegáramos a sospechar de este fin del Instituto2 ni lo llegáramos a agradecer, el Corazón sacerdotal de Cristo, que encierra los corazones sacerdotales de todos los tiempos, sí lo tiene en cuenta. El, que es modelo de agradecimiento, lo tendrá presente también para premiarlo.

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El original impreso dice “Institut” en lugar de “Instituto”

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Este aspecto de la vocación, por razón semejante al primero, nos está diciendo ya el grande cuidado que debe tener las Misioneras por su santificación, porque se deben a Dios y se deben a los sacerdotes; se deben, por mejor decir, al Sacerdocio de Cristo. Tienen obligación de ser santas, porque al sacerdote le conviene la santidad y ellas que van a participar en una forma muy íntima en ese sacerdocio para agradecerlo y honrarlo, quieren también santificarse y llevar su inmolación a la Hostia misma que ofrecen los sacerdotes en el altar. Hostias con la Hostia para la gloria del Padre… [41] Diremos también como complemento, que la vocación especial del Instituto a glorificar a la trinidad santísima por Cristo, con Cristo y en Cristo, pide de una manera especial el amor a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. ¿Habéis recordado, amadas hijas, este aspecto de vuestra santa vocación? ¿Habéis tenido presente en vuestras oraciones y sacrificios este aspecto? Porque yo sé que tiene mucho atractivo en general para las almas, sobre todo para las que aman a Dios; pero deben tenerlo más para vosotras ya que es una de las razones de ser de vuestra existencia formalmente como Misioneras Eucarísticas de la Trinidad. ¡Sed almas sacerdotales! ¡Sed almas eucarísticas! ¡Pedid luz al Espíritu Santo, amadas hijas, acabo de decir! Porque en las indicaciones que os estoy haciendo, solamente os doy el “índice” de cosas que hay que ver, que estudiar, que profundizar. Os estoy enumerando, digamos así, a grandes rasgos, los aspectos de vuestra vocación; pero hay que profundizarlos, y aquí es donde se necesita una gracia especial del Espíritu Santo. Pedidla con toda humildad, segura de que os será concedida, porque Dios os la quiere conceder desde el momento en que os ha dado la vocación al Instituto. Yo os aseguro, amada hijas, que en estas meditaciones encontraréis la fuerza más grande para poder luchar en vuestra vida espiritual. En las horas de desaliento, de pena, bastará que volváis vuestros ojos a estas verdades, a estos puntos básicos de vuestra vocación, para sentirnos confortadas, para sentir que renace en vuestras almas el entusiasmo a fin de seguir trabajando en vuestra vocación. Son cosas elevadas, y naturalmente no siempre andamos en las alturas. Estando en la tierra, encontramos fuerzas que nos atraen hacia la tierra; [42] 3 pero por ese precisamente, debemos hacer más intensa nuestra vida espiritual y tener más profundamente grabadas estas enseñanzas para poderla utilizar en los momentos de desaliento o cuando queramos un estímulo especial en los actos que tengamos que realizar en nuestra vida, sobre todo aquellas acciones que supongan más esfuerzos y generosidad. Que el estudio de esta nueva fase de vuestra vocación os haga amarla más. ¡Ya véis qué preciosa es! 3

En el texto original, al inicio de la página 43 se repite la última línea de la página 42: “encontramos fuerzas que nos atraen hacia la tierra”

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Yo os pregunto: ¿Merece o no merece vuestros sacrificios, vuestra gratitud? Pues si todas estas cosas merece, entonces dádselas, no se las neguéis. Y para ser más generosas, entrad al corazón sacerdotal de Cristo y ved cómo sintió ese Corazón; poneos al pié de la Cruz y contemplad cómo se ama, para que así améis también vosotras. ASÍ SEA.

Amor al Espíritu Santo. (43) Viernes 17 de sept. de 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Después de meditar la hermosura del amor del Padre y la hermosura del amor del Hijo, después de deleitarnos en la contemplación del amor que el Padre le tiene a su Hijo y el Hijo a su Padre, después de admirar la grandeza de vuestra santa vocación, seguramente os habéis dicho: ¡Verdaderamente la Misionera Eucarística de la Trinidad que quiera realizar su vocación, tiene que ser santa! Y cuando habéis visto la ternura del amor del Padre para su Hijo, seguramente que habéis dicho: ¡Quién pudiera amar a Jesús como su Padre lo ama!... y penetrando al corazón de Cristo y viendo esa forma exquisita de amor a su Padre, habréis deseado amar al Padre como Jesús lo ama. Este deseo, que no es únicamente la expresión de una que otra alma del Instituto, sino la del instituto mismo, es lo que hace surgir espon[43]táneamente la característica especial en su amor al Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Porque debéis ser santas, debéis amar al Santificador, porque queréis amar al Hijo como lo amó el Padre, necesitáis la unión con el Espíritu Santo; porque queréis amar al Padre como su Hijo, necesitáis el amor del Espíritu Santo. Porque el Padre amo a su Hijo en el Espíritu Santo, el Hijo ama al Padre en el Espíritu Santo; es el Amor sustancial que los une, y la unión que debe existir entre nosotros y las Divinas Personas del Padre y del Hijo, tiene que ser la misma unión de amor que debe hacer el Espíritu Santo, y también la unión con El mismo, lazo eterno que debe adherirnos íntimamente a la Trinidad Santísima. Por eso, amadas hijas, la vida misma del Instituto está ligada al amor del Espíritu Santo. El mismo Espíritu Divino ha dicho por la pluma de San Pablo: “Sin el Espíritu Santo, ni siquiera podemos pronunciar el nombre de nuestro Padre”… Y sabéis que el Instituto no quiere únicamente decir ese nombre, quiere cantarlo, alabarlo, bendecirlo, glorificarlo, ensalzarlo en todas las formas. Para poder conseguir esto, necesita, según el testimonio mismo del Espíritu Santo, la gracia de ese Espíritu. En el corazón mismo del Instituto debe estar el amor ardiente al Espíritu Santo; además, este amor se le debe por ser Dios, porque como el Padre y como el Hijo, tiene el mismo derecho a ser amado, porque como el Padre y como el Hijo, nos ama con amor infinito. Y queriendo el Instituto extender ese espíritu después de realizarlo, tratando de hacer que la almas amen de veras a fondo a Dios nuestro Señor, que sean de veras glorificadoras de la Trinidad Santísima, tendrá que hablarles a cada paso del 29


Espíritu Santo, porque la vida de unión con Dios, como vamos a verlo después, al desarrollarse en las almas exige un continuo sacrifico, sacrificio amoroso que solamente puede inspirar, mantener y perfeccionar la gracia di[44]vina del Espíritu Santo. Vosotras habéis nacido de las Obras de la Cruz que tratan de establecer en el mundo el reinado del Espíritu Santo; no puede ser vuestra fisonomía distinta de aquélla que os dio la vida. Por otra parte, hay un deseo expreso también del fundador para amar al Espíritu Santo y hacerlo amar. Quiere envolver cada una de las Misionera en la misma Luz del Espíritu Santo, quiere hacerlas participar de su misma vocación; y si esta vocación, esta gracia, ha de santificar a tantas almas de una manera especial debe santificar a aquéllas que por misión divina han de glorificar a la Trinidad Santísima. Vosotras tenéis hecha una promesa especial de propagar la devoción al Espíritu Santo; pero antes de propagarla, debéis llevarla profundamente, íntimamente. Vuestro amor al Espíritu Santo debe ser profundo como el amor al Padre y al Hijo. Y precisamente el Padre nos dio a su Hijo para que lo conociéramos mejor; el Padre y el Hijo nos dieron al Espíritu Santo para que a su luz pudiéramos comprender los secretos de su amor. El sacrificio de Cristo estuvo ordenado a comunicarnos esa gracia insigne del Espíritu Santo; el Sacerdocio de Cristo fue creado por el Espíritu Santo;- este Espíritu divino ungió a Jesús Sacerdote, y animó en el Corazón de Cristo ese celo ardiente por la gloria de su Padre. ¡Qué necesaria es para el Instituto la devoción al Espíritu Santo! Y ¡qué hermosos el poder contar entre sus obligaciones el amar al Espíritu de Dios y hacerlo amar! Allí está el secreto de toda su grandeza, el secreto para cada una de vuestras almas, amadas hijas. Consideráis por una parte la hermosura de Dios, la hermosura de vuestra vocación, y por otra veis y quisierais no leerlos. Pues esa transformación tiene que ser la obra del Espíritu Santo; la adquisición de esas virtudes que os hacen santas, tiene que ser una creación del Espíritu Santo; ne[45]cesitáis cambiar vuestro corazón constantemente, perfeccionarlo. Esa creación será la obra del Espíritu Santo: “Cor mundum crea in me Domine”… Crea en mí un corazón nuevo, puro, santo…! Es la obra del Espíritu de Dios, y cuando sabemos que ese Espíritu es bueno, que representa la Misericordia y la bondad de Dios, entonces sentimos que renace en nosotros la esperanza, que se afianza más y más; tenemos la seguridad de alcanzar por medio de la gracia de Espíritu Santo, todo lo que se exige de esta vocación, que no es otra cosa, amadas hijas, que vuestra santificación, pues el Espíritu Santo tiene la misión de transformaros. Muchas veces hemos dicho y pensado: ¡qué hermosa será una Misionera Eucarística de la Trinidad que realice de veras su ideal! ¿En dónde está…? ¿Quién será para alabarla?... “Quis est hic et laudábimus eum?...” Pues amadas hijas, el artista divino que está modelando esas Misioneras, es el 30


Espíritu Santo, en un trabajo paciente, incesante; está trabajando esas almas con amor. Lo que no sabemos es si el Espíritu Santo quiera enseñarle sus obras maestras a los hombres; quizá no les dé ese gusto porque no sepan apreciar lo que El ha hecho en las almas; pero sí las muestra a Aquél a quien pertenecen, las forma para quien son. Seguramente amadas hijas, al oír hablar de cada una de las Divinas Personas, se habrá trabado una especie de conflicto en vuestras almas. Diréis; ¡Ah, qué hermoso es el Padre… qué hermoso es el Verbo… qué hermosos es el Espíritu Santo!... Pues no os apuréis, hijas, SOIS DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD; está resuelto todo, los tenéis todos, los habéis escogido a los Tres que forman un solo Dios y por lo mismo debéis estar completamente tranquilas. Ya si el Espíritu Santo quiere hacer resaltar especialmente tal o cual rasgo fisonómico en vuestras almas, El que lo haga, porque esas cosas no dependen de nosotros. No tenemos más que ponernos en [46] manos del Espíritu Santo para decirle: hazme como Tú me quieras… y ya cuando decimos esto, es porque el mismo Espíritu Santo lo ha sugerido; sugiere el pensamiento, el deseo. Pero El es el que tiene los secretos de nuestra santificación. Por eso debemos ponernos en sus manos. Ordinariamente el Espíritu Santo nos hace desear lo que El quiere, y si tiene fines especiales en cuanto nuestro apostolado, entonces hará que sea más sensible aquel rasgo no solamente en nuestra vida íntima de relaciones con Dios, sino también en nuestras relaciones exteriores. Si alguna de ustedes tuviera que predicar mucho, anuncia tal o cual aspecto de su devoción a las Divinas Personas, seguramente que el Espíritu Santo se lo haría amar especialmente, le daría luces con fines al apostolado; pero si no fuese así, el Espíritu Santo puede reservarse toda la gloria para el interior que es donde está la verdadera gloria y presentarle esas almas a la Trinidad Santísima, de la que El mismo forma parte, para que encuentre allí lo que quiera. Por vocación especial, el Instituto, estando consagrado a la Trinidad Santísima, debe amar al Espíritu Santo, amarlo y hacerlo amar. La grande vida interior que debe mantenerse en el Instituto, debe estar siempre animada, alentada por el Espíritu Santo. Esa vida contemplativa y activa, tiene que ser la obra del Espíritu Santo. “Contemplare, et contemplata aliis trádere”… como reza la divisa dominicana: contemplar y dar a los otros frutos de la contemplación, para instruirlos en la verdad. Es por esto por lo que la Iglesia ve con gusto y bendice las instituciones que se dedican al apostolado, porque han de comunicar a las almas esa vida divina, esa ciencia divina del amor de Dios y del amor a Dios. Como veremos después, en otra de las líneas generales de la vocación entra la devoción muy especial a la Santísima Virgen y también allí, en esa otra página hermosísima del espíritu del Instituto, para poder realizarla, encontraremos a cada paso [47] la intervención divina del Espíritu Santo. La devoción a María, dice Grignion de Montfort, es un secreto, es un misterio que 31


solamente el Espíritu Santo puede comunicar a las almas. Si vosotras debéis amar y hacer amar a María; si por vocación tenéis que entrar en la intimidad de su Corazón Santísimo, debe ser la Luz del Espíritu Santo y con la gracia Divino Espíritu. Motivo y poderosísimo también, para que no nos apartemos ni un momento del Espíritu de Dios. Y porque este Espíritu, amadas hijas, es el que ha de renovar la faz de la tierra y establecer que le reinado de Cristo y la paz de Cristo; y porque este Espíritu ha de ser en general, el renovador divino de las almas y el renovador divino del orbe, se manifiesta ahora al mundo de una manera especial para ser conocido y para ser amado. ¡Cuánta confianza, amadas hijas, se engendra en el alma cuando se piensa en los poderes tan grandes que Dios nos comunica por su gracia! Por la gracia de Dios somos lo que somos; y ¡qué cosas tan grandes realizó ese Espíritu en el alma de San Pablo! Nos arrebata verdaderamente con su ejemplo; nos entusiasma todo lo que hizo este Apóstol, Apóstol de Jesucristo, el Apóstol de la gracia, el Apóstol de la Cruz, el Apóstol del Padre, el Apóstol del Espíritu Santo… De todo esto fue el grande Apóstol y todo eso no es sino una demostración sensible de lo que el Espíritu Santo realizó en él. No es un Espíritu distinto en el que nosotros honramos; no es un Espíritu al que estáis vosotras consagradas; no es un Espíritu distinto el que habita en vuestras almas. Es El, el mismo Espíritu divino. Entonces debéis tener una confianza absoluta, fundada en ese poder divino de la gracia. Una cosa es necesaria solamente: no apartarnos nunca del Espíritu de Dios, no contristar al Espíritu de Dios, ser siempre gratos a los ojos de Dios, llevarlo siempre en nuestros corazones, como un relicario de amor. [48] Después de todas estas cosas yo le pregunto: ¿Desconfían alcanzar lo que Dios le pide? Nó, amadas hijas, debemos confiar inmensamente, no en nosotros mismos, pero poner nuestra confianza en Dios, entonces no hay lugar a ningún temor. En esta ocasión, amadas hijas, Quero que dejéis completamente liquidado ese asunto de la desconfianza. Hay que enterrarlo para que no resucite nunca, de manera que se avive cada día y se aumente más vuestro grande espíritu de confianza en Dios, ese optimismo santo que debe nacer de vuestra confianza en el Señor, porque la Obra a la que sóis llamadas así lo exige. No hay que perder el tiempo en lamentaciones; hay que aprovecharlo en hacer actos de confianza y de amor. ¡Creo en Dios, espero en Dios, amo a Dios, y seguir adelante! Espíritu de confianza, de abandono; ése es el espíritu que debe prevalecer en el Instituto; ése es el secreto de la grandeza espiritual del mismo y de la grandeza espiritual de cada una de las almas que lo forman. Yo naturalmente, amadas hijas, deseo que todas la Misioneras Eucarísticas de la Trinidad sean verdaderamente apasionadas en el amor a la Trinidad Santísima; pero siendo apasionadas por las Tres Divinas Personas, sin embargo el Espíritu Santo hará 32


que resalte de una manera especial en alguna, el amor a tal o cual Divina Persona. Será también un grande consuelo para el Corazón de Cristo y para nosotros, el contemplar esas almas, los grandes devotos del Hijo, del Espíritu Santo. Todas esas almas las encerrará el Instituto de las Misioneras Eucarísticas de la Trinidad. Lo deseamos así, amadas hijas, y no como una presunción, sino como un deber, como un deseo precisamente que depositaremos en el Corazón mismo de Dios. No me queda más en este día, que implorar de una manera especial la gracia del Espíritu Santo en vuestras almas; pedirle una asistencia especial [49] para cada una de vosotras, para que tome el tinte que El quiera darle, y todas unidas formen el colorido especialísimo que Dios quiso al crear el Instituto de las Misioneras Eucarísticas de la Trinidad. ASÍ SEA.

El Espíritu Santo, autor de la perfecta alabanza a la Sma. Trinidad: Oficio Divino. (50) Sábado 18 de sept.- 1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: A esas Divinas Personas a quienes hemos contemplado como un fin al que debemos tender, les debemos glorificación; pero ninguna gloria podríamos darle a la Trinidad Santísima si Ella misma no nos proporcionara la manera de hacerlo. Así que, sobre todo la gloria a Dios Trino y Uno, se la vamos a dar por lo que recibamos de El. Parece como que el Espíritu Santo ha tomado por su cuenta la glorificación de Dios. El Padre y el Hijo nos dieron el Espíritu Santo, enviaron a su Espíritu para glorificarlos, para manifestar al hijo, para revelarlo a los hombres; porque el Hijo es la imagen perfecta del Padre, es la palabra eterna que dice lo que Dios es; voz eterna, palabra del Padre. Pero esa palabra no podría impresionar al hombre si no interviniera el Espíritu Santo. Se necesitaba una preparación en la humanidad para poder recibir la voz del Padre, la palabra eterna del Verbo, y por esto la obra de glorificación de Dios, se tiene de una manera muy especial en la efusión del Espíritu Santo en las almas. Se dice que eso consiste la gloria de la Cruz, la gloria del sacrificio de Cristo, y para decirlo más sencillamente, la gloria misma de Cristo. La gloria de Dios es darnos su Espíritu para que El descubra la grandeza del Verbo, para que ese Espíritu prepare nuestras almas, las disponga a escuchar la voz divina, porque es el Verbo el que nos tiene que decir lo que Dios es y revelarnos los secretos del Padre. [50] Ninguno conoce al Padre sino el Hijo y a quien el Hijo quisiera revelarlo. Entonces para la glorificación de Dios necesitamos adherirnos íntimamente al Hijo, necesitamos sondear todos los secretos del Corazón de Jesús, descubrir su excelencia, su gloria. Pero esto depende exclusivamente del Espíritu Santo, El es el encargado de disponernos. Por eso amadas hijas, la obras de la glorificación de Dios no se tuvo plenamente en el mundo hasta que se recibió al Espíritu Santo, hasta el día de 33


Pentecostés. Entonces fue cuando se comunicó enteramente la gloria de la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y comenzó verdaderamente la obra de glorificación a la Trinidad Augusta. Ese Espíritu vendría a remover obstáculos, a perfeccionar las almas, o – como os decía en alguna ocasión – a sintonizarlas para que pudieran escuchar la voz del Verbo que es la voz del Padre; por el Espíritu Santo recibirían ese influjo divino para poder corresponder a la gracia, para conocimiento perfeccionar el amor, que en esto consiste la gloria de Dios, la que nosotros le podemos dar, fuera de aquélla que tiene por su propia excelencia. Las enseñanzas de Jesús fueron bien claras a este respecto: “Tengo muchas cosas que deciros, pero no las entenderéis ahora… es preciso que venga el Espíritu Santo y El dará testimonio de Mí y vosotros también lo daréis. El Espíritu Santo os enseñará toda la verdad; conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, el Espíritu Santo no vendrá”… ¡Con Cuánta vehemencia hablaba Jesús del Espíritu Santo en los últimos días de su vida aquí en el mudo! ¡Con cuánto gozo interior anunciaba a sus discípulos la venida del Espíritu de Dios! Era como la recompensa de su sacrificio; entrevería Jesús en la comunicación del Espíritu Santo a las almas, la gloria de su Padre; veía cómo las voces humanas se iban a transformar en divinas mediante esa unión con el Espíritu Santo, porque la fecundidad del Padre, que se había manifestado allá en el cielo, engendrando al Hijo, se manifestaría en la [51] tierra engendrando hijos adoptivos para el Padre Celestial por obra del Espíritu Santo. Como vemos, amadas hijas, Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para poder cumplir la misión que nos encomienda; la objeción más grande que ponemos siempre, es nuestra impotencia; pero… ¡cómo voy a hacer esto si no puedo!... Ya lo sabía Dios que no podríamos, por eso nos dio su Espíritu y nos dio a su Hijo para que El lo realizara todo por nosotros, muriendo en la Cruz. Nos dio a su Divino Hijo por puro amor: “De tal manera amó el Padre al mundo, que le dio a su propio Hijo”. Y en resumidas cuentas, todo lo recibimos. Lo único que Dios quiere es que lo utilicemos, que no despreciemos los dones, su don de dones que es el Espíritu Santo; que no despreciemos a su Hijo, y todavía, para no despreciar al Hijo, nos dio al Espíritu Santo, que está continuamente moviendo nuestras almas a fin de que san fieles a las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo nos enseña la doctrina de Jesús. Por eso Jesús dijo: “Dará lo mío”, es decir: dará mi Evangelio, iluminará mi Evangelio. Todas las enseñanzas de Jesús son las mismas que el Espíritu Santo nos ha dado. El nos hace comprender a Cristo, y quien comprende a Cristo, ha descubierto el conocimiento y amor al Padre; cada conocimiento que tenemos del Hijo, es un paso adelante en nuestro conocimiento del Padre. Además, el Espíritu Santo nos alcanza estas gracias que nos santifican y la gloria que tenemos que darle a Dios, hemos de dársela sobre todo como se la dieron los santos; ellos son los únicos que lo glorifican porque el Espíritu Santo los ha tomado por su cuenta. En el seno de la Santísima Trinidad, el Espíritu de Dios no produce otra 34


Persona, pero fuera de la Trinidad, forma los Santos, realiza la gloria de Dios en los santos. No es el caso, amadas hijas, de descender a los múltiples detalles de que el Espíritu Santo se vale para santificarnos. Esto constituye el estu[52]dio de toda la vida espiritual, el tratado teológico de la gracias, de los Sacramentos, etc. Pero en general, es la obra del Espíritu Santo que se aplica por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, para la gloria del Padre, del Hijo y del mismo Espíritu Divino. Allí está entonces la glorificación a la Trinidad Santísima, íntimamente ligada a la acción del Espíritu Santo. Debemos fijarnos en que sin el Espíritu Santo nada podemos; sin El, sería Jesús un desconocido para nosotros; y si no conocemos al Hijo, tampoco conoceremos a Aquél que lo engendró; si no conocemos al que vemos ¿cómo conoceremos al Padre que no vemos? Me parece, amadas hijas, que esta doctrina es sumamente importante, porque aquí se ve la necesidad que tenemos del Espíritu Santo; no son caprichos de alguno que otro predicador. Ya porque yo quiero al Espíritu Santo, a fuerza he de hacer que todos tengan esa devoción… serían apreciaciones personales. Yo he querido decirles a ustedes la palabra de Jesús, la inspirada, la que está en la Sagrada Escritura. Así pues, debemos ser muy dóciles a las emociones de la gracia, mantener una fidelidad constante en nuestras relaciones con el Espíritu Santo, no contristarlo; al contrario, tenerlo verdaderamente contento, satisfecho de nosotros. El se siente satisfecho cuando nos ve muy adheridos a Jesús, a su Cruz, porque sabe que allí es el horno en donde se va a fraguar nuestra transformación en Cristo. Tenemos para la glorificación a la Trinidad santísima, lo que recibimos de Ella. También podemos glorificarla por lo que nosotros debemos darle, y ¿qué es lo que le debemos dar? Nuestras alabanzas. Por eso siempre decimos: GLORIA PATRI ET FILIO ET SPIRITUI SANCTO… Pero no bastaría nuestra propia alabanza para alcanzar la gloria de Dios. ¿Quién va a poder alabar a Dios sino Dios mismo? Por eso el Espíritu Santo no se contenta con la glorificación en le seno de la Trinidad, sino [53] que vuelve a tomar el lugar en nosotros, y entonces la Iglesia, maestra de todos los fieles, toma como una oración, como una alabanza para la glorificar a Dios, la palabra misma del Espíritu Santo, la inspirada, como es la que tenemos en la Liturgia; especialmente el OFICIO DIVINO. Bien sabéis, amadas hijas, que la más perfecta alabanza a la Trinidad Santísima, la tenemos en el Oficio Divino. No somos nosotros los que alabamos a Dios; no son combinaciones de nuestro ingenio lo que estamos diciéndole, cosas más o menos interesantes; sino que tomamos LA VOZ MISMA DE DIOS, EL ESPIRITU SANTO, que es el que penetra las profundidades, los secretos de Dios; es le que canta con nosotros. Por eso el Oficio Divino es la alabanza perfecta. No importa que esté escrita en latín o en japonés o en chino. Basta que sea la expresión de una alabanza. Si yo trato de alabar a Dios y me dicen: “ROAJ” es una palabra que lo alaban perfectamente, 35


aunque yo no sepa lo que quiere decir, Dios lo sabe; yo lo que quiero es alabarlo. El me agradecerá más esa palabra que otra que yo invente. La oración oficial dista de la oración privada casi digamos infinitamente, todo lo que dista la criatura del Creador. Aunque pudiéramos decir palabras semejantes, siempre son las mejores las que vienen del Espíritu Santo, inspiradas por El. Y si todavía no alcanzamos a entender el sentido de la Escritura, de la grandeza y tesoros que encierra, eso no le quita su valor sublime a dicha alabanza. Claro que nos gozaríamos más, en cuanto a una satisfacción personal, si además de ofrecer un dulce muy sabroso a la persona amada, lo estuviéramos saboreando también nosotros. Mas no deja de saborearse también la satisfacción de ofrecerlo, el amor con que lo ofrecemos, aunque no nos demos cuenta precisamente de la dulzura que estamos ofreciendo. Yo creo que a las almas de buena voluntad, el [54] Espíritu Santo les regala un don en ese sentido de la glorificación que el mismo Espíritu hace a Dios en la oración litúrgica. DEBEN USTEDES INSISTIR MUCHO EN ESTO, PORQUE ES UNA DE LAS FUENTES PRINCIPALES DE SANTIFICACIÓN PARA EL INSTITUTO. Quiera el Espíritu Santo defender este punto y que no se vaya a ocurrir a ninguno de los consultores decir que lo quiten o lo cambien. Esperamos en Dios que pasará bien todo, precisamente porque es la alabanza más grande a la Santísima Trinidad esa oración litúrgica, oficial. Si ustedes tratan de justificar a la Trinidad, es preciso defender el rezo del Oficio. Si nada más tuvieran escuelas podrían quitarles el Oficio como lo han quitado a otras comunidades; pero teniendo como una de las cosas principales la alabanza de Dios en la oración litúrgica, lo tienen que defender a toda costa, como las Religiosas de la Asunción, tan florecientes y observantes, los supieron defender cuando trataron de quitárselos. Gracias a Dios lo conservan. Figúrese si a un benedictino le quieren quitar el Oficio Divino!... Seguramente que no lo aceptará. Ustedes no son benedictinas, son MISIONERAS EUCARÍSTICAS DE LA TRINIDAD, quieren glorificar a la Santísima Trinidad; pues más que un benedictino, diría yo, tiene que estimar muchísimo esa oración litúrgica, la de la Iglesia, la del Sacerdocio mismo, para alabar a Dios. A los sacerdotes se nos recomiendan muchas devociones: que recemos el Rosario, que hagamos meditación, etc., pero se nos prescribe bajo pena de pecado mortal, nada menos, el rezo del Oficio Divino. Ustedes creen que si la Iglesia no se diera cuenta de la necesidad, iba a imponer semejante sanción? Nó, es que sabe el valor de esta plegaria, sabe la necesidad que tenemos de ella, y la Iglesia, siendo la Esposa del Cordero Divino, quiere alabar a Dios Trino y Uno en la forma más perfecta. [55] ¡COMO SACRIFICIO, EL DEL ALTAR, COMO ALABANZA EL OFICIO DIVINO QUE ES INSPIRADO TODO POR EL ESPIRITU SANTO! 36


Confirmamos que el Espíritu Santo es el que ha tomado por su cuenta la glorificación de la Trinidad Santísima, la glorificación de Dios, y después, en la vida oficial de la Iglesia, el Espíritu Santo vuelve a inspirar la Liturgia para que sea su voz la que cante oficialmente las grandezas divinas. Pidámosle, amadas hijas, pidámosle que nos haga comprender estas cosas; que nos dé ese sentido de las cosas santas, porque queremos utilizar hasta el menor momento de nuestra vida en buscar la gloria de Dios, la gloria de cada una de las Divinas Personas, la gloria de esa Trinidad adorable a la que vosotras, por vocación, os habéis consagrado de una manera especial. ASÍ SEA.

María, nuestro modelo. (56) Sábado 18 de sept.- 1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Según lo que dijimos esta mañana, el alma que mejor glorifique a la Trinidad Santísima, será aquélla que posea y sea más poseída por el Espíritu Santo. Entre las criaturas existió una que realizó plenamente este ideal: poseer al Espíritu Santo y ser poseída por el Espíritu Santo. Ese Espíritu de Dios que la escogió, encontró en Ella una perfecta correspondencia. Cuando el Ángel, el día de la Encarnación le aseguró a la Santísima Virgen que todo en Ella sería obra del Espíritu Santo, María pronunció inmediatamente su “fiat”. ¡Era el Espíritu Santo el que tenía que intervenir! ¡Se trataba del Espíritu Santo! Entonces: HÁGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA!… [56] ¡Qué grande acto de amor, de fe, de confianza, por parte de la Santísima Virgen! No temió entregarse completamente al Espíritu de Dios; pero ese Espíritu Divino la había prevenido ya con sus gracias, había ido preparando todo para que aquella Alma se le entregara sin resistencia. Había resuelto que Ella fuera la Madre de Dios, la Madre del Hijo de Dios, y ese querer eficaz del Espíritu Divino, adornó a la Santísima Virgen desde el momento de su Concepción Inmaculada; su Alma purísima fue preparada para la grande obra de la Divina Maternidad. Fue desde entonces, amadas hijas, una historia de amor y fidelidad en la correspondencia. Y ese amor no lo encontramos en ninguna historia de los santos. Entre las puras criaturas, ninguna ha sido tan fiel en su correspondencia al Espíritu Divino, ninguna lo ha poseído tan plenamente y ninguna ha sido también poseída por el Espíritu Santo con una plenitud tan grande. María es la grande glorificadora de la Trinidad Santísima. Por eso amadas hijas, si queremos encontrar un modelo de vuestra santa vocación, el tipo, digamos así, de la perfecta Misionera, tenemos que llegar hasta la Santísima Virgen. Os decía ayer que quién sería aquella Misionera afortunada que realizara completamente el plan de Dios en la Obra. Seguramente que muchas lo realizarán con grande perfección; pero la perfección ideal, la que nosotros quisiéramos ver, solamente la realizó en toda su grandeza la Santísima Virgen.

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Ella es la primera Misionera Eucarística de la Trinidad. Ella es, al mismo tiempo que vuestra Madre, vuestra Hermana mayor; a Ella tenéis que recurrir siempre cuando queráis contemplar la hermosura de vuestra vocación, cuando queráis pensar en lo que será, en lo que debe ser una Misionera perfecta. Entonces, nada más cerrad los ojos del cuerpo a las cosas del mundo, abrid los ojos del alma y contemplad a María, contempladla como Hija amorosísima del Padre y amadísima del Padre, recibien[57]do el caudal riquísimo de una herencia divina de ternura, de poder que utilizaría Ella, antes que para subyugar almas, para subyugar el Corazón dulcísimo de Dios. Esas predilecciones de la Misionera están en María. No es nada ideal, no estoy diciendo cosas que no correspondan a la realidad; es una realidad feliz, allí estamos contemplándola a nuestra Madre, a nuestra Reina María. El principio de su vocación o la realización de ella, podemos decir que fue el día de la Encarnación. Por eso la tenemos ante nuestros ojos con sus manos sobre el pecho, pronunciando el “fiat” y recibiendo como regalo el gran don del Padre y del Hijo, la gracia del Espíritu Santo, la plenitud de la gracia, de la luz, del amor, de la humildad, para recibir estas gracias; la plenitud de la divinidad!... ¡Qué hermosa es la Misionera Eucarística de la Trinidad! ¡Qué hermosa es María Misionera Eucarística de la Trinidad! Y cuando de la mirada amorosa del Padre, la vemos pasar a los brazos de su Hijo, o cuando contemplamos al Hijo en los brazos de la Madre; cuando contemplamos esa escena que no tiene nada de fingido, en la que todo es sinceridad y verdad en el Espíritu Santo; cuando vemos cómo ama el Hijo a su Madre, cómo ama el Verbo Encarnado a su Madre y cómo esa Madre es toda para su Hijo, decimos: ¡Qué hermosa es María Misionera Eucarística de la Trinidad! Cuando de los brazos del Hijo pasa a la contemplación del Espíritu de Dios, cuando se entabla entre el Alma inmaculado de María y el Espíritu Santo esa lucha de amor en que el Espíritu Divino le da todo lo que Ella puede recibir y Ella le devuelve con suma generosidad todo lo que Ella puede dar; cuando vemos a esa Virgen fiel, no poner ninguna resistencia a la acción del Espíritu Santo; cuando contemplamos al Espíritu de Dios venir como un torrente que se desborda desde el [58] cielo y cae en inmensa cascada sobre el alma santísima de María, inundándola con su gracia, llenándola con su luz, haciéndola resaltar en matices de distintos colores, en esos juegos preciosísimos de luz en que las aguas divinas de la gracia hacen brillar el amor del Espíritu Santo para esa criatura excepcional; cuando contemplamos el reverbero del amor de esa Virgencita Inmaculada para Aquél que la distingue con sus dones; cuando la vemos atraer esas miradas más y más por su humildad, como escondiéndose, humillándose, desapareciendo pero sin conseguirlo porque a los ojos del Espíritu Santo aparece más hermosa y su sencillez y humildad la hacen más grata a esos divinos ojos; cuando contemplamos esa lucha santa de amor en la que triunfando el Espíritu Santo, triunfa también el Corazón de nuestra Madre, entonces exclamamos maravillados: ¡Qué hermosa es la Misionera Eucarística de la Trinidad! ¡Qué hermosa es la vocación de María, Misionera!... Y después, cuando vemos a es Virgen Madre interesarse por las almas porque 38


fueron la herencia de su Hijo; cuando vemos aquella actividad de amor que desarrolla en el mundo tocándolo sin ser tocada, atravesándolo como el rayo de luz que atraviesa un pantano sin que se manche; cuando la vemos llevar las almas hasta los brazos de Dios, depositándolas en el seno del Padre, en los brazos del Hijo, en el Corazón del Espíritu Santo; entonces decimos: ¡Qué hermosa es la vocación de la Misionera Eucarística de la Trinidad! ¡Qué hermosa, qué grande es María Misionera!!... ¡Cuánta dicha para nosotros, amadas hijas, cuánta felicidad para nuestras almas, saber que ha habido alguien que realizó el ideal misionero! Y ¡qué felices nos sentimos de haber recibido de Nuestro Señor la inspiración de fundar, de colaborar en esta Obra que los santos han llamado OBRA DE DIOS! ¡Qué confianza cuando sabemos que en la Obra está interesada la primera Misionera, a la que no puede negarse nada, que no tiene dificultad ninguna ni defecto, porque es la Omnipotencia suplican[59]te, la Virgen Madre, Aquélla cuya voluntad es obedecida en el cielo y en la tierra; que es temible con su solo nombre a los demonios! Ella es la piedra fundamental del Instituto, María Madre, María Hija, María Esposa, María Azucena Purísima de la Trinidad. ¿Quién podrá decir, amadas hijas, que no es la Santísima Virgen la que realiza mejor el ideal misionero que vosotras os proponéis? Cuando nosotros contemplamos tantas gracias, tanta hermosura en su Alma, nos preguntamos (como se preguntaron los Ángeles al verla en su gloriosa Asunción a los cielos): “Quae est Ista…? Quién es esta criatura excepcional?... “Soy la Madre de Dios, y toda esta aureola de luz que me circunda, todo este fuego que arde en mi corazón, toda esta pureza de mi Alma, todo este celo que me devora, no es otra cosa que la consecuencia de mi Maternidad Divina; el Padre me quiere mucho porque soy la Madre de su Hijo; el Hijo me ama mucho porque soy su Madre; el Espíritu Santo me ama porque con El cooperé a traer a la tierra la Sabiduría Encarnada, Jesucristo. Soy feliz, soy dichosa por esa elección, base y fundamento de mi glorificación!... “¿No queréis vosotras, amadas hijas, darme vuestra vida, darme vuestro corazón, darme vuestra pureza y sacrificios, vuestro celo para convertirlo en una acción de gracias que juntamente con la mía, desde el altar en que se inmola mi Divino Hijo y con su sacrificio que todo lo puede, se eleve hasta el cielo para agradecer mi Maternidad Divina?” Y muchas voces se levantaron de la tierra y dijeron: ¡Sí, Madre, te consagramos el corazón, te consagramos nuestra vida, nuestra alma, nuestra pureza, nuestro sacrificio; seremos hostia contigo para dar gracias por tu Maternidad Divina! Y entonces, amadas hijas, entonces quedó formada, constituida esta Congregación de almas de todos los puntos del mundo, de todos los lugares de la tierra en donde exista un hijo de María, un alma deseosa de la glorificación de Dios. [60] ¿Pensáis, amadas hijas, que la Santísima Virgen va a dejar que alguien le toque a sus Misioneras, a sus escogidas, a las que eligió para vivir su vida de amor y gratitud? Entrad a vuestra alma en estos momentos, amadas hijas, y ved si en algún rincón de ella queda un átomo de temor; os desafió a que lo hagáis!... 39


Estoy seguro que en estos momentos sentís una plena confianza en vuestra vocación; estoy seguro que ha quedado para siempre grabada la certidumbre no solamente de la grandeza de vuestra vocación, sino de la realización de esta vocación. Sois hijas de María y nadie puede arrebatar a esa Madre su herencia; está empeñado el amor de su Hijo, está empeñado el poder de su Padre, el amor de su Esposo Divino. Entonces el prodigio ha sido realizado, y si es cierto que según la palabra de la Escritura, el enemigo pondrá asechanzas a esa Mujer santísima en su descendencia, que siempre existirá esa enemistad que al decir el Grignion de Montfort es la única que Dios ha suscitado, también es cierto que Ella quebrantará la cabeza de la serpiente, la Virgen Purísima; por Ella misma y por su descendencia, por todas aquellas almas que la han de seguir hasta el fin de los siglos. Allí está, amadas hijas, el motivo de nuestra confianza, allí está el secreto de nuestras predilecciones; pero después de contemplar ese cuadro hermosísimo, después de sentiros vosotras, amadas hijas, con esa misma vocación, llamadas por el mismo Espíritu; después de ver vuestro hábito vestido por la Virgen Santísima, ¡cuánto respeto para vosotras mismas, cuánto deseo de superación, cuánto deseo de santificación! ¡Madre – le podréis decir, dame el secreto de tu grandeza; dame el secreto de tu fidelidad, dame el secreto del amor a tu vocación santísima; dame ese secreto, dime cómo fuiste glorificadora de la Adorable Trinidad! Y la respuesta de María, amadas hijas, es la misma que en otra ocasión y por otros motivos, dio el Apóstol San Pablo: “Gratia Dei sum id quod sum” [61] Por la gracia de Dios soy lo que soy; la gracia de Dios se ha difundido en mi Corazón por el Espíritu Santo que me fue dado; es esa gracia, ese Espíritu Divino el que me ha llevado a conseguir tanta perfección…. Y nosotros le diremos a la Virgen Santísima: Madre mía, ¿podremos tener también tu Espíritu? ¿Querrá venir a nuestras almas ese Espíritu de amor? Lo quiere, lo desea y lo desea eficazmente, ardientemente… El vendrá a vuestras almas, las llenará porque yo así se lo pediré… ¿Creéis, amadas hijas, que yo pudiera tener mejores deseos para vosotras que los que tiene la Santísima Virgen? Y si yo clamo de día y de noche para que el Espíritu de Dios venga a vosotras, ¿qué no hará la Virgen Santísima? Si Dios no me oyera a mí por pecador, por indigno de que mi voz llegue a El, ¿creéis que puede desoír la voz suplicante de María y podréis dudar de que la Santísima Virgen haya pedido para vosotras esa plenitud de amor, de luz del Espíritu Santo, cuando sabe Ella que es la única que puede haceros santas Misioneras, como Ella os quiera, para que vuestra alabanza y acción de gracias sean perfectas y por lo mismo complazcan a la Trinidad adorable? Esta es la verdad. Por eso no debéis desalentaros cuando vengan a vosotras esas asechanzas de que habla la Escritura. Cuando sintáis el peso de la persecución del enemigo de Dios y de vuestras almas, cuando os sintáis atribuladas, angustiadas, no os desalentéis, no os desmoralicéis, es el cumplimiento de la palabra de Dios. Ya os 40


lo había dicho: “Inimicitias ponam inter te et mulierem et semen tuum et semen illius; et ipsa cónteret caput tuum”… La Santísima Virgen levantará el cerco diabólico que Satanás pone a veces en torno de las almas predilectas de María, de las almas más amadas de Dios; Satanás quiere devorarlas, como león rugiente; pero habla la Soberana Señora de los cielos y con más fuerza que la que tuvo el Arcángel allá en el cielo en esa lucha que se trabó entre [62] San Miguel y Satanás, le dice: ¡Quién como Dios!... ¡Retírate, Satanás, levanta el cerco que tienes establecido en estas almas, porque yo las he escogido como mi herencia y ellas me han de dar gloria en la gloria misma que le darán a Dios… En nuestras horas de aflicción, en nuestras horas de dolor y de angustia, recordemos estas cosas y volvamos nuestros ojos hacia el cielo, para suplicarle a nuestra Madre que interceda por nosotros, que mande a sus enemigos que se alejen de nosotros, o que nos dé la fuerza y gracia para poder resistir a sus asaltos. “Nolite timere, pusillus grex”… No temáis, rebañito, fue del agrado del Padre Celestial daros su Espíritu, obsequiar los deseos de la Reina de las Vírgenes, dándoos su Espíritu… Recibamos, amadas hijas, ese Espíritu, tengamos la seguridad de que por El y con su gracia, podremos realizar el ideal tan hermoso de ser en todo glorificadoras de la Trinidad Santísima. ASÍ SEA.

