Revista NAN 20

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PERIODISMO SOBRE ARTE & SOCIEDAD

#20 / Año 5 / 2015 / ARG $50

LAS ENSEÑANZAS DE DON IVO JOSÉ LUIS AGUIRRE AYAR BLASCO HALABALUSA


4 /VERMÚ 4 /TIRA juampa_camarda 8 /ESTADOSDESUNIDOS ¿bandas_peronistas? 10 /ESCUCHÁ josé_luis_aguirre 14 /LEÉ ana_ojeda

16 /MIRÁ ayar_blasco

46 /OLEME javier_cantero

19 /ENELEMEDIO el_andén

52 /SINAPSIS michel_houellebecq

20 /LOSCANDIDATOS gabriel_patrono

56 /SECA agrotóxicos

22 /ALMANAQUE ayotzinapa

64 /RATAS&RATIS brian_núñez

26 /RASTROS halabalusa

68 /LOSPOSIBLES costas_privatizadas

32 /ANECDOTARIO ioshua

72 /LABUENAPIPA shit_happens

34 /CARA ivo_ferrer

74 /HISTORIETA brian_janchez

42 /ZOOM mariana_enriquez 44 /MEGUSTA

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Este número fue impreso en Gutten Press (Nueva Pompeya, Buenos Aires) en septiembre de 2015.


NAN #20 2015

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Gustavo Grazioli @Discolo1714 Mariano Verrina @mverrina Hernán Vanoli @Volquetero Carlos Rodríguez Antonio López Suardi Pablo Tallón @tallonpablo Enzo Maqueira @EnzoMaqueira

COMITÉ

Facundo Gari @FAQtweet Marcelo Acevedo Ailín Bullentini @Ailinmaia Nahuel Lag @neguars Nicolás Sagaian @NicoSagaian Esteban Vera @EstevanVera TEXTO

Daniela Rovina Hernán Panessi @hernanpanessi Federico Córdoba @Conurbanito Sergio Sánchez Juan Ignacio Sapia Gonzalo Bustos @gjbustos Sebastián Goyeneche @el_contenido Loreta Neira Ocampo @Loreta_L Tomi Lebrero @tomilebrero Juanito El Cantor @cantor_el Nahuel Gomez Manu Cáreter Eric Olsen

FOTO

Almendra Bilbao @almendrabilbao Natalia Berninzoni @natmotorizada Pablo Potapczuk Lorena Gonzalía Rooney Pedro Braga Sampaio Ailín Ayar Kala Moreno Parra @KalaMorenoParra Nad Rivero @NadRivero Jimena Gala @lapibagalactica Matías Pozzi @matiaspozzi Tomás Ballefín Benítes Gerónimo Martín Alonso @Gmalonso Pablo Piovano Facundo Nívolo @facundonivolo Victoria Schwindt @lados_v

DIBUJO

María José Da Luz Federico Avella @f_avella Juan Manuel Dirassar Javier Cereceda @javipunga Mauro Perrone Emilio Utrera @barraselcomic Horacio Petre @Petre66 Luke Etcheverry Pedro Mancini Francisco Lemos @Lemos Jo Murúa VIÑETA

Juampa Camarda @juampacamarda Brian Janchez @BrianJanchez FOTO DE TAPA

J. Gala/M. Pozzi DIBUJO DE TAPA

Ericka Coello DISEÑO

Martín Olivieri Valdez @10ysie7e

QUÉ ES DE QUIÉN el affaire katchadjian En 2009, Pablo Katchadjian intervino el cuento de Jorge Luis Borges “El Aleph”: le agregó 5600 palabras y llamó a esa nueva obra El Aleph engordado. Sólo se imprimieron unos doscientos libros en papel, a través de la editorial independiente IAP (Imprenta Argentina de Poesía): la mitad fue regalada y la otra se vendió a pocos pesos. La multiplicación desbocada ocurrió en Internet, donde quedó a disposición de cualquiera. María Kodama, la celosa heredera de la obra literaria de Borges, el Can Cerbero que vigila y decide quién “abusa” de los textos del maestro y quién no, le inició un juicio a Katchadjian por presunta defraudación a la propiedad intelectual, figura que podría condenarlo a hasta 6 años de prisión. Más adelante, la Cámara de Apelaciones revocó por falta de mérito el procesamiento, aunque el escritor y su obra siguen siendo investigados. Durante todo el proceso se alzaron voces a favor y en contra de El Aleph engordado. Escritores, editores, intelectuales, periodistas, aficionados a la literatura, comentadores de webs y posteos de Facebook, nadie se privó de dejar su opinión sobre el affaire Katchadjian. Y ahí fue cuando apareció la cuestión que de verdad nos interesa a todos, más allá de lo ridículo que resulta que intenten encarcelar a un escritor por intervenir una obra. La discusión hace eje en el arte como pura mercancía, en el derecho de

autor, en la obra como objeto de circulación y consumo popular, y como propiedad privada al mismo tiempo. Salvador Sanz confesó en una entrevista con NAN que una vez que su obra está publicada deja de pertenecerle y pasa a ser de un colectivo interminable. Alguien podría elegir ver El Aleph engordado como un fan-art —una fan-fiction— de la obra de Borges. ¿Por qué no? Si a esta altura Borges es un autor tan pop como tantos. Otros podrían verlo como una intervención que busca encaminar el relato hacia otros derroteros. Algún loco podría suponer que se trata de un reboot para este monumental cuento. Los menos están convencidos de que se trata de un simple plagio en busca de fortuna y visibilidad mediática. El propio Katchadjian dice al final del libro que los mejores momentos de El Aleph engordado son aquellos en los que no se puede saber con certeza qué es de quién. A menos que seas un fanático de “El Aleph”, resulta realmente complicado discernir si tal frase le pertenece a Borges y tal otra a Pablo. Si le pertenece a Kodama o si te pertenece a vos. Mientras puedan autor y lector vivir con dignidad, es más fácil resolver si no le pertenece a nadie o nos pertenece a todos. Porque los mejores momentos son aquellos en los que no se puede saber con certeza qué es de quién.


VERMÚ

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EL PRINCIPTO ENGORDADO invisible a los ojos María_José_Da_Luz.jpg

En enero, a 70 años de la muerte de Antoine de Saint-Exupéry, El Principito pasaba a dominio público. Y el diseñador y dibujante Juan Manuel Garrido posteaba en su Facebook un descargo acompañado por el dibujo de la boa que digiere al elefante. Posteo que arrancaba “¿por qué no combatimos productos de mierda con cultura de calidad?”; seguía “detesto todo lo que hace Nik, pero el tipo es un surfista del copyright”; y arrimaba “la posibilidad de que sea un proyecto”. Tatiana Pollero, Tamara Méndez y Micaela Sánchez Malcolm sumaron fuerzas y lanzaron una convocatoria para ilustrar los 27 capítulos de esa novela corta con sendas plumas. El resultado sería subido a la web, bajo licencia creative commons. Pasó tal cual, salvo por las plumas: de 600 postulados —de la Argentina, Chile, Colombia, México, Ecuador, Costa Rica, Brasil, Uruguay, Puerto Rico y Estados

DOGO

Unidos, entre otros—, 140 artistas fueron seleccionados para hacer visible lo esencial. El resultado es, con paradoja, Invisible a los ojos, versión digital ecléctica, “mancomunada, desinteresada, creativa y latinoamericana” que desde abril está disponible en invisiblealosojos.com. La idea, en rigor, partió de “una ayudita

externa” que explica la mención al autor de Gaturro en el posteo de Garrido: “En enero surgieron varias propuestas editoriales sobre El Principito, que había pasado a domino público. En la Argentina la opción que más resonó fue la de Nik. Ésa y otras propuestas no nos representaban ni ideológica ni comercialmente”, cuenta Sánchez Malcolm. La presentación ocurrió también en abril en el porteño Centro Cultural Caras & Caretas, con la proyección de las ilustraciones y nuevas variaciones en vivo. Ahora los planes son llevar Invisible a los ojos al papel, lanzar la web en francés e inglés, sumar artistas para una segunda adaptación 2.0 y exponer los dibujos en cuanto espacio pinte. “Entendimos de qué se trataba: colaborar, armar un libro hermoso, nuestro, sin imposiciones comerciales ni direcciones orientadas al producto sino a la obra”, demarca el argentino Federico Avella. Y eso es lo esencial.

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SUPERFICIES DE PLACER los cartógrafos ¿Qué puede salir de la mezcla de una música, dos periodistas y una computadora conectada a Internet? Un podcast multidisciplinario bautizado Los Cartógrafos. La idea del trío Rosario Bléfari-Nahuel Ugazio-Romina Zanellato surgió hace dos años. Querían hacer un programa de radio, pero no encontraban espacio en el éter. El plan B fue el oro en bytes que es la web 2.0, una pieza sonora colgada en la red cada quince días, desde julio; pieza esquiva a las definiciones: dicen que “intentan crear algo”. Se trata, entonces, de un experimento colectivo que convoca a artistas que al grupo le interesa difundir. El triplete junto a un escritor, un actor y un músico preparan cada episodio con más libertades que noes. “Es Internet, un mundo. El límite es prácticamente nulo. No nos pueden sintonizar, pero sí descargar los capítulos y escucharlos cuando quieran”, alientan al unísono, como eligen hablar. ¿Qué mapa buscan trazar? Uno que exponga y enlace artistas marginados del centralismo porteño. Ninguno de los cartógrafos se crió en Buenos Aires: Ugazio es del Conurbano, Bléfari de Mar del Plata (criada en Bariloche) y Zanellato de Neuquén. Dicen que esa lejanía gentilicia les suma “experiencia de periferia”, fundamental para el mapeo: “Sabemos que fuera de Buenos Aires, pero dentro del país, hay artistas muy valiosos que crean de acuerdo a su experiencia y su paisaje”. De ahí que “la geografía del país” y “la interacción de las artes” se presenten como variables incondicionales a la hora de unir espacios. Una grabación de pocos minutos puede enlazar tres artes en un todo superador. “Al interrelacionar estos elementos, relacio-

namos a sus autores en una suerte de promiscuidad estética”, destacan. El punto de partida de cada capítulo es un texto de cualquier especie (guión de cine, ensayo, cuento, novela). Sobre esa base, arman un rompecabezas con los nombres de potenciales invitados que podrían interpretar el texto elegido de

lleva un poco más allá ese postulado para buscar el impacto del paisaje (su belleza y su hostilidad) en la tarea del artista. Para ellos, “el lugar donde uno vive y crece tiene una importancia estructural porque hace a la experiencia”. La intención final, según proyectan (y en la medida de lo posible), es diseñar un mapa de “la actividad artística del presente y la diversidad de una zona geográfica que incluye centros y periferias desdibujando las fronteras”.

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la misma manera que ellos lo hicieron. “Intentamos armar un diálogo entre los artistas. Todo cambia en cada episodio: el tipo de texto, la interpretación y la música. La forma de desenvolverse a raíz de lo que el otro hace es lo más interesante”, explican. Cualquier obra humana está inexorablemente ligada a su contexto creativo. Pero la apuesta de Bléfari, Ugazio y Zanellato

Para los próximos episodios, Los Cartógrafos prometen a escritores como Mario Ortiz, Leonardo Sabbatella y Martín Rejtman; actores como Pilar Gamboa, María Canale, Santiago Pedrero y Tálata Rodríguez; y músicos/bandas como Julio & Agosto, Atrás Hay Truenos y Carmen Sandiego. Los podcasts se estrenan cada quince días en loscartografos.tumblr. com.


VERMÚ

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MEME CON CHAMPAGNE eameo

Curioso es el caso de Eameo. Entre los caireles de la web, hacen intervenciones fotográficas y lograron captar cierto espíritu irónico del momento. Agregan, sacan, ponen, limpian, deforman, mutan. Y obtuvieron un tremendo éxito en las redes sociales. “Somos varios los que hacemos Eameo”, dice Camila del otro lado del teléfono. Para arrancar, Camila es un hombre. Y ahí ya tenemos un primer chiste. En su composición, son nueve tipos y una mujer. Todos duchos en el arte del Photoshop. Empezaron participando en fanpages de humor gráfico y su antecedente fue Las Firmas del Antiforo, famoso fanpage de “dibujitos pelotudos”, según aseguran en su descripción. Ellos no querían limitaciones ni consignas. La única —en tal caso— siempre fue jugar. Hace aproximadamente un año comenzaron subiendo a Facebook sus primeros trabajos. En sus inicios se llamaban “Wat” y después fueron en la búsqueda de algo más criollo. “Ahí surgió

Eameo”. ¿Qué es? “Eh, ameo” es una expresión del argot cabeza. “Eh, amigo” sería —en inmaculado castellano— una interpelación. Hoy, además, su trabajo cobró otra dimensión, y hasta colaboran con Línea de tiempo, el programa de entrevistas de Matías Martin. También, ya fuera de la jurisprudencia de la red, hacen fotos intervenidas para la televisión. Hay personajes como Lilita Carrió, Mauricio Macri o Mirtha Legrand que son notables proveedores de material. Basta con chequear sus destinatarios de humoradas habituales para advertirlos. En su realización hay sutilezas, absurdos y sustituciones. La gente pide, ellos responden. Todos los días generan montajes. Los han acusado de kirchneristas, gorilas, troskos, zurdos y fachos. Ellos aseguran pegarles a todos por igual. Y les han pasado cosas curiosas. “Una vez, Karina Rabolini compartió sin querer una imagen nuestra en Instagram”, recuerda Camila. ¿Cuál? Una donde la ¿primera dama? saludaba al ex presidente norteamericano Bill Clinton con un rollo de papel tisú debajo del brazo. Contundente y polémico. El juego es tácito: suben la imagen sin subrayados, y ahí está el público para agarrarlo o no. En general,

manejan referencias de la cultura pop, como el cine, las series, los cómics y los videojuegos. Algunas veces, hasta cuesta seguirles las intenciones. El ejercicio es mirar y tratar de captarles la onda. A su vez, tienen otros trabajos y todo esto, por caso, forma parte de su tiempo libre. “Nuestro filtro es que nos haga reír.” El cerebro colectivo habita Internet y Eameo —que hace bien— reinterpreta lo que le parece. Su éxito tiene que ver con el RT o los like. La principal contraseña de Eameo es hacer chistes con cosas populares. Al cierre de esta nota, su cuenta de Twitter (@eameoOK) tiene la friolera suma de 111 mil seguidores. Y su Facebook (/eh.ameoo) arroja otros 303 mil. Por estos días, lo que más sale son bromas con la Libertadores de River (los jugadores levantando un escritorio, una selfie con aquel hincha de Boca que tiró la bengala en el Superclásico) o con el choque de Chano de Tan Biónica (el cantante manejando un autito chocador, la Hiena Barrios reemplazando a Chano en la tapa del disco Canciones del huracán). Así las cosas, mañana las noticias hablarán de otras cuestiones. Y ahí estarán ellos, prestos para moldear la realidad a su gusto.


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MONÓCULO FANTÁSTICO vete al diablo

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Si sos de los que se dan maña para buscar entre bateas, todavía podés encontrar en algunas librerías un pequeño libro rústico, artesanal y psicodélico que guarda un secreto entre sus páginas. El librito se llama Vete al diablo y para poder acceder al misterio que esconden sus ilustraciones necesitás utilizar cierto artefacto tecnológico vintage llamado “visión infernal”, un monóculo rojo que muestra lo que se oculta bajo lo que aparenta ser un simple dibujo. Según su autor, Federico Lamas, este lente es “algo muy básico y antiguo”. “No es sólo un recurso: la ‘visión infernal’ es un lente rojo, pero para mí es una tecnología para ver la realidad más desnuda, menos adornada. Mi ‘visión infernal’ es una técnica-concepto inseparable”, redondea.

Lamas se considera artista visual y diseñador antes que ilustrador. Su temprana pasión por las películas lo llevó a estudiar imagen y sonido en la UBA, y una vez dentro de la universidad comenzó a apasionarse por diferentes temas, como la postproducción de video o el diseño de pósters. “Siempre me gustó alterar el formato de las cosas que hago”, asegura. “Desde esa época había una transición no tan clara entre mis videos que participaban en festivales de cine y los que participaban en festivales de videoarte. Y algunos fueron parte de las dos cosas.” Mientras la cuarta edición de Vete al diablo se agota, Federico ya está preparando su segundo libro, una especie de Vete al diablo mejorado que llevará por nombre Visión infernal y contará con mayor tamaño y mejor calidad. Este nuevo libro

compilará ilustraciones de personajes que el autor viene realizando desde el año pasado, algunos ya exhibidos en exposiciones de ciudades como Tandil, Buenos Aires, Madrid, Barcelona, San Pablo y Río de Janeiro. Lamas vuelve a insistir con el monóculo rojo y una vez más le otorga una relevancia fundamental en su obra, al punto de transformarlo en el portal entre dos mundos: la realidad aparente y la subyacente. La “visión infernal” ayuda a entrever los secretos escondidos en sus ilustraciones, pero el resto depende de la imaginación de quien observa. “Siempre trato de dejar partes inconclusas, pistas tiradas para sacar deducciones no tan obvias”, dice Federico, cerrando la idea. “Con la ‘visión infernal’ descubrís otra realidad, oculta en cada pieza, pero al descubrirla tampoco termina ahí. Cada uno tiene su percepción de cómo se relacionan esas dos piezas. Hay interacciones que son secretos guardados pero otras pueden tomarse como deseos reprimidos, nunca vividos.” El proyecto “visión infernal” arrancó entre 2009 y 2010, y sigue expandiéndose hasta hoy con personajes nuevos y distintas aplicaciones (murales, serigrafías, arte de discos), además de los libros Vete al diablo y Visión infernal, que verá la luz a finales de septiembre.


ESTADOSDESUNIDOS

FRENTE PARA LA VICTORIA ¿bandas peronistas? #LosJusticialistas #TheQuindimils #Menem

—De mierda. —¿POR ESO ELIGIERON LLAMARSE MENEM?

—Sí, porque es un nombre de mierda. Menem es un dúo, una banda secreta y subterránea. Si bien hay algunos recitales en su haber (Salón Pueyrredón y El Emergente, entre otros), no les gusta tocar mucho en vivo. Es más, todas las veces que tuvieron que subirse a un escenario lo hicieron a lo Slipknot: con máscaras. Menem tiene tres discos, un poco más de 50 canciones y un sinfín de imágenes de Carlos Saúl (preferentemente de pelo largo) en distintas situaciones. “Júpiter”, la última canción de Neoliberalismo, primer disco de la banda, termina en una larga zapada desafinada e insoportable y uno de los integrantes (en Menem no hay personas sino personajes que emulan el argot de la cárcel y cuentan historias) termina así: “Es una mierda, boludo”. Eso es Menem. Una banda oriunda de algún barrio que no sabemos cuál y que prefiere no dar a conocer los nombres de sus miembros. Según las reseñas de Neoliberalismo y Ballotaje, sus primeros discos, Menem es un grupo que podría definirse como “punk rock cabeza de tacho”.

Si bien parece dejar un reguero de tinta a punto de extinguirse para siempre, el homenaje al punk argentino parece una apuesta a futuro, a juzgar por el “volumen 1” de su título. “Menem es un punk del peronismo, el anarquista de derecha. Como una canción punk destruye al rock, el chabón manchó al peronismo para siempre”, dicen. Pero sí, son punks. O, como prefieren decirlo ellos, una banda de cumbia que trata de hacer un punk cabeza de tacho que patea cabezas de tacho. En Neoliberalismo se puede leer entre líneas una historia, dos personajes que cuentan una historia en clave pibe viejita. En Ballotage se pueden divisar esos dos personajes pero con agregados. En sus primeros dos discos hay reminiscencias al punk de Flema, pero también al punk ramonero de las zonas fabriles del sur del conurbano bonaerense, como Superuva, Doble Fuerza, Mal Momento y Sin Ley. De hecho, el más reciente disco de la banda es un homenaje a ese punk ramonero argentino de los bajos fondos, con voz impostada a lo Ricky Espinoza. “El punk surgió en los ‘90 cuando todos gastaban los dólares en Miami”, avanzan. “Yo jugaba con mis juguetitos que me compró mi papito y los demás estaban en otro país copiando el estilo de su gente. Ser punk no es nada argentino, tenía algo gracioso que los punk fueran la contradicción de esos dólares. Nos parece que los punks son más bien de derecha. Siempre se los relacionó con el anarquismo, pero en nuestro país el punk de los ‘90 representaba todo lo contrario: una especie de anarquía de la derecha”, dicen. —ES INTERESANTE IMAGINAR UN RECITAL SUYO, CON GENTE APLAUDIENDO Y CANTANDO, A PESAR DE LA FAMA DE MALA SUERTE, “MENEM, MENEM”.

—Esa era la onda. Que la gente aprendiera a reírse de sus errores y se mostrara arrepentida. No hay que seguir teniendo tabúes.


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“En 1983 fui el único peronista que ganó. Herminio Iglesias perdió, perdieron todos, pero Manolo ganó. Por eso, la puta madre que los parió a todos”, solía decir Manuel Quindimil cuando le recriminaban su progenie peronista. “Era como un vecino más. La gente lo veía, lo saludaba y le pedía plata. Manuel era un tipo al que todo el mundo quería. Siempre te daba plata o te hacía un favor”, dice Nico Yonki, miembro fundador de The Quindimils, banda que toca algo así como un electro punk popero. Como Manolo, The Quindimils ya no existe. En los primeros meses de 2015, Nico Yonki decidió dar por terminada la caravana de la lealtad y le dijo adiós al proyecto con un disco de remixes. Oriundo de Lanús, trabajador municipal, Yonki tiene una larga trayectoria en el under argentino. De tocar en varios proyectos, un día bien peronista decidió, entre mates y tortas fritas, armar The Quindimils. “Le puse ese nombre porque era algo que nos representaba a todos los lanunenses.” —QUINDIMIL ERA UN INTENDENTE QUE NO DEJABA TOCAR BANDAS EN LANÚS. ¿HAY UN DEJO DE IRONÍA EN LA ELECCIÓN DEL NOMBRE?

—Sí, claro. En aquellas épocas tenías que tocar con las persianas bajas y con criollas. Si pasaba la Policía, te podían clausurar. Era todo muy clandestino. —¿QUÉ SIGNIFICA EL PERONISMO PARA VOS?

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Los Justicialistas es la banda de Pablo Segovia (guitarrista de Krupoviesa), Lautaro Olivera, Ariel Solomianski y Leo (a secas). Se formaron en 2011 y tienen publicado en la web un EP de tres canciones que recuerdan a Sonic Youth y los Guided by Voices, con una mirada sobre el inicio del universo atravesada por la pornografía y la sexualidad. —¿CÓMO SURGIÓ EL NOMBRE?

Pablo Segovia: —De un chiste: en el primer ensayo salió una improvisación en la que repetíamos “¿quién se llevó las manos de mi General? ¿Quién se llevó las tetas de Valeria Mazza?”. También creemos que pocas cosas marcan tan fuerte la identidad de un argentino como el peronismo. Si vivís acá, sabés lo que es. Nacimos con el peronismo ya siendo este enorme ente de poder y quilombos. Es muy atractivo en un montón de puntos, incluso en lo estético o en lo pop. Los Justicialistas, a diferencia de Menem y The Quindimils, no tienen claras referencias políticas en sus canciones. “Artísticamente no nos interesa armar una banda con ínfulas políticas por varios motivos. El principal: ni yo ni los chicos alguna vez consumimos música políticamente involucrada. No nos interesa hacerlo y tampoco sabríamos cómo”, dice Segovia. Y con respecto a los tiempos que se viven en la Argentina con respecto a la política, Segovia apura una definición: “Estoy segurísimo de que voy a acordarme muy vívidamente de todo lo que estuvo pasando en estos años cuando sea más grande”.

—El peronismo es para los obreros. Perón a los pobres les dio jubilación y muchos otros derechos a los laburantes. Vengo de una familia ultra peronista y lo que pasa ahora es un bajón, que haya peleas. Pero también me parece copado. Antes, cuando leía Clarín no me daba cuenta del manejo de la información. Me sentí re inocente, muy boludo, al descubrirlo. Por otro lado, yo fui y soy pobre, y sé que el FPV va a tirar para mi lado. Me encanta que esté subsidiado todo. Voy a ser peronista hasta que me muera. —¿CÓMO VEN EL UNDER Y QUÉ BANDAS LES GUSTAN?

Menem: —Nos gusta el under que hace una fecha y desaparece. Lo que hace Migue, de La Ola Que Quería Ser Chau, algo de Mujercitas Terror y amigos que ni siquiera son under. Hay muchos solistas que no son under, no están en esa escena, y nos gusta lo que hacen. También hay muchas bandas de renombre que te gustan por cómo suenan pero no expresan nada. Molesta cuando muchos copian la pose y los gestos de otro. Nico Yonki: —A mí me encanta. Desde 1995 voy a ver bandas chicas. Es más, si una banda ya saca su segundo disco, me cuesta escucharla. Me gusta mucho lo que hace Facundo Tobogán, el catálogo de Triple RRR y los cantautores como Antolín y Luciana Tagliapietra. Hay gente que nace para hacer canciones. En esta escena no veo a gente que quiera hacer un producto. Celebro esta situación de la música. Cuando era chico no existían muchos lugares para bandas. Que seamos 200 mil me encanta. Pablo Segovia: —Me siento un suertudo de ver y tocar con bandas que me gustan. Es hermoso la mucha actividad y las miles de bandas que hay. Entre muchas de ellas, destaco a los Olfa Meocorde, Los Charmanders y, por supuesto, lo más viejito, como 107 Faunos y Él Mató a un Policía Motorizado.


