El increíble caso capítulo 3

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Mario López Guerrero ERNESTO VALBUENA en…

EL INCREÍBLE CASO DE POR QUÉ LOS DEMÁS NO ME ENTIENDEN SI YO LO TENGO TAN CLARO

Ediciones MLG

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CAPÍTULO 3 UNA PERSECUCIÓN “Las prisas no son buenas” REFRANERO POPULAR

Con la cuchilla en una mano y media cara afeitada, sonreí al espejo y yo mismo me devolví la sonrisa. Cosa curiosa la de verse en el espejo. “Ya lo tenemos, Ernesto Valbuena”, me dije a mí mismo. Terminé de afeitarme porque no era lo suficientemente famoso como para salir a la calle con media barba y ponerlo de moda. Me lavé la cara, me sequé, me eché un poco de colonia y listo. Bajé al Derby a tomar mi café con leche y dos de sacarina y leer los periódicos. El caso de Elisa Santos tenía solución… o por lo menos, creo que había una solución diferente a la culpabilidad de su marido. Lo que era más raro era lo que había pasado con Eva Ramires. ¿Suicidio o accidente desde el hotel Manhattan? Ya no era mi caso porque no tenía cliente, pero aun así, mi cabeza le daba vueltas al asunto. Era como uno de esos pensamientos que te persiguen a todas horas y no te puedes escapar. 5


Las noticias de esa mañana no eran muy originales: corrupción, corrupción, corrupción, ¡anda, un musical el próximo fin de semana! ¡Chicago! Creo que el musical le viene perfecto a esta ciudad. Dejé atrás la cafetería y pensé en la oficina. Allí me esperaría Marian. Llegaría y ella empezaría a hablar, seguiría hablando y después hablaría otro poco más. Ya me dolía la cabeza sólo de pensarlo. Ella con su energía y sus ganas de hablar. Y yo, sin ganas de que me hablasen. No es nada personal. Ella dice que lo necesita y yo necesito silencio. Y al final, los dos necesitamos entendernos. ¡La costumbre! Recordé que todo eran costumbres. ¿Qué podría hacer diferente hoy? Podría empezar a hablar yo, seguir hablando y así hasta que a ella le doliera la cabeza. Era una idea. Podía llegar y pedirle que no me hablara en una hora, por lo menos. Era otra idea. Podía llegar y… ¡El sonido del claxon dejó a todos paralizados! - ¡Atiende por donde vas! Parado en medio de la carretera, vi que la luz de peatones estaba en rojo. El conductor que había dado un frenazo a escasos metros de mí, tenía toda la razón. Estaba cruzando mal. - ¡Hay que conducir con cuidado! Y con esa frase me quedé tan tranquilo mientras el conductor se refería a diferentes miembros de mi familia. Al otro lado de la carretera, acepté que tenía que 6


prestar más atención. Hablar tanto conmigo mismo casi me había costado un accidente. ¿Y si muestro más atención a Marian? La verdad es que la oigo, pero no la escucho. Es como una mosca que me habla, pero yo sólo pienso en lo mucho que me molesta. Ella habla y yo pienso. Ella sigue hablando y yo sigo pensando. ¿Por qué no la escucho? ¿Por qué no le muestro atención? ¿Por qué me hago tantas preguntas? ¿Por qué me como la cabeza si no soy caníbal? En fin, creo que haré lo de siempre. No, no lo haré. Me estoy volviendo loco. Y antes de volverme loco del todo llegué al portal. Subí a la oficina y abrí… No abrí. La puerta estaba cerrada. Es la primera vez desde que trabajo con Marian que la puerta estaba cerrada a primera hora de la mañana. Ella siempre llegaba una hora antes que yo. ¡Qué raro! Saqué el llavero, cogí la llave y siete llaves después abrí la puerta. Marian no estaba. Eso o me iba a dar una sorpresa porque estaban las luces apagadas. Hoy no era mi cumpleaños, así que deduje que Marian no estaba. Acerté. La oficina estaba vacía. En silencio. ¿Dónde estaba Marian? Miré por si había dejado alguna nota y nada. Llamé a su teléfono por si le había pasado algo y nadie contestó. ¡Qué raro! Era la primera vez que Marian no estaba y creo que estaba echando de menos sus palabras. No quise darle mucha importancia al tema y supuse que Marian aparecería de un momento a otro. Así que 7