María.- Su glorificación. (63) Sábado 18 de Sept.- 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Cuando a la luz de Dios se contemplan las hermosuras y las grandezas de María, quisiera uno que todo el mundo apreciara ese tesoro de gracia y de amor. Por eso los santos que se distinguieron por amor a la Santísima Virgen, sufrieron grandemente al verla desconocida y olvidada de los hombres. Ese santo devoto de María que nosotros tanto veneramos, cuya doctrina tenemos en tanta estima, Grignion de Montfort, fue justamente uno de los que con luz divina, con luz profética, con luz sobrenatural, contempló las hermosuras de María. De su corazón, más que de su pluma, brotaron aquellas palabras encendidas en el amor a María, en que al mismo tiempo que la da a conocer, invita a los fieles a amarla, a pertenecerle. [63] Páginas en las que se descubre su grande amor a la Santísima Virgen y en las que deja él ver claramente las predilecciones que la Madre de Dios tuvo para él mismo. Grignion de Montfort escribió visiblemente inspirado, todo lo que se relaciona con la gloria de Dios en el amor de Dios, como él decía, de la Sabiduría Eterna y Encarnada, Jesucristo, por medio de María. Pudiéramos nosotros espigar en sus escritos y encontraríamos en cada una de sus páginas la grande estimación del Beato por María; la fuerza irresistible de su palabra para convencernos de que debemos ir a Jesús por María; entregarnos 41


completamente. “Jesucristo – comienza diciendo – vino al mundo por medio de la Santísima Virgen y por Ella debe reinar también en el mundo”… Y luego nos explica algo que muchos devotos de María lamentamos y que se refiere a ese ocultamiento en que vivió nuestra Madre, y al silencio de los Apóstoles respecto a la Santísima Virgen; él lo explica diciendo así: “Dios, accediendo a las súplicas que Ella le hizo, de que la ocultase, empobreciese y humillase, quiso que su Concepción, Nacimiento, vida y misterios, resurrección y asunción, estuviesen sin manifestarse a la casi totalidad de las criaturas. Sus mismos padres no la conocieron y aun los ángeles se preguntaban unos a otros: “Quae est ista”? Y es que el Altísimo se las ocultaba y si les manifestaba algo, era infinitamente más lo que dejaba de manifestarles. El Padre, a pesar de haber comunicado su poder, consintió en que durante su vida no hiciera María ningún milagro al menos estupendo y notorio; el Hijo, no obstante haberle comunicado su Sabiduría, le permitió que casi jamás hablara palabra, y el Espíritu Santo, con ser Ella su Esposa fidelísima, convino en que los Apóstoles y Evangelistas dijeran de Ella muy poco y esto en cuanto fuese necesario para dar a conocer a Jesucristo. María es la [64] excelente obra maestra del Altísimo, cuyo conocimiento se ha reservado El a Sí mismo…” Allí vemos las razones que hubo para el ocultamiento de María: proteger su humildad, favorecer esa humildad; pero como Jesucristo mismo dijo: “el que se humilla será exaltado“, la Santísima Virgen debe ser exaltada y todo el Tratado de la verdadera devoción a María, es como el anuncio de esa exaltación, nos dice cómo será exaltada, quiénes han de exaltarla. Cuando contemplamos la hermosura de María, quisiéramos, según dije al principio, que todas las almas la amaran y que nosotros pudiéramos distinguirnos en ese amor, penetrar de veras al fondo del Corazón de Nuestra Madre; pero dice Grignion de Montfort: “Ella es el santuario y reposo de la Santísima Trinidad donde el Señor mora con más magnificencia y en donde su divinidad resalta más que en ningún otro lugar del universo, incluso los mismos querubines y serafines; y a este santuario jamás será permitido entrar a criatura alguna, por pura que sea, sin especial privilegio de Dios”. “¡Oh qué cosas tan grandes ha realizado el Dios Omnipotente en esa criatura admirable, como Ella misma se ve obligada a confesar, no obstante su profundísima humildad: ‘fecit mihi magna qui potens est’… El mundo ignora todo esto porque es incapaz e indigno de conocerlo… El que quiera comprender a la Madre, ha dicho un santo, debe antes comprender al Hijo, pues ésta es la Madre de Dios… ¡Qué aquí enmudezca toda lengua”…! “Con una alegría particular (dice el Beato), acabo de escribir aquí lo que me ha dictado el corazón, a fin de mostrar que María ha permanecido desconocida hasta el presente y que ésta es una de las principales razones por las que Jesucristo no es todavía conocido como debe serlo. Si pues, es cierto que el conocimiento y reinado de Jesucristo en el mundo debe llegar, no lo es menos que sólo se realizará esto como 42


consecuencia del conocimiento y reinado de la Santísima Virgen, que es la que trajo la primera vez a Jesús y nos [65] lo dará a conocer la segunda”. *** Veíamos esta mañana, amadas hijas, en la forma de glorificación a la Santísima Trinidad cómo siempre interviene en el Espíritu Santo. En el seno de la Trinidad Beatísima, el Espíritu Santo canta la gloria del Padre y del Hijo, y su propia gloria; fuera de la Trinidad, el Espíritu de Dios glorifica al mismo Dios en la Iglesia, inspirando su Liturgia, la oración oficial. Lo glorifica en sus santos; pero de una manera especial el Espíritu Santo que quiso la gloria de la adorable Trinidad en ese mundo de perfecciones que es María. Por eso, siendo la Santísima Virgen la obra maestra del Espíritu Santo, solamente se tiene acceso a Ella con el beneplácito divino de ese Espíritu de amor y por esto Grignion de Montfort, en alguna otra parte de sus escritos, insiste en decirnos que el secreto de María es el secreto del Espíritu Santo, que nunca llegaremos a ser verdaderos amantes y apóstoles de María, si no contamos con la aquiescencia del Espíritu Santo. Y sabéis que para animarnos a conseguir el verdadero amor a María, nos sugiere el Beato la entrega total a Jesús por María; someternos completamente, siguiendo el ejemplo de Jesucristo; y la razón más poderosa que nos da, es que el Verbo Encarnado quiso someterse a María. “Mayor gloria – dice – ha dado Jesucristo a su Padre por la sumisión que tuvo a María durante 30 años, que la que le hubiese granjeado convirtiendo a todo el mundo. ¡Oh, qué gloria tan subida damos a Dios, cuando para agradarle nos sometemos a María a ejemplo de Jesucristo que es nuestro único modelo”!... Razones convincentes nos da el Beato que nosotros recibimos con agrado y queremos practicar en la medida de nuestras fuerzas. “Con Ella, en Ella y de Ella, ha producido el Espíritu Santo su obra maestra que es un Dios hecho Hombre; produce todos los días, hasta el fin del mundo, a los predestinado. [66] “He aquí por qué cuanto más habitualmente encuentra El en un alma a María, su querida e indisoluble Esposa, tanto más activo y poderoso se muestra para producir a Jesucristo en esta alma y a esta alma en Jesucristo. “María manda en los cielos sobre los Ángeles y los bienaventurados; en recompensa de su profunda humildad, Dios le ha dado el poder y oficio de llenar de santos aquellos tronos vacíos de donde cayeron por orgullo los ángeles apóstatas. “Dios Padre quiere crearse hijos por María, hasta la consumación del mundo; Dios Hijo quiere formarse o por mejor decir, encarnarse todos los días por medio de su querida Madre, en todos sus miembros; el Espíritu Santo dice que “un hombre y un hombre ha nacido en Ella, “homo et homo natus est in ea”… y según la explicación de algunos padres, el primer hombre es Jesucristo y el segundo un hombre puro, hijo de Dios y de María por adopción. “Si Jesucristo que es la Cabeza, nació de María, los predestinados, miembros de esa Cabeza, deben, como consecuencia necesaria, nacer de Ella. 43


“El Espíritu Santo quiere formar en Ella y por Ella a sus elegidos. María ha producido con el Espíritu Santo la cosa más grande que ha habido y habrá jamás: un Dios Hombre; con Ella producirá las cosas más grandes que habrá en los últimos tiempos y Ella se reserva la educación y formación de los grandes santos que vendrán al fin del mundo, pues sólo esta Virgen milagrosa, es la que puede realizar, en unión del Espíritu Santo, las cosas singulares y extraordinarias. “Cuando el Espíritu Santo, su Esposo, la ha encontrado en un alma, vuela allí, entra, se comunica a esta alma con abundancia, en cuanto ella da cabida a María; y una de las principales razones por las que el Espíritu Santo no hace a veces maravillas estupendas en las almas, es porque no encuentra allí una unión bastante grande con su fiel e indisoluble Esposa”. *** [67] Sigue el Beato esa argumentación fuerte, sólida, que nos hace ver cómo la Santísima Virgen es esa criatura excepcional de que se ha valido la Santísima Trinidad para obtener su gloria, la gloria en los hombres, en la propia alma, en el propio Corazón de nuestra Madre, que es como un mundo completo para Dios Nuestro Señor. Dice el Beato: “El Espíritu Santo y María formarán esos grandes santos que vendrán hacia el fin de los tiempos”. Según parece, por las opiniones del algunos santos, ese reinado especial de María y del Espíritu Santo, que muchos entrevieron hace tiempo, entre otros el autor que estamos comentando, esa época ha comenzado ya; época de amor al Espíritu Santo y a María, de amor a la Cruz. Podemos creer que e este reinado glorioso del Espíritu Santo, se dará a la Santísima Virgen toda aquella gloria que quiso, si no negársele, sí ocultar en los primeros tiempos de la Iglesia. Se reunirá todo el esfuerzo de los santos, los deseos ardientes de los Apóstoles, sus grandes sacrificios. Ustedes se imaginan lo que sentiría un San Pablo, por ejemplo, conociendo tanto el misterio de Cristo, el misterio de la Cruz, viéndolo realizado en forma tan hermosa y grande, en forma sublime en María, y tener que callar!... Aquel grande Apóstol que, hablando de la virginidad en forma ardiente, hizo, según dice la leyenda, que la Virgen que ahora es Santa Tecla, pasara toda la noche y varios días escuchando sin cansarse al Apóstol que hacía el panegírico de la virginidad!... ¡Qué sacrificio exigió el Espíritu Santo a nuestros padres en la fe, a los Apóstoles, teniendo que callar! Pero nosotros, amadas hijas, vamos a recoger esos sacrificios, esos dolores íntimos, para hacer los fructificar y darle a la Santísima Virgen la gloria que Ella debe tener y tendrá por voluntad expresa de Dios Nuestro Señor. No encontraremos grande dificultad en conseguir esto, porque ya se nos ha abierto el camino, [68] es decir, ya estos grandes santos y santas han puestos el cimiento en su deseo de glorificación a la Santísima Virgen. A nosotros sólo nos toca explotarlo; naturalmente que vamos a unir allí nuestros deseos, nuestra voluntad, nuestro amor. No vamos a ser simples exploradores de 44


cosas que otros quisieron, sino que vamos a unir allí nuestros propios deseos de glorificación a la Santísima Virgen María, y por medio de Ella a la Trinidad Santísima, a Jesucristo, nuestro Divino Redentor. Demos gracias a Dios, amadas hijas, de haber hecho sentir en nuestras almas ese deseo de glorificación de la Virgen Santísima. Demos gracias al Espíritu Santo que ha tomado nuestros corazones y supliquémosle que no se detenga, que siga adelante, a pesar de nuestras miserias y defectos, hasta revelar completamente a nuestras almas ese secreto de María, que es el secreto de Cristo, que es el secreto de la glorificación universal a la Trinidad Santísima. ASÍ SEA:

María.- Esclavitud Mariana. (69) Domingo 19 de sept.-1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Aceptando por vocación formar parte de esa legión de almas que han de amar de una manera especial a la Santísima Virgen, y a las que de modo también especial se ha de manifestar Ella, es preciso poner en práctica estas sugestiones de los hombres de Dios, de los santos, especialmente de aquéllos que más se acercaron al Corazón Inmaculado de María, aquéllos que, iluminados por la luz del Espíritu Santo, comprendieron mejor la manera de agradar a tan buena Madre, dándole esa gloria a Dios, a la Trinidad Santísima. El fondo del Tratado de verdadera Devoción a la Santísima Virgen, está en llevar a los fieles que quieren alcanzar esa devoción y mediante ella la posesión de la Sabiduría Encarnada que es Jesu[69]cristo, a hacer una entrega total, una consagración perfecta y absoluta a Jesús por María, o simplemente a María para que Ella nos lleve, como nos llevará ciertamente, a Jesús. Siempre que hablamos de esta consagración, decimos, y es un deber decirlo y recordarlo, que no se trata de una recitación de una simple fórmula, que se trata de una donación; dice el Beato que debemos vaciarnos de nosotros mismos puesto que de nosotros no tenemos nada sino mal. Tiene unas cuantas líneas, fuertes, atrevidas; el traductor de su obra se permitió poner una nota, diciendo que no se ofenda la delicadeza de los lectores por lo crudo de estas expresiones inspiradas por la realidad de las cosas. Acaso en tiempo del Beato no serían tan mal sonantes como hoy, pues de serlo, hubiera él empleado algunos sinónimos, dejando intacto el pensamiento. Oigamos lo que nos dice: “Lo que somos por naturaleza: más orgullosos que los pavos reales, más pegados a la tierra que los sapos, más viles que los machos cabríos, más envidiosos que las serpientes, más glotones que los cerdos, más coléricos que los tigres, más perezosos que las tortugas, más débiles que los carrizos y más volubles que las veletas”… “Es la verdad, eso somos por naturaleza; nuestra alma, unida al cuerpo, se ha 45


hecho muy carnal, se ha hecho carne; dice el Génesis: ‘Habiendo toda carne corrompido su camino’… etc. En el fondo, todo eso somos y nada más merecemos la ira de Dios y el infierno”. *** En vista de esto, sería de maravillar que el Santo haya dicho que el que quiera seguir a Cristo debe renunciarse a sí mismo? “debemos pues, vaciarnos de todas estas cosas y llenarnos de Jesucristo”. En la Epístola de la Misa de este día, viene algo muy al caso. También San Pablo enumera cuáles son los frutos del pecado, del espíritu malo y los del Espíritu bueno o sea del Espíritu Santo. [70] Grignion de Montfort dice lo mismo: debemos vaciarnos de unos y de llenarnos de otros; pero aquí está la fuerza de su argumentación: “Una vez que nos hemos vaciado del mal y recibimos la gracia, no por esto debemos creernos seguros, porque es muy difícil, dada nuestra debilidad y fragilidad, que conservemos en nosotros la gracia y tesoros que hemos recibido de Dios. Primero porque ese tesoro que vale más que el cielo y la tierra, lo conservamos en vasos frágiles, en un cuerpo corruptible, en un alma débil e inconstante, que por una nonada se turba y apena; segundo, porque los demonios, que son ladrones muy astutos, quieren sorprendernos de improviso para robarnos y despojarnos; espían de día y de noche el momento favorable.” Y más adelante: “¡Oh cuántos cedros del Líbano y estrellas del firmamento se han visto caer miserablemente y perder su elevación y claridad en poco tiempo! ¿De dónde se ha originado este cambio tan extraño? Sin duda no ha sido por falta de gracia, de la cual nadie carece, sino por falta de humildad. Se creyeron más firmes de lo que eran, se creyeron capaces de guardar su tesoro: creyeron que su casa estaba segura y sus cofres bastante fuertes para guardar el precioso tesoro de la gracia. Por ese apoyo que tuvieron en sí mismo, aunque les parecía que se apoyaban en la gracia de Dios, es por lo que el Señor, en justicia, ha permitido que cayeran, abandonándolos a ellos mismos” “El mundo está al presente muy corrompido; se hace como necesario que las almas piadosas queden afeadas sino por su cieno, al menos por su polvo, hasta el punto que es casi un milagro que una persona permanezca firme en este torrente, sin ser arrastrada por su corriente. Sólo la Virgen, que ha permanecido siempre fiel, es la que hace este milagro -conservarlos en la gracia-, en favor de aquéllos que la sirven”. Por lo tanto, después de seguir indicando otras conveniencias, propone finalmente la consagración perfecta a Jesús por María; esa devoción consiste en darse todo entero a la Santísima Virgen para estar [71] totalmente unido a Jesucristo por Ella. Debemos darle primero nuestro cuerpo con todos sus sentidos y miembros, nuestra alma con todas sus potencias, todos los bienes, los que poseemos al presente y los venideros; los bienes interiores y exteriores, méritos, virtudes, buenas obras, pasadas presentes y futuras, en una palabra, todo lo que tenemos en el orden de la naturaleza y de la gracia y todo lo que tenemos y podemos tener en lo venidero sin reservarnos ni un céntimo, ni un cabello, la más pequeña acción, y esto por toda la eternidad, sin esperar una recompensa, más que le honor de pertenecer a Jesucristo 46


por Ella y en ella, aun cuando esta amabilísima Señora no fuese como es, la más liberal y agradecida de las criaturas”. Y luego hace una explicación, necesaria para comprender la entrega: “Aquí debemos insistir en esto: en las obras buenas hay dos cosas, a saber: la satisfacción y el mérito, o en otros términos, el valor satisfactorio o meritorio; el satisfactorio o impetratorio es en cuanto una buena obra satisface la pena que se debe al pecado u obtiene nueva gracia; el valor meritorio es una buena acción en cuanto merece la gracia y la gloria. “De consiguiente, en esa consagración de nosotros mismos a la Santísima Virgen, le damos todo el valor satisfactorio y meritorio, las satisfacciones de todas nuestras buenas obras, nuestros méritos, gracias y virtudes, no para comunicarlas a otras personas, (pues nuestros méritos y gracias son incomunicables; hablando con propiedad, solamente Jesucristo nos ha podido comunicar sus méritos), sino para conservárnoslos, aumentárnoslos y embellecérnoslos. Le damos nuestras satisfacciones para que las comunique a quien le plazca; la satisfacción se comunica, el mérito no. Pero se lo damos para que lo conserve, perfeccione y embellezca. “Síguese de aquí: Primero, que por esta devoción damos a Jesús de la manera más perfecta, por [72] las manos de María, todo lo que se le puede dar y mucho más que por todas las otras devociones; por ella consagramos hasta el derecho de disponer de los bienes interiores y exteriores y hasta de las satisfacciones que ganamos por nuestras buenas obras, cosa que ni en las Órdenes religiosas se hace. “Segundo: una persona que así se ha consagrado, no puede disponer ya del valor de ninguna buena acción, todo pertenece a María. Ella será la que disponga de todo según la voluntad de su Hijo y para su mayor gloria, sin que a pesar de esto, dicha dependencia produzca algún perjuicio a las obligaciones del estado en que se esté o se pueda estar; porque no se hace esta ofrenda según los deberes del estado”… Esta parte a muchas personas no les parece muy bien, como que les inquieta no poder disponer de nada; pero no se puede disponer de lo que uno tiene, para disponer en cambio de todo lo que tiene Dios, de todas las gracias que tiene como Tesorera la Santísima Virgen. ¿Qué será mejor, cuál banco tendrá capital más fuerte, el nuestro o el de la divina Providencia? “Por último, se deduce de lo expuesto, que la consagración se hace a un mismo tiempo a la Santísima y a Jesucristo. A la Santísima Virgen como el medio perfecto que Jesús ha escogido para unirse a nosotros y unirnos con El”. Sigue haciendo el Beato algunas otras explicaciones; pero en lo que acabo de leerles está la sustancia de la consagración. Naturalmente que una entrega concebida en esos términos y llegando a esas conclusiones, es para no ser comprendida ni aceptada por muchas almas, como de hecho no la aceptan. Quieren ponerse la cadenita, traer la medalla, llamarse esclavitas de María… pero cumplir las condiciones no quieren. Si yo por ejemplo pensara mal, diría: me hago esclavo de María pero no puedo disponer de cien Misas cada año, mejor no me comprometo; pero si pienso bien, digo: 47


¡qué bueno que son cien de las que me desprendo, ojalá fueran mil, para ponerlas en manos de quien sabe los frutos que deben producir o en favor de quién los han de producir! [73] Hay que recordar también que nunca un acto de generosidad puede ser causa de que Dios perjudique un alma; ¿acaso la Santísima Virgen se quedaría contenta de que nosotros la enriqueciéramos a Ella con perjuicio de otros? Si ni en el mundo las personas que son un poco rectas lo hacen, menos María. El engaño está en esto: creemos que somos buenos administradores de nuestros bienes espirituales y que los vamos a aplicar de la mejor manera posible. A veces los queremos aplicar según caprichos y veleidades. En cambio la Santísima Virgen los aplica a quien mejor conviene, y la grande sorpresa que vamos a tener en la hora de nuestra muerte los que sabemos cumplir con nuestras esclavitud, es que la Santísima Virgen nos diga: ”Pues mira hijo, tú me confiaste tu patrimonio, lo poco o mucho que pudiste conseguir en tu vida me lo diste, ve ahora lo que hice que produjera, mira cómo te lo multipliqué y todo esto es tuyo, es para ti la gloria que le da a Dios, permanecerá eternamente.” A pesar de que son muy claras las conclusiones, la mayor parte del mundo no las comprende y siguen rezando a los santos y pidiendo por todas sus conveniencias, lo que creen que les conviene, para que llueva y no llueva, para que haga frío o no haga, para aliviarse o enfermarse, etc. Esto no quiere decir que no pida uno; hay que explicarlo claramente, porque el derecho de petición los tenemos, podemos y debemos pedir todo lo que sea. Si la superiora le dice a una religiosa que pida su salud, debe pedirla, no exigirla, pedirla, suplicarle a Nuestro Señor, a la Santísima Virgen, concedan aquello si es de su agrado; pero no precisamente querer como comprar las cosas, “que si se me concede, hago tal o cual cosa”… como diciendo, “si no se me concede, no la hago. Debemos encomendar todas las súplicas que se no hagan, recomendarle a la Santísima Virgen con humildad. Una recomendación de sus esclavos [74] vale más que una exigencia de otra persona que vaya con un montón de cosas, queriendo comprar. Todo ese “dinero”, esas acciones, no valen nada en comparación de la súplica que hace un esclavo, que sin exigir nada, recomienda humildemente. Ese desprendimiento total es el que Grignion de Montfort dice que es difícil; pero solamente así podremos hacer fructificar nuestra vida, ponernos a salvo de las asechanzas de Satanás y conservar perfectamente nuestro tesoro, mientras lo pongamos en manos de María. Claro que todas estas cosas se pueden practicar en muchos grados y esos grados son los que deseamos adquirir hasta el último. Dado el tiempo de que disponemos, no puedo alargarme más en cada uno de los puntos de que estamos tratando; pero indico las fuentes, los veneros de donde hemos tomado el espíritu del Instituto. La idea de consagrar el Instituto a agradecer la Divina Maternidad de María, como en alguna otra ocasión se los he dicho, nos fue sugerida por la petición que la 48


Santísima Virgen le hizo a Monseñor Ollier en una aparición que tuvo; Ella le pidió que hiciera voto de celebrar todos los sábados la Misa en honor de la Santísima Virgen para dar gracias por su Maternidad Divina, por su elección para Madre del Hijo de Dios. Desde luego, esa petición de María me impresionó profundamente y le ofrecí celebrar siempre que pudiera la Misa los sábados por esa intención y no sólo eso sino consagrar este Instituto también con ese fin, sellando con eso el deseo tan grande que desde un principio tuvimos de ponernos siempre al servicio de María, de hacer que reinara en el Instituto; como se ha estado haciendo desde antes de la fundación; uno de los primeros actos del Instituto es consagrarse a María en esa esclavitud. En último término, María está en libertad de utilizar lo que le ofrecemos, es Ella la que dispone en nombre de Nuestro Señor, de todo lo que tenemos y somos. Para poder realizar nuestra entre[75]ga, vivirla, perfeccionarla cada día más, pidamos con constancia e instancia la gracia del Espíritu Santo que según dice G. de Montfort, es la única que nos puede dar a conocer y estimar y nos permitirá realizar el espíritu de la esclavitud y de la verdadera devoción a la Santísima Virgen. ASÍ SEA.

Nuestro Espíritu Sacerdotal Eucarístico.- La Cruz. (76) Domingo 19 de Sept.-1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Después de haber estudiado las grandes líneas de la vocación que habéis abrazado, quiero ahora deciros también algo acerca de cómo podéis desarrollar esa vocación. Por una parte hemos visto la grandeza de vuestra vocación y quizá, examinándonos demasiado a nosotros mismos, nos hemos sentido como desalentados ante un ideal tan alto y la contemplación de defectos que al parecer no pueden conformarse con esa vocación. Vuestra vocación tiene que desarrollarse sobre todo en el altar y en el altar debe ser el sacrificio eucarístico, la Santa Misa, la fuerza más poderosa de ese apostolado. Siempre que se trate de glorificar a Dios, tendremos que volver nuestros ojos al Calvario, siempre que se trate de purificación, tendremos que volver nuestros ojos a la Cruz; siempre que se trate de alcanzar del cielo gracias o de reparar el mal que hemos hecho, tenemos que volver nuestros ojos a la Cruz. La cruz lo domina todo, lo ilumina todo; resuelve todas las dificultades de la humanidad. “In cruce salus”… en la Cruz está la salud. Pero la Cruz es el sacrificio de Cristo, la Cruz de que aquí hablamos es la inmolación voluntaria de Cristo. ¿A dónde habíamos de volver nuestros ojos, amadas hijas, sino a esa Cruz? ¿En dón[76]de estará el lugar de nuestra esperanza si no es en el altar, en el Calvario? Jesús se ofreció por nosotros: “Qui propter nos hómines et propter nostram salutem descendit de coelis”; que por nosotros y por nuestra salvación, descendió de los cielos; por nosotros fue crucificado, en favor nuestro se inmoló. 49


Entonces siempre que la humanidad en general trate de renovarse, como se renueva la sangre de nuestro organismo, tendrá que ir a la Cruz, tendrá que llegar hasta donde está Jesús Crucificado y allí sacar de su Corazón y de su Sacrificio todo lo que le es necesario. El gran secreto para poder alcanzar nuestro ideal, está en no apartarnos de la Cruz de Cristo, en unir a ese sacrificio los nuestros, de cualquier orden que sean. Ya os he explicado detenidamente, en otras ocasiones, todo lo que podemos entender por la cruz, lo que significa esa cruz de Cristo y cómo nosotros participamos de ella en muchos modos; pues cualquiera de esos modos de esas formas, en las que participamos de la Cruz de Cristo, sea la cruz de la impotencia, de la tentación, de la persecución, del dolor físico o moral, cualquier cosa que tengamos, la astilla más insignificante de la cruz, debemos inmediatamente unirla a la cruz de Cristo y esa unión tiene que realizarse precisamente en el altar. Y no queremos que sólo en un lugar en el que nosotros pudiéramos asistir al sacrificio de la Misa, se ofrezca nuestro sacrificio; queremos que se ofrezca en todos los altares de la tierra; todas las hostias que se levanten hacia el cielo en honor a Nuestro Padre Celestial, representan, reproducen el sacrificio de Cristo; pero también llevan nuestro propio sacrificio. Entonces nuestro sacrificio tampoco estará solo; desde luego, todas aquellas almas que voluntariamente se ofrecen en esa hora que es la hora sublime de la transformación de lo humano en lo divino, estarán con nosotros. La piedad, el sacrificio, la vida tal vez heroica por sus virtudes, de aquellos sacerotes que ofreciendo el sacrificio son ellos mismos víctimas, están ofreciendo nuestro propio sacrificio. [77] ¡Cuántas manos santas, se encargarán, amadas hijas, en todas las latitudes de la tierra, de ofrecer al cielo nuestros sacrificios, de lanzar hacia el cielo el grito de angustia de nuestras almas, cuando sintiéndose como abandonadas en este mundo, busquen la protección de lo alto! Ese clamor, el clamor del hombre, que es la representación del dolor humano, se trasmite todos los días hasta el cielo con la Hostia santa por manos de todos los sacerdotes que celebran el Santo Sacrificio de la Misa. Yo supongo, amadas hijas, que por poco que amemos a Dios, que por poco que deseemos su gloria, ya llevamos en nuestros corazones la cruz de Jesucristo; pues esa cruz, por insignificante que sea, si la unimos a la cruz de Cristo, se transforma, se diviniza, se eleva a grados que nosotros no podemos comprender. Se dice que todos los días en el altar, al ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa, Dios Nuestro Señor se derrama en gracias sobre la humanidad; el Padre Celestial detiene castigos que seguramente acabarían con el hombre; obtiene esperas, detiene en una palabra, el brazo de su justicia divina. Es la hora por excelencia de la misericordia y del perdón, es la hora en que Cristo Nuestro Señor se ofrece de nuevo a su Padre y, ofreciéndose con su cuerpo místico que es la Iglesia y particularmente con las almas que así lo desean, vuelve a ser para todo el mundo el Salvador, el renovador divino del orbe. Pero ese sacrificio no solamente aplaca la ira de Dios y alcanza el perdón para el 50


pecador, sino también es la hora en que el Padre Celestial se complace en mostrar la ternura de su Paternidad para con los hombres; envuelve con su mirada aquel sacrificio de su Divino Hijo, contempla en El a todos los hombres y es entonces cuando, por amor al Hijo, el Padre Celestial extiende su mirada de protección, de compasión a todos los mortales. No podréis, amadas hijas, desarrollar intensamente vuestra vocación si no es convencéis plena[78]mente de esta verdad; si por otros medios quisiérais triunfar, no lo podréis conseguir. En cambio, este apostolado de cruz en el altar, es infalible, los pecadores más empedernidos, allí encuentran su salvación, es la Sangre divina que no deja de aplicarse sobre ellos. Y aun cuando es cierto, amadas hijas, que una sola gota de Sangre divina bastaría para transformar al mundo y que una sola vez que se ofreciera el sacrificio por nosotros, podría santificarnos, lo cierto es, también, que a causa de la poca correspondencia de las almas o de los planes especiales que Dios tiene sobre ellas, les exige una cooperación mayor, les exige una purificación mayor para poder concederles todas las gracias y todos los frutos de ese sacrificio. El Apóstol San Pablo nos deja entrever algo de lo que sucede en este caso: “Cumplo en mí, decía, lo que falta a la pasión de Cristo…” El Padre Celestial quiere que nosotros pongamos nuestra gotita de agua en ese sacrificio de Cristo y si nos parece, amadas hijas, que hemos sufrido ya mucho y que todavía no alcanzamos lo que deseamos, el desarrollo de esa vocación, quiere decir que habremos sufrido lo suficiente, que todavía nos falta más; quizá la copa en la que se recogen nuestras lágrimas todavía no está llena. Una lágrima puede, como una gota, hacer que se derrame el vaso. Pues esa gota, esa lágrima, es la que no sabemos todavía cuándo vendrá y a nosotros nos toca con toda humildad, llamar un día y otro día, acumular sacrificio, deseo, buena voluntad en el altar y ofrecerla todos los días a nuestro Padre Celestial. Si no hiciéramos otra cosa que ésa, habríamos cumplido nuestro deber; pero, amadas hijas, solamente Jesús, el Sacerdote Eterno, no tuvo necesidad de ofrecer hostias de holocausto por El, porque no tenía nada de qué purificarse. Nosotros los sacerdotes, los que recibimos en participación el Sacerdocio, cuando ofrecemos la Hostia, la ofrecemos por los pecados de la humani[90]dad y por nuestros propios pecados; necesitamos una purificación y así como pasa al sacerdote, pasa a todas las almas que se quieren incorporar con él en esa hora suprema, con vistas a alcanzar los resultados de ese sacrificio. Tenemos que ofrecer la Hostia que purifica, pero que comienza por purificarnos a nosotros mismos y en esa obra de purificación, nadie puede ponerle límite a Dios Nuestro Señor. Sencillamente, no sabemos hasta dónde quiera Nuestro Señor acrisolar nuestras almas; hacemos muy mal en desalentarnos, en querer ponerle pauta a la conducta divina para nosotros. Grande favor es el que nos permita sufrir algo por su amor que nos admita a la obra de su apostolado, a la salvación de las almas, a la gloria divina; grande favor es el que nos brinde un altar, una Hostia y un sacerdote que ofrezcan 51


todos los días nuestros sacrificios. Entonces no debemos cansarnos ni mostrar impaciencia o hablar como aquéllos que no tienen esperanza; debemos tener una fe inquebrantable, una fe como la de Abraham, aquella fe que tanto alaba el Espíritu Santo en la Escritura cuando habla de los justos: “Justus meus ex fide vivit” el justo vive de la fe. Pero ¿qué importa, amadas hijas, esperar, si la hora del triunfo ha de llegar? Yo sé de sacerdotes que han estado pidiéndole a Nuestro Señor alguna gracia en favor de las almas, que han llevado la petición al sacrificio, al santo altar y que han pedido un día y otro y otro y pasaron meses y años, y parece que el cielo estaba cerrado a sus súplicas; parece que el Padre Celestial no había escuchado la voz de la sangre de su Hijo ni la angustia del sacerdote que en nombre de su Hijo imploraba misericordia para alcanzar gracias a aquellas almas; sin embargo, en una hora siempre esperada con gusto, Dios realizó el prodigio, vio el Señor que ya se había acumulado suficientemente el sacrificio humano con el divino; vio el Señor que ya la voluntad se había doblegado, que ya se le pedía con humildad, que no había como reclamos interiores por aquella [80] tardanza en conceder la gracia, y cuando vio la absoluta conformidad y la decisión de seguir pidiendo, entonces se dio por satisfecho y así como fue larga la espera, así fue feliz la hora en que llegó el remedio de aquella necesidad, y entonces, amadas hijas, se ensanchó el corazón sacerdotal, entonces sintió que sí era verdad la grandeza de su sacerdocio, y se convenció una vez más de que sí era realmente el salvador de las almas con Cristo y como Cristo y resolvió seguir pidiendo con paciencia y constancia en favor de las almas. Vosotras, amadas hijas, ni siquiera sospecháis el mundo de dolor que el sacerdote lleva al altar, el dolor de las almas que le han sido confiadas y el que lleva en su propia alma, que abarca todo el universo. Esa es la riqueza que el sacerdote lleva al altar, es el título por el que pide ser admitido al Sacrificio de Cristo, llevando su sacrificio propio y el de tantas otras almas. Y no vayáis a creer, amada hijas, que por ser de infinito valor la inmolación de Cristo e infinita la dignidad de esa Víctima divina, alcanzamos todos los días el remedio de las necesidades que pedimos. Jesús estaba formando a sus discípulos; era el Verbo de la vida, la palabra eterna, y sin embargo aquéllos que le seguían tardaron mucho en comprenderlo y El no se cansó, y les explicaba una y otra vez las verdades divinas. Y acabó por darles su Espíritu como fruto de su sacrificio. El sacerdote, representante de Cristo, llama todos los días a las puertas de las almas, toca todos los días a las puertas del Corazón de Dios y parece que no se le oye, parece que no se le abre. Sin embargo Dios escucha esa plegaria, tiene en cuenta ese sacrificio y si no concede luego la gracia que se pide, es porque quiere conceder otra mayor, aquélla que llevará como una recompensa, la que quiere dar siempre el Señor a la perseverancia en la oración y en le sacrificio. Sería inaudito, increíble, que el sacerdote no alcanzara la redención en el altar, que no alcanzara la purificación, la santidad. Todo esto lo alcanza; pero tiene que alcanzarlo como Cristo, añadiendo [81] allí su propio sacrificio. Por eso Jesús no dispuso que solamente una vez se ofreciera el sacrificio, que absolutamente hablando un solo sacrificio hubiera sido suficiente para salvar mil mundos; quiso de todos los días 52


y en todas las latitudes de la tierra, se estuviera ofreciendo esa Hostia pura, a fin de que a todas horas se alcanzara la gracia de redención para los hombres. Nosotros podemos desconfiar de nuestros esfuerzos, de muestras virtudes, porque sean insignificantes; pero no podemos y no debemos desconfiar de la grandeza del sacrificio de Cristo. Esa fe es la que debe hacernos esperar por encima de todo y debemos creer siempre que la tardanza en concedernos nuestro Señor las gracias que le pedimos, solamente está encaminada a su gloria, pero que ciertamente hemos de alcanzar lo que humildemente pedimos. La Misionera Eucarística de la Trinidad debe estar formada en esta escuela, en estas ideas; ella, aun cuando reciba la burla y desprecio de los hombres porque la vean sumergida en penas y dolores cuando se dice la salvadora de la humanidad con Cristo, no debe desalentarse, sino perseverar en su oración ¿por qué? Porque como dijo el Ángel que le anunció a la Santísima Virgen la concepción en Santa Isabel que era estéril: “Nada es imposible ante Dios”. El todo lo puede. Debemos pedir como los Apóstoles, como los sacerdotes, ya que vuestras almas son sacerdotales, ya que pertenecéis a una obra que es sacerdotal, que llevará todas las dulzuras pero también todas las amarguras del Sacerdocio. Cuando contemplemos a las almas concebidas en el dolor, nuestro espíritu se regocijará por haber sido dolor llamados a seguir engendrando almas a la gracias; volveremos a sentir en nuestra propia alma los dolores indispensables para alcanzar la redención del hombre, para alcanzar la redención del hombre, para alcanzar la gracia a esas almas. Grabad profundamente estas enseñanzas, amadas hijas; habéis entrevisto muy alto vuestro ideal, os [82] habéis sentido más pequeñas que nunca; pero yo os estoy mostrando el lugar de transformación, el lugar de descanso, donde renace la esperanza, donde se enciende la caridad: ES EL ALTAR. ¿Habéis vivido esta vida, amadas hijas? ¿Habéis llevado hasta el presente al altar vuestro amor y dolor? ¿Habéis unido vuestros sacrificios a la Cruz de Cristo? Si no lo habéis hecho así, amadas hijas, no os quejéis del poco fruto que habéis obtenido de vuestros sufrimientos; pero podéis hacerlo en cualquier momento. Podéis, desde el altar de vuestras almas ofrecer con el Verbo al Padre Celestial vuestro propio sacrificio y entonces sabréis lo que es el consuelo divino del Espíritu Santo, que sin quitar la cruz y el dolor, nos da el gozo que es profundamente espiritual. Y si habéis unido vuestra cruz grande o pequeña, a la de Cristo, particularmente en el altar, entonces estad seguras de que allí se está multiplicando el mérito de vuestros sacrificios. Tened confianza, porque en cualquier momento veréis despechadas vuestras peticiones y entonces, con nuevo entusiasmo, aunque con vuestras almas de nuevo llenas de dolor, volveréis a seguir pidiendo y esto mientras viváis debéis hacerlo, con mérito, porque será con sacrificios y cuando ya hayáis muerto, entonces en el cielo explotaréis, en un apostolado glorioso, todo lo que aquí conseguísteis por vuestra unión con Cristo.