ESCUCHÁ

UNA BIOGRAFÍA DE ESTRIBILLOS josé luis aguirre #CantorDeTraslasierra #SobrePeñasYMingas #BellezaVivida

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En el Valle de Traslasierra, provincia de Córdoba, se cocina a fuego lento una canción de raíz que tiene sabor y aroma especial. Una canción en la que confluyen los ritmos, las tonadas y los colores paisajísticos del valle cordobés y de Cuyo, que asoma sus narices a través de La Rioja y San Luis. Una región cultural en sí misma, con su propia idiosincrasia y universo sonoro. “Una región folklórica no legitimada en los libros; donde convergen tres provincias y se da una especie de microclima; donde se habla, se canta, se baila y se ríe de una manera única”, define José Luis Aguirre, cantor, compositor y poeta nacido en Villa Dolores. Aguirre es uno de los músicos más inquietos y originales de su generación. Con tan sólo 35 años, su nombre se repite en boca de colegas de su edad o incluso de aquéllos que están empezando a transitar el camino de la canción, desde todos los puntos del país. Es que su música se proyecta desde Córdoba, cruza la cordillera hasta Chile, baja hacia el sur y parece no tener techo ni destino final. Si bien se lo menciona como uno de los referentes actuales de Traslasierra, José Luis no se asume más que nadie y se considera apenas un “continuador”. No es poca cosa, y luego explicará porqué. Ahora piensa y recomienda a autores que admira de su región, como el Negro Vergara, el Churli Corroza, el Delfín Pereyra o Alejandro “Gordo” Horno, con quien curtió a Silvio Rodríguez, Jaime Roos y Spinetta. Aunque parecen personajes salidos de un cuento, no lo son. “Mis héroes son mis amigos. Tengo amigos a los que nombro en canciones como si fueran personajes de la antología de García Márquez. Quizás ellos ni se den cuenta de la belleza que transmiten. Y uno, por el oficio de ver lo que quizás no se ve, coloca a ese personaje en el marco de una canción y logra iluminar y mostrarles a otras personas un tipo simple. Esos personajes están puestos en una canción, así como el paisaje, la casa, una lucha, un montón de cosas que suceden en el pueblo, pero que son simples, de todos los días. Me gusta ver la belleza ahí, en ese punto; la belleza desgarradora y la que ilumina, pero siempre cerca de uno. Creo en la música vivida, no contada”, dice el cordobés, a modo de manifiesto. José Luis tuvo dos breves estadías en Córdoba capital hasta que se dio cuenta de que la ciudad no era para él. A los 18 llegó a la meca del cuarteto a probar suerte y se metió a estudiar en La Colmena, una escuela de formación musical. En ese tiempo, el profesor Héctor Tortosa le hizo conocer el mundo del jazz y el tango. Pero la noticia de que iba a ser papá lo hizo desertar de las aulas cuando cursaba el primer año. Y decidió regresar a Traslasierra. Sería su único y último paso por una educación musical formal. A partir de ahí, construyó su estilo con profesores particulares, a la par de amigos, en los patios, las peñas, las guitarreadas; al calor de los cantores y poetas de la tierra. Después de una efímera y “desesperada” incursión por el cuarteto junto a Los Ángeles de Fiesta, volvió a la senda de la canción de raíz y formó Los Nietos de Don Gauna, en compañía de músicos de su pago. En esta formación se metió de lleno con la cueca, la tonada, el gato cuyano y ritmos de —un poco— más allá, como la chacarera o el reggae. En 2004, el grupo publicó su primer disco, Latitud sur, que vibró en el escenario Atahualpa Yupanqui de Cosquín. Con Los Nietos regresó a Córdoba capital y recorrió los escenarios del “ambiente universitario” y las peñas. Pero la necesidad de mostrar canciones más “intimistas” lo llevó a grabar un álbum de canciones en solitario, Pintura de pago chico (2008). Ahí arrancaría otra etapa.

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DE VUELTA AL CAMPO

En la actualidad, José Luis vive en Villa Los Aromos, un pueblito ubicado en el departamento de Santa María. “Es una localidad serrana, una comuna de aproximadamente 500 personas. Está en el Valle de Paravachasca, cerca de Alta Gracia. Es el faldeo inicial de las Altas Cumbres y hay un río muy hermoso que se llama Anisacate, que fue una de las cuestiones que nos trajo a este valle: el agua. Un río cerca y con buen caudal, que todavía no está tan explotado turísticamente. Ahí estamos viviendo hace un par de años, construyendo una casita con mi señora y mis hijas. Queríamos criarlas en un pueblo, en un lugar tranquilo, con calle de tierra, gallina, perro, caballo; tenemos una granja prácticamente en casa. Una vida parecida a mi infancia. De todas formas, Villa Los Aromos está más o menos cerca de Córdoba capital (a 49 kilómetros), que es el centro neurálgico de laburo y acción, donde uno muestra sus cosas y da clases. Estamos cerca de Córdoba pero lejos: a la distancia justa.” La casita que Aguirre arma con sus propias manos —y la de muchos amigos, claro— es a base de palets, adobe, materiales reciclados y “algunos de construcción tradicional”. “Pero la gran mayoría de la casa es de adobe, de barro, y hecha por nosotros, a través de ‘mingas’, que son juntadas de amigos. Es un viaje que le deseo a todo el mundo”, dice Aguirre, con la misma sencillez que se escucha en sus canciones. Su modo de vivir y su canción son lo mismo. —¿TUVISTE QUE IR A LA CIUDAD PARA PODER VERTE DESDE AHÍ Y REGRESAR A UNA VIDA RURAL?

—Y sí, porque lo más sagrado es la familia, los hijos, y lo que uno puede hacer es ofrecerle lo mejor. Cuando considerás que lo mejor es que estén al aire libre, en el campo, porque vos lo viviste así, entonces no te queda otra que largar todo y apostar a eso. Quizás otras personas lo ven de otra forma. Como mi señora y yo somos de Traslasierra, vivimos una infancia parecida, y les queríamos dar eso a ellas. Así que fue una decisión más que acertada. Estamos re contentos. —LA MIGRACIÓN DE LA CIUDAD A ZONAS RURALES ES UN FENÓMENO SOCIOLÓGICO QUE CRECIÓ EN LOS ÚLTIMOS AÑOS...

—Acá hay mucha gente de Buenos Aires. Muchos amigos que se han venido justamente de Capital o del Conurbano, con la familia. Y también está la familia por elección. Gente como nosotros, más o menos de la misma edad, con los críos, con ganas de cambiar el mundo. Son las nuevas familias que defienden el paisaje, el monte, el agua. Los sociólogos nos llaman “neorrurales”. Igual yo siempre he sido de acá, no es que vine de afuera. Pero tuve mi paso por la ciudad. CONTINUIDAD DE LA CANCIÓN

José Luis esquiva la palabra “folklore”. Prefiere hablar de un “nosotros” inclusivo. “Creo que lo que hay que hacer es dejar de lado los miedos, lo cómodo, lo que organiza, y buscar en otros lugares. No me gusta que me encasillen en un lugar porque eso le queda cómodo a otra persona para vender o aclarar la cosa. Lo que es bello es bello. No importa cuál sea la forma, el estilo, la época. Por eso no me gusta la palabra “folklore” o “cuarteto”. Porque eso ya te ubica en un estante de supermercado. El desafío es vencer las estructuras y los miedos que traemos. Me parece que es un buen momento para hacerlo”, propone el cordobés de ojos profundos. Para él, su generación tiene “la posibilidad de agarrar


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de todos lados”, sin por ello traicionar la raíz. “Entonces, propongo dejar de decirle ‘folklore’ y decirle ‘lo nuestro’, ‘nosotros’, metidos adentro, incluidos en todo lo que se está haciendo y sin miedo. Mi oficio es ver lo que anda dando vueltas por el pueblo y ponerlo en una canción. Entonces, están estrechamente ligados el paisaje, el hombre, el sentir de todos los días y la canción. Después hay un montón de formas para explayarse, desde un cuarteto hasta una zamba, una bossa nova, la música clásica, la pintura o la poesía. Todo juego vale para expresarse”, considera. En su segundo disco, el precioso Gajito i’ Luna (2013), despliega su gran potencial compositivo y poético. La cueca cuyana-cordobesa “La transerrana”, el huayno “Humilde abrigo de los serranos”, la vidala “Gajito i’luna”, la chacarera “Los chuncanitos del río” o la dulce canción “Más de cien inviernos” (dedicada al viejo campesino Don Marcos Domínguez) dan cuenta de la belleza de su canción. “El de cantor o cantautor es apenas un traje para salir al escenario, pero no soy todo el tiempo eso. En el pueblo no tienen ni idea de qué hago. Me encanta ser anónimo”, se alegra. —DECÍS QUE ES UN “BUEN MOMENTO PARA VENCER LAS ESTRUCTURAS”. ¿POR QUÉ?

—No sé si es un análisis político o sociocultural. El momento es siempre, es tu chance, es tu guía, es tu momento de pisar la tierra. Eso como filosofía esencial. Y después hay cosas más concretas. Como contrarrespuesta a todo lo que ataca la inocencia, al vaciamiento cultural, están surgiendo muchos artistas, acá cerca. No hace falta irse muy lejos para ver artistas que están proponiendo la belleza desde otro lado. Del mismo modo, hay cambios socioculturales, como la gente que se vuelve al pueblo. Y aparece la urgencia de dar una respuesta a lo que somos como planeta. Tenemos que hacer algo porque estamos en el límite de la resistencia de la Tierra. Todo eso hace que sea el momento. Surgen los artistas y responden. Y aunque no tengamos la masividad

de los medios, tenemos la belleza poética. Los poetas surgen de vuelta, después de 30 años. Los poetas de la tierra se vuelven a encontrar con Armando Tejada Gómez, con Hamlet Lima Quintana, con los que hicieron las canciones. Se sanan las heridas y volvemos a accionar. Ese momento es el que está sucediendo. Pero si no sucediera, lo mismo sería el momento de hacer lo que hay que hacer, porque estamos vivos, nada más. José Luis hace alusión a la camada de músicos de su generación que está aportando aires frescos. Y eso va de la mano de otra realidad: la consolidación de escenas de músicos que están construyendo desde sus lugares, sin perseguir la zanahoria de Buenos Aires. Junto a sus pares generacionales Paola Bernal, Juan Iñaki y Mery Murúa armaron este año un súper grupo que debutó en la última edición del Festival de Cosquín, durante el set de Bernal. En la Plaza Próspero Molina, estrenaron la contundente canción “Los pájaros de Mattalia”, una invitación a “traer de nuevo la poesía y hacerla presente en nosotros, los cantores”. “Cada uno con sus historia, pero juntándonos para componer, escribir y hacer — dice—. Uno de los que siempre me ha acompañado es (el riojano) Ramiro (González), a quien admiro profundamente, porque es uno de los grandes poetas de nuestra generación. Es necesario recuperar la contundencia de la palabra, la poesía. Estamos en esa búsqueda. Musicalmente hay grandes músicos, pero en la poesía hay que hacer un camino largo todavía.”


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LEÉ

LA LITERATURA ES EL OTRO ana ojeda #LonelyPlanetMiente #ElLugarDeLaMujer # El8voLoco

Probablemente, el mejor punto de partida para pensar la literatura de Ana Ojeda (Boedo, 1979) sea la noción de extranjeridad: esa sensación de extrañamiento con el entorno inmediato, de separación, de distanciamiento. Hay extranjeridad en las familias de inmigrantes italianos, judíos y japoneses que llegan a la Argentina de principios del siglo XX en las páginas de Falso contacto, su novela publicada en 2012. La encontramos también en Motivos particulares, una serie de textos cortos en los que Ojeda disecciona, con distanciamiento y lucidez, prácticas cotidianas como el viaje en un colectivo lleno o la fila en un banco. En No es lo que pensás, su última novela, publicada este año por Hekht, la extranjeridad aparece desde la óptica de dos hermanas que viajan a la India para encontrarse que no es exactamente como la describe, por ejemplo, la Lonely Planet. “Mis dos protagonistas no tienen un buen viaje, sino uno bastante pésimo. Lo inesperado es que ellas creen que van a un lugar que tiene determinadas características y se encuentran con algo que no pueden manejar. Las saca de su eje y las aterriza en un lugar incómodo todos los segundos de todos los minutos de todas las horas de todos los días que están en la India”, explica Ojeda. Lo notable de No es lo que pensás es que problematiza la extranjeridad también desde lo textual. Mezclando la crónica, la información turística, la autoficción y la reflexión sobre traducción, Ojeda cuestiona la zona limítrofe entre texto literario y de otros tipos.

—¿DE QUÉ MANERA PENSASTE EL LIBRO?

—Como un exceso, desde todo punto de vista. Hablando con las editoras, resultó que desde distintos ámbitos andábamos muy problematizadas con el tema del exceso, el punto límite de la legibilidad. Cuándo un libro deja de ser libro y pasa a ser otra cosa, o al revés: cuándo una escritura cualquiera, habitante de otros ámbitos, se convierte en libro, en obra. La coincidencia me entusiasmó y seguí trabajando en esa dirección. Al comienzo tenía muy presente una frase de (Virginie) Despentes acerca de las mujeres: “siempre extranjeras”, incluso en sus lugares de origen, y poco más. Después de esa charla crucé todo: viaje, problemáticas de la mujer, de la traducción —que es otro tipo de viaje: de una lengua a otra—, exceso, des-género, y de ahí salió No es lo que pensás.

—No, la verdad que no. Motivos particulares (Pánico el Pánico, 2013) nació de una concientización en la observación cotidiana. Empecé otorgándole dramaticidad a cosas de todos los días, detalles leídos como grandes gestas, de alguna manera. Así empezaron a aparecer los fragmentos de distintas situaciones, cosas que atravesaban mi cotidianidad en ese momento. Yo estaba además en ese entonces escribiendo una novela y había días que no lograba avanzar como quería; Motivos... era la posibilidad de sentarme y lograr algo que me dejaba medianamente contenta en un tiempo corto porque empezaba y terminaba. Era cuestión de dar con el tono, con el lenguaje. No es lo que pensás la escribí después. De hecho, si no me equivoco, hay dos novelas inéditas entre ambas. —DESDE EL EPÍGRAFE, CON LA CITA DE “TEORÍA KING KONG”, EN “NO ES LO

—DE ALGUNA MANERA, Y SALVAN-

QUE PENSÁS” SE TRABAJA MUCHO EL

DO LAS DISTANCIAS, “NO ES LO QUE

LUGAR DE LA MUJER, COMO YA LO HA-

PENSÁS” PODRÍA SER UNA PROLONGA-

BÍAS HECHO EN “MOTIVOS PARTICULA-

CIÓN DE “MOTIVOS PARTICULARES”.

RES”. ¿DE QUÉ MANERA CONSIDERÁS

¿PENSASTE UN LIBRO EN RELACIÓN AL

EL DISCURSO FEMINISTA (Y TU PROPIA

OTRO?

OPINIÓN SOBRE ESE TEMA) A LA HORA DE ESCRIBIR FICCIÓN?


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—En realidad, no siento que trabaje mucho el lugar de la mujer sino que escribo desde mi lugar, y sucede que soy mujer. Me gusta pensar que la equidad y la inclusión son utopías posibles. En este sentido, saludo a las mujeres que dan por tierra con los estereotipos y logran empoderarse sin necesidad de devenir hombres, buscando otras maneras de socialidad amorosa. Hoy el lugar de la mujer está casi tan cuestionado como el del hombre, por conformista, sojuzgada, beneficiaria de un pacto que la recluye en un interior pero la mantiene, y parece que lo único progresista que podemos hacer es volvernos trans, fluidos, reversibles.

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Yo, sin embargo, reivindico el lugar de la mujer como integrante de una mayoría minorizada a lo largo de la historia de Occidente y sin embargo en una búsqueda constante de nuevas maneras, más virtuosas, de conectar con otros. Además de su labor como escritora, Ojeda es traductora (tradujo al castellano a Alain Badiou y a Slavoj Žižek, entre otros) y editora: desde 2005, lleva adelante con Rocco Carbone el proyecto El 8vo Loco, donde se hace foco en autores periféricos, alejados del gran público. La colección Pingue Patrimonio, por ejemplo, rescata autores de la década del ‘20. “Reeditamos autores que pertenecen a una zona inter-

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media respecto de los polos Boedo-Florida. Roberto Arlt, Roberto Mariani, Enrique González Tuñón pertenecen a esta zona. A comienzos del siglo pasado, hubo una pelea por la legitimidad del enunciador: ¿quién puede escribir? ¿Qué hay que tener para ser percibido como escritor por los pares? Un conjunto heterogéneo de recién llegados al campo cultural, hijos de inmigrantes, autodidactas en la mayoría de los casos, trabajadores ‘de otras cosas’, salieron entonces a disputar la arena cultural.” —EN UNA ENTREVISTA DE HACE UNOS AÑOS DECÍAS QUE “HAY LA MISMA CANTIDAD DE EDITORIALES QUE DE ESCRITORES Y HASTA QUE DE LECTORES, PORQUE TÉCNICAMENTE SE HA FACILITADO MUCHÍSIMO EL HECHO DE HACER UN LIBRO”. ¿CUÁLES SON LAS VENTAJAS Y LAS DESVENTAJAS DE EDITAR EN UN MEDIO CON ESAS CARACTERÍSTICAS?

—Las ventajas tienen que ver con que hoy es fácil hacer libros. Es alucinante la variedad de la oferta a la que podemos acceder. Basta darse una vuelta por la FLIA, por la Feria de Editores, por La Sensación. Por otro lado, considero que el campo de los pequeños proyectos editoriales de alguna manera internalizó una estrategia editorial que viene de las grandes multinacionales, que es inundar el mercado con material de todo tipo desde el desprejuicio más absoluto. Esto hace que de pronto topemos con verdaderas joyitas a dos mangos o bazofias a cien, nada garantiza nada. Lo que explica, me parece, la desorientación que cunde en el colectivo lector, que no tiene idea para dónde agarrar, y tal vez también el auge de libros que indican qué leer. —¿Y CÓMO SE ESTRUCTURA LA RELACIÓN CON EL PÚBLICO EN EL ECOSISTEMA EDITORIAL PORTEÑO?

—Es un ecosistema complejo y con muchas capas. Para mí, poder charlar un rato con los editores o autores en transitoria situación de libreros, en cualquiera de las ferias que mencioné, es un privilegio enorme.


MIRÁ

MI FAMILIA ES UN DIBUJO ayar blasco #MercanoElMarciano #Faso&Chimiboga #SeVieneLava

Existe un universo poblado por singulares seres animados que tienen como única meta hacer reír con su humor absurdo y delirante. Don Luís y sus hijos, El Ratón Disney o El Niño Malcriado —personajes grotescos, cómicos y extravagantes en partes iguales— son algunos de los perdedores hermosos que conforman esta bizarra cosmogonía cuyo demiurgo dice llamarse Ayar Blasco. Las animaciones de este realizador son un clásico del under desde finales de los ‘90, mucho antes de la era del reinado de Facebook y YouTube, cuando con la serie Mercano, el marciano logró llegar al hogar de miles de espectadores. Hoy, con Mercano convertido en un personaje de culto, Ayar prepara Lava, su tercer largometraje animado, que narrará la historia de una invasión extraterrestre a través del arte. “Mi vieja andaba metida ahí con los zurdos, militaba y escondía gente. Encima embarazada”, explica el dibujante con una sonrisa que le quita dramatismo a la anécdota. Ayar Blasco nació en Balcarce, Mar del Plata, y apenas once meses después ya se encontraba en Ecuador, refugiado junto a su familia de la sangrienta dictadura militar de 1976. Once años tenía cuando volvió a Buenos Aires, y quince cuando regresó a Ecuador. Así, entre idas y vueltas, Ayar pasó su infancia y parte de la ado-

lescencia de país en país, hasta que sus padres se separaron y decidió instalarse definitivamente en Argentina para estudiar cine. Contaba sólo diecinueve años cuando entendió que nuestro país —con una historia cinematográfica muy rica y variedad de escuelas gratuitas— era mejor lugar para estudiar cine que Ecuador. Una vez instalado en Buenos Aires, decidió que el Instituto de Cine de Avellaneda (IDAC) sería el lugar ideal para desarrollar sus habilidades en la animación. “Volví para estudiar cine, pero me di cuenta de que como me gustaba dibujar me convenía estudiar animación. Así mataba dos pájaros de un solo tiro”, recuerda Ayar. “No terminé la tesis pero conocí gente, y antes de terminar los estudios en el IDAC ya estaba haciendo Mercano, el marciano en MuchMusic. Lo importante de un instituto no es sólo ir a aprender, sino a conocer gente y armar un equipo de laburo.” Su primer trabajo como animador en televisión fue El niño malcriado, una serie de cortos de no más de un minuto que solía emitirse en MuchMusic como separador de programas. Ayar llegó al canal de cable cuando aún era parte de los fanzines Catzole y Océano & Charquito. En una edición del Buenos Aires No Ailín_Ayar.jpg


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Duerme se acercó al stand de MuchMusic para ofrecer sus ejercicios de animación y no tardaron mucho en llamarlo, interesados en su arte. Entonces decidió unir fuerzas con Juan Antín para crear la productora Malcriados —que consistía en una computadora, un scanner y no mucho más— y a partir de ahí sus dibujos animados fueron una constante en ese canal de música. Poco tiempo después, a mediados de 1998, comenzaron a emitir el programa con el que se haría popular como animador. Mercano, el marciano era una serie con una animación rústica, de un humor oscuro bastante particular y un personaje principal que atravesaba las peripecias más grotescas sin pronunciar una sola palabra inteligible. Así y todo consiguió

un grupo de entusiastas televidentes que comenzaron a seguir con atención la serie y buscar otros trabajos de Blasco. Una vez finalizada la serie, Ayar y su entonces compañero Juan Antín se embarcaron en un proyecto mucho más ambicioso: un largometraje que tendría como protagonista a Mercano. La película Mercano, el marciano se estrenó el 3 de octubre de 2002 y participó en varios festivales tanto nacionales como internacionales. “La codirigimos, pero yo ya no figuro como codirector sino como director de arte por un tema de egos en el que no me interesa explayarme”, relata Blasco en relación a su primer largometraje. “Fue un poco desgastante hacer un largo en las condiciones en las que yo estaba, y siento que no recibí el crédito que merecía. No me sentí muy

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parte de eso, a pesar de que la hice yo. Por ese motivo me abrí un poco de todo lo que es el cine y me recluí a dibujar y escribir. Y me sirvió bastante porque me pude concentrar en hacer mis cosas y pude realizar mi siguiente largo, El sol”. El sol iba a ser en principio una novela gráfica. El guión estaba escrito y los bocetos preparados, hasta que Ayar conoció a la productora Jimena Monteoliva, quien lo convenció de que tenía que transformarlo en un largometraje. El animador una vez más contó con el apoyo del Incaa, pero a diferencia de su anterior película en la que participaron al menos cincuenta personas, esta vez los participantes serían siete. El film fue realizado en Flash, un programa creado para páginas web y animaciones exclusivamente para Internet. “Se suelen usar cosas más profesionales. Nosotros en cambio dibujábamos directamente con el mouse. El sonido sí lo laburamos profesionalmente, pero en lo que es animación, éramos dos boludos con la compu y el mouse. No tuvo más ciencia que eso”, cuenta Ayar sobre el proceso de animación del largometraje. El sol estaba pensada para ser algo serio, una historia apocalíptica que prescindiría del humor que mostraba en Chimiboga. com. Sin embargo, una vez que se unieron al proyecto Sofía Gala y el Dr. Tangalanga para dotar de voz a los personajes principales, fue imposible mantener la seriedad. “El viejo empezó a putear y dijimos ‘bueno, vamos a hacerla un poco para cagarse de risa’”, recuerda Ayar. La película se estrenó comercialmente en algunas salas de nuestro país y participó de varios festivales en Europa y Asia. Al ser una producción pequeña con una distribución mínima, le terminó yendo mejor de lo que esperaban. “Se mantuvo dos meses en cartel, y como fue tan poco el gasto, la ganancia estuvo bien. Además les pagué a todos, no hubo ningún problema. Y lo mejor fue que viajé y morfé gratis”, dice el realizador entre risas. A Ayar Blasco le gusta mucho la ciencia ficción. Creció leyendo a H. G. Wells y en la historieta se inició con El Eternauta, gracias a una tía que le traía las revistas del otro “H. G.”, el nuestro. También leyó bastante al ineludible P. K. Dick y se voló la cabeza con El país de las últimas cosas, novela extraña y apocalíptica de Paul Auster, de la que sacó muchas cosas para el guión de El sol.


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Se declara cinéfilo pero no se encasilla en ningún género ni época. Puede ver desde Lynch hasta Kubrick, pasando por Tarantino, Bergman o Herzog. También suele disfrutar de la historieta japonesa, y recuerda con afecto haber leído los mangas de temática ciberpunk Akira, de Katsuhiro Ōtomo, y Blame!, de Tsutomu Nihei. A pesar de que el grueso de su trabajo se lo dedica a la animación, Ayar también es historietista e ilustrador, y unos días después de la masacre de Charlie Hebdo se expresó a través de una ilustración que daba cuenta de su opinión sobre aquel fatídico hecho. “Si bien es un bajón porque mataron a dibujantes y eso es cualquiera, a mí me dio un poco por las pelotas la campaña que hicieron con lo de Charlie Hebdo. Me molestó que hayan hecho tanto espamento, esa cosa de la marcha mundial, cuando hay gente que muere todos los días, como los palestinos que son dibujantes, doctores, profesores..., pero parece que si no sos occidental, medio como que no les importa”, argumenta Blasco sobre aquella tragedia, dejando en claro que su opinión se aleja de lo políticamente correcto. “Es la guerra, es una situación de mierda y yo no quiero apoyar nada de eso. Pero por otro lado mi dibujo no era como el resto, en los que te ponían un lápiz llorando y con sangre, o dibujantes agarrando un lápiz y diciendo ‘estas son nuestras armas’, toda esa grasada. Traté de darle una vuelta más, de hacer un dibujo neutral, no acusar ni tampoco poner en victima a nadie.”

El largometraje en el que se encuentra trabajando actualmente lleva por nombre Lava y será realizado con la misma productora y el mismo método de trabajo que El sol. La idea original de Lava pertenece a Salvador Sanz y tenía destino de novela gráfica, pero por diferentes razones nunca fue llevada al papel. “Salvador está medio obsesionado con el tema de la cultura. Él tenía ganas de hacer algo con esa historia y yo se la pedí a ver si la podía readaptar un poquito. Laburé con un guionista que se llama Nicolas Britos y juntos adaptamos Lava”, nos cuenta Ayar. Como en el cómic Legión, de Salvador Sanz, Lava narra una invasión extraterrestre por medio de la cultura, pero si en la historieta de Sanz los seres de otra dimensión se introducían a nuestro plano de existencia

mediante las bellas artes, en Lava el portal de ingreso será la cultura de masas. “Me parece una historia jugadísima, súper interesante y novedosa, con la cual se pueden hacer muchas analogías”, afirma Blasco. Horrible, su banda de rock, está entrando a estudios en estos días para grabar su primer disco. Mientras tanto, entre ensayo y ensayo, este artista polifacético sigue trabajando en sus cortos animados, sus historietas y su futuro largometraje, siempre manteniendo la independencia artística y una actitud afín al trabajo artesanal y la filosofía punk del “hacelo vos mismo”. Ayar concluye de manera sincera y elocuente: “No tengo una actitud rebelde: hago lo que me conviene. Y si puedo mantenerme libre, lo voy a hacer”.