me senté en mi despacho y empecé a redactar un informe sobre el caso Elisa Santos. Caso Elisa Santos. Encontrada muerta en el pabellón deportivo. Fue ahogada con su propio fular rojo. La encuentra su compañera Raquel. Llega la policía y aparece su entrenador y marido, Roberto. Raquel y el resto de compañeras le acusan de asesino. Lo detienen y dicen que es un asesinato pasional. Que él intentó convencerla a ella de seguir juntos y le regaló una rosa. Ella se negó y él la mató. Fin del caso. No me lo creo y su madre tampoco. Lo primero en estos casos es pensar de forma diferente. ¿Quién está en la escena del crimen y no se sabe nada de ellos? Por cierto, el tiempo pasa y no sé nada de Marian. ¿Qué le habrá pasado? Esta ciudad no es un ejemplo de seguridad. ¿Un accidente? ¿Un coche de esos que van como locos? ¿Un secuestro? ¿Quién querría secuestrar a Marian? Volvamos al tema. En el escenario hay dos personas que nadie da importancia, dos trabajadores de la limpieza. Uno, con gafas y una carpeta y otro, con una fregona y un cubo. ¿Cómo se limpia un pabellón con una carpeta? Próxima misión: hablar con los hombres de la limpieza. Misión actual: ¿Dónde está Marian? Ahora sí que me empiezo a preocupar. ¿Qué le habrá pasado? O peor todavía: ¿Qué me pasará a mí si no está ella? ¿Quién ordenará? ¿Qué pasará con las facturas, los archivos, 8


el teléfono…? Por suerte, se abrió la puerta y entró Marian. Por supuesto, entró hablando. - ¡Vaya día de locos! - ¡Buenos días, Marian! - Nada de buenos días. Huelga de transporte. Han paralizado la gran avenida y me he tenido que recorrer toda la ciudad lloviendo. Vengo empapada. He pisado mil charcos por lo menos. De hecho, habría que demandar al ayuntamiento, no por corrupción, sino por los agujeros en las aceras. Y a la gente. Habría que denunciar a la gente que lleva paraguas. Son un peligro público. Cuando menos te lo esperas ¡zas! Paraguas en el ojo. Todo el mundo en esta ciudad lleva un asesino en su interior… - Me alegro de que estés bien. Le di un abrazo a Marian y ahí me di cuenta. Era la primera vez que la escuchaba de verdad. Le había prestado atención. Sabía de lo que me estaba hablando y recordaba que había pisado hasta mil charcos por lo menos. Ella había hablado mucho como siempre. Yo la había escuchado como nunca. ¿Por qué? Porque estaba interesado en ella. No en lo que me contaba, sino en ella. Aunque me hubiera contado cualquier otra historia, la habría escuchado. La cuestión era ella y no lo que contara. Lo importante era la persona. Eso es la comunicación. Relación entre personas. Entenderse. Querer entenderse. No es un 9


acto mecánico por el cual uno codifica un mensaje y se lo lanza a un receptor que lo descodifica. No. La comunicación es una forma de relacionarnos. Implica voluntad. Querer relacionarse. En ese momento le estaba escuchando a ella. No estaba escuchando lo que yo me decía a mí mismo, que si me interesaba o no, que si era el momento o no, que si prefería silencio o no. No. Le estaba escuchando a ella y no escuchándome a mí. Creo que he encontrado una clave para comunicarme. Prestar atención, no a las palabras, sino a las personas. Hacer interesante lo que me cuentan. Si sólo me interesan mis pensamientos, mal me voy a comunicar. Si me empiezo a interesar por los demás, más fácil me voy a comunicar. O no. Pero es un nuevo punto de partida. Comunicarme más con los demás y menos conmigo mismo. Ese día invité a comer a Marian. Llegó la tarde y me fui directo al polideportivo de baloncesto. En la entrada había una portera leyendo una revista. - ¡Buenas tardes! – saludé. - ¡Buenas tardes! – me devolvió el saludo. - ¿A qué hora terminan el entrenamiento las chicas? - A las ocho, ¿por qué lo pregunta? La verdad es que daba lo mismo mi respuesta porque ya había obtenido la información que necesitaba. - Quería ver el polideportivo por dentro. Bueno, en concreto, la pista de baloncesto. 10