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Es el momento de atesorar; no despreciemos nada, todo llevémoslo al sacrificio de Cristo, para que ofreciendo por el sacerdote y éste ofreciéndolo a su vez por medio de la Santísima Virgen, sea recibido con beneplácito por el Padre Celestial y despachado siempre favorablemente. ASÍ SEA. [83]

Espíritu Sacerdotal.- La Cruz. (84) Domingo 19 de sept.- 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: El pasar vuestra vida en el altar, no es únicamente para ofrecer la Víctima divina, Jesucristo, sino también para ofrecernos con ella. Por eso el trabajo de vuestra vida tiene que ser un trabajo que os lleve a lo que se llama la hostificación: transformaros en hostias que se ofrezcan con la Hostia de ese sacrificio. Debéis, además de asistir al sacrificio, participara en el sacrificio, celebrar también vuestra misa, esa misa que se llama mística; esta obra requiere ente todo una grande purificación. Por eso el sacerdote en el Santo Sacrificio empieza por confesar sus faltas; tiene su Confiteor, para poder llegar después al ofrecimiento de la Hostia y al ofrecimiento de sí mismo. Para que vosotras, para que vuestra hostia sea grata a los ojos de Dios, es necesario, amadas hijas, que comencéis por confesar vuestras culpas, que comencéis en ese grande acto de humildad que os hará abajaros hasta tocar el polvo. Se ha dicho que las horas de Getsemaní fueron como el Confiteor de la Misa en que iba a ser inmolado Jesús sobre el altar del Calvario. Nuestras horas de Getsemaní, que son todas las horas de dolor, sobre todo de dolor moral, de purificación íntima, son horas que nos preparan, que nos purifican para ser ofrecidos y transformados por esa purificación. Por más que trabajemos; nunca podemos decir que sea suficiente o demasiada esa purificación. Siempre tendremos algo qué purificarnos, y como debemos estar revestidos del espíritu sacerdotal, no solamente debemos purificarnos por nuestros pecados, sino también por los pecados de los hombres, haciendo penitencia por ellos. Esa obra de purificación prepara la de trans[84]formación, porque tratándose del sacrificio eucarístico, lo esencial es la transformación y como se llama allí, la transubstanciación de las especies. Si no existieran esa transubstanciación, tendríamos un culto más o menos simbólico; pero no tendríamos realmente el sacrificio y el sacrificio de Cristo. El prodigio mayor en el altar, se realiza en el momento de la consagración de las especies; el momento culminante en la vida de las almas, debe ser también, amadas hijas, el momento de su transformación. Aquí no decimos transubstanciación sino transformación en Cristo, en Jesús Hostia, en Jesús Crucificado. ¿Creéis, amadas hijas, que esa transformación será posible si no nos acercamos a la divina Víctima, sino no nos purificamos? Esa purificación no alcanzaría a realizarse 54


con nuestros propios sacrificios y méritos. Por eso tenemos que recurrir al sacrificio de Cristo, al sacrificio del altar. Solamente ese sacrificio puede realizar la purificación que se necesita para ser transformados, para que puedan también pronunciarse sobre nuestras almas esas palabras misteriosas de la consagración. Es realmente algo muy profundo y muy alto; pero alto y profundo es el sacrificio de Cristo, el sacrificio que se representa y perpetúa en los altares; es alto y profundo porque es algo divino y porque es divino pudo realizar la redención del género humano, permitiéndonos a los hombres sentirnos y ser hijos de Dios y participar de la herencia de los hijos de Dios. No es nada vulgar lo divino, lo que tratamos de realizar. Por eso no debemos detenernos en decir que la obra que tenemos entre manos exige nuestra transformación en Cristo, nuestra hostificación con Cristo, nuestra purificación, que se irá obrando paso a paso en nuestra vida, no precisamente porque siempre estemos en el altar o siempre se realicen sacrificios en el momento del ofrecimiento, sino porque todo lo que suframos a o largo del día, todo lo que el Señor nos quiera mandar, se transformará precisamente en el momento en que lo llevamos al altar; y como siempre hay un altar y siempre es[85]tá ofreciéndose la Víctima divina, por eso siempre debemos y podemos estar ofreciendo nuestros sacrificios para que realicen su obra en nuestras almas, que tiene que ser, repito, de purificación, a fin de que se pueda obrar en nosotros una transformación. No creo, amadas hijas, que sea necesario insistir mucho en esto, ya que en alguna ocasión, precisamente en unos ejercicios, hablamos detenidamente de esto y bastará que lo recordéis o repaséis; pero también debo mencionarlo ahora, porque estoy tocando el punto central para el desarrollo de vuestra santa vocación de Misioneras Eucarísticas de la Trinidad. Como véis, la obra que tenéis que realizar es sacerdotal y pide almas sacerdotales, porque está pidiendo sacrificio, está pidiendo esa unión de sacrificios con el de Cristo Sacerdote Eterno. Entonces debéis poseer las virtudes que se llaman sacerdotales, las cuales se alcanzan en el altar, en el momento en que se realiza la transformación. En ese momento el Espíritu Santo se comunica a las almas, les da sus gracias para que puedan cumplir la misión sacerdotal. Son grandes esas virtudes; pero de la magnitud que sean, todas las recibimos del Espíritu Santo, cerca de la Cruz de Cristo, cuando estamos transformadas en Jesús Crucificado. Os he explicado también cómo al ofrecer ese sacrificio íntimo en vuestras almas, después de ser transformadas, consagradas, necesitáis daros en comunión y ésa es la parte en la que podréis ejercer vuestro apostolado, daros en comunión a las almas, en comunión a la gloria de Dios. Entonces es cuando vuestra vida debe producir aquellos resultados maravillosos que vemos en la vida de Jesús, porque en realidad los sacrificios se han unificado, la transformación se ha realizado, el ideal es común. 55


En el momento en que el alma transformada en Cristo se da a otras almas en comunión, tiene que llevarles la fecundidad divina y alcanzar todos [86] los frutos del sacrificio de Nuestro Señor, ya que siempre se ha unido tan íntimamente en El. Explicadas estas cosas, amadas hijas, no veo que haya ninguna dificultad para creer que podéis realizar vuestra vocación. Claro que será una labor ardua, difícil, en el sentido de que supone mucho vencimiento, lucha constante, ya que la lucha no depende únicamente de nosotros. Los que están en guerra, no pelean cuando quieren pelear sino cuando los provocan; no sólo cuando atacan, sino cuando se defienden. Esa es nuestra vida. A veces tenemos que luchar por propia iniciativa, atacamos a nuestros enemigos; otras veces seremos atacados de ellos. Por eso dice la Escritura que la vida del hombre sobre la tierra es un combate. Estamos siempre luchando. Pero por gracia de Dios, siempre tenemos las armas para poder luchar y siempre tenemos la promesa de Nuestro Señor de vencer si utilizamos los medios que El nos da. Pensad, amadas hijas, si en vuestra vida, hasta el presente, habéis comprendido así vuestra vocación, si habéis procurado la purificación de vuestra alma, si habéis deseado vuestra transformación en Cristo, si habéis cumplido aquella parte de vuestra vocación que os dice ser hostias con la Hostia, ofrecidas con ella, transformadas en ella; hostias que se den en comunión a las almas como se da la Hostia divina. Si no tenemos presentes estas cosas, amadas hijas, es imposible realizar la vocación. ¡Si todavía tendiéndolas presentes se necesita un grande esfuerzo y gracia de Nuestro Señor para realizarlas porque no es cosa vulgar! Jesús realizó la redención del hombre, como sabéis, en medio de grandes dolores, ciertamente llevando su Corazón lleno de amor; pero en la realización de su obra intervino su grande sacrificio y no será de naturaleza distinta la obra que nosotros realicemos ni los medios. Debemos tener presentes estas cosas como estímulo, y así cuando en la vida práctica nos sorprenda la cruz en cualquier forma, que no nos caiga de [87] nuevo. Es cuando hay que decir: esta forma en que actualmente Jesús me comunica su cruz, es la que yo necesitaba para poder transformarme en El. El Espíritu Santo que me ama, que está preparando mi sacrificio de Cristo, me ha dado este modo de sufrimiento, para que yo lo una al de Cristo. Aquí interviene la Sabiduría divina dándole a cada una de las almas precisamente aquello que necesita, los medios que son necesarios para poder transformarse en Cristo y cooperar con Cristo a la gloria de la Trinidad Santísima y a la salvación de las almas. Que no nos desconcierte la cruz, que no nos desconcierte la forma en que Dios Nuestro Señor la mande, porque nosotros no esperábamos que fuera ésa. Poco importa, entonces es justamente cuando debe hacerse el grande acto de fe. Después de que el sacerdote ha subido las gradas del altar, después de su purificación, después de su deseo de participar en el sacrificio, de escuchar la palabra 56


de Dios, hace el gran acto de fe: CREDO!... Creo! Y después de pronunciar esa palabra y de hacer su acto de fe, es cuando se ofrece. También nosotros necesitamos hacer un grande acto de fe para creer en las palabras de Jesús y ofrecernos como El se ofreció. No debéis extrañaros de la cruz en vuestra vida. Sóis almas sacerdotales llamadas a vivir del sacrificio de Cristo; tendréis que compartirlo y precisamente el sentir en alguna forma ese sacrificio, es la garantía de que realmente seréis almas sacerdotales, de que realmente seréis almas llamadas a realizar ese ideal sublime que Dios ha querido darle a las Misioneras Eucarísticas de la Trinidad. Será ese sacrificio, esa cruz de vuestras almas, la que os dé lugar a ser santamente optimistas. No hay cruz sin gloria como no hay gloria como no hay cruz. No hay cruz que no nos traiga la gracia del Espíritu Santo y al mismo Espíritu Santo. [88] Ni se da el Espíritu Santo tampoco sin exigir como pago la cruz de Cristo participada por las almas, porque eso fue lo que lo trajo al mundo, lo que lo hizo darse al mundo y lo que viene exigiendo para poderse dar. Será sacrificio fecundo, grato a los ojos del Padre Celestial, sacrifico que os transforme, que os permita llevar a otras almas el amor de Dios, que os permita llevarlas a su transformación en Cristo. Un alma sacrificada, crucificada, es sembradora también de almas sacrificadas, por todas partes lleva la fecundidad, la cruz de Cristo. Y siempre lleva con ella los consuelos divinos del Espíritu Santo. Para poder acercarnos y colocarnos en ese sitio que nos corresponde, es necesario tener presentes estas cosas, amadas hijas; de lo contrario el desconcierto será muy grande y nos hará volver sobre el camino emprendido. El desconcierto será tan grande, que nos hará alejarnos a grandes pasos de la cruz de Cristo; y sería una lástima que cuando ya teníamos el fruto en las manos para contarlo, fuéramos a retroceder. Claro que siempre estaremos en ese peligro mientras no seamos confirmados en la gracia, y como a nadie puede constarle esa confirmación en la gracia sin una revelación especial de Dios, quiere decir que siempre debemos estar implorando. Por eso Jesús nos dijo: “Conviene orar siempre y nunca desfallecer”… Sigamos las enseñanzas de Jesús, obedezcámoslo y entonces triunfaremos en la vida. ¡Oremos siempre y no desfallezcamos! ASÍ SEA.

Espíritu de nuestra vocación. Humildad. (89) Lunes 20 de sept, de 1943 Muy amadas hijas, en Cristo Nuestro Señor: Como un efecto de esa transformación que debemos sufrir todos los días, transformación en Cristo, como resultado de nuestra vocación, de nuestro ser 57


divinamente transformado, debe elevarse en nosotros el sentimiento de nuestra dignidad, el cual ha de [89] dar a nuestra vida todo un orden de sentimientos nuevos donde deben despuntar la ternura y la generosidad. De allí nacen, como de su fuente, todas aquellas gracias que nos llevan a la represión de nuestras tendencias bajas, a disminuir las concesiones a los goces puramente mundanos y a poner a Dios por encima de todo. El alma así, tiene un concepto más claro del deber y busca no solamente el cumplimiento del deber que acepta, sino también la práctica de los consejos evangélicos; para que se desarrolle nuestra vocación, hemos de ser fieles en el deber y practicar con igual fidelidad los consejos. Como un deber tenemos la práctica de las virtudes propias de la vocación, virtudes que podríamos clasificar en tres clases: virtudes eucarísticas, virtudes sacerdotales y virtudes marianas. En cuanto a las virtudes eucarísticas, debemos sobre todo hacer hincapié en la humildad. ¿Quién puede dudar, amadas hijas, que la Eucaristía nació de la humildad del Verbo Encarnado? Humildad reconociendo la grandeza de su Padre, el derecho que tenía al amor de sus criaturas; humildad reconociéndose Jesús como miembro de esa naturaleza que tantas deudas tenía para con su Padre, reconociéndose representante del hombre. Humildad para establecer esa Sacramento a pesar de los pecados de los hombres y a pesar de las profanaciones, los sacrilegios, toda clase de faltas que habrían de cometerse para con la Sagrada Eucaristía. A Jesús le bastaba saber que era para la gloria de su Padre, que su deber de Salvador del mundo le obligaba a quedarse en la Sagrada Eucaristía. Después, amadas hijas, se rodea Jesús de una atmósfera de humildad y de silencio en su Sacramento de amor. Desde allí está dando continuamente, da a su Padre, da a las almas. Recibe muy poco de éstas, más bien ingratitudes y desprecios. Al resolvernos a vivir la vida eucarística y convertirnos en hostias para ser como una exten[90]sión de la Eucaristía, debemos también hacerlo bajo una base de profunda humildad; darnos sin esperanza de recibir, darnos a pesar de las incomprensiones, de los desprecios. Rodearnos de un ambiente de silencio, de silencio humilde; reconocer desde nuestra inmolación voluntaria los derechos de Dios que están por encima de todas las cosas y sentirnos felices de poder reparar la gloria divina, sentirnos felices de ser hostias. La humildad es la verdad y queremos hacer brillar esa verdad desde nuestra hostia, queremos hacer brillar la gloria de Dios la grandeza divina, los derechos inalienables de Dios. Allí también reconocemos la miseria humana, la confesamos y humildemente tratamos de reparar el mal que ésta ha causado en el mundo. La humildad es indispensable en la vida del espíritu, es indispensable para poder acercarnos hasta el trono de Dios. Solamente siendo humildes atraemos esas miradas divinas, porque 58


entonces nos establecemos en la verdad y Dios ama la verdad y odia la mentira. El estado de hostia establece al alma como en una especie de aniquilamiento; es propiamente un estado de víctima, de abajamiento por el que podemos decir que es la suprema humillación. Pero si no somos humildes, si queremos reclamar derechos, si estamos constantemente interrogando a Dios a causa de su conducta para con nosotros o para con las almas; si estamos queriendo levantarnos, exigiendo los honores por parte de las criaturas para nosotros; si estamos reclamando derechos que solamente le corresponden a Dios, entonces desagradamos al mismo Dios por esa falta de humildad. “Soli Deo honor et gloria”, dice el Espíritu Santo. “Solamente a Dios se le debe honor y gloria”, y cuando nosotros realizamos la vocación eucarística, cuando realmente nos anonadamos hasta convertirnos en hostias, entonces le estamos dando a Nuestro Señor toda gloria, todo honor, mediante lo cual queremos alcanzar para las almas la gracia del perdón, de la misericordia y el remedio de todas sus necesidades. [91] Un alma sacerdotal que no sea humilde, es un contrasentido, es una deformación de la verdad, es una simulación. Tan necesaria es la humildad, que todos los esfuerzos de Satanás van encaminados precisamente a hacernos faltar a ella. A veces con unos motivos, a veces con otros, pero siempre está susurrando a nuestro oído esas palabras que nos quieren levantar, que quieren provocar en nosotros la soberbia. Ya hemos visto cómo la caída de esos cedros del Líbano, de esas estrella del cielo, se debió a su falta de humildad. El mismo perseguidor de las almas, Satanás, cayó por falta de humildad; los ángeles que se conservaron fieles, lo hicieron por su humildad. Entonces, si esta virtud es tan necesaria, debemos ponerla como un fundamento de nuestra vida espiritual; pero de una manera especial como fundamento de nuestra vida religiosa, como base de nuestra vida eucarística, de esa acción sacerdotal, de esa vida de intimidad con Dios. ¿Cómo va el Señor a depositar en nuestras manos tesoros que hemos de emplear en nuestro propio servicio? ¿Cómo va el Señor a confiarnos almas cuando las atraeremos a nosotros mismos? El que es verdaderamente humilde, reconoce esa verdad, que todo honor y toda gloria es sólo para Dios; las almas humildes refieren inmediatamente a Dios cualquier honor que se les rinda. Es como cuando ponen en las manos una brasa encendida, procuramos tirarla inmediatamente no la podemos soportar ni un momento, y si la dejamos produce efectos deplorables. Así debemos ser cuando se nos quieran dar honores; como carbones encendidos en una piel delicada, debemos arrojarlos inmediatamente, y si no lo hacemos, tendremos que sufrir graves consecuencias en los efectos del fuego.

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Las almas que verdaderamente han comprendido cuál es su papel en la vida espiritual, no hacen más que ser intermediarias entre Dios y los hombres; almas que no se atribuyen nada a ellas mis[92]más, que la única obligación que sienten es la del agradecimiento, y el sentimiento que las domina es el de purificarse para ser menos indignas de seguir sirviendo a Nuestro Señor como instrumento para su gloria. Desgraciadamente, amadas hijas, en la vida ordinaria vemos que con mucha facilidad las criaturas le quitan la gloria a Dios; con mucha facilidad nos queremos levantar por los tesoros que Nuestro Señor nos a dado. ¿Acaso El nos daría cualidades para que faltáramos a la Justicia y a la verdad? Pues cuando nos levantamos con los dones de Dios, faltamos a la justicia y cuando simulamos con ellos cosas que no nos corresponden, faltamos también a la verdad, queremos engañar a los demás haciéndolos creer que tenemos cosas que no tenemos. Gravísimo mal que aleja a Dios de las almas, que merma, si no destruye completamente, el resultado de nuestra labor apostólica. “Quid habes quod non accepisti?”¿Qué tienes que no hayas recibido?... y si lo recibiste ¿Por qué te envaneces como si no lo hubieras recibido? ¿Qué tenemos, amadas hijas, que no sea un don de Dios? Entonces ¿por qué no reconocer ese derecho y por qué no reconocer también la obligación de agradecer los dones divinos y devolver a Dios la gloria en una vida de abnegación, en la práctica de la perfecta humildad? Si sabemos que no somos nada por nosotros mismos, ¿por qué sublevarnos cuando se nos dice? Y si sabemos que todo nos viene a Dios, ¿por qué desesperarnos cuando no podemos alcanzar lo que queremos? La desesperaciones una forma de la soberbia; la paciencia es una forma de la humildad. Debemos tener siempre esa confianza en Dios. Muchas veces el Señor nos pone pruebas, nos hace esperar, nos manda humillaciones, precisamente para probarnos, para ver si de veras confiamos en El o confiamos en nosotros mismos, para ver si de veras reconocemos nuestra nada, si somos humildes. Por ese lo permite. Y muchas veces, después de repetidos fracasos, al reconocer sencillamente que nada podemos y que Dios sí lo puede remediar to[93]do, Nuestro Señor nos concede lo que le habíamos pedido y viene por fin el triunfo apetecido. No discutamos con Dios, amadas hijas, los humildes no discuten, solamente los soberbios, los que quieren prevalecer. Y sobre todo ¿cómo ponernos a discutir con quien sabemos que es justo, sabio, bueno y que es Padre? No hay que discutir sino aceptar; se puede pedir, pero humildemente, no ponerle a Dios Nuestro Señor condiciones, no querer obligarlo, porque materialmente a veces eso hacemos, pretendemos obligar a Dios nuestro Señor a que haga lo que nosotros queremos. Eso es querer prevalecer, es contra la humildad. La Santísima Virgen no dijo: “que se haga mi voluntad…” Dijo “fiat voluntas tua… fiat mihi secundum verbum tuum…” que era lo mismo. Y desde entonces Ella siempre tuvo sus complacencias, como Cristo, en hacer la voluntad de Dios. 60


Ese sentimiento de humildad nos debe llevar a desaparecer ante nosotros mismo para transformarnos en Dios, para convertirnos en una manifestación de la voluntad de Dios. “Yo hago lo que agrada a mi Padre”, decía Jesús. ¡Oh amadas hijas! Con razón esta virtud enamora a Dios! Con razón atrae irresistiblemente al Espíritu Santo sobre las almas que la viven; con razón la Santísima Virgen no dudó en publicar a la faz del mundo, Ella que tan pocas palabras pronunció, el elogio de la humildad: “Quia respexit humilitatem ancillae suae” “Ha mirado la humillación de su esclava…” ¿No veis, amadas hijas, que brilla más la gloria de Dios en la realización de sus obras, cuando se vale de nuestra pequeñez y en la medida en que aparece más nuestra pequeñez? Si existieran seres muy grandes y poderosos, de los cuales Dios se valiera para realizar sus fines, parecería como que ellos le prestaban algo a Dios, como que disminuían en algo la gloria de Dios. Esta es la verdad de las cosas, es el miste[94]rio, la explicación de que ordinariamente Nuestro Señor se valga de las criaturas más pequeñas, de los seres más despreciables a los ojos del mundo, para realizar sus grandes obras. Y sobre todo, ya en particular, de esa grande obra que es la santificación de las almas, a la que están subordinadas todas las otras, puesto que fuimos creados para ser santos y todas las misiones que Dios Nuestro Señor nos dé, tienen forzosamente como base la Santificación de nuestra alma. En esa obra grandiosa de la santificación debe brillar ante todo el poder de Dios; es la obra de la gracia, nosotros damos la cooperación sí, pero eso no añade nada a la gracia, es una condición nada más para que Dios pueda realizar sus cosas, es una exigencia, más no le damos nada a Dios Nuestro Señor, solamente cumplimos una condición sin la cual no se daría la gracia. Por eso el Espíritu Santo comenzó por hacer humildísima a María para que reconociendo Ella, como lo reconoció, que no era nada, porque todo lo había recibido de Dios, pudiera realizarse en Ella el prodigio de la Encarnación del Verbo, para que pudiera oír llamarse, sin ninguna presunción, Madre de Dios, para que pudiera oír llamarse Reina de todos los Santos, Virgen Santísima. ¡Oh amadas hijas! para ser santos no necesitamos tener muchas cosas; necesitamos despojarnos de todo, sólo una cosa es necesaria: reconocer nuestra miseria y llamar hacia nosotros la misericordia de Dios, cumplir con esa condición de cooperar a la gracia divina. Sólo una cosa es necesaria, reconocer los derechos de Dios y mantenernos en el lugar que nos corresponde. Así, cuando tratemos de realizar grandes cosas por la gloria de Dios, nos bastará decir: Dios lo quiere, entonces Dios lo hará y yo trabajaré porque El me pide que trabaje; pero el éxito de la empresa está en sus manos, Dios me quiere santo, seguramente que lo seré porque El lo quiere; su gracia lo hará todo, yo pondré de mi parte lo que me pida para probarle mi buena voluntad. Es entonces, amadas hija, cuando la gracia realiza milagros en las almas, cuando se puede contem[95]plar la gloria de Dios manifiesta claramente en las almas, 61


sin que venga el vértigo. Examinad vuestra vida hasta el presente, sobre todo en el tiempo que tenéis en el Instituto y confesaréis que vuestras faltas vuestras caídas, han sido originadas porque no fuísteis bastantes humildes. Y los triunfos los habéis obtenidos en la humildad; cuando le dísteis a Dios el primer lugar triunfásteis; cuando quisisteis aparecer vosotras, fuisteis derrotadas. Ojala que esa experiencia, a veces muy dolorosa, os sirva en el futuro para caminar siempre por los senderos de la humildad, para poder decir: “Todo lo puedo en Aquél que me conforta”… pero de mí no soy nada, para derribarme a mí, no se necesitan grandes fuerzas, la acción más débil del viento me podría echar por la tierra. Sintiéndonos débiles, nos acercamos al Fuerte, al Dios que es fortaleza, que es santidad, al Dios inmortal, para refugiarnos en El, y entonces sí pueden venir tempestades, vendavales, que todo esto lo superamos. Pidamos a Dios Nuestro Señor perdón por nuestra soberbia, por todo lo que quitamos a su gloria, a causa de nuestras faltas de humildad, y supliquemos al Espíritu Santo por intercesión de la Santísima Virgen, la llena de humildad, que alcance a todas las Misioneras Eucarísticas de la Trinidad, hasta el fin del mundo, la gracia de ser verdaderamente humildes. ASÍ SEA.

Sobre la caridad. (96) Lunes 20 de Sept.-1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Entre las virtudes sacerdotales, quiero de una manera especial llamaros la atención sobre la caridad. El sacerdocio real es fruto de la libre elección de Dios, supone un amor gratuito por parte de Dios a quien hace este llamamiento; pero una vez que se ha recibido y se ha aceptado esa [96] elección, esa vocación, obliga a quien la recibe, la práctica de la caridad de una perfecta caridad. Por extensión, toda alma que tiene ese espíritu sacerdotal, debe estar revestida de la caridad más pura. Ya hemos visto cómo el ministerio del sacerdote se realiza sobre todo en el altar, en el ofrecimiento de la Víctima divina, que vino a demostrar su grande amor al Padre Celestial y a los hombres, inmolándose en la cruz. Al sacerdote y a las almas sacerdotales, les corresponde el cuidado de las almas; siendo un ministerio de caridad, no hay en él absolutamente interés ninguno ni debe haberlo fuera claridad. Todo se hace por amor a Dios, el amor mismo a las almas es una redundancia del amor de Dios y el que no tiene caridad, no puede desempeñar ese ministerio sacerdotal, es imposible, porque desde luego todos se sienten con derecho a pedir al sacerdote, todos se sienten con derecho a exigirle que remedie sus necesidades, que les consagre su tiempo, etc. Constantemente las almas estarán pidiendo algo al sacerdote y constantemente el amor de Dios le estará exigiendo que se dé. Para darse siempre con alegría, se necesita verdaderamente un grande espíritu de caridad; sería imposible que vosotras 62


desarrollárais vuestra vocación, esa vocación que estamos contemplando a la luz de Dios, si vuestras almas no estuvieran abrasadas en la perfecta caridad y envueltas en ella. El amor que Dios os tiene y la correspondencia que debéis a ese amor, exige de vosotras una grande caridad. El amor que en nombre de Dios y por Dios le tenéis a las almas, exige de vosotras muy grande caridad. Muchas veces hemos hecho comentarios sobre la caridad; pero nunca podremos alabarla suficientemente, porque aun cuando hiciéramos prodigios, como dice San Pablo, si no tenemos caridad, no somos nada. Tener caridad quiere decir amar, darse inmolarse, y si esa caridad es sacerdotal, entonces sube de punto la exigencia y la necesidad de darse en el [97] ejercicio de la caridad. Cuando vosotras tengáis que realiza actos de vencimiento por amor de Dios, cuando tengáis paciencia en el trato con las almas, estaréis demostrando que tenéis caridad y será esa caridad la que vaya atizando también el fuego del amor de Dios en vuestras almas. Dios ha permitido que en la tierra se encuentren necesidades; ha hecho necesario el uso de la caridad para proporcionarnos la manera también de acrecentar nuestro amor a El. ¡Qué hermosa es la caridad cuando de veras se practica con fines sobrenaturales, cuando se tiene en ella siempre muy presente el amor de Dios! Decíamos esta mañana que en virtud de nuestra transformación, que por aquella dignidad especial a la que hemos sido elevados por nuestra unión con Dios, se exige ya en nosotros ver con más respeto, considerar con más atención nuestra propia vida. Esa dignidad nos está pidiendo sacrificios especiales y no podríamos renunciar a ellos sin tratar de herir nuestra virginidad. A veces el ejercicio de la caridad se nos hace muy duro; pero es que no tenemos en cuenta el amor de Dios tan grande que produce y puede y debe producir en quien la practica, el grande amor de Dios que desarrolla en las almas. Por eso el Señor alababa tanto la caridad, aun la material: el que da una ayuda material recibirá la recompensa de Dios, ¿qué será el que se inmola completamente en el servicio de las almas? ¿Cómo no va a ser apreciado en gran manera por el Señor? ¿Cómo no va a encender más y más la hoguera del amor en esa alma? Por eso, amadas hijas, cuando nosotros, en el ejercicio de nuestro ministerio, de nuestra caridad, tengamos que sufrir mucho, que hacernos violencias interiores o exteriores; cuando a veces nos parezca que ya no podemos más, entonces será sobre todo cuando en forma muy íntima se deje sentir Dios en nuestras almas; entonces se encenderá el fuego de la caridad divina, nos sentiremos profundamente unidos a Dios, formando un solo espíri[98]tu con Dios y se comunicarán a nuestras almas todas la cualidades y atributos de ese Espíritu, se nos comunicarán de una manera especial las gracias divinas y entonces se siente cómo se realiza aquello que dijo Nuestro Señor, que aun en esta vida daría el ciento por uno a aquéllos que por su amor lo dejaran todo, aquellos que se renunciaran. Es cierto que la caridad cuesta; pero el fruto de ese sacrificio es algo 63


verdaderamente sublime; si el alma ya se había transformado por el amor, en Dios, esa transformación se ira acrecentando más y más. En la medida en que la caridad aumente, Dios aumentará también el número de almas que confía a esa caridad. Con las almas crecerá el sacrificio; pero el sacrificio hará que crezca a su vez el amor y cuando esas dos cosas van creciendo paralelamente, es cuando se puede llegar hasta el fin, ascendiendo cada vez más y más, lo mismo en la padecer que en el amar. Ahora, amadas hijas, comenzáis relativamente ese ministerio de caridad que debéis ejercitar sobre todo en el trato con los demás para hacerles sentir lo que es el amor de Dios, para hacerles sentir lo que es la caridad divina; pero seguramente que en el ejercicio de esa caridad vais a tener que haceros una violencia muy grande y cuando no hacéis esa violencia es cuando, o faltáis completamente a la caridad, o la herís, aun levemente. ¿Por qué, amadas hijas, será tan estricto Nuestro Señor cuando se falta a la caridad? Porque es algo que repugna a su naturaleza, porque Dios esa caridad, es amor; porque cuando nosotros nos consagramos a Dios y al servicio de las almas, le ofrecemos hacerlo por amor. Sobre todo el sacerdote, el religioso, las almas consagradas a Dios, en el ejercicio de sus ministerios se proponen hacerlo todo de veras con fines de caridad porque si alguien entrase con otros fines, estaría fuera de su vocación, sería mercenario, no siervo fiel, hijo de Dios que quiere transmitir a las almas lo que recibe de Dios y hacerlo todo por caridad. [99] Por eso Dios Nuestro Señor es exigente en estos puntos, sobre todo cuando se vive la vida de comunidad. Esa caridad que debemos ejercitar con otras almas, hemos de ejercitarla primero con los que forman parte de nuestro cuerpo y de nuestra familia espiritual, que han sido llamados a una misma obra, que reconocen un mismo padre, que van hacia un mismo fin. Ya he insistido otras veces acerca de este punto, cómo el ejercicio de la caridad y el apostolado, debéis comenzarlo sobre todo entre vosotras mismas. Quiero en esta ocasión llamar poderosamente vuestra atención a ese punto, porque desgraciadamente a veces nos olvidamos de la caridad primera, a veces se va resfriando esa caridad; se deja entrar el frío del egoísmo y entonces ya no se vive la vida de Dios, no se tiene el verdadero amor de Dios, sino que se va dejando el alma llevar de sus propios deseos, satisface su amor propio. Es triste ver la caridad llega a resfriarse en las almas; es triste ver que ese termómetro descienda y muchas veces hasta la ofensa grave a Dios Nuestro Señor. ¡Oh cómo debiéramos insistir en formar un solo cuerpo, llevar un mismo corazón, alentados siempre por una misma alma y que el fuego de la caridad fuese el que siempre estuviese encendido en el corazón de ese cuerpo que formáis, especialmente como miembros del Instituto de las Misioneras! 64


Dios, amadas hijas, es el que merece todo nuestro amor; en Dios no hay defecto ninguno. Pero por amor a Dios debemos amar también las obras de sus manos, y obra de sus manos son todas las criaturas. Entonces por amor de Dios debemos entregarnos al servicio de nuestros prójimos. Por amor de Dios debemos ofrecer a favor de ellos nuestras oraciones, nuestros sacrificios. Por amor de Dios debemos tratar de edificar en ellos ese edificio [100] sublime de su perfección; el grande acto de caridad que vamos a hacer con las almas es darles a Dios, asegurarles una eternidad feliz, darles, aun aquí en la tierra, la paz, la tranquilidad de sus conciencias. Yo no sé, amadas hijas, si en cualquier acto de caridad de otra naturaleza, encontrarán las almas un motivo mayor de agradecimiento que cuando le damos la paz y les enseñamos el camino del cielo; cuando logramos que en esas almas se encienda la caridad, el amor de Dios; cuando les damos no solamente la paz, sino al Dios de la paz, al Rey de la paz, al Dios del amor. Es por esto sobre todo, por lo que se alaba a aquéllos que evangelizan la paz: “¡Qué preciosos son los piés de aquéllos que evangelizan la paz y el bien!”... dice la Escritura. Nosotros mismos, que por la gracia de Dios gozamos actualmente de la paz en nuestras almas y nos hemos sentidos envueltos en el amor de Dios, y que con una llama más o menos intensa vemos que arde en nuestras almas ese fuego, tenemos que ofrecerle a Dios Nuestro Señor acciones de gracias muy completas, tenemos que volvernos en primer lugar a Jesucristo Nuestro Señor, a nuestro Divino Redentor, y después a todas aquellas almas que por amor suyo nos hicieron bien en nuestras vida. A la caridad de esas almas le debemos la gracia de tener paz y de poseer a Dios; les deberemos también nuestra salvación, el haber logrado no sólo para nosotros sino para otros muchos, que forzosamente tendrán que rozarse con nosotros, esa gracia insigne de la paz en el amor de Dios. Recordadlo y veréis cómo brota espontánea la gratitud en nuestras almas para aquéllos que nos procuraron la paz, el bien; que si no nos hubieran tenido caridad ¿qué hubiera sido de nosotros? Quizá nos hubiéramos perdido si en aquellos días difíciles en los que fuimos objetos de pruebas por parte de los hombres, cuando Dios permitió que sufriéramos la tentación, no hubiéramos tenido esas almas compasivas, caritativas que, sin interés ninguno, sino solamente por amor de Dios, nos tendieron su mano. [101] Pues, amadas hijas, eso que pasó con nosotros tiene que pasar con otras muchas almas relacionadas con la nuestra. De nuestra caridad depende que esas almas se salven o se condenen. Debemos tenderles la mano pero no solamente en lo material sino por medio de la oración en silencio y ofreciendo sacrificios por cada alma, teniendo paciencia en el trato sobre todo con aquellas personas que no son todavía lo que deberían ser. A esta caridad se le llama sacerdotal y es la que he querido poner como modelo a vuestras almas sacerdotales, porque de veras es propio del sacerdote dar gratuitamente lo que gratuitamente ha recibido O ¿quién de vosotras, amadas hijas, merecía el amor de Dios, la paciencia que 65


Dios les ha tenido? ¿Quién merecía que Dios haya puesto en su camino no solamente el Ángel custodio, sino otros muchos ángeles, todas las almas caritativas que habéis encontrado en el camino de vuestra vida? Misericordia, amor de Dios, caridad de Dios; pero caridad que debe anidar también en vosotras. Hay una regla muy común que dice que debemos tratar a los otros como quisiéramos que nos trataran a nosotros mismos, que debemos tener para los otros la caridad que quisiéramos que ellos tuvieran para con nosotros mismos. Cuando por desgracia tenemos alguna falta, cuando nos damos cuenta de que somos reprensibles, quisiéramos una grande caridad; y si alguien con verdadera paciencia y benevolencia deja caer sobre la herida que tenemos ese bálsamo divino de la caridad, entonces se nos ha conquistado completamente. Es muy difícil que las almas resistan a la caridad. Algunos han puesto como lema a sus empresas: “A LA FE POR LA CARIDAD”... pero no me imagino que se refieren, no deben referirse ciertamente, a una caridad material, tiene que ser la caridad espiritual, el amor con que se hagan aquellas cosas, el desinterés, humanamente hablando, y el interés completamente sobrenatural. [102] Esa es la caridad que mueve, por la que se llegará a la fe y desde luego, quienes han conquistado el mundo a la fe de Jesucristo, lo han hecho en primer lugar por la caridad. Lo conquistó la caridad de Jesucristo, la caridad de un Dios Crucificado, y lo seguirán conquistando todos aquéllos que por caridad se van hasta regiones lejanas en donde encuentran toda clase de peligros y sinsabores, dejando bienes, padres, amigos, para hacer el bien. Es muy exacto ese lema, ir a la fe por la caridad. Pues así como quisiéramos para nuestra alma esa caridad, es necesario tenerla para los demás, y estoy seguro de que como un recompensa a nuestra conducta, Dios nos concederá también encontrar en nuestra vida almas muy caritativas. Generalmente esta regla es siempre cierta. ¡Cuantas veces, en el ejercicio de la caridad sacerdotal, en medio de las fatigas propias de ese ministerio, cuando nos sentimos agobiados y cansados, a veces hasta tentados de desesperación por las pruebas tan duras a que Dios quiere sujetarnos, encontramos la caridad en un alma que nos dice todo el amor de Dios para nosotros! ¡Cuantas veces encontramos la caridad de algunas almas que no dudan en inmolarse a nuestro favor, que se ofrecen por nosotros y que con su grande abnegación, desinterés y celo, nos han alcanzado un grado muy alto el amor de Dios! Si vosotras sois caritativas, Dios os dará almas que tengan más caridad con vosotras, corazones que se interesen verdaderamente por vuestra santificación, almas que tengan más caridad todavía que la vuestra, que alcancen de Dios para vosotras mucha perfección. Entonces la Santísima Virgen os amará de una manera especial y ese Corazón Purísimo, el más caritativo de todos después del de Cristo, estará siempre amparándoos en todo. ¡Qué hermosa es la caridad! Nunca nos arrepentiremos de ser caritativos; pero 66


de faltar a la caridad, siempre nos arrepentiremos, siempre nos dará tristeza, será motivo de remordimiento pensar que faltamos a la caridad. [103] Quiera Dios Nuestro Señor afianzar más entre vosotras los lazos de la caridad, que comprendáis la necesidad imperiosa de esta virtud en vuestra vida y que no se oiga decir nunca que exista entre vosotras alguna disensión, que sóis menos caritativas, ni en el trato mutuo, ni en el trato con los demás, sino que sepáis ser siempre muy caritativas y aplicar en la debida forma esa caridad de Cristo. Terminemos nuestra meditación a los pies de Jesús Crucificado, modelo de toda caridad, y supliquémosle que nos alcance por la intercesión del Corazón Inmaculado de María, la gracia de ser en nuestra vida siempre mucho muy caritativos; la gracia de que nunca nos falten también almas buenas llenas de caridad, que nos ayuden a realizar nuestro ideal: santificarnos y salvar las almas. ASÍ SEA.

Pureza. (104) Lunes 20 de sept.- 1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: La virtud que he escogido para proponerla como modelo a vuestras almas amantes de María es la virtud de la pureza. El Espíritu Santo quiso unir en María todas las perfecciones; todo aquello que podría recibir una criatura, todo aquello que podía tener sin ser Dios, el Espíritu Santo quiso concederlo a la Santísima Virgen. De Ella sobre todo se predica la pureza, porque no tuvo mancha alguna; fue puro su corazón, fueron puras todas sus virtudes, no había mezcla ninguna de imperfección en Ella, era la pureza exigida por el Espíritu Santo para que desde aquella Alma Inmaculada pudiera irradiarse la gloria de Dios y comunicar la gracia de Dios. Una gota de agua transparente es algo hermoso; pero toda transparencia y toda luz vienen a opacar[104]se cuando se ponen enfrente de María, porque Ella es la pureza indeficiente. Vuestras almas han querido acercarse a la Santísima Virgen para recibir de Ella sus virtudes; queréis estudiar en Ella el secreto del amor a Dios, el secreto de hacer bien a las almas, y cada vez que lo habéis acercado a María, os ha deslumbrado su pureza. Pureza en su amor, pureza en su dolor, pureza en su mirada, pureza en sus intenciones, pureza en cada uno de los actos de su vida. ¡Oh qué hermosa es la pureza! Por eso se ha dicho de esta virtud que, más que clasificarla como virtud especial, puede afirmarse que es el cúmulo, el agregado de todas las virtudes, así como el color que la simboliza, el blanco, es el resultado de todos los otros colores. Cuando se mezclen en vuestra alma todas las virtudes, cuando tengáis la perfección en todas ellas, podréis decir que habéis alcanzado la pureza. Es algo muy hermoso que debe conservarse a toda costa. Si no se tiene hay que adquirirla; si se 67


perdió, hay que recuperarla sin que se crea exagerado ningún sacrificio para conseguir esto. La pureza nos habla de Dios, la pureza ejerce ese atractivo divino por el que Dios forma una alianza indisoluble con las almas. Y si no consiguiéramos otra cosa por nuestra pureza, que tal unión con Dios, lo habríamos conseguido todo, porque entonces realizaríamos desde el Corazón de Dios todos nuestros ideales, reinaríamos desde ese divino Corazón. ¿Por qué la Santísima Virgen es la Reina de todos los Santos? Porque por su pureza se unió íntimamente a Dios, supo llevar a Dios en su Alma, fue un templo vivo y amoroso de la Trinidad; desde allí se complació y se ha complacido siempre la Trinidad Santísima en derramar sus gracias para todas las almas. El Espíritu Santo, fuente de toda pureza, al encontrar esa alma, la que mejor lo ha comprendido entre las criaturas, se enamoró de Ella, se unió [105] indisolublemente a Ella y después de comunicarse en toda la plenitud que podía o de que era capaz de recibir la Santísima Virgen, después de que realizó todos esos prodigios en el alma de María que era un cielo, entonces desde allí se derramó sobre la tierra como en una cascada de riquísimos colores, distribuyendo todas la virtudes en el campo de las almas, virtudes las más variadas y hermosas, teniendo todas como fuente aquel cielo, el Corazón Inmaculado de María, desde donde el Espíritu Santo se derramó sobre el mundo; todas esas virtudes coronaron la pureza de María y cuando ese Divino Espíritu encontró almas en el mundo que reproducían aquellas virtudes y que trataban de imitar aunque fuera de lejos la pureza de María, también se enamoro de ellas y quiso concederles gracias extraordinarias de pureza pero quiso que las recibieran a través del Corazón de María; por eso nunca se ha asociado el Espíritu Santo a un alma para hacer prodigios en ella, sino es por medio de su Esposa Inmaculada. La Santísima Virgen es la que forja al Espíritu Santo aquellas almas en las que El ha de poner su nido, en las que ha de formarse Jesús, que han de convertirse en un cielo, desde donde Dios se comunique a otras almas y donde se alcancen los favores de ellas. Esa es la pureza de María, ésa es la pureza que comunica a sus hijos, la pureza que le pido con toda mi alma para las Misioneras Eucarísticas de la Trinidad hasta el fin de los tiempos; porque si han de ser almas trinitarias, almas que glorifiquen a la Trinidad Santísima, deben ser como dijimos en otra ocasión, almas muy unidas a María, y si quieren atraer sobre ellas la gracia del Espíritu Santo que es la única que puede hacerlas glorificadoras de Dios, tienen que atraerla por su pureza que deberá llevar el perfume de María. Toda gracia pasa por María, lleva el perfume propio de María; por eso no reconoce el Espíritu [106] Santo una pureza que no lleve ese sello de garantía, ese distintivo. Nosotros queremos, amadas hijas, que en el Instituto florezca el amor de María, queremos atraerla por todos los modos, queremos especialmente tocar la fibra más delicada de su Corazón, que es la de la gratitud por su Maternidad Divina, la que le alcanzó tanta pureza, para que se incline misericordiosamente ante vosotras y permanezca siempre con vosotras. 68


Cuando la Santísima Virgen ve su alma hermosa como un globo de luz, reinando plenamente en Ella las Tres Divinas Personas, y contempla esa misma alma como la recámara desde donde la Santísima Trinidad se complace en distribuir sus gracias de intimidad, se envuelve María en un sentimiento de profunda gratitud y anonadamiento. Y es entonces, como os decía otra vez, cuando Ella busca almas que le ayuden a dar gracias. Naturalmente que mientras más puras sean esas almas, más se complace la Santísima Virgen en ellas. Por eso yo espero en la misericordia de Dios y la intercesión de la Santísima Virgen, que Ella ha de tomar por su cuenta las almas de las Misioneras Eucarísticas de la Trinidad para formarlas en aquella delicadeza, en aquella perfección y pureza que María quiere de las almas destinadas a unirse a la suya en su himno de acción de gracias por la Maternidad Divina. Si esa gracia fue la que le atrajo tanta pureza y si vuestras almas van a sacrificarse, a inmolarse, a unirse de todo corazón en su acción de gracias, la recompensa que os dé tiene que ser su pureza, su luz, su amor; un reflejo de todas las perfecciones y gracias antecedentes y consiguientes a su Divina Maternidad. ¡Cómo se ensancha el corazón, amadas, cuando se piensan y se meditan estas cosas! ¡Cómo desaparecen todos aquellos fantasmas del mundo que quieren turbar la paz de nuestras almas! ¡Cómo sentimos entonces la seguridad de lo divino! ¡Oh sí, nuestra seguridad está fincada en el poder de Dios, en el poder de la Madre de Dios! [107] ¿No tendré razón en recomendaros como la virtud mariana por excelencia para vuestras almas, la pureza? La pureza en todas sus formas. Creo que se impone esta virtud, creo que debe ser la resultante de toda vuestra vida de amor y sacrificio, la recompensa que podéis recibir a toda vuestra vida de abnegación por Dios y en servicio de las almas; porque ante todo Dios os quiere para El y la gloria que le váis a dar debe ser en primer lugar la gloria que resulte de vuestra propia alma en su perfecta donación al Señor. Las almas que conquisten tendrán que ser fruto de nuestra alma unida a la pureza divina, a la pureza de María. Entonces ni podréis agradecer ni conseguir nada, sino mediante esa grande pureza en vuestras almas. Que el Señor nos conceda por intercesión de la Reina de los cielos y de la tierra, la Virgen María, esa pureza, para que siempre que El quiera reflejarse en nuestras almas, las encuentre dispuestas, que no haya nunca ni siquiera un polvo de imperfección voluntariamente aceptado, que venga a hacer menos transparentes los rayos divinos cuando quieran comunicarse por nuestras almas a otras almas, o cuando quieran venir a descansar a nuestra propia alma para la gloria de Dios. A fin de hacerla más hermosa. Que esos rayos divinos de pureza vengan a destruir hasta las más pequeñas imperfecciones deliberadas y queridas; en una palabra, que esa pureza divina que pasa a nuestras almas por medio de María, por su Corazón purísimo, venga a ser la base de nuestra pureza y así podremos decir: “¡Oh María, yo tengo pureza de tu pureza!”... Y si nuestra pureza participa de la divina pureza; si es la de María, entonces 69


quiere decir que tendremos también la recompensa de esa misma pureza, la cual se traduce en la fecundidad de las almas, en su hermosura, en el poder que han de ejercer sobre el Corazón de Dios primero, y después en sus semejantes. El Espíritu Santo llenó a María de pureza. El [108] Espíritu Santo y María llenará también nuestras almas de pureza. El Espíritu Santo y María nos concederán, por decirlo así, el exceso de la pureza, el día en que formen en nuestras almas a Jesús, Pureza divina que apareció sobre la tierra. ¿Qué sacrificio será demasiado grande cuando se trata de alcanzar estas gracias? Por eso amadas hijas, el Espíritu Santo, digamos así, no se conmueve con nuestras lágrimas cuando nos ve sufrir. O mejor dicho, aun cuando se conmueva, no quiere quitar nuestros dolores, porque lleva otra mira más alta al permitirnos, porque está aquilatando nuestra pureza y esto es lo que El quiere conseguir. Allí esta la explicación de todos los sufrimientos, de todos los sacrificios de las almas, los voluntarios y los que Dios les impone, y que pasan también a ser voluntarios en el momento en que se reciben, porque se aceptan. Este es el secreto de la cruz, el secreto de la pureza. Este es el secreto del dolor, y siempre que la Cruz de Cristo pasa por el mundo, pasará como sembradora de pureza. Pero esa cruz, siendo la gracia más grande que Dios puede conceder a la humanidad, pasa también por el Corazón de María, es llevada por nuestras Madre y depositada en cada una de las almas, según los designios de Dios y las propias necesidades de las almas. Si el Espíritu Santo por fines altísimos permite en nuestra vida el dolor en las mil formas en que puede presentarse, y no nos aparta de él sino al contrario, nos impulsa pues precisamente sus mociones se distinguen de las de Satanás en que el Espíritu Santo nos impulsa siempre a la cruz, por el camino de la humildad, de las humillaciones; si el Espíritu de Dios sigue esta conducta, no puede ser distinta la que siga su Esposa Inmaculada, instrumento dócil para ayudarle a plasmar las almas. Nadie se acercará a la Santísima Virgen sin que sienta el deseo de inmolarse como Ella y como Cristo, a la gloria del Padre Celestial. Por eso María dejará siempre en las almas la [109] Cruz de Cristo y les alcanzará gracias de fortaleza y luz del Espíritu Santo para comprender la grandeza del don que se les hace. Por eso en la visión profética que Grignion de Montfort tuvo acerca de los grandes apóstoles de María en los últimos tiempos, dice que serán probados en el crisol de grandes tribulaciones, que serán grandes amigos de la Cruz de Cristo. ¿Por qué? Porque en ellos tiene que residir la pureza del amor de Dios; porque tienen que ser los mensajeros de la gracia de Dios, los distribuidores de esa gracia divina y tiene que existir entre ellos y Dios una unión estrecha, íntima, tienen que ser medianeros entre el cielo y la tierra, tienen que conocer los secretos de Dios y remediar las necesidades de las almas, ser todos caridad para comprender a Dios e interesarse por las almas. 70


Esa unión y perfección solamente la podrán tener en una completa purificación que es la que se obra por la Cruz en todas sus formas. ¿Quién va a detenerse ante el pensamiento de la cruz, cuando sabe lo que ella le reserva? Todavía más, ¿quién va a detenerse cuando la bondad del Señor le ayuda en cada caso para que esa cruz no sea algo que no pueda llevar? ¿No dijo el Señor: “Mi yugo es suave y mi carga ligera?” Y ¿cuál es el yugo a que El se refería sino la cruz? Entonces no debemos temer, debemos vivir en una santa confianza, en un santo abandono, trabajar todos los días por perfeccionar la pureza de nuestra alma en la práctica de las virtudes y en la aceptación generosa de todo lo que el Señor nos vaya mandando, lo que decimos la Cruz de Cristo participa por nuestras almas. Cuando el amor a la Santísima Virgen reine plenamente en el Instituto, alcanzará éste su mayor perfección porque entonces alcanzará su mayor pureza. Entonces habrá llegado a la perfección en su sacrificio y habrá llegado también a la grandeza de su gloria. Yo no quisiera, amadas hijas, que vosotras de[110]jáseis escapar esa palma; no quisiera que las primeras Misioneras Eucarísticas de la Trinidad fueran a ceder en amor a la Santísima Virgen a las que vengan después. Yo quisiera que, como el tronco, subiera la savia a esas otras ramas y que de vosotras recibieran todos los ejemplos de amor a Dios, a María, a las almas. Seguramente que si lo pedimos con humildad, lo conseguiremos. Cada una de vosotras debe suponer que es responsable ante el Instituto, de la perfección de ese amor y responsable ante otras almas también de ese amor, porque ellas recibirán la herencia que vosotras les dejéis. Con un grande anhelo de la gloria divina y sólo por Dios y para la gloria de Dios, por el amor de Dios, pidámosle al Señor que nos conceda estas gracias tan hermosas, y que se mantenga siempre vivo y ardiente en todos los tiempos, en el Instituto, el amor a la Santísima Virgen para asegurar la presencia del Espíritu Santo en cada alma y asegurar mediante esto, la glorificación perenne y más tarde eterna, de la Santísima Trinidad. ASÍ SEA.

