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La bailarina de cristal Txt : María Zinn Ph: Gentileza Andrea Servera
¿Cómo volver a empezar cuando la vida destruye de un soplo todo aquello por lo que habías luchado? Andrea Servera tenía treinta y cinco años y una prominente carrera como bailarina cuando un accidente automovilístico arruinó su cuerpo, pero no así su espíritu.
Los invitamos a conocer a esta artista que sabe mejor que nadie cómo encontrar fuerzas para volver a comenzar. Apasionada de la danza, ve en ella un motor transformador de la sociedad. Se siente tan cómoda bailando en La Cava o en una cárcel femenina, como en el Teatro General San Martín o dirigiendo el Festival de Danza Contemporánea de Buenos Aires. Su vocación social, su talento y su fe inquebrantable en el arte del festejo del cuerpo la han ayudado a recomponer su vida y su carrera y volver a vivir para bailar. Voy a empezar por el principio de tu vida, ¿cómo fue que decidiste dedicar te a la danza? Bailo desde muy chiquita, estudiaba clásico, español, jazz, todo lo que aparecía, pero no sé si me imaginaba que iba a ser bailarina. Cuando terminé la secundaria estábamos en plena primavera alfonsinista, con Buenos Aires saliendo de la dictadura había muchas acciones con el arte y tuve la suerte de sumergirme en eso. Tenía un novio que era Clown y me empecé a meter por ahí. Después, Guillermo Angelelli me sugirió hacer clases de danza con Ana Kamien y cuando entré a su estudio, sin siquiera saber bien lo que era la Danza Contemporánea, nunca más paré de bailar, incluso dejé la universidad. Ese fue el momento en que sentí clarísimo que eso era lo mío. Entonces decidí entrar a la Escuela de Baile del Teatro General San Martín, ya sabía que lo que quería hacer el resto de mi vida era bailar. Desde entonces nunca más paré, nunca trabajé de otra cosa que no tenga que ver con el baile.
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¿Cómo buscaste tu camino? Lo que me interesó siempre fue el camino propio y la búsqueda individual, porque las modas cambian constantemente y hoy bailar bien es una cosa y mañana es otra. Hoy es levantar la pierna bien alto y mañana es rodar por el piso. Me gusta pensar la danza desde otro lugar, desde la ética y la estética, pero no desde la perfección. No desde un lugar donde coreógrafo y bailarines son esclavos de una rigurosidad inalterable sino desde un lugar de libertad y expresión, donde no haya repetición exhaustiva sino creación eterna de movimiento. ¿Cuáles fueron las experiencias que más te marcaron? Sin duda, una de las cosas más trascendentes que hice en mi vida fue dar clases en la Cárcel de Mujeres de Ezeiza. Es de las cosas que hice que más me modificaron a mi y a mi manera de entender el arte. Armé un taller de danza para el penitenciario y di tres años clases en el penal, hasta que tuve el accidente. Fue muy movilizante lograr que mis alumnas tuvieran confianza en mí, pudieran cerrar los ojos, entregarse al piso, entregar el cuerpo y confiar en el otro. Muchas cosas que suenan muy sencillas pero que en ese contexto de tanta dureza y hostilidad resultan mucho más complicadas.
¿Cómo trabajaste desde ese lugar? Empecé a entender que para mis alumnas lo más importante era que yo fuera al lugar, que alguien que venía de afuera les hablara del mundo que había más allá de los muros. Poder divertirnos juntas dos horas seguidas, estirarse, abrir el pecho, soltar, bailar, transpirar, disfrutar de toda la vitalidad que tiene la danza. Además mis alumnas me enseñaron muchísimo. ¿Qué aprendiste de ellas? No solo empecé a descubrir ritmos nuevos, como la Sasha boliviana, sino que su amistad me marcó para siempre. Recuerdo un día en que una de las chicas se acercó y me dijo entusiasmada: “Dios me dio otra oportunidad, acá tengo techo y comida, voy a hacer lo que siempre quise y nunca pude, voy a bailar y a estudiar”. ¿Te das cuenta? Ella había encontrado su oportunidad en la cárcel, participaba en el coro, estudiaba en una universidad a distancia y a mis clases nunca faltaba, era una genia. En Ezeiza aprendí cosas que me acompañaron toda la vida.
