© Marisú Gonza, [2020] Portada: Óleo sobre lienzo de William-Adolphe Bouguereau (18251905) -Whisperings of Love (1889).
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Capítulo 2: El Sacrificio
Tras una intensa jornada, al anochecer, Filogonis, el guarda del olkos, regresó a su hogar; allí le esperaban su esposa y sus hijos. Tras asearse y cenar juntos, se reunió con su esposa en el peristilo, el patio central de su casa, y conversaron acerca de los acontecimientos del día. —Voy a salir a casa de mis hermanas para avisarlas, mañana celebraremos una fiesta.—Dijo Yehor, la esposa del vigilante— .Dedicaremos toda la mañana a organizarla e iniciaremos el festejo al atardecer, ¡vendrán todos nuestros familiares y amigos! —Está bien, Yehor, pero no te demores, ya es tarde. Mañana daremos un gran banquete, se lo dedicaremos a Anfitrite, esposa de Poseidón; para ello sacrificaremos un cordero. Será estupendo. Ahora ve a casa de tus hermanas, que te acompañe Basha, pero regresa enseguida; tenemos que descansar. Yehor y su esposo estaban eufóricos de alegría. Estaban convencidos de que el paso de la nereida por sus tierras les traería la buena suerte y el esplendor. El pago que había realizado Aretha por el peaje, había sido muy generoso, era mayor de lo que se esperaría. Con ese puñado de aguamarinas, podrían permitirse comprar dos burros nuevos, y así liberar del arduo trabajo de tirar del olkos cargado con embarcaciones, a dos borricos ya viejos, que a duras penas podían con su alma. Quedarían relegados a la realización de cargas más ligeras. También tendrían para la dote de su hija Basha, que ya contaba diecisiete años, y así podría casarse, según sus deseos. <<De hecho, será una buena idea anunciar el matrimonio de Basha mañana, en el banquete. Será una sorpresa>>, pensó Filogonis. Yehor, junto a sus hermanas y sus respectivos hijos e hijas hicieron un buen trabajo. También colaboraron otras vecinas de la
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pequeña aldea. Basha se encargó de recoger una gran cantidad de bellas flores. Adornaron la zona preparada para la fiesta con hermosas guirnaldas de hojas de parra, pino y flores de diversos colores. En el centro se situó el altar donde sería llevado a cabo el sacrificio del cordero. Los campesinos de la zona solo comían carne cuando se realizaba la matanza de un animal doméstico, en las bodas y en las fiestas religiosas. Filogonis tenía una pequeña cantidad de ganado; unas diez cabras, diez ovejas, un buey para arar el pequeño terreno de cultivo que poseía, un caballo y seis burros de carga, para la tracción del olkos y para los molinos. Le pareció que la celebración merecía el sacrificio de una de sus crías. Ya habían avisado al mágeiros, el cocinero; él se encargaría de llevar la matanza del animal; lo haría de manera rápida, degollándolo. Seguidamente lo prepararía para cocinarlo, y para su consumo por los invitados, no sin antes, claro está, dedicar un pequeña parte de la ofrenda a Anfitrite, en el ara de piedra, prendiéndola con fuego. Los invitados empezaron a llegar, otros ya estaban ahí, pues habían colaborado en la preparación de la fiesta y sus manjares. Los niños correteaban alrededor de las mesas, ataviadas de manera rústica, pero espléndida; se alternaban platos repletos de aceitunas, higos secos, nísperos, naranjas, limones, queso de cabra, tortas de pan de trigo, racimos de uva, anchoas, sardinas, nueces, cremas de verduras, hummus de lentejas y dulces con miel, con multitud de cucharas de madera, jarras de aceite de oliva, tazas de dos asas y enócoes llenas de vino mezclado con agua, que a su vez se había sacado de grandes cráteras colocadas en el suelo, en donde se hacía la mezcla. Algunos jóvenes tocaban instrumentos musicales, ambientando la fiesta con su armonía, así se alternaba el agudo sonido del oboe doble, con el angelical de la lira y el de los alegres crótalos. Los dos fuegos estaban ya preparados, uno pequeño en el altar, donde se realizaría el sacrificio y la ofrenda; otro mayor en la cocina, donde ya se estaban asando