- Sólo tenemos la pista de baloncesto. ¿Por qué quiere verla? - Porque, porque… - adelante dotes de improvisación – porque quería hacer una charla para un grupo de gente… - ¿Una charla de qué? - De motivación – es lo primero que me salió. - ¿Una charla de motivación? - Sí, hoy en día falta mucha motivación y he pensado que en el baloncesto hay muchos ejemplos de motivación y quizás, una pista con gradas sería el lugar idóneo… Ya sabes, uno tira y falla, pero tiene que volver a tirar y esas cosas. - Entiendo. Venga a las ocho. - ¡Perfecto!... – No se me había dado mal la improvisación – Pero, ¿podría ver los vestuarios? - ¿Quiere dar la charla en los vestuarios? - No, bueno, es que… verá… Los vestuarios son muy importantes porque en ellos se habla, se hace equipo. Estaba pensando en hacer alguna foto del vestuario. - No se puede pasar a los vestuarios. Están siendo usados por las chicas del equipo. Los verá después si quiere. - ¡Ah! ¿No hay más vestuarios? - No, sólo el de las chicas y el del entrenador. Bueno, y el cuarto de servicio para la limpieza. - Ya, entiendo. Y en ese momento aparecieron dos personas por la 11


puerta. Saludaron con la cabeza agachada y entraron hacia dentro. Uno tenía gafas y otro no. - El servicio de limpieza. Siempre llegan tarde. Ahí estaba mi objetivo real. - ¿Puedo hablar con ellos? - ¿Para qué? No son las personas más motivadas que digamos. - Bueno, igual tienen alguna anécdota que me puedan contar. - Es usted un poco raro. - Sí, un poco. Y con buenas palabras y una sonrisa, tal y como había aprendido de David, un gran amigo de mi juventud, conseguí entrar a las instalaciones del polideportivo. Seguí los pasos de los hombres de la limpieza y llegué junto a ellos. Ante la puerta del cuarto de servicio. - ¡Buenas tardes! No hubo respuesta. - Quería hacerles alguna pregunta. - Estamos trabajando – dijo uno de ellos. Por su ánimo intuí que no eran gente de muchas palabras. - Ya, sí, bueno, en fin… ¿Están ustedes solos? Quiero decir, para limpiar. ¿Son ustedes los que limpian? Ninguna respuesta. - Bueno, me refiero a que… - Sí, somos dos. Él limpia los vestuarios y yo las oficinas. Sólo hablaba uno. El de las gafas ni siquiera me 12


miraba. - Está bien. Les puedo preguntar… - No, no puede preguntar. Estamos trabajando. Él limpia los vestuarios y yo las oficinas. Su respuesta era automática. Noté esta vez cierta dificultad al hablar. Le costaba hablar y no pronunciaba perfectamente las palabras. - Está bien. Me alejé un poco porque no veía claro qué podía sacar de ellos. Una distancia lo suficientemente grande como para que creyeran que me había ido, pero también para espiar lo que hacían. Ellos entraron en el cuarto de servicio. Esperé. Al rato, salieron con su uniforme gris, fregonas y cubos y caminaron por el pasillo. Sin que se dieran cuenta, entré en el cuarto de servicio. ¡Qué olor! Al fondo, un montón de toallas sucias y húmedas impregnaban el cuarto de un olor nauseabundo. A la derecha, material de limpieza. A la izquierda, dos taquillas. Intenté abrir una de ellas, pero estaba cerrada. Nada que no pudiera abrir con una pequeña ganzúa. Abrí la primera y todo era normal. Ropa y un neceser. Nada me llamó la atención. Abrí la segunda y ¡sorpresa! Estaba llena de carpetas. ¿Cómo se limpia un pabellón con carpetas? Cogí una de las carpetas, la abrí y en ella encontré una foto de una jugadora del equipo. Precisamente de Raquel. Lo supe porque sobre ella había una 13


