Las vueltas de la calesita

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Las vueltas de la

calesita Las calesitas siguen siendo peque帽os oasis de diversi贸n sana y sencilla donde grandes y chicos se funden en una misma edad. Quedan unas 40 en la Capital Federal, y gracias al proyecto de una familia se las declar贸 Patrimonio Cultural. Texto y fotos: Mar铆a Mullen

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n día de sol en la plaza: es día de calesita. Gabriel y su hermana menor corren a elegir sus puestos. Juntos, saludan a su mamá desde una carroza que comienza a dar vueltas una y otra vez, en medio de caballitos que suben y bajan, elefantes, autitos… todos bajo el telón colorido de ese pequeño circo giratorio, de este castillo de colores en medio de avenidas y edificios. La música y el mundo en movimiento son los infaltables de este viaje. La sortija aparece en escena como un cascabel desde las manos del calesitero y ambos hermanos estiran sus brazos desafiantes. “¡Mamá, mamá! –grita la menor–. ¡La agarré!”. Diana, la madre de los pasajeros, felicita el logro. “No sabés lo que les gusta –confesará después–. ¡Y eso que Gabriel ya va a cumplir los diez años!”.

“Las calesitas tienen algo…” ¿Qué es eso que tienen las calesitas? ¿Qué es lo que le encuentran los más chicos, que quieren una y otra vuelta? A los grandes, nos trae cierta nostalgia. Y a los chicos, se les esconden las palabras a la hora de describir por qué les fascina. “Es divertido, se mueve, vas cambiando de lugar, algunos caballos suben y bajan… –dice Gabriel con inocencia y compenetrado en su discurso, al bajarse de su segunda vuelta en “La Calesita de Pedrito”, en Parque Las Heras, y resume–: ¡Me gusta!”. La mayoría de los chicos rondan los 2 y 8 años. “Yo vengo por mi hermana –aclara Gabriel, como justificándose por su edad–. También me gustan los videojuegos, pero venir acá te hace salir, te distrae, hacés otra cosa”. “Las edades se han acortado mucho –explica el calesitero Eduardo Odiozola, con más de veinte años de oficio, como la mayoría de los calesiteros-, hoy con la televisión y la compu, los chicos no salen tanto. Antes esto era la única opción”.

En la calesita no faltan adultos. Además de las mamás, llegan hombres de traje y abuelos. Suben con sus chicos, se agachan hasta su estatura para acompañarlos y les cuesta disimular lo bien que la pasan ahí arriba. El viaje los une en una misma sintonía: la infancia. Esa “patria del hombre”, como describió Borges; el “tiempo de los colores”, como canta el santiagueño Carabajal. Un tiempo al que, como continúa la canción, “hay que volver cuántas veces se pueda…”.

Al rescate de la historia Actualmente, sólo en la ciudad de Buenos Aires, funcionan unas cuarenta calesitas. En 2008, el Gobierno de la Ciudad las declaró Patrimonio Cultural y hasta publicó un libro en su honor. El homenaje se debió, principalmente, a una iniciativa de la familia Mellincovsky: “Cuando mis hijos se fueron a vivir al exterior, comenzó la idea. Ellos se acordaban de las calesitas, de cómo iban cuando eran chicos, y quisieron hacer algo para resguardarlas”, cuenta Silvio, el padre. “Así fue como nos organizamos para recorrer la ciudad y conocer una por una la historia de cada calesita, sus dueños y el estado en que se encontraban. Un hijo mío, que estudia Cine, se encargó de la fotografía; otro, que estudió Historia, de la investigación y el contenido; y yo, de la puesta en marcha de la página web, ya que me dedico al Diseño Multimedia”. Así fue como, luego de varios meses de esfuerzo apasionado e invirtiendo gratuitamente su tiempo y dinero, salió a la luz el sitio www.lascalesitas.com.ar, con toda la información (mapa de ubicación de las calesitas en la ciudad, sus historias y numerosos datos y anécdotas). Luego de mostrar el proyecto al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y sumando otras colaboraciones, fue que se logró darles un mayor

Don Luis, viejo calesitero Cada calesitero conforma un personaje y tiene una historia particular. Hoy en día, no siempre se los encuentra para charlar, porque algunos, ya mayores, prefirieren contratar un empleado que atienda. Otros, como en el caso de Don Luis, son fieles soldados de su propiedad. Don Luis Rodríguez es “el calesitero de Liniers”, un enamorado de su calesita. Tras la muerte de su padre, en 1944, tomó la posta y se puso al frente de la calesita, mientras recorría los pueblos y los barrios junto a las figuras de aviones, autos y camellos construidos por él mismo. Don Luis fue nombrado en 2003 artífice del Patrimonio Cultural de la Ciudad. Al principio, su calesita era tirada por un caballo, hoy guarda la original en el patio de su casa. “¡Luis se casó con su calesita!”, bromean quienes los conocen. En 2009, con motivo de su 90° cumpleaños (y 65 como