ENELMEDIO

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UN EXPRESO DEL FUTURO el andén #VamosLasRevisAutogestivas #ElDebateComoViaje #BoletoALasIdeas

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Para entender qué es El Andén se debe pensar en una revista, pero no. Se debe imaginar una redacción, pero no. Se debe evocar a un grupo de periodistas, pero no. El Andén es un medio de comunicación que se parece a todo eso, pero no. “Es un conjunto de voluntades dispersas que coinciden en cada número”, propone Gustavo Zanella, coeditor e integrante del colectivo (bueno, “vagón”) que produce, realiza y regala la revista, mes a mes. Interpelación a la realidad, diversidad de puntos de vista, fomento del pensamiento social, construcción colectiva, Latinoa-

mérica y federalismo son algunos de los conceptos que integran su amplio y un tanto difuso universo de origen y acción.”Nos preguntamos y nos seguimos preguntando qué es El Andén y no sé si tenemos una respuesta. La hacemos porque queremos; traemos nuestras motivaciones, que se van amalgamando número a número”, reconoce Giselle Méndez, una de las redactoras. El Andén es una revista editada en papel; de prensa autogestiva, cultural e independiente, aunque les costó un tiempo encontrar esa identidad. En eso, la Asociación de Revistas Culturales Independientes de Argentina tuvo que ver. “No me reconocía como editor; yo hacía una revista con unos amigos, nada más. En Arecia nos encontramos con gente que hacía lo mismo y entonces tomamos conciencia de qué éramos y cuáles eran las batallas que estábamos dando”, comenta Zanella. En 2008, en sus comienzos chascomunenses (sus creadores, Juan Ignacio y Luciano Basso, nacieron en esa ciudad bonaerense), la publicación salía “con lo que cada uno quería escribir”: la intención era crear un espacio en donde poder opinar sobre política. Esa pseudoanarquía se estructuraba alrededor de dos textos fijos: una columna sobre descolonialidad a cargo del Grupo de Estudios para la Liberación y otra, de filosofía, a cargo de Manuel Fontenla, de Córdoba. Pero la llegada de sus creadores a la “gran ciudad” para comenzar sus estudios universitarios la modificó. “Filo”o “Puan” (la facultad de Filosofía y Letras de la UBA) es, aún, el semillero de la revista, que circula gratuitamente por ésa y otras tantas casas de altos estudios y centros culturales. Basso y Zanella se conocieron en la carrera de Filosofía; Méndez confluyó desde Antropología; Yael Tejero desde Letras. María Belén Morejón y Lorena Barbosa la conocieron en Ciencias Sociales. Entonces, la mecánica de producción volvió a cambiar: sin perder la razón de ser una plataforma por la que circulan ideas, las ediciones se volvieron temáticas: ofrecieron una explosión de puntos de vista en torno de la basura, la pedagogía, el agua, el transporte público, las pornoesferas y los colores. Y siguen. Completan el equipo historietistas, correctores, diagramadores y colaboradores, que fluctúan número a número y provienen de la Argentina y otros diversos países. Ningún periodista. La convocatoria es abierta —se difunde vía redes sociales—, para quienes tengan algo para decir sobre los temas de cada edición. “Escribir en El Andén está ligado al para qué uno escribe y por qué. La revista nos da la posibilidad de instalar un tema sin la fugacidad de un diario de noticias, con la profundidad de la edición temática y sin la cerrazón de la plataforma académica”, explica otra de las redactoras, Soledad Ramati.


LOSCANDIDATOS

“NO ME TIENTA EL PODER SINO EL HACER” gabriel patrono #LaNaveDeLosSueños #EstampitaDelUnder #AgitadorCultural


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“No quiero soñar mil veces las mismas cosas.” La canta bajito, alarga las vocales, silencio y vuelve en loop a ese verso de Soda Stereo. Gabriel Patrono sabe que no, que es hiperquinético y persigue varios sueños a la vez. Entró a un baño de la Biblioteca Nacional cantando ese mantra antes de la entrevista sobre los orígenes y la tarea mesiánica que hace 20 años pilotea, siempre en equipo, en La Nave de Los Sueños: plataforma autogestiva, productora autodidacta, política cultural cinéfila y editorial desde los márgenes. El despegue fue mucho antes de que junto a José Ludovico, Pablo Flores y Fabio Ríos crearan La Nave. La dictadura militar agonizaba y Patrono, entre la secundaria y los talleres de fotografía, viajaba de San Justo a Obras Sanitarias, donde el rock desataba el nudo del “silencio es salud”. Hacía fotos de los shows y las vendía en la puerta para volver al Conurbano antes de la razia policial cotidiana. En el oeste, le abría la puerta a la noche en la sala de ensayo improvisada en un cuarto de la fábrica de medias paterna. El algodón acustizaba y ellos ambientaban el espacio para fiestas, ciclos de poesía o exposiciones fotográficas. Patrono recuerda esa época de “deslumbramiento” como su parto como agitador cultural. Pasó de ser el mejor al peor alumno y abandonó el secundario “por rechazo a las instituciones”. Pasaron los ‘80 (Sumo, Virus, Suéter, Batato Barea) y llegaron los ‘90. La primavera alfonsinista se transformó en oasis de consumo menemista. El cuarteto de amigos ya no se identificaba con la idiosincrasia de la época, por la que “las bandas tocaban en lo de Tinelli para ser parte del jet set”. “Para mí el rock es emancipación, levantarse y decir ‘no’”, defiende la ética que para entonces encontró en otra escena. “Los jóvenes que estudiaban cine comenzaron a acceder a los VHS y Súper VHS para grabar sus primeros cortos. Salteaban el sistema, no tenían que agradar al Incaa. Había una alternatividad en su razón de ser y nos parecía que contenían aquel espíritu rockero”, describe Patrono. Los amigos dejaron las guitarras y construyeron La Nave de Los Sueños.

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Sueños Cortos fue el proyecto que inició la militancia cultural. Con apenas 20 años, los agitadores culturales recorrían aulas y pasillos de universidades y escuelas de cine de la Ciudad de Buenos Aires, La Plata, Rosario y Córdoba, pegaban afiches y convocaban a participar del festival itinerante que iniciaron en 1995 y continuaron hasta 2004, cuando se realizó en 20 ciudades al mismo tiempo. “Nos dimos cuenta de que había gente valiosa en el cine mucho antes de que el Incaa los pudiera entender. No porque fuéramos unos genios sino porque aprendimos de nuestros maestros (Leonardo Favio, Enrique Symns, Jorge Álvarez y Omar Viola son referentes de Patrono), quienes nunca dejaron que el ego los devorara y siempre estuvieron atentos al latido de la calle”, resume una de las máximas sueñeras. El festival fue un imán para las nuevas generaciones de realizadores. Los navieros convocaban a experimentados tripulantes del séptimo arte como jurados; entre ellos, Raúl Perrone y Fernando Peña, a quien conocían por hacer la prensa del entonces naciente ciclo Filmoteca. “Siempre mantuvimos el diálogo entre generaciones. Nos interesó nutrir lo nuevo con una suerte de antropología de los maestros: entender qué aportaron, en qué contexto, con qué rompieron, a qué se oponían”, agrega Patrono. “Las lógicas económicas industriales ven fracasos donde no los hay. No sé cuánta gente fue a ver el estreno de Crónica de un niño solo (ópera prima de Favio), pero después de 50 años se reedita y es material de consulta. Eso no es un fracaso”, vuelve sobre la crítica a los parámetros de producción industrial y finaliza con una cita: “Hace un tiempo Gabo Ferro me dijo: ‘Yo no sé cuánta gente va a venir a verme. Yo trabajo para la historia’”. Con esas bases programáticas, el agitador subraya que la búsqueda de La Nave está en “el poder germinal”. El trabajo se ve a largo plazo, sin hits. El corto es la síntesis germinal, “el lugar inexacto donde se plasman las primeras ideas, esas que amás y representan una zona de verdad, lejos de la zona de confort de la industrialización del espectáculo”. Paulo Pécora, Ernesto Vaca, Daniel de la Vega, Laura Casabé, Nicanor Loreti y los cráneos de Farsa son algunos de los cineastas que surgieron de esta suerte de Ministerio del Poder Germinal.

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El primer búnker llegó cuatro años después de salir al ruedo y fue en la calle Moreno, en un departamento abandonado al que entraron por ser amigos del hijo del portero. Allí, en lo que llamaron living pop, creció la mística: ciclo de cortos, talleres y muestras. En 2002, se mudaron a La Capilla, recordado bar de los ‘80 que los acobijó hasta 2004, cuando Cromañón blindó los espacios culturales emergentes. “Supimos nutrirnos de gente que recién arrancaba”, dice Gabriel, y no chamuya con lo del trasvasamiento generacional. Él es el único integrante original que sigue en vuelo y no teme pasar el mando a los tripulantes de la segunda generación: Giuliana Trucco, Daniel Caballero, Noelia Gómez, Daniela Peryera y Miguelius. “Nunca nos permitimos ser invitados a la ‘mesa’, siempre esquivamos las tentaciones”, resume la antirosca naviera. Es que Gabriel “nunca quiso hacer carrera” y le avisaron que era un “gestor cultural” diez años después de haber despegado. “Trabajo la producción cultural desde el punto de vista de quien quiere asombrarse, emocionarse, deslumbrarse. Mi base de trabajo no es lo masivo sino el patrimonio emocional”, se define. Patrono fue el primero en llegar a la biblioteca para “arreglar algunas cosas de la programación” del ciclo que realizan, desde 2004, cada martes en el edificio de la calle Agüero. “Vinimos por una función y estamos por cumplir 500 ediciones”, le pone número a la autogestión, uno envidiable para cualquier campaña proselitista. Si tardó en reconocerse como “gestor cultural” fue porque no paró la nave y hasta el rodaje de su primer documental —Blues de los plomos, dirigida y escrita junto a Paulo Soria— tampoco analizó su esencia: “Somos los plomos de la cultura: organizamos el evento, vamos a buscar al invitado, traemos la bolsa de hielo para la bebida y después damos una nota. Lo hacemos porque venimos de una zona ideológica, incluso geográfica, en la que los márgenes fueron siempre nuestro lugar natural. No me tienta el poder. Me tienta el hacer”.


ALMANAQUE

EL PRESENTE DE LOS NORMALISTAS ayotzinapa #NarcopolíticaMexicana #VivosLosQueremos #UnAñoSinLos43

—¿Sabés qué, viejo? Quiero ser maestro —rompió el silencio César Manuel. Su padre, Mario, lo escuchaba atento e intentaba comprender lo que su hijo le estaba diciendo. —Encontré un lugar para estudiar que es gratuito. Encima te alojan y te dan de comer. Después de un año de cursar la licenciatura en Derecho en la universidad de Huamantla, César quería imprimirle un giro a su vida y dedicarse de lleno a su verdadera vocación: la docencia. Para eso, debía mudarse de Tlaxcala —la ciudad donde vivía— 350 kilómetros al sur, a Ayotzinapa. Allí pensaba asistir a la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos para poder educar a los más pobres entre los pobres. —Pero... ¿estás seguro, hijo? —indagó Mario. —Sí, papá, es lo que me gusta —le respondió. Luego de pensarlo un rato y de discutirlo con su mujer, Mario cedió. Aunque le hizo prometer algo: “Te vas, pero me tienes que hablar por teléfono tres veces al día”. César aceptó. Con religiosidad, el joven cumplió cada día. Las llamadas fueron constantes durante más de tres meses, hasta que llegó el 26 de septiembre. Aquel viernes a las cuatro y media, César marcó a su casa y habló como de costumbre. Contó que andaba bien, adaptándose, y repasó su itinerario de la mañana. Se mostró algo preocupado por la salud de su padre. Mario no estaba bien. Tenía fiebre tifoidea, una enfermedad infecciosa producida por la bacteria salmonella, y su tono no era el de siempre. —Te oigo mal, pa. No te pongas así, pronto te voy a ir a ver —le dijo y quedó en volver a llamar a la noche. Minutos más tarde partió a la ciudad de Iguala junto a sus compañeros para recaudar fondos para la escuela. César colgó sin saber que ésa sería su última llamada.

La noche del 26 de septiembre de 2014, México mostró la cara más cruda de la violencia. Tres estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos fueron asesinados (uno de ellos, desollado vivo) y otros 43, desaparecidos. La cacería estuvo orquestada por el alcalde de Iguala, José Luis Abarca, en complicidad con la Policía Municipal, las Fuerzas Federales, el Ejército y sicarios del cártel Guerreros Unidos. La hipótesis oficial indica que la matanza fue pergeñada para evitar que los estudiantes arruinaran un acto de María de los Ángeles Pineda Villa, esposa del gobernante. Los normalistas, aquella tarde, llegaron a Huitzuco a pedir dinero y buscar medios de transporte para asistir a la marcha anual del 2 de octubre, que recuerda la Matanza de Tlatelolco. Su desembarco no pasó inadvertido. La Policía siguió sus pasos desde el inicio. Cuando se instalaron cerca de una cabina de peaje en la autopista Chilpancingo-Iguala, ya estaban vigilados. Abarca había dado una orden clara: “Los tienen cortitos y si es necesario, metan bala”. Todo trascurrió con naturalidad hasta que los estudiantes emprendieron el regreso a la escuela. Eran las 21.30 cuando los tres micros en los que viajaban fueron emboscados. Entre las calles Álvarez y Periférico Norte, dos patrullas les cerraron el camino. Los normalistas bajaron para ver qué pasaba y los fusiles AR-15 empezaron a tronar. “¡No disparen! ¡Bajen las armas! ¡No somos delincuentes, somos estudiantes!”, gritaban. Francisco Sánchez Nava, uno de los sobrevivientes, recuerda lo sucedido esa jornada: “Al principio no entendíamos qué ocurría, hasta que vimos caer al compañero Aldo Gutiérrez producto de un balazo en la cabeza. Ahí nos dimos cuenta de que estaban disparando a matar”. En esa oleada, varios jóvenes resultaron heridos y otros lograron refugiarse o escapar. Los 43, que venían en el último autobús, fueron capturados y cargados en camionetas de la Policía.


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El horror desatado por la represión convirtió a Iguala en una ciudad vacía. Comercios y bares cerraron sus puertas, en la calle no quedó un alma; los estudiantes estaban solos. Librados a su suerte, llamaron a la Normal para avisar que los estaban atacando y pidieron apoyo. A la media hora la balacera paró. Intentaron reagruparse y asistir a los heridos. Muchos estaban en shock. A primera vista, parecía que lo peor había pasado, pero todavía habría tiempo para más. Cerca de la medianoche, cuando aparecieron los medios y los jóvenes se disponían a hablar con la prensa, otra vez volvieron los disparos. “Frena una camioneta roja sin identificación, bajan unos tipos de civil, apoyados por policías, y disparan una ráfaga de metralla. Ahí le dieron a Julio César Ramírez y a Daniel Solís Gallardo”, explica Francisco, con dolor en su mirada. Aterrados, los normalistas salieron corriendo. Llegaron a un callejón sin salida. Atrás se escuchaba el silbido de las balas. “Encerrados, quisimos correr hacia otra dirección y al voltear le dieron a Edgar Vargas en la mandíbula. Lo levantamos y lo llevamos cargando. Le pedíamos a la gente que nos ayudara, pero nadie nos escuchaba. Tocábamos las puertas y nada. Llegamos a una clínica y el doctor no quiso atendernos. Le rogamos que al menos nos abriera y nos refugió. El tema es que después supimos que había llamado a los militares del Batallón 27”, cuenta. Los uniformados llegaron al lugar en 20 minutos más o menos. Entraron a los golpes y a los gritos. A algunos les pusieron el cañón en el pecho, a otros los obligaron a tirarse en el piso. “Nos sacaron celulares, carteras, todas nuestras pertenencias. Nos preguntaron nuestros nombres y nos fotografiaron uno a uno.

Nosotros les rogábamos que llamaran a una ambulancia, pero ellos no nos escuchaban. Nos decían que si éramos hombrecitos, nos aguantáramos. Que por algo estábamos ahí, que nosotros nos la habíamos buscado”, sostiene Francisco. El espanto por los asesinatos movió las estructuras de Iguala. La Comisión de Defensa de Derechos Humanos envió a diez especialistas para esclarecer lo ocurrido. A 300 policías les requisaron las armas para determinar sus responsabilidades. Cuarenta y ocho resultaron detenidos. De sus confesiones se desprendió que los 43 estudiantes fueron entregados a sicarios del cártel de Guerreros Unidos, con estrechos nexos con la familia de Pineda Villa. Según un informe de la Procuración General de la República (PGR), los “halcones” del narco ejecutaron a los normalistas, los prendieron fuego y arrojaron sus restos en bolsas al río San Juan. La noticia destapó la mugre que existe debajo de la alfombra en México: en algunas zonas, los gobernantes y los narcotraficantes son lo mismo; la narcopolítica gobierna territorios enteros. El tiempo dejó en evidencia los grises de la “versión oficial”. Para los padres, el informe de la PGR “está lleno de mentiras”. La investigación llevada a cabo por la fiscalía sostiene que los 43 fueron incinerados en un basurero de Cocula. El lugar es una hondonada perdida en el corazón de las montañas. Para llegar hay que cruzar un sinuoso camino de tierra, de espesa vegetación. No hay una sola edificación a kilómetros de distancia, tampoco testigos. Sólo pilas y pilas de basura. Allí, según la fiscalía, los sicarios levantaron, sobre un círculo de piedras, una pira de leña y neumáticos en la que acomodaron


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los cadáveres de los normalistas. El fuego, alimentado por nafta, dicen, ardió durante horas, día y noche. Pero nadie vio nada. Ni humo ni llamas. Hilda Legideño Vargas, madre de Jorge Antonio Tizapa, recuerda que esa noche llovió hasta la mañana. No lo dice directamente, pero le cuesta creer la hipótesis de la Procuración: “A nosotros, en verdad, nos da la sensación de que lo que quieren es cerrar el caso”. La versión del gobierno de Enrique Peña Nieto está apoyada en el testimonio de narcos, policías y un solo peritaje que concluyó que los restos de Alexander Mora habrían sido encontrados en el río San Juan. El Equipo Argentino de Antropología Forense, que participó de las pesquisas, aseguró en un comunicado, en febrero pasado, que no había estado presente cuando los buzos de la Marina supuestamente encontraron una bolsa con 17 restos óseos que permitieron la identificación de uno de los normalistas en el laboratorio de la Universidad de Innsbruck, en Austria. Mencionó también al menos siete fallas graves en los procedimientos e indicó que “no hay evidencia científica” para establecer que en el basurero existan restos que correspondan a los normalistas. La versión oficial no encaja. La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) ha hecho 32 observaciones. “Ésta es la más grave violación a los derechos humanos de la historia reciente”, dijo el ombudsman mexicano, Luis Raúl González Pérez. Para la CNDH, la Fiscalía no agotó todas las líneas de investigación e ignoró la posibilidad de que los jóvenes sigan con vida. A casi un año de los acontecimientos, cuestionó que no se hayan tomado testimonios de ninguno de los vecinos de Iguala,

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donde ocurrieron los hechos, ni analizado pruebas fotográficas y videos. “Lamentablemente, México es esto. En México gozamos de un Estado criminal. Aquí son constantes las desapariciones forzadas, las ejecuciones extrajudiciales, los crímenes, las fosas comunes, los vínculos con el narco, la corrupción”, enumera Francisco Sánchez Nava. Pero no se resigna ante la realidad y, como sus compañeros, promete no quedarse de brazos cruzados. “No podemos ser tan ciegos al ver cómo hay ríos de sangre, de gente humilde, de gente pobre.” La búsqueda de los normalistas obligó a todo México a posar los ojos sobre el Estado de Guerrero. En este territorio de montañas y bosques cubiertos de niebla, la muerte se mueve con libertad. Su tasa de homicidio triplica la media nacional: el año pasado se registraron allí 2100 asesinatos. En ocho meses de investigación, la PGR ha encontrado sólo en Iguala, su capital, 60 fosas comunes en las que había 129 cadáveres, todos sin relación con el caso. Excavar en estas tierras puede transformarse en un inevitable acto forense. Desde 2007 y sólo en tres Estados —Tamaulipas, Guerrero y Jalisco—, más de mil cuerpos han sido “recuperados” de estas tumbas a cielo abierto, vertederos secretos de ese poder oscuro que “levanta” personas a plena luz del día y con esa misma impunidad los desaparece. Como si la vida no valiese nada. La denominada “guerra contra el narco”, inaugurada por Felipe Calderón en 2006, arroja un saldo inaudito: 30 mil personas permanecen desaparecidas en México y 150 mil fueron asesinadas desde entonces. Christof Heyns, relator de ejecuciones extrajudiciales de las Naciones Unidas, apuntó que el gobierno federal reconoció 102.696 homicidios en el sexenio de Calderón (1426 víctimas por mes) y 47.300 en el actual gobierno de Peña Nieto (un promedio mensual de 1688). “No es posible naturalizar la muerte en un país donde hay una verdadera crisis humanitaria. El mundo debe actuar porque, de hecho, el problema central de esta crisis es que existe una participación activa y probada de las autoridades estatales y municipales”, explica el sociólogo mexicano Arturo Alvarado Mendoza, autor, entre otros libros, de El tamaño del Infierno, un estudio sobre la criminalidad en la zona metropolitana de la Ciudad de México. “Si no, ¿qué cosecha un país cuando siembra cuerpos?”, pregunta. La frase estremece. No merece respuesta. Hilda Legideño Vargas necesita algo: una prueba, unos restos, lo que sea para dejar de llorar. Por ahora, lo único que obtiene es silencio. Sin embargo es fuerte y está orgullosa de su hijo. “Jorge Antonio me ha dejado una enseñanza, eso es típico de los seres nobles. Siempre decía que iba a hacer algo para que viviéramos mejor en el futuro y lo ha logrado. Eso me alienta a seguir, porque por los hijos hacemos todo. Tanto que hasta aprendí a hablar. Antes no me daba el valor, sentía que iba a decir alguna incoherencia, pero al final acá estoy, diciendo algo verídico, que estamos sufriendo. Hemos arriesgado mucho en este camino exponiéndonos, pero no importa lo que suceda si al final encontramos la verdad. Ellos tienen que aparecer. Sé que van a aparecer. Porque vivos los llevaron y vivos los queremos, y así va a ser, estoy segura”, dice.


RASTROS

BEATS, CONURBANO, MCS MANO A MANO halabalusa #FreestyleEnClaypole #TorneoDeHipHop #GéneroEnAlza

Los aplausos y el agite verbal (ieaaa, vamoooos) retumban en la ronda de pibes. En el centro, dos guachines respiran agitados, dan bocanadas profundas inflando el pecho; un tercero se seca la boca empapada luego de tirar el beat. Los freestylers cambian sonrisas, se golpean los nudillos y se abrazan con golpes en sus torsos. Cuando se separan, uno habla. “Esto es como sagrado”, dice. “El sueño de los que vienen acá es ganar este evento.” El evento es el Halabalusa Movimiento Under, más conocido como “Encuentro Underground”, competencia independiente de freestyle que se lleva a cabo en la estación de trenes de Claypole, partido de Almirante Brown, al sur del Gran Buenos Aires.

Esta historia empezó en 2010 en un garaje del Conurbano donde tres grupos de pibes se juntaban a rapear. Eran quince novatos empecinados en rimar. De a poco se fueron sumando más. Un amigo trajo a un amigo y así la cosa, hasta que el espacio quedó chico. Por eso se mudaron a la estación del ferrocarril, que al lado tiene una zona verde donde la gente hace ejercicio y pasa el tiempo. Acordaron reunirse los domingos a la hora de la siesta porque no había mucha concurrencia. El tiempo pasó y las juntadas se hicieron competencia. A veces llegan a las trescientas cincuenta personas. El evento adquirió nombre y formato de torneo. Los freestylers del Conurbano empezaron a medirse ahí. El Halabalusa tomó dimensión de paso obligado para saber qué nivel tenía cada rapero. Dtoke, Zeke y Urbanse fueron los MCs que promovieron la movida. Hoy, cinco años más tarde, son referentes de la escena under del hip hop nacional. El primero fue campeón de la Red Bull Batalla de Gallos Argentina hace dos años; Urbanse forma parte de la reconocida crew Conexión Real y lleva editados tres discos; Zeke, por su lado, metió rimas cumbieras en el Grupo Bazooka. Pero ahora, acá, bajo el sol de un domingo de junio, está por iniciar la quinta edición del torneo que culminará dentro de seis meses consagrando a un nuevo campeón. Hasta acá los MCs que inmortalizaron sus nombres en los flyers son Nebox (2011), Antwan (2012), Klan (2013) y Noodle (2014). Para renovar la corona todavía falta. Mientras tanto, los pibes que se dispersan por el terreno preguntan

dónde inscribirse para participar. También improvisan batallas, arman rondas en las que la palabra y el beat pasan de boca en boca cuales carioca, andan en skate y toman vino de botellas de plástico cortadas. Así se espera por el arranque de una competencia que tendrá cuarenta y cinco inscriptos, de los cuales quedaran dieciséis que se cruzaran uno contra uno. En la cima quedará el que más veces triunfe. Volviendo al círculo humano de hoy, Pinky (diecisiete, cara con acné y dos capuchas cubriéndole la cabeza) sigue hablando mientras los aplausos y el agite se diluyen. “Todos queremos ganarlo. Ganar acá es como ganar el torneo argentino de fútbol.”