dedicatoria firmada: “De Raquel para Manolo, con cariño”. Cogí otra carpeta y de nuevo había otra foto dedicada. Cada carpeta tenía una foto y una dedicatoria para Manolo. Así fui mirando una a una hasta que llegué a la última. La abrí y había una foto. Era de Elisa Santos. Y no tenía dedicatoria. Mi cara de sorpresa fue cortada bruscamente por el ruido de unos pasos. Alguien se acercaba al cuarto de servicio. Dejé la carpeta, cerré la taquilla y busqué donde esconderme. No me gustaba la idea de que me encontraran curioseando en las taquillas. El sitio no ofrecía muchos espacios para esconderse. Pensé en ponerme detrás de la puerta, pero eso sólo sirve en las películas. Así que opté por la decisión más arriesgada de todas: el montón de toallas. Si alguien me pregunta cuál es el peor olor de la vida, lo tengo claro, pero no se lo podré contar. Escuché cómo entraba alguien tarareando una canción que no podía descifrar. El olor era tan fuerte que quería salir de allí, pero no podía hacerlo. Seguía escuchando la canción y oliendo a sudor y lo que no era sudor. Por fin, antes de que me desmayara, la persona salió del cuarto y yo pude salir de mi escondite. Uno de los dos tenía carpetas de todas las jugadoras del equipo. Cada una con su foto y su dedicatoria. Sólo faltaba la de Elisa Santos por firmar. ¿La mató por no darle un autógrafo? Sea como fuere, necesitaba 14


hablar con los hombres de la limpieza o por lo menos, con Manolo. Salí del cuarto y me acerqué a la recepción. A cierta distancia para que no notara mi olor, aunque creo que se notaba igualmente. - No son hombres de muchas palabras. - No, son hombres de la limpieza – respondió la portera – A veces uno de ellos habla, pero el de gafas nunca dice nada. Lleva tres años aquí y no conozco su voz. Dicen las chicas que es muy atento con ellas, pero la verdad, yo no sé qué opinar de él. - ¿Y el otro también lleva tres años? - Sí, los dos entraron juntos. Uno limpia las oficinas… - Y el otro los vestuarios, eso me han dicho. - Sí, siempre igual. Nunca cambian. - ¿Y cuál es cuál? - El de las gafas limpia los vestuarios. - ¿Manolo? - Sí, efectivamente, Manolo. ¡Ajá! Ya tenía más datos. - Bueno, creo que vendré mañana que hoy se me ha hecho tarde. - Pero no quiere ver la pista. - Mañana la veré. Muchas gracias. Salí del polideportivo y calculé que tenía un par de horas hasta que salieran los de la limpieza. La idea era esperar por ellos, pero con la maldita lluvia de esta ciudad, la espera se iba a hacer larga. Aun así, esperé. Vi cómo salían las jugadoras, el entrenador, la portera 15