Sobre los votos. (111) Martes 21 de sept. de 1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Después que el alma aceptó el deber, como un medio de desarrollar su altísima vocación, busca ahora los consejos, la práctica de los consejos evangélicos. A la luz del Espíritu Santo contempló la grandeza del desprendimiento, gustó la dulzura del amor de Dios, dulzura producida precisamente por el desprendimiento de las cosas de la tierra, y entonces se resuelve a seguir los consejos evangélicos. “Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, ven y sígueme... y encontrarás el tesoro más precioso”... [111] 71


Entonces el alma hace profesión de pobreza, se liga con un voto en la forma más solemne, solemnidad que viene de su sincera decisión de darse a Dios, que viene en este caso de la grandeza de su amor; por amor a Dios quiere hacerse pobre, va a renunciar a los bienes terrenos, esos bienes que son causa de tanta división entre los hombres, que hacen luchar a veces a los padres contra los hijos, a los hermanos contra los hermanos. Esos bienes que son causa de muchas ofensas a Dios. El alma quiere privarse de todo, va a vivir únicamente al servicio de Dios y confiada a la protección de Dios. Escuchó la palabra divina que le dijo: “Busca el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se te dará por añadidura”. El reino de Dios es el amor de Dios. Entonces el alma busca a Dios, busca la posesión eterna del amor y por esto quiere venderlo todo, quiere hacerse pobre y no se va a limitar a despojarse de las cosas materiales. Caminando más en este camino del desprendimiento, va a renunciar también a todos los afectos de la tierra para poder sentirse con más seguridad poseedora del amor infinito. Va ser pobre de las cosas materiales y pobre también de espíritu; va a pasar por la tierra buscando únicamente a Dios y el amor de Dios. A nadie le va a pedir amor; pero en nombre de Dios va a amar a todas las criaturas para llevarlas a El. No se va a entristecer porque se vea privada de las cosas materiales ni porque se vea privada de los afectos de las criaturas; al contrario, entonces sentirá gozo indecible, aquel gozo que experimentó sensiblemente Francisco de Asís el día en que fue despojado por su padre, hasta de sus vestidos. Pero aquel desprendimiento en lo material era provocado por algo espiritual; Francisco de Asís sentía que al privarlo su padre de su herencia, lo privaba también de su cariño, porque precisamente era la falta de amor la que le hacia proceder de esa forma. Y más feliz que por desprenderse de las cosas [112] materiales, se sintió feliz al desprenderse aun de las cosas espirituales que no estaban relacionadas directamente con Dios; al sentirse pobre de aquellos afectos. Y fue entonces cuando nos dicen sus biógrafos que levantó los ojos al cielo para invocar al Padre Celestial: “Ahora podré decir con más verdad PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS”... Entonces lo llenó el gozo del Espíritu Santo; y siempre que las almas por amor de Dios y buscando la perfección en su amor y por cumplir el beneplácito divino, se hacen pobres, profesan de una manera especial la pobreza, las llena de gracia del Espíritu Santo, las invade el gozo del Espíritu Santo. Cuántas inquietudes se apoderan de las almas, amadas hijas, cuando se sienten apegadas a las cosas de la tierra, cuando temen perder los bienes de fortuna, la estimación de los hombres, como si fuera esto lo único de lo que ellas pudieran vivir. Por el contrario, cuánta serenidad, cuánta paz en las almas que pasan a depender directamente de la Divina Providencia y que no buscan sino el amor de Dios. Pero esta alma que se ha dedicado completamente a buscar a Dios, que quiere poseerlo por completo, se quiere privar de cualquier gozo que no sea en Dios, y renuncia a todas las satisfacciones, aun aquéllas lícitas, por amor de Dios, para querer únicamente lo que Dios les dé y después de hacerse pobre, desprendiéndose de los bienes materiales, ahonda más todavía en su espíritu de pobreza y quiere vivir una vida 72


de pureza, una vida consagrada completamente a Dios. Entonces, para más obligarse a ello, se liga también con un voto y le ofrece a Dios su castidad; y tratará de buscar siempre, a lo largo de su vida, la perfección de esa virtud que la ha de unir con su Dios, no solamente aquí en la tierra sino eternamente. Quiere castigar su cuerpo; pero también quiere castigar su espíritu, doblegar su voluntad, sacrificar su amor propio. Quiere inmolarse completamente, y para esto sigue el consejo evangélico de la obediencia. Oyó la voz del Espíritu Santo [113] que le decía desde las Sagradas Escrituras: “Vir obediens loquetur victoria”... El varón obediente cantará sus victorias. La gran victoria sus enemigos que la hará dueña del amor de un Dios eternamente, la va a conseguir el alma en la perfecta obediencia. Se va a hacer esclava de todos por amor de Dios; va a renunciar a lo que tiene de más querido, que es su voluntad, y en adelante será la sierva de todas las criaturas de Dios. Y cuando llegue la tentación a recordarle su libertad y cuando se subleve en muchos casos se amor propio ante el mal modo a la injusticia que le manden, entonces recordará esta alma que ha hecho profesión de obediencia, que ha querido someterse a las criaturas para alcanzar la perfección en el amor de Dios, y recordará a Jesús obediente a los hombres, por amor al hombre, para servir al hombre, y entonces el alma tratará cada día de perfeccionar más estas virtudes, como en efecto lo hacen todas las almas que verdaderamente han comprendido la grandeza de los consejos evangélicos, que están encaminado al cumplimiento del gran precepto del amor: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. ¿Recordáis que en las primeras pláticas de estos ejercicios os decía que nuestro último fin es amar y servir? Pues esas almas que comprenden lo que es su fin, y que lo comprenden a fondo, no se contentan con amar poco, quisieran amar mucho, hasta el fin, y por eso quisieran servir en la mejor forma posible, hacerse esclavas por amor de Dios; y sellan su esclavitud con un voto, el que más inmola y hace merecer en la vida religiosa, como es el voto de obediencia. Allí tenéis, amadas hijas, un campo muy vasto en que movernos; allí tenéis un campo preciosos en donde desarrollar todas las fuerzas que os dé vuestra generosidad, todo lo que podáis hacer con la gracia de Dios. Allí está el campo en que realizaréis cosas maravillosas para la gloria de Dios y bien de las almas. [114] Pero toda esa labor, la práctica de esos consejos, tiene como base el sacrificio. Por eso cuando Dios Nuestro Señor nos exige más sacrificios, es que quiere un cultivo mejor en el campo que se nos ha señalado, es que quiere bendecir más nuestros trabajos, hacerlos más fecundos. Y esto es lo que a nosotros nos desconcierta; pero en realidad no debemos olvidar, amadas hijas, que somos obreros de la viña del Señor. Venimos a trabajar. A aquéllos que no querían trabajar, les pregunta el Señor: “¿Por qué estáis aquí ociosos?” “Porque nadie nos ha contratado” “Venid a mi viña, venid a trabajar”... Así, cuando las almas no se han entregado completamente a Dios, cuando no han entrado a trabajar en la viña del Señor, llevan una vida relativamente ociosa, por lo menos en el sentido de que no les hace merecer para la vida eterna o que les hace merecer muy poco. 73


Nosotros escuchamos la voz de Dios que nos dijo: “Id a mi campo también vosotros”... Y nos llamó a trabajar; pero según sea nuestro trabajo, generosidad y esfuerzo en cultivar esa viña, así recibimos también una recompensa que no será para nosotros el salario, el simple alimento que nos mantenga en la vida; esto Dios lo da a todos, no solamente a los que le sirven, también a los que no le sirven y no le aman, a sus enemigos, a todos socorre, para todos hace salir el sol, a todos les da el alimento. Nó, no es ése nuestro salario; nosotros estaríamos completamente defraudados si se nos quisiera dar una recompensa material, si se nos ofreciera como recompensa a nuestros trabajos la estimación de los hombres y el amor de las criaturas. Nosotros levantamos los ojos más alto, llevamos nuestra mirada hacia arriba, tenemos aspiraciones más altas; el día en que nos resolvimos a dejar el mundo, en que renunciamos a la posesión de los bienes materiales o al trabajo por adquirirlos, así como al afecto de las criaturas, lo hicimos con dulce esperanza de encontrar en [115] nuestra nueva vida el amor de Dios y el amor a Dios. Por eso para nosotros es un estímulo muy grande el recuerdo de nuestro fin; venimos aquí a sufrir por Dios, a trabajar por Dios, a vernos privados de muchas cosas por amor de Dios, y mientras más efectiva hagamos nuestras entrega y más ocasiones tengamos que experimentar prácticamente aquello que hemos profesado, debemos sentirnos más felices; de manera que el religioso nunca debe gozar tanto como cuando se siente pobre y practica verdaderamente la pobreza y se somete al yugo de la obediencia y se hace el servidor de todos por amor de Dios, se siente privado de todas las cosas por amor de Dios. Esto que proporciona satisfacciones íntimas al que ama y quiere amar a Dios, es motivo de pena muy grande para el que lo ama, y se le hace cosa imposible. Por eso la vida religiosa tiene muchos enemigos, se cree que el religioso, al hacer votos, realiza una especie de suicidio; no se imaginan cómo puede el hombre vivir sin riquezas, sin entregarse a los placeres, sin hacer su voluntad. No se comprenden estas cosas, y por eso tampoco se comprende la grandeza de la vida religiosa. Pero el Espíritu Santo no deja de iluminar a las almas. Ese Espíritu que inspiró a Jesús su Eucaristía, que lo ungió Sacerdote, que le inspiró la redención del género humano, ha inspirado también a las almas en todos los tiempos, el deseo de darse completamente a Dios; les ha inspirado una vida de inmolación y al mismo tiempo que la inspiración, les ha dado las gracias para poderla realizar; nada más que quiere que lo realicen como realizó Cristo su ideal, en la cruz, para la gloria de Dios. Es lo que el Espíritu Santo hace constantemente, llevarnos a la Cruz para la gloria de Dios, y cuando empezamos a resfriarnos, como os decía en otra ocasión, entonces el Espíritu Santo viene de nuevo con gemidos inenarrables a llamar a [116] nuestra alma, a inspirarnos de nuevo el amor a nuestra vocación, a recordarnos lo sublime de vuestras promesas; viene de nuevo a poner frente a nosotros el ideal primero, aquél que nos hizo dejar el mundo, que nos hizo pasar como insensibles, aun cuando con profundo dolor, por encima de las lágrimas que se derraman en torno nuestro. 74


Aquel Espíritu que, como se ha dicho, nos hace ser piadosamente crueles con otros cuando se trata de ejercer la piedad para con Dios, nunca ha faltado en la Iglesia y cuando reina en un alma o en un Instituto, el fervor está completamente asegurado. Este Espíritu será el que cultive las flores más hermosas en esa porción de la viña del Señor. Será el que mueva constantemente y haga fecundos los trabajos de los consagrados a Dios. Por eso al reafirmaros vosotras en vuestros propósitos, en vuestros ideales, en vuestra vocación, debéis, amadas hijas, hacer un acto de justicia, reconociendo que todo este movimiento interior en vuestras almas ha sido la obra del Espíritu Santo, que esta reafirmación en vuestros propósitos, en vuestra vocación, ha sido la obra del Espíritu de Dios. Yo estoy seguro de que a ninguna de vosotras os dará trabajo admitir esto, porque todos sabemos muy bien que no hacemos las cosas cuando queremos hacerlas, sino que es el Espíritu Santo el único que puede movernos. Y precisamente para que nos convenzamos de que es El quien mueve y no nosotros, a veces, en medio de nuestros grandes fervores, de nuestras resoluciones más firmes, se esconde, nos deja como abandonados a nuestras propias fuerzas y sentimos como que todo viene por tierra, palpamos nuestra miseria, sentimos nuestra nada y decimos: ¡qué cierto es que cuando Dios no nos da, no tenemos nada, no podemos nada, no somos nada! ... Después de este acto de justicia, confesando que sólo Dios es grande y poderoso y bueno; después de ese acto de humildad, el Espíritu Santo vuelve a tomar el contacto con el alma, a infundirle la vida [117] sensible de su amor, y será El quien la siga sosteniendo a pesar de todas las dificultades y de todos los enemigos que encuentre en su vida. ¡Felices vosotras, amadas hijas, que estáis consagradas con tanto amor al Espíritu Santo! El es la acción de Dios, es la Trinidad misma, (según leí en alguna parte), obrando en forma de amor en el mundo de las almas. Alentadas por la gracia del Espíritu Santo, tomad en este día la resolución de no de cumplir vuestros deberes, sino de lanzaros en un vuelo tendido en estos campos de la práctica de los consejos evangélicos, que vienen a reducirse en último término, al cumplimiento de vuestro deber como almas consagradas a Dios, de una manera especial como Misioneras Eucarísticas de la Trinidad. ASÍ SEA.

Espíritu de fe. (118) Martes 21 de sept. 1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Sucede con frecuencia que después de haber meditado la doctrina de nuestra unión con Dios, después de haber contemplado toda la hermosura de la virtud, creemos que en la práctica se van como esfumando estas cosas; recordamos nuestras luchas con el mundo, recordamos las múltiples ocasiones en que nos encontramos expuestos a vivir lejos de estas cosas que hemos meditado; observamos por otra parte la acción 75


sistemática de las causas segundas y todas estas consideraciones tienden a sembrar en nosotros una especie de desconfianza, asegurando de antemano que no se sostendrá por mucho tiempo el fruto de nuestro ejercicios. Pero Dios de tal manera ha dispuesto los acontecimientos de la vida, que todos están encaminados al bien de los que le aman. [118] La sabiduría de Dios sabe valerse de esas cosas que a nosotros nos molestan, sabe valerse de todas las causas segundas para llevarnos a El. Nos falta espíritu de fe y esta es la causa principal de todas las fallas que hay en nuestra vida espiritual. Contemplamos a Dios a la luz de la oración, contemplamos a Dios en todas aquellas cosas buenas que en la naturaleza nos hablan de El; contemplamos a Dios en la oración, en las horas serenas del espíritu, cuando nuestra alma no es turbada por la menor tentación ni la agita el menor vendaval; pero cuando comenzamos a desconcertarnos y a sumergirnos en el mar de la incertidumbre, de la duda, es cuando vemos, o más bien dicho, no queremos ver a Dios en otros acontecimientos, que, si bien lo consideramos, nos hablan igualmente de El. No queremos ver a Dios en esa lucha incesante con las causas segundas que por el hecho de atacarnos, nos dan la impresión de que nos han de vencer; no queremos ver a Dios en el dolor, no queremos verlo en la desolación, en el desamparo. Algunos han creído que solamente las horas de fervor sensible son las horas en que Dios se manifiesta a las almas, las horas en que no somos tentados y nadie se levanta contra nosotros; creemos que son las únicas aprovechadas, y no sabemos que el amor de Dios se está manifestando en todas aquellas pruebas de nuestra vida. Cuando Dios permite a sus enemigos que nos tienten, es porque quiere la pureza de nuestro amor, es para aquilatar más nuestra virtud, quién sabe cuál de ellas sea la que más falta nos haga; pero podemos tener la seguridad de que Dios Nuestro Señor nos dará las oportunidades para adquirirla y esa falta de espíritu de fe, afecta todo el organismo de la vida espiritual. Cuando la fe languidece, esa fe que nos debe hacer ver a Dios en todos los acontecimientos de nuestra vida, no precisamente como un juez sino como un Padre amoroso, se debilita la bondad de nuestros actos, comenzamos a fallar a la obediencia por ejemplo, [119] cuando juzgamos a nuestros superiores, cuando no rendimos nuestro juicio. Entonces nos comienza a faltar el espíritu de fe, y faltando este espíritu que ahora quizá tengamos muy vivo, después de haber meditado en la hermosura de la obediencia, en la grande seguridad que nos de hacer la voluntad de Dios, viene a debilitarse en nosotros la virtud. El que se resuelve a obedecer a cualquier superior que se le ponga, aun cuando fuera una persona que aparentemente no tuviese todas las cualidades para gobernar, es porque cree que Dios le da su gracia, porque lo representa, y está dispuesto a obedecer a un niño, como decía Santa Teresa, si se le pone en nombre de Dios. Pero estas cosas que no hay dificultad en admitir cuando la fe está viva, no se practican si esa fe se va debilitando; surgen las objeciones, no se rinde totalmente el obsequio de la fe. Cuando comenzamos a faltar a la caridad, también se debilitó la fe que nos hacía ver en nuestros hermanos a aquellas almas tan amadas de Dios, que 76


nos hacía considerar en ellos al mismo Dios, ya que según El ha dicho, todos los servicios, todos los actos de caridad que se realicen con los hombres por amor de Dios, los recibe el mismo Dios como si fueran hechos a El. Y así podríamos, amadas hijas, ir examinando una por una todas las virtudes y encontraríamos que ese decaer tiene como principio la falta de espíritu de fe; nos falta la fe viva y es por eso también por lo que en la práctica se tienen las derrotas en la vida espiritual. ¡Qué necesario es que estemos constantemente diciéndole a Dios Nuestro Señor: Adauge nobis fidem... Señor auméntanos la fe! ...Y para que esa fe no decaiga, es indispensable mantenernos siempre en la presencia de Dios. Con razón el Espíritu Santo dice: “Camina delante de Dios y serás perfecto”. Los santos son los que caminan siempre delante de Dios; que lo ven todo a través de prisma sobrenatural; que por un don del Espíritu Santo, han aprendido a ver a Dios [120] a través de las causas segundas. También debemos considerar, para consuelo nuestro, que si muchas veces hay ciertas reglas fijas que van produciendo necesariamente sus efectos, independientemente de nuestra voluntad, lo cierto es que cuando se trata del bien y cuando se trata de la gloria de Dios, siempre tenemos el recurso de la causa primera, o sea Dios, que no está ligada con nadie; nada ni nadie nos puede impedir que nos dirijamos a Dios; hasta el infiel que tiene acaso una noción muy ligera de la divinidad, si invoca a Dios, si se vuelve a Dios, recibirá un rayo de luz, le alcanzará una gracia que lo justificará delante del Señor. No estamos abandonados a las causas segundas, debemos tenerlas en cuenta para aprovecharlas en orden a nuestra satisfacción, que es el motivo por el que Dios Nuestro Señor las deja intervenir en nuestra vida; pero por encima de todo, debemos vivir con la vista fija en Dios, la causa primera. Caminando es ese espíritu sobrenatural, la vida se simplifica mucho porque entonces ya no nos detenemos tanto en nosotros mismo, en la criatura, en examinar defectos; sino sobre todo nos afocamos a Dios, tratamos de descubrir en todas las cosas a Dios y a las criaturas las vemos a través de Dios, contemplando lo que hay de bueno en ellas. Esto no quiere decir que tengamos que justificar el mal. No, el mal nunca podemos justificarlo; pero debemos tener presente que ese mal está siempre limitado por la causa primera, que ese mal no podrá subsistir si nosotros no queremos que subsista; en una palabra, debemos, para realizar nuestro ideal de perfección, como decía el Apóstol San Pablo, poner nuestra mansión en lo alto, “quae sursum sunt quaérite... quae sursum sunt sapité, non quae super terram” - buscad las cosas de arriba, no las de la tierra. Pero ¿cómo hacer para mantenernos en esas regiones a las que nos invita el Apóstol San Pablo y tener al mismo tiempo que habitar en la tierra, porque hemos recibido la misión de santificarnos en el [121] mundo y de trabajar en la salvación de las almas? ¿Cómo será posible que mantengamos siempre esa conversación con el cielo? “Conversatio nostra in coelis est...” 77


Esto, amadas hijas, tiene que ser el fruto de nuestra unión con Dios, y por eso la santidad la resume siempre en esto: UNIÓN CON DIOS y desprendimiento de todas aquellas cosas que no son Dios; no porque se nos prohíba el trato con las criaturas, hay necesidad de tratarlas, alguien tiene que tratarlas, sobre todo cuando es para hacerles el bien; pero quiere Dios Nuestro Señor que de tal manera las tratemos, que lo pongamos a El por encima de todas las criaturas. No es posible, amadas hijas, mantenerse siempre en esa unión con Dios que nos hace inmunes a la acción de las criaturas, aquella acción que pudiera perjudicarnos; no es imposible, al contrario, es precisamente la buena nueva que Jesús trajo a la tierra, es la gracia que nos alcanzó con su inmenso sacrificio. El vino a unir lo humano a lo divino, a darles a las criaturas el poder de ser hijos de Dios por la gracia, por la participación en la naturaleza divina. El vino a darnos todas las posibilidades para vencer a nuestros enemigos. Así pues, amadas hijas, debéis seguir vuestra vida de trabajo, sin extrañaros de que podáis ser tentadas, sin extrañaros de que sintáis a veces en vuestra alma aquella especie de tristeza que se siente cuando Dios se esconde; sin que nos extrañaros de que tengáis que luchar contra vuestro carácter, etc. La gracia no destruye la naturaleza, tenemos que seguir trabajando con paciencia, ir venciendo uno a uno nuestros enemigos con la gracia de Dios. Y precisamente los ejercicios espirituales están ordenados a esto, a darnos una convicción profunda de que toda nuestra salvación está en manos de Dios; pero que en la práctica debemos trabajar, según decía San Ignacio, como si todo dependiera de nosotros. Hay que poner ese esfuerzo [122] y quien habitualmente comete faltas, es que habitualmente omite ese esfuerzo. Ya os explicaba en otra meditación cómo dicho esfuerzo no le añade nada al poder de Dios, es una condición que El pone para concedernos sus gracias. La falta de esfuerzo lleva las almas a la tibieza, sobre todo si es muy frecuente. Pero el que lucha siempre con humildad y confianza, no puede ser vencido, Dios le dará el triunfo final, definitivo, sobre todos sus enemigos. Sepamos ser humildes, amadas hijas; la humildad nos invita siempre a volver nuestros ojos del lado del cielo, a esperar pacientemente la hora en que Dios nos comunique aquellas gracias que nos parecen indispensables para perfeccionar nuestra vida espiritual. No nos desalentemos en nuestros pequeños o grandes fracasos; sino que siempre vayamos adelante, no estamos todavía en la gloria, sólo allí no habrá luchas ni tentaciones. Aquí las encontraremos a cada paso; pero bien sabéis que la tentación no es un mal, solamente le pedimos a Dios que nos libre de caer en ella Las enseñanzas que han recibido en estos días, amadas hijas, debéis guardarlas en vuestros corazón, porque estoy seguro de que serán un aliciente muy grande en las horas difíciles, en las horas de lucha. Y la última recomendación que os hago para que se mantenga siempre en vosotras el fruto de estos ejercicios, es que nunca os apartéis de Dios. Sintiéndolo o no sintiéndolo, estad con Dios; ya os he dicho que no es lo sensible lo que nos une a Dios, hay estados altísimos de contemplación, de unión con 78


Dios, en los que el alma está en una aridez completa, de manera que se juzgaría por lo que siente, o más bien por lo que no siente, muy lejos de Dios, quizá hasta réproba. Y sin embargo Dios está muy unido a esa alma. Me diréis que cómo puede ser si la unión con Dios siempre produce consuelo; si la felicidad de la bienaventuranza está precisamente en la unión con Dios y siempre que en la tierra nos unimos a Dios, tenemos un preludio, algo anticipado de lo [123] que ha de ser el cielo, ¿cómo explica entonces esa aridez en almas que realmente están unidas con Dios? ¿Sabéis cuál es la explicación, amadas hijas? No es distinta de aquélla que nos dice por qué Jesús, gozando de la visión beatífica como gozaba, permitió que en su alma se cebara el dolor en todas sus formas y se sintiera también como abandonado completamente, desamparado de su Padre Celestial. Lo explica el decreto divino que quiso que la redención se obrara en el dolor, y como nuestras almas se van unificando en el modo de sentir con Cristo y quien se transforma en Cristo forma un solo espíritu con El, va corriendo su misma suerte, si queréis será necesario un prodigio, un milagro, pero Dios suspenderá los efectos sensibles de su amor para hacer que se aquilate más ese amor y el alma se configure más a Cristo tentado, a Cristo atribulado, a Cristo desamparado, a Cristo Crucificado. Si a las almas que van por esos caminos se les propusiera cambiarlos, no los cambiarían. Si Jesús les dijera: Hija mía, puesto que sufres mucho en este estado en que te encuentras y te resistes a ir por él, yo lo cambiaré; pero sabe que en este momento mismo en que cambie tu camino, va a comenzar a borrarse en ti mi imagen, no me vas a reproducir.... Naturalmente, amadas hijas, las almas amantes de Dios no admiten este cambio y por eso lo que hacen es decirle al Señor: Sigue tu camino... fiat! hágase tu voluntad llévame por los senderos que Tú sabes, lo único que te pido es tu gracia y misericordia. Sí, amadas hijas, seamos prudentes, no queramos cambiarle sus caminos a Dios Nuestro Señor, El sabe muy bien lo que nos conviene, el camino más corto para nuestra santificación. Si tenemos horas de Getsemaní, también permitirá el Señor, quizá aun antes de nuestra muerte, algunas horas de Tabor; si tenemos nuestro Calva[124]rio, tendremos nuestra glorificación. Ya sabéis, venimos a trabajar para asegurar nuestra eternidad. Por eso aquel gran colaborador de San Ignacio, en la Compañía de Jesús, decía siempre que se le proponía una cosa: “Quid hoc ad aeternitatem”... ¿de qué me servirá esto para la eternidad?... Cuando nos sintamos presa del sufrimientos, del dolor en cualquier forma, si nos preguntan “quid hoc ad aeternitatem”?... ¡Oh! es el oro más precioso para la eternidad, porque se va a convertir en gloria, esto será para mi la ocasión más preciosa de configurarme con Jesús Crucificado, humillado, despreciado, abandonado... esto es para mí un verdadero tesoro. Pero al mismo tiempo, amadas hijas, cuando el Espíritu Santo nos conceda sus gracias espirituales, recibámoslas con sencillez, porque también seguramente nos son necesarias, cuando El así lo cree conveniente concedérnoslas. Más no cometamos el 79


error de desalentarnos cuando pasemos de un estado a otro. Mantengámonos firmes, sabiendo que el que nos lleva es el mismo Espíritu y condujo a Jesús al Tabor para ser glorificado y al desierto para ser tentado. En los dos casos Jesús glorificó a su Padre Celestial. Entonces, amadas hijas, sin admirarnos de las luchas que tengamos que sostener en la vida, sigamos adelante con el optimismo, seguros de que no por nosotros, sino por los méritos de Jesucristo Nuestro Señor, triunfaremos en la vida espiritual y un día quizá no muy lejano para muchos de nosotros, se acabarán todos esos combates y nos presentaremos delante del justo juez, como decía el Apóstol San Pablo, a recibir la corona de gloria que El nos quiere conceder. Ojalá que esa corona sea grande, preciosa, porque podamos decir cuando estemos ya en el ocaso de la vida aquellas palabras que San Pablo ya anciano, dirigiera a uno de sus discípulos más amados: “He peleado el buen combate, he recorrido mi camino, he conservado la fe!”... ¡Qué preciosos! “He conservado la fe”... Hasta el último momento San Pablo [125] tuvo fe en Aquél en quién la había depositado desde el primer momento de su conversión. Así, en sus últimas horas, podía él decir con mayor razón y verdad; “Scío cui crédidi”... sé a quien le he confiado todo lo que tengo, sé en quien he depositado mi fe y no he sido defraudado. Ojalá que esas palabras que brotaron del corazón de San Pablo para alentar a aquél que iba a continuar su obra en el apostolado, sean también para nosotros un estímulo. Combatamos el buen combate, conservemos la fe hasta el último momento y después, amadas hijas, así lo esperamos de la misericordia de Dios, podremos recibir la palma en el cielo, entraremos a la morada definitiva en donde ya no habrá dolor ni lágrimas, ni tentaciones, ni pecado, en donde todo será gozo y paz en el Espíritu Santo. ASÍ SEA.

Salida de ejercicios. Gratitud. (126) Miércoles 22 de sept.- 1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Al terminar vuestros santos ejercicios, os invito de manera especial a realizar aquellos deseos de San Pablo, que invitaba a sus fieles, a sus hijos y en ellos a todos nosotros, a la perfecta alegría cuando nos sentimos cerca de Dios: “Gaudate in Domino semper, íterum dico, gaudete” ... Alegrados... de nuevo os digo, alegrados en el Señor!... En realidad no hay ningún motivo poderoso para apartarnos de esa alegría, de ese gozo espiritual que debe llenar nuestras almas al sentirnos hijos de Dios, amados por Dios. En los ejercicios descubrimos una vez más el amor de Dios para nuestras almas y también el amor de nuestras almas para Dios. Indudablemente que la luz del Espíritu Santo [126] nos descubrió y nos hizo sentir muchas miserias en nuestra alma. Pero ese sentimiento no era para 80


entristecernos, esa luz y ese conocimiento era para provocar en nosotros el recurso a Dios, para pedirle a El que destruyera todo lo que en nosotros quedaba de imperfección y miseria, para alegrarnos con el pensamiento de que éramos poseedores de un Dios cuyo poder se extendía a todas las cosas y que podía también purificarnos completamente para permanecer en su amor. Nuestra voluntad quiere permanecer siempre en el amor de Dios, así lo queremos, es la voluntad que nos domina. Por eso vosotras en estos ejercicios, habéis reafirmado vuestra vocación que es al amor de Dios y de las almas. Habéis sentido ese deseo ardiente de llegar a la perfección en el amor, y cuando han querido atravesar por el cielo de vuestra alma algunas nubes de desconfianza, inmediatamente habéis recurrido a la fuente de vuestros consuelos que es la cruz de Cristo. Allí habéis sentido toda la fuerza del sacrificio redentor de Jesucristo, sacrificio consolador, santificador; habéis resuelto poner vuestra morada a los pies de la cruz, cerca, muy cerca de Jesús Crucificado, para recurrir a El en todas las circunstancias de vuestra vida en que la tentación del desaliento, de la desconfianza, quisiera apoderarse de vosotras. Estáis siendo educadas para la guerra, no para la paz: “No he venido a traer la paz, sino la guerra”, decía el Señor. Guerra contra el mundo, contra las pasiones, contra esos miles y miles de enemigos que rodean nuestra alma, tratando de perderla. Y porque estáis destinadas a la lucha, por eso el Espíritu Santo no deja de ejercitaros en ella; por eso tenéis luchas contra vuestras pasiones, por eso permite a los enemigos que se acerquen para probaros y tentaros, y si en esa luchan llegáis a sucumbir por momentos, allí está siempre el amor de Dios, ofreciéndoos la mano para levantaros. En esa confianza vivimos, de que el amor de Dios no nos faltará, nos seguirá hasta el último momento de nuestra vida, y nosotros realmente de[127]seamos nuestra perfección y santificación, Dios no nos faltará. Estos ejercicios no quieren decir un alto en vuestra vida espiritual. Si algunas de ustedes recibieron en estos días los consuelos de Dios, estén preparadas, porque puede quitárselos en el minuto siguiente. Si otras, por el contrario, sintieron el peso de la desolación en estos días, pueden esperar que en cualquier momento el Espíritu Santo vuelva a concederles aquel gozo espiritual que a veces es tan necesario para poder seguir luchando es esta lucha reñida por nuestra santificación. En realidad debemos ponernos incondicionalmente en brazos de Dios, dejarnos llevar; ya sabemos que vamos en brazos seguros. Sabemos, por otra parte, que nuestro corazón no quiere apartarse nunca de Dios; nuestros defectos los deploramos, nuestros pecados los lloramos, nunca nos hemos regocijado de haber ofendido a Dios, las lagrimas más amargas las derramamos siempre al recordar nuestras ofensas a Dios, lo que quiere decir que no las aceptamos. Lo único que deseamos es el amor de Dios; por eso sacrificamos todas las otras cosas, por eso nos sometemos a esta disciplina que a veces se hace un tanto pesada; pero todo lo tenemos por nada con tal de llegar a la perfección, y esa perfección la conseguiréis, amadas hijas, con la gracia de Dios, porque El se ha manifestado a 81


vuestras almas, os ha hecho sentir su amor, sea en los consuelos sensibles o en la sustracción de esos consuelos, porque los dos modos manifiestan su amor. Váis a luchar sobre todo para ganar más y más cada día el Corazón de Dios, para hacer cada día más bien a las almas. Para perfeccionar vuestra vocación. No queráis descansar, amadas hijas, el descanso, en el sentido que el mundo lo entiende y que algunas veces nuestras almas lo desean, no es para este mundo, lo tendremos en el cielo; pero mientras se llega la hora de ir a ese lugar, [128] necesitamos combatir, luchar. Esa lucha debe desarrollarse en un fondo de paz, la paz que nos da la gracia del Espíritu Santo en nuestras almas; la paz que nos de la seguridad y el triunfo, el sentimiento de que Dios omnipotente y misericordioso nos ama, de que estamos a su servicio y contamos con su protección decidida, que nunca llegará a faltarnos. En este día, como siempre que terminamos los santos ejercicios, debemos darle gracias a Dios Nuestro Señor. Los beneficios han sido muchos; cuando comenzamos siempre anunciamos gracias; pero yo, amadas hijas, vi en alguna forma desde el principio de estos ejercicios, gracias especialísimas de Dios Nuestro Señor, y cuando en medio de nuestro retiro, el Señor también se dignó visitarnos con su cruz, en forma íntima para cada una de las almas, entonces se reafirmó en mí la idea, la seguridad de que los ejercicios serían ricos en gracias de Dios. A veces se terminan no sabiendo uno, humanamente hablando, si fue vencido o vencedor; pero en realidad el hecho de luchar el hecho de buscar la gloria de Dios, de participar en la cruz de Jesucristo, nos está asegurando el éxito. Por eso, amadas hijas, no temo asegurar que fueron ricos en gracias estos santos ejercicios. Quizá aquel deseo tan grande que teníais de hacerlos, que manifestó desde el primer momento, hizo que Dios Nuestro Señor abriera las compuertas de las gracias para dejarlas caer en vuestras almas. Por eso estamos especialmente obligados a bendecir al Señor en este día, a darle gracias. Yo suplico a la Santísima Virgen, como nuestra Reina y Madre, de quien somos esclavos, que guarde en su Corazón las gracias de estos santos ejercicios, que os ayude a hacerlas rendir más y más, y que sean de veras un estímulo para seguir adelante en vuestra vida de amor y sacrificio, de abnegación, porque ésa es la vida que debéis llevar; que no os desalienten las luchas, las pruebas, para esto estamos en el mundo, para merecer por la lucha, por la prueba. Al mismo tiempo que damos gracias a Dios Nuestro Señor, le suplicamos en este día que aumente [129] esas gracias, que las perfeccione en vuestras almas, que se digne encontrarlas todas en el último día de vuestra vida, centuplicadas por los esfuerzos, la generosidad en la correspondencia a esas gracias por parte vuestra. Que el Corazón Inmaculado de María, que guarda nuestras gracias, lleve también nuestra gratitud al Señor, que por sus manos suba hasta el cielo la Victima divina que hoy va a inmolar a favor nuestro. Que el Señor os bendiga y esas bendiciones os defiendan, que seáis fieles en la 82


lucha, para que un día recibáis del Señor la corona de gloria que se dará precisamente a los que en este mundo supieron luchar valientemente por la gloria de Dios. ASÍ SEA. F I N [130]

Ejercicios espirituales (diciembre 1943) (131) Plática de entrada. (131) Domingo 5 de dic.- 1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Comenzamos estos santos ejercicios con una acción de gracias a Dios que nos ha permitido hacerlos, venciendo todas las dificultades que naturalmente hubieran hecho imposible realizarlos. Bendigamos a Dios Omnipotente y misericordioso, que en su infinito amor para las almas, no omite nada de los que puede elevarlas, de lo que puede llevarlas hacia El. Bendigamos a Dios, al Amor misericordioso, que no se cansa de buscar la amistad de las almas, a pesar de tantas ingratitudes y faltas de correspondencia a la gracia. ¡Alabemos al Señor, confesémoslo porque es bueno, su misericordia es infinita! Si El os ha permitido hacer estos santos ejercicios, El dará la materia, El mismo se dignará [131] a asistirnos en cada momento para que se remedien las necesidades de las almas. Solamente Dios con su ciencia divina sabe lo que nos hace falta; solamente El conoce los secretos del corazón, de su propio Corazón, de donde saca los tesoros irrevocables de gracias y de amor para comunicarlos a las almas. Asistid con profundo respeto y con gran devoción a estas citas con Dios, a estas horas de las supremas confidencias del Corazón de Dios para vuestras almas. Ya lo hemos probado muchas veces, Dios se manifiesta claramente en los días de retiro. En la soledad en el recogimiento interior, Dios habla a las almas. Será este tiempo un tiempo de renovación espiritual, se llenarán vuestras almas de la fortaleza divina del Espíritu Santo y seguirán con mirada serena hacia delante, cumpliendo en todo la voluntad de Dios. Los pasos hacia delante serán firmes porque no váis a caminar en tinieblas; una luz clara, [132] una luz brillante, una luz intensa brillará en vuestras almas y será la que os conduzca como una estrella en el mar, como aquella nube del desierto que guiaba al pueblo de Dios hacia la meta del beneplácito divino, y que será seguramente para vosotras la meta de vuestra santificación. Es preciso, a la luz de Dios, descubrir las asechanzas del enemigo; es preciso, en esa luz, sondear los secretos de nuestro pobre corazón, penetrar en todas la 83


regiones del propio corazón y orientarlo hacia Dios, enderezarlo hacia el único necesario, rectificar caminos, rectificar ideas, rectificar el gran ideal, el ideal santo de vuestra vocación. Preparaos pues, amadas hijas, con humildad; la humildad abre las puertas del cielo. Con profunda humildad, con profundo respeto, con grandes deseos de aprovechar, asistid a este santo retiro. Vamos a realizarlo en medio de esta atmósfera de luz y paz, propia de estos días en que estamos celebrando la novena de la Inmaculada y de la Virgen de Guadalupe, la Madre de Dios; esa Madre de pureza y de amor os ayudará a fijaros en lo único necesario que es para vosotras el cumplimiento exacto de la voluntad de Dios. Que la Santísima Virgen, la Madre de Dios y Madre nuestra, Aquélla que en un día venturoso vino a nuestro suelo a hacernos grandes promesas, sea la que atraiga a nuestras almas al Espíritu de Dios. Que Ella nos lleve en sus brazos, así se lo suplicamos, así se lo pedimos con toda humildad al Espíritu de Dios, al Espíritu vehemente, al Renovador supremo de las almas; y a los Corazones en donde El encontró una morada agradable, los Corazones Inmaculados de Jesús y de María, consagramos los siguientes ejercicios. Digamos con todo respeto, con toda humildad: ¡Habla Señor, que tu siervo escucha! Reconcentrémonos profundamente para escuchar esa palabra [133] divina y aprovecharla. ¡Habla Señor, que tu siervo escucha! ASÍ SEA.