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El garaje donde arrancó todo queda en Rafael Calzada, en la casa de Zeke. Los tres grupos de amigos eran las crews Primera Mancha, de Calzada; Estudiantes del Asfalto, de Claypole; y Uniendo Zonas, de Florencio Varela. Ese lugar fue el punto de encuentro por unos cuatro meses. “Todo nació por la necesidad de rimar”, dice Urbanse. “Esperar a que hicieran un evento era no vernos las caras y estar sin practicar por un mes o más.” Urbanse, que tiene veintiún años y se llama José Guevara, entró en el hip hop cuando tenía trece. Empezó con el grafiti: siempre dibujó y se vio imantado por las pintadas en las paredes de su barrio. En la escuela primaria unos compañeros le hicieron escuchar rap y se fue metiendo. Nunca compitió rimando, dice que nunca le interesó el hip hop a ese nivel. “Siempre vi el Hala como un punto de encuentro y una manera de compartir lo que más nos gusta.” Por eso los primeros años estuvo involucrado en la organización. Después se fue alejando y hoy sólo va para ver a los pibes con los que parió la movida. El Hala terminó siendo el único lugar donde se encuentran todos los gestores.

En cada cita, las caras se empezaron a multiplicar. “Se nos ocurrió ese formato de torneo para darle más seriedad y motivar a los competidores”, dice Urbanse. El encuentro fue ganando prestigio. “Las caras más picantes de la escena nacional del freestyle actual se midieron y se dieron a conocer en esta plaza.” Claypole es una ciudad gris cortada por una avenida que por momentos parece ruta provincial, por otros adquiere aspecto de camino hacia el desierto y pocas veces aspira a autopista primermundista. Estamos a veintiséis kilómetros de Capital Federal, en un sitio habitado por más de 42 mil personas. Claypole es la séptima localidad en importancia de Almirante Brown. Es, también, una ciudad más en la inmensidad escabrosa del Conurbano. Un Bronx sin negros ni edificios incendiados pero con pibes enfundados en joggins que te piden un cigarrillo diciéndote “amigo”. La estación a la que llega el ferrocarril Roca en versión diesel es antigua y pequeña pero coqueta: paredes limpias con pintura nueva, carteles a estrenar, baños que se pueden usar. A sus cuatro costados

se extienden cuadras enteras de pasto y árboles. En una parte, una competencia de caballos amontona hombres de ciudad vestidos de gauchos; cruzando las vías, hay niños que discuten si armar el fulbito mirando hacia la calle o hacia el paredón. Más allá, pasando los andenes, enfrente de una terminal de colectivos y entre una arboleda que sufrió el paso del otoño, cerca de veinte pibes con ropas XL esperan: se saludan, conversan, tiran pasos de baile. Son las cuatro de la tarde y el viento cruza áspero. “Esto no arranca hasta las seis o siete”, dice uno en tono de protesta, porque a las nueve entra a trabajar en Lomas de Zamora. A su lado, apoyado sobre una pared grafiteada, está Poder, un pibe de dieciséis que viene de Longchamps. Los que están con él dicen que es un gran beatboy. Él, un flaquito que baja la mirada y se esconde en su gorra, agrega que también rapea, aunque aclara que no va a competir. Vino hasta acá para presenciar el Halabalusa y “como mucho” tirar unos beats en alguna batalla. Poder, que arrancó con el hip hop por el grafiti, es un caso ejemplo en los pibes


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que de a poco van copando este predio de Claypole. Pibes sub-18 que entraron a la cultura de la doble hache por alguna de sus cuatro ramas (MC, breakdance, beatbox y grafiti) y que terminaron desarrollándose en más de una. “Su objetivo era liberar el estilo de los jóvenes y esgrimirlo como una forma de expresión espiritual que no contaba con los capitales de las grandes empresas ni con la autorización de los poderosos, sino que estaba protegida y cifrada mediante rituales, códigos y ordenes casi monásticos”, escribió el periodista taiwanés Jeff Chang en su libro Generación Hip Hop (editado aquí por Caja Negra en 2014) sobre los comienzos del género y el surgimiento de los cuatro elementos que lo componen. Y acá, a kilómetros de distancia y décadas más tarde, estos chicos que vienen —en su mayoría— del sur del Conurbano reconstruyen esos códigos, aggiornándolos a su tiempo y lugar. “El hip hop es como ir a bailar. Los fines de semana por ahí preferís venir a cagarte de frío a la plaza antes que ir a

un boliche”, dice Poder. “Es otra forma de vivir.” Escondidos entre los árboles, cuatro pibes miran el grafiti del paredón que le pone límite a las vías: letras gordas, de forma gomosa, en colores encandilantes. Se conocieron acá el año pasado. Vienen de distintos lugares: Capital Federal, Quilmes, Temperley y Laferrere. “Siempre es así, tenemos que venir de diferentes lados”, dice AZ, el de Lafe. “Mientras vas a más competencias, más gente conocida te hacés, y sabés que en los eventos siempre a alguien vas a encontrar.” Por fin de semana hay alrededor de cinco encuentros de freestyle en el Conurbano. Tanto en el Halabalusa como en cualquier otra competencia que tiene lugar en alguna plaza o estación de tren, los pibes afianzan sus lazos. “Otra cosa buena es que ves progresar a tus amigos: capaz que un día uno que rapeaba mal viene y te gana todas las batallas”, dicen. A estos chicos, que rara vez superan los veinte, la cultura del hip hop les brinda herramientas que luego usan en sus vidas. Todos destacan el respeto dentro del ambiente. “En un boliche te pisan y no te piden perdón, acá te rozan y enseguida tenés una disculpa.” También, para hacerse fuerte en las competencias y poder improvisar con agilidad, consideran que es fundamental leer diarios, poesía y ficción. “Creo que el rap te cambia por completo. Es un género en el que la música es tan explícita que te hace conocer al intérprete al cien por cien”, dice Urbanse. Considera que el hip hop ayuda a los pibes a poner en crisis el mundo que los rodea y que las rimas disparan respuestas impensadas —y sorprendentes— hacia ese entorno.

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Cuando Pinky todavía era Alan, escuchaba mucha cumbia. “Era re fanático”, hasta que unos amigos le hicieron conocer la movida del rap. Ahí empezó a frecuentar grupos de pibes que ya tiraban sus primeras rimas. “Me enamoró todo este mundo”, dice y mira a los ojos. A pesar de que no se ve dedicándose de lleno al freestyle, todos los fines de semana sale en busca de alguna competencia y ésta es la cuarta vez que va a participar del Halabalusa. “Me crié viendo los videos de los primeros Hala”, dice. “¡Sabés lo que era después venir y competir! ¡Me moría de nervios!”


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“Si yo digo jala, ustedes dicen balusa”, grita al aire el encargado de dirigir el torneo. Entonces: —¡Jala! —¡Baluuusa! —dice como un ejercito de espartanos la multitud en círculo, en torno a un espacio vacío y a un tronco caído sobre el que están sentados los tres jurados. Son más de las seis de una tarde que ya tiene aspecto de noche. Los casi doscientos pibes que fueron llegando se amontonaron entre los árboles, como buscando reparo del frío impiadoso. En el centro, el grandote que organiza explica cómo se va a desarrollar esta fecha. Van a competir los cuarenta y cinco que están anotados. Al principio se va llevar a cabo la clasificatoria: batallas de a tres con treinta segundos cada uno para rapear. El primero que responde el llamado es el que arranca, los otros dos hacen la réplica. De esas batallas quedarán dieciséis que armarán las llaves de uno contra uno, hasta llegar a la final que consagre al ganador del día, que pasará automáticamente a ser el líder de la tabla general. “En la batalla no hay límites”, dice AZ. “Pero no siempre es necesario bardear. A veces podés responder con un ingenio zarpado y rebajás al otro, dejándolo como un gil.” Aunque lo que dice el MC de Laferrere muchas veces queda ejemplificado en los duelos, los primeros enfrentamientos están cargados de agresiones. “Viejo.” “Parecés un borracho.” “De qué país viniste.” “No es difícil entender por qué te dicen ‘Negro’”.

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Frases así desatan el estruendoso y cizañero “¡uuuhh!” de la monada. Pinky dice que “lo que pasa en la batalla, queda en la batalla” y señala con los ojos a dos MCs que acaban de competir y ahora se están abrazando. “Acá no hay rivalidad, no se pelea la gente”, dice uno que después suma que le tocó arrancar contra su amigo y que eso “es un bajón”. A este rapero de rastas, el Halabalusa 2015 le duró treinta segundos. Un bajón. —¡Vamos loco, agiten! —pide el animador entre batallas. Luego del levante, la multitud alza sus brazos y comienza a moverlos en el aire al ritmo de un “je, je, je” que sale grueso y ronco. Cuando hablábamos del contenido sobre el que se construyen las rimas, Poder me dijo que, como la Argentina es un país muy futbolero, ese deporte es un tema recurrente. Ayer la Selección perdió la final de la Copa América contra Chile y las rimas redondas citan la lesión de Di María, el penal errado por Higuaín, las supuestas piñas en el vestuario. Ninguno se mete con Messi. Más de uno convoca los huevos de Mascherano. Cada uno tiene su estilo al momento de agarrar la palabra. Están los que parece que tuvieran armado de antemano el repertorio y apenas lo modifican para adaptarlo al beat que la boca de turno escupe. Otros esperan pacientes a ver qué dice el que tienen enfrente y disparan espontáneos. Algunos hablan del barrio, otros de noticias, otros atacan con el zoom en los defectos del rival. “Al momento de rapear vos te tenés que sentir bien”, dice AZ. “Lo único que tenés que hacer es rimar, porque vos controlás lo que decís.” La ronda que forman los que todavía siguen acá ya no es tan amplia. La noche y el frío no parecen ser para todos. Los que quedan —encapuchados y con las manos en los bolsillos— dirigen sus ojos al centro. La medianoche se acerca y el foco está puesto en Pinky. Es uno de los protagonistas de la final del día uno. Enfrente está Nahuelín, un morocho de gorra y pelo atado con colita. Poder tira los beats. El último agite, pide el animador. —¡Jala! —¡Baluuusa! Piedra, papel o tijera. Así se decide quién arranca. Las tijeras de Pinky cortan el papel de Nahuelín, que empieza a rapear.

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Se mueve al ritmo del beat y señala con los brazos a su contrincante. Tira rimas hablando de sí mismo hasta que larga el primer hachazo: “A éste le dicen delantero bueno, porque siempre busca la punta”. Así inicia un derrotero incipiente de ataques verbales que acompaña acercándose más y más a Pinky. Éste, con las manos en los bolsillos y un gesto imperturbable, apenas lo mira. El minuto de Nahuelín se diluye como la potencia de sus frases, que se cargan de insultos. El arranque de Pinky es arrasador. Una frase le basta para atacar: “Te dejo como un difunto”. Después tiene tiempo para hablar de la competencia y reducir a su rival diciendo que “quería rapear con gente de nivel, por eso vine al Halabalusa, no con un guacho que me lo cruzo y lo pateo”. Y lo liquida con “era un minuto y no me duraste ni cuarenta”. Cierra, arrogante: “Yo tengo buen hip hop así que tomá esto”. Tiempo. Corte y le toca salir a Pinky. Rapea rápido. Agarra ritmo. Se mueve al son de sus rimas, se queda sin aire, retoma, se tilda de genial, ataca, se eleva. Se le consume el minuto como llama al viento. Nahuelín sale con todo. Dispara una batería de rimas en tempo medio que retoman cada punto de Pinky. Tira frases que prenden en el público y sacan una sonrisa sincera en su rival. Rapea sin detenerse ni ahogarse y hasta se da el privilegio de chocar las manos con su competidor. Si no fuera por el “tiempoooo” que pone final a su set, seguiría. La decisión del jurado: uno dicta empate, otro Pinky, otro Nahuelín. Hay réplica. Cuarenta segundos para cado uno y de nuevo le toca comenzar a Nahuelín. Se lo nota confiado. Larga un ataque tras otro. Los escupe con rapidez, los pega hábilmente, y remata “éste se la da de polenta pero le empiezan a temblar las rodillas”. “Demuestro que soy veneno, yo soy un soldado de Malvinas, porque para la historia voy a ser eterno”, arremete Pinky, de una. “Yo pienso ganar y en la Selección soy un champion A”, sigue. Larga algunos rodeos para clausurar la primera fecha del Halabalusa 2015 con un verso que cae como veredicto: “Cuando yo hago hip hop, él hace silencio y yo mucho ruido”.


ANECDOTARIO

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El día que conocí a Ioshua yo ya sabía quién era. Estábamos en Posadas, Misiones, participando de un festival llamado Erica (Encuentro de Revistas Independientes y Comunicación Alternativa). Era noviembre de 2009. No hacía mucho, habíamos publicado el primer libro de Ioshua: Pija Birra Faso, en Ataque Emocional al Sistema Capitalista. Es más, técnicamente había sido parte del nacimiento de ese “subsello”, todo por idea de Grau. Debo admitirlo: tuvo que hacer mucho para convencerme de las razones para editar un libro con ese título, que más allá de reivindicar un lenguaje explícitamente gay y de registro “cabeza” (palabra-plaga que había logrado que dejáramos de pensar en la estigmatización que significaba) yo no sentía que hiciera mucho. Visto ahora en perspectiva, el papel de ese libro fue histórico. Con Ioshua teníamos una relación de respeto pero de distancia. A pesar de la salida del libro todavía no nos considerábamos amigos. Entonces llegaría el día: viajando en colectivo, en un viaje larguísimo de Buenos Aires a Posadas, compartiendo asientos. No faltó tema de charla, no hubo colega del under que no destruyéramos con rumores, malicia y mucho humor. Ioshua cuando quería podía ser una tía en una peluquería, le encantaba agitar rumores para boludear un rato. Después de horas de bondi y de armar la feria bajo el sol asesino de Misiones, cortamos al mediodía y el grupo decidió ir en procesión a un comedor popular donde se comía extremadamente barato. Caminamos desde el centro de Posadas hasta las afueras, siempre charlando, cargando cosas, con un hambre tremenda y un ca-

lor peor. Seguíamos en nuestra comedia y cuando llegamos al comedor, tragedia: el único plato que servían era polenta. Hacía 40 grados a la sombra y habíamos transpirado 50 cuadras para enfrentarnos con una polenta hirviente. Nos miramos dos segundos, miramos al grupo, y Ioshua expresó el clamor popular como nadie: “Nos vamos a la mierda, ¿no?”. Cincuenta cuadras después, estábamos de nuevo él y yo en el centro, comiendo unas empanadas y puteando, como dos burgueses nenes de mamá, al comedor en el que había más de cien personas derritiéndose con polenta en la garganta. Esta estupidez fue mi primera anécdota con Ioshua como amigo. Él era sumamente lúcido y yo —que pensaba que ese pibe de gorra de sus textos, estereotipado, sí, pero también ensalzado, ubicado en un lugar de identidad a kilómetros de la estigmatización: era él y ahí terminaba todo— vi cómo mis prejuicios se desvanecían en el rostro de un hombre que te hablaba de crust o de

electrónica de culto, que te mencionaba autores de todos los continentes y de todas las épocas, que escribía, dibujaba, componía, diseñaba, agitaba proyectos propios y ajenos, viajaba, recomendaba artistas, producía... Culo inquieto como nadie. Duele hoy ver las necrológicas de un amigo en las que se habla más de su espalda o de su salud sexual que de su obra. Ioshua con bastón, con la espalda comida por un cáncer de médula, después de haber sobrevivido a dos semanas de dolor puro, se juntaba para hablar de eventos, proyectos, te quería vender su nuevo libro como un futuro éxito, te jodía, te sacaba el pellejo como nadie, se te cagaba de risa en la cara... Él eligió recluirse cuando sintió el frío final. Me duele cuando se dice que Ioshua murió solo, sin ayuda. Todos morimos solos, amigos. La ayuda es la de la muerte, que nos saca de este mundo cuando ya no podemos más. * Poeta y editor de Nulú Bonsai Editora



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COMO SOLISTA O EN BANDA, ESTE MÚSICO DE 29 AÑOS TIENE UNA MISIÓN: VINDICAR LA POTENCIA FESTIVA DE LA CANCIÓN. UNA CANCIÓN EN LA QUE LATE LO “ESPIRITUAL”, LO ENERGÉTICO, Y QUE ABUNDARÁ EN EL DISCO DEBUT DE LOS TREMENDOS. DE LOS SUBTES A LOS ESCENARIOS, DE CHERNO A HIGO CHUMBO, DEL LEGADO FAMILIAR AL “HÁGALO USTED MISMO”, AQUÍ LA HISTORIA DE CÓMO FUE HACIENDO A UN LADO EL “PERSONAJE DE NENE”.


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La palabra “HACER” (así, en mayúscula y negrita) es esencial en la cosmogonía del músico Ivo Ferrer. HACER es su verbo y acción fundamental. Término clave en su cuerpo y espíritu. “La acción siempre genera cosas. La idea más copada, si no se lleva a cabo, es la nada misma; la nada en potencia es nada”, sostiene, efusivo. “Si esperaba aprender cine antes de hacer Musiquita en la cocina, el proyecto nacía en cuatro años y por ahí sin errores técnicos. O por ahí, nunca”, cree. Y afirma: “Mi búsqueda no es técnica. Obvio que lo técnico llega y enriquece, pero mi búsqueda es estética, siempre”. Así ha realizado un impensado trayecto, desde grabar en su casa hasta hacerlo en un estudio con uno de los productores emergentes más reconocidos. A su vez, su sonido evolucionó gradualmente: de zapar con una guitarra o un charango a liderar una banda de ocho músicos. “Ahora, a diferencia de los ‘90, se está valorando más la composición que el sonido. Al ser tan accesible conseguir un sonido copado, ahora es necesario proponer algo diferente. No tiene trascendencia si proponés algo que ya está dando vueltas”, le decía a NAN en octubre de 2013. Ivo tiene un aspecto aniñado y un poco caricaturesco que lo hace entrañable. Quizá su bigote finito dividido en el centro, un poco cómico, o tal vez sus dientes separados. Es a la vez un tipo muy sociable, con mucha facilidad para hacerse amigo. Cuando toca en vivo es lúdico, con una misión: vindicar la potencia festiva de la canción. En sus canciones

A principios de 2013, la pequeña orquesta de canciones Julio & Agosto fundó Monqui Albino, sello discográfico de gestión colectiva inspirado en los indies Fuego Amigo Discos y Laptra. “En la práctica funciona como un espacio para compartir información, organizar festivales y armar proyectos”, explica Migue Canevari, guitarra, voz y ukelele de J&A. “Entre muchos, todo es más realizable”, remarca, como un mantra, Canevari, también artista plástico. Por lo pronto, el catálogo, que

también late lo “espiritual”, lo energético. Supo flashear con el reiki. Leyó a Carlos Castaneda, autor del popular Las enseñanzas de Don Juan, atraído por su cosmovisión esotérica. Nunca se queda quieto en la misma baldosa: distintos proyectos y bandas lo llevan de un lado a otro. También es un gourmet: en la segunda entrevista nos cocina un pollo a la crema con papas rústicas. Todo muy rico. Hoy este músico de 29 años prepara la salida del disco debut de Los Tremendos y escribe las canciones de un próximo LP. —Desde los quince hago música. No me imagino sin hacer música. Pasé unos años sin tocar en vivo y sentí que la necesitaba mucho. Es parte de uno. Es una parte importante de mi vida. Iván Ferrer nació el 3 de junio de 1986 en la Maternidad Sardá, mientras la Selección argentina iba por su segunda Copa del Mundo, bajo la batuta de Diego Maradona. A los cuatro años, su familia se mudaba a José Mármol, partido de Almirante Brown, en el sur de Conurbano. Allí vivió su infancia y adolescencia, y forjó su personalidad. La música es un asunto familiar. Su papá, Guillermo, toca el chelo y su mamá, Flavia, estudió el mismo instrumento en el conservatorio Manuel de Falla. Allí se flecharon. Así, entre partituras. En su árbol genealógico musical aparecen sus dos abuelos. El abuelo paterno tocaba la guitarra, el contrabajo y el legüero. Con él, Ivo aprendió a darle al bombo a los siete

se destaca por su inconfundible sabor a instrumentación electroacústica, ya cuenta con 17 discos y un compilado. El sello tiene el respaldo de Recalculando, programa para el desarrollo y profesionalización de la música emergente del Ministerio de Cultura nacional. Siempre atento a dar cabida a grupos emergentes, Monqui Albino es gestionado, además, por Los Tremendos, Los Mutantes del Paraná, Pequeña Orquesta de Trovadores, Cumbia Club La Maribel, El Violinista del Amor & Los Pibes que Miraban, Las Fuleras, Los del Club, Persona, Máscara Barahúnda y Los Niños. Juntos buscan abrirse paso.

años. El abuelo materno tocaba el piano. Y una bisabuela fue concertista. En otra rama, su tía Livia fue multiinstrumentista, militante de Cultura Viva Comunitaria y una de las impulsoras del centro cultural IMPA. “Ella estaba muy plantada en la autogestión y en llevar la música a lugares donde no era fácil llegar”, destaca Ivo. En la última década, había trabajado en Cuartel Quinto, un barrio muy pobre en el límite entre Moreno y José C. Paz, en el oeste del Gran Buenos Aires. Sus padres siempre lo apoyaron. Cuando tenía doce, Guillermo le regaló un redoblante para que lo acompañase a tocar. Tres años después, le compró una batería y llegaron las clases con tres profesores en simultáneo. Con uno aprendía lo básico; con otro, percusión clásica; y con el tercero, jazz. De ahí a tocar en bandas no hubo más que un paso. Él quería tocar una y otra vez. Por entonces, le dio a los parches en un grupo hardcore, en otro pop y en otro que sintetizaba electrónica con reggae.


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Hijo de una familia atea, nunca tuvo una educación religiosa. No fue a una iglesia o templo, no sabía rezar. Pero a los quince fue durante un tiempo a una iglesia evangélica alemana para aprender a tocar la trompeta. “Por diez pesos mensuales te prestaban una trompeta y te daban clases teóricas y prácticas. Había un coro y ahí tocábamos todos, los que sabían y los que no. Era muuuy bueno eso. Dejé cuando empecé a salir, porque estaba bueno salir”, ríe. Por entonces, atravesaba por primera vez el portón negro de Estados Unidos 1234, Cemento, el semillero del rock. Por entonces también se la jugó por Cherno, banda punk hardcore. Tuvieron un éxito relativo. “Tocamos mucho con El Otro Yo y Smitten en zona sur, el oeste, en la costa”, recuerda. Incluso en uno de los primeros Turdera Fest junto con Michael Mike. Pero la banda cayó a mediados de 2009, cuando él tenía 23 años y preparaban el disco debut producido por Ray Fajardo, por entonces baterista de EOY,

actual Jauría. Y lo mismo sucedió, por un tiempo, con Ivo. Cayó. De repente, no estaba tocando en ninguna banda; tampoco se sentía cómodo en grupos ya armados. Fue momento de arrancar de cero. De vacaciones con sus amigos, aprendió a tocar la guitarra y comenzó a componer sus primeras canciones. Las escribía a su exnovia, que lo acababa de dejar. Las canciones iban desde la alegría, con un lugar especial para el humor, para el bajón de los perdedores. Como en “Parece que no”: Me hice este corte de pelo/ para ver si por ahí, tal vez,/ vos podías de mí gustar./ Pero parece que no./ (...) Qué triste, tremendo, esto es un bajón./ Te pasé discos y datas copadas,/ y te conté en los lugares que toqué./ Empecé a salir a correr a la mañana,/ a escuchar a Sebastian & Belle./ Me bloqueaste en Facebook y en el celu./ Dijiste algo de una orden judicial./ Igual, como ves, yo te sigo cantando,/ aunque de mí no gustas.

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Bajo el asfalto, volvió. Allí, en la ciudad que no escuchamos, entre raperos, guitarreos andinos, mimos, vendedores ambulantes. “Tenía una fecha en un teatro de Adrogué y quería sacarme el miedo de tocar solo ante público, así que me tiré el lance en el subte. Igual antes tenía que romper un montón de prejuicios sobre cómo la gente lo iba a tomar”, dice. Comenzó a tocar en los andenes de la estación Tribunales de la Línea D, luego de cada clase de canto en el Teatro San Martín. Después siguió en los trenes del Roca. Fue tocar, tocar, tocar. Lo poco que ganaba en un call center tuvo algo que ver. En paralelo, trabajaba en el estudio de traducción de su abuela Nicoletta, donde actualmente vive. En las paredes blancas del departamento pueden verse fotos de ella tomadas por el fotógrafo Pedro Luis Raota (1934-1986), con sus composiciones de luces dramáticas. Al poco tiempo, Ivo comenzaría el traductorado público de italiano en la UBA. Antes había ganado una beca para estudiar idioma dos años

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Tomi_Lebrero_músico.doc Hace ya casi cinco años fui a tocar a una suerte de pub en Adrogué. Era un jueves de invierno y para colmo estaba lluvioso; es decir, había muy poca gente. La productora me había comentado que había un pibe de la zona, de nombre Ivo Ferrer, que quería tocar unos temas y que se copaba con mi música. ¡Claro, me cayó bien que se copase con lo que yo estaba haciendo! Pero me llamaron la atención esas cuatro sílabas: I-vo Fe-rrer. Me parecía un nombre genial para un artista. Asentí para que tocara. Al verlo me di cuenta rápido de que era un buen músico y sobre todo pude percibir una suerte de sed tan necesaria para los que intentamos salir adelante con las canciones. Esa sed que se traduce en una obsesión que no destruye las cosas, sino que busca en lo oculto, en lo secreto, algo que ascienda para que la luz lo configure. Hoy lo considero un amigo, un colega, y me pone muy contento que esté dando pasos firmes en la música, porque trabaja mucho para que suceda.


