voces solidarias Texto y foto: María Mullen
La señora de la plaza En la ciudad de Buenos Aires viven cientos de personas en situación de calle. La fundación Camino a Jericó les brinda hogar, duchas, lavado de ropa, acompañamiento y salida laboral. Guillermina Lenz, miembro de la fundación, comparte su historia.
A Guillermina Lenz Xxx xxxx xxxxx xxxx
Fundación Camino a Jericó ¿Cómo ayudar? Con trabajo voluntario en el hogar, alimentos y productos de higiene o aportes económicos, y dando a conocer la obra a aquellos que lo necesitan. ¿Contacto? www.caminoajerico.com.ar
26 | En foco
llí estaba otra vez la señora de las bolsas. Recostada y solitaria en un banco de la Plaza Pizzurno, frente a la avenida Callao, tan ruidosa como ajena. Guillermina, en ese entonces una estudiante de 18 años recién llegada de Saladillo (provincia de Buenos Aires), se acercaba a la plaza llevando una bolsita. En su interior, dos sándwiches de milanesa. “Seguro que le va a gustar -se decía-. Uno para ella, uno para mí y así vamos a compartir juntas una comida”. Ya no podía seguir cruzando por aquel lugar como si esa señora no existiera. En su pueblo nunca había visto gente durmiendo en la calle. La gente pasaba de largo concentrada en sus cosas. ¿A nadie le sorprendía? ¿Nadie se preocupaba por esa señora abandonada? ¿Cómo es que alguien puede perderlo todo? La joven se presentó, pidió sentarse en el banco y le ofreció un sándwich. Pero la señora, que no quiso compartir su banco, la miró fijamente y le dijo: “Vos no entendés nada”. La joven quedó sorprendida.“¿Sabés qué pasa? -continuó la señora-. A la tardecita, todos llegan a su casa. Y yo ¿sabes qué? Yo no tengo donde llegar. Yo no llego a ningún lado. Yo sigo acá. Vos prendés la luz y corrés la cortina o bajás la persiana. Todos lo hacen, es lo que yo voy viendo desde acá… Y cuando prenden las luces, yo no tengo luz para prender. Y cuando todos cierran las persianas, yo no tengo nada para cerrar. De a poco el rocío me empieza a caer. Me cae, me cae. Primero me cae en la cabeza, después en el hueso, después en el cerebro…”.
Una respuesta Ya pasaron 22 años de aquel encuentro y Guillermina Lenz todavía lo recuerda como si hubiera sido ayer. “Cada día de lluvia o de frío, me preguntaba cómo estaría la señora, qué estaría haciendo -cuenta-. Un día ya no la ví más”. Hoy Guille, como la conocen todos, es Psicóloga y miembro de la Fundación Camino a Jericó, donde se
asiste a gente en situación de calle. Cuenta con un hogar, un taller de carpintería donde se recicla y restaura muebles donados, y un salón donde se venden. Aquella señora de la plaza fue la primera de las tantas personas que Guille conocería en esa situación. Sin duda, el encuentro la marcó para siempre. El hogar, ubicado en Olivos, cuenta con un colorido mural pintado por el artista Milo Lockett. La puerta de la casa permanece, literalmente, siempre abierta, incluso en invierno. A diario reciben a más de 60 personas. Unas viven allí hasta que hayan logrado un proyecto laboral y personal que los permita dejar la casa, y la otra gran mayoría, hombres, mujeres, y hasta madres con niños, viajan desde lugares remotos, principalmente desde Retiro, para lavar y secar su ropa (y no tener que hacerlo en las fuentes de las plazas), recibir una ducha caliente, un abrigo y, por sobre todo, acompañamiento. Allí, alguien los escucha, los atiende… les recuerda que tienen un valor. A su vez, les facilitan la inserción laboral.
Como el buen samaritano La obra comenzó en 1998 de la mano del sacerdote Juampi Contepomi (hermano de los jugadores de rugby), y la comunidad de la Parroquia San Pedro y San Pablo. Está inspirada en aquel pasaje del evangelio del Buen Samaritano que iba camino a Jericó y que, al ver a un pobre herido al costado del camino, en vez de pasar de largo, se conmovió, se acercó y lo llevó a una posada y puso de su dinero para que lo cuidaran. Eso es lo que hacen en la fundación, y lo que esperan que otros hagamos también. Hoy, ya son cientos de historias de gente que, a veces gracias a un peatón que los quiso ayudar conocieron la fundación y pudieron ir dejando la calle: padres que se reencontraron con sus hijos, gente que volvió a sus oficios, que recuperó el autoestima, que recobró la salud, que volvió a “hacer pie” a pesar de haber vivido meses. “Son historias muy difíciles y de profundísimo dolor –dice Guillermina–, pero