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¿Siempre tu arte tuvo un costado comunitario? Me gusta el trabajo comunitario porque me parece que es donde la gente se encuentra y donde las cosas tienen más sentido. Yo nunca separé el trabajo comunitario de lo que hago. Siempre trato que mis proyectos incluyan un costado que tenga que ver con darle laburo a alguien, o incluir un lenguaje que no tiene tanta visibilidad, o una persona. Me gusta pensar que puedo hacer visible cosas que están más escondidas, eso es lo que me interesa del trabajo social. Es más real, si vos tratás de entender que el otro es un par, que el otro tiene talento, que el otro tiene valor, podés construir desde un lugar de igualdad. En cambio, puede pasar que te muevas desde un lugar donde el diferente te da miedo, que es un poco lo que pasa en esta ciudad, cuando cruzás la calle porque hay un pibe que tiene una gorrita, pero ese pibe es uno de mis bailarines y no es un delincuente. Hay una intención de romper el prejuicio. Volver a empezar ¿Por qué dejaste de enseñar en Ezeiza? A los 35 años, tuve un accidente de auto horrible, estuve seis días en coma, en terapia intensiva, con respirador, al borde de la muerte. Quedé con el cuerpo totalmente destrozado, tuve suerte de salir con vida. Mi cuerpo había quedado roto y no sabía si alguna vez iba a poder recuperarlo.
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¿Cómo fue tu rehabilitación? Me llevó casi un año volver a pararme sobre mis dos pies sin ayuda. Fue un año muy difícil porque, encima, era madre de unas niñas muy pequeñas; pero nunca paré de hacer cosas. Con las muletas ya estaba haciendo un video danza, nunca me detuve, recuerdo que iba a ensayar con bastón. Empecé a dirigir más que a poner el cuerpo. Se acabó algo para empezar otra cosa. El accidente cortó con todo, yo tenía 35 años y estaba en un momento lindísimo de mi carrera, después incluso ya no podía dar clases. Pero pasaron los años y me fui recuperando, hice miles de cosas en el medio, dirigí obras, bailé, viajé. Ahora coordino a un grupo de bailarines espectacular, el C.A.D (Combinado Argentino de Danza) y vamos a estrenar una obra en el Teatro San Martín. También soy directora del Festival de Danza Contemporánea de Buenos Aires. ¿Tu última obra, Como una Niebla, tiene que ver con ese episodio? Sin duda, es reflejo de eso que viví. De repente me empezaron a surgir ganas de hacer algo que tuviera que ver con ese hecho puntal. La obra no consiste en contarlo literalmente, sino que tiene que ver más bien con la trascendencia del accidente. Representa un estado que va mutando, las escenas tienen nombres claramente relacionados: Metal, Resonador, Morfina. La música toma inspiración en los sonidos de un hospital y la obra está todo el tiempo acompañada por imágenes de un video que hizo una artista que suele trabajar conmigo. No hay ninguna literalidad pero a la vez es muy fuerte, porque está eso, la caída. La obra es una caída de cincuenta minutos, en los que en ningún momento nos levantamos del piso hasta el final. Es una danza de ingravidez absoluta.
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¿Cómo relacionas la danza con la vida? La danza es necesaria, para mí la gente baila y es feliz. Eso lo ves en los bailes populares; todos sonríen. Bailar le hace bien a la gente, te hace mejor persona. Los bailarines, entregados a la danza, se hacen mejores personas. Confío en que la danza es transformadora y puede ser una oportunidad social muy importante para alguien. Yo confío porque veo eso en los chicos que bailan conmigo. Un pibe que tiene talento y empieza a bailar, seguro va a tener una vida sana. Hay una relación entre la salud y la danza. La danza limpia y es algo muy expresivo del interior. ¿Te parece que una mala persona puede bailar bien? La verdad, no conozco una muy mala persona que baile muy bien. En general todos los bailarines que a mí me gustan mucho son buena gente, son personas hermosas. Porque la danza es algo muy sincero, muy transparente, en donde sale todo y el alma se transluce con el cuerpo. Rodearme de bailarines me hace muy feliz ya que tienen algo muy vital, la danza es el festejo del cuerpo.
¿Cómo hacés para componer tratando de crear algo nuevo? Creo que está todo hecho en el mundo entonces no hay que presionarse para hacer algo distinto. Pero también creo que si uno es muy sincero con lo que tiene ganas y con sus gustos, ahí empieza a aparecer lo genuino. Esto tuvo que ver con el accidente, hace tiempo que solté la idea de ir por las cosas y presionarme para que algo suceda. Creo que hay procesos artísticos que suceden solos a lo largo de toda una vida. A veces hay que soltar para que la vida te sorprenda. Es verdad que hay una edad en la que está buenísimo estar desenfrenado y quererlo todo. Pero hay un momento en el que entendés que todo aquello que hiciste vuelve, como el mar, la ola siempre retorna con una forma nueva. Que todo sucede por algo y lo que sucede lo hace porque era posible, porque estaba todo dado para que suceda. Y desde allí tomar lo positivo, lo que sirve… Sí, tenés que estar con todas las antenas abiertas. Más que la inteligencia, entrenás la percepción y estás atenta a lo que sucede a tu alrededor, en tu ciudad y en el mundo, a los cambios. Tomar aquello que va sucediendo y transformarlo en lo que vos sabés hacer, bailar.
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