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Loreta_Neira_Ocampo.doc “Siento el poder en mi interior. Siento el poder del rayo sagrado. Todo se llena de color con el poder del rayo sagrado.” Con estas palabras comienza la canción que le da el título al primer disco de Los Tremendos, banda que desde hace un tiempo a esta parte dejó de ser el simple acompañamiento del proyecto de Ivo Ferrer para convertirse en un solo bloque fuerte y unificado, que todos sus integrantes sienten como propio. Con Juanito El Cantor como productor, la banda de ocho integrantes que cantan con la misma potente energía tanto al universo como a las relaciones interpersonales ha estado trabajando en El poder del rayo sagrado desde diciembre del año pasado en el estudio Sale La Luna. Con el foco en el ensamble de los variados elementos y voces, Los Tremendos y su productor se preocupan asimismo por no dejar de lado la magia caótica que surge de la mezcolanza de las diversas personalidades musicales. “Juanito siempre nos potenció mucho y nunca dio vuelta las canciones. Le interesaba potenciar el brillo de cada uno. Cerraba los ojos, escuchaba y nos daba indicaciones que servían mucho. Aprendimos mucho trabajando con él”, afirma Romina Pofcher, corista de Los Tremendos desde agosto de 2013. Fue cuando Ivo decidió llamar a algunos de sus amigos con el fin de preparar sus canciones en formato banda para el show de apertura del recital de Marcelo Ezquiaga en el ND/Ateneo. “Cuando Ivo me convocó me dijo que era para una fecha sola, y acá estamos por sacar un disco”, relata el baterista Martín Rulli, integrante también de Raggazas. “Éramos 12”, acota Romi, y nos preguntamos qué pasó con los demás. La vóragine de los ires y venires de personajes que han pasado por Los Tremendos no deja de ser interesante de conocer, pero los chicos no profundizan más que en el hecho de que los ocho que son ahora están porque así debía ser. Si bien las canciones que componen el disco fueron escritas por Ferrer (a excepción de una, escrita por Manu Cáreter, bandoneonista de Los Tremendos y de Leo García, y bajista de Los Cáreters), los

demás integrantes de la banda dicen sentir los temas como suyos, como si de cada uno hubiesen surgido las ganas y la emoción de escribirlos y mostrarlos con ímpetu y orgullo. No parece existir para ellos la idea de la competitividad entre bandas o el miedo a que no guste lo que hacen, pues Ivo y sus amigos tienen claro que la música que suena cuando están saltando sobre el escenario los enciende, atraviesa y encanta. Y eso basta. “Cuidamos mucho lo musical y no nos achicamos ante nada porque vamos adonde sea con la nuestra. Tocamos después de una banda que esta buenísima y está todo bien, no hay ningún tipo de envidia, porque nos gusta lo que hacemos y creemos en eso”, continúa comentando Martín, quien conoce a Ivo desde hace casi diez años, cuando ambos participaban de la movida hardcore punk de Zona Sur. Cuando se habla de Los Tremendos parece imposible no hacer alusión a la energía que desborda y contagia; energía que gracias a su luminosidad encandilante regala un toque fresco a una ciudad que muchas veces atropella por su pesimismo y el nunca bien ponderado “deber ser”. “La energía de Los Tremendos no se encuentra todos los días. Tienen una onda que no está tan pendiente de esas apariencias y ese estilo ya agotado del músico de rock en una pose y siempre saliendo lindo en las fotos. Ellos son una generación de músicos que quizá en otra época representaba Massacre o Fun People; bandas que tienen que ver con algo muy genuino y también muy familiar”, comenta Juanito El Cantor. Sin pretender desatender el tema musical, Los Tremendos parecen tener algo que va más allá del mero sonar. Tienen ganas de construir, de hacer bien, de compartir las caricias y el abrazo que se dan entre amigos o las sonrisas que salen entre desconocidos en el tren. Tienen un poder interior que busca llenar todo de color. Y siempre es un objetivo cumplido.

en Italia. Ya graduado, espera el título. Más tarde se sumó Joel Fiorire, cantante de Ragazzas, y pintó dúo de covers ochentosos, con guitarra y charango, en versiones levemente punk y en español: un tema de Erasure, otro de Depeche Mode y uno The Cure, “Boys don’t cry”. Se bautizaron Madre e Hija. Arriba de los subtes y del Roca, giraron por la Ciudad de Buenos Aires y Zona Sur. Fueron seis meses, tres veces por semana de 18 a 22. Terminaban con la garganta “a la miseria”, pinta Ivo. A la distancia, Joel dice: “Nos fogueó un montón. Público nuevo todo el tiempo. En cada vagón había de 80 a 100 personas que no te conocían. Todo eso nos forjó una actitud para romperla ante el público.” Siempre bajo la ley de la gorra. —Aprendimos a pasarla. Nos iba muy bien. Sacaba lo mismo que en el call center. Al principio, algunos vendedores nos amenazaron con rompernos los instrumentos. Pero fuimos aprendiendo los códigos de la calle. Por ejemplo, en qué vagón subirte; si arrancás en el medio y viene alguien de uno anterior se pudre todo: te esperan en la estación siguiente y te ponen los puntos. Siempre se empieza desde el primer vagón. O si pasan chicos tenés que dejar de tocar. Más que nada eso. Se conocieron en 2004 durante los recitales que compartían Cherno y Ragazzas, que en abril pasado presentó su último disco, Amor o muerte. Una vez, Ivo estuvo tras los parches de Ragazzas: fue en una fecha compartida con Cadena Perpetua en Quilmes. No tardó en llegar una chance de la mano de Tomi Lebrero, tras una fecha en La Sala Bar, en Adrogué. El bandoneonista y guitarrista invitó a Ivo a su taller de canciones. Y terminó tocando la batería en el ensamble de Lebrero, El Puchero Misterioso. En una de las tantas fechas con Lebrero conoció El Pacha, la casona anónima de los chasquidos de Pasaje Argañaráz, semillero del under. Por sus noches han pasado Rosario Bléfari, Pablo Dacal, Flopa, Sebakis, Leo Oyola y Juan Diego Incardona, entre otros músicos y poetas. Entre cazuelas, pizzas y frascos-vasos, se enredan ciclos de lecturas con música, siempre en formato acústico. —El Pacha me cambió la vida. Hay muchos artistas que se presentan por primera vez. Es un lugar de experimentación, como Circuito Cerrado en El Emergente. Des-


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pués de cualquier evento, siempre queda el micrófono abierto. Me había sumado a un ciclo y todos los domingos flashaba un montón de cosas. Uno de esos domingos aparecieron Nico Canedo y Nahue Briones, y me dijeron que yo me lo estaba tomando “todo muy jipi”. Ese día me dije “voy a grabar un disco”. Grabé tres EP caseros. Tener un material te abre un montón de puertas, así sea casero. Empecé a tocar mucho más. En 2012 toqué más de 100 veces y aprendí a hacerlo mejor en vivo. Toqué por Zona Sur, Capital, Campana, La Plata. Tenía dos trabajos, tocaba seguido y no dormía mucho. Cero jipi —se ríe. Otro hecho bisagra para él fue asistir a una ronda de canciones en Ultra Bar que reunió a cancionistas como Pablo Dacal, Lucio Mantel, Pablo Krantz, Juan Ravioli y Juanito El Cantor. En setiembre de 2013, Ivo sacó un cuarto EP, Aunque ya esté grande aún quiero ser astronauta, un disco con cuatro canciones atravesadas por la emoción de la libertad mental que se goza cuando se es pequeño. El tema “Creo que me está gustando” fue incluido en el volumen 4 de Música Sin Fines de Lucro, compilado que el cantautor Lisandro Aristimuño selecciona a partir de su gusto personal. —La parte inocente cada vez me gusta menos. Me hace ruido. Me cansé de ser inocente. Creo que uno va creando algunos personajes, a través de las letras. De hecho, Cuando sea grande quiero ser astronauta refleja eso: un espíritu de jóvenes por siempre. Ahora estoy en una banda. El personaje de nene que por ahí encarnaba antes ya no está más, porque las identidades pueden ir mutando, porque uno va identificándose más o menos con ciertas cosas y simplemente ya no me siento igual que hace un par de años. Un mes antes, Ivo decidió llamar a diez amigos para preparar sus canciones en formato banda para telonear un recital de Marcelo Ezquiaga en el ND/Ateneo. Antes, un show sorpresa en el Foro de Revistas Culturales, de Arecia, en la Manzana de las Luces, para probar. Siguieron más fechas. Habían nacido Ivo Ferrer & Los Tremendos, pero desde 2014 son sólo Los Tremendos. Con la actual formación, tocaron en el Konex y Café Vinilo, entre otros escenarios. Y están a poco de lanzar su primer disco, El poder del rayo sagrado, bajo la producción de Juanito El Cantor, apodo de Juan Ignacio Serrano, productor

Nahuel_Gómez.doc Lo primero que sorprende al ingresar al departamento de Ivo Ferrer es un living con aires de sala de espera: tres sillas de oficina montadas en hilera, un sillón y una mesa ratona con libros. “Esperame acá”, le dice el anfitrión a este cronista un segundo antes de cerrar la puerta de su cocina. Es que se está preparando para lo que será una nueva jornada de grabación de Musiquita en la cocina, el ciclo de videos musicales que viene registrando entre ollas y sartenes desde hace casi un año. Sol Marianela, Julián Oroz, Juan Niño, León Rogani, Juanchy Manchy, Lucio Mantel, Daiana Leonelli y Javi Punga son algunos de los músicos que se pueden escuchar en el canal de YouTube de MELC. Tocando, todos ellos, en formato acústico.

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Facundo Galli, cantautor y amigo de Ivo, fue el primer artista en participar en lo que, con el tiempo, se llamaría Musiquita en la cocina. Ferrer tuvo la idea de filmarlo mientras tocaba, sin ninguna intención más que tener un registro de la visita de su amigo. Al día siguiente miró con detenimiento el material que le había quedado y se entusiasmó: al rato ya estaba creando una cuenta en YouTube, una fanpage, vislumbrando un sitio web y contactándose con una decena de músicos para que participasen. Con el tiempo fueron llegando conocidos, amigos de amigos o sólo artistas del under interesados en ser registrados. Cada 15 días un músico visita su casa y casi con la misma periodicidad Ferrer sube los videos a Internet. Hasta el momento, van poco más de cien videos. “El disco de mi computadora no puede más, pero me encanta hacer esto”, confiesa, al mismo tiempo que hace un llamado a la solidaridad para que alguien le preste un disco externo.

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Manu_Cáreter_músico.doc A las pocas horas de conocer a Ivo, parecía que era desde chiquitos. Creo que él genera eso en la gente: una especie de confianza que hace que te sientas muy cómodo con todo lo que compar-

tís. Como gestor, me parece un tipo que tiene las ideas bastante claras; alguien que sabe lo que quiere para sus proyectos y los lleva a cabo con esa dirección. A mí siempre me gustaron sus canciones y cómo toca la guitarra, y laburar con él en Los Tremendos tiene un poco de amistad, un poco de claridad y otro poco de una linda manera de encarar la música.


cara

de Tototomás, Miss Bolivia y Gustavo Cordera, entre otros. Hoy, el ex baterista de Cherno explora otras facetas y géneros, y enfoca parte de sus múltiples energías en Higo Chumbo, banda experimental en la que toca la bata, mientras Julián Oroz (bombo), Manu Cáreter (bandoneón), Benito Malacalza (guitarra) y Fran Cianfagna (voz) realizan magias instrumentales de toda índole. “Me gusta ir experimentando distintas cosas. Si bien hay algunos textos, con Higo Chumbo hacemos algo más bien instrumental. Me parece que está bueno porque venimos pasando por un momento en el que la canción está súper explotada y creo que está genial darle un aire, un respiro”, sostiene Ivo, luego de caer en la conclusión de que no le pesa desapegarse de los proyectos si es para conocer, aprender y emprender algo nuevo. Recuerda que en su cuarto tiene Retromanía, el ensayo de Simon Reynolds sobre la cultura pop. Nos lee la definición de hipster: “Es un término que se refiere a alguien que está atento a la moda y plenamente consciente de las últimas tendencias. Desde el movimiento beatnik en adelante se considera hipster a aquel bohemio que se margina respecto al american way of life, respecto a los fetiches culturales del momento”. Remata: “Ya fue, todos somos hipsters”. La libertad de acción musical que intenta privilegiar Ivo en sus creaciones radica en su postura de no conferirle a su arte una responsabilidad económica. “Tengo muchos pares que tienen que luchar contra sus familias porque tienen que reafirmar todo el tiempo que lo que quieren hacer es música. A mi profesión la encontré y es ser traductor, entonces no pongo tantas expectativas del tipo ‘quiero vivir exclusivamente de la música’. Lo veo de una forma más tranqui. Me relaciono de una manera más libre con el arte. No tengo presión en ese sentido.” De todas maneras, Ivo admite sentir una responsabilidad al hacer canciones. Por eso no siente atracción, en la actualidad, por mostrar letras que reflejen un lado más oscuro y triste de su personalidad. “Una vez, una amiga italiana fue a escucharme cantar y me dijo ‘si vos seguís haciendo canciones tan tristes, yo no vengo más’. También me dijo que la mú-

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sica le parecía que era más para disfrutar, para bailar. Tenía razón. En vez de volver a conectarte con el dolor cada vez que tocás, es mejor conectarse con algo lindo y poder compartirlo.” Para el alma máter de Los Tremendos, el mensaje que se transmite en una canción es una mirada específica y personal que uno expone y da a conocer a otros. El observar a gente en espacios grandes o pequeños cantar canciones que fueron escritas por él significa eso: poner palabras en bocas ajenas. Para él, sólo se debe hacer si es de manera responsable y consciente. Las canciones más bien íntimas Ivo prefiere guardárselas para él, tanto por el pudor que le nace al exponer demasiado su vida privada como también porque afirma que ese tipo de canciones cumple su ciclo velozmente. Sin embargo, no significa que las deje guardadas para siempre en el baúl de los recuerdos. Dice volver a ellas cada tanto para verse a distancia. “Me gusta escuchar también

cosas que ya no me van y encontrarles el encanto. No para reproducirlo, sino para ver de dónde salió, para aprender. Lo que hago ahora también responde a algo que salió antes y entonces está bueno ver qué es lo que hacía. Pero cada cosa tiene que estar ordenada, porque lo que ya fue, ya fue, y no voy a estar forzándolo a volver.” Todos cambiamos, no hay duda de eso. Los ritmos nuevos que flotan en el aire impulsan a crear cosas nuevas. Como bien dice Juanito El Cantor al hablar de Ivo: gracias a gente como él la cultura independiente está gozando de buena salud. Las canciones que azotan dulcemente nuestros oídos nos reúnen para cantarlas a viva voz y bailar livianos por las calles. De cada baldosa floja salen gotas de bella realidad sobre los disfraces que llevamos tantas veces puestos. Ivo Ferrer le dice basta a la música empaquetada y esboza lo que le parece auténtico. Su gestión y su música hablan por él, y esa palabra, HACER, no se quiebra.


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Juanito_El_Cantor_productor.doc ¿Cómo definir lo que hacen Los Tremendos? Lo primero que se me viene a la mente es hablar de un punk feliz. Me llama mucho la atención la energía que tienen como banda, es una cosa muy contagiosa. Ivo viene del punk y creo que algunos de los otros chicos también, y eso se siente. Al mismo tiempo, se mezcla con una impronta muy positiva y la cuota femenina, y no hablo sólo de Romina y Daiana sino de los chicos, que también tienen un costado femenino muy fuerte. Los Tremendos son una banda con mucha energía. Si bien todos tienen algo muy fuerte para aportar, me parece que el origen radica en esta pulsión vital de Ivo que es muy potente y sale a flote sin necesidad de trabajarla. Sale como algo natural, algo espontáneo que suma mucho porque lo primero que creo que tiene

que haber para hacer un disco es buena energía de trabajo y mucha voluntad. Esa es la clave. Durante el proceso de producción del disco, llamó mi atención lo positivo de las letras. Me parece que tiene que ver con la energía de niño que tiene Ivo, que me gusta mucho personalmente. Hay una imagen, del otro costado, que es la de ese músico que sufre y que es víctima siempre y que habla sólo desde el dolor, y eso ya no me parece atractivo. Es novedoso que en una banda del under exista tanta carga positiva. El rol del productor lo emparento mucho con el de padre. Tengo hijas chiquitas y a la hora de acompañarlas en su crecimiento creo que lo que uno tiene que hacer es estar ahí para cuidar que no hagan nada que les pueda hacer daño y, en los momentos en que necesiten un empujoncito, dárselos. Ser productor es ser una especie de enemigo de la banda, en el sentido de que es una voz externa que puede poner en duda lo que los chicos

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están haciendo y eso hace que la banda se fortalezca mucho. Ivo siempre escucha, atento. Está en él y en su sentir el tomar o no tomar sugerencias; pero en general las toma muy bien. Ivo es encantador. Muchas veces hablo con él y me dice que está en crisis. Tiene muchas crisis, pero no es para nada una persona tóxica. Si está en crisis lo vive y lo manifiesta, lo comparte. A la vez, lo veo metido en una movida, gestándola, y para mí eso es salud cultural. Hay una película que se llama Mondo Vino, que habla sobre vinos, sobre cómo cuando un crítico de vinos juzga bien a uno es porque fue producido por un productor que aconseja cómo hacerlos. Eso deriva en que un vino levante su precio. Terminan siendo todos los vinos muy parecidos, menos los que no están dentro de eso. Creo que el camino más valioso es salirse de ese estándar, porque ahí es donde verdaderamente estás construyendo algo diferente. Los Tremendos están en eso. Matías_Pozzi.jpg


ZOOM

“ME DISFRAZARÍA DE VAMPIRA PARA SIEMPRE” mariana enriquez Tomás_Ballefín_Benites.jpg


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Mariana Enriquez nació en Buenos Aires en 1973. Es periodista y escritora. Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, es subeditora del suplemento Radar de Página/12. Trabajó también en las revistas TXT, La Mano y El Guardián. Es columnista del programa Gente de a pie, por Radio Nacional. Fue jurado en concursos literarios y dictó talleres de escritura. De siete, su libro más reciente es La hermana menor, una biografía de Silvina Ocampo.

—¿CUÁNDO FUISTE MÁS FELIZ?

—¿CUÁL ES LA PROFESIÓN QUE MÁS

—En un concierto de Bruce Springsteen (GEBA, primavera de 2013), en New Orleans en 2012, en cada restorán de Lima y hace dos años en un cementerio —y en una cabaña— de Saldungaray.

DESPRECIÁS? —¿DE QUIÉN O QUÉ TE DISFRAZARÍAS

—¿CUÁL ES TU MAYOR TEMOR?

—¿CUÁL ES TU HÁBITO MÁS DESAGRA-

—Las enfermedades dolorosas.

DABLE?

—SI FUESE COSA DE UNA VEZ Y PARA

—La impuntualidad y la descortesía.

SIEMPRE, ¿A QUÉ LUGAR Y ÉPOCA

—Cualquier grado militar. PARA SIEMPRE?

—¿CUÁL ES EL PEOR TRABAJO QUE

—De vampira.

TUVISTE?

—Periodista de Sociedad.

—¿CUÁL ES TU RECUERDO MÁS TEM-

VIAJARÍAS?

—New Orleans desde los años ‘40 hasta hoy, Londres 1870-1900.

PRANO?

—¿CUÁL ES EL PLACER DEL QUE MÁS

—Mi madre retándome, diciendo “¿por qué no querés salir?”.

TE ARREPENTÍS?

—¿CUÁL ES EL RASGO QUE MÁS DE-

—¿QUÉ LES DEBÉS A TUS PADRES?

—Mirando tele.

PLORÁS DE VOS MISMA?

—Nunca pretendieron que fuera una mujercita convencional; nunca pidieron nietos ni recato.

—¿QUÉ TAN SEGUIDO TENÉS SEXO?

—Navegar la web por nada. —¿CÓMO TE RELAJÁS?

—La autocompasión. —¿QUÉ RASGO DEPLORÁS EN LOS

—Depende. A veces mucho, a veces nada. No soy regular.

OTROS?

—¿A QUIÉN TE GUSTARÍA PEDIRLE PER-

—El narcisismo.

DÓN? ¿POR QUÉ?

—¿CUÁL FUE LA VEZ QUE MÁS CERCA

—Ahora mismo a nadie en particular.

ESTUVISTE DE LA MUERTE?

—¿CUÁL FUE LA SITUACIÓN MÁS VERGONZOSA QUE VIVISTE?

—¿CÓMO SE SIENTE EL AMOR?

—Un rechazo particularmente ridículo durante un intento de levante; terminé despatarrada tras resbalarme al pisar un sachet de yogur bebible.

—Como volverse loco; como una especie de invulnerabilidad.

—SIN CONTAR INMUEBLES NI RODA-

—¿QUIÉN O QUÉ ES EL AMOR DE TU VIDA?

—¿QUÉ MEJORARÍA LA CALIDAD DE TU

—Paul.

VIDA?

—Más dinero y dejar de alquilar vivienda.

DOS, ¿QUÉ ES LO MÁS COSTOSO QUE COMPRASTE EN TU VIDA?

—¿CUÁL ES TU AROMA PREFERIDO?

—Pasajes de avión a Perth, Australia.

—Las discusiones.

—Especias y café. Algunos perfumes: Madly de Kenzo, The One de Dolce & Gabanna. Me gustan con extrema vulgaridad los perfumes de free shop.

—¿QUÉ ES LO QUE MÁS DESPRECIÁS DE

—¿ALGUNA VEZ DIJISTE TE AMO SIN

TU APARIENCIA?

SENTIRLO?

—El pelo. La estatura (baja).

—No.

—¿QUÉ TE DEPRIME?

—Un Año Nuevo en La Plata, durante la quema de un muñeco, cuando me pasó cerca una cañita voladora: fue de Final Destination. Era un muñeco de Capitán América.

—¿CUÁL ES LA LECCIÓN MÁS RELEVANTE QUE TE DIO HASTA AHORA LA VIDA?

—Que hay que elegir. —DECINOS UN SECRETO.

—Ronco.


MEGUSTA

MAREA hermanos mckenzie

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En Marea (Exiles Records), su segundo disco, los Hermanos McKenzie logran encontrar liberación. En los cuatro años que pasaron desde el primero, Siamés, la banda fue dejando los banjos y los saxos para recibir esta nueva etapa con teclados y cuerdas eléctricas en mano. En once canciones conviven hitazos afilados (“Ley marcial”),

NO PODRÁS DORMIR ESTA NOCHE endelman y montejano

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BASURA trillo y giménez Basura nace en 1987 de la unión entre el guionista Carlos Trillo y el dibujante Juan Giménez. Publicada originalmente a color por la editorial francesa Comics USA y adaptada al blanco y negro para ser publicada en la Fierro algunos años después, la historieta desapareció de las bateas por un largo tiempo y hoy la recupera la editorial Loco Rabia como parte de la colección Charquito. Basura es una historia distópica con anclaje en la lucha de clases. Narra la vida de la humanidad tras un apocalipsis nuclear que deja el planeta en ruinas. Los mágicos lápices de Giménez y las precisas letras de Trillo hacen de Basura un clásico imprescindible para cualquier amante de las historietas y la ciencia ficción. M. A.

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VIDAS EPIFÁNICAS álvarez núñez

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pasajes instrumentales (“Fuego”), las más emocionantes baladas pop (“Los riesgos”) y muchos experimentos más que no podrían haber entrado en ninguno de sus trabajos anteriores. Y por más que puede sonar como una crisis de identidad, todas estas creaciones muestran varios objetivos en común: desfigurar la estructura tradicional de la canción y jugar sin prejuicio con un sinfín de géneros y estilos. Eric Olsen.

Con una estética que coquetea entre el kitsch y el camp, una puesta de cámara que rinde homenaje sin pudor al mejor cine de horror clase B de los años ‘80 y una edición con un laburo impecable, No podrás dormir esta noche se postula como el Grand Guignol bizarro de la era YouTube, una webserie bien argenta y divertida que transita todos los subgéneros del terror (slasher, giallo, el horror sobrenatural, los monstruos clásicos, etcétera) sin dejar de lado el humor. Los directores Ezequiel Endelman y Leandro Montejano ya están rodando el tercer capítulo de esta webserie, que supo ganar el premio del público como mejor cortometraje en el último BARS y sigue cosechando fans con cada nueva, autoconclusiva y sangrienta entrega. M. A.

Gustavo Álvarez Núñez, músico, periodista y escritor, también conocido como GAN, escribió un libro de pequeños relatos a través de citas de personalidades del ámbito de la música como del de la literatura, y del arte en general. En este mundo conviven Miles Davis, Keith Richards y Clarice Lispector. Búsqueda colosal, Vidas epifánicas (Mansalva) incurre en lo biográfico y a veces da impulso al ejercicio de la imaginación. La cadencia de su prosa inconformista invita a reflexiones fuera de la norma. Por caso, el capítulo de Lispector empieza con una voz que se interroga cómo hacer para encontrar la felicidad: “¿Se puede tenerlo todo y no ser feliz? Ahí estaba yo, otra vez levantando la voz, sin miedo a congregar a las tropas del mal”. Gustavo Grazioli


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MÁQUINA DE BABEL Lanzado en julio, Máquina de Babel es “el primer motor de edición del mundo”, según se presenta en www. maquinadebabel.com. Su idea central es simplificar los procesos de producción y circulación de libros, en formato físico y/o digital, para que sea no sólo más accesible editar el propio sino conocer y conseguir el ajeno. Con una plataforma que mixtura crowdfunding

LA LLUVIA ES TAMBIÉN NO VERTE bottero

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y redes sociales, y que hace simple lo complejo, Máquina de Babel se ofrece como alternativa a sitios de edición problemáticos, que “no se preocupan por los lectores, engañan a los autores y ponen de rodillas a las editoriales”. La cita es del escritor rafaelino Jonatan Lipner, ideólogo y gestor de la web, además de editor de la revista El Escupitajo de Oro. F. G.

La lluvia es también no verte narra la tragedia de Cromañón a través del testimonio de sobrevivientes y familiares de las víctimas, al tiempo que denuncia el entramado de complicidades y negligencias de un Estado que nunca quiso hacerse cargo. Pero, además, este documental es un racconto que analiza lo que nos sucedió como sociedad en estos casi once años desde aquel fatídico diciembre. ¿Qué hicimos para llegar a ese punto de ebullición? ¿Qué responsabilidad aceptamos a partir de entonces? ¿Estamos dispuestos a cambiar? May Bottero, la directora, también nos advierte sobre la posibilidad de una nueva tragedia, si no se suceden modificaciones profundas que nos incluyan a todos como ciudadanos responsables y activos. M. A.