y por último, los hombres de la limpieza. El primero salió con prisas y el segundo, el de gafas, Manolo, caminaba lentamente. Salí a su encuentro y al verme, se quedó quieto. - ¡Hola, chico! Me gustaría hablar contigo un momento. Manolo miró a un lado y luego al otro, como comprobando que no había nadie más que nosotros dos. Yo hice lo mismo. Nadie a la derecha. Nadie a la izquierda. Nadie de frente. Manolo se había echado a correr. Lo que estaba buscando era por donde escapar. Fallo de interpretación por mi parte. ¡Alto! Salí corriendo detrás de él. ¡Qué poco me gusta correr! La calle estaba mojada. Resbalaba. Era difícil correr. Giramos a la derecha. Luego a la izquierda. Cruzamos una calle. Nos metimos en un callejón. Mis pulmones no daban para mucho más, pero él no tenía ganas de parar. Seguimos corriendo. Un grupo de personas alrededor del calor que desprendía un fuego en un bidón nos aplaudía como si fuéramos atletas. Salimos a una calle mayor llena de gente. Esquivé a una señora, a un señor, a una pareja, a unos niños, a un hombre vestido de delfín que vendía globos… ¡Qué hacía un delfín a estas horas de la noche!... Él golpeó a un señor mayor. El señor mayor protestó levantando la mano. Su mano me golpeó a mí. Mis pulmones decían basta. Mi corazón parecía que se iba a salir. Me empezó a dar un punto. Me paré. Una de las cosas 16


que menos me gustan de mi profesión es tener que correr. Pero quiso la suerte estar de mi parte y el hombre de gafas resbaló y cayó al suelo. Rápido, me abalancé sobre él. - ¡Quieto! Me parece que tú y yo vamos a tener una pequeña conversación. O eso es lo que a mí me hubiera gustado. De pronto, el ruido de unas sirenas retumbó en la calle y delante de nosotros, se paró un coche de policía. - ¡Quietos los dos! ¡Las manos en la espalda! ¡Vaya! La policía de esta ciudad no era precisamente el séptimo de caballería que te viene a salvar en las películas. Es más, con el cariño que profesaban algunos policías, sabía que no iba a ser un dulce momento. Tres policías nos levantaron contra la pared y pude distinguir al inspector Suárez. - Amigo Valbuena, ¿qué se supone que estaba haciendo? - Justicia. La conversación no fue muy amena. Le comenté al inspector que estaba llevando una investigación y que tenía motivos para pensar que Manolo era el asesino de Elisa Santos. La cara del inspector cambió. - A Elisa Santos la mató su marido. Caso resuelto. No hubo mucha más conversación. Los policías metieron en un coche a Manolo y me dijeron que me olvidara de él. Así que me quedé en la calle, mojado de pies a cabeza y con la certeza de que algo había 17


encontrado que el inspector Suárez no quería que se supiera. Quizás este caso de Elisa Santos escondía algo más que la muerte de una jugadora de baloncesto. Paseé por la ciudad y llegué a mi paraíso personal, el bar de Lola. - ¿Un whisky para el caballero? – me preguntó su sobrina desde detrás de la barra. - No, un whisky, no. - ¿Un gin tonic? - No, eso es para modernos. - ¿Agua? - Sí, ponme un agua. No sé cuál de los dos puso una cara más rara, si ella o yo. Pero allí estaba con mi botella de agua en la barra del bar de Lola. Miré a la televisión que había en el fondo. Un programa de esos de entrevistas. - Te veo un poco mojado. - Bastante. - Ha sido un día complicado, ¿verdad? - Sí. Empezó bien, pero… - A veces las cosas no salen como uno quiere. - Sí, debe ser eso. En la televisión estaban entrevistando a una chica y leí el subtítulo: “hablamos a cien palabras por minuto y pensamos a seiscientas, es normal que nos aburran los demás”. ¡Zas! Eso me recordó a mis reflexiones de la mañana. Era difícil dejar de hablarse a uno mismo y centrarse en el otro. Pero era necesario para entenderse. 18


Mientras otro hablaba, nosotros pensábamos a gran velocidad, como en una persecución, sin prestar atención a lo que nos rodeaba. Le pedí a Lola que subiera el volumen de la voz para escuchar mejor la entrevista, pero en ese mismo momento se terminaba. El público aplaudía a la chica y el presentador se acercaba a la cámara. Sus palabras fueron: “y antes de despedirnos, tenemos que hacerle un regalo a nuestra invitada”. Y un hombre de gabardina gris apareció en el plató con una rosa roja.

CONTINUARÁ…

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