El increíble caso... Capítulo 1

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Mario López Guerrero ERNESTO VALBUENA en…

EL INCREÍBLE CASO DE POR QUÉ LOS DEMÁS NO ME ENTIENDEN SI YO LO TENGO TAN CLARO

Ediciones MLG

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CAPÍTULO 1 ASÍ EMPEZÓ TODO “Lo último que uno sabe es por dónde empezar” BLAISE PASCAL

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: “La noche está fría y tiritan de frío los astros a lo lejos”. Pero si escribo esto, alguien dirá que le estoy copiando a Pablo Neruda y me denunciará. Y tendrá razón porque ya lo escribió él mucho antes que yo. Lo peor de todo es que con las ganas que me tienen algunos policías y jueces de esta ciudad, mis días pasarían entre rejas y reclusos. En fin, lo que sí puedo escribir son los versos más fríos esta noche. Ha llegado el invierno, han bajado las temperaturas y han subido los precios de las bufandas. La calle está fría, las aceras congeladas, pasea poca gente y la que lo hace, en lugar de caminar, patina. El parque de la avenida también está helado, pero tiene de bueno que en cada entrada hay un hombre vendiendo castañas asadas. La gente se para y las 5


compra para calentarse las manos. Juegan con ellas pasándoselas de una mano a la otra como hacen los malabaristas en el circo. Dudo si alguno se comerá las castañas. Lo que no dudo, es que de tanto patinar por las calles alguno se habrá dado una buena castaña. Yo mismo me he caído más de una vez, pero eso no nos interesa. ¡Qué curioso! No es lo mismo comprar una castaña, que llevarse una castaña, que cogerse una castaña. ¡Ay, las palabras! Tan pequeñas y cuánto daño pueden hacer… O cuánto bien. No sé si has pensado alguna vez en el poder de las palabras, pero yo le doy vueltas todo el tiempo. Al fin y al cabo, mi trabajo consiste en hablar con personas y descubrir lo que ha pasado. Todos te mienten. Todos quieren engañarte. Cada uno dice su verdad. Y todos usan palabras. Creo que mi profesión de detective es eso, descubrir qué palabras son verdad y cuáles ocultan mentiras. Al final del parque, la quinta estación. Quien pensó los nombres de las estaciones de tren en esta ciudad no se lo pensó mucho: primera, segunda, tercera, cuarta y quinta. Ordenadas de norte a sur a lo largo del litoral de nuestra ciudad. Está bien, no hay confusión posible. Y al lado de la quinta estación, la cafetería Derby. Aquí paso mis primeras horas de la mañana. Tomo mi café con leche y dos de sacarina y leo los periódicos. Siempre hay que estar al día de lo que sucede en la 6


ciudad, aunque últimamente todas las noticias se centran en casos de corrupción para deslegitimar a la Viuda Negra, como llamamos aquí a nuestra alcaldesa. Cuatro matrimonios y tres maridos en el cementerio. Nadie sabe cuánto durará su nuevo esposo, el señor Castillo. Después del café de la mañana, subo al primer piso, a mi oficina. No es que sea gran cosa, pero tiene lo suficiente para trabajar. Una ventana por la que entra la poca luz natural que tenemos en este tiempo, una mesa y una silla. Una estantería llena de archivos poco ordenados según Marian, mi secretaria, pero que yo conozco bien y sé dónde está todo. Un corcho en la pared y un póster del gran mago argentino Echeverri. Reconozco que siento admiración por este hombre. Al otro lado, la mesa de Marian, limpia, ordenada y con una foto de su familia. Somos muy diferentes, Marian y yo. La verdad es que no sé cómo seguimos trabajando juntos porque no nos entendemos, pero los casos salen adelante. Quizás sea suerte, pero hasta ahora ha funcionado y lo que funciona, no se toca. Completan el escenario de la oficina, dos sillones ya gastados para hablar con los clientes. Y uno de ellos estaba esta mañana ocupado por una mujer. - ¡Buenos días, Marian! – Saludé al entrar en la oficina. - ¡Buenos días, señor Valbuena! Le presento a la señora Eva Ramires. - ¡Encantado de conocerla en persona, señora 7


