María Isabel Martínez Martínez Teoría del Conocimiento II B - Grado de Filosofía 3º Curso - Universidad de Valencia
¿Cómo contribuyen las terceras personas a la reversión de la significación moral de la tortura? Antes de ir al caso concreto de la tortura quisiera pararme un momento sobre el concepto de significación moral. De la mano del diseccionador de la moral Nietzsche creo que se pueden entender los motivos de la reversión de situaciones como la de la tortura. En su proceso de reconstruir el proceso evolutivo de la moral Nietzsche busca encontrar en la base de las acciones morales una pulsión, como el miedo o el instinto de auto conservación. Pulsiones que según explica, son, como la moral, construidas y adquiridas en el proceso de culturización del individuo. Y cuál es precisamente uno de los elementos que darán lugar a postular valores morales absolutos: la necesidad de seguridad. Somos frágiles, se nos puede herir y para poder confiar en el mundo hemos de estar seguros de que nadie nos atacará. ¿Qué nos puede dar esa seguridad? por ejemplo, pensar que quienes ponen en peligro a los demás y al mundo están encarcelados o están siendo torturados. Y, ¿cómo nos aseguramos de que localizamos a estos sujetos peligrosos? por las pruebas y el interrogatorio. Concretamente respecto de la tortura, siguiendo la estructura que explica E. Scarry en The Body in Pain y el añadido de su componente tripolar (terceras personas) por parte de J. E. Corbí en Self-Knowledge, Morality and Human Suffering, esta constituye dos actos. Un acto físico: la imposición del dolor y otro verbal: el interrogatorio. Es central entender dos cosas, primero que el acto verbal, en el que se supone que se despliegan los motivos, que dota de la base teórica y moral por la que infligir el daño y de esta manera defender al mundo, nos desvía la atención precisamente de la propia tortura, del dolor de la víctima. Y, por otro lado, entender que el interrogatorio no sólo incluye al torturador y a la víctima, sino que también demanda la presencia implícita de las terceras personas por parte de ambos. Gracias a estas dos consideraciones llegamos a la reversión moral del acto de la tortura, lo que objetivamente sería un sujeto x apalizando a un sujeto y, mediante el interrogatorio pasa a ser un sujeto x con un motivo p defendiendo al mundo de la amenaza que supone el sujeto y. El acto verbal se divide en la pregunta del torturador y en la respuesta de la víctima, la pregunta es la que otorga los motivos que hemos dicho que justifican la tortura cuya finalidad sería la defensa de la humanidad de la respuesta o traición de la víctima. Esta pregunta como justificación no solo atañe al torturador, sino que éste al formularla espera que el resto del mundo estemos de su lado y así, tanto en torturador como las terceras personas formamos parte de un mundo que hay que defender mientras que la victima lo ha perdido. De nuevo la atención se desplaza hacia el poder – el torturador- y se aleja del dolor de la víctima. Pero porqué las terceras personas se ponen del lado del torturador cuando lo que están apoyando es la ejecución de dolor y el sufrimiento de otro ser humano. Aquí es donde entra el miedo que ya Nietzsche anunció. Ahora nos encontramos ante los cuatro miedos que explica J. E. Corbí que conducirán consciente o inconscientemente a las terceras personas a apoyar al torturador. Primero el miedo a ser atacado y herido
independientemente del agente que nos ataque, éste sólo se disipa precisamente si el torturador tiene un motivo -proporcionado por el interrogatorio- para atacar específicamente a la víctima. Si no tuviese un motivo la tortura sería aleatoria y cualquiera podría ser el siguiente. Seguido del miedo de ver a otro ser humano como un enemigo, esto sucedería también si su acción sobre la víctima fuera aleatoria, por esto mismo nos “amigamos” con el torturador y compartimos su justificación. Los dos últimos, el miedo a no ser defendido por otros si alguien me ataca y el miedo a la culpa y a no cumplir con la demanda de la victima que también nos requiere para ser defendida, siguen la línea de los dos miedos anteriores, es decir solo se desaguan mediante la justificación del interrogatorio -y, por tanto, de la tortura- y con la asunción de la victima como amenaza hacia el mundo, un mundo supuestamente humano. Quizás como mecanismo de defensa las terceras personas evitan atender a la situación de la víctima porque si estuviesen de su lado perderían la confianza en el mundo, ya que sería un lugar cruel y aberrante en el que se tortura indistintamente, pero gracias al interrogatorio la desesperanza queda encubierta perfectamente. En términos de conciencia hay cierta distancia entre lo que las terceras personas manifiestan sinceramente: que la tortura esta justificada por la defensa de la humanidad, contra lo que su verdadero comportamiento moral expresa: tengo miedo del torturador que provoca dolor a una victima indefensa. Que las terceras personas se alíen con el torturador no tiene solo que ver con la situación de tortura que se está dando, sino también con los miedos que ellas mismas tienen, o tenemos. Tampoco podemos olvidar nunca el contexto en el que vivimos, un mundo en el que la tecnología y la sobreinformación nos ha prácticamente inmunizado ante el dolor de los demás. Y esa inmunidad no es más que una adaptación cognitiva de la mente. Si bien nos sentimos afligidos tras conocer una nueva desgracia, temporalmente ésta se nos olvidará por muy injusta que sea, y es que, el ser humano de media no puede vivir siempre pensando en catástrofes e injusticias, nuestra propia mente se adapta y como mecanismo de defensa deja de pensar en las constantes torturas que acontecen y se contenta con que quienes las infligen han de tener un motivo. Sino cómo entenderíamos que nuestra Europa, tan indignada con los campos de concentración nazis, esté completamente inmóvil ante los cientos de campos de concentración actuales en China como los Campamentos de Reeducación en Sinkiang en los que se “reeduca” a musulmanes iugures alegando peligro de extremismo y terrorismo. A Alemania se la instó a pedir perdón cuando ya no había torturadores en primer plano, pero hacia China no hay reclamo ni cuestionamiento.