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Para conocer “La Calesita de Tatín” Dónde: Parque Chacabuco, Av. Asamblea y Miró. Horario: todos los días de 10 a 12 y de 14 a 19.30. Particularidades: Tatín Cifuentes era un cómico infantil de los años ´60 y visitaba mucho esta calesita. Todos los chicos que ganaban la sortija luego iban a su programa de televisión, y de allí ganó tanta popularidad. Las ilustraciones de la calesita son en relieve y su autor fue Goyo Mazzeo, uno de los dibujantes de la revista Anteojito. “La calesita de Pompeya” Dónde: Plaza Pompeya, Calle Traful y Av. Sáenz. Horario: todos los días de 10 a 20 (salvo días de lluvia). Particularidades: impresionante calesita, no tanto por su historia, sino por su diseño y su conservación. Los biombos son muy valiosos, por estar tallados con motivos fantásticos de cuentos memorables. Eran tantos los niños que subían a esta calesita que muchas veces ¡le costaba arrancar! “La calesita de Robertito” Donde: Plaza Monseñor D’Andrea, Av. Córdoba y Anchorena. Horario: todos los días de 10 a 20 hs. Particularidades: histórica calesita de 1936, de Roberto Pampín, que antes pertenecía a su padre. Luego de 12 años de permanecer cerrada, la nieta de Pampín consiguió reabrirla y hace dos años volvió a funcionar como nueva.

espacio de protección y homenaje. Hoy, cada calesita de la ciudad tiene su placa de bronce. “El nombre ‘calesita’ es la denominación local del carrusel –continúa Silvio, quien se ha vuelto un experto en el tema–. En la Argentina, su nombre deriva de la ‘calesa’, un antiguo carro arrastrado por un caballo, al que a veces se le enganchaba un caballito de madera, un avioncito, un barco u otro carro atrás”. La sortija es un invento argentino. “Viene de ese juego del campo, donde el gaucho, al galope, debe tratar de atrapar una sortija colgada a un poste o un alambre –explica Silvio–. La sortija, en las calesitas, tiene un rol importantísimo para los chicos, es lo que los desafía y, cuando la sacan, ganan una vuelta más”.

En el mundo y en la Argentina Acerca del origen de las calesitas, la versión más contemporánea sostiene que provienen de Francia, donde los guerreros usaban algo parecido para entrenarse en la destreza de las lanzas. Era considerado un mecanismo para el entrenamiento de la caballería. Luego los cruzados descubrieron este método y llevaron la idea a sus reyes. Allí, el carrusel se mantuvo en secreto dentro de los castillos (generalmente movido por hombres, caballos o mulas), hasta que en París pequeños carruseles fueron instalados en los jardines privados de la realeza. En la época de Luis XIV, en 1662, se colocó en esa ciudad un gran aparato en la llamada “Plaza del Carrusel”. La primera calesita argentina se instaló entre 1867 y 1870, en el antiguo barrio del Parque, actualmente la Plaza Lavalle. Había sido fabricada en Alemania. Recién en 1891 un grupo de franceses y un financiero español de apellido “De la Huerta” construyeron la primera calesita argentina, en la actual plaza Vicente López, en Recoleta. “Las calesitas comenzaron a brotar por todos lados, en terrenos baldíos, y deambulaban por distintos lugares. Esto fue porque De la Huerta ofrecía a los inmigrantes facilidades de compra de una calesita. Se las confiaba a pagar a futuro, y así los recién llegados tenía algo en qué trabajar”, relata Silvio.

“Hoy con la televisión y la compu, los chicos no salen tanto. Antes la calesita era la única opción” Metáfora de un desprendimiento “¿Sabés por qué creo yo que la calesita es tan sana para los chicos? –dice Silvio–. Sobre todo, por algo que pasa entre ellos y sus mamás desde la primera vez que suben a una. La madre desaparece, el hijo la ve alejarse, pero pronto aparece otra vez y se produce un reencuentro lleno de alegría, euforia y saludos”. Nada más cierto. Quizás algo de eso explica por qué sobreviven las calesitas. Generan un sentimiento fundamental de la infancia: el de saber que la atención de quienes más queremos, nuestros papás, está puesta en nosotros. Que nos cuidan en cada vuelta; que nos dejan elegir nuestro asiento, nos dan la independencia y nos saludan desde su orilla. Y, aunque por momentos nos pueda dar temor alejarnos de ellos, la experiencia y la confirmación de que luego de cada vuelta, ellos estarán allí siempre, es invaluable, nos reconforta y da seguridad. Y no sólo para las vueltas la calesita, sino también para las futuras vueltas de la vida.

Más info: www.lascalesitas.com.ar 30 | Tendencias


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