Ramires! Eva Ramires no era una desconocida para mí, ni para nadie en esta ciudad. Había sido una brillante bailarina en su juventud y ahora dirigía una famosa escuela de baile. Era normal verla en anuncios en la prensa, en revistas e incluso en la televisión. Lo que no era normal era verla en mi oficina. - ¿Qué le trae por aquí, señora Ramires? Así comenzamos nuestra primera conversación. A partir de ahí, el proceso siempre era el mismo. Un cliente me contaba su historia y me hacía creer que era verdad. Yo lo cuestionaba todo y no me creía nada. Luego salía a investigar y ataba los cabos que el cliente no me había contado de la historia. Pero con la señora Ramires hubo algo diferente. No sé si su imagen imponente o la fuerza de su voz captaron mi atención más de lo normal. Y sobre todo cuando dijo algo que no sabía. Desde hacía un mes mantenía un romance con un mago, efectivamente, con el gran Echeverri. Me giré de forma inconsciente hacia el cartel y Eva sonrió, diciendo que ya se había fijado en él. Un mago y una bailarina, una relación de arte y magia. A continuación comentó lo que le preocupaba. Desde que estaba con el mago recibía todos los días en el camerino de su escuela una rosa roja. Ella había pensado que era Echeverri el que se las mandaba. Un bonito detalle. Pero hacía dos noches, cuando ella le fue a dar las gracias, Echeverri le dijo que no eran 8


suyas. Ella no le creyó, pensando que era una de las habituales bromas del mago, pero al volver sobre el tema, Echeverri se fue alterando cada vez más; lo que demostraba que no era él quien se las enviaba. - Es decir, lo que usted quiere es que descubramos quién es el seguidor que le envía rosas. Concluí para que no se nos fuera el tiempo. La gente suele darle muchas vueltas a las cosas y no van al grano. Se enrollan y te hacen perder el tiempo. Yo prefiero ser más directo. Decir lo que hay que decir y se acabó. Seguí interrogando a la señora Ramires sobre las rosas que recibía, la hora a la que las recibía y apunté el dato de que nunca venían acompañadas de una nota. Lo normal en un seguidor es que le ponga algún cariño a la persona que admira, pero no era el caso. El caso era: “las rosas de Eva Ramires”. Primer paso: hablar con Estefanía, la chica que trabajaba en la escuela y que recibía la rosas todas las mañanas con la indicación de llevárselas al camerino a la señora Ramires. Cuando se fue, nos quedamos solos Marian y yo y le pregunté, como de costumbre, qué le parecía la historia. Ella me contestó, también como de costumbre, que tenía que haberla dejado hablar más tiempo. Volví a insistir sobre la historia y ella volvió a insistir en mi técnica de interrogar. Eso era lo que más me molestaba de Marian, no estaba a lo que había que estar. Estábamos hablando 9


de la historia de la señora Ramires y ella estaba hablando de mí y de mis técnicas. Cuestionándome como de costumbre. No entiendo cómo sigo trabajando con ella. Quizás sea porque es muy ordenada y sabe llevar las cuentas. Sin eso, estaría perdido buscando a otra Marian. Después de un buen rato discutiendo de si era necesario dejar hablar a la gente o cortarla para que no te tuvieran todo el día escuchando, llegué a una conclusión: Marian no iba a dar su opinión sobre la historia de Eva Ramires. Me precipité. Marian se sentó en el sillón, me dio por imposible y sacó sus propias conclusiones. Según ella, sí era el mago el que le enviaba las flores. Seguramente, todo sería parte de un truco para enamorarla. - ¡Qué romántica esta Marian! – Pensé en voz alta sin darme cuenta. Por el gesto de Marian, no le gustó mucho mi frase, pero ya estaba dicha y no la podía retirar. Es lo que tienen las palabras, una vez que las dices ya no hay vuelta atrás. Lo mismo que ocurre con el tiempo y las acciones, una vez que se hacen, quedan hechas. - Si no te gusta mi versión, no me la preguntes. Y con esta frase, Marian dio por zanjada la cuestión. Salí de la oficina para hacer las primeras investigaciones. Me dirigí a la escuela de baile para hablar con Estefanía y por el camino iba pensando en las broncas de Marian. Siempre me decía que tenía 10


que dejar hablar a la gente, ¡como si yo tuviera todo el tiempo del mundo para escucharles! Lo que Marian no sabía es que si les dejas hablar a las personas, se pueden pasar horas y horas contándote lo mismo, incluso días diría yo. Hace tiempo que aprendí a cortar a los demás y no me ha ido mal. ¡Qué manía con enrollarse! Llegué a la escuela. Me recibió, precisamente, Estefanía. Me presenté y le hice algunas preguntas. Al parecer todas las mañanas, un desconocido llamaba a la puerta y le entregaba una rosa para la señora Ramires. Cada día era una persona diferente. Al principio no le dio importancia, pero con el paso de los días, les preguntaba de parte de quién eran las rosas. Ninguno había dado un nombre por el que empezar a buscar, pero todos decían que se las había entregado un hombre con un abrigo gris. Le di las gracias. Ya sabíamos algo más de la historia. Justo a pocos metros de la escuela de baile había una floristería ¿Casualidad? Me acerqué a ella. Entré y pregunté si por casualidad había entrado un hombre con un abrigo gris a comprar una rosa. La dependienta me miró con cara extraña. - ¿Quiere comprar una rosa? - No, preguntaba si algún hombre con abrigo gris ha comprado rosas aquí últimamente. - Usted lleva un abrigo gris, ¿quiere comprar una rosa? Efectivamente, yo y el noventa por ciento de hombres 11