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pulpos, calamares y cabrachos, y donde más tarde, tras el ritual, se cocinaría el lechal. Las doncellas invitadas, incluida Basha, estaban hermosamente vestidas en honor a la celebración, con peplos de color azul zafiro, y algunas, con una capa por encima de rojo escarlata. Se sentían hermosas y observadas. Todas llevaban el ondulado y oscuro cabello suelto, y adornado con una diadema o corona, algunas de mirto, otras de pino o laurel. Basha la llevaba de mirto, a la que añadió algunas flores blancas de la misma planta, muy aromática. Las muchachas llevaban cestas llenas de ramas de mirto, de flores de azahar y de tortas de pan cortadas en trozos pequeños. También llevaban jarras de vino sin diluir, con el que iban empapando los trocitos de pan, que iban arrojando al cordero sagrado para que lo fuera comiendo por el camino, en procesión, desde el corral hasta el altar. Un joven llevaba al cordero, atado con una cinta roja, seguido por los músicos, que sumaban su melodía al efecto del vino para embriagar al cordero, ya poseído por el espíritu de Dionisos. Basha observaba en la distancia a su amado, Alesandro. Era el joven que llevaba al cordero, atado de la cinta. Vestía un largo himatión granate que le dejaba al descubierto un brazo y parte del torso. También llevaba una guirnalda, de flores de azahar, en el cabello. A lo largo del trayecto, él también la observaba, miraba hacia atrás y le echaba miradas furtivas; le parecía la más hermosa de las doncellas, estaba embelesado por sus ojos. Basha se sonrojaba cuando sus pupilas se encontraban. Se atisbaban de lejos día sí, día no. Ella en el campo y él en la costa. Ella estaba siempre realizando tareas en el hogar, junto con las otras mujeres de su familia. Desde el amanecer hasta la noche, se dedicaban a actividades múltiples, realizadas por las féminas, como cuidar de las gallinas, lavar la ropa, encender el fuego del hogar, cocinar, tejer, recolectar algunos frutos y flores, entre otras, sin ningún contacto con hombres que no fuesen de la familia. La única oportunidad que tenían los jóvenes y doncellas de la aldea de verse era
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durante las festividades estacionales, bodas y celebraciones. Alesandro era pescador, como su padre, y a veces también ayudaba a sus tíos con el pastoreo y el campo. Basha y Alesandro notaban crecer el calor en su interior, de pensar en poder verse a solas aunque fuera un instante. Sabían que a medida que avanzara la fiesta, y los invitados se encontrasen saciados y embriagados, podrían escaparse unos instantes, y esconderse tras la fuente, para mirarse y sonreírse de cerca. La comitiva llegó al altar central, el mágeiros tomó al cordero y le quitó la cinta que llevaba atada al cuello. Los invitados se colocaron formando un círculo alrededor. Los músicos cesaron de tocar sus instrumentos, pero las mujeres iniciaron un canto en tono bajo y suave. El animal, aunque desatado, no se movía del sitio, estaba manso, borracho, con la mirada perdida. El cocinero realizó una libación sobre el altar, con una pequeña cantidad de aceite de mirto contenida en una concha, a continuación, se hizo con el cuchillo sacrificial, sacándolo de una cesta en el suelo; las mujeres iban entonando el canto con un volumen más alto; el verdugo corto un mechón de pelos del animal; ya no era puro, arrojó el pelo al fuego sagrado; el canto se hizo muy intenso, acto seguido pasó el cuchillo por el cuello de la víctima, con un movimiento rápido y seco, degollándola, al mismo tiempo que las ninfas daban un grito ululante, que solapó por completo el chillido del cordero. El cocinero recogió la sangre que brotaba del cuello del animal degollado en un recipiente, echó una pequeña parte al fuego sacrificial, y con otra pequeña parte pintó, utilizando tres dedos, unas marcas en los laterales del altar. Se llevó a la bestia para quitarle la piel, despiezarla y cocinarla. Las vísceras eran un premio que corresponderían a él y a sus ayudantes de cocina. El rito había finalizado, los comensales podían participar del privilegio sagrado de comer la carne del mártir, sin caer en la animalidad, pues quitar la vida a otro ser no es indiferente. Unos rechonchos y alados erotes revoloteaban alrededor de la cabeza de Basha. Esos diositos del amor la hacían sonrojar, suspirar y