LA GUERRA SUAVE totino tedesco

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Lucas Totino Tedesco mira el cielo de la ciudad oscurecerse. Ve cómo “la noche estira sus patas de araña”, cómo “los altas llantas fuman sin diversión”, cómo “el puerto se duerme, las luces se derriten en el agua”. Sus ojos de tanguero postmoderno recorren las calles de una ciudad en eterna contradicción. Las letras fluyen sobre un torbellino distorsionado de gui-

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PORNO ARGENTO! panessi ¿Por qué escribir Porno Argento! Historia del cine nacional triple X (Cuarto Menguante)? “Vení, oh, sí, dame tu birome de carne, llename de dulce de leche y bailame un tango en la cola.” Como resume Gustavo Sala en la ilustración que acompaña el prólogo de Axel Kuschevatzky, el orgullo de que El Satario —filmada en la Argentina en 1907— se conozca como el debut sexual del séptimo arte podría ser un motivo; pero al abrir las tapas y disfrutar la lectura se descubre lo que excitó al periodista Hernán Panessi: hacer lo que no se había hecho antes. Una “pornopedia” de películas, directores, actrices, actores y hasta salas condicionadas porteñas, del cine erótico y porno industrial argentino. Cinéfilas, cinéfilos: disfruten de una buena paja intelectual. N. L.

tarras, capas y capas de sintéticos ritmos electrónicos, contrabajos punzantes, solos de saxo y coros femeninos. La producción casera logra tomar el caos de ideas y proyecciones experimentales, con resultado íntimo y accesible. Claro, esta mezcla de influencias y timbres dispares también puede tener sus contradicciones; en La guerra suave (Exiles Record) encuentra su expresión más acertada. E. O.


OLEME

“HAY QUE SACAR A LA POLICÍA Y LAS BARRAS” javier cantero #ExPresidenteDelRojo #CómplicesPolíticos #JuecesADedo

Había una vez un hombre. Trabajador, de clase media, sin problemas económicos, con una familia que lo supo apuntalar desde su infancia en Quilmes. Mientras cursaba en el secundario, hizo changas en una librería, fue kiosquero y trabajó de empleado en una cervecería. “No hables de Perón fuera de casa, eh”, lo adoctrinaban. El hombre quiso ser cura. No llegó a meterse en un seminario pero lo atraía el hecho de tener una vocación de servicio sin recibir dinero a cambio, aunque terminó desistiendo porque no estaba dispuesto a cumplir con el celibato. A los 18 años, trabajando en el Servicio Nacional de Agua Potable, fue elegido por sus compañeros como delegado y encabezó una huelga de más cincuenta días en reclamo de mejoras salariales. Poco después, ya convertido en un referente para sus colegas, fundó una mutual de trabajadores. El hombre mejoró sus estudios, empezó a crecer profesionalmente y trabajó para varias consultoras como especialista en financiamientos para

proyectos de saneamiento ambiental. Cuando era pibe, el hombre iba a la cancha con su padre. Los sábados a ver a Argentino de Quilmes, que quedaba ahí nomás de la casa. Y los domingos, el plato fuerte: Independiente. Hasta que un día a este hombre, ya cincuentón, casado con Claudia, con tres hijos grandecitos y a la espera de los nietos, se le ocurrió unir su vocación sindical con el amor por su club. Y conoció a otros hombres que eran como él. Amaban a la institución, también eran socios, querían colaborar y sumarse sin fines de lucro para levantar una entidad gloriosa que estaba derrumbada. Y el hombre llegó. Su nombre empezó a rebotar en las radios partidarias. Con el lema de “barrer la suciedad” abrió la tranquera y se metió en el chiquero. Sabía algunas cosas, sospechaba otras, pero se sorprendió con muchas más. Tuvo que hacer de contador, de abogado, de director técnico, de psicólogo, de empresario, de policía. Quiso terminar con el negocio de los barrabravas. Los denunció públicamente. Los enfrentó cara a cara y ante las cámaras. Es la historia de un hombre que se tenía fe. Confiaba en que no podía ser tan difícil. Y por un momento el hombre pudo. Los sacó. Por ese entonces, ya conocía todos los sectores de la cancha: había estado en la tribuna, arriba de los hombros de su padre, había pasado por la platea y ahora se sentaba cómodo en el palco presidencial. La pelota entraba y desde la popular aplaudían su iniciativa audaz e inédita.

Pero el hombre era parte de un sistema. Y empezaron a dejarlo solo. Pidió apoyo y todos se corrieron. Sus colegas lo miraban como a un loco. “El loco solo no hace nada. Pero el problema es si apoyamos al loco”, decían. Los políticos solo lo llamaban para la foto. En su teléfono llovían las amenazas. Una tarde, veintisiete barras coparon su oficina en la sede social del club. Llegaba a su casa y esperaba impaciente que el insomnio diera paso a las pesadillas. Adelgazó una decena de kilos. El equipo iba en caída libre. Y tocaron el fondo juntos. “Después de la muerte de mi padre el descenso fue lo más triste que me pasó en la vida”, sentencia. Ya estaba en el baile y entonces el hombre bailó. Se montó en un personaje que ya no tenía un rumbo cierto. Evitaba frenar en los semáforos y miraba para todos lados cada vez que iba a buscar su auto a un estacionamiento. “¿A dónde te creés que vas con la honestidad?”, le gritaron, y esa frase le quedó impregnada para siempre. Un día el hombre atendió el teléfono. No era una amenaza más. Lo estaban invitando a un bar para contarle de qué manera lo iban a matar.


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—¿EXTRAÑA ALGO DEL FÚTBOL?

—No, la verdad que no. Siento como si después de un terremoto empezara a gozar un poco de tranquilidad. Viví momentos de mucha tensión, mucha zozobra, y ahora volví a descubrir otras cosas. Aquella tranquilidad que antes no valoraba, ahora la valoro. Estoy mucho tiempo con mi familia. Y trabajo todo el día para recuperar económicamente lo que perdí. —CUANDO SE METIÓ EN EL AMBIENTE, ¿CUÁNTO SABÍA, CUÁNTO IMAGINABA Y CUÁNTO LO SORPRENDIÓ?

—Imaginaba. El fútbol es muy complicado. Y juegan mucho los resultados. Si uno actúa bien, no solamente por eso va a obtener una respuesta positiva; necesitás ganar. Y a veces no depende de vos. Pero aprendí a convivir con eso. Hay muchos agentes endógenos: los árbitros, los representantes, los dirigentes. Y también la Policía, la Justicia, el periodismo, la política... trastocan todo.

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—¿QUÉ LE PASA CUANDO SE VE POR TELEVISIÓN PELEANDO CARA A CARA CON EL LÍDER DE LA BARRABRAVA?

—Una vez me pasaron las imágenes en un programa y la verdad me sorprendieron mucho. Hoy no lo haría. Hoy pienso “¿cómo hice eso?”. Pero seguro que tenía “la gorra” de presidente y no actuaba como hubiese actuado yo. Estaba cumpliendo un rol. Y sabía también que ellos no me iban a poder hacer nada porque yo tenía mucha exposición pública. Ojo, por otro lado, a la noche cuando volvía a mi casa iba mirando por los espejos del auto para todos lados, no paraba en los semáforos y si se me acercaba una moto tenía cierto temor. A fin de cuentas soy un ser humano. —USTED ESTABA EN EL ROL DE PRESIDENTE PERO SU ESPOSA Y SUS HIJOS NO, LO MIRABAN POR LA TELE.

—Sí, claro. Ellos sufrieron mucho. Fui injusto, no me podía poner en lugar de ellos. Sufrió toda la familia por culpa mía.

Javier Cantero llegó a la presidencia de Independiente en diciembre de 2011. Agarró la pesada herencia que le dejaba Julio Comparada. Lo primero que buscó hacer fue sanear económicamente al club. Mientras lo intentaba, iba viendo cómo salía expulsada la mugre de abajo de la alfombra. Nunca quiso enfrentarse al expresidente de la AFA, Julio Grondona, porque sabía que eso significaba cavar su propia tumba. Su lucha contra los barras fue inédita, valiente y absolutamente fuera de contexto, en un ambiente acostumbrado a vivir en la mugre. Las peleas con Bebote, líder de la tribuna del Rojo, se convirtieron en oro en polvo para el periodismo hipócrita que lo levantaba en andas o lo dejaba caer, de acuerdo a los intereses del caso. Le pusieron el traje de El Quijote, aunque su mujer dice que hubiera merecido más el de Sancho Panza. Y quedó contra las cuerdas en un sistema enquistado al que ni se le ocurre pensar en modificar algo. El 21 de abril de 2014, mientras estaba en Misiones acompañando al plantel en la derrota ante Crucero del Norte por la B Nacional, un grupo de barras montó una carpa en la puerta del country El Carmen, donde vive con su familia. Fue demasiado. Dos días después, Cantero presentó la renuncia.

—EL EJEMPLO TAN CERCANO DEL DESCENSO DE RIVER, ¿LO HIZO REFLEXIONAR EN LA MANERA DE TRATAR A JULIO GRONDONA?

—Totalmente. Teníamos una estrategia. Miramos mucho lo que pasó en River. También con el tema de los jugadores: tratamos de incorporar gente de experiencia. Pero esto es el fútbol: todos quieren al Tecla Farías de 9 y al Tolo Gallego de técnico, hasta que uno no hace goles y el otro pierde el partido. Y el estúpido soy yo porque se me ocurrió traerlos... A mí me ponían banderas en la cancha que decían “Tolo o muerte” y después me pedían que lo echara. En el caso de Grondona sabía que no teníamos que pelearnos. Y estaba muy en el límite, porque si yo hablaba mal de las barras y decía que no había que pagarles estaba exponiendo a los que lo estaban haciendo... pero me cuidé mucho de no hablar mal de él. —¿CÓMO ERA GRONDONA?

—¿Cómo era? Era como un Viejo Vizcacha. Tenía muchas frases de esas que quedan para la historia. Era un personaje y actuaba de esa manera. Una cosa era verlo en la AFA y otra en su casa, con la faja, una malla, ojotas y medias. El era el presidente de la AFA, así hay que definirlo. Si vos me preguntás qué es lo que más me gusta de mi vida te digo “mis hijos” o “mis nietos”. Si le preguntabas a Grondona, te decía: “Que soy el número


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dos del mundo. Que soy vicepresidente de la FIFA. ¡Que todos vienen acá, ahí, donde estás vos, a pedirme tal cosa”. Ése era el rol que le gustaba. El problema es que en la AFA todo lo decidía él. Desde los negocios más grandes hasta los árbitros de todos los partidos. Te voy a contar una experiencia. Un día dije “voy a ir a presenciar el sorteo de los árbitros”. Siempre mandábamos a un empleado de menor rango pero quería ver cómo era. Llego y al lado mío se pone un dirigente que solía ir, y cuando arrancan a poner las bolillas él me dice: “Vas a ver, tal partido, Fulano”. Sacan... Y sí, Fulano. Yo dije: “Bueh, fue suerte”. A la cuarta vez que me dice “este partido lo dirige Mengano”, sacan la bolilla y efectivamente era Mengano. Yo no sabía qué hacer. Ahora me río, pero ahí me di cuenta de que el tema era arreglar bien con Grondona qué arbitro querías y después tenías “la suerte” de que salía sorteado. No sé cuál es el sistema pero funciona. Y ahí te das cuenta de que en los detalles se te pueden ir los partidos.

ser dirigente sabés que hay barrabravas, entonces no te podés hacer el desentendido. En realidad, no es que tienen miedo porque les digan “sé dónde estudia tu hija”. El tema es que los barras disponen de mucha información del club. Y si alguien se quedó con el pase de un jugador, con un porcentaje, o si una obra salió más barata y la pasaste como más cara, los barras lo saben. Y después los amenazan con eso. Los tienen agarrados. Son rehenes. Yo sé cómo son las cosas, sé de negocios, pero en el fútbol está todo más preestablecido. Formaba parte del paisaje. Si en la administración pública cobrás una comisión, te denuncian y podés ir preso. Acá no estaba mal visto, era lo que correspondía.

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—EN EL FÚTBOL, “HONESTO” ES SINÓNIMO DE “BOLUDO”.

—Sí, para ellos sí. El fútbol tiene otros códigos, otros valores. Hay que ganar o ganar y, si jugás un clásico, querés ganarlo en el último minuto y mejor si es con un gol con la mano, para que se queden más calientes. Sinceramente no lo entiendo. En el fútbol para mí hay tres clases de asistentes a los estadios: los hinchas comunes, los hinchas comunes que se ponen violentos, que cuando el 9 se come tres goles lo esperan a la salida para putearlo, y los barrabravas, que no son hinchas porque cobran o viven de eso. Por eso digo que hay que sacar a la Policía y las barras, que son los dos males que se potencian. En una cancha de fútbol debe

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—¿CÓMO SIENTE QUE LO VEÍAN SUS PARES?

—La mesa chica no me quería, lo tenía claro. Pero lo que notaba es que le pegaban más al que salía en mi apoyo. La idea que había era “éste es un loco; pero si salen varios a bancarlo, el loco se convierte en peligroso”. Entonces el problema no era yo sino los que me apoyaban. —LOS DEJABA EXPUESTOS.

—(Se toma unos segundos) Pensemos bien de los dirigentes, pensemos que tienen miedo de los barras. Y es lógico. Pero al mismo tiempo cuando vos vas a

LIBRAR PELEA

Cuando se alejó del fútbol, Cantero empezó a descargar todas sus vivencias en un papel. Y así salió Contra el sistema, una novela que transforma la realidad en ficción. Es la historia de Víctor Abascal, el presidente de un club grande de la Argentina que se mete al mundo de la pelota con buenas intenciones pero se topa con miles de obstáculos. El juego para el lector, en una lectura ágil y atrapante, consiste en descifrar (en algunos casos es evidente) a qué personaje real representa cada nombre de ficción. La pelea con los barras, cruces con dirigentes y jugadores, los problemas de salud, el vínculo con el

presidente de la Federación, los malabares para conseguir respaldo económico y diálogos insólitos con comisarios y políticos. Y un capítulo especial para los “trompetistas” en el que hace foco en la violencia simbólica del periodismo, muchas veces más peligrosa que la violencia física de los barras. En Contra el sistema, editado por Hojas del Sur y distribuido por Planeta, Cantero, que avisa que ahora se va aponer a escribir una novela negra, encuentra una manera cuidadosa de hacer catarsis. Y que los personajes hablen. Total, como dice en el comienzo, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.


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haber público local y visitante, y no tiene que haber ni barrabravas ni policías, que a veces son lo mismo. —LOS DIRIGENTES TIENEN MIEDO Y SON FUNCIONALES. ¿Y LOS POLÍTICOS? ELLOS TAMBIÉN LE SOLTARON LA MANO.

—Los políticos te dan respaldo individual, personal, que no está mal. Yo hablé con todos los del Gobierno. Me llamaron Sergio Berni, Abal Medina, Capitanich, Ricardo Alfonsín, Gabriela Michetti, la ministra de Seguridad… pero me respaldaban en cuanto a la seguridad mía. Y el problema era otro, era el sistema. Algunos te llamaban sólo para la foto. Otros no. —¿PERO ENCONTRABA RESPUESTA EN LA LUCHA CONTRA EL SISTEMA?

—No. Es que sabés cuál fue la respuesta cuando Independiente se fue al descenso: “¿Ven cómo le fue a Cantero por lo que hizo?”. Si a mí me hubiese ido bien, hubiera sido un muy mal ejemplo para ellos.

—Quizá me la “creí” en el momento que les apliqué el derecho de admisión a los barras para que no entraran, y efectivamente no entraban. Estaban los que me decían “vos no vas a poder”. ¡Sí, se puede! Yo pude estar dos años sin que entraran los jefes de la barra. La pasé mal, obvio. Pero si hubiésemos sido unos cuantos los que buscábamos eso, si hubiese habido una política de Estado... Acá los barras tienen vínculos con los políticos de primer nivel. A mí una vez me dijeron: “¿A usted el que lo molesta es Bebote? Quédese tranquilo, le ponemos cocaína en la camioneta, hacemos que lo paren en cualquier operativo de tránsito y chau. Va preso un par de años y se lo saca de encima”. Pero inmediatamente después yo tenía que arreglar con el comisario de la zona y poner al nuevo jefe de la barra. Una locura. No iba a meterme en ese sistema. —¿PODRÍA NARRAR EL DÍA QUE LO LLAMARON PARA DECIRLE CÓMO LO IBAN

—¿EN ALGÚN MOMENTO SE LA CREYÓ?

A MATAR?

¿PENSÓ QUE LES HABÍA GANADO A LOS

—Me llamó una persona, se presentó como el hermano de un barrabrava que

BARRAS?

estaba detenido y me citó en un bar. Decía que sabía cómo iban a matarme y quiénes lo iban a hacer. Que su hermano había trabajado con barras de Independiente en el asalto de blindados y bancos. Lo primero que hice fue la denuncia y el juez me cableó todo (se pasa la mano por el pecho), me puso micrófonos y me mandó al bar a juntarme con ese tipo. En la puerta había una combi con efectivos que escuchaban todo. Y bueno, me dijo que iban a matarme barras de otros clubes, sicarios, que iban a esperar que estuviera solo por la calle y que ese día la barra de Independiente iba a estar en otro lado, en algún evento público, para demostrar que no habían tenido nada que ver con el crimen. La Justicia pinchó los teléfonos y las conexiones eran ciertas. Era cierto que su hermano era barra, que estaba detenido, que tenía vínculos con la barra de Independiente y que habían participado de varios robos. Todo cerraba.

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SINAPSIS

LA INSOLENCIA Y LA POLÍTICA michel houellebecq

I.

¿Para qué sirve la literatura? La pregunta, formulada así en seco, parece uno de esos regalos poco adecuados que suele recibir la gente cuando se muda. A veces demasiado grandes, otras veces pequeños pero incapaces de encontrar un buen lugar, muchas veces repetidos. No ignoro que el interrogante por la función de las artes en general, de la literatura en particular a lo largo de la modernidad occidental, y en especial las “respuestas” acuñadas por los pensadores europeos de la segunda mitad del siglo XX son tópicos quizás demasiado trillados. Incluso en este momento, mientras escribo estas palabras, puedo escuchar el balbuceo gallináceo de un coro de académicos profesionales que citan a una ristra de pobres tipos que van desde Lucien Goldmann hasta Blanchot, desde Adorno hasta Rancière, desde Walter Benjamin o Sartre hasta Deleuze, que es quien, creo que muy a su pesar, ha causado el mayor daño a la generación de licenciados, magisters, doctores y librepensadores de diferentes especies que conforman mi generación. Sin embargo... recién nos mudamos y un amigo a quien no vemos desde hace demasiado tiempo viene de visita. Percibimos una mirada algo torva, y casi no habla, pero acepta la cerveza que le convidamos. Dice que estuvo trabajando en Misiones y nos regala un payaso mecánico con un hacha oxidada

en la mano. ¿Para qué sirve la literatura? Descartemos por un momento la salida fácil de decir “para nada, la literatura no sirve para nada porque su inutilidad tiene un potencial revulsivo”; lo mismo se podría decir sobre casi cualquier actividad, en especial sobre el ocio. Pasemos de largo también la respuesta de que la literatura “se escribe para el lenguaje, contra el lenguaje, para una comunidad imposible de iluminados”, porque nos parecería una respuesta demasiado liberal: que a los efectos de la literatura los ordene el libre mercado de los capitales culturales. Tratemos, por un momento, de imaginar que “la literatura” es una fábrica de controversias sobre los modos en que se viven los sentimientos y se organiza lo común. Claro que su material es el lenguaje y que el lenguaje va a determinar su calidad. Pero con eso no alcanza. En este punto es que me parece interesante introducir la figura de Michel Houellebecq. Hace unos meses estuve trabajando junto a Heber Ostroviesky, editor de Capital Intelectual, en un libro de ensayos sobre la obra del escritor francés. Elegí escribir sobre el turismo en los libros de Houellebecq. Para ello, releí su obra completa y también revisé una serie de materiales complementarios y críticas que glosaban tanto la recepción de Sumisión, su última novela, como el resto de sus intervenciones públicas. Así fue que llegué a tres conclusiones.

La primera es que todos los términos que se utilizaban para descalificar a Houellebecq, en cierta medida, podían ser ciertos. Comercial, machista, antisemita, repetitivo, nihilista... A pesar de todo, eran pocos los que se animaban a decir que era un mal escritor. Nicolás Mavrakis, que participó del libro, me habló sobre un texto publicado por el también escritor Julian Barnes en la prestigiosa revista New Yorker durante 2003. Allí, alguien con “credenciales” ponía en tela de juicio la calidad de la escritura de Michel Houellebecq. Por supuesto que hay muchas más objeciones y de tonos variados, pero la prosa de Barnes y sus argumentos merecen ser tenidos en cuenta. Barnes abre su artículo recordando un premio que, en calidad de jurado, debió otorgarle a Houellebecq por su libro Las partículas elementales. Se trataba de uno de esos premios europeos financiados por mecenas, y el mecenas no estuvo conforme con distinguir a Houellebecq. Entonces, Barnes y sus amigos consiguieron otro mecenas. Pasada esta anécdota con la que se llega a la no muy brillante conclusión de que Houellebecq es un “escritor insolente”, un “mediático antimediático”, Barnes pasa a evaluar Plataforma, la siguiente novela de Houellebecq, publicada en 2001. Sus estocadas, en este caso, son certeras. Barnes destaca que las escenas sexuales narradas por el escritor francés, que son muchas, conjugan pornografía y sentimientos, pero que, siempre, todo se desarrolla bajo el paradigma del sexo comercial sin fisuras (quizás Hegel hubiera dicho “sin fluidificación”). Al escribir las relaciones sexuales, Houellebecq no sólo se vuelve un escritor convencional, del rango de las novelas eróticas de bolsillo, sino que también traslada este paradigma a los


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momentos en los que le toca describir las relaciones amorosas. ¿Una mirada masculina descarnada? ¿Las mujeres buscan amor a través del sexo y los hombres sexo a través del amor? Tal parecería ser la hipótesis. Pero, en todo caso, Barnes la considera muy por debajo de la complejidad y la exigencia crítica que Houellebecq despliega en torno al sistema social. “Un hombre inteligente y un novelista menos inteligente que el hombre.” De hecho, la pereza narrativa en el desarrollo de las relaciones familiares y también la visión sesgada sobre el Islam, en la que sólo se da voz a musulmanes que muestran un feroz desencanto con respecto a su religión, vendrían a confirmar esto. En suma, Barnes señalaba que la insolencia de Houellebecq, sus juicios sobre la humanidad, podían ser seductores pero adolecían de cierta falta de elaboración que producía fallas técnicas en sus novelas. Luego de releer de corrido a Houellebecq, llegué a la conclusión de que Barnes tenía razón. Además de eso, el regodeo houllebecquiano en la imposibilidad de las relaciones humanas podía ser tedioso. II.

Segunda conclusión: es triste y sintomático que los escritores argentinos de las generaciones mayores a la mía sean incapaces de desplegar una lectura crítica, polémica y vital sobre la literatura de Michel Houellebecq. Para el libro mencionado, convocamos a unos cuantos para que nutrieran la discusión; los resultados fueron magros. En este punto me veo muy tentado a dar nombres, pero mejor no hacerlo. La principal excusa que recibimos era la falta de tiempo. Y es cierto que el tiempo no era mucho. También, en algunos casos de sorprendente honestidad,

hubo quienes adujeron la carencia de una lectura total de su obra. ¿Pero era sólo eso? ¿Los escritores y críticos invitados no tenían tiempo para escribir un texto breve que además sería bien retribuido económicamente? ¿Se trataba de un simple ninguneo al proyecto, propio de seres temerosos de poner en juego un supuesto prestigio en verdad poco significativo? ¿La falta de tiempo era tan determinante o es que a fin de cuentas había algo más? No hay una respuesta certera a estas preguntas. Sin embargo, y más allá de la invitación, la llamativa ausencia de lecturas interesantes del autor francés en nuestro país me habilita a pensar ciertas cuestiones vinculadas a la estructura del campo literario argentino, y en especial a su relación con el campo político. En primer lugar, la obra de Houellebecq toca temas sensibles y no es políticamente correcta; tiene una vocación de conmover que es considerada “grasa” por los remilgados escritores argentinos. En Sumisión se plantea la hipótesis del triunfo electoral de una colisión panmusulmana en Francia. Su resultado es la instauración de un gobierno con un fuerte tinte confesional que interviene en las políticas educativas e intenta instaurar un régimen económico “distributista” centrado en la producción de pequeñas unidades familiares patriarcalmente organizadas con el último objetivo de una Eurasia unificada bajo el signo islámico. Así las cosas, el progresismo ramplón y biempensante que fervorosamente hegemoniza el medio local —un tibio liberalismo de izquierdas por cierto bastante afrancesado, que algunas veces puede poner a los sujetos en posición de defensores del kirchnerismo y otras veces en el rol de detractores— “prefiere no hacerlo” ante una obra sobre la que quizás tendría que lidiar no sólo con la geopolítica, sino también y principalmente con cuestiones como el antisemitismo, la calidad de la política de alianzas en un sistema fuertemente parlamentario como el francés y el liberalismo como ideología dominante tras el fracaso de los proyectos setentistas. Además, por supuesto, de la misoginia que exuda Houellebecq, su idea de que la literatura sea también una historia de la industrialización humana y su parodia de la cultura universitaria presente en Sumisión. Una agenda demasiado incómoda.

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En Argentina, a diferencia de lo que ocurre en Francia, donde los escritores son figuras que pueden intervenir en la escena pública, el campo literario ha trabajado, dictadura militar mediante, una fatigosa autonomía con respecto al campo político. Un consenso formalista labrado en la década del ochenta en torno a la pregunta por cómo narrar el horror y la tortura fue mutando progresivamente hacia un consenso liberal y de izquierda, aristocratizante y pedagógico, que cerró durante los noventas un sistema en el que, en la imaginación pública, los economistas eran quienes podían pensar el destino de la sociedad mientras a los escritores y críticos se les recomendaba enfocarse en divagar sobre el “devenir microinsurrecto” de la lengua. Así, la fuerte tradición del ensayismo fue vampirizada por una cultura académica regida por el paradigma de las ciencias duras, y la literatura, claro que con ciertas excepciones, confinada a un lugar casi ornamental. En general los escritores argentinos, hasta hoy, se abstienen de hablar en forma novedosa sobre los cánones de felicidad construidos socialmente, el funcionamiento de las instituciones, los modelos de desarrollo, y en especial sobre aquellos que acumulan poder social. A decir verdad, ni siquiera pueden decir algo medianamente novedoso sobre las políticas culturales, ni siquiera sobre los programas de televisión. Merodean las redes sociales con un voyeurismo mórbido, despectivo y en el fondo inseguro. Salvo algunas excepciones, los escritores hablan sobre literatura, dicen si son K o anti K, denuncian algún atropello a las libertades individuales, se embanderan en causas obvias, intentan viajar a Barcelona, y así siguen las cosas. ¿Esto significa que el escritor siempre tiene que tener algo interesante que decir sobre todos los temas? Obviamente que no. Pero al menos pueden decir algo notable, o desafiante, o meditado, sobre algún tema. Una vez. O al menos pueden opinar sobre los escritores que sí lo hacen. Pero eso tampoco sucede. Así que mi segunda conclusión fue que, más allá de los casos individuales, la estructura del campo literario succiona la pasión y la energía política de los escritores argentinos, que deberían aprender bastante de Michel Houellebecq, en lugar de esquivarlo como a una sombra que proyecta sus propias limitaciones y miserias.