Docilidad al Espíritu Santo. (134) Lunes 6 de diciembre.- 1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Desde el momento en que comenzamos a vivir nuestra vida espiritual, cuando empieza a desarrollarse en nosotros la vida de la gracia, nace y se desarrolla al mismo tiempo el deseo de perfección; deseamos la santidad. La santidad es la meta de todos nuestros ensueños; la contemplamos como el ideal más acariciado de nuestra vida, porque en efecto, sabiéndolo o no sabiéndolo, conociéndolo o no conociéndolo, Dios nos ha creado para El, y estamos y debemos permanecer íntimamente unidos con Dios, ligados con Dios. No podemos por lo tanto, tener aspiración más noble que ésta, y sin embargo esos deseos muchas veces quedan como sofocados, les pasa lo que a aquella semillita que se arrojó en campo poco propicio, que, o no llega a germinar, o si germina no produce todos los frutos que se esperaban de ella, porque le faltó riego, porque la tierra no era propicia o porque fue arrancada antes de tiempo. A estas almas deseosas de perfección, conscientes de la necesidad que tienen de llegar a esa perfección, les es necesario conocer y amar al Espíritu Santo, cuya misión especial es la santificación de las almas. Debemos conocer al Espíritu Santo para llegar a una intimidad con El, para conocer los medios que El tiene para santificarnos; este conocimiento nos llevará también a conocer la cooperación perfecta que debemos prestar al Espíritu Santo. 84


El camino del justo es semejante a la luz [134] del día que crece de claridad en claridad hasta que llega al medio día, las almas justas, dice la Sagrada Escritura, tomarán alas y se lanzarán como águilas, volaran sin desfallecer jamás. Pero todo esto se realizará contando siempre con el auxilio y un auxilio extraordinario, del Espíritu Santo. No basta una gracia ordinaria, es preciso una gracia especial, extraordinaria. ¡Envía Señor tu espíritu y todo será creado y se renovará la faz de la tierra! Se necesita una verdadera creación. Al Espíritu Santo se le llama Creador porque lo es como Dios; y las creaciones suyas son las de la gracia. En la medida en que la empresa es difícil, en esa medida interviene el Espíritu Santo. Alguien dijo que cuando Dios nos pide cosas difíciles, casi imposibles, es porque El mismo las quiere hacer en su totalidad o casi en su totalidad. Nos deja a nosotros una parte muy insignificante que viene a reducirse a la cooperación. Por eso en el campo de la gracia no debe arredrarnos lo difícil de las cosas que nos piden; lo mismo que cuando Dios exige algo, cuando Dios nos impone una misión, entonces nunca debemos detenernos. Que esa misión es medianamente difícil o muy difícil, debemos únicamente cerciorarnos de que Dios la quiere, porque El lo hará todo con nosotros y en nosotros. ¿Quién va a dudar que la obra de la santificación es difícil? ¿Quién va a dudar que los enemigos del alma multiplicarán sus ataques para impedirle que consiga su último fin? Y sin el Espíritu Santo –expresamente nos lo dice por medio de la pluma del Apóstol San Pablo, no podremos ni siquiera pronunciar el nombre de nuestro Padre Celestial. Ya sabemos que Dios quiere que seamos santos; por medio del mismo Apóstol nos dice: “Haec est voluntas Dei, sanctificatio vestra”. ¡La voluntad de Dios es que seáis santos! Entonces debemos decirnos; es la voluntad de Dios, Dios me pide la santidad, luego DEBO ser santo. ¿Qué no veo cómo puede ser esto, cómo puede [135] ser que yo llegue a la santidad estando desprovisto de todo, lleno de miserias, siendo el ideal muy elevado y los enemigos tantos?.... “Spíritus Sanctus superveniet in te… vendrá el Espíritu Santo sobre ti”... La traducción más exacta del texto es “sobre vendrá”. Ya el Espíritu Santo viene en nosotros, ya tenemos una gracia ordinaria para realizar aquellas cosas que nos van siendo necesarias en nuestras vida espiritual; pero aparte de eso, Dios nos promete una ayuda extraordinaria, el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, volverá a venir con gracias extraordinarias, vendrá a fecundar nuestra alma y vendrá como Espíritu Creador, como Espíritu renovador, como Espíritu transformador. “Emite”... es la súplica que hacemos; nos basta recibir ese Espíritu, para que todo en nosotros sea creado, para que en nosotros se renueve la faz del alma, para que aparezca en ella la fecundidad, para que se revista de hermosura siempre nueva. Os decía antes que el justo debe avanzar de claridad en claridad hasta llegar al 85


medio día; debe volar con alas como de paloma, con un vuelo tendido, sin detenerse, de claridad en claridad. ¿Quién puede, amadas hijas, imaginarse algo más grande, ideal más perfecto? Pues ese ideal es el vuestro, esos deseos son los que os animan, los que deben animarnos, son los que os han hecho sacrificar a Dios todas las cosas, y son los ideales que vosotras tratáis de sembrar, de cultivar, de perfeccionar, en otras almas. Es esta misión la que os ha dado el Espíritu Santo, es ésta la voluntad de Dios. Por eso, amadas hijas, debéis llenaros de confianza, es la voluntad de Dios, El os manda, El lo quiere y por eso también al desarrollar esa obra, al tratar de perfeccionarla, debéis desaparecer por completo, debéis dejarle el lugar completamente al Espíritu Santo, al Espíritu de Dios. Debéis mostraros únicamente como cooperadoras fie[136]les, como instrumentos fieles, cuando se trate de buscar la perfección en otras almas. Pero ¿podrá existir esa docilidad al Espíritu Santo sin tener una verdadera devoción a ese Divino Espíritu? ¿Podremos conocer los caminos misteriosos por donde lleva el Espíritu Santo a las almas, si no cultivamos la unión con El? Por eso se ha dicho que si se lamenta la falta de santidad en la proporción debida, es porque no se conoce al Espíritu Santo y si se le conoce, es con un conocimiento muy superficial, se conoce solamente lo que es necesario, lo estrictamente necesario; pero no se le conoce más a fondo. Teniendo que tratar tanto con Dios y con las almas, habiendo recibido una misión apostólica encaminada a hacer el bien, es preciso amadas hijas, que sepáis que sin el Espíritu Santo no podremos conseguir nada, será para vosotras el fracaso más grande de vuestra vida; será la desilusión mayor para todas aquellas almas que se llevarán algo de las vuestras. Para que no sufráis esa decepción y para que no la hagáis sufrir a otras almas, es preciso que emprendamos un estudio más profundo, más serio, más dedicado, de lo que es el Espíritu Santo, de su acción en las almas. Y si atrae tantas gracias, si interviene tanto en la vida de las almas este Espíritu de amor, ¿por qué será tan desconocido? Primero, porque El mismo no nos revela nada o casi nada de su persona; segundo porque siendo sus operaciones completamente espirituales, nuestros sentidos no pueden percibirlos y nosotros somos muy inclinados a detenernos, a estudiar todo lo que afecta a nuestros sentidos; pero aquellas cosas que se escapan a los sentidos, difícilmente las podremos comprender. Por eso cuando el mundo se materializa, cuando las almas se entregan demasiado a los sentidos, no pueden percibir las cosas del Espíritu. Se necesita espiritualizarse más, se necesita formar un solo espíritu con Dios y para eso unirse a Dios. El que se adhiere a Dios forma un solo espíritu con El. [137] La Sagrada Escritura que nos habla tan frecuentemente del Padre y del Hijo, guarda un silencio casi completo sobre el Espíritu Santo, solamente lo menciona raras veces y como de paso. 86


El Espíritu Santo quiere envolverse como en un velo, aun en esos dominios que son suyos, porque El es quien iluminó a los escritores sagrados. El condujo su pluma, los inspiró y El mismo no les permitió detenerse casi nada en su Persona. El Espíritu Santo quiere permanecer en Dios escondido. Pero si es cierto que se nos habla poco, lo que se nos dice del Espíritu Santo es suficiente para que comprendamos su grandeza, porque la Escritura Sagrada nos dice que el Espíritu Santo es el Amor increado y consustancial del Padre y del Hijo, es decir, nos asegura la divinidad de ese Espíritu, y basta que sea Dios para que nosotros tengamos allí el motivo mayor que puede imaginarse, de estimarlo, de amarlo. Solamente en tres ocasiones el Espíritu Santo se manifestó en forma sensible, aunque pasajera: en el Jordán, en forma de paloma. En el Tabor, como una nube luminosa; en el Cenáculo, en forma de lenguas de fuego. Las operaciones del Espíritu Santo con ocultas. Allá en el seno de la Trinidad Santísima, es el testigo oculto del amor íntimo que el Padre y el Hijo se tienen; pero El sigue envuelto en ese silencio divino, éxtasis eterno del amor. Sin embargo, no por ser ocultas las operaciones del Espíritu Santo, están fuera de nuestro alcance. El se digna elevar las almas, llamarlas a la soledad, al silencio y allí les habla al corazón. Las atrae precisamente al silencio divino, porque allí se manifiesta eternamente el amor del Padre y del Hijo y el mismo amor del Espíritu Santo. Las atrae con la condición de que vivan en silencio interior. Es necesario que el alma corresponda a todas las inspiraciones del Espíritu Santo, que sea dócil y así llegue a la intimidad con El, porque solamente cuando se establece la intimidad entre Dios y las almas, se revelan los secretos de su [138] corazón. Siendo ocultas y misteriosas las manifestaciones del Espíritu Santo, necesitamos que se nos revelen. El misterio no se podrá conocer sino por la revelación. Y después de la revelación, el Espíritu Santo interviene en ilustrar esos misterios; pero en principio nosotros debemos entrar en esas verdades., mediante la acción del Espíritu Santo; entrar en la vida divina, dejar esta vida de los sentidos, vida natural, para cultivar la vida espiritual. Llamad con gemidos inenarrables a nuestro Padre que está en los cielos, para que por el amor de su Hijo y el amor de la Santísima Virgen su Hija predilecta, nos descubra los secretos de su amor que están encerrados en el Espíritu Santo. El Espíritu de Dios no tiene que ver nada con los sentidos; los usa a veces como instrumentos, pero nada más. Las grandes revelaciones de su amor las hace de corazón a corazón, de espíritu a espíritu, de alma a alma, si así podemos decir, de su propio ser a nuestro propio ser. El cuerpo tiene que ser un instrumento dócil para el alma, su fiel servidor; toda nobleza reside en el espíritu. ¿Cómo puede ser, amadas hijas, que se persiga la vida espiritual, que se quiera la santidad y no se cultiven esas relaciones con el Santificador de las almas? Por eso con la gracia divina del Espíritu de Dios, nos ocuparemos de El, estudiaremos los diversos aspectos de su acción. 87


Yo os aseguro que en la medida en que penetremos más en los secretos de Dios y de las operaciones del Espíritu de Dios en esa misma medida nos sentiremos como con alas de paloma para volar hasta El, nos sentiremos llenas de confianza, llenas de amor. Entonces contemplaremos al mundo bajo otro aspecto distinto; descubriremos a Dios en todas las cosas. Pedid desde ahora, amadas hijas, pedid la gracia del Espíritu Santo para que no desperdiciéis ninguna de las que El os quiera conceder, y para que al terminar los santos ejercicios quedéis llenas, completamente llenas del Espíritu de Dios. ASÍ SEA. [139]

Acción del Espíritu Santo en nuestras almas. (140) Lunes 6 de diciembre 1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Decíamos que las operaciones del Espíritu Santo son ocultas, pero que al mismo tiempo son sublimes y enteramente amables. Así, el Espíritu Santo formó a la Santísima Virgen Inmaculada, reuniendo en Ella todas las gracias. Como en el mar se reúnen todas las aguas de los ríos, así todos los canales de gracias y bendiciones quiso el Espíritu Santo que se reunieran en Ella, formando un mar inmenso, un océano sin límites, de gracia y de perfección. Bastaría la contemplación de ese mundo de gracias y de santidad que es María, para admirar y alabar eternamente la obra magnifica del Espíritu Santo. Pero el Espíritu Divino formó también al Hombre Dios, obró el misterio prodigioso de la Encarnación. “Concebido por el Espíritu Santo y nacido de Santa María Virgen”... Es la Encarnación obra del Espíritu Santo, su obra por excelencia. Después formó la Iglesia, Santa como todo lo que nace de Dios. El es el alma de la Iglesia. El obra la perfección en las almas y hace a los santos; todos ellos han sido formados por el Espíritu de Dios. Era tan necesaria la comunicación del Espíritu Santo, que en vista de ella se decretó la Redención; tan necesaria era la comunicación del Espíritu Santo a nuestras almas, que constituyó el término de las operaciones divinas fuera de El. La misión del Espíritu Santo es el fruto de la muerte y pasión de Cristo. Sin esa comunicación del Espíritu Divino, hubiera quedado sin fruto la Sangre Redentora de Cristo. Por estas comparaciones nos podemos dar cuenta de la importancia de las operaciones altísimas y santas [140] del que es el Amor. Todas las operaciones de la gracia se reducen a la santificación del alma, a unir lo humano con lo divino, a transformar al hombre en Dios. Precioso debe ser el tesoro que se compró a tal precio; precioso debe ser el don que se realizó en el sacrificio más grande que puede imaginarse. Ese sacrifico del Hombre Dios debería ser correspondido por parte nuestra, por parte de todos aquéllos que hemos recibido el Don.

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A un precio adecuado deberíamos estimar ese Don, por encima de todas las cosas, y deberíamos guardarlo como algo preciadísimo. Pero ya hemos visto cómo el Espíritu Santo es el Dios desconocido, el Dios escondido. Quiere El que nosotros lo busquemos; sabe a qué precio fue comprada la gracia de poseerlo, y lo menos que nos puede pedir es que lo estimemos. Ahora bien, la manera de probar que lo estimamos, es buscarlo, es pedirlo, es conservarlo a costa de todos los sacrificios que sean necesarios. Por eso cuando se trata de asegurar su presencia en el alma, no debemos vacilar ni ante el sacrificio de la vida. Entonces se nos exige el sacrifico más grande, como es el de la vida, y si alguien estimara más su vida que la posesión de Dios en su alma, entonces allí encontraría su ruina. Es de suponerse que al menos las almas deseosas de santificación busquen al Espíritu Santo, y a ellas de una manera muy especial se les recomienda esa intimidad, pues como hemos visto, el Espíritu es el Santificado y quiere que lo busquemos, lo escuchemos, que oigamos su voz pero también le hagamos escuchar la nuestra, porque si es cierto que el Espíritu Santo esta constantemente hablando al corazón (dice la Sagrada Escritura: “ la conduciré a la soledad y allí hablaré a su corazón”) también es cierto que el Espíritu Divino quiere que nosotros le hablemos, porque la caridad, el amor, siempre se establece entre dos. Aquél que nos ama, que se nos da y nosotros, que recibiendo ese don, debemos agradecerlo y llenos del Espíritu Santo debemos hablarle a Dios. El Señor quiere escuchar nuestras palabras, pero [141] que vayan envueltas en su Espíritu. Dios nos amó primero, el don de su gracia nos previene y se nos da desde el momento en que somos regenerados por las aguas del Bautismo. Pensamos un poco en cuál ha sido nuestra conducta para con el Espíritu Santo; qué importancia le hemos dado en nuestra vida a la acción de este Espíritu de Dios; qué lugar ocupa en nuestro corazón, si se pierde en las generalidades de una devoción imprecisa, o si realmente lo hemos colocado en nuestro corazón como el Dios personal, como el Dios amor, Caridad; si en el Espíritu Santo hemos visto las delicadezas del Corazón de Cristo, si lo hemos recibido como el Don de nuestro Padre Celestial, porque todo esto ha sido el Espíritu Santo para nuestras almas, Don del Padre y Don del Hijo, fruto del Sacrificio del Hijo, preocupación constante del Padre. Cuando nos revestimos de la gracia del Espíritu Santo, nos estamos revistiendo de un Don precioso del Padre y del Hijo, Don santísimo, Don divino. ¿Qué más nos podría dar? Desgraciadamente, amadas hijas, el mundo en general no se da cuenta de estas cosas y por eso languidece la vida interior. Se queja el mundo de que le faltan auxilios, cuando se le han dado sin medida; no es que el Espíritu Santo no se les haya dado, sino que como dice el Apóstol, han extinguido en ellos el Espíritu. “No queráis extinguir al Espíritu... no queráis contristar al Espíritu...” Todas estas recomendaciones nos están diciendo que hemos recibido al Espíritu Santo pero que estamos en el triste poder de extinguirlo, de contristarlo. ¿Qué hacer, de qué manera asegurar su posesión? En primer lugar asegurando 89


en nosotros el estado de gracia. El principal enemigo de las almas, como lo es también de Dios, es el pecado. Me parece inútil tratar de demostrar estas cosas a vosotras amadas hijas, almas consagradas a Dios; pero quiero repetirlo muchas veces porque es necesario tenerlo presente; es necesario que sea [142] para vosotras en la práctica, algo indiscutible, algo evidente, que por ningún motivo debemos pecar, ofender a Dios, romper esa alianza divina con el Espíritu Santo. Una multitud de enemigos nos repiten siempre al oído lo contrario, que nos apartemos de Dios. Las pasiones y otras mil y mil cosas, vienen a levantarse contra nosotros para hacernos perder la gracia; y las almas se sugestionan, se dejan llevar por esos atractivos aparentes del pecado y romper la alianza divina. Si todo aquél que es invitado, si todo aquél que sufre la tentación tuviera presentes estas cosas, seguramente que rechazaría la invitación al mal; pero porque las olvidan, porque en esos momentos solamente tienen presente el atractivo del mal, por eso se resuelven a entregarse al pecado. ¡Ojalá que nunca, absolutamente nunca, pudiéramos perder la gracia! ¡Ojalá que hubiera una imposibilidad para ello! Solamente la conseguiremos por un don extraordinario de la misma gracia. Podemos inclinar al Señor a concedérnosla si constantemente estamos haciendo esfuerzos por parte nuestra para alcanzarla. ¡Qué felicidad tan grande deben haber experimentado aquellos santos que escucharon de los labios de Dios las palabras que los confirmaron en gracia! ¡Qué felices seríamos si se nos dijera de parte de Dios que ya no podemos pecar, que hemos asegurado la permanencia en el amor! Mas no mediando una revelación especial, no se puede asegurar esto. “Vigilad y orad para que no caigáis en la tentación”. La felicidad del cielo esta asegurada por la posesión plena, perfecta y eterna de Dios. Si cultivamos, amadas hijas, nuestra intimidad con el Espíritu Santo, podemos tener una presunción moral fundada en la bondad misma de Dios, de que permaneceremos en el amor. Amor que se cultiva, amor que se cuida tiene asegurada su perseverancia, porque Dios se da sin arrepentimiento, Dios da sus dones sin arrepentirse, y si nosotros tampoco nos arrepentimos de habernos entregado a El y lo buscamos, entonces esa unión permanecerá. [143] En la presencia de Dios, amadas hijas, procuremos dolernos de nuestras negligencias, de no haber rechazado las tentaciones del pecado, y con la sencillez y humildad más grandes, pongámonos en las manos de Dios Santificador, del Dios amor; que El nos cuide para que El mismo sea nuestra defensa en los ataques de nuestros enemigos. ¡Es tan fácil caer cuando nos alejamos de Dios! ¡Es tan difícil ser vencidos cuando tenemos a Dios! El alma que posee a Dios es fuerte como un ejército en orden de batalla. Que la Santísima Virgen, nuestra Madre Inmaculado, la que es llamada Virgo 90


Fidelis, Virgen fiel, nos alcance esta gracia de permanecer siempre en el amor del Espíritu Santo, porque entonces realizaremos todo nuestro ideal de perfección. Ya veremos después cuales son los efectos de esas operaciones divinas de la gracia del Espíritu Santo; veremos cómo ese Espíritu divino ha de transformarnos en Cristo para la gloria del Padre. Entre tanto, llamemos con instancias al Espíritu de Dios; confesemos delante de El nuestras negligencias, nuestras infidelidades a la gracia; reconquistemos su amistad y así estaremos preparados después para que se derrame abundantemente en nuestras almas. Esta abundancia de gracia, esta efusión nueva de gracia divina, es la que buscamos, la que el Espíritu Santo nos quiere conceder en estos santos ejercicios. Que recibamos la plenitud del Amor según su beneplácito. Apresurémonos a reconquistar el terreno perdido, volvamos de nuevo al seno amoroso de Dios, reconquistemos de nuevo la posesión del Espíritu Santo en nuestras almas, y para esto hagamos oración. Pidamos, pidamos una y mil veces con toda humildad, seguros de que nuestra oración será escuchada favorablemente. ASÍ SEA. [144]

Operaciones del Espíritu Santo. (145) Lunes 6 de diciembre de 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Las operaciones del Espíritu Santo son inefables, Dios quiere de nosotros una grande intimidad, una grande perfección; nos comunica su Espíritu; nos comunica lo que no podríamos tener nosotros, infundiendo en nosotros ese Espíritu y haciendo que formemos una sola cosa en El. La operación divina que nos comunica la gracia del Espíritu Santo es verdaderamente inefable; ninguno de los dones de la naturaleza puede compararse con el don divino de la gracia. Recordamos aquel texto de San Pablo: “La caridad de Cristo se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado”... Desde que el Espíritu Santo entra en el alma, comienza a obrar allí maravillas. Es ante todo una obra de transformación la que El realiza; nos pone pensamientos divinos en la mente; determinaciones divinas en la voluntad y valor también divino para cumplirlas. ¡Qué riqueza para el alma, qué transformación tan hermosa, en la que lo humano se convierte en divino, en que a nuestros pensamientos pobres, débiles, se sustituye la fortaleza, la fuerza del pensamiento divino! ¡Qué hermosa transformación! Pensar como Dios! Esos pensamientos no son únicamente celestiales, sino divinos. En este sentido se dice que se obra la divinización del alma por el Espíritu Santo. Y cuando se vive esa vida divina, cuando los pensamientos que nos animan son divinos, entonces estamos al abrigo de todas las miserias humanas, de todos los 91


desalientos humanos; entonces nos elevamos como águila caudal sobre todas las miserias de la vida, nos remontamos hasta las alturas en donde se encuentra a Dios. A nuestros pensamientos pobres, los que nos quieren sugerir los enemigos del alma, oponemos los [145] pensamientos de Dios. Pero también el Espíritu Santo como Dios, nos comunica en la voluntad determinaciones divinas. Muchas veces no nos resolvemos en nuestra vida, contando con las propias luces naturales, con la fuerza natural y la gracia ordinaria, a hacer ciertas cosas, a llevar a cabo ciertas empresas, aun cuando sintiéramos que el Espíritu Santo nos las está pidiendo. Abandonados a nuestras propias fuerzas, no seríamos capaces de tomar una resolución, la voluntad permanece débil. Pero al mismo tiempo que el pensamiento es ilustrado y se transforma en pensamiento divino, viene a la voluntad una determinación también divina. En esta determinación, amadas hijas, la que nos hace realizar los actos heroicos que algunas veces se nos piden en la vida y que quizá con la gracia de Dios hayamos podido realizar en varias ocasiones. Hay una determinación de la voluntad, esa determinación que ha formado a los santos, que ha realizado en la Iglesia de Dios las grandes obras, la que ha movido a los santos en aquellas obras que realizaron por la gloria divina. El pensamiento fue divino, la determinación fue divina, y a un pensamiento divino tienen que corresponder frutos también divinos. Es entonces cuando aseguramos en verdad que realizamos obras de Dios. Y ¿quién en su vida no quisiera obrar siempre a lo divino? ¿Quién en su vida no quisiera transformar sus acciones de humanas en divinas? ¿Qué garantía mejor a nuestros trabajos, a nuestros desvelos, que imprimir en ellos el sello de lo divino? Para que podamos tener una idea de lo que el Espíritu Santo realiza en las almas que posee, nos basta recordar lo que hizo con los Apóstoles y discípulos de Cristo el día de Pentecostés. No fue ciertamente la primera comunicación del Espíritu Santo a aquellas almas, ya antes de la Pasión de Cristo habían recibido al Espíritu Santo porque ya amaban a Dios todos aquellos dis[146]cípulos de Jesús y nunca se le puede amar si no es por el Espíritu Santo. La caridad, el amor, se nos ha infundido por el Espíritu Santo. Cuando amamos a Dios, llevamos el Espíritu Santo, si aquéllos habían amado a Jesús, a Dios, antes, es que ya llevaban el Espíritu Santo. Volvieron a recibirlo después de la Resurrección cuando Jesús, soplando sobre ellos les dijo: “Recibid al Espíritu Santo”; pero el día de Pentecostés lo recibieron en una forma nueva, especial, y por eso los Hechos de los Apóstoles, al narrar este acontecimiento central en la vida de la Iglesia, dicen: “Fueron llenos en abundancia, no solamente uno sino todos, fueron llenos del Espíritu Santo, y entonces fue cuando se obró aquella transformación que llamó la atención de todos cuantos visitaban a Jerusalén por esa época; transformación que les permitió sondear los secretos de Dios.” Fue entonces cuando a los pensamientos naturales se sustituyeron los pensamientos divinos; estaban endiosados verdaderamente; estaban llenos de amor divino. Por eso aparecieron como ebrios a los ojos de los demás; así como el ebrio 92


pierde el conocimiento y se entrega a demostraciones que no pueden contener, demostraciones de alegría, así aparecieron aquéllos, completamente dominados por el gozo. No seguían ni se guiaban por las leyes ordinarias; comenzaron a hablar, a predicar, en una forma inusitada. Fue notable esa transformación, y quiso el Espíritu Santo que quedara consignada en los Hechos de los Apóstoles, para que sirviera de ejemplo a la humanidad de todos los siglos, para que nosotros supiéramos de lo que es capaz la gracia del Espíritu Santo. Pero esas operaciones inefables de la gracia, el Espíritu Santo quiere realizarlas también en nuestras almas; El nos ha escogido para hacer de nosotros sus templos vivos, para hacer en nosotros ostentación de su poder. El se ha dignado inclinarse misericordiosamente hacia nosotros para ofrecernos amor. Que esto sea verdaderamente fácil, lo podemos confirmar, porque el Espíritu Santo se nos ha dado muchas veces en la vida; primero se nos dio en [147] el Bautismo, cuando el ministro de Dios expulsó a Satanás: “Sal de él, espíritu maligno y da lugar al Espíritu Santo”... En esos momentos el Espíritu Santo toma posesión de nuestra alma. Es una verdadera donación. Después en nuestra confirmación volvimos a recibir el Espíritu Santo: “Recibid al Espíritu Santo como fortaleza para resistir al demonio y a sus tentaciones. Pero no únicamente recibimos al Espíritu Santo en esas circunstancias; aun cuando en ellas sea más clara; las veces que el Espíritu Santo se nos da y se nos comunica en la vida, son muchas, por ejemplo en circunstancias solemnes como el día que entramos a la vida religiosa, el día que profesamos; en lo retiros, en los ejercicios espirituales. Y ¿qué otra cosa, amadas hijas, está pasando en estos días en que vosotras os entregáis al retiro, a la práctica de vuestros ejercicios espirituales? Si siempre lo hace el Espíritu Santo con las almas que buscan la verdad y el amor divinos, ¿qué no hará cuando lo hacemos objeto de nuestras meditaciones? ¿Qué no hará cuando le queremos hablar cara a cara por decirlo así, cuando lo hacemos objeto especial de nuestro estudio? ¿No será acaso ya una gracia muy grande la que el Espíritu Santo nos hace al permitirnos meditar en estas cosas? Yo así lo creo y así podemos asegurarlo: el Espíritu Santo está comunicándose a nuestras almas en una forma nueva y viene para realizar en ellas esa transformación que, como dijimos esta mañana, nos ha de llevar de claridad en claridad hasta llegar al medio día la contemplación divina, de la visión y posesión plena de Dios, no ya con luz de la tierra, sino con la luz indeficiente de la eternidad. Nosotros que estamos suspirando por un a transformación, que sentimos la necesidad de santificarnos, encontramos en el Espíritu Santo un me[148]dio para realizar lo que deseamos; pero desgraciadamente no siempre se guardan las gracias del Espíritu Santo, ya hemos visto cómo esas gracias se pierden, a veces se desprecian en la forma más triste que puede darse, porque se desprecian para aceptar 93


los ofrecimientos del que es enemigo de este mismo Espíritu y de las almas. Al amor dejamos que se sustituya la aversión y hasta el odio. Esta desgracia no es tan poco común como pudiéramos imaginarnos. Contad todos los que han recibido el Sacramento del Bautismo, los que han recibido el de la Confirmación y otras gracias; ¿cuántos de ellos permanecieron fieles a esas gracias? Contemplad por un momento las ruinas, la desolación en el campo de las almas. Aquel espíritu inmundo que el sacerdote arroja del alma en el Bautismo, vuelve a apoderarse de estas almas; vuelven aquellos enemigos peores que el primero a asaltar la fortaleza. Quizá podemos decir que la historia de las gracias divinas marca la historia de las infidelidades, del deprecio de esos dones; pero esto debe cesar, desde luego debemos procurar que en nuestras almas no pase; es preciso ser fieles a la gracia y procurar que no se rompan esas relaciones con Dios. Vemos cómo arteramente Satanás va minado el amor de Dios en las almas, y cuando menos se piensa, viene por tierra todo el edificio y se pregunta: ¿Cómo pasó esto que de la noche a la mañana esta alma cambiara por completo? No fue de la noche a la mañana, fue una obra bien pensada. Poco a poco, lentamente se va haciendo la obra de Satanás y ya cuando el alma quiere sostenerse, no encuentra fundamentos, viene por tierra todo. De allí la necesidad de estarnos cerciorarnos siempre de que somos amigos del Espíritu Santo y sondear hasta lo más profundo de nuestro ser para ver si los cimientos son sólidos, para ver si nuestro amor tiene raíces profundas o si ya están a flor de tierra... Es esto lo que hacemos en los días de retiro, en los días de ejercicios, sondear, penetrar con la luz del Espíritu Santo, interrogarlo, interrogar [149] nuestro corazón y después poner el remedio y así destruir todo lo dañado, poniendo en su lugar el vino nuevo, el vino generoso de un amor sincero al Espíritu de Dios. El alma que se entrega sinceramente, que renueva sus entregas, que procura la fidelidad al amor, está asegurada y descubrirá fácilmente todos los lazos que tiene el enemigo. Ya veremos más tarde con la gracia de Dios, todos los medios o por lo menos los principales, que el Espíritu Santo nos facilita para conseguir esto. Es entonces cuando nos sentiremos fuertes, llenos de entusiasmo, cuando pase por nosotros, aquel consuelo divino que es propio del Espíritu Santo y que nos hace seguir adelante sin arredrarnos por nada ni en nada. Yo quiero, amadas hijas, que aun cuando vosotras todas habéis hecho profesión de amar y servir a Dios, renovéis profundamente, de lo más íntimo, vuestra entrega al Espíritu Santo, porque El es quien os ha de convertir en perfectas adoradoras del Padre en espíritu y en verdad; ese Espíritu será vuestro amigo, vuestro director, vuestro guía, vuestro defensor. ¿Quién puede decirse suficientemente preparado y que cuente con medios adecuados para poder cuidar a un alma y defenderla de los enemigos, cuando esos enemigos existen en el interior y en el exterior? 94


Pero el Espíritu Santo penetra hasta las profundidades del espíritu y por lo mismo cuando El mismo es el defensor del alma, ya no hay nada qué temer, el alma está asegurada. Un buen amigo es un tesoro, y cuando ese amigo es el Espíritu Divino, el tesoro no tiene recio. ¡Qué tranquilo podré sentirme el día de mi muerte, amadas hijas, si sé que os dejo completamente poseídas por el Espíritu Santo! ¡Qué defensor para vuestra vida! ¡Qué alentador para vuestras empresas! ¡Qué santificador! [150] Renovad vuestras entregas, vuestras promesas de amor y fidelidad el Espíritu Santo por intercesión de la Santísima Virgen. Que permanezca en vuestras almas y que se quede para obrar en vosotras esa transformación que os ha de llevar a la santidad. ASÍ SEA.

Los dones del Espíritu Santo. (151) Diciembre 7 de 1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Todo lo que se ha obrado de más grande en el orden sobrenatural, ha sido siempre la obra del Espíritu Santo. El ha sido el inspirador de todo lo grande; El ha infundido luces divinas en las almas, ha realizado la santidad inminente en ellas. El Espíritu Santo dirige de una manera admirable la Iglesia de Dios, la Iglesia que le pertenece y que está destinada a producir flores y frutos de santidad. Jesús mismo estuvo dirigido por el Espíritu Santo, lleno del Espíritu Santo, y sabiendo la misión que ese Divino Espíritu había de desempeñar en la tierra, hablaba con verdadero entusiasmo de El. Basta leer los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, para darnos cuenta de lo que Jesús estima al Espíritu de Dios y los frutos de su venida. Podemos decir que el Espíritu Santo no defraudó en nada las grandes promesas de Jesús. Hablaba Jesús de la necesidad de que viniera el Espíritu Santo para enseñarnos toda verdad: “El os enseñará todas las cosas”. Y lo principal que deseaba Jesús que nos enseñara era la perfección, el amor de Dios; era que nos descubriese los secretos del Corazón de Cristo, los secretos del amor de nuestro Padre Celestial; los secretos del propio amor del Espíritu Santo que nos ama como Dios amor, como Dios perfección infinita. Jesús nos dio al Divino Espíritu como fruto exquisito de su Sacrificio. Lo hemos recibido ya [151] varias veces, pero es necesario fijarnos todavía más porque la grandeza del don que recibimos en el Espíritu Santo, la podremos medir por lo que costó. Y si toda la pasión de Cristo y todo su sacrificio, estaban orientados a preparar a la humanidad para que recibiera este don, para darle este don, quiere decir que es verdaderamente grande. Desde luego basta saber que un don divino, es a Dios al que recibimos, pero no es un Dios abstracto con el que no vayamos a tener ninguna relación. Ese don del Padre y del Hijo no nos lo dio para que solamente lo tuviéramos relegado en el olvido. Al contrario es el don del cual el Padre y el Hijo quieren servirse para realizar nosotros 95


la perfección. Por eso se ha dicho que el Espíritu Santo es la Persona Divina que por sus atributos entra en más relación con nosotros; ya sabemos que hay que recordar también que todas las obras “ad extra” son comunes a la Santísima Trinidad y que cuando referimos algunas obras a una de las Divinas Personas, es por apropiación. De todos modos recibimos una promesa especial acerca del Espíritu Santo, una promesa de lo que el Espíritu Santo tiene que realizar en nuestra vida. El Espíritu de Dios viene a nosotros no solamente como un don para ataviar nuestra alma, hacerla hermosa, grata a los ojos del Señor, sino también como un principio de actividad. Para ello se sirvió de lo que se llaman los “Dones” del Espíritu Santo. Estos dones son como resortes divinos que impulsan al alma en un movimiento ascendente hacia Dios, hasta elevarla a las cimas de la perfección. Poseemos los dones si estamos en gracia; los perdemos cuando perdemos la gracia. Siendo los dones el medio por el que entramos en una relación íntima con el Espíritu Divino, debemos conocerlos muy bien; así como el médico está obligado a descubrir todos los secretos de la medicina; y así el que sigue cualquier otra carrera, tiene que conocer o inventar los medios [152] más precisos, más perfectos, para poder llenarla plenamente y realizar lo que desea. Nosotros hablamos mucho de perfección; decimos que queremos ser santos, deseamos la santidad, pero generalmente no pensamos ni en el Santificador ni en los medios que hay para santificarnos. No cabe duda que si nuestra piedad es más ilustrada y conocemos mejor las operaciones divinas de la gracia, desde luego las desearemos más ardientemente. Uno de los requisitos del Espíritu Santo para darse al alma, es que se le desee; tiene sed de ser amado y deseado. El amor tiende a ser deseado. ¿Cómo podremos desearlo, llamarlo, si no conocemos su modo de obrar, si viene a ser para nosotros el Espíritu el Dios desconocido? De allí amadas hijas, que sea tan necesario conocer estas cosas. Si el Espíritu Santo nos eleva por medio de sus dones, luego debemos conocer esos dones divinos, estudiarlos a fondo, recorrerlos, fijarnos cuál es el atractivo particular del Espíritu Santo para nuestras almas; porque quizá ya en ese atractivo, en esa moción interior, conozcamos la voluntad del Espíritu divino, que quiere regalarnos alguno de sus dones en especial, ponerlo en acción. Los tenemos todos pero casi siempre El quiere inclinarnos a alguno. También puede ser que lo quiera en ciertas épocas de nuestra vida. Entonces lo principal es que estemos atentos a sus mociones; y ya que es un hecho que cuando meditamos en esos dones, sentimos más atractivo por uno que por otro, puede ser también que sin sentir ningún atractivo, tengamos más necesidad de uno que de otro. Quizá sintamos la necesidad de poseerlos todos y entonces comienza en nosotros el deseo que va acompañado de la oración; la oración que va acompañada del amor; el amor que va acompañado del sacrificio. Así Dios nos atrae a El y se manifiesta a nosotros, se nos descubre; se 96


manifiesta amable, y después nosotros, por esa fuerza natural y sobrenatural que nos lleva hacia Dios, lo buscamos y lo deseamos. Es un hecho, amadas hijas, que el Espíritu [152 bis] Santo exige de nosotros el deseo, un grande deseo porque ya viene a ser una manifestación de amor que se intenta; es un don en general, un regalo que supone amor y amistad en quien lo hace. El amor se complace en dar. Podemos asegurar que los dones son manifestaciones del amor que Dios nos tiene. Cuando el Espíritu Santo entra al alma, cuando comienza esa amistad entre el Espíritu Santo y el alma, entonces comienzan sus dones; y como la primera visita del Espíritu Santo al alma se realiza en el Bautismo, es allí cuando recibimos los Dones de ese Espíritu. Los dones adornan el alma, la hermosean, la hacen grata a los ojos de Dios, como os decía antes; pero al mismo tiempo son principio de actividad, ponen al alma en acción, son medios poderosos para hacer el bien. Los Dones del Espíritu Santo son hábitos divinos que se nos dan para hacernos más dóciles a las mociones del mismo Espíritu, para seguir con facilidad la inspiración divina. Y aunque las virtudes son también hábitos, hábitos buenos, sin embargo se distinguen desde luego porque las virtudes, excepto la caridad, pueden existir en el alma que está en pecado. Los dones se pierden inmediatamente que el alma peca; los dones son inseparables de la amistad divina; las virtudes pueden conservarse todavía, excepto la caridad. Los dones tienen como fin principal adaptar el móvil al motor; mientras más perfecto es el motor, exige más perfección en el móvil, debe ser adaptado con más cuidado. Por ejemplo: se puede sacar agua con un cántaro, con una noria o con un motor, y entonces se necesita una adaptación distinta según sea el móvil. El más sencillo es el que se necesita para sacar agua con cántaro: una reata y nada más. Ya cuando es una noria se complica la cosa, hay que eslabonar los botes, etc. También puede sacarse con motor eléctrico y [153] entonces es más difícil la adaptación, tiene que ser más delicada. Pues para mover al hombre, para mover al alma se requieren disposiciones diversas según quién lo mueva. Nosotros podemos ser movidos: primero por la razón natural, segundo por la razón sobrenatural, ayudados de la gracia sobrenatural, y tercero por el Espíritu Santo, directamente; de manera que necesitamos distintas adaptaciones, según por donde seamos movidos. La razón natural exige las virtudes morales, naturales o adquiridas. Y quien obra por ellas, realiza obras buenas; pero estos actos buenos tienen una bondad puramente natural, no pueden ser sobrenaturales. La segunda manera como podemos ser movidos es por la razón sobrenatural. Cuando se obra así, entonces los actos son dignos de recompensa eterna, son actos 97


saludables, son actos sobrenaturales, son buenos con bondad sobrenatural. Y por fin, el tercer motor y superior a éstos, es el Espíritu Santo. Aquí ya no bastan las virtudes morales, las virtudes naturales ni las sobrenaturales; aquí ya se necesita algo nuevo para poder ser dócil a las mociones del Espíritu Santo. Esto se consigue por los Dones que sí nos adaptan, nos hacen dóciles a todas las inspiraciones del Divino Espíritu. Ahora bien, como la obra de la santificación es suya, quiere decir que constantemente el Espíritu Santo nos va a mover. Quizá algunas veces deje obrar las causas segundas, las causas naturales. Algunas veces llevará al alma por el camino de las virtudes, pero en cualquier momento el Espíritu Santo puede intervenir para elevarnos a la perfección en un caso especial de nuestra vida del espíritu. Así pues, no hay que distraernos, hay que estar siempre muy prevenidos, porque en cualquier momento puede hablar a nuestras almas el Espíritu Santo, nos puede inspirar. De ninguna manera podemos decir: “pues como yo voy por el camino de las [154] virtudes únicamente, y eso yo sé que con la gracias de Dios y mis esfuerzos lo tengo que conseguir, me basta poner cuidado a lo que estoy haciendo y nada más...” Es como si alguien estuviera estudiando determinada cosa sin maestro: bueno ya tengo algunas nociones generales, sé algunas reglas, ahora las voy a poner en práctica... pero no se preocupa del maestro ni de que se le hagan observaciones. Acá el Espíritu Santo es el Maestro y puede en cualquier momento interrumpirme, aun en una cosa la más sencilla; de un pequeño detalle depende el fin de toda una vida. Basta que en una máquina esté flojo un tornillo, o mal adaptado, para que toda la máquina se descomponga. Algunas veces andamos con tornillos flojos... y para conocer que aquello anda más, necesitamos una moción especial del Espíritu Santo. Pues precisamente con esa inspiración, estamos siendo objeto de uno de los Dones del Espíritu Santo; y no porque sean cosas sencillas, digamos que no se trata de un don; también las cosas fáciles pueden ser objeto de un don, cuando éstas son necesarias para santificarnos. Basta que se hagan por moción especial del Espíritu Santo, para decir que están controladas por un Don. En vista de esto, aunque se hable de siete dones del Espíritu Santo, son muchos, el número que El quiera; puede movernos como El quiera. Pero necesitamos estar adaptados a El porque si no ¿qué vamos a hacer? Póngale electricidad a la reata para sacar agua, y no se puede, se quema... Así pasa con nosotros porque si el Espíritu Santo nos quiere mover, no lo entendemos. Se necesita que haya adaptación plena a las mociones del Espíritu Santo, y esto solamente se tiene por los dones. Todo esto constituye por una parte un estudio muy interesante, muy consolador. Yo les aseguro, amadas hijas, que después de estas meditaciones sobre los dones del Espíritu Santo, el alma queda muy consolada. Llena de un perfume di[155]vino; llena de una grande estimación por las cosas de Dios y un desprecio también muy grande por las cosas que no son de Dios.