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aceleraban su corazón. La empujaban a acercarse a Alesandro, y ella no pudo resistirlo. Cogió un ánfora de color negro, con imágenes en rojo que representaban la lucha entre Heracles y el toro de Creta, y se alejó del banquete, dirigiéndose a la fuente, con la excusa de ir a por agua; allí estaba él, apoyado en el borde de la fuente, mirando hacia el suelo, pensativo. Levantó la mirada y la vio, casi resbaló; se le iluminó la cara, no pudo contener una espontánea y blanca sonrisa, tan blanca como las flores de su pelo, y que embelleció aún más su rostro. Basha se acercó a la fuente, y dispuso el ánfora bajo el chorro de agua; mientras se llenaba, Alesandro la cogió de las manos, acercó lentamente su cara a la de la doncella y la besó en la mejilla, muy cerca de la comisura de los labios; luego repitió en el otro lado, y finalmente, pegó sus labios a los suyos unos segundos. La muchacha había cerrado los ojos, los abrió cuando oyó que se derramaba el agua del ánfora, que ya estaba llena, la cogió y se marchó de nuevo a la fiesta, corriendo y entre risas, seguida por los invisibles amorcitos que revoloteaban, pues no quería que la echaran de menos allí. —Querida familia y amigos—Filogonis comenzó un discurso dirigido a sus invitados, que ya estaban un tanto embriagados, disfrutando de los postres y los frutos, riendo y haciendo bromas y chistes—. Era de rigor realizar este festival en honor a Anfitrite, esposa de Poseidón, hermana de todas las nereidas, pues el paso de una de sus hijas por nuestras tierras nos hace a todos afortunados, y nos bendice con la prosperidad y la buena suerte. Ayer mismo le presté mi posesión más preciada, mi caballo Ferénikos, “el que porta la victoria”. Brindemos para que los dioses la protejan y la ayuden a alcanzar su destino—Todos los comensales brindaron al tiempo que vitoreaban al unísono en honor a la semidiosa—.Aprovecharé esta feliz reunión para anunciaros también la boda de mi hija, que será en un par de meses, a finales de la primavera, con Darius, mi querido ahijado—La alegría de la fiesta se multiplicó si cabe, todos brindaron de nuevo, las mujeres lloraban y los hombres reían, para luego
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intercambiar graciosamente los papeles. Darius, que estaba sentado no muy lejos del anfitrión, comiendo un dulce bañado con miel, sonrió gratamente sorprendido. Basha era la única que no manifestó sentimiento alguno, enmudeció unos segundos y después se desmayó. Todos lo relacionaron con la intensidad del momento. Alesandro aún no había vuelto de la fuente. El Camino de la Voz Dormida, paralelo al diolkos, debía su nombre a que por allí se realizaba, en el más absoluto silencio, la procesión hasta el mar, del séquito que llevase a una doncella raptada al enemigo en tiempos de guerra, para purificarla en las sagradas aguas del mar Egeo, y luego llevarla al altar mayor y ofrecerla en sacrificio a Ares, para que así, el dios de la guerra favoreciera a las tropas de Corinto. Yendo a galope podía hacerse el recorrido de dicho camino en dos horas escasas, por lo que Aretha alcanzó la costa incluso antes de que Filogonis llegase a su hogar la noche anterior. Bajó del caballo y lo ató a un olivo, descendió por las rocas hasta la playa, se desvistió la túnica, dejándola tirada en las piedras de la orilla y se lanzó de nuevo al mar, rumbo a Naxos. Ferénikos empezó a cocear, y tras unos espasmódicos movimientos se soltó del árbol, bajó trotando y se lanzó al mar tras Aretha, sus dos patas traseras se transformaron en una cola de pez; unos metros más adelante, recogió a una sorprendida Aretha, que se montó de nuevo en su lomo, esta vez, bajo el agua.
Fin del segundo capítulo
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