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III.

Si el trabajo con Houellebecq había destruido, por un lado, mi fascinación con su escritura y, por otro, me había mostrado el rostro más pacato y carente de ambición del campo literario argentino, hubo una tercera conclusión que fue un poco más estimulante. Creo que más allá de sus falencias y de sus virtudes como catalizador de controversias, el poder de la literatura de Houellebecq radica en su capacidad de proponer y de poner a prueba escenarios utópicos, una tarea que sí podría pensarse como específica de la literatura. No obligatoria pero sí específica. Y, en ese sentido, voy a arriesgar otra hipótesis: en Sumisión, Houellebecq cierra el ciclo de “utopías religiosas” en su narrativa. Por ende, en el futuro deberá volver a las utopías técnicas o volcarse directamente a las distopías como locus para continuar con su proyecto de crítica a la modernidad occidental. Desarrollemos. Ampliación del campo de batalla (1994), su primera novela, era pura negatividad. Michel, el personaje principal, termina internado en un hospital psiquiátrico, y es allí donde al parecer debería dirigirse el occidente moderno, preso de sus propias contradicciones y desajustes: entre deseo y amor, entre política y redención, entre mercado e igualdad. Luego, en Las partículas elementales (1998), quizás su novela más importante, el nihilismo resultante de las conclusiones anteriores se encuentra con la técnica. La clonación y el fin de la reproducción sexuada que facilitan las investigaciones del científico Michel Djerzinski, a través de la síntesis entre la física cuántica y la biología molecular, presentan una utopía de modificación de la naturaleza humana. Un diagnóstico y una solución; el fin de la modernidad tal como la conocemos. La utopía técnica, entonces, permitiría superar la antropología negativa de la cual parte Houellebecq: el hombre es una bestia mala por naturaleza, egoísta, insensible. En este contexto, Plataforma (2001), su tercera novela, es un rodeo. Un respiro en el que además de analizar la

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experiencia turística lo que se hace es descartar el amor romántico, individual, como utopía. Recordemos que al final de la novela, la novia del protagonista, aquella Valerie idealizada, muere en un atentado islámico perpetrado contra un resort de turismo sexual en Tailandia (el libro se publicó poco antes del 11 de septiembre de 2001). En este plan, La posibilidad de una isla (2005), su cuarta novela, implica la irrupción de utopías de corte religioso en la narrativa de Houellebecq. Descartada la técnica, descartados el amor y el turismo como posibilidades de aventura, es el turno de lo sagrado. Recordemos: una secta llamada “los raelianos” promete la vida eterna a través de la clonación, y esta historia es narrada a través del diario personal del clon de un humorista de nombre Daniel, en un escenario posthumano donde dicha promesa se ha concretado. Al final de la novela, y tras narrar las desgracias de la vida de Daniel en un ligero tono autobiográfico, el clon decide salir a la aventura, a explorar el territorio. En su novela religiosa, Houellebecq se revela, quizás, como un humanista romántico empedernido. Luego El mapa y el territorio (2010) constituye un rodeo similar al de Plataforma. En lugar del turismo, Houellebecq analiza el mundo del arte en busca de su promesa de redención, detectando el cruce entre negocios, denegación del trabajo, impulso tanático e imaginación espacial que constituye al arte contemporáneo. La dimensión religiosa del arte está muy presente en el trabajo de Jed Martin, el artista en que se concentra la novela. Las fantasías de redención técnica se han abandonado. Claro que, si bien el arte puede diseñar utopías espaciales, estas parecen demasiado débiles frente a la descomposición de la carne y la angustia que aqueja al espíritu vaciado de deseo. Es así que llegamos a Sumisión (2015), su última novela, publicada poco antes de los ataques a Charlie Hebdo y al supermercado kosher en París. Aquí se aborda directamente el cruce de lo religioso con lo político. Sumisión es, quizás, su libro más previsible, menos informado, su libro fallido, demasiado pegado a la coyuntura tal como la construyen los medios de comunicación. Pero continúa teniendo el discreto encanto del nihilismo houellebecquiano. Creo que en Sumisión pueden leerse una notable continuidad con res-

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pecto al resto de la obra del francés y una trampa. En lugar de cruzar lo religioso con lo científico, la pregunta orbita aquí en torno a si la religión puede dotar de sentido la existencia. No sólo eso, sino también en torno a si puede construirse un mundo mejor de acuerdo a principios de índole religiosa. El tono antimoderno se mantiene, pero la respuesta a la pregunta es, definitivamente, no. Francois, el protagonista de la novela, fracasa en su deseo de reclusión ascética dentro del convento de su amado Huysmans, escritor francés del siglo XIX con el que Houellebecq se identifica e intenta conformar una biografía sentimental e intelectual en espejo, y por eso el personaje termina abrazando al Islam. Dicha conversión —la sumisión— le permite, por su posición de profesor universitario, conformar una familia patriarcal tradicional, con tres esposas y una buena renta. Este movimiento no sólo toma en solfa las acusaciones y los procesos legales por islamofobia a los que Houellebecq había sido sometido, sino que funciona a modo de confesión de un deseo profundo de acceder a la felicidad a través de la vida familiar. Pero aquí llega la trampa. Porque, desde la lectura del problema de la utopía en su novelística, Houellebecq está mucho más cerca de Augusto Comte, el autor del Curso de filosofía positiva citado incansablemente en sus trabajos, que del propio Huysmans, un autor religioso, católico. ¿Es Sumisión entonces un rodeo, una provocación que lo llevará a trabajar sobre una nueva utopía? ¿La inteligencia artificial, la teletransportación o alguna otra promesa de transformación de la naturaleza humana darán aire a la narrativa de Houellebecq? ¿O deberemos asistir, por el contrario, a la consolidación de una obra con nuevos regodeos en decadencia del occidente europeo, palpable para cualquiera que hojee un diario? Otra vez, preguntas sin respuestas. Nuestro viejo amigo, un poco borracho, dio por terminada su visita. Ahora estamos solos, quizás nos sentimos un poco extraños en el nuevo hogar. ¿Para qué sirve la literatura? El payaso que nos trajo de regalo quedó junto a la mesa. Al acercarnos vemos que su hacha oxidada tiene un poco de filo. La tocamos, y al hacerlo encontramos también que de la espada del payaso cuelga una especie de cargador. Comprendemos que vamos a enchufarlo.


EN 1996, LA SOJA TRANSGÉNICA DE MONSANTO ATERRIZÓ EN LA ARGENTINA. CASI VEINTE AÑOS DESPUÉS, ES EL PUNTAL DEL MODELO SOJERO VERNÁCULO, CUYOS VUELOS DE LA MUERTE FUMIGAN PUEBLOS ENTEROS CON GLIFOSATO Y OTROS PESTICIDAS. NI EL GOBIERNO NI LA OPOSICIÓN TOMAN NOTA DE LOS TRÁGICOS PERJUICIOS A LA SALUD Y AL MEDIOAMBIENTE QUE CONLLEVA SU ATROZ REAFIRMACIÓN COTIDIANA. TOMÁ NOTA.

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UN GENOCIDIO SILENCIOSO Carlos_Rodríguez.doc En 1996, en forma solapada y antidemocrática, la soja transgénica de Monsanto entró en los campos argentinos de la mano del gobierno de Carlos Menem. Sin estudios de impacto ambiental, sin ningún tipo de consulta pública, sin discusión a nivel parlamentario y sin legislación que la avalase. A través de una resolución de la Secretaría de Agricultura, cuando Felipe Solá era su titular, se creó en 1991 la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (Conabia), que desde ese momento, con amplia participación de las corporaciones, aprobó el modelo sojero que hoy padece la Argentina. Los textos del acuerdo estaban escritos en inglés, sin traducción al castellano. Monsanto, que tiene su sede central en los Estados Unidos, está en la Argentina desde 1956, cuando se instaló en Zárate con una planta de productos químicos en el sector de los plásticos. Sus negocios habían comenzado en el mundo en 1914 con la sacarina y desde 1976 (1978 en la Argentina de la dictadura militar) se adentró en el negocio de los herbicidas; dos años después se sumó a la carrera biotecnológica que llevó a la compañía a ser líder mundial en materia de alteración genética de los alimentos. Esto, sin tener reparo alguno respecto de los perjuicios a la salud y del daño ambiental, efectos que son notorios y alarmantes en la Argentina de hoy, sin que el actual gobierno —ni la oposición— tomen nota del problema. Por el contrario, el gobierno, en repetidas oportunidades, ha ratificado el modelo sojero y hasta anunció que la recuperada YPF podría sumarse a la producción de glifosato. De esa forma se impuso en el país el cultivo de soja transgénica, resistente al glifosato, sin tomar en cuenta el riesgo que eso entraña para la población en general, con impacto inmediato, y dramático, sobre los pueblos fumigados. En ningún momento se escucharon las advertencias y denuncias formuladas por el científico Andrés Carrasco, fallecido ex presidente del Conicet y ex jefe del Laboratorio de Embriología de la Universidad de Buenos Aires. FABIÁN TOMASI, UN CASO TESTIGO

El cuerpo, la humanidad de Fabián Tomasi, a los 33 años, es una de las muestras más contundentes, y dramáticas, del daño extremo que provoca en los seres vivos el contacto directo con los agrotóxicos. En su modesta vivienda de Basavilbaso, Entre Ríos, vive en compañía de su hija de 20 años y de su madre de 80. Convertido en “piel y hueso”, como suele decir, pasa la mayor parte del tiempo postrado y tiene que ser asistido hasta en las cuestiones más elementales. En 2005, a los 23 años, empezó a trabajar como “apoyo terrestre” en una empresa propietaria de aviones fumigadores. Estuvo en contacto con glifosato, tordon, propanil, endosulfán, cipermetrina, 2-4D y otros venenos poderosos. Hace ya varios años le diagnosticaron “seis meses de vida”. Afirma que su “obsesión” en la pelea contra Monsanto y los agrotóxicos lo mantiene todavía en pie, a pesar de que sólo consume alimentos líquidos porque su organismo ya no puede digerir nada sólido.

“No puedo dormir por los dolores, estoy tomando ansiolíticos y no cuento con ningún ingreso monetario ya que no puedo trabajar, lo cual afecta aún más mi estado de ánimo.” La enfermedad que lo mantiene en ese estado, “y cada vez peor”, es una “polineuropatía tóxica metabólica severa”, según el certificado que le extendió la Anses cuando le otorgó la jubilación anticipada por discapacidad. “Los médicos han reconocido que mi cuerpo está intoxicado por los químicos.” Su estado general empeoró en forma fulminante por una diabetes preexistente. El cuerpo de Tomasi tiene “funciones severamente disminuidas en ambas manos, piel a tensión sin huellas digitales, disfagia a sólidos, disminución de fuerza muscular generalizada, alteraciones sensitivas, adelgazamiento y dermatomiositis”. Tomasi había trabajado como peón de campo, carpintero y obrero de la construcción. Era un joven fuerte a los 25 años, pero su contacto

EL 43,3 POR CIENTO DE LOS FALLECIDOS ENTRE 2010 Y 2013 EN SAN SALVADOR, ENTRE RÍOS, MURIERON DE CÁNCER. EL PROMEDIO NACIONAL OSCILA ENTRE EL 18 Y EL 20.


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con “los venenos que se usan para fumigar” lo relegaron a su doloroso presente. Además de trabajar en negro, sus patrones nunca le dieron ropa adecuada para protegerse de los vapores tóxicos o de las salpicaduras de productos como glifosato, endosulfan, cipermetrina y gramaxone. “En el verano trabajábamos en patas y sin remera, comíamos a la sombra del avión, que era la única que teníamos porque estábamos en medio del campo”, rememora sin encontrar una sola explicación a tanta desidia criminal. SAN SALVADOR ESPERA QUE LO SALVEN

Si el de Fabián Tomasi es uno de los casos individuales más significativos del costo humano de los agrotóxicos, lo que ocurre en la ciudad entrerriana de San Salvador es prueba del efecto dominó que producen las fumigaciones. Una estadística elaborada por los vecinos autoconvocados Todos por Todos señala que el 43,3 por ciento de los fallecidos entre 2010 y 2013 murieron como consecuencia del cáncer, superando largamente el promedio nacional, que oscila entre el 18 y el 20 por ciento. En los primeros seis meses del año, las víctimas fatales por idéntica patología suman 15. En los doce meses de 2013, la cifra total fue de 19 casos de muerte por cáncer. “Acá está pasando algo grave, aunque todavía no hay pruebas médicas concluyentes porque hasta ahora no habíamos encontrado científicos y autoridades que acompañaran esta lucha de los

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vecinos”, asegura Andrea Kloster, una de las integrantes más activas del movimiento vecinal. Para Kloster, la causa es medioambiental. “Vivimos en un pozo, con las industrias arroceras dentro de la ciudad, y rodeados de campos fumigados, y por eso lo que nos está pasando es inevitable.” De ser la Capital Nacional del Arroz, porque concentraba el 75 por ciento de la producción total del país, San Salvador pasó a ser, en boca de sus vecinos, la Capital Nacional del Glifosato. En cinco o seis años, las plantaciones de arroz han cedido terreno frente al avance de la soja. Aunque no hay informes científicos oficiales a nivel local, los vecinos han recabado información fehaciente sobre el impacto en la salud que provoca el uso de los agrotóxicos. Médicos y enfermeras de San Salvador han proporcionado esos datos estadísticos que son los que manejan y difunden los vecinos autoconvocados. Esos profesionales de salud actuaron en sordina, desautorizados por los responsables de los centros de salud locales. En junio, el Concejo Deliberante asumió el compromiso de hacerse cargo del tema y realizar una evaluación a fondo. Junto con la promesa, muchos de los activistas más comprometidos han sido presionados para que dejen de informar a la prensa sobre lo que está sucediendo. Voceros de la Universidad Nacional de Rosario, cuyos expertos fueron convocados para participar del estudio epidemiológico-ambiental como parte de un grupo de 25 personas, indagaron a los vecinos, en una tarea casa por casa, para confirmar las estadísticas sobre causas de muerte de los habitantes en los últimos 15 años. Lo primero que comprobaron es que “en este lugar, igual que en otros donde ha crecido el uso de agrotóxicos, se advierte un cambio en las causas y las formas de enfermar y de morir”. Andrea Kloster y otros vecinos de esta ciudad de 13.200 habitantes insisten en que la emergencia “se debe a que en estas tierras han tirado de todo y los que trabajaron en esos lugares lo han hecho sin tomar ninguna protección, por ignorancia, porque nunca nadie los alertó sobre la gravedad del problema”. Una de las grandes preocupaciones es la situación en el barrio Centenario, en un sector de cinco hectáreas donde funcionaba una pista para aviones que salían a fumigar. Han reclamado a las autoridades locales que limpien un terreno que, aseguran, está contaminado porque allí enterraban, sin ningún tipo de medida de prevención, los envases con restos de agrotóxicos. Al productor avícola Sergio Eckert le tuvieron que reconstruir el labio inferior por un cáncer de piel. Sobre su casa de campo, donde vive con su padre, su esposa y cuatro hijos, pasaban los aviones fumigadores porque cerca de allí había una pista, ahora abandonada. “Toda la vida fumigaron diferentes empresas. Las últimas se fueron hace poco más de dos años. Pasaban con los aviones arriba nuestro y los pollos se me morían amontonados porque siempre caían restos de la fumigación sobre nuestro terreno.” Los árboles frutales “se secaban y las hojas cambiaban de color de una manera muy extraña”. En el caso de Alejandra Arbizu, a ella le tuvieron que hacer una mastectomía en su seno izquierdo. “Me controlaba todos los años, menos en 2012 que no me hice los estudios porque mi mamá estaba enferma.” En 2013 se encontró con un carcinoma ductal que avanzó muy rápido y que sorprendió a los médicos que la atendieron. Su cuadro inmunológico “se había invertido” como consecuencia “de los agrotóxicos que contaminan el ambiente en el que vivimos”.


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MISIONES: EL PARAÍSO EN PELIGRO

EL GENOCIDIO TIENE NOMBRE: GLIFOSATO

Jessica Sheffer tiene 11 años y unos ojos hermosos que preguntan: “¿Por qué me tuvo que pasar a mí?”. Desde los 7 padece una malformación en los tendones que le impide a su cuerpo ponerse erguido. Para moverse tiene que gatear como un bebé aunque su cabeza funciona como si fuera la de una persona adulta que pone límites a sus hermanos —a los menores y a la mayor, de 14 años—, a la vez que ayuda a su madre en las tareas domésticas o en la confección de pañuelos o prendas con bordado chino. Sus padres, nacidos en Brasil, llegaron a Fracrán, un paraje de San Vicente, provincia de Misiones, y siguen sufriendo la agresión de los tóxicos que enferman la tierra y a los que la habitan. El padre pasa días enteros trabajando en campos regados de agrotóxicos. Si deja su trabajo, pierde la obra social, y Jessica quedaría en total desamparo. Darío Gotin tiene tres hijos, con los que vive en Colonia Aurora, en Misiones. Ademir, de 20 años, tiene un severo retraso mental causado por el contacto con los agrotóxicos. Le dicen Quico, por su parecido con el personaje interpretado por Carlos Villagrán en El Chavo. Ademir no habla, se expresa haciendo ruidos guturales, llorando en silencio o dándole largos abrazos a sus hermanas, a su padre, a cualquier persona que los visite. Una de sus hermanas, Andrea, de 16 años, a los 8 aspiró bromuro de metilo, uno de los tóxicos que usaba su padre en la plantación de tabaco donde trabajaba. Necesita un trasplante de riñón imposible de lograr y tiene que hacer diálisis tres veces por semana. Andrea puede hablar, pero no lo hace casi nunca desde que murió su madre. La mujer tuvo un infarto el día que supo que su hija no podía tener su trasplante. Cándida Rodríguez también vive en San Vicente. Cuando dio a luz a su hijo Fabián Piris, al niño le diagnosticaron un año de vida. Ya cumplió 8, gracias al esfuerzo sobrehumano que realiza su madre, que en forma frecuente viaja a Buenos Aires para que lo atiendan en el Hospital Garrahan. Fabián padece de hidrocefalia y tiene un retraso mental irreversible. Los médicos le dijeron que el problema se debe a que ella, durante el embarazo, manipuló Roundup junto a su marido cuando trabajaban en las plantaciones de tabaco. La casa en donde viven está ubicada a pocos metros de un aserradero donde se cura la madera con químicos altamente tóxicos. Sólo en la zona de la ruta nacional 14 donde vive esta familia fueron detectadas 1200 personas con labio leporino, hidrocefalia y otras discapacidades que serían consecuencia de los venenos que se usan en las plantaciones de tabaco y yerba mate. La incidencia de los contaminantes se extiende a las zonas donde más se utilizan los agrotóxicos, en el centro de la provincia, en localidades como San Vicente, Aristóbulo del Valle y Colonia Aurora. En esos lugares, se estima que más del diez por ciento de la población arrastra alguna discapacidad o problema de salud grave como consecuencia de la contaminación del ambiente. Son lugares que, a simple vista, se parecen mucho a lo que se considera el paraíso. En Misiones, cinco de cada 1000 chicos nacen afectados de mielomeningocele (MMC), una grave malformación del sistema nervioso central, que implica que los niños nazcan con la médula abierta, quedando con incontinencia urinaria, fecal y trastornos de miembros inferiores. El uso indebido de los agrotóxicos produce la contaminación de recursos tan preciados como el agua y el suelo.

Aunque todavía sigue ausente la palabra oficial en la materia, en algo más de una década Andrés Carrasco y los científicos argentinos que siguen sus pasos han logrado reunir los datos técnicos irrefutables sobre el componente letal del glifosato y otros agrotóxicos, certificado en forma tardía y reciente por entidades de renombre mundial, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ratificó lo que ya había sido confirmado, incluso en forma mucho más explícita y rotunda, por científicos argentinos. Dijo la OMS que “hay pruebas convincentes de que el glifosato puede causar cáncer en animales de laboratorio” y que hay pruebas que indican que ese herbicida es “probablemente cancerígeno en humanos (linfoma no Hodgkin)”, a la vez que “causó daño del ADN y los cromosomas en las células humanas”. La OMS vino a ratificar lo que venían denunciando Carrasco, los profesionales de la salud organizados en todo el país contra el glifosato, los pueblos y escuelas rurales fumigadas y los vecinos afectados, cuya historia llena de penurias y sus testimonios son la esencia de este trabajo periodístico, luego de un recorrido por las provincias de Entre Ríos y Misiones, dos de las más afectadas, junto con Córdoba, Chaco, Misiones e incluso la provincia de Buenos Aires, en lugares muy cercanos a la siempre distante —en el compromiso de gobernantes y políticos de turno— y hegemónica Capital Federal. Esta es la crónica de un “genocidio silencioso” pero totalmente previsible. La falta de difusión acerca del gravísimo problema es responsabilidad del gobierno, que a través de la propia presidenta Cristina Kirchner expresa su apoyo al modelo sojero. La responsabilidad es compartida con los sucesivos gobiernos, desde los noventa en adelante, y también por los medios masivos de comunicación, que le cantan loas y ocultan la tenebrosa verdad que se esconde detrás de la República Sojera. Hoy en la Argentina se extiende el avance territorial de Monsanto y un puñado de terratenientes y asociaciones empresariales. Un primer relevamiento de los pueblos afectados por fumigaciones con glifosato en el país señala que hay 13.4 millones de personas afectadas, casi una tercera parte de la población total. Sólo en el año 2012 se utilizaron 370 millones de litros de agroquímicos esparcidos sobre 21 millones de hectáreas, el 60 por ciento de la superficie cultivada del país. El costo humano en una década es escalofriante porque los casos de cáncer en niños se triplicaron y las malformaciones en recién nacidos aumentaron un 400 por ciento, según señala un trabajo realizado por la Comisión de Investigación de Contaminantes del Agua de la provincia del Chaco. En 1997 se cosecharon once millones de toneladas de soja transgénica y se utilizaron seis millones de hectáreas. Diecisiete años después, la cosecha llegó a los 51 millones de toneladas. Aunque escasa, y profundizada únicamente en los medios alternativos, las denuncias han llevado a que la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas solicitara a la Corte Suprema de Justicia de la Nación la prohibición de la fumigación con glifosato. A pesar de la contundencia de las denuncias de los expertos y del testimonio de las víctimas, el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao, llegó a decir que el glifosato es inofensivo porque si alguien se tomara un vaso lleno de ese agrotóxico le provocaría el mismo efecto que ingerir “agua con sal”. Esa afirmación fue calificada de “lamentable” por Medardo Avila Vázquez, coordinador de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados.


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Nahuel_Lag.doc Córdoba tiene el Cordobazo. Y sin esperar que la historia le trajese el bronce, tiene otros dos hitos sociales. Las Madres de Ituzaingó, organización del barrio del sudeste de la capital mediterránea, consiguieron, en 2012, la primera condena por los efectos de los agrotóxicos en la salud de las personas. En esa localidad de 5 mil habitantes, 200 casos de cáncer fueron probados, 100 fueron fatales. En Monte Maíz, también al sudeste, el hito se produjo en marzo pasado, cuando los vecinos de la Red de Prevención presentaron el informe sanitario de la localidad: las muertes de cáncer y los abortos espontáneos triplican la media nacional. Ambos pueblos rurales viven bajo la nube de agroquímicos que rocían los productores del agronegocio: 320 millones de litros en la cosecha 2014/2015. El médico pediatra Medardo Ávila Vázquez, entonces subsecretario de Salud de la Municipalidad de Córdoba, puesto que ocupó entre 2007 y 2009, fue querellante de la causa contra los productores rurales del barrio Ituzaingó y, el año pasado, encabezó, como docente de la cátedra de Clínica Pediátrica de

la Universidad Nacional de Córdoba, el grupo de profesionales y estudiantes que relevaron la salud de las vecinas y vecinos de Monte Maíz. Ávila Vázquez denuncia, junto a otros profesionales de la Red Universitaria de Ambiente y Salud, y con los ciudadanos desde la Red de Médicos de Pueblos Fumigados, lo que otros profesionales y vecinos llevan denunciando hace más de diez años. Eso que, finalmente, la Organización Mundial de la

LOS CASOS DE CÁNCER EN NIÑOS SE TRIPLICARON Y LAS MALFORMACIONES EN RECIÉN NACIDOS AUMENTARON UN 400 POR CIENTO.

Salud (OMS) decidió hacer oficial a principio de año: el glifosato —el agroquímico más comercializado del país— es “probable cancerígeno”. “Probable” no por potencial sino por carácter, porque hay pruebas sobre el impacto en humanos: cáncer, abortos espontáneos, malformaciones genéticas. —¿CÓMO ACTÚAN LOS MINISTERIOS DE SALUD, CIENCIA Y AGRICULTURA EN EL CONTROL DE ESTAS SUSTANCIAS TÓXICAS, INDISPENSABLES EN EL ACTUAL MODELO AGROPECUARIO?


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—No hay control. El concepto que se mantiene en esta área es neoliberal: el Estado no tiene que regular. Desde que el modelo del agronegocio se instaló en el país en la presidencia de Carlos Menem, con Felipe Solá como secretario de Agricultura, no existe legislación nacional que lo regule. El control queda en manos del Senasa, que lamentablemente es una institución integrada en su consejo directivo por representantes de la Mesa de Enlace y la Cámara de Productores de Agroquímicos. El Ministerio de Salud no participa en nada ni es consultado. La Federación Sindical de Profesionales de la Salud (Fesprosa) se reunió, por primera vez en siete años, con el ministro nacional Daniel Gollán y le planteó los problemas que trae el uso del glifosato. Él respondió que estaba de acuerdo, pero que dependía de las políticas del Ministerio de Economía y otras áreas, y no podía tomar el tema como bandera. —¿ENTONCES?