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Quiera el Espíritu Santo darnos sus luces para comprender estas cosas, estimarlas, y que todos tomemos la resolución de ser muy dóciles a las mociones de la gracia. Pedirle humildemente sus dones, ya que El nos los quiere dar. Y al sentirnos amigos suyos, podemos tener la seguridad de que no nos los negará. En cambio de esos dones, nosotros le queremos dar nuestro amor, nuestro corazón, nuestra alma para que la santifique. Ojalá que nuestras almas vengan a ser cada vez un don preciosos hasta que podamos presentarnos dignamente, en cuanto esto pueda decirse, delante de Dios Nuestro Señor, a fin de recibir un regalo, un premio, en correspondencia a esos mismos dones que hemos recibido, al sentir la felicidad de vernos poseedores de Dios y poseídos por Dios eternamente. ASÍ SEA.

Diferencia entre las virtudes y los dones del Espíritu Santo. (156) Diciembre 7 de 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Comenzamos a ver la diferencia entre virtudes y dones. Las virtudes perfeccionan los actos al modo humano; los dones, más allá de lo humano, al modo divino. Tienen distinto móvil. Difieren también por la regla que rige a todos los actos. La regla de las virtudes morales, naturales o adquiridas, es la razón humana perfeccionada por la prudencia. La regla de las virtudes sobrenaturales es la razón iluminada por la fe y dirigida por la prudencia sobrenatural. En cuanto a los dones del Espíritu Santo, son perfecciones más altas que Dios nos da en vista de una moción especial o extraordinaria. Sus actos no [156] tienen otra regla sino la inspiración divina de la sabiduría de Dios, de su Espíritu. Las accione heroicas, las acciones generosas, son efecto generalmente de los dones del Espíritu Santo. Por allí podemos estimar la grandeza de estos dones; obra maestra del amor, que sobrepasó a todas las maravillas creadas, angélicas y humanas, visibles e invisibles, de allí la grandeza de todas las virtudes naturales y sobrenaturales, lo mismo infusas que adquiridas. don.

Debiéramos como dice el Apostos San Pablo, dar gracias a Dios por su inefable

Hasta aquí hemos visto los dones del Espíritu Santo en general, y debiendo verlos ahora en un modo especial, quiero considerarlos relacionándolos con la vocación. Todos esos dones, en general y en particular, son necesarios para que vosotras podáis realizar vuestra santa vocación. Realizar un acto de virtud aisladamente, no es muy difícil, los malos lo hacen, de 99


vez en cuando realizan una obra buena. En cambio, obrar bien, obrar siempre la perfección y perseverar en el bien, no es cosa fácil pues ya sabemos que la vocación a la vida religiosa es una vocación a la perfección. Dios escoge a los que quiere, los marca con esa señal de sus escogidos, que aquí en la tierra pudiéramos decir que es la cruz de Cristo, porque desde luego, es una gracia que nos alcanzó para los hombres el sacrificio de Jesucristo, gracia que tiene que perfeccionarse también en el sacrificio. Todos los llamados a la perfección, por este mismo hecho son llamados a incorporarse al misterio de la Cruz, al misterio de la Redención. Tienen que estar unidos a Jesús Crucificado. De allí la multitud de vencimientos, de allí que se nos pida un renunciamiento total, una inmolación completa de la vida. Pero si la vocación a la vida religiosa es grande, si dignifica tanto, es en vista de la inmolación que exige. Ya lo sabéis, amadas hijas, [157] no hay verdadera grandeza sin sacrificio, sin cruz, y nosotros hemos deseado buscar no la grandeza humana que envanece, sino la divina que humilla, la que nos acerca a Dios, la que nos hace ser hijos de Dios, grandeza que llamamos SANTIDAD. Esas han sido nuestras aspiraciones, y por tanto, desde el primer momento en que sentimos la vocación, comprendimos que iba a ser una serie de sacrificios la que se nos exigiría para alcanzarla. Pero de tal manera se había caldeado ya en nuestra alma el deseo de perfección, de tal manera habíamos entrevisto esa idea, que nos resolvimos a todo. Hay más aún: vosotras habéis aspirado a la perfección en la vida religiosa, y dentro de esa vida Dios os ha llamado a realizar el tipo exigido a las Misioneras Eucarísticas de la Trinidad; os ha llamado ha tener el colorido especial de esa vocación, a establecer un tipo en el que se han de modelar todas las generaciones del porvenir. Desde luego, para conocer el tipo de perfección cuando éste es nuevo, hay que vivir en una continua comunicación con Dios. “Señor, ¿qué quieres que haga...? Ya lo habéis oído, el Espíritu Santo ilumina a los que escoge como instrumentos para esas fundaciones y les inspira ese modo, ese ideal, que si queréis se expone a grandes rasgos y se encarga del Espíritu Santo. ¿Quién puede dudar de que el Espíritu Santo se manifieste de una manera espacialísima al principio de los Institutos Religiosos? ¿A qué se debe sino a esa abundancia de gracias el aumento de santidad? ¿A qué se debe sino a que el Espíritu de Dios se muestra de una manera extraordinaria y a que las almas llamadas responden con sinceridad, con la sencillez que el Espíritu Santo les ha dado y por la cual ni siquiera miden la altura de sus calvarios ni sospechan lo que han de sufrir? En el mundo cuando alguien sufre, suele decir que se arrepiente de haber seguido tal o cual camino. Esto no sucede con las almas que se entregan a Dios en la vida religiosa, sino que se gozan en su [158] sacrificio porque saben que les va a permitir realizar su ideal de perfección. Yo no concibo ninguna alma enamorada del sacrificio, sin que la asista una 100


gracia extraordinaria del Espíritu Santo. Hablar de perfección, hablar de renunciación que supone al religiosos guardar los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, así como preceptos, reglas, advertencias que se nos dan para conservarlos, no puede concebirse todo esto, repito sin que el alma esté llena de una gracia extraordinaria del Espíritu Santo. La gracia ordinaria no basta; nos ayuda para los actos ordinarios, pero la perseverancia en el bien y en la vida de sacrificio no es algo ordinario sino extraordinario. Pudiéramos temer con fundamento, alejarnos del camino, si para ello contáramos con nuestras propias fuerzas. Pero el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda y El todo lo arregla. El mismo dijo: “Dios ama al que da con alegría... Dios ama al que hace su voluntad gozosamente; Dios quiere siempre en nosotros la alegría. Por un contrasentido inexplicable para el mundo, aquél que vive mejor su vida religiosa, aquél que más se sacrifica, es el que vive más contento, más alegre, en un ambiente de jovialidad y de alegría pura. Santo!

¡Es que nosotros no sabemos hasta dónde nos puede llevar la gracia del Espíritu

Creo indispensable tener presentes estas cosas, porque si únicamente se nos expusieran todas las dificultades, las exigencias, y no se nos manifestara lo que nos ha de permitir cumplir esas exigencias, claramente nos desalentaríamos y la vida religiosa quedaría desierta. En primer lugar, amadas hijas, necesitamos los dones del Espíritu Santo para comprender la vocación, para seguirla, para perfeccionarla. Para comprenderla, ¿quién va a dudar de que se necesita entendimiento? El entendimiento siem[159]pre es para comprender las cosas; la memoria simplemente recuerda, pero el entendimiento permite discutir. No basta recibir un don. Háganle ustedes un regalo a un idiota, así pueda ser la cosa más preciosa, y no dice nada; se quedará mirando con una mirada estúpida, lo tira como si nada; no hace caso del regalo. Se necesita entonces el entendimiento para apreciar, para discernir. La vocación, amadas hijas, es una joya preciosa, es un don que supone otros muchos. Ya vamos a ver cómo todos los dones del Espíritu Santo se necesitan y nos son dados en orden a nuestra vocación; es ella un don precioso, pero necesitamos entendimiento para comprenderla; ese entendimiento tiene que ser un don divino. Hay personas muy sabias según el mundo, que no entienden ni “j” de los dones, mucho menos de la vida religiosa. Se escandalizan dicen que es el grande atentado contra la libertad del alma; por lo mismo afirman: hay que libertar a esas pobres almas... Todo se debe a que no comprenden, recibieron la ciencia humana pero no la divina. Menos malo si no recibieron el don de la vocación; peor sería si la hubieran recibido y la despreciaran. Vosotras habéis recibido ese don de la vocación en general y de la vocación en 101


particular a vuestro Instituto como Misioneras Eucarísticas de la Trinidad. Hay que comprenderla. Y después siguen necesitándose los dones para seguirla. El don de Fortaleza para vencer tantos lazos que nos atan con el mundo, para sacrificar en la verdadera acepción de la palabra, todos los afectos que nos detienen, que nos liga con el mundo; y después todavía más, para perfeccionar la vocación. Por propia experiencia sabéis que nos basta entrar a la vida religiosa, aun cuando cueste mucho; ya estáis allí... ahora comienza una nueva lucha, una nueva inmolación. Si para entrar ya os costó mucho trabajo, pues para perfeccionar la vocación os costará todavía más. [160] Después de entrar se comienza una nueva vida, y cuántas veces decimos: “pero ¿cómo es posible llevar tal vida?... La posibilidad la da siempre la gracia del Espíritu Santo, la posibilidad la dan los dones divinos, comunicados en abundancia, y cuando ya se tiene en cuenta estas cosa, entonces todo se ve bajo un aspecto consolador y fácil relativamente, que entusiasma y nos hace amar nuestra vocación, que nos hace entusiasmar a otras almas para que la sigan, para que compartan la dicha que se encuentra en el servicio de Dios. En primer lugar hagamos reflexiones sobre el don de Temor; ya dice la Escritura: “El principio de la Sabiduría es el Temor”... El principio para adquirir la sabiduría es el temor de Dios, para adquirir ese don altísimo que es la sabiduría y todavía más, la Sabiduría Encarnada. Es un don por excelencia el temor reverencial que nos hace tener sumo cuidado de no despreciar el amor que ese mismo don supone. Temor reverencial que nos hace ser almas delicadas, sensibles a la gracia, que siempre temen no saber corresponder a ella. No es temor servil, nó, es el temor que nace del amor, de la reverencia, de la estiman en que se tienen estas cosas, estos dones. El Temor de Dios excluye desde luego el pecado. Donde está el Temor allí está la humildad, y donde está la humildad, está la oración. El Temor nos lleva de veras a la práctica de la humildad, a pedir consejo, a recurrir a la oración, a implorar gracias divinas. Dice el Eclesiastés: “El que teme al Señor no descuida nada”. Tiene grande cuidado de aprovechar todo, de no ser negligente a nada. ¡Qué lejos está, amadas hijas, el temo servil, de éste otro que es un Don Divino del Espíritu Santo! Más bien que temor, se le podría llamar al cuidado, la atención amorosa en el servicio de Dios. [161] El don de Temor incluye otros dones; desde luego el de Entendimiento para comprender la importancia misma del temor. No cuidaríamos el don del temor si no lo estimáramos, y no estimaríamos sino conociéramos siquiera su grandeza. Pensad, amadas hijas, en el aprecio que hacéis de los dones de Dios; de ese don singular de vuestra vocación en general a la vida religiosa y en particular a vuestro Instituto. Pensad qué habéis hecho para conservarla; si la habéis expuesto ligeramente, obrando con ligereza.

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Como veremos más tarde, uno de los medios para tener los dones, es pedirlos. La oración, la súplica. Si el principio de la sabiduría es el temor, pidámoslo, pidamos ese santo temor de Dios que nos aleja del mal y que nos confirma en el bien; que nos hace dar por bien empleados todos los sacrificios, con tal de no perder nuestra vocación, con tal de no volver atrás, porque si volviéramos atrás, perderíamos todo lo ganado, perderíamos los dones y estaríamos en un camino mucho más difícil, sin contar con los dones que Dios nos tiene prevenidos para poder realizar nuestra vocación. En una palabra, viviríamos de los mendrugos de la caridad de los demás; y Dios no nos ha llamado a eso, nos ha llamado a su banquete, al banquete de los escogidos. No despreciemos este llamamiento, estimemos esta dignación del Señor y procuremos vivir siempre en ese temor reverencial. No nos expongamos por ningún motivo a perderlo. ASÍ SEA.

Los dones del Espíritu Santo. Don de temor de Dios. (162) Martes 7 de diciembre -1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Dios.

Examinábamos algo de las cualidades y de la necesidad del don de Temor de

Relacionándolo con nuestra vida espiritual, el temor de Dios nos hace luchar contra el pecado; en primer lugar contra el pecado mortal. El alma teme[162]rosa de Dios no se atreve nunca a ofenderlo; pero hay otro peligro para las almas, y es habituarse al pecado venial. Siendo el fruto del pecado venial la tibieza, corren el grande peligro de caer en ella. Una manifestación de la tibieza es la pereza espiritual, la negligencia sobre todo en las cosas espirituales; se necesita poseer el don de Temor de Dios que tiene como base un principio de amor. El temor de perder a Dios, el temor de disgustar a Dios, de nos agradarle, de ser menos pura a los ojos de Dios, para un alma delicada o que quiere serlo, basta para hacerla reaccionar y sacrificarse. Por lo que ve a la vocación, el temor de Dios consiste en temer perder el espíritu y aun perder la misma vocación; el temor de ser un obstáculo a la perfección de la Obra. Todo esto debe hacer reaccionar al alma que posee este don. Si ninguna de estas cosas se tuviera en cuenta, podríamos asegurar que esa alma entró ya en la región de la tibieza, en donde todo le es igual, lo bueno, lo menos bueno. Ya no se preocupa por el buen ejemplo, se resigna a llevar una vida mediocre. ¿Cómo puede esta alma llegar a la posesión de la divina Sabiduría, a la posesión de aquellos dones excelentes de la contemplación, de la unión transformante? ¿Cómo pueden las almas llegar a estas alturas si se detuvieron en el primer 103


paso, en el pórtico que da acceso a ese camino o al principio mismo del camino? Por eso el Espíritu Santo nos asegura: “El principio de la Sabiduría es el Temor de Dios.” El principio de esas gracias altísimas es el Temor de Dios, porque hemos visto ya que solamente el temor nos aleja del pecado. La persona que no teme a Dios, le ofende fácilmente. Hay hombres muy malos de los que [163] se dicen muchas cosas malas, precisamente porque no tienen temor de Dios. Es una alabanza para las personas decir: “fulano es temeroso de Dios...” Y no es temor servil aunque a veces el temor servil hace llegar al otro; porque ya el que un alma se mueva a tomar la resolución de no apartarse de Dios, es fruto de la gracia del Espíritu Santo. Si nos moviéramos sólo por temor servil, sería como decirle a Nuestro Señor: “Mira Señor, yo te amo únicamente porque si no lo hago me castigas… si no me castigaras, no te amaría...” El temor servil es algo contrario al amor, a esa delicadeza exquisita que nos lleva a grandes sacrificios. El temor de Dios consiste en asegurar la perseverancia en el bien, en el amor del mismo Dios. ¡Ojalá que pudiéramos de veras realizar aquellos versos que dicen: “No me mueve mi Dios para quererte...” o sea un acto de amor perfecto. Eso es lo que el alma debe a Dios y lo que el Espíritu Santo quiere infundirnos por su don de temor a Dios. En ese sentido, es precioso tal don para quien lo tiene. Y no se trata de almas tímidas ni de espíritu apocado, lo cual es propio de las personas serviles; una persona así, no hace muchas cosas grandes. No hay nada tan grande o que fomente tanto la grandeza en el espíritu, en las obras, como la libertad de los hijos de Dios, y esa santa libertad está reñida con la pusilanimidad. Los ánimos pusilánimes, apocados no se atreven nunca a cosas grandes, como aquél de quien nos habla el Evangelio, que recibió de su amo un talento y dijo: “Yo sé que mi amo es muy exigente, que quiere cosechar en donde no sembró, así que voy a enterrar el dinero, no sea que se me vaya a perder...” El temor filial es el que da el don del Espíritu Santo y que trae consigo profunda confianza. Así pues, vemos cómo el Espíritu de Dios regala sus dones, los perfecciona en el alma para que realice su santidad. Cuando ese espíritu de temor, don del Espíritu [164] Santo, lo aplicamos a nuestra vocación, tenemos un cuidado exquisito de ella. Las personas que poseen este don, no necesitan severas amonestaciones; ellas mismas van normando su conducta de acuerdo con ese don. Temen, como os decía, perder la vocación, perder el espíritu. El religioso ferviente, entusiasta por su santificación, teme perder el espíritu, y todas aquellas cosas que se le dicen, las tiene en cuanta para no ir a perderlo, cosa que sería para él la pena más profunda. 104


El espíritu religioso, el espíritu del Instituto se pierde, se puede perder. Para un religioso ferviente la mayor pena sería que le dijeran por ejemplo: “Usted ya no es el mismo ha cambiado.... se nota en todo que va perdiendo el espíritu... se ven muchos signos de tibieza, de poco interés en su vocación...” Pero cuando no se tiene el Temor de Dios, no se temen tampoco otras cosas que no son de Dios, aun cuando Dios nos las haya dado. Por eso la desgracia más grande para un alma es perder el Temor de Dios, el amor de Dios. Temen las reprensiones, el castigo, y por eso llevan una especie de vida no sincera sino hipócrita, que simula cosas que no siente. El motivo principal porque se pierde el espíritu religiosos es entonces perder el espíritu del temor. No se teme perder a Dios, ni su amor y por lo mismo se descuidan los medios para conservar esa vida. En esas condiciones la vida religiosa viene a ser ya una carga insoportable, tanto para el que la vive, como para el que tiene que tratar con tales personas. Por lo menos causará muchas penas, hará sufrir mucho interiormente, el contemplar a esas almas. A esto se llega poco a poco; generalmente las caídas no son repentinas. Una caída repentina tiene una reacción inmediata que salva al alma. Pero las caídas que se van preparando cuando se va minando el organismo, son como gotas de [165] agua; llega un momento en que una gota hace que el vaso se derrame. La sorpresa es muy grande para el alma, puesto que había obrado con cierta hipocresía. Hace poco, en una comunidad de México, la superiora afligidísima me decía: Padre figúrese que fulana... la que usted conoce, cuando menos me esperaba yo, me va diciendo que se retira de la vida religiosa... y ya se fue. Esas caídas se explican porque se van preparando poco a poco. Una infidelidad hoy, otra mañana y poco a poco se mete el mundo y de repente todo se viene abajo. Perdieron el temor de Dios, ya no les importaba nada aquella Sabiduría que promete el Espíritu Santo a los temerosos de Dios. No les importaba el ideal de santidad de su Congregación, ni cumplir con sus deberes, nada. Se hacen como una cáscara en el agua, que se va por donde la corriente la lleva. Así son estas pobres almas que han perdido el espíritu. Naturalmente llega un momento en que no tienen fuerzas para seguir adelante, pues el mal está muy avanzado. De un religioso que cae en la tibieza, se ha perdido el espíritu de su vocación, ya no se puede esperar nada. Solo un verdadero milagro podrá volverlo al fervor. El Temor de Dios nos preserva de la rutina, esa como peste de la vida espiritual. Hay personas que se dedican a hacer actos piadosos siempre a la misma hora; esto les permite caer fácilmente en la rutina, hacen las cosas ya nada más porque las tienen que hacer. El don de Temor nos preserva de la rutina porque nos da un respeto muy grande para Dios y para las cosas de Dios. El temeroso del Señor siempre está atento a El y hace bien todas las cosas, por lo menos ése es su deseo y así lo pide constantemente: 105


“Señor, penétrame de tu santo temor a fin de comprender hasta las menores faltas... que nada en el mundo me haga consentir en cometerlas...” ¡Oh Señor, qué grande es la dulzura que has prometido y que tienes guardada a los que te temen! [166] Esta es la palabra del Espíritu Santo. Figúrense, si el primer escalón ascendente ya es tan hermoso, ¿qué sentirá el alma cuando llegue a la posesión de la Sabiduría, cuando llegue a gustar las dulzuras de los otros dones? La sabiduría la tiene Nuestro Señor como escondida para los que lo temen y solamente a ellos la entrega. Esa es, amadas hijas, la dulzura que no tiene nada de amargo, la dulzura a la que todos vamos orientados, la que buscamos; dulzura perfecta porque la da el Espíritu Santo. Dulzura que compensa todos los sacrificios de la vida; dulzura que nos hace recibir con generosidad todas las cruces de nuestra vida. Es la dulzura del amor de Dios; la recompensa de los religiosos fervorosos, observantes, que aman sus deberes y se sacrifican por cumplirlos. En la cruz del cumplimiento de sus deberes encuentran la dulzura del Espíritu Santo. Por eso tales religiosos son siempre fervorosos y su fervor se mantiene precisamente con la dulzura del don del Espíritu Santo. Comienza con la cruz, con el renunciamiento, con la fidelidad en el deber, y recibe después la recompensa del Espíritu Santo, la dulzura que ha prometido el mismo Espíritu de Dios; entonces el trabajo, el sufrimiento se hacen más y más amables. Este es el misterio de la cruz; en las cosas que el mundo aborrece y odia, se encuentra la dulzura del Espíritu Santo para los que temen y aman a Dios. Si yo viera a alguna de vosotras, amadas hijas, descuidarse en su perfección, indiferente para cumplir o no con sus deberes, con sus prácticas de piedad, temería muchísimo, porque esto sería una señal de que la tibieza empezaba a invadir al alma, orillándola a la pérdida de su vocación. Una vida que se lleva arrastrando, es muy pesada. Para estas pobres almas, la vida religiosa no es ya la antesala del cielo; no es para ellas [167] el secreto de las dulzuras divinas, sino una carga muy pesada, insoportable. Que Dios nos libre, amadas hijas, de esa desgracia tan grande. Es por esto por lo que insisto en predicar la devoción al Espíritu Santo. La Madre Magdalena Ponet de la Visitación, mandaba celebrar misas al Espíritu Santo para mantener el fervor en su comunidad! El santo Cura de Ars decía que cuando nos sintiéramos sin fervor, mandáramos celebrar alguna Misa, rezáramos alguna novena, algunas oraciones especiales, alguna invocación al Espíritu Santo para que nos ayudara a salir de ese estado. Y es que el Espíritu de Dios, reinando en las almas, tiene que mantenerlas en el fervor, es decir en el amor, en el cumplimiento de sus deberes. Pidámosle que ponga en actividad ese temor de los hijos de Dios en nuestras almas y que nos obsequie esa dulzura, prometida y guardada para los que le temen. 106


Nosotros queremos temerle con aquel temor de respeto, de veneración; queremos temer a Dios y en El y por El a todos aquéllos que lo representan aquí en la tierra. ASÍ SEA.

Los Dones del Espíritu Santo. Don de Piedad. (168) 8 de diciembre de 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Cuando el Espíritu Santo, por su don de Temor hace que las almas se aparten para siempre del pecado, no quiere dejarlas bajo la impresión de un sentimiento que las haga tímidas; al contrario, las aparta del pecado para unirlas a Dios y transformarlas en El, para que sintiéndose hijas de Dios por el DON DE PIEDAD, lleguen a tener esa confianza, esa osadía sana4, esa audacia de los hijos del Padre Celestial. ¿Quién podrá amadas hijas, medir la fuerza que comunica al espíritu el sentimiento de la Paternidad Divina, cuando se ha contemplado el poder de Dios y la grandeza de todas sus perfecciones divinas? ¡Y [168] considerar que ese ser tan perfecto es nuestro Padre y no sólo de nombre, sino en toda realidad, en toda verdad! Dios siempre ha gustado que se le llame Padre. Dice el Señor: “Llámame Padre porque verdaderamente Yo soy tu Padre”... Dice el Profeta Malaquías: “Si Yo soy tu Padre, ¿en dónde está el honor que se me debe?”... El honor, el amor, la sumisión filial debida a Dios, ciertamente no lo han de enriquecer a El, sino que han de llenar de gracias a las almas. Esa paternidad divina exige de nosotros una santa libertad para comunicarnos libremente con Dios. Ya sabéis la diferencia tan grande que existe entre el Antiguo Testamento y el Nuevo, a este respecto: en la Antigua Ley, aunque Dios se mostró Padre, como acabamos de leer en las palabras del Profeta Malaquías, sin embargo, no se comprendió plenamente esa Paternidad, fue necesario que Jesucristo, en el Nuevo Testamento, hiciera evidente el amor del Padre y se nos mostrara como un ejemplo del amor del Padre. El don de Piedad es una disposición por la que el Espíritu Santo nos lleva a ofrecer a Dios un afecto filial, considerándolo como el mejor de los padres. Y la verdad es, amadas hijas, que mientras no lleguemos a poseer el espíritu, mientras no nos sintamos verdaderamente como hijos en la casa de Dios, en el servicio de Dios, estaremos fuera de nuestra vocación, fuera de nuestra misión. Hay que sentirnos como hijos para tener todo el derecho al cariño y al amor del Padre. Hay que sentirnos hijos para tener derecho a la herencia del Padre; hay que sentirnos hijos para poder entrar con libertad a todos los lugares en donde habita nuestro Padre. ¡Qué lejos estaba el mundo en la Antigua Ley, de comprender esa ternura del 4

El texto original dice “sanda”

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Padre Celestial! Había resistencia para hablarle; se creía que hablar con Dios ocasionaba la muerte; se deputaba a los directores del pueblo para que ellos le hablaran [169] a Dios. El pueblo no quería hacerlo, pero por ventura, nos dice el Apóstol San Pablo, “mandó Dios al Espíritu de su Hijo a vuestros corazones clamando ‘Abba... Pater’...” ¿Cómo podríamos entrar inmediatamente en una relación tan íntima como es la de la filiación, cuando hemos sido adaptados? ¿Cómo aprendimos el lenguaje único que le agrada a Dios y que es el de su propio Hijo, el de aquel Hijo que según la naturaleza lo ha engendrado eternamente? Nunca lo llegaríamos a concebir si no se dignara el Señor a darnos su espíritu. Hemos recibido el Espíritu de su Hijo por el que aclamamos: Abba-Pater! Entonces verdaderamente nuestra voz es la del Hijo; nuestro amor, el amor del Hijo porque ha venido a sustituirse en nosotros; porque ha venido a nosotros el Espíritu del Hijo y en nosotros ha clamado con voces inenarrables el nombre dulcísimo del Padre. Aquí en la tierra, hablamos de la maternidad como del amor más puro que existe; pero la maternidad, lo mismo que la paternidad según la naturaleza, no es más que una extensión, una participación de la verdadera fuente, de única fuente de paternidad que es Dios. Dios es ante todo Padre. El Padre de donde todas las cosas vienen. ¡Sea bendito, sea bendito Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, el que nos consuela en toda tribulación, Padre de misericordia, Dios de todo consuelo¡ ¡Bendito sea! Cuando vemos que se nos exige sacrificios, los cuales han de tener como recompensa el que se nos admita en los brazos de nuestro Padre Celestial, ¡qué consuelo, qué aliento y fortaleza para aceptar y ofrecer esos sacrificios! ¿Por qué se inmolo Jesucristo? Por darle gusto a su Padre Celestial. Esa inmolación de Cristo hizo que se distinguiera entre todos los que glorifiquen al Padre Celestial. “Ante el nombre de Jesús se doblega toda rodilla... Dios Padre le dio un nombre que está sobre todo nombre y pudo decir [170] de El “Este es mi Hijo muy amado en el que he puesto todas mis complacencias; escuchadle!... No hubo para Jesús compensación más grande a su sacrificio, que la de ver satisfecho a su Padre Celestial y dejar cumplida la voluntad de su Padre. Gozó en nuestra liberación del pecado, en nuestra felicidad; pero todo esto era como un pálido reflejo del que sentía su alma al ver satisfecho a su Padre, al sentirse verdaderamente Hijo de su Divino Padre. Y solamente este Hijo pudo hacer tales sacrificios por su Padre, y solamente ese Padre pudo exigir de su Hijo tales sacrificios. Entonces quedó demostrado ante todo el mundo, que Jesucristo ama al Padre, que su Padre ama a Jesús. Tuvo que ser un don del Espíritu Santo, una moción divina; tuvo que ser ese artista divino el que viniera a tocar la fibra del alma y del corazón del hombre para que ame al Padre Celestial. Podrán existir dones más altos, pero el Don de Piedad siempre tendrá el encanto 108


que tuvo la conducta de Jesús en la tierra para con su Padre Celestial. El Don de Piedad siempre nos recordará a Jesús levantando lo ojos a su Padre para darle gracias; nos recordará a Jesús hablando con fuego inusitado, acerca de su Padre. El don de Piedad tiene siempre un recuerdo para todos los que en la tierra peregrinamos bajo el peso de la cruz. Precisamente nos recuerda que tenemos un Padre que nos ama, que nos comprende, que ha de ser nuestra recompensa, que, siendo perfecto, nos va a participar de sus perfecciones. El don de Piedad nos recuerda que no somos pobres, porque somos dueños de los tesoros divinos, dueños del amor del Padre que está en los cielos. Examinaremos después, amadas hijas, más detenidamente, la influencia de este don en el espíritu propio de vuestra vocación. Si mi deseo es ver en todas vosotras el don del Temor Divino, igualmente deseo que os llene el don de Piedad, y con mayor razón. Una Misionera piadosa, amante de Dios, agradecida con su Pa[171]dre Celestial; una Misionera que se vuelva siempre niña en los brazos de su Padre, será como una fortaleza inexpugnable que ningún enemigo hará caer. ¿Quién podrá arrancarla de los brazos de su Padre Celestial? Llevará una como estela de luz y de pureza, fruto de la mirada y la protección de su Padre. Será rica con la riqueza de su Padre, no habrá nada que no pueda comprar disponiendo de los tesoros divinos, y como ama a su Padre, sabe que no le negará nada. Existen aquí en la tierra algunos padres nada más de nombres, pues no llevan relaciones de amistad, de confianza, con sus hijos; el hijo no cuenta para nada con lo del padre. Este es el caso del pecador que rehusa voluntariamente, sobre todo a la hora de la muerte, las riquezas de Dios, el amor de Dios. Pero cuando se tiene la certidumbre de que existe el amor, entonces como Jesús, se puede adelantar la acción de gracias. ¡Oh Padre, yo sé que siempre me escuchas... pero para que el mundo sepa que Tú me has enviado, concédeme esto...! Sobre todo cuando lo que deseamos se confunde con la gloria del Padre, ¿cómo no hemos de ser escuchados? ¡Gracias Padre, por tu grande gloria! ¡Qué a gusto se vive así, cuando se siente uno en brazos de su Padre! Yo he oído decir a algunos religiosos, que no podrían estar a gusto en su comunidad si no estuvieran bien con sus superiores, si no los sintieran satisfechos, si les hubieran causado algún disgusto. Y tienen razón, porque la autoridad se deriva de Dios, porque la paternidad viene de Dios, y todo aquél que representa a Dios nos hace sentir a Dios Padre. Quizá el simple temor de que nuestra conducta no sea conforme con Dios, nos hace que no estemos tranquilos si no sentimos la satisfacción de nuestros superiores. Por eso el que tiene espíritu de fe, extiende una mirada sobrenatural a todos aquéllos que representan a Dios, la Paternidad de Dios, aquí en la tierra. Es una fineza sobrenatural, delicadísima, la [172] de tener siempre contento a Dios, la de sentirse siempre en los brazos de Dios. 109


Podrá suceder, en los altos designios de nuestro Padre, que se presente alguna falta de comprensión por parte de los superiores; pero siempre será en las almas una satisfacción íntima, grande, proceder con verdadero espíritu de fe, porque no dejara de manifestarse en alguna manera la bondad del Padre Celestial. Yo quiero, amadas hijas, que todas vosotras seáis celosas de complacer siempre a vuestro Padre Celestial y a todos los que lo representan en la tierra, aquéllos que os han engendrado en el espíritu. Si yo viera a una Misionera apartada de sus superiores, lo sentiría mucho por ella misma, lo sentiría porque vería que está muy lejos de su perfección, de su ideal. Y aun cuando alguien me dijera que esa misionera hace milagros y por todas partes se corre la voz de que es santa, yo siempre la tendría en un concepto triste, bajo, siempre le tendría lastima; siempre le pediría a Dios que le hiciera comprender la necesidad de volverse a El y de sentirse verdaderamente hija. En alguna ocasión nos decía nuestro Venerado Padre Fundador que quería y deseaba vivamente que entre nosotros se hablara más que de superiores y súbditos, padres e hijos. Si, amadas hijas, el superior es un padre que Dios nos ha puesto; no es una autoridad sin amor y así debemos verlo con la mirada de la fe. Que siempre haya esa adhesión a los superiores, que se hagan sacrificios para mantener el espíritu de fe sobrenatural hacia todos aquéllos que representan para nosotros la paternidad divina, origen de nuestra felicidad. Pidamos al Espíritu Santo por medio de María que tanto se distinguió en ese divino don de Piedad, que nos lo conceda a todos y cada uno, a cada una de las Misioneras Eucarísticas de la Trinidad. ASÍ SEA. [173]

Los dones del Espíritu Santo. Don de Piedad. (174) 8 de diciembre de 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Los efectos del DON DE PIEDAD con relación a Dios, son los sentimientos que los buenos hijos experimentan para con sus padres. El alma siente un deseo muy inmenso de amar a Padre Celestial, un deseo muy grande de agradarle en todo, aun en sus menores acciones; tiene sed de oración y las horas que consagra a este ejercicio son las más felices de la vida. Es natural que buscando la unión con Dios y tratando de perfeccionar las relaciones con su Padre (las cuales se perfeccionan siempre en el trato íntimo con Dios), el alma tienda a la oración. Precisamente las almas que tienen el don de Piedad se distinguen por su espíritu de oración. Primero es un movimiento espontáneo del corazón; a veces un sentimiento de ternura filial es el que la lleva a la oración. Allí le espera la gracia del Espíritu Santo, un regalo que el Padre hace a estas almas; luces extraordinarias por su grandeza, luces de conocimiento de Dios, de amor. 110


Nunca nos arrojamos en los brazos de nuestro Padre sin recibir algún don, así como suele suceder con nuestros padres en la tierra que tanto nos aman; no nos acercamos a ellos sin recibir siquiera una manifestación de su amor, que es ya un don. El regalo que nos hace nuestro Padre Celestial consiste en un conocimiento mayor de Dios y de las cosas de Dios; esa gracia que nos ha de permitir luchar con ventaja sobres nuestros enemigos. El alma que posee el don de piedad queda sellada con un gran espíritu de devoción. En ella la oración se caracteriza por los afectos. Nuestro Venerado Padre Fundador, el Padre Félix, parece que se propuso copiar exactamente todos los rasgos fisonómicos de aquél que posee el don de Piedad. ¡Cómo recomendaba la oración afectiva! “Es propia –decía- del que empieza y del que acaba”… “No perdamos tiempo en la oración, [174] si no podemos discurrir, hagamos afectos, pasemos el rosario haciendo actos de amor”... Recomendaba mucho esa clase de oración, y así siempre nos recomendaba la unión con Dios. Decía que no siempre podemos estar en el templo, en la capilla, pero siempre podemos estar unidos con Dios. Y era una característica de su dirección espiritual llevar las almas a la unión con Dios, viviendo con la atención amorosa a ese Dios considerado como Padre. Algunos años antes de su muerte se había impuesto pasar una hora de oración siempre consagrada al Divino Padre, a quien hacía objeto especial de ese tiempo, aunque fuera en los caminos, de viaje. Tenía sentimientos verdaderamente filiales y siempre se veía en él la preocupación de cultivar el amor al Padre Celestial. Siendo un buen hijo, aprendió a ser un buen padre. Esa conducta, esa unión constante con el Divino Padre, tuvo como resultado una fecundidad muy grande. Era de gran ternura en sus sentimientos y una absoluta confianza en el Padre. ¿Qué podría negarle quien le había dado en abundancia su Espíritu? Así era nuestro venerado Padre Félix, un adorador en espíritu y verdad, como anunciaba Jesús a la Samaritana. Amaba con amor sincero, fundado en los mismos dones que Dios le había concedido. Cuando estas almas buscan con afán la oración, no lo hacen por encontrar una satisfacción propia sino que buscan en ello el beneplácito de su Padre Celestial, porque ya sabéis que en la oración no siempre se encuentran consuelos sensibles, al contrario, el Señor los retira; así conviene a veces a la gloria divina. El alma dirigida por el don de Piedad y que se encuentre en esa arideces y tentaciones, no se turba ni se queja. Su razonamiento es muy sencillo: puesto que mi Padre lo quiere, esto es lo que me conviene. Si Dios le hace sentir consuelos, si le deja sentir su ternura, el alma los [175] acepta como el niño en los brazos de su padre. Pero cuando el Señor la deja en la aridez y tentaciones, el alma se conforma; en una cosa y en otra ve el beneplácito divino; se contenta con saber que su Padre quiere, que es su voluntad y que desde el momento en que lo permite, es porque así conviene. Siempre tiene Nuestro Señor motivos de misericordia en su conducta para con nosotros. Pero es el don de Piedad el que nos permite vivir esa vida: y cuando las almas santas están muy ejercitadas en el amor de Dios, encuentran una satisfacción 111


mayor viéndose privadas de consuelo porque entonces tienen una ocasión más de manifestar su amor a Dios. Claro que estas cosas son contrarias a la naturaleza y no dejan de causar pena, pero aun así las aceptamos. Dios Nuestro Señor quiere que sellemos siempre nuestros actos con la cruz aun en los momentos de satisfacción. Desde luego, para el que se siente envuelto en el amor de nuestro Padre Celestial, ya es una pena verse privado de ese consuelo. Por un contraste entre el amor de su Padre y el amor que el alma experimenta, sentirá una pena íntima que quizá no se atreva a expresar. Las almas movidas por el don de Piedad, no se desalientan de sus caídas; se levantan pronto y se arrojan a los brazos del Padre. Cuando gozamos de la presencia de Dios, pero pensamos que hay muchas almas que no lo conocen, que no lo aman, sentimos pena, y como siempre existirá el mal en el mundo y la ingratitud y la infidelidad, entonces el alma amante de Dios siempre tiene motivos para sufrir. Cuando se apareció Jesús en el Tabor, se nos dice que estaba hablando de su pasión y de su muerte. Así también estas almas, en el Tabor de su comunicación con Dios no se olvidan de que hay miserias en el mundo y su conversación es acerca de esas necesidades. Entonces el Divino Padre les infunde el deseo que infundió en su Hijo: inmolarse por lo pobres pecadores. ¡Qué hermoso es todo esto, amadas hijas!, Jesús bajó de los brazos de su Padre Celestial a los [176] brazos de la Cruz. De aquel idilio divino bajó a las desolaciones, a los desamparos, a las luchas, a todo aquello que es necesario para alcanzar la redención de las almas. El alma llena de piedad, llena de Espíritu Santo, después de haber contemplado el amor y la bondad del Padre, se extasía en la contemplación del Hijo. Es el modelo que se propone, de manera que siempre que quiere ejercitarse en el amor al Padre ve la imagen del Hijo. Ama al Hijo porque es Dios; pero tiene otro motivo, digamos, aparte de la divinidad, para amarle, y es el de haber sido el modelo perfecto y acabado del amor al Padre Celestial. Como existe en el alma un amor tan puro y desinteresado, se deshace en acciones de gracias por la gloria que le dio a su Padre, por los consuelos que le proporcionó. Entonces bendice su sacrificio, entonces considera a Jesús como cabeza de los predestinados, como el primero de los adoradores del Padre en espíritu y en verdad, y une sus pequeños sacrificios a la Cruz de Cristo y hace una alianza con el Corazón de Cristo para alcanzar la gloria del Padre y la salvación de las almas. Se conmueve hasta las lágrimas al meditar la Pasión de Cristo y la ofrece una y mil veces con los mismos fines con que El la ofreció al Padre Divino. Entonces siente a Cristo verdaderamente Hermano; considera a Dios como Padre y a Cristo como Hermano. 112


Ese Hermano nuestro es el que por amor a su Padre y a las almas vino al mundo para manifestarnos en su sacrificio, que nos amó hasta el fin. Dice la Escritura: “Se entrega a Sí mismo en favor de nuestras almas.” Un corazón lleno del don de Piedad no puede dejar de sentir tal dolor. Y aquí se va obrando esa transformación de nuestras almas en Cristo, se va solidificando esa fusión de sentimientos. Todo esto lo posee el don de Piedad y nos hace todavía más, dirigirnos al cielo para amar a los [177] Santos, especialmente a la Santísima Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra. El Espíritu Divino nos enseña que somos hijos de Dios porque es el Espíritu que nos infundió el mismo Hijo de Dios. Pero al mismo tiempo nos enseña que somos hijos de María y hace que con su presencia nos regocijemos como se regocijó el Bautista en el seno de Santa Isabel. María.

