EL
EXPRESO POLAR
EL
EXPRESO POLAR escrito e ilustrado por
Chris Van Allsburg
Una Nochebuena, muchos años atrás yo estaba inmóvil en mi cama, no movía ni siquiera mis sábanas. Respiraba lenta y silenciosamente. Estaba esperando escuchar un sonido, un sonido que, un amigo me había dicho que jamás iría a escuchar - el tintineo de los cascabeles del trineo de Santa Claus. - No existe Santa Claus- me había insistido mi amigo. Pero yo sabía que él estaba equivocado. Esa misma noche, muy tarde, finalmente pude escuchar algo. Sin embargo no eran los cascabeles del trineo de Santa. Desde afuera llegó el sonido siseante del humo y el chirrido de metal. Miré a través de las ventanas y pude ver un tren detenido justo enfrente de mi casa.
El tren estaba envuelto en vapor. Copos de nieve caían silenciosamente a su alrededor. Vi por la ventana como el conductor se detuvo frente a mi puerta. Me puse las pantuflas y una bata y me deslicé escaleras abajo. - ¡Todos a bordo! - gritó el conductor. Yo corrí hacia él. - Vienes con nosotros? – preguntó - ¿Dónde? –pregunté yo - Al Polo Norte, por supuesto. Este es el Expreso Polar. No dudé un instante. Tomé su mano y subí a bordo.
El tren estaba lleno de otros niños, todos con sus piyamas y batas. Cantamos canciones de Navidad y comimos caramelos y golosinas rellenas de dulces blancos como la nieve. También tomamos chocolate caliente. Afuera, las luces de las ciudades y pueblos se veían a la distancia mientras el Expreso Polar se dirigía raudamente hacia el Norte.
Pronto dejaron de verse todas las luces. Viajamos atravesando el frĂo y los oscuros bosques donde los ĂĄgiles lobos y sus colas blancas se escondĂan de nuestro tren que penetraba en la quietud de la noche.
Subimos las montañas tan altas que parecía que íbamos a tocar la luna. El Expreso Polar nunca aminoraba su paso. Cada vez más rápido seguimos nuestro camino a través de picos y valles como si fuéramos un carrito de una montaña rusa.
Las montañas se volvieron colinas y las colinas se transformaron en suaves planicies nevadas. Cruzamos un gran desierto helado – el gran casquete polar - y de repente algunas luces aparecieron a la distancia. Parecían las luces de un barco navegando en medio de un océano helado. - Allí está el Polo Norte- dijo el conductor.
El Polo Norte era una inmensa ciudad instalada en la cima del mundo, repleta de fábricas donde cada uno de los juguetes de Navidad eran confeccionados. En un comienzo no vimos ningún duende. -Se reúnen en el centro de la ciudad – nos contó el conductor. -Allí es donde Santa Claus dará el primer regalo de Navidad - agregó. -¿Quién recibe el primer regalo? – preguntamos todos a coro. El conductor respondió: - Elegirá a uno de ustedes.
-¡Miren!- gritó uno de los chicos - ¡los duendes! Afuera se veían cientos y cientos de ellos. Mientras el tren se acercaba al centro del Polo Norte, teníamos que aminorar nuestro paso ya que los duendes nos impedían pasar. Cuando el Expreso Polar no pudo ir más allá detuvo su marcha y el conductor nos abrió la puerta para poder salir.
Atravesamos la multitud hasta que nos detuvimos en el borde de un amplio círculo vacío. Frente a nosotros estaba el trineo de Santa Claus. Los renos estaban excitados. Se movían de un lado a otro, sonando sus cascabeles de plata que colgaban de sus arneses. Era un sonido mágico. Nunca en mi vida había escuchado algo igual. De pronto apareció Santa Claus y todos los duendes gritaron con locura. Él marchó hacia nosotros y señalándome dijo: -Ven aquí. Saltó en su trineo. El conductor me ayudó a subir. Me senté en las rodillas de Santa y me preguntó: - ¿Qué quieres para Navidad?
Sabía que podía tener cualquier regalo que pudiera imaginar. Pero lo que Más quería para Navidad no se encontraba dentro de la bolsa de regalos De Santa. Lo que yo quería más que nada en el mundo era una de las cascabeles del trineo de Santa. Cuando le pregunté, Santa se sonrió. Luego me dio un gran abrazo y le pidió a uno de los duendes que cortara uno de los cascabeles del arnés de un reno. Santa lo tomó de las manos del duende y exclamó a viva voz: - ¡El primer regalo de Navidad!
Sonó el reloj marcando la medianoche. Santa me dio mi cascabel y lo puse en el bolsillo de mi bata. El conductor me ayudó a bajarme del trineo. Santa alentó a sus renos llamándolos por sus nombres e hizo sonar el látigo. Su equipo subió por el aire dando un círculo por arriba de donde estábamos todos mirando, desapareciendo luego en la fría noche polar.
Una vez que estuvimos dentro del Expreso Polar, los otros niños me pidieron que les muestre mi cascabel. Metí la mano en mi bolsillo y lo único que pude sentir fue un agujero. ¡Había perdido mi valioso regalo! Los chicos me ayudaron a buscarlo pero el tren dio un fuerte sacudón y comenzó su viaje de regreso a casa.
Mi corazón estaba roto por la pérdida de mi cascabel. Cuando el tren Llegó a mi casa, dejé tristemente a los otros niños saludándolos desde La puerta de mi casa. El conductor me dijo algo desde el tren en movimiento pero no lo pude escuchar. -¿Qué?-grité con todas mis fuerzas. Puso las manos alrededor de su boca y gritó: -¡Feliz Navidad! El Expreso Polar dejó escapar un silbido y desapareció en medio de la Noche.
La mañana de Navidad mi pequeña hermana Sara y yo abrimos nuestros regalos. Cuando parecía que no habían más regalos para abrir, Sara encontró una pequeña caja atrás del árbol de Navidad. Tenía mi nombre en ella. ¡Adentro estaba el cascabel! Había una nota: “Encontrado en el asiento de mi trineo. Arregla tu bolsillo.Santa” Agité el cascabel. Produjo el sonido más bello que tanto mi hermana como yo hubiéramos escuchado jamás.” -¡Qué mal suena! – dijo mi mamá -Sí, está roto - agregó mi papá. Mis padres no habían podido escuchar el sonido del cascabel cuando lo agité.
Por un tiempo la mayoría de mis amigos pudieron escuchar el sonido del cascabel Pero los años fueron pasando y el silencio llegó para todos ellos. Incluso Sara, una Navidad se dio cuenta que ya no podía escuchar su dulce sonido. Crecí. El cascabel aún suena para mí como para todos aquellos que todavía creen verdaderamente.