en esta ciudad llevábamos un abrigo gris. Me despedí sin sacar mucha información de allí. La verdad es que no podía hacer mucho más hasta el día siguiente. El próximo paso era estar por la mañana en la escuela y vigilar por si alguien se acercaba con una rosa. Así que pasé el día con otros asuntos y visitas que tenía pendientes. Eso sí, dándole vueltas a la cabeza a por qué Marian decía que tenía que escuchar a las personas. Por fin dieron las diez de la noche y regresé a casa. Antes de subir, entré en el bar de Lola. En realidad el bar se llamaba “El Paraíso”, pero todos lo conocíamos por el nombre de su dueña. Me acerqué a la barra y le pedí a Lola una copa de Jack Daniels con dos piedras de hielo. - Lola, ¿tú crees que la gente es clara o se enrolla cuando habla? Aproveché para preguntarle la cuestión que llevaba rondando en mi cabeza todo el día. - Pregúntaselo a mi sobrina – fue su respuesta. Me quedé un poco desencajado y al rato apareció una chica joven detrás de la barra, que resultó ser la sobrina de Lola. Le pregunté a ella y me dijo que no lo sabía, pero creía que habría de todo en este mundo. Gente que quiere las cosas claras y gente a la que le gusta enrollarse. Quizás fue la respuesta más acertada al asunto, pero ¿cómo le podría gustar a alguien enrollarse? No era lógico. Y ahí fue cuando la sobrina de Lola me dio otra 12


pista: - ¿Tiene que ser lógico? Las personas no somos lógicas al cien por cien. Somos sentimentales, intuitivas, creativas. Somos diferentes. Cada uno es como es. No tenemos por qué ser lógicos. Usted puede ser muy lógico, pero yo puedo odiar la lógica y hacer todo a lo loco, ¿quién sabe? Quizás la sobrina de Lola estaba en lo cierto. A mí me gusta buscarle la lógica a todo, pero no todo lo que hacemos las personas es lógico. Sobre todo algunas personas. De hecho algunas personas no son nada lógicas. Somos diferentes. ¿Y si pensamos diferente? No me refiero a tener opiniones distintas. Y si nuestra forma de pensar es realmente distinta. Tendré que investigar eso de la lógica o no de las personas. Igual sí hay gente a la que le gusta enrollarse. ¿Qué conseguirá con eso? Esa ya es una pregunta lógica. Y mientras estaba pensando en esto, la sobrina de Lola se giró y me preguntó: - ¿A qué viene la pregunta? Mi respuesta fue rápida: - No entiendo que haya gente que se enrolle y no vaya al grano. - Pues tiene usted un serio problema – dijo ella. - ¿Yo, un problema? – repliqué Hasta entonces, consideraba que el problema lo tenían los demás y no yo. - Usted ha dicho que no entiende que haya gente 13


que se enrolle, por tanto, si usted necesita entenderlo para relacionarse con ellos, el problema es suyo. No sabía si la sobrina de Lola estaba jugando conmigo o lo decía en serio, pero me dejó con alguna duda. La verdad es que no entender por qué algunas personas se enrollaban, me hacía enfadarme y lo pasaba mal. Incluso tenía que cortarlas y les parecía mal y a partir de ahí, me hablaban poco o dejaban de hablarme. No entenderlas se estaba convirtiendo en un problema para mí. Terminé el vaso de whisky y concluí: si los demás no piensan como yo, ¿cómo piensan los demás? Quizás esa sea la clave de por qué los demás no me entienden si yo lo tengo tan claro. Subí a casa. Una cena ligera y un sueño profundo. Y a la mañana siguiente, bajé a la cafetería Derby. Me pedí mi habitual café con leche y dos de sacarina. Alcancé el periódico para leer las noticias y mis ojos se fijaron en el titular de la portada como si nada más hubiera ocurrido en el mundo: “La bailarina Eva Ramires se suicida desde el noveno piso del Hotel Manhattan.”

CONTINUARÁ… 14


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