Así también el alma llena del Espíritu de Dios, se regocija al solo nombre de

¡Con cuánto fervor se dirigía nuestro venerado Padre Fundador al cielo y a sus habitantes! Se encomendaba siempre a los Santos, pero tenia una devoción muy especial a los Ángeles; sobre todo brilló su amor a la Santísima Virgen. En el ocaso de su vida recibió la plenitud del Espíritu de Dios y entonces quiso el Señor acercar más su alma a María. Quiso mostrarle la hermosura y la grandeza de esa Madre. Estoy seguro que el amor de María iluminó las últimas horas de la vida de nuestro Padre. En sus grandes dolores y en sus penas, en sus enfermedades y pruebas, estuvo consolado en la presencia siempre sensible de María. Esa presencia pudiera pasar desapercibida para otras almas, pero para el que está lleno del espíritu de piedad, del Espíritu de Dios, es algo verdaderamente consolador, es motivo de intenso júbilo. Es un hecho que la Santísima Virgen ha recibido la misión de interceder, no de juzgar; y así la siente, en el papel de Madre, de consoladora, el alma que goza del don de Piedad. Ya véis, amadas hijas, qué relaciones tan íntimas y profundas guarda con las almas el Espíritu Santo por el don preciosísimo de Piedad. Dice San Pablo: “Sin el Espíritu Santo no podemos pronunciar el nombre de nuestro Padre Celestial”… Pero con el Espíritu Santo lo podemos pronunciar llenos del amor mismo de Cristo. El don de Piedad nos hace compasivos hasta con los enemigos, nos da ese reflejo del Corazón de Dios, corazón misericordioso, paciente, lleno de bondad. [178] En una palabra, al que tiene el don de Piedad puede decir las palabras del Salmo 21: “Mi corazón se ha hecho como cera líquida...” Pidamos humildemente, amadas hijas al Espíritu Santo, que tenga siempre en actividad el don divino que nos enseña a ser buenos hijos, para ser después buenos padres espirituales. Porque Dios nos llama a la paternidad y a la maternidad espiritual. Siempre tendremos almas que se nos confíen en una forma o en otra y necesitaremos completamente el don de Piedad. 113


Pidámoslo humildemente, con la seguridad de que por el amor tan grande que Dios nos tiene, no dudará en concedérnoslo. ASÍ SEA.

Los dones del Espíritu Santo. Don de Piedad - Infancia espiritual. (179) Diciembre 8 de 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Debiendo pasar a la meditación de otros dones y teniendo todavía mucho que decir acerca del don de Piedad, solamente quiero recomendaros mucho la afición, la conservación y perfeccionamiento de este don. Me parece que tratándose del Espíritu del Instituto, es uno de los más necesarios. La Congregación ha aparecido en el campo de la Iglesia en un tiempo especialmente difícil, en que los enemigos la persiguen. Buena voluntad, grande confianza en Dios, esto es lo único que debéis aportar al Instituto. No tendréis ni desearéis tener aquellas cosas que brillan a los ojos del mundo. La misión que se os ha confiado es difícil, amadas hijas, si se considera solamente el poder del hombre. Pero la realizaréis únicamente por vuestra confianza en Dios, sintiéndoos muy pequeñas, muy amadas de Dios; sentimiento de pequeñez que no debe disminuir sino acrecentar la confianza. Precisamente cuando faltan los medios humanos, tenemos a nuestra disposición los divinos; y [179] en la medida en que la empresa es grande, la confianza remedia todas estas dificultades. El espíritu del Instituto exige de la Misionera una grande confianza en Dios pero no la llegaremos a sentir si no nos sentimos amados de Dios y si no poseemos en nuestras almas ese santo abandono, esa filial seguridad en la Providencia divina. Debiendo el Instituto distinguirse por su amor a cada una de las Divinas Personas y en especial tratando de reproducir a Cristo en su amor al Padre Celestial, es preciso que cultiven y adquieran todos los miembros de la Congregación, la infancia espiritual, para que siempre se mantengan con una mirada amorosa delante del Padre Celestial. Las empresas son arduas, pero en la medida de las dificultades, necesitamos contar con el apoyo divino. Todas vosotras debéis vivir de la fe en el amor de Dios y su poder. De ninguna manera debéis ateneros a los medios humanos, ni confiar en la criatura, sin tener en cuenta a Dios; el día que esto sucediera estaríais perdidas, amadas hijas. El Instituto estará formado por millares de almas, de voluntades que difícilmente se podrán unificar si no las unifica el ideal, el amor, el espíritu de la vocación. El único que puede unir lo mismo las almas entre sí y con Dios, es el Espíritu Santo. El sentirnos todas hijas del mismo Padre y contar todas con las bendiciones de ese Padre, es lo que os ha de mantener siempre unidas. Pero si llega a enfriarse el amor de Dios, si llega a disminuir la confianza en la 114


Providencia de nuestro Padre Celestial, entonces se estará trabajando en contra de la unidad del espíritu y se estará cortando las alas al Instituto para que se desarrolle como Dios quiere, en la confianza, en el abandono a la Divina Providencia. Yo os lo digo, amadas hijas, no queráis temer nunca a los hombres, pero sí temed mucho a Dios. No pongáis nuestra confianza en los hombres, pero ponedla ilimitada en Dios. No busquéis nada humano, [180] no busquéis la aprobación de los hombres sino la de Dios. No desconfíes de ninguna misión que se os encomiende, cuando lleva la sanción de Dios en las disposiciones de la obediencia; es preciso ser almas todas de Dios y para esto hay que poner la mirada en Dios, buscar las cosas de Dios. Lo de la tierra debemos buscarlo para llevarlo a Dios, al amor y servicio de Dios. Es preciso pasearnos triunfalmente por el mundo con esa autoridad que nos da la misión divina que hemos recibido; pero no lo conseguiremos si no nos sentimos verdaderamente hijos de Dios. Es una locura tratar de dominarse, de vencerse a sí mismo, tratar de vencer y dominar a los enemigos sin contar con el poder divino. Nuestra voluntad es tan débil... ¡Cuántas veces proponemos algo que al minuto faltamos a esos propósitos! Quizá una dolorosa experiencia nos ha enseñado la vanidad de nuestros propósitos o la vanidad de la confianza que hemos tenido en nuestras propias fuerzas o en el apoyo de los demás. ¡Cuánta libertad de espíritu cuando ponemos nuestra mansión en lo alto, cuando nos sentimos herederos de todas las gracias de un Dios, cuando tenemos la conciencia de no haber hecho nada que enturbiara nuestro amor a Dios, nuestra amistad con El; cuando le hemos consagrado los instantes todos de nuestra vida, cuando no le hemos negado ningún sacrificio de los que nos ha pedido, cuando hemos puesto nuestra voluntad al servicio de la voluntad divina! El que da lo que tiene, da lo que debe. ¡Cuánta paz hemos sentido cuando de veras confiamos en el Espíritu Santo, nos hemos consagrado por completo a buscar la gloria de Dios en el campo de las almas, en el lugar que se nos ha asignado! Por eso, amadas hijas, el espíritu de infancia que es el propio de Piedad y que debe ser el que distinga al Instituto como heredero de la Congregación de Misioneros del Espíritu [181] Santo y del espíritu propio que en una mezcla con aquél da el colorido especial de la Obra, es el que debéis vivir. Vida de amor, considerando siempre a Dios como Padre y si debéis vivir ese espíritu de abandono y de confianza en el Padre Celestial, entonces lejos de vosotras el espíritu de temor servil, esa falta de confianza que ata las manos de Dios para concedernos sus dones. Se cultivará también esa santa familiaridad, ese espíritu filial que es el que viene a darnos un descanso en la fe. Se dice que podemos prescindir de los consuelos humanos pero no de los divinos, no porque siempre sean sensibles, pues es un consuelo saber que trabajamos por la gloria de Dios y con la aprobación y bendición de Dios.

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Así podemos esperar tranquilos la sucesión de los siglos, sin temor de que el espíritu del Instituto vaya decaer; al contrario, veremos que se va perfeccionando en sus santos, en aquéllos que serán un libro vivo, un libro abierto en el que podrán las generaciones futuras descubrir el verdadero espíritu del Instituto. Pero las luchas vienen y quizá más intensas en el interior de las almas. Es la lucha de Satanás, es el ataque del espíritu del mal que quiere afectar nuestro espíritu, y en esas grandes luchas, debemos hacer lo que los pequeñitos, refugiarnos en los brazos de Dios, no discutir ni trabar combates con el enemigo sino refugiarnos en los brazos de Dios, escondernos. ¿Para qué discutir? Nosotros no necesitamos discutir la verdad; la verdad no se discute, y nosotros hemos creído en la verdad suprema que es el amor de Dios para nuestras almas y por lo mismo no necesitamos más para refugiarnos en ese amor. Por nuestras propias fuerzas seríamos vencidos; pero contando con Dios, quedaremos revestidos del poder divino; entonces no seremos nosotros sino el Espíritu Santo el que luche y triunfe en todos los casos. ¡De cuántas dificultades nos veríamos libres en la vida espiritual y en el desempeño de la misión [182] que se nos ha encomendado, si estuviéramos acostumbrados a calcular menos. Son esos cálculos algo verdaderamente despreciable si se considera la intervención de Dios en todos los asuntos del mundo. ¿Qué acaso Dios en su conducta con el hombre le hace obrar contra la razón? ¿Qué acaso Dios no impulsa al hombre con su prudencia divina? El que tiene la ciencia de los santos, ¿no tendrá eminentemente la otra ciencia con cualidades de la divina y sin los defectos que se encuentran en la ciencia humana? La única aspiración, la única ciencia que debemos tener, es la de los santos: llegar a ser dueños del amor de Dios, llegar a poder decir en realidad de verdad: el Espíritu de Dios es nuestro; el Espíritu del Padre y del Hijo es el que nos gobierna, y luego podremos juzgar todas las cosas humanas, desde esas alturas en donde se vive en Dios. Si todas las Misioneras Eucarísticas de la Trinidad tuvieran esa mirada, la que viene de lo alto, la que se confunde con la mirada de Dios, entonces sobrepasarían los deseos de todos aquéllos que esperan en ellas. Ante todo, amadas hijas, buscad la amistad de Dios, manteneos en la gracia de Dios, y aunque sea mucho lo que se haga al exterior, no temáis, siempre el poder de Dios triunfará en vuestras almas, y aquel Padre amoroso que no descuida a sus hijos en lo más pequeño, no apartará su protección de vuestras almas. No discutáis nunca con el enemigo de Dios, porque el menor daño que os puede causar es haceros perder el tiempo. Convencerlo a él nunca lograréis porque es necio aunque sabe que está en el error. Entonces ¿para qué discutir? Emplead ese tiempo en hacer actos de amor de Dios, de abandono en la misericordia de Dios. Abrazaos con más fuerza a Dios, estrechad cada vez más y más las relaciones con vuestro Padre que está en los cielos y entonces, en la sencillez realizaréis las grandes obras [183] por la gloria de Dios y así pasaréis todos los años, con esa simplicidad de los niños. Así apareceréis a los ojos del mundo, así realizaréis vuestra misión, así os presentaréis 116


delante de Nuestro Señor. Que Dios conceda al Instituto ese don de Piedad, que lo conceda de una manera especial a aquellos miembros que deben reproducir de una manera perfecta según el beneplácito divino el espíritu del Instituto, porque tengan que transmitirlo a los demás. ¡Qué felices somos, amadas hijas, cuando tenemos como garantía de nuestra vida el amor de Dios, cuando contamos con la protección divina para nuestras empresas, cuando nos tienen sin cuidado las disposiciones de los hombres, cuando estamos enteramente atentos y solamente atentos al beneplácito divino! ¡Eso es vivir en Dios y para Dios. Eso es trabajar con la eficacia de Dios! ¿Qué raro entonces que algunas almas como Santa Teresita, como nuestro Venerado Padre Félix, hayan pasado por el mundo haciendo tanto bien y realizando tantas y tantas obras por la gloria de Dios, obras verdaderamente grandes? El secreto está en que vivieron y supieron hacerse niños, supieron considerar a Dios como su Padre; tuvieron fe en la Paternidad Divina. Todos los que temen con temor servil, no creen en la paternidad divina, son como esclavos y no como hijos. Por eso debemos combatir todo lo que se oponga a este don de Piedad; debemos rechazar los escrúpulos y mantenernos siempre en un espíritu de confianza plena. Tenemos buena voluntad, confiamos en Dios, luego debemos tener la seguridad de que conseguiremos lo que deseamos, ya que estos deseos se confunden con la voluntad de Dios. Que este don que tanto sobresalió en la Santísima Virgen porque Ella fue toda de Dios y puso toda su confianza en Dios, sea también para el Instituto la causa de su grandeza y de la santidad en sus miembros, santidad que lleve ese colo[184]rido tan precioso, que fue el colorido de la vida de Cristo: abandono pleno, confianza plena, ilimitada, en el amor de nuestro Padre Celestial. ASÍ SEA.

Los dones del Espíritu Santo. Ciencia. (185) Diciembre 9 de 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Poniendo el don de Piedad sentimientos de amor filial y disponiendo también para el trato con las criaturas, impulsa al alma a entrar en el camino de la perfección. Es preciso llevarla adelante a realizar el ideal de Jesús: “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto”… Para esto es preciso conocer el camino que debe seguir; para esto necesita descubrir los engaños de Satanás; necesita vencerse de mil maneras. El don de Ciencia viene en su auxilio. Por este don el Espíritu Santo nos hace tener el juicio cierto sobre las faltas tanto del orden especulativo como del práctico, así como sobre todas las cosas creadas. Hay una diferencia muy grande entre la ciencia humana tan alabada de los hombres, y ésta que es divina porque es propia del Espíritu Santo.

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Desde luego la ciencia humana es laboriosa en su adquisición, trabajamos mucho para alcanzar muy poco, porque el hombre después de haber creído que sabe mucho, tiene que confesar su ignorancia. “Lo que sé es que no sé nada”, decía un sabio. “Vanidad de vanidades y todo vanidad”… decía otro que se llamó el sabio. Muy laboriosa en su adquisición. Limitada en su extensión, incierta en sus concepciones, estéril en sus resultados es la ciencia humana. La verdadera sabiduría es la que viene del Espíritu Santo, y ésa, más que por el estudio, se [185] tiene por la humildad y la pureza de corazón y por la oración. No hay ciencia más cierta ni más amplia ni más fecunda que ésta, es la ciencia propia del don de Sabiduría. Da esta ciencia una seguridad precisa a nuestra vida y a nuestra buena voluntad. Da uno como instinto sobre lo que es bueno y lo que es malo; hace descubrir la verdadera devoción distinguiéndola de la devoción aparente. Dice la Sabiduría: “Dios, el Señor, conduce al justo por los caminos rectos y le da la ciencia de los santos”... Este don de Ciencia trae consigo un perfecto desprendimiento de las criaturas y por lo mismo una grande pureza de corazón; hace ver las cosas en su realidad. El Papa León XI poco antes de morir dijo que hubiera preferido ser portero de algún convento que Papa. Felipe Segundo también al morir, sintiendo en él la miseria de la enfermedad, al verse cubierto de gusanos, dijo que hubiera preferido la vida de un Hermano converso en el convento, a los grandes honores de la corte. Ese conocimiento no siempre se tiene hasta la última hora. Muchas veces en temprana edad, el Espíritu Santo fija a las almas en las cosas de Dios, por el Don de Ciencia, y les da un desprecio profundo por las cosas de la tierra. Tratándose de las cosas terrenas el don de Ciencia tiene doble efecto: por una parte nos inclina a despreciarlas, a no apegar a ellas nuestro corazón y por otra nos hace descubrir todo lo que las criaturas tienen de bueno; nos hace elevarnos a Dios desde ellas y así viene a formar en el alma el recogimiento habitual como fruto de este don. Todas las cosas le hablan de Dios, lo mismo las animadas que las inanimadas; y como el alma está movida por el Espíritu Santo con el don de Ciencia, cuando ha aprendido a servirse de las criaturas para llegar a Dios, entonces ya no hay peligro, todas ellas son como escalones que le sirven para unirse más y más a Dios. [186] Por el don de Ciencia encontramos a Dios en todas las cosas y en todas las criaturas. San Francisco de Asís, San Pablo de la Cruz, no podían contemplar las obras de Dios en la naturaleza sin elevarse al Señor y sentir que todo les apremiaba a más amarlo. ¡Qué hermosa es la mirada que, iluminada por el Espíritu Santo, descubre en todas las cosas a Dios! Si esa mirada la tuviéramos siempre, ¡qué lejos estaría para nosotros el peligro 118


de apegarnos desordenadamente a las criaturas! Para las almas que quieren caminar en ese terreno, que quieren usar de las criaturas sin ser movidas por el Espíritu Santo, sin tener el don de Ciencia, encuentran mil peligros en ese trato con los hombres, encuentran cansancio, fastidios, etc. Hay algo muy especial en el don de Ciencia, amadas hijas, y es el hacer estimar y buscar lo que el mundo desprecia y de lo que huye con horror: la cruz, todo lo que causa pena y sufrimiento. ¡Si conocieras el don de la cruz!... dice San Andrés a los que tratan de quitarle la vida. ¡Si supiéramos ese misterio de la Cruz, lo que encierra de riqueza y de dulzura! A la luz del don de Ciencia se comprenden aquellas bienaventuranzas: “Bienaventurados los que padecen persecución... Bienaventurados los que lloran...” Esa gloria, esa dulzura, es el don inefable del mismo Espíritu Santo, que al descubrirnos los secretos de la Cruz, no sólo nos concede la gracia de llevar una paz y una dulzura muy grandes, sino que se da El mismo; El es el fruto exquisito de la Cruz, y por eso en la medida en que nos acercamos a esa cruz, vamos recibiendo las luces, los consuelos de la gracia del Espíritu Divino. Existe un contrasentido, según el mundo, pues lo que los mundanos creen una desgracia, en realidad es el principio de la felicidad verdadera, es la dicha más grande para el creyente, para el que tiene don de Ciencia. [187] Es que la Cruz de Cristo nunca está sola siempre está en ella el mismo Cristo, siempre está en su Corazón clavado en ella y siempre está bañado por la luz del Espíritu Santo, comunicando la gracia del mismo Espíritu. El que comprende estas cosas, comprende también por qué los santos buscan la Cruz; comprende como un Grignion de Montfort por ejemplo, hacía instancias al cielo para que le mandara cruces! Es que en el fondo lo que buscaban es a Cristo escondido en la Cruz. Debemos recordar esto al mundo y hacerlo objeto de la predicación; predicar el misterio de la Cruz. La ruina de las almas viene de no amar la cruz, de no vivir amándola. Por eso San Pablo decía con lágrimas en los ojos, que hay muchos enemigos de la Cruz de Cristo. Ser enemigo de la Cruz de Cristo, es serlo de Cristo mismo; en El está nuestra salvación y en el Espíritu Santo está la felicidad de las almas. Es verdadera desgracia apartarse de la Cruz y no querer comprender ese misterio bendito! Los que no tienen el don del Espíritu Santo no pueden comprenderlo y se declaran enemigos de la Cruz de Cristo. Pero ¿cómo podría ser, amadas hijas, que Dios, siendo tan bueno, quisiera atormentarnos por atormentarnos? El no puede desear para nosotros sino cosas buenas, no puede permitir nada que no venga con algún fin, con algún ideal santo para las almas. Cuando permitió la Crucifixión, lo hizo en vista del bien general que había de resultar, y ante tan grande gloria y tantos frutos de salvación, el Padre Celestial no 119


vaciló en crucificar a su mismo Hijo. ¡Oh feliz Crucifixión que alcanzó gloria infinita para el Padre y redención para el mundo entero! Esa es siempre la gloria de la Cruz de Cristo y de nuestra propia cruz si está unida a la de Cristo. Por eso el dolor de los que aman a Dios, al contrario de los que no lo aman, es fecundo, no produce efectos de inquietud ni de turbación, sino de paz. [188] En la medida que van sufriendo más, las almas guiadas por el Espíritu Santo, se van sumergiendo también más y más en un abismo de paz inalterable. ¡Qué difícil es que el demonio pueda afectar a esas almas! No serán turbadas por nada. El dolor las lleva al silencio, al recogimiento, a la oración. Todo las lleva a Dios y las cosas que pudieran apartarlas de Dios están muy lejos. La inquietud que viene de la conversación de los hombres, está muy lejos también; su conversación está en los cielos; el dolor las fue configurando más a Cristo y la medida en que más se adhieren a la Cruz de Cristo, en esa medida encuentran luz divina, paz del cielos. Allí está la verdadera libertad de los hijos de Dios. Ya nada les puede turbar. Observad la gran diferencia que existe entre el que empieza su vida espiritual y el que ya está adelantado en esa vida, sobre las almas que se distinguen por su espíritu de sacrificio. ¡Qué serenidad en los que han pasado por grandes tribulaciones! Nuestro Señor le dice a Martha: “Estás solícita en muchas cosas cuando una sola es necesaria...” Las almas poseídas por el Espíritu Santo en el don de Ciencia, entran en un silencio interior muy grande; pero esto no quiere decir que descuiden las cosas exteriores. Al contrario, consumen su tiempo por Dios y las almas; hacen prodigios porque están empapadas de Dios; sus ocupaciones no les quitan la paz interior, fruto de su unión con Dios. Y todas sus obras llevan el sello de Dios; pero a todo esto no se llega sino por la Cruz. A veces creemos que no sacamos nada con sufrir. Por el hecho mismo de sacrificarnos, conseguiremos mucho, ya que el sacrificio no puede quedar sin recompensa. Nadie se acerca a la Cruz de Cristo sin sentir el influjo divino. Y como la Cruz es el vehículo mejor que nos lleva a Dios y que nos comunica la gracia de Dios, nunca entraremos por ese [189] camino sin recibir la gracia de Dios; lejos de temer la Cruz, deberíamos desearla, pero como esto también es una gracia que Dios concede a las almas gratuitamente, debemos someterla al beneplácito divino. Que El nos dé las gracias que quiera, que El marque el grado de perfección que debamos llevar en la Cruz de Cristo. Lo único que debemos desear es fidelidad a todo lo que Dios quiera, a todo lo que Dios nos mande. Fidelidad, no desprecio ni quejas ni lamentaciones, que en el fondo marcan una incomprensión, falta de conformidad con lo que es una dignación en favor de nuestras almas. Debemos pedir ese amor a la Cruz y todo esto lo alcanzaremos si el Espíritu Santo nos regala el don de la Ciencia. Entonces, a pedirlo constantemente! 120


Es indispensable alcanzarlo, ya que tratamos de glorificar la Cruz de Cristo, de cooperar al establecimiento del reinado del Espíritu Santo por medio de esa Cruz. Debemos predicarlo, vivirlo, sentirlo. Por una parte esta vida no es triste, al contrario, es la vida más alegre, porque se pasa en Dios, y el que vive en Dios no puede estar triste, no hay tristeza en Dios, porque es la alegría consumada. El Apóstol San Pablo decía sin faltar a la verdad: “Sobreabundo en gozo, en medio de mis tribulaciones”... Realmente, amadas hijas, alo que nosotros le tenemos miedo es al sufrimiento sin amor, como le tenemos miedo al infierno que no es otra cosa sino la pérdida del amor. Allí se sufre sin amor ni recompensa alguna. No hay que confundir la Cruz de Cristo, hay que darle su valor. Ya veremos más tarde como el Espíritu Santo no descuida ningún medio para que nosotros podamos entrar de lleno a ese camino. Por eso cuando el alma entra por la senda de la perfección, el Señor le inspira el temor filial, aunque a veces se vale también del servil, pero una vez que el alma está en los brazos de Dios, digamos así, por el Don de Piedad, entonces, sintién[190]dose amada, no puede creerse perdida, sintiendo latir el Corazón de Dios, le es revelado el secreto de la Cruz por medio de otro don y éste es precisamente el don de Ciencia. Decimos que el alma se establece en la paz, se pone al abrigo de la cólera, hay una cólera santa conforme a la Ciencia, y que no es otra cosa que la misma ciencia armada para defenderse. La cólera está muy lejos de las almas poseídas por el don de Ciencia. Los medios para adquirirlo son humildad, la sencillez de corazón. Dice el Espíritu Santo: “Buscad a Dios en la sencillez del corazón”... La sencillez de corazón es verdad, es rectitud; la sencillez lo llena todo, es unidad en la inteligencia. Esa unidad de mirada no ve en las cosas creadas sino a Dios. En la voluntad es unidad de afectos; todas las cosas las ama en Dios, sólo Dios es su objeto. ¡Qué hermosa es la sencillez! Por esta virtud el alma no solamente sube hasta Dios sino hace descender a Dios. “La conversación de Dios está en las almas sencillas” dice el Espíritu Santo en los Proverbios. Jesús se llenaba de emoción al ver los prodigios que la gracia había obrado en esas almas pequeñas, humildes, y glorificaba a su Padre por haber revelado sus secretos a los sencillos, ocultándolos a los grandes y prudentes del siglo. Volvamos a hacer oración, porque la oración nos abre las puertas del cielo. Volvamos a hacer oración para que nuestro Señor nos conceda por el amor que le tiene a su Divino Hijo, y por el amor que le tiene a la Santísima Virgen, el don de Ciencia, que nos lleve a la adquisición de las virtudes propias, correspondientes a ese don de Ciencia. ASÍ SEA. [191]

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Los dones del Espíritu Santo. Fortaleza (192) Diciembre 9 de 1976. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Dios pide a las almas que llama a su amor trabajos penosos, duros combates. El alma que ha sido purificada por el don de Temor de Dios, que ha sido atraída por el don de Piedad y encaminada a Dios por el don de Ciencia, no tarda en encontrar la cruz en su camino. El demonio se enciende en odio contra aquellas almas, y celoso por sus progresos, por sus triunfos, le suscita fastidios y trabajos terribles; levanta mil obstáculos contra sus proyectos y contra sus empresas por la gloria de Dios. El mundo las desprecia y las persigue, y hasta Dios mismo se complace en probar a esas almas; en el crisol del dolor acaban de purificarse. Se va obrando en ellas el desprendimiento y en la práctica de las virtudes sólidas, en una palabra, es en donde se va fraguando la santidad. Pero siendo el Espíritu Santo el Santificador de las almas, le toca estar allí cerca de ellas, cuando pasan por todas esas pruebas, para inflamarlas y sostenerlas. Todo lo hace el Espíritu Santo por el don de Fortaleza. Llena las almas de una confianza y de un valor sublimados y las hace obrar grandes cosas por la gloria de Dios: las hace superar los obstáculos y peligros y sufrir toda clase de dolores. No debemos confundir la virtud de fortaleza y el don de Fortaleza, aunque los dos indican la fuerza, comunican fuerza y valor; pero el don está por encima de la virtud, la sobrepasa tanto como lo divino sobrepasa a lo humano. Es propio del don comunicar un vigor extraordinario, una confianza tal que venga a despreciar los mayores peligros, los más duros sacrificios y aun la muerte. A un alma que ha recibido el don de Fortaleza, las dificultades encienden más y su valor aumenta [192] su valor crece con el peligro; se llenan de entusiasmo ardiente hasta exclamar con el Salmista: “Si se levantaran contra mí todos los ejércitos, no temería mi corazón”. Este don de Fortaleza es tan necesario para la salvación como para la santificación. Para la salvación, porque la observancia de la ley nos pide sacrificio constante: “Si quieres venir en pos de Mí, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme”... Para tener la recompensa eterna es preciso perseverar hasta el fin, de manera que no podremos preservar y ser fieles en todos los momentos de la vida, si no contamos con el don de Fortaleza que nos da el Espíritu Santo. También en las cosas muy pequeñas, lo que nos hace ser fieles es el don de Fortaleza. Se pueden hacer actos de virtud aislados, pero habitualmente nadie podrá perseverar en la virtud sino está asistido por la fortaleza del Divino Espíritu. Podemos asegurar que las vidas de los santos nos ofrecen ejemplos notables de esa fortaleza. Las páginas más hermosas de esas vidas por las relaciones de los santos con Dios, están precisamente en su generosidad para con El. 122


Así como en la vida de Cristo, la página más gloriosa fue su Crucifixión, las almas también van subiendo de sacrificio en sacrificio hasta llegar al Calvario, hasta llegar a su crucifixión y cuando se sienten crucificadas, es cuando han llegado al esplendor de su gloria, pudiendo decirle a Dios que le han servido en medio de las tribulaciones. Esas páginas de generosidad forman lo más preciosos en las relaciones del hombre con Dios. Pero cuando leemos tales vidas, confesamos que los santos no podrían haber sufrido lo que tanto admiramos, sin una asistencia, sin una fortaleza especial del Espíritu Divino. En la vida de nuestro Venerado Padre Fundador hay páginas admirables; era un alma muy ejercitada en las virtudes, muy valiente para el sa[193]crificio, y en sus grandes penas sobre todo las que tuvo que sufrir en la Congregación nuestra, se mostró siempre una fortaleza heroica. Acostumbraba, cuando recibía alguna de esas noticias que nosotros llamamos malas, tristes, y en la medida en que más lo eran, rezar siempre un Te Deum de alabanza. En las grandes pruebas a que fue sometido durante 10 años de obediencia heroica que pasó en Europa esperando la hora para fundar a los Misioneros del Espíritu Santo, brilló extraordinariamente la fortaleza en esta alma hermosa. Había recibido prohibición estricta, de manera que no podía comunicarse con México; ni siquiera ese consuelo le dejaron. Lo destinaron a dar clases en algunos colegios y su alma de apóstol, deseosa de cumplir la voluntad de Dios, veía esa misma voluntad en la crucifixión a que era sometido y la aceptaba. Así paso su vida cargando la Cruz de Cristo, con la sonrisa en los labios. Nos dio ejemplo de cómo se sufre. Pero amadas hijas, estoy seguro de que brilló en él de una manera muy especial este don de Fortaleza, el cual comunica muchas veces hasta fuerzas materiales. Tenemos por ejemplo la historia de Sansón haciendo pedazos a un león, derribando las columnas de un templo, arrancando las puertas de la ciudad, que eran de hierro, y trasladándolas a una montaña; ¿de dónde le venía tanta fuerza? Dice la escritura que lo invadía el Espíritu del Señor. Y si en el orden natural se comunica esa fuerza, en el orden moral es donde especialmente el Espíritu Santo comunica su fortaleza. Cuando se trataba de desalentar a San Francisco Javier en su empresa misionera, diciéndole que era verdaderamente temeraria, dijo: “Sí, es empresa muy difícil la que voy a intentar, presentarme en una nación bárbara, ante un emperador también bárbaro; pero me anima a hacerlo la seguridad que tengo de que Dios lo quiere y El dispone de sus criaturas y tiene las mismas fuerzas sobre ellas que sobre sus enemigos.” [194] Ya sabemos, amadas hijas, cuál fue la historia gloriosa de San Francisco Javier, cómo lo mismo en las Indias que en el Japón, conquistó millares de almas para Dios. Pero en realidad no es necesario que vayamos a buscar ejemplos fuera de nosotros mismos, ya que podemos ser testigos en nuestra propia persona, de esa fortaleza que comunica el Espíritu Santo al alma.

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¡Cuántas veces pensamos con admiración en algunas cosas que hemos realizado durante nuestra vida, algún sacrificio que Dios nos ha exigido y que no sabemos como lo pudimos hacer. En realidad no fue una obra nuestra, el Espíritu Santo nos ayudó. Yo creo que nunca se puede seguir la vocación religiosa sin estar asistida el alma por un auxilio especial del Espíritu Santo, porque si se comprende esta vocación, debe entenderse que es, como la vocación sacerdotal, un llamado a Dios a la vida de sacrificio; exige grandes trabajos y mucho celo por la gloria divina. Cuando alguien se decide a seguirla, lo hace bajo la inspiración del Espíritu Santo; y cuando se vive en esta vocación y se triunfa, es por la gracia del Espíritu Santo. El don de Fortaleza, cuando se comunica a las almas, les da un heroísmo en el combate: “He peleado el buen combate”, decía San Pablo, y no lo decía desde el campo de la derrota sino desde el pináculo de la victoria. Había triunfado. “He consumado mi carrera”... El don de Fortaleza nos dará también verdadero heroísmo en la lucha contra las pasiones, para encauzarlas, para reprimirlas. Esto se consigue con la gracia y la fortaleza del Espíritu Santo. Tenemos que luchar contra el demonio que, como hemos visto, se ensaña contra aquellas almas que hemos visto, se ensaña contra aquellas almas que quieren hacer el bien; y como él puede, las ataca por muchos medios. El Espíritu Santo nos da fortaleza para luchar contra el mundo, ese mundo que no conoce a Dios y que no ama a Dios precisamente porque no lo [195] conoce, y que trata de desconcertar a todos los servidores de Dios; viéndolos tan sencillos en su vida, los hace objeto de continuas tentaciones. Así es el mundo, quiere enredar en sus redes a todos los que siguen el camino del bien. ¡Cuántas veces decimos: en esa alma se está metiendo el mundo o se está haciendo muy mundana, la ha dominado el espíritu del mundo enemigo de Dios y de las almas!... Es que para poder sostenernos firmes en la verdad y en la práctica del bien ante el mundo que no nos comprende, necesitamos las fuerzas del Espíritu Santo. De lo que es capaz la fortaleza del Espíritu Santo nos da una idea lo que sucedió el día de Pentecostés. Fue verdaderamente típico aquel cambio, aquella transformación de los apóstoles que antes se habían mostrado llenos de temor, habían abandonado a su Maestro. De todos ellos únicamente el Apóstol San Juan, en compañía de la Santísima Virgen, estuvo al pie de la Cruz. Pero en la hora triste de la amargura, de las desolaciones de Getsemaní, cuando aparecieron los enemigos de Jesús para prenderle, todos lo dejaron solo, todos lo abandonaron. Si esa página fue triste en la vida de los Apóstoles y deben haberlo recordado con pena, el Espíritu Santo les hizo escribir páginas grandes de fidelidad a su Maestro, cuando el día de Pentecostés quiso derramarse en ellos y darles su divina fortaleza. Los que tuvieron que ser crucificados, nunca se creyeron dignos de ello; el mismo San Pedro no se creyó digno de morir como su Maestro. San Andrés abrazó con ardiente anhelo la Cruz de Cristo; y todos ofrecieron sus vidas generosamente, con entusiasmo, por la causa del Divino Maestro y movidos por su gracia. 124


La verdad, amadas hijas, que si no contáramos con la ayuda del Espíritu Santo, no podríamos realizar nada, no necesitaríamos grande cosas para ser vencidos, la más insignificante prueba nos dejaría descartados en la lucha. Pero tenemos la certidumbre de que el Espíritu de Dios no se apartará nunca de nosotros. El se ha fijado en la insignificancia de nues[196]tras personas para buscar la gloria de Dios, como se busca en la vida religiosa y misionera, y nos ha querido llamar a una vida más perfecta, de unión especial y muy alta con Dios. Y si esa vida no se tiene más que en el crisol de grandes pruebas y purificaciones, es porque ha resuelto no negarnos nada, estar siempre con nosotros. Cuando sintamos la presencia del Espíritu Santo, diremos: “¿Quién podrá separarnos de la caridad de Cristo?” El Espíritu Santo descenderá hasta nosotros y seremos fuertes y nos llenaremos de esa osadía santa, de esa santa audacia de que están llenas las vidas de los elegidos de Dios, de los héroes de santidad. Entonces ya no seremos débiles, llenos de defectos, ya no vacilaremos en realizar un pequeño sacrificio. ¿Cómo llegar al heroísmo de las virtudes? Vemos cómo se preguntaban los judíos al oír hablar a los Apóstoles después de Pentecostés: ¿no son estos hombres galileos? ¿entonces por qué hablan en nuestras propias lenguas? ¿qué ha pasado con ellos?... Es que el Espíritu Santo había descendido a ellos. Así también en nuestra vida descenderá el Espíritu de Dios para obrar sus maravillas en nosotros, pues de otro modo no podremos ser nunca fieles a Dios, solamente con la divina gracia y con nuestra cooperación a ella, que es el esfuerzo personal. Entonces llegaremos al heroísmo de la caridad, al heroísmo de la abnegación, al heroísmo en las obras de celo. Cualquiera obra que se le encomiende a una Misionera llena del Espíritu Santo, la desempeñará siempre con verdadera abnegación y entusiasmo. El Espíritu Santo, con el don de Fortaleza, tiende a llevar a las almas al heroísmo en el sacrificio; si no pueden actuar, entonces pueden sufrir y sacrificarse y alcanzar así el apogeo de su gloria porque al heroísmo en el sufrimiento corresponde la plenitud del gozo espiritual. Pidamos, amadas hijas, el don de Fortaleza [197] en nuestra Santa Misa, en nuestra Comunión, en la intimidad de nuestras adoraciones Pidamos la fidelidad en las cosas pequeñas, que es fruto de este don divino. Así, con mirada serena, caminaremos hacia la meta señalada y volveremos los ojos al pasado admirando lo que Dios ha hecho en nosotros por el don de Fortaleza. Así lo glorificaremos llenos de gozo y agradecimiento. El poder decir que nos sentimos con más fuerzas ahora que cuando comenzamos, se debe al Espíritu Santo; es El quien nos ha sostenido y no ha permitido que nos desalentemos. Yo sé, amadas hijas, que entre vosotras el Espíritu Santo ha obrado por medio de sus dones, que os ha infundido grandes deseos; y sé que hay muchas que se mueren de ganas por ir a tierras de infieles, a empresas difíciles. Con gusto morirían 125


cerca de un leproso, recorrerían las Indias... Sé que muchas están deseosas de evangelizar el Japón; sé que muchas desean llevar la cruz de la perfecta observancia en silencio, sin ostentación o vanidad... ¡Sé que lo desean por la gracia del Espíritu Santo! Pierdan cuidado hijas, que El las tiene a su disposición y en el primer momento en que se necesite, les cumplirá su gusto. Mientras tanto prepárense en la oración, en el cumplimiento fiel del deber, en el amor a las cosas pequeñas de Dios. Pero tanto hoy como mañana y siempre, será el Espíritu Santo el que las dirija y sostenga, el que las haga realizarlo todo para la gloria de Dios y salvación de las almas. ASÍ SEA.

