La nereida de Sicilia. Capítulo 4: El rapto.

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La nereida de Sicilia Capítulo 4: El rapto Marisú Gonza Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de ISSUU para su distribución y puesta a disposición del público por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma. No se permite la reproducción total o parcial de este libro o capítulos, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor.

© Marisú Gonza, [2020] Cubierta: Hera amamantando a Hércules, cerámica griega, S. IV a.C.


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Capítulo 4: El rapto

En un pequeño cabo rocoso junto al astillero naval, próximo a la playa de Aminiso, camina una mujer. Va saltando de piedra en piedra con extrema habilidad. Está recogiendo la gruesa sal depositada por el mar en la roca; la coge con sus manos y la coloca en una bandeja de mimbre que lleva apoyada en su cintura. Tras un paseo de recolección salina, se sienta en una piedra bajo la cual hay un charco marino, en donde va enjuagando puñados del salitre recogido, al tiempo que le va retirando pequeñas impurezas. La mujer lleva una falda acampanada con volantes, con hermosos colores y dibujos geométricos, larga hasta los tobillos, pero que ha subido y atado con una cinta a los muslos, para poder moverse por las rocas con agilidad y sin mojarse. Su negro cabello está suelto, pero lleva una diadema que le recoge el flequillo. Está también vestida con un chaleco que le cubre antebrazos y espalda, aunque con los pe7


chos totalmente al descubierto. Es Hegia, la sacerdotisa del santuario de Ereutija. Más tarde extenderá la sal recogida sobre una esterilla, para que se seque al sol, y posteriormente podrá utilizarla para sus propósitos: como moneda de cambio para comprar, como aderezo alimenticio, como ofrenda para su diosa y como ingrediente para sus ungüentos medicinales. Una vez hubo llenado su bandeja, se dispuso a recorrer su camino de vuelta hasta la caverna. Dionisos y la misteriosa mujer etrusca estaban de pie frente a la estatua de Ereutija, observándola. La figura estaba cubierta de vivos colores naturales y realistas, sus brillantes ojos miraban profundamente hacia la salida de la cueva. Una túnica la cubría de cintura para abajo, pero sus pechos estaban al descubierto; de uno de ellos se derramaban gotas de leche, del otro mamaba un recién nacido. Dionisos extiende su mano y toca el pecho libre de la deidad. <<La leche no es real, es de piedra, como el resto>>, piensa. La diosa sujetaba al bebé con uno de sus brazos, mientras que con el otro 8


sujetaba una antorcha de la que brotaba un fuego real, incandescente y humeante. Los recién llegados estaban famélicos; encima del altar habían depositadas numerosas ofrendas a la diosa, entre ellas, cuencos con sal, con flores de azahar y con pasteles de cebada y miel. También había una gran crátera con vino mezclado con agua. La etrusca y el dios, movidos por el hambre y la sed, tomaron de la sagrada bebida y de los pasteles hasta saciarse. Dionisos tardaba pocos minutos en dar cabo de la alcohólica mezcla, pero la crátera se volvía a llenar completamente de manera mágica al agotarse su última gota. La mujer no quería emborracharse, pero estaba tan sedienta que también bebió, notando los efectos. Se colocaron tras el altar y se echaron a dormir obnubilados por efecto del vino, de la dulce miel y del embriagador aroma a limón y a azahar que inundaba la cueva, pues justo en el umbral de la misma, dando una magnífica sombra en la entrada, al mismo tiempo que la ocultaba, se enraizaba un frondoso limonero.

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Hegia camina por un sendero en dirección a su santuario. Ya se ha soltado la falda de los muslos, a cada paso tambalean los volantes; va portando una bolsa de piel que contiene la sal recogida. Sigue llevando la bandeja de mimbre apoyada en su cintura, pero esta vez la va llenando de hierbas y plantas aromáticas y medicinales que va encontrando. Sus productos naturales serán los ingredientes de sus aceites esenciales, ungüentos y jarabes medicinales. Las aldeanas de la isla la visitan en las festividades, solo acuden mujeres no vírgenes allí; llevan lana como ofrenda a la diosa, para rogar por un embarazo que no llega, o para que se les auguren buenos partos a las futuras madres, y cambian quesos, aceite de oliva y vino por los productos curativos que prepara la sacerdotisa. El pastor penetró en la caverna muy sigilosamente, se acercó al altar y se asomó a su parte posterior, allí estaban los sujetos espiados. Se acercó, agachándose hacia el estilizado cuello de la mujer para respirar su aroma femenino; aprovechándose de su sueño y ebrie10


dad la besó en los pechos por encima de la translúcida túnica y le pasó la lengua por el cuello hasta la mejilla, rozando su espesa y rizada barba con la piel de la belleza. No quiso entretenerse más. La tomó en brazos y salió con ella de la cueva; era un hombre joven y fuerte aunque no sabía cuánto aguantaría llevándola así. Dejó abandonado a su rebaño. <<Ya regresaré a por los animales, no irán muy lejos, primero he de llevar a esta hembra a un lugar seguro del que no pueda escapar>>. A cada paso que daba el pastor, tintineaban las pulseras y las joyas que adornaban a la dama etrusca.

Fin del cuarto capítulo.

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