Los dones del Espíritu Santo. Consejo. (198) Diciembre 9 de 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Nada dispondrá tanto a la santidad como la voluntad firme de no rehusar nada a Dios y hacer y sufrir todo lo que a El le agrade. Esto, como [198] hemos visto, se consigue con el don de Fortaleza. Pero la fortaleza debe ser dirigida, encauzada, ordenada. Dicen que se corre mal cuando no se sabe a dónde se va; se comparan estas almas llenas de fortaleza, a una locomotora, a una máquina poderosa que está lista para lanzarse a grandes velocidades, bien cargada de vapor. No basta poner esta máquina sobre los rieles, hay que guiarla y cuidar de los rieles, porque cualquier desviación puede traer una catástrofe. Así a las almas, no les basta conocer por el don de Ciencia el camino que deben seguir; es preciso que sean conducidas por ese camino de manera incesante, paso a paso, sin lo cual podrían torcerlo, desviarlo. En vista de estas necesidades, el Espíritu Santo se convierte en Consejero y nos asiste con su Don de Consejo. Por este don sabemos exactamente las medidas que hemos de tomar para llegar a nuestro último fin. Aparentemente el don de Consejo se confunde con el de Ciencia; pero vamos a ver qué diferencia tiene, cómo se distingue del don de Ciencia y de la Prudencia, porque parece que las tres cosas están relacionadas. Tres cosas marcan la diferencia entre prudencia y el consejo: 1°.- Principio de acción de una a otro; 2°.- Su mayor o menor extensión; 3°.- Grado de seguridad que dan al alma. Primer principio de acción de la prudencia es la razón, la cual, ayudada por la gracia e iluminada por la fe, descubre los medios más a propósito al fin y manda a la voluntad que los realice. 126


El don de Consejo tiene su principio más elevado, puesto que es el mismo Espíritu Santo; y aunque a veces siga las reglas de la prudencia natural o sobrenatural, no sucede siempre, ya que el Espíritu Santo está sobre toda regla. [199] Tan es así, que muchas veces cuando el Espíritu Santo obra por el don de Consejo, desconcierta la prudencia humana. Es que el Don de Consejo se refiere directamente al dictamen del Espíritu Santo, guía y consejero inmediato. Refiriéndonos a la extensión de la acción, vemos que la prudencia como es fácil comprenderlo, tiene una extensión mucho más restringida que el don de Consejo. Dice el Espíritu Santo en el Libro de la Sabiduría: “Los pensamientos de los mortales son tímidos e inciertos”. En cambio el don de Consejo, estando bajo la dirección del mismo Espíritu, lo abarca todo, se extiende a todas las circunstancias del caso y con esto queda también dicho ya el grado de seguridad, porque hay mucho mayor seguridad en seguir las mociones del Espíritu Santo, que en seguir solo el dictamen de la razón. Pero donde parece que hay más confusión aparente, es entre el don de Ciencia y el don de Consejo, porque tienen en común el regular la práctica de la vida, aunque de distinto modo. La Ciencia nos da las reglas, sobre todo de nuestras creencias y de nuestras obras; lo que debemos creer y lo que debemos rechazar, lo que debemos hacer y lo que debemos evitar. Pero ¿de qué serviría todo eso si no se supiera aplicar a tiempo oportuno? Aquí viene la práctica principal del don de Consejo. La Ciencia es, digamos así, como la Gramática y la Aritmética que nos dan reglas y sin embargo no bastan esas reglas para calcular y escribir bien. Hay muchos que conocen las reglas pero no saben aplicarlas, no saben discurrir, son como máquina únicamente... Entonces el don de Consejo hace aplicar debidamente los conocimientos del don de Ciencia, teniendo en cuenta las circunstancias de tiempo, lugar, persona, etc. La ciencia da conocimientos generales, por ejemplo en medicina aprender el uso de los medicamentos; pero luego se necesita conocer si el enfermo tiene tal enfermedad y eso corresponde[200]ría al don de Consejo que es el que da la aplicación del conocimiento. Los efectos del don de Consejo son preciosos. Desde luego dan al alma una tranquilidad muy grande. ¡Cuántas inquietudes suelen venir cuando debemos tomar alguna decisión importante que afecta toda nuestra vida! A pesar de que reflexionamos, siempre nos quedan ciertas dudas; pero interviene el Espíritu Santo, perfeccionando la prudencia (pues no la excluye) y haciéndonos hablar y obrar como por instinto. Entonces ¿qué temer? No hay una seguridad mayor para el alma, que sentirse así impulsada por el Espíritu de Dios. El que actúa llevado por el don de Consejo, puede estar seguro de que siempre hace lo más perfecto y escoge lo más perfecto. Como ustedes saben, algunas personas se comprometen con voto a hacer siempre lo más perfecto; voto que por cierto no conviene hacer sin preparación especial y juicio muy sano, porque puede prestarse a muchas inquietudes. 127


El que está obrando bajo la dirección del Espíritu Santo, prácticamente está haciendo lo más perfecto; así es que sin necesidad del voto, puede esa alma hacer lo mejor siempre que esté bajo la dirección del Espíritu de Dios. Además, el don de Consejo nos inclina siempre a la oración y allí nos da las disposiciones que debemos tener para tomar resoluciones convenientes. Por ejemplo en el examen particular nos hace escoger lo que más necesitamos; en las meditaciones, en la confesión, en los retiros y ejercicios espirituales, nos hace tomar siempre las decisiones más a propósito y detenernos en lo que nos conviene, dejando a un lado aquellas cosas que no son tan necesarias. El que está dirigido por el don del Espíritu Santo, puede decir las palabras de Jesús: “Siempre hago las cosas que son del agrado de mi Padre”. Y ¿cómo no va a ser un consuelo para el alma, estar haciendo siempre la voluntad del Padre Celestial? [201] Para conseguir esto, se nos pide mantener la unión con el Espíritu Santo a fin de ser movidos por El. El don de Consejo forma a las personas que deben aconsejar, que lo hagan bien, según el cargo que tengan. El verdadero tesoro aquél que está dirigido por el don de Consejo; porque significa que está poseído por el Espíritu Santo, conducido por El. Entonces sus consejos serán siempre sabios y prudentes, oportunos y consoladores, verdadero bálsamo para curar una herida. En la elección del estado religioso interviene mucho el Espíritu Santo, llevando al alma a esta clase de vida como al medio más a propósito para santificarse. La hace desprenderse del mundo para encontrar la libertad de los hijos de Dios. Se romperá toda atadura para poder volar hacia Dios, para vencerse y sacrificarse con generosidad, para perfeccionar así el amor y dar gloria a Dios. ¡Qué ideal, amadas hijas, ser conducidos en nuestra vida el Espíritu Santo! ¡Qué seguridad para todos aquéllos que tienen cuidado de almas, y aun cuando no lo tengan, para gobernar la suya propia, porque cada alma es un mundo y el mundo que más nos importa es el nuestro, nuestra alma! ¿De qué serviría que salváramos a otros, si perdemos nuestra propia alma? Santo.

Nos es muy necesario, verdaderamente indispensable este auxilio del Espíritu

Yo creo, amadas hijas, que por poco que nos demos cuenta de estas cosas, comprenderemos la necesidad que tenemos de cultivar la devoción al Espíritu Santo. Aunque las Tres Divinas Personas realizan las obras “ad extra”, sin embargo se le atribuye con fundamento a cada una cierto género de obras, y la santificación ha sido atribuida al Espíritu Santo. La Sagrada Escritura nos habla [202] de este Divino Espíritu interviniendo en la vida para santificar a las almas con sus dones, con sus frutos. Nosotros tenemos de veras necesidad de recurrir al Espíritu Santo porque El, obrando en nuestras almas, las santifica, las transforma en Cristo que es su modelo, sobre el cual deben formarse los predestinados; y Cristo nos lleva al amor de su Padre. 128


Entonces el Espíritu Santo es el encargado de llevar las almas a la UNIDAD DE DIOS. Una Misionera Eucarística de la Trinidad no podrá realizar su misión si no es dirigida por el Espíritu Santo. Tiene que amar con igual intensidad a cada una de las Tres Divinas Personas; pero ese amor estará siempre atizado por el Espíritu Santo. En ese Espíritu invocará al Padre; por ese Espíritu se transformará en Cristo, se crucificará con Cristo, será transformada en hostia, como la hostia que en altar se transforma por virtud del Espíritu Santo. Será entonces cuando se pueda ofrecer como víctima con Cristo y por Cristo, Per Ipsum... cum Ipso, In Ipso... para dar al Padre, en unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria. Creo, amadas hijas, que por la misericordia de Dios, os he indicado los caminos más cortos para alcanzar vuestra santificación, y en todas estas explicaciones, me parece estar tocando puntos prácticos acerca del modo de perfeccionar el espíritu del Instituto. Hemos encontrado en el Espíritu Santo la manera de resolver todas las dificultades. El es luz que nos deja ver las grandezas de las cosas divinas; al mismo tiempo nos muestra los caminos por los que tenemos que llegar a la perfección, es decir los caminos de la cruz; al mismo tiempo es nuestra fortaleza, es nuestro Amigo que viene a tomarnos de la mano... Algunos hacen precisamente esta comparación para distinguir cómo obran las virtudes y los dones. El que va por la simple virtud, es como [203] un niño que va dando pasos más o menos firmes pero encuentra una zanja que no puede pasar y se detiene. Viene el don del Espíritu Santo y toma esa alma como de la mano, haciéndola pasar con suma facilidad; mejor dicho llevándola en brazos. Tan exquisita así es la bondad del Espíritu Santo, que se ofrece a llevarnos en sus brazos, y don tras don, nos va concedieron todos los que nos son necesarios para nuestra santificación y para que tenga ese particular colorido, según el mismo Espíritu divino quiere presentarnos al Padre Celestial. ¿Cómo no abandonarnos totalmente en sus manos? Pidámosle que nos conceda todos estos dones; pidámosle por intercesión de la Santísima Virgen María todas sus gracias, y pongámonos incondicionalmente en sus manos. ASÍ SEA.

Los dones del Espíritu Santo. Entendimiento. (204) Diciembre 10 de 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Después de haber franqueado los cinco escalones de esa escala mística de los dones del Espíritu Santo, el alma llega a la parte más luminosa de esa escala, entra en una región suprema, en la región de los santos, y libre ya todo lo que la pudiera detener o retardar su vuelo, se une estrechamente a Dios, se transforma en El. El don de Entendimiento es el que introduce al alma en esa región dichosa, y de acuerdo con el don de Sabiduría, le hace gustar las más puras delicias y eleva a su 129


más alta perfección. Los otros dones de Piedad, Temor de Dios, Fortaleza, Consejo, Ciencia, son únicamente una preparación a los de Entendimiento y Sabiduría, pues éstos son superiores. Por perfectos que sean los primeros, siempre [204] suponen en el alma cierta debilidad e imperfecciones; exigen trabajos y esfuerzos, vemos en ellos a la pobre alma que busca a Dios sin poderlo encontrar perfectamente. Dice el “Cantar de los Cantares”: ‘Busco al que ama mi alma y no lo encuentro’... Envuelta en la noche del pecado, oye el llamamiento del Señor, lo busca y no lo encuentra. Es preciso, para que tenga esa dicha, que el don de temor le haga rechazar las obras de las tinieblas y que salga de las sombras de la noche, como el hijo pródigo. “Me levantaré e iré a mi padre...” Entonces se dedica a amar al Padre, y por el don de Piedad le da ese amor, y porque le ama, quiere verle y le dice: “¿Por qué te escondes, por qué escondes tu faz?”... “Me levantaré y daré vueltas por la ciudad”.... Esa ciudad es el conjunto de la creación que el alma se propone recorrer y comienza a interrogar a las criaturas por el don de Ciencia. Percibe en ellas vestigios divinos, los vestigios de su Amado, y las invita a bendecirle y se inflama más y más en el deseo de poseerle. Esto es producido en el alma por el don de Ciencia; pero ardiendo en ese amor y deseo de contemplar a su Amado, sigue buscándolo sin desanimarse y entonces la sostiene en su ardor el don de Fortaleza. Va a las plazas y alrededores buscando al Amado y no lo encuentra. Entonces, no creyéndose en seguridad sino consulta a los que participan del ministerio del Señor, se siente impulsada el alma a interrogarles por el camino que ha de seguir para encontrar al que busca. “¿Acaso habéis visto al que ama mi alma?” Y apenas interroga a estos ministros, cuando Dios recompensa sus grandes deseos, porque Dios es bueno para con el alma que le busca; cuando ha dejado atrás a aquéllos a quienes interrogaba, encuentra por fin al Amado, quiere asistirlo y no dejarlo ir. En este momento, el alma, blanca de su culpa, digamos así, de una sola vez atraviesa ese abismo [205] inmenso, libre de obstáculos, con vuelo rápido; es un abismo que separa a la criatura del Creador. Llega el alma por fin a la cima de sus deseos. En ningún bien creado encuentra su reposo, porque no eran esos bienes su fin. Por medio de los dones de Sabiduría y Entendimiento, el Espíritu Santo hace entrar al alma en la posesión de los tesoros divinos. El Entendimiento la ilumina con una luz superior; la Sabiduría perfecciona más esa luz y le añade el amor con un sabor todo divino. El don de Entendimiento es una luz superior por la que el Espíritu Santo da al alma un conocimiento íntimo de las verdades, haciendo que las penetre como por medio de intuición.

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Ese conocimiento nos hace saber el bien que hemos de hacer y el mal que debemos evitar. “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”. Por intuición Dios conoce todas las cosas. Y en su presencia nos hace participantes de El en algún modo. Como veis amadas hijas, estamos ya verdaderamente en esa región de las alturas, en donde el alma se encuentra en Dios; allí le corresponde un conocimiento superior, en el que ya no tiene que trabajar porque es conocimiento por intuición. La fe nos da un conocimiento de las verdades que debemos creer; el don de Ciencia nos da la certidumbre de lo que debemos rechazar; pero el don de Entendimiento nos hace penetrar las verdades. El don de Ciencia descubre y el don de Entendimiento penetra. Es distinta la ciencia aun en el hombre, de lo que se llama el “genio”. El genio es intuitivo, es profundo; en alguna manera el genio es creador; hasta en las ciencias humanas el genio goza de la contemplación de las verdades. Como es fácil comprender, el don de Entendimiento perfecciona muchísimo la fe; es una fe profundamente ilustrada. No deja de ser fe; pero en su obscuridad, da grandes conocimientos, o como han dicho algunos, es muy luminosa en su obscuridad, porque lleva al alma al conocimiento de Dios [206] en la manera más perfecta en que podemos conocerlo aquí en la tierra. Ese conocimiento lo tenemos siempre por la fe. La visión directa, es decir la visión beatifica, tiene que ser la herencia de la eternidad bienaventurada. El don del Entendimiento hace la vida más santa, porque proporciona ya al alma un elemento sólido, encuentra un pasto abundante para su piedad. Cuando el alma se llena de luz al estudiar las Escrituras, una palabra del Evangelio le da luz muy grande, lo cual viene a ser una orientación para toda su vida. ¿Por qué se hicieron algunas almas tan santas solamente en la práctica de un versículo, de algunas cuantas palabras de la Escritura: “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos”? Esto fue la base de la espiritualidad de Santa Teresita; estaba fundada en estas palabras. Los santos las penetran profundamente. San Francisco penetró una palabra del Evangelio sobre la pobreza y resolvió desposarse con ella, como el decía. Cada alma encontrará la palabra suya, la palabra que le dicte el Espíritu Santo, la palabra que le señale entre tantas que han quedado consignadas en las Sagradas Escrituras. Es natural que el alma que goza de este don, se santifique por las grandes luces que recibe al contemplar las hermosuras de Dios y también por estar ya en un contacto más directo con El. Más que moverse, el alma es movida por el Espíritu Santo en estas alturas, por estos dones de Entendimiento y Sabiduría. Allí es la pura acción del Espíritu de Dios la que obra en nosotros y en cierta manera sin nosotros, en cuanto que es completamente gratuito. Ese don supone una preparación previa, pero allí se comunica directamente el Espíritu Santo. 131


Claro que el modo de oración de estas almas [207] es más perfecto, las hace avanzar en recogimiento interior y habitualmente se mantienen en la presencia de Dios. El Entendimiento como la Sabiduría, y como todos los dones de Dios, están ordenados a estimularnos en el paso por la tierra, para que podamos cumplir nuestro deber. En el principio dijo Dios al hombre: “Si quieres venir en pos de Mí, toma tu cruz, niégate a ti mismo ven y sígueme”... Debemos tomar la cruz todos los días de la vida. Esos consuelos que son propios de la contemplación, son los que vienen a estimularnos para seguir la vida, porque no podremos descansar mientras no lleguemos a la cumbre del calvario y nos crucifiquemos con Cristo en la cruz de la voluntad Divina. Solamente en aquella hora podremos decir “Consummatum est”... Entonces será cuando se acabe para siempre el dolor y entraremos en la posesión del amor que excluye por completo a cualquier sufrimiento. Por eso la verdadera sabiduría consiste en el conocimiento profundo y en la voluntad decidida de abrazar la cruz de Jesucristo. Ya vimos como el don de Ciencia nos hace amarla y nos descubre esos secretos íntimos de la Cruz. Pero cuando se remonta el alma a tales alturas, cuando el Espíritu Santo le brinda las grandezas del Sacrificio de Cristo, cuando aparece transfigurado el Crucifijo y sus llagas llenas de luz; y cuando a través de esas llagas penetramos en los secretos de amor que encierra; cuando vemos a través de esas llagas la gloria de Dios alcanzada por la Cruz, entonces nos resolvemos sin vacilación ninguna a seguir las mismas huellas de Cristo Crucificado. Entonces decimos como San Pablo: “Que no me sea lícito gloriarme sino en la Cruz de mi Señor Jesucristo”... O como Grignion de Montfort: “Que la Sabiduría se identifique con la cruz; que sea una misma cosa decir Sabiduría Eterna o Encarnada, o Cristo, o Jesús”. Cuando el alma llega a esas alturas de Dios y de participación de la Cruz de Cristo, tiene que sufrir más, y ese sufrimiento estará endulzado con un conocimiento más íntimo de Dios. [208] Como todo esto nos sirve de estímulo en la lucha de la vida, no dejemos de pedirlo. “Pedid y recibiréis”... Por eso, amadas hijas, pedid humildemente al Espíritu Santo que os conceda por medio de su Inmaculada Esposa la Santísima Virgen María, este don; mejor pidámosle que nos conceda todos sus dones; llamados “del Espíritu Santo” por ser El quien los comunica a las almas. Y que con esos dones traiga otro, el de la Sabiduría Encarnada, para que viva siempre en nuestras almas. ASÍ SEA.

Los dones del Espíritu Santo. Sabiduría. (209) Diciembre 10 de 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: El don del Entendimiento comienza a poner al alma en posesión del tesoro que es Dios, Amor de los amores, haciéndola entrar en íntima comunicación con El. Mientras el alma no se sienta bien afianzada en Dios, ni sienta una unión que se sienta 132


como definitiva e indisoluble, no podrá quedar satisfecha, por lo mismo sigue en su busca, en sus aspiraciones, y sigue el Espíritu Santo con sus dones. El don de Entendimiento y el de Sabiduría, van siempre juntos. El Espíritu Santo no hace las cosas a medias, no nos invita a seguirle para luego dejarnos a la mitad del camino sin auxilio, no nos invita a la posesión de Dios sin dárnoslo. Dios, el Fiel en sus promesas, da sin arrepentimiento, y por una dicha inenarrable para el hombre, el Espíritu Santo nos llama a la santidad. “Haec est voluntas Dei, sanctificatio vestra”... “Esta es la voluntad de Dios: que seáis santos. Es la voluntad del Espíritu Santificador; y la santidad es el amor perfecto, es la transformación en Dios, es esa unión tan íntima, que llega a ser indisoluble, pues las promesas del Espíritu Santo no se quedan a medias. [209] Por otra parte, el Espíritu Santo está como ansioso de anticipar el cielo en la tierra precisamente porque les exige mucho sacrificio, porque ha contemplado la humillación, porque ha visto aquellas grandes tristezas, y porque siempre les ha exigido un doble renunciamiento. El Espíritu Santo no descansa hasta que consuma su misión, viene a ellas y les regala la Sabiduría y les hace gustar en este mundo cuán suave es el Señor. “Gustad y ved cuán bueno y suave es le Señor”… Se puede definir el don de Sabiduría como un conocimiento experimental de las cosas de Dios o también una unión celestial que nos da el conocimiento de las cosas de Dios haciéndolas gustar. Ese conocimiento derrama en el alma una luz más pura y elevada que los otros dones y perfecciona la inteligencia. Con esas luces el alma puede contemplar la verdad, todo lo ve en Dios, en su causa primera, no por medio de las criaturas. Y desde ese retiro puede mediar un juicio muy seguro sobre el plan divino, ve todas las cosas en Dios; ése es un efecto luminoso del don de Sabiduría, prescindir de ciencias vanas, incompletas y aun inciertas para llegar a esas intuiciones maravillosas, en que todas las cosas se ven en Dios y al llegar a la unidad del Espíritu Santo, las cosas se contemplan en la unidad de Dios, se ven como por un espejo tersísimo todos los acontecimientos de la vida. El alma goza, y goza más cuando se le comunica al mismo tiempo que el conocimiento, una grande suavidad para gustar de lo divino. Así que no sabe ya que Dios es bueno porque así se lo han dicho, sino que lo sabe porque lo gusta, lo sabe personalmente. Ver y gustar es el doble efecto del don de Sabiduría. Por eso es fácil comprender que este don está por encima de todos los otros, este don que da a las almas una mirada como de águila que las hace penetrar todas las cosas, juzgando por la causa primera que es Dios. Entonces no es raro que el alma que ha recibido el don de Sabiduría, pueda hablar de Dios y discurrir [210] acerca de los acontecimientos de la historia en forma que no sería posible discurrir con ninguna clase de conocimientos. Allí está contemplando en Dios todas las cosas, y como efecto de este don cobra horror y 133


disgusto por los placeres del cuerpo. La sabiduría de este mundo es una necedad a los ojos del alma que ha gustado la divina sabiduría, y le parece locura la sabiduría de este mundo. San Pablo decía: “Todo lo considero como basura en comparación con las cosas de Dios…” Y cualquiera que llegue a la cima, el que llegue a consumar su fin, el que llegue a conocer la dulzura del amor, el que llegue al fin de la jornada, podrá decir con certeza que ha adquirido un verdadero tesoro, cuando encuentre los frutos de la cruz en la adquisición de la Sabiduría. Dice la Escritura: “Es bueno para mí el vivir adherido a Dios”… Cuando se contempla esa divina Sabiduría encarnada y el alma se siente tan cerca de Dios, en tanta conformidad de su voluntad con la de Dios, entonces viene una adhesión plena y perfecta a sus disposiciones, siempre y en todas las cosas. El alma da en todo la razón a Dios, como los bienaventurados que lo glorifican constantemente. Dios es sabio, Dios lo quiere, Dios es bueno, Dios es Padre. Entonces todo estará bien. Se comprende fácilmente por qué los santos, llegando a las alturas de la contemplación, no tienen dificultad en conformarse con la voluntad divina, aun cuando fueran las cosas más dolorosas las que tuvieran que sufrir. Qué contraste entre aquellos primeros tanteos de la vida espiritual, en aquellos primeros pasos en los que algo se consigue para perderlo al día siguiente; aquel temor en las resoluciones…! ¡Qué diferencia entre aquel amor primaveral que aparece exuberante, pero que en sus muchas palabras oculta su debilidad! ¡Qué distintos aquellos pasos del alma que comienza tímidamente el camino del sacrificio, a los de la que ha llegado [211] muy alto en la contemplación, en donde se encuentra indiscutiblemente unida a Dios, en donde encuentra el premio su vida de sacrificio y renunciación. ¡Qué serenidad en la mirada, qué paz tan profunda en todo su ser! Las almas que llegan a este grado son un verdadero tesoro en la tierra! ¿En dónde están estas almas felices, quiénes son, para alabarlas?... Establecidas en la contemplación, crecen más y más en el amor, puesto que el amor nace del conocimiento y se ha llegado a la cumbre de ese conocimiento, se ha perfeccionado con el gusto de las cosas que se comprenden. Todo ello perfecciona el amor. Cuando el alma ha llegado a estos grados de unión con Dios ¿qué puede desear más en la tierra? ¿Qué quiere ya de las cosas que hay sobre la tierra? Viene entonces el desprendimiento universal de todos los bienes, en cuanto que éstos puedan solicitar el afecto del alma. Pero por más que entre en posesión de Dios desde la tierra, todavía la unión no es consumada puesto que se realiza en la fe. Habrá un día en que, rompiéndose los lazos que nos atan al mundo, contemplaremos sin los velos de la fe a Dios, cara a cara. ¿Qué más podríamos desear?

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Allí entraremos en el gozo, en el descanso del Señor. Una vida así nos es estéril porque alcanza la posesión de la verdadera Sabiduría, no tiene más que ser dispensadora de los dones divinos. Nuestro Señor, que se dio a Sí mismo al alma, no puede negarle sus done y por lo mismo ella entra al cielo para ejercer un apostolado glorioso. Y no descansará como decía Santa Teresita, mientras exista un alma en el mundo a quien hacerle el bien. No descansará, pues se volverá a Dios, se perderá en el seno amoroso de la Trinidad Augusta, y allí se convertirá en una hostia de adoración y acción de gracias y cantará eternamente las misericordias del Señor. [212] Cuando estas cosas se han conseguido, ¿qué nos queda por hacer ya en la tierra? Cuando el alma por la gracia del Espíritu Santo, y mediante este don, contempla su semejanza con Cristo, objeto final de las operaciones del Espíritu Santo en nosotros, entonces ¿qué hacer? El Espíritu Santo quiere formar a Jesús en nuestros corazones, como lo formó en el seno de María, para que podamos decir con San Pablo: “Ya no soy yo, sino que Cristo es el que vive en mí”… y cuando ese Espíritu Divino tiene suficientemente adornada al alma, cuando ha dispuesto esa mansión para llevar a Jesús, para formar allí a Cristo, entonces nada le detiene su obra que es trabajo de unión y transformación; entonces el alma puede asegurar que ha llegado a su meta aquí en la tierra. Con la esperanza, amadas hijas, de llegar nosotros algún día, de dejar satisfecho al Espíritu Santo para que nos conceda la Sabiduría, para que podamos contemplar con mirada serena el desarrollo de los acontecimientos de la historia y de nuestra propia vida, seguiremos trabajando sin desmayar. Un día podremos ofrecerle a Jesús el trono de amor en que El quiere habitar! Un día podremos ofrecerle la cruz en donde El quiere enclavarse. Trabajemos llenos de constancia y de paciencia, seguros de que el Espíritu Santo recibirá hasta el menor de nuestros esfuerzos y no lo ha de dejar sin recompensa. Dios es fiel y no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. Nadie, amadas hijas, sabe si es digno de amor o de odio; “Nada me remuerde la conciencia”, decía el apóstol, “y no por esto me creo justificado”… ¡Sólo Dios sabe lo que debemos en su presencia, sólo El sabe de cuántas faltas, de cuántas omisiones seremos reos delante de esa divina presencia! [213] Sin embargo, nos alienta la seguridad de que Dios nos ama, de que el Espíritu Santo nos ha llamado a una vida de perfección, de que ha dejado sentir en nuestras almas el deseo de ser todos de Dios y de saber que el Espíritu Divino, con su bondad infinita, ha querido aplicar los méritos de la Pasión de Cristo para formar almas tan bellas como fue la Santísima Virgen, la que había de ser la Madre de Dios; tantas almas tan puras que hemos contemplado en la historia de los santos. Yo os excito a que sigáis adelante con la mirada en Dios; no os detengáis en vuestro vuelo a las regiones de lo infinito por la pequeñeces que con frecuencias nos 135


quieren detener, sino que remontándoos por encima de todas ellas, pongáis vuestra mansión en lo alto, os establezcáis en las alturas de la serenidad y del amor, donde no llegan los asaltos del demonio. Dejad la tristeza para dar lugar a la alegría del Espíritu Santo en vuestras almas, porque habéis sido llamadas a la unión íntima con Dios, que será la base de vuestra futura gloria, porque será el fruto de los dones del Espíritu Santo en vuestras almas. ASÍ SEA.

Sobre la caridad: (Nuestras adoraciones). (214) Diciembre 10 de 1943. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: De tal manera debe vivir Dios en vosotras, que inmediatamente se manifieste en cualquier circunstancia de vuestra vida. Hemos visto todos los prodigios de amor que el Espíritu Santo hace en las almas que El cuida. Las escoge, les va ayudando a vencerse, a t tener sus pequeños triunfos; va adornando a estas almas que prepara, a fin de hacerlas esposas de Jesús y templos de la Trinidad Santísima. También hemos visto cómo no se detiene en ningún medio para llegar a las alturas en que estas almas poseerán enteramente la divina Sabiduría. [214] El Espíritu Santo las conduce a esas regiones para que vivan en Dios, saturadas de Dios, llenas de Dios. Todas sus acciones llevan el sello de Dios. Un alma así, no puede respirar sino caridad, no puede difundir sino caridad; y cuando se ama a Dios, naturalmente se ama al prójimo. Por eso el Apóstol del amor insistió tanto en el amor de los unos a los otros: “Hijitos míos, amaos los unos a los otros”… La señal de que existe un verdadero amor de Dios, es la caridad con el prójimo. Dios, amadas hijas, nos creó para vivir en comunidad, no para vivir aislados. Es preciso entonces, practicar ese precepto de la caridad. Pero el amor al prójimo ha de ser como una redundancia del amor divino, porque si el precepto, amadas hijas, os obliga a amar a vuestros prójimos, y de manera especial a vuestras Hermanas que forman parte del mismo Instituto, si se os manda practicar la caridad en muchas formas, hay un precepto que es el que los comprende a todos, y es el de amar a Dios. En los planes del Instituto está el desarrollo en vuestras almas un grande amor a Dios y que de ese amor divino se derive un intensísimo amor a las almas, amor todo divino y todo sobrenatural. Para que podáis realizar ese plan del Instituto, es preciso que poseáis los dones del Espíritu Santo. Por eso he querido hacerlos objeto especial de este estudio y porque quiero que déis consuelos muy grandes al Corazón de Cristo y penetréis en los secretos de ese Corazón Divino; por eso os he querido acercar al Espíritu Santo.

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Yo sé que las almas poseídas por el Espíritu de Dios tienen esa mirada profunda que escruta, como el mismo Espíritu, hasta las profundidades del Altísimo; y no es un corazón cualquiera el que debéis escrutar5 es el de un Dios, un Dios hecho Hombre, Jesucristo. Debéis aprender la conversación íntima con vuestro Padre Celestial. El Padre ama a su Hijo, el Padre no se manifiesta sino a su Hijo y a quien [215] su Hijo quiere manifestarlo; no podremos tener una relación íntima con el Padre, sin conocer los secretos del Corazón del Hijo, pero tampoco podremos entrar en los secretos del Corazón del Hijo, sin ser guiados por la luz poderosísima del Espíritu Santo. Yo sé que el secreto de vuestra santificación está en vivir esa vida íntima, esa vida interior, siendo almas de oración. Por eso quiero dedicar esta última plática de los ejercicios a recomendaros la vida de oración. Para eso ya habéis oído cómo el Espíritu Santo nos regala sus dones. Debemos pedirlos humildemente, instantemente; debemos pedirlos de una manera especial por intercesión de la Santísima Virgen, quien llevó en plenitud esos dones. ¿Qué quiere Ella sino la gloria de Dios y la santificación de vuestras almas? Obrará la Virgen Inmaculada el prodigio de alcanzaros la plenitud, porque yo no quiero nada menos que eso en vuestras almas amadas hijas, LA PLENITUD DE LA GRACIA, la que Dios os exija, la que Dios os quiera dar. Plenitud de amor, plenitud del Espíritu Santo. Ya os he dicho cómo me impresiona leer en las vidas de los santos, esa plenitud que ellos tenían, del Espíritu de Dios. ¡Qué alabanza tan consoladora para un santo, decir: “Está lleno del Espíritu divino”…! Pues yo quiero, yo anhelo que todas vosotras poseáis al Espíritu Santo en una forma plena. Plenitud proporcionada a vuestra vocación, a los designios que Dios tenga sobre vuestras almas, pero que en vuestra medida, tengáis la plenitud de amor, la plenitud del Espíritu Santo. Y si esto sucede, amadas hijas, tendréis asegurada la victoria en vuestra vida, el éxito en vuestras empresas. Todavía más: quiero en vuestras relaciones con Dios, en vuestra espiritualidad UN TINTE DE ESPECIAL DELICADEZA Y TERNURA PARA TRATAR A DIOS. Esa ternura, esa delicadeza, tiene que ser también el fruto de un don, el don de Piedad, que tanto me gustaría ver en todas las Misioneras Eu[216]carísticas de la Trinidad hasta el final del mundo; una piedad verdadera, sólida que informe todos sus actos. Una de las cosas que impresiona más en el Pontífice reinante, S.S. Pío XII, es su piedad, y seguramente que en sus horas de oración, de conversación íntima con Dios, toma una actitud verdaderamente angélica; debe ser como un serafín, como un ángel en la presencia de Dios.

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En el texto original dice “escritar”.

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¡Qué hermosa es la Piedad! Si podemos realizar un acto de dos manera igualmente buenas, pero una de ellas marca más piedad que la otra, entonces DEBEMOS PROCURAR ésta más que la otra, sobre todo en nuestro trato con Dios, en nuestras adoraciones al Santísimo Sacramento. Que cualquier persona que entre a la capilla y os vea, note inmediatamente la piedad, el amor, la delicadeza en el trato con Dios. Es cierto que se permite, en circunstancias especiales de enfermedad, de cansancio, tomar alguna postura que facilite la oración. Pero de ser posible, amadas hijas, debemos hacer nuestras adoraciones de rodillas; y aun si tomamos una postura de descanso, que ésta refleje la modestia, la piedad; no que aparezcamos delante de Nuestro Señor completamente disipados o que demos ese aspecto. Claro que se puede tomar postura de descanso, pero repito, de preferencia permanecer de rodillas cuando nos sea posible. Sabéis que se ha dejado cierta libertad con el fin de que las religiosas no pierdan el tiempo, sobre todo en las adoraciones; que se emplee ese tiempo en adorar, en hablar con Dios; y si no es posible otra cosa, en contemplarle amorosamente. Si hay que luchar con el sueño, luchar, y esto se vence más de rodillas que cuando uno se sienta cómodamente. Nuestro Padre nos recomendaba esa actitud de reverencia en la hora de adoración; quería que de preferencia estuviéramos de rodillas, los brazos cruzados sobre el pecho. [217] ¿Qué estoy muy seco? Pues entonces hacer una lectura; pero no leer demasiado porque dirá Nuestros Señor: yo te quería hablar pero no me diste tiempo… A veces la lectura nos ayuda, pero hay que interrumpirla en el momento en que nos dé alimento para excitar nuestro amor a Dios. En las meditaciones podemos leer libros, sea en la capilla o fuera de la capilla; pero durante la hora de adoración, recuerden hijas, que están representando al Instituto delante de Nuestro Señor. A mí no me gustaría que mi representante estuviera haciendo papeles tristes, que se le viera durmiéndose, disipado, sentado y como indiferente ante el Santísimo Sacramento expuesto. Precisamente si no tenemos nada qué decirle a Nuestro Señor, lo obligamos a que El nos hable; generalmente así, en esas circunstancia de sequedad, es cuando las almas aprenden más a hacer oración. Y si la piedad es más ilustrada ¿no tendremos tampoco nada qué decirle a Jesús Sacramentado? Hay que hablarle, y esto es bueno; pero lo mejor es que El nos hable a nosotros. Digámosle: Señor, aquí vengo, no me toca a mí hablarte a Ti, sino a Ti hablarte a mí… Y es entonces cuando el Espíritu Santo pone en juego todos sus dones. En todo hay que evitar las exageraciones; no queramos ser intransigentes, pero yo os digo lo que es el ideal, os digo lo que es mi mente: que tanto Nuestro Señor como las personas, vean en vosotras verdaderamente el Don de Piedad resplandeciente. Así me imagino que la Santísima Virgen pasaba sus adoraciones delante del Santísimo. 138


Todas estas cosas os las sugerirá el Espíritu Santo. El os ayudará y El será vuestra recompensa. ASÍ SEA. [218]

Salida de ejercicios. (219) Diciembre 11 de 1943 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Al comenzar los santos ejercicios invocamos al Espíritu Santo, le pedimos su gracia, su luz, porque queríamos estudiar todas aquellas cosas que convinieran al bien de vuestras almas. Pusimos como tema de nuestro estudio al Espíritu Santo y sus dones, y nos convencimos de la necesidad tan grande que tenemos de ese Espíritu de Dios. Vimos su poder, su grandeza, su gloria, ya al mismo tiempo su bondad. Todas aquellas nubes de desconfianza causadas por la debilidad humana, desaparecieron ante la luz esplendorosa del Espíritu Santo que todo lo baña, que todo lo ilumina y transforma. Vimos a ese Espíritu Divino transformar las almas, convertir a los pecadores en santos, lo vimos derretir el hielo en los corazones, y un deseo, una esperanza que vino a convertirse en certidumbre para nosotros, fue el resultado de estas consideraciones. Sentimos que un espíritu nuevo nos anima, que el Espíritu de Dios anima nuestro ser; ese Espíritu al que pertenecemos, al que vosotras queréis consagraros de una manera especial al terminar vuestros ejercicios, ya que El no quedaría satisfecho de otro modo. Si os ilumina, si os ama, si os manifiesta su amor, es porque quiere establecer una alianza más estrecha con vuestras almas, porque nos ha dado la misión de amarlo y hacerlo amar, una misión de hacerles bien a las almas, de disipar las tinieblas del error, de encender el fuego del amor divino en los corazones; en una palabra, si os ha escogido como instrumentos de su gloria y de su amor, necesita tener la certidumbre de vuestra fidelidad y para esto os exigen que os entreguéis a El. Por eso debéis terminar vuestros ejercicios [219] con una entrega total al Espíritu Santo, entrega que depositaréis en el Corazón Inmaculado de María, ese Corazón que siempre irradió la luz del Espíritu de Dios, que supo ser fiel a todas las promesas, que supo corresponder a todas las inspiraciones divinas de la gracia; ese Corazón en que le Espíritu Santo encontró sus complacencias y en donde habitó siempre. Ese Corazón Inmaculado de María que es el Corazón de vuestra Madre, se encargará de presentar vuestra consagración al Espíritu Santo. Le consagraréis vuestras almas, vuestro naciente Instituto y todo lo que os pertenece, todas aquellas cosas en que estáis interesadas, para que el Espíritu Santo extienda su protección sobre vosotras y sobre todas las almas que Dios ha puesto a vuestros ciudadanos. No confiemos en nosotros sino en Dios, seguros de que su Espíritu nos gobierna, ya que le estamos consagrados. Esto engendrará en nuestra alma una paz muy grande, una tranquilidad constante. Todo lo debemos hacer en Dios, y Dios quiere, amadas hijas, que tengamos el 139


sello divino, es decir su paz y su tranquilidad. Quiero dejaros como recuerdo de estos ejercicios, de esta visita a Tampico, a vuestra Casa “San José”, la paz del Espíritu Santo; paz en vuestras conciencias, paz en vuestro espíritu; paz en todas las cosas que se os han encomendado. Que esa paz del Espíritu de Dios, pueda seguir derramándose en vuestras almas, santificándolas, ya que ésa es la misión del Espíritu Santo: acercaros a Dios más y más, para que, al mismo tiempo que vayáis haciendo el bien a las almas, santifiquéis las vuestras. Así sea, amadas hijas. Que Dios se compadezca de vuestras miserias y las remedie con su gran misericordia. Que este Sacrificio que voy a ofrecer en honor de la Maternidad Divina de María, como lo hago todos los sábados, sea nuestra acción de gracias, nuestro acto de reparación; y que presente también a Dios nuestra suprema adoración. Que la Hostia de mi Sacrificio lleve al cielo [220] nuestros deseos de perfección, y que, ya que por la Cruz de Cristo, se nos dio el Espíritu Santo, se comunique a nuestras almas ese mismo Espíritu Divino en el altar de Cristo, lugar de su sacrificio y lugar de nuestro sacrificio también. Que El permanezca siempre con vosotras y que vuestra fidelidad al Espíritu de Dios vaya marcando vuestras ascensiones a la santidad, hacia la mayor fecundidad de vuestros trabajos, hacia el bien mayor de todas las almas. Pedid y guardad los dones preciosos del Espíritu Santo, que han de preparar el don de dones, la posesión de Dios no sólo en el tiempo sino en la vida eterna. ASÍ SEA. FIN

Consagración al Espíritu Santo. (221). Deseosas de practicar la doctrina de Jesús, anhelando difundir en el mundo la doctrina de la Cruz, venimos a consagrarnos a Ti, oh Espíritu Divino, por medio del Corazón Inmaculado de María. Jesús dijo que quien lo amara observaría su doctrina, pero tú eres el único amor que lleva a esa observancia y quien nos dispone a ser templos de la adorable Trinidad. ¡Enséñanos los secretos de amor que encierran las palabras de Jesús, queremos vivirlas! El aseguró que Tú nos enseñarías todo, que nos descubrirías el secreto de sus palabras. [221] Queremos conocer al Jesús íntimo; queremos cooperar con El a la gloria de su Cruz, que consiste en darte a Ti al mundo, oh Espíritu de amor! ¡Ven a reinar, Don precioso del Padre y del Hijo! ¡Ven a reinar, fuego divino que ha de consumir tanta miseria y pecado!

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¡Ven a reinar en las almas puras que suspiran por ser todas de Jesús! Recibe nuestra consagración y la que hacemos de todo lo que nos pertenece. Santifica las almas de aquéllos que escogiste para conducirnos en nuestra santa vocación. Santifica a todos en la verdad, y que el amor con que el Padre amó a Jesús, esté en nosotros. Ese amor eres Tú; permanece pues en nosotros obsequiando así los deseos de Jesús, manifestados a su Padre en noche memorable. Estando Tú en nosotros y siendo nosotros todos tuyos, podemos seguir confiados en nuestra misión: GLORIFICAR SIEMPRE Y EN TODAS PARTES A LA TRINIDAD SANTÍSIMA, AHORA EN EL TIEMPO, Y POR TODA LA ETERNIDAD. AMÉN. [222]

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ÍNDICE NOTA: el número dentro del paréntesis, corresponde a la página del libro original impreso; el número en el extremo derecho, corresponde a la página del libro capturado en la computadora. EJERCICIOS ESPIRITUALES (SEPTIEMBRE 1943) (1) .......................................................... 2 PLÁTICA DE ENTRADA (1) ............................................................................................... 2 NUESTRO FIN: AMAR Y SERVIR A DIOS. (9)...................................................................... 7 AMOR A LA VOCACIÓN. (17) ......................................................................................... 12 UNIÓN – CARIDAD (24) ................................................................................................ 17 EL AMOR AL DIVINO PADRE. (30) ................................................................................. 21 AMOR AL HIJO. (36) .................................................................................................... 24 AMOR AL ESPÍRITU SANTO. (43) .................................................................................. 29 EL ESPÍRITU SANTO, AUTOR DE LA PERFECTA ALABANZA A LA SMA. TRINIDAD: OFICIO DIVINO. (50) .................................................................................................... 33 MARÍA, NUESTRO MODELO. (56) ................................................................................... 37 MARÍA.- SU GLORIFICACIÓN. (63) ................................................................................. 41 MARÍA.- ESCLAVITUD MARIANA. (69) ............................................................................ 45 NUESTRO ESPÍRITU SACERDOTAL EUCARÍSTICO.- LA CRUZ. (76) .................................. 49 ESPÍRITU SACERDOTAL.- LA CRUZ. (84) ....................................................................... 54 ESPÍRITU DE NUESTRA VOCACIÓN. HUMILDAD. (89) ....................................................... 57 SOBRE LA CARIDAD. (96) ............................................................................................. 62 PUREZA. (104) ........................................................................................................... 67 SOBRE LOS VOTOS. (111)............................................................................................ 71 ESPÍRITU DE FE. (118)................................................................................................. 75 SALIDA DE EJERCICIOS. GRATITUD. (126) ..................................................................... 80 EJERCICIOS ESPIRITUALES (DICIEMBRE 1943) (131)........................................................ 83 PLÁTICA DE ENTRADA. (131) ........................................................................................ 83 DOCILIDAD AL ESPÍRITU SANTO. (134) ......................................................................... 84 ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN NUESTRAS ALMAS. (140) ............................................ 88 OPERACIONES DEL ESPÍRITU SANTO. (145) .................................................................. 91 LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO. (151) ...................................................................... 95 DIFERENCIA ENTRE LAS VIRTUDES Y LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO. (156) ................ 99 LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO. DON DE TEMOR DE DIOS. (162) .............................. 103 LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO. DON DE PIEDAD. (168) .......................................... 107 LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO. DON DE PIEDAD. (174) ........................................... 110 LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO. DON DE PIEDAD - INFANCIA ESPIRITUAL. (179) ........ 114 LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO. CIENCIA. (185) ...................................................... 117 LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO. FORTALEZA (192) .................................................. 122 LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO. CONSEJO. (198) .................................................... 126 LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO. ENTENDIMIENTO. (204) .......................................... 129 LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO. SABIDURÍA. (209)................................................... 132 SOBRE LA CARIDAD: (NUESTRAS ADORACIONES). (214)............................................... 136 SALIDA DE EJERCICIOS. (219) .................................................................................... 139 CONSAGRACIÓN AL ESPÍRITU SANTO. (221). .................................................................. 140 ÍNDICE ................................................................................................................................... 142

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