—El Estado nacional es cómplice del agronegocio porque, a través de las retenciones, un tercio del valor de la cosecha queda en las arcas públicas para financiar las políticas de gobierno. La financiación a costas de la salud de la población rural sigue siendo un problema sin costo político. Mientras tanto, muchos Estados europeos promueven abandonar los agrotóxicos. En Francia, por ejemplo, los productores que producen de forma orgánica los alimentos tienen menores retenciones, apoyo crediticio y tecnológico. Acá se podría hacer si el Estado interviniera, pero es un sojero más.

generaría un problema de producción. Los grupos del agronegocio no saben ni quieren aprender a hacerlo de otra manera. Pero sí podemos prohibir, de forma inmediata en todo el país, que se fumigue a menos de 1000 metros de los pueblos, lo que significaría le reducción de sólo el 1 por ciento del área cultivable. También prohibir que el glifosato se comercialice como si fuera un producto inocuo y ordenar que los galpones donde se concentre estén lejos del casco urbano. Las máquinas que lo manipulan tampoco deberían ingresar a los pueblos. Esas prácticas (eje de las ordenanzas municipales) disminuirían muchísimo los niveles de exposición en el corto plazo. —¿Y A NIVEL DE ATENCIÓN EN SALUD?

—No existen centros de salud que en la actualidad atiendan y estudien sistemáticamente a pacientes afectados por estos problemas. En la Universidad de Córdoba tuvimos un proyecto pero no avanzó porque el decano (Gustavo Irico) niega el perjuicio que provocan los agrotóxicos. Es un cúmulo de conocimiento que no se reproduce ni enseña para que los médicos, estudiantes y demás personal de salud conozcan qué ocurre. Necesitaríamos poder hacer estudios en sangre en los hospitales públicos y también otros estudios simples que nos permiten detectar los daños en la estructura celular; pero quedarían comprobados los daños, mientras los gobiernos siguen negando el problema.

—TRAS LA RESOLUCIÓN DE LA OMS, SE PIDIÓ QUE EL ESTADO PUSIERA EN PRÁCTICA EL “PRINCIPIO PRECAUTORIO” VIGENTE EN LA LEY DE AMBIENTE. ¿SERÍA UN PRIMER PASO?

—A nivel legislativo hay una serie de leyes vigentes que protegen al ambiente, la gente y los derechos humanos, pero éste es un problema político. —EN MUCHOS PUEBLOS RURALES HUBO UNA RESPUESTA Y SE APROBARON ORDENANZAS MUNICIPALES. ¿CÓMO SE DEBERÍA SEGUIR ESE EJEMPLO?

—En Córdoba, unos 30 municipios tienen ordenanzas que restringen el uso de agrotóxicos, y en el país son más de 150 (seis provincias también limitaron o prohibieron el uso). No podemos prohibir de un día a otro el glifosato, porque el funcionamiento agrario de nuestro país se estructura en su implementación y

LAS FOTOS

Entre 2014 y 2015, el fotógrafo Pablo Piovano recorrió 6 mil kilómetros para registrar historias aún invisibilizadas por los medios comerciales. El costo humano de los agrotóxicos es el título de la serie fotográfica que surgió de su viaje autogestionado y algunas de cuyas piezas se muestran en estas páginas. “El proyecto no es sólo documental, es una denuncia de dos décadas de intoxicación y abandono”, definió. La verdad revelada por Piovano recibió el Premio Fini 2015 —otorgado por la FID, organización de reporteros mexicanos— y el galardón de la Fundación Manuel Rivera-Ortiz, y se destacó en la muestra anual de la Asociación Argentina de Reporteros Gráficos de la República Argentina (Argra). Pablo_Piovano.jpg


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MAPA DE LA TOXICRACIA Antonio_ López_Suardi .doc El desarrollo de prácticas biotecnológicas comerciales y experimentales en la Argentina tiene dos caras: por un lado los transgénicos y por el otro los agrotóxicos. De los segundos conocemos los resultados perjudiciales para la salud, de los primeros ignoramos casi todo. Por empezar, el recorrido burocrático para su aprobación. El Marco Regulatorio para la Biotecnología Agropecuaria en la Argentina, actualizado por la resolución 763 del 17 de agosto de 2011, establece que las áreas intervinientes en toda cuestión vinculada con Organismos Genéticamente Modificados (OGM) son la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca (Sagyp), el Instituto Nacional de Semillas (Inase) y el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa). La responsabilidad recae en la Dirección de Biotecnología (Sagyp), que trabaja en coordinación con el Inase, cuando se trata de

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vegetales (OVGM), y el Senasa, cuando son animales y microorganismos. Esta dirección hace las evaluaciones en bioseguridad y, por último, la Comisión Nacional Asesora en Biotecnología Agropecuaria (Conabia) realiza las observaciones, que eleva a la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca, encargada de aprobar o denegar las solicitudes. A estos se les suma la Dirección de Mercados, que junto a distintas subáreas del Senasa dan el visto bueno. Según cálculos no oficiales, un producto transgénico demora 6 años en llegar del laboratorio al corral de animales o a la mesa de los argentinos. SECRETOS VERDADEROS

La Conabia se compone por representantes de las cámaras empresarias, institutos de investigación universitaria, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y la Secretaría de Ambiente, entre otros. No hay representantes de provincias, municipios ni agrupaciones ambientales. No se conoce si en sus veinte años de historia ha sancionado a empresas o particulares por incumplimientos o mal manejo de material transgénico. También hay conflictos de intereses: varios representantes de las instituciones intervinientes son o fueron empleados de las empresas a las que evalúan. Estos organismos deberían dar a conocer quiénes las integran; sin embargo, su conformación es un misterio. Por ejemplo, los

“EN FRANCIA, POR EJEMPLO, LOS QUE PRODUCEN DE FORMA ORGÁNICA LOS ALIMENTOS TIENEN MENORES RETENCIONES, APOYO CREDITICIO Y TECNOLÓGICO. ACÁ SE PODRÍA HACER SI EL ESTADO INTERVINIERA, PERO ES UN SOJERO MÁS.” ÁVILA VÁZQUEZ

integrantes de la Conabia sólo se conocen en parte por trascendidos en la prensa. Lo mismo ocurre con el mecanismo de decisión y los parámetros de evaluación con los que se juzga la viabilidad de las solicitudes. De la misma forma, el sitio web del Ministerio de Agricultura es escueto y pobre en información sobre transgénicos, mientras que la sección dedicada a la Dirección de Biotecnología apenas detalla sus actividades. CLAROSCUROS DEL SISTEMA REGULATORIO

La Conabia, el Inase y la Dirección de Biotecnología regulan el impacto de los transgénicos en el agroecosistema, pero nada vinculado a los agrotóxicos. La aprobación y evaluación de esa parte del paquete tecnológico, que hace suculento el negocio, corre por cuenta de la Dirección Nacional de Agroquímicos, área de la que nadie habla y que pocos saben que existe. Dirigida por el doctor Antonio Butler, es la principal responsable de la comercialización de todos los agrotóxicos del país, entre ellos el glifosato y el glufosinato de amonio. Ninguna denuncia realizada contra los transgénicos y su impacto en la salud prospera judicialmente si no es dirigida a la Dirección Nacional de Agroquímicos y a la presidencia del Senasa. Allí el sistema regulatorio siente el impacto.


RATAS&RATIS

TODA CÁRCEL ES POLÍTICA brian núñez #DDHHTrasLasRejas #TorturasEnPrisión #NuncaMás

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“Tenemos un lindo regalo de cumpleaños para vos, te va a gustar mucho”, fue el sarcástico anticipo que los penitenciarios del anexo 5 del Complejo Federal de Detención de Jóvenes Adultos de Marcos Paz le dieron a Brian Núñez pocos días antes de que cumpliera 20 años. Sin embargo, el viernes 15 de julio de 2011 el anunciado obsequio no llegó. Se retrasó un día, para que Brian fuera el sacrificio ofrecido por los integrantes del Servicio Penitenciario Federal en su festejo por el día de los trabajadores de ese organismo. Antes de que se diera comienzo al acto salvaje, Liliana Valenzuela fue a visitar a su hijo y pasó con él las tres horas que dura una visita normal. Al irse del complejo, observó que entre los agentes había revuelo y en una oficina abundaban las botellas de vino. “Hoy es el Día del Servicio Penitenciario”, explicó uno de sus integrantes ante la consulta de la madre de Brian. Afuera, aguardando a que llegara el transporte para volver a su casa, la mujer sufrió un bajón de presión y, una vez a bordo de la combi, su celular no sonó. Brian solía llamarla para saber si estaba bien y no había sufrido ningún percance en la salida de la cárcel. Adentro, el joven presidiario discutía con el jefe de turno, Juan Pablo Martínez. Pocos minutos después, los agentes Roberto Fernando Cóceres y Víctor Guillermo Meza lo sacaron de su celda y le explicaron que “al jefe no se le discute, es un ser supremo, se lo idolatra”. Después, fue esposado de una mano a la reja, para así recibir una trompada de parte de Martínez. Brian reaccionó, respondió la agresión con la mano libre.

Trasladado a los golpes a la sala de Psicología, donde le “enseñarían a respetar al jefe”, comenzó el salvaje ritual que duraría unas tortuosas seis horas. Lo pusieron contra la pared, lo levantaron en el aire. Le golpearon las plantas de los pies —paredes adentro, una práctica común que se denomina “pata-pata”— y le hicieron el “plaf-plaf”, que en la jerga consiste en golpear fuertemente los oídos de los presos con las palmas de las manos para aturdirlos. Después vino el “chanchito”, en el que los penitenciarios, envalentonados por la impunidad y el vino, le juntaron los pies y las manos y le dieron palazos, patadas, piñas, le quemaron las plantas de los pies y le apagaron cigarrillos en el cuerpo. Incluso, uno quiso concluir la sesión introduciéndole la tonfa por el culo al Gaucho, como le decían a Brian por su tatuaje del Gauchito Gil. “Vení, vení que te vas a divertir”, incitaban los agentes a su par Juan Fernando Moriñigo, quien se rehusaba a ser partícipe de


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las golpizas, algo para nada ocasional ni exclusivo de la cárcel de Marcos Paz. A pesar de los gritos de sus compañeros de rancho, Brian fue torturado por período de tres horas y media, hasta que los supuestamente encargados de cuidarlo sucumbieron al cansancio. Pero la pesadilla no terminó ahí: desnudo, fue arrastrado y obligado a meterse en las duchas y bañarse con agua helada, en pleno invierno, por otras dos horas. El objetivo del baño con agua fría era disimular los moretones, técnica aprendida y transmitida por generaciones de penitenciarios. “Si no me dejan de verduguear en este

momento, me muero, porque me siento muy mal y no puedo caminar más”, fueron las palabras que pudo balbucear antes de que le dieran una pichicata y lo dejaran tirado en una de las denominadas “celdas de los locos”. Sobrevivir. Eso fue lo único en lo que pensó Brian durante los 21.600 segundos que duró su tortura y hasta que el sedante inyectado lo durmió. Sordo de un oído por el “plaf-plaf” que le explotó el tímpano; ojos morados y con disminución en la vista por las patadas con borcegos; tres dedos fracturados por el “pata-pata”; la planta de los pies en carne viva por las quemaduras de un encededor; las piernas

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negras por los bastonazos y agujereadas por los cigarrillos. Desesperada porque no recibía llamados de su hijo, Liliana se enteró de que algo había sucedido gracias a un compañero de celda de Brian, quien la llamó y le contó que su hijo “se cayó en el baño y se rompió una pierna”. Desesperada, fue hasta el complejo penitenciario para ver en qué estado se encontraba Brian, pero se encontró con la negativa de los guardiacárceles, quienes le dijeron que volviera “los días de visita”. “Lo llego a encontrar en malas condiciones y flor de quilombo van a tener”, bramó ella aquel lunes 18 de julio de 2011. Dos días más tarde, fue recibida por un agente en el sector de Administración, en donde le manifestaron que Brian se había caído y que estaba todo bien. Detrás de ese penitenciario había una persona demacrada y en silla de ruedas. “Quiero ver a mi hijo”, insistió ella. “Acá estoy. Soy yo, ma”, dijo el joven de la silla que era su hijo apaleado. Conmocionada por el estado de Brian, Liliana arremetió contra el agente para obtener explicaciones sobre el origen de las heridas de su hijo. Sin embargo, como respuesta sólo obtuvo un gesto: querían que firmara un acta y dejara constancia de que estaba de acuerdo con el trato que había recibido en la cárcel el torturado presidiario. “Quiero hablar con mi hijo”, exigió. El penitenciario cedió al pedido y se apartó tan sólo un metro. “A solas”, redobló el reclamo. Una vez que pudo lograr que el agente se fuera de la oficina, Liliana comenzó el interrogatorio a Brian para que relatara qué había pasado: “Lo tuve que convencer para que me contara, le tuve que rogar. ‘Si Dios te dejó vivir, es para algo’, le dije”. El aspecto religioso no está ausente en “la odisea horrible y el calvario” que vivió Brian muros adentro, según lo define su madre. El del Servicio Penitenciario Federal es el mismo día en que se celebra a la Virgen de Nuestra Señora del Carmen. Liliana le agradece por haber salvado la vida de su hijo. “No hagas escándalo”, le suplicó Brian a su madre, tras contarle lo que había pasado y sabiendo lo que vendría. Cuando Liliana se fue del complejo, los agentes lo presionaron para saber qué había cantado.


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“Ya no podía mentirle a mi mamá”, explicó Brian el porqué dejó de ocultar las torturas a las que fue sometido desde el primer día que entró al sistema carcelario, en octubre de 2009. Fue jugando a la pelota. Me caí en el baño. Boludeando con los pibes. Algunas de las excusas que ponía para justificar ante su madre los moretones que le dejaban los golpes de los penitenciarios. Apenas salió del penal, Liliana denunció las golpizas ante la Procuración Penitenciaria de la Nación, órgano que concurrió a Marcos Paz ese mismo día con médicos legistas que pudieron corroborar la veracidad del relato de Brian. Después de la denuncia, Brian era escudriñado por los penitenciarios. Lejos de renunciar al tradicional maltrato, continuaron los golpes a los internos. Brian incluido. Cuatro años después, y habiendo superado “muchas piedras en el camino”, Brian y Liliana fueron testigos y partícipes de un hecho histórico: por primera vez, la Justicia condenó a penitenciarios en un caso de torturas cometidas dentro de una cárcel en democracia. Con las pruebas médicas en mano, los magistrados descartaron la versión que los acusados llevaron al estrado: aseguraban que las heridas de Brian habían sido autoinfligidas. Lejos de ser algo puntual, esa pantomima es otro de los tristes clásicos de los casos de torturas ejercidas por el Servicio Penitenciario. En los archivos judiciales y las páginas de los diarios quedará escrito que el fallo fue dictado por el Tribunal Oral en lo Federal N° 1 de San Martín y que fueron sentenciados el jefe de Turno, Juan Pablo Martínez, a nueve años y seis meses de prisión; y los agentes Roberto Fernando Cóceres y Víctor Guillermo Meza a ocho años y seis meses. Sin embargo, para Liliana, el principal hito del juicio es que ahora “todo el mundo sabe que ahí torturan a la gente”.

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Lejos de haber concluido con la firma del fallo por parte de los jueces, la vida de Brian en la cárcel sigue siendo cuesta arriba, al igual que la de su familia. Trasladado al complejo penitenciario de Ezeiza, el joven “vive en una habitación de dos por dos, no tiene trato con ningún otro compañero, no puede hacer su trabajo en el penal, ve mal, está sordo de un oído, tiene mala irrigación sanguínea en una pierna y no recibe asistencia psicológica”, relata Liliana. A pesar de que por orden de la Justicia la celda de Brian es monitoreada las 24 horas, a fines de julio fue requisado violentamente por guardias que lo tiraron al piso, le pegaron, rompieron sus cosas y lo sedaron. La peor secuela que tiene Brian es la psicológica: después del histórico juicio, no quiere probar bocado por temor a ser envenenado. No ayuda que suelan enviarle la comida sobre una camilla que funciona como plato. “Él quiere tomar una decisión drástica. ‘Yo me cuelgo acá y ya fue’, me dijo el otro día”, cuenta Liliana sobre uno de los arrebatos de depresión que suelen atacar a su hijo. Sin la posibilidad de salir de la habitación, para no alejarse de la custodia de las cámaras —un cuidado inútil—, Brian no puede caminar en el patio para recuperar movilidad en su pierna; tampoco armar carpetas en la sala de trabajo o charlar con sus compañeros. Entabla conversaciones pasillos y ventanas de por medio. Su familia tampoco la pasa bien. Vive con custodia de la Policía Federal: tras la denuncia realizada ante la Procuración Penitenciaria de la Nación, los Núñez fueron amenazados de muerte varias veces. Si se relatara el hecho sin dar fechas, nadie dudaría de que podría tratarse de un caso de tortura ejercido en un centro clan-

destino de detención en la última dictadura cívico-militar. En lo que a legislación se refiere, el Servicio Penitenciario Federal es la única fuerza de seguridad cuya ley madre no ha sido modificada en los últimos 42 años y cuyo texto fue creado el 18 de mayo de 1973, durante la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse. Sin embargo, el tan mentado e incumplido artículo 18 de la Constitución Nacional, que fue incluido en la Carta Magna de 1853, reza: “Quedan abolidos para siempre la pena de muerte por causas políticas, toda especie de tormento y los azotes. Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará responsable al juez que la autorice”. En 2007, la Procuración Penitenciaria creó el Registro de Casos Judiciales de Tortura para elaborar una base de datos sobre los procesos judiciales en los que se investigan casos de torturas y malos tratos en las cárceles. Según el informe anual presentado por el organismo en 2014, en los siete años de funcionamiento del Registro quedaron asentadas 2597 causas judiciales. “La política de derechos humanos es como un colectivo que pasa por la puerta de las cárceles pero no logra entrar”, grafica el encargado de Violencia Penitenciaria dentro de la Campaña Nacional Contra la Violencia Institucional, Carlos Casal. La impunidad con la que se maneja el Servicio Penitenciario Federal paredes adentro de las cárceles escapa a cualquier tipo de control, incluso el del Poder Ejecutivo. “El Servicio Penitenciario te hace saber que la casa es de ellos y ellos mandan. Te marcan la cancha”, afirma Casal, quien define como “una gran deuda de la democracia” la situación de violencia que persiste dentro de los complejos penitenciarios.


LOSPOSIBLES

SIRGA, SIRGA, SIRGA EL BAILE costas privatizadas #NegocioInmobiliario #RiberaParaPocos #NuevoCódigo

Imaginate que un día querés caminar por la vereda de tu casa y te encontrás con que tu vecino continuó su medianera hasta la calle. No sólo no podés pasar, a no ser que saltes la pared. Literalmente, el tipo se adueñó de un espacio que no le pertenece o, más precisamente, que le pertenece en la misma proporción que te pertenece a vos, al resto de los vecinos, a todos nosotros. Imaginate que a la semana siguiente descubrís que son dos, tres, diez los vecinos tuyos que hicieron lo mismo que el primer “pillo”. La vereda es de ellos. El camino, casi también. “Es como si le pusieran un cartel de venta a una calle... ¿no protestarías?”, pregunta Jonatan Baldiviezo, que integra la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas (AAdeAA). Desde allí, junto a otras agrupaciones, advierte a los gritos que algo como lo que te invitamos a imaginar comenzó a pasar con las orillas de los ríos que atraviesan el territorio nacional. “No estamos educados para defender los espacios de agua que nos pertenecen por ser argentinos. Cambiaron el Código Civil y le dieron todos los derechos de las orillas de nuestros ríos al mejor postor”, denuncia. A instancias del viejo articulado que regía las relaciones civiles y comerciales entre argentinos y argentinas, los “caminos ribereños” eran a las orillas de los ríos lo que las veredas a las calles: principalmente, espacios públicos. El nuevo Código, que el Congreso nacional aprobó

en octubre de 2014 y comenzó a regir en agosto pasado, los llama “caminos de sirga”, una modificación que demuestra que domina quien denomina. “El nuevo código destruye los caracteres esenciales del camino de ribera y prácticamente lo hace desaparecer en tanto espacio público”, advierte la AAdeAA junto al Observatorio del Derecho a la Ciudad; la Cátedra Libre de Ingeniería Comunitaria; la Asociación Cristian González por el libre acceso a costas, ríos y lagos; Amigos de la Tierra; el Equipo Verde al Sur; y el Centro de Investigaciones Geográficas de la Universidad Nacional de La Plata. En un informe que difundieron juntos en julio pasado consideraron que

el artículo 1974 del nuevo Código es inconstitucional en el punto que refiere a los caminos ribereños como “caminos de sirga”, solicitan su derogación y exigen al Congreso el tratamiento de tres proyectos de ley que subsanan el “error”. Además, advirtieron lo que a lo largo de las últimas semanas fueron concretando: la presentación de recursos de amparo que impidan la aplicación de aquel apartado hasta que se concrete “el restablecimiento del camino de ribera con el reconocimiento pleno de su carácter de uso público y de sus funciones sociales, culturales y ambientales”, así como también “el derecho de toda persona de acceder a los ríos y lagos de la Argentina, sean navegables o no”.


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CUESTIÓN DE PALABRAS

El viejo Código Civil argentino planteaba en sus artículos 2639 y 2640 que “los propietarios limítrofes con los ríos o canales que sirven a la comunicación por agua están obligados a dejar una calle o camino público de 35 metros hasta la orilla del río o canal”. Allí, por ley, tenían prohibido aquellos dueños de tierras linderas a los cuerpos de agua realizar construcción alguna o impedir el libre tránsito. “Lo importante de esta definición era la extensión de los territorios costeros y el uso público que planteaba, que ha servido para defender los derechos de muchas personas en la Ciudad de Buenos Aires a acceder libremente a cursos de agua”, amplía Baldiviezo. La defensa del camino ribereño a los costados del Riachuelo, cuya “forestación y parquizado” ordenó la Corte Suprema en 2011 —en el marco de la causa que sueña con que ese río algún día vuelva a ser limpio—, y la recuperación de las orillas de la Costanera Norte del Río de la Plata, que también la Justicia permitió luego de que se denunciara el complejo de restaurantes y boliches Costa Salguero por hacer suyos predios que pertenecen a todos los porteños y porteñas, son ejemplos. Pero la ley cambió. El artículo 1974 del nuevo Código Civil y Comercial reemplaza a aquellos dos así: “Camino de sirga. El dueño de un inmueble colindante con cualquiera de las orillas de los cauces o sus riberas, aptos para transporte por agua, debe dejar libre una franja de terreno de 15 metros de ancho en toda la extensión del curso, en la que no puede hacer ningún acto que menoscabe aquella actividad”. Para el grupo de organizaciones que lo denuncian, el reemplazo “cierra la interpretación a favor de los intereses inmobiliarios, ya que elimina la palabra ‘público’, que tanto vale, y vuelve a denominar las márgenes de los ríos con términos que sólo valen para la navegación y son viejos, ya no se utilizan siquiera en la actividad”, puntualiza el abogado, que además de coordinar la AAdeAA dirige el Observatorio del Derecho a la Ciudad. La reducción de 20 metros que impuso el nuevo artículo al camino ribereño no es menor, pero la alarma en las agrupaciones denunciantes proviene de la definición que el texto de la ley plantea, cuyos efectos consideran de manera amplia y pesimista. “Se restringe de manera total el acceso de los ríos a todos y todas, así como la posibilidad de circular por sus orillas”, sentencia Baldiviezo. En el informe que las organizaciones en las que participa y otras difundieron la semana previa a la puesta en marcha del nuevo Código Civil y Comercial, plantean el futuro como una catástrofe: “Los propietarios (de las tierras linderas a los cuerpos de agua) tendrán la facultad de hacer uso exclusivo de un camino que antes era de uso público, podrán cercar e impedir que por sus propiedades se pueda acceder a los ríos. El nuevo Código generará que muchos propietarios se enriquezcan gratuitamente y que millones de habitantes no podamos disfrutar de las riberas de los ríos ni tengamos acceso a ellos”.

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MÁS FUERTE QUE NO TE ESCUCHO

Las voces en contra de este cambio se oyeron antes de que el nuevo Código se discutiera en el recinto. Cuando las audiencias públicas para debatirlo llegaron a Neuquén, la Asociación Cristian González (el nombre es en honor a un chico que estaba pescando a orillas de un lago cuando el dueño de las tierras linderas lo asesinó) exigió una modificación de varios artículos de la nueva ley relativos a la designación y uso de bienes estatales de dominio público. “Creemos que la práctica obsoleta de la sirga no debe seguir nombrando un artículo del código civil”, apuntaron desde la asociación sobre el punto 1974, al que también criticaron por la reducción que determinó. Propusieron llamarlo “espacio de recreación o camino público”, considerarlo un “bien común” por tanto “inajenable, inembargable e imprescriptible”. Además, plantearon la necesidad de llamar “comunes” a todos los “bienes de dominio público”, tal como los menciona el artículo 235; e integrar “los arroyos, lagunas y todo tipo de cauce de agua, sea navegable o no”, así como también “el espacio de recreación o camino público de 35 metros desde la ribera”. Del artículo 236, que delimita a los bienes de dominio privado del Estado,

la asociación propuso “eliminar” el punto C, que habla de “lagos no navegables que carecen de dueño” para “dejar de lado confusiones y segundas interpretaciones”. En tanto, propusieron agregar en el punto 237 una obligación hacia las “disposiciones generales y locales” para que “garanticen el libre acceso de las personas a los bienes comunes de dominio público”. Los planteos no hicieron mella entre los congresales y el nuevo Código Civil fue aprobado con la reducción y la nueva denominación referida a la navegación de los ríos. Las “disculpas” vinieron, como siempre, después. Tres proyectos de ley para “subsanar los errores” fueron presentados en la Cámara de Diputados. Los diputados ríonegrinos del Frente para la Victoria Miguel Ángel Pichetto y Silvina García Larraburu sumaron el suyo al día siguiente de aprobado el nuevo Código. La senadora de la Coalición Cívica de la misma provincia, Magdalena Odarda, presentó otro después. Al territorio pegado a las orillas que debe quedar libre, ambos le devuelven los 20 metros que el nuevo Código quitó. El proyecto del senador Fernando Solanas va más allá y restablece el carácter “público” de esos espacios. Ninguno fue tratado aún.

MÁS ALLÁ DE LA LEY

La cuestión ahora es “peor” de lo que era antes del nuevo Código, que ya de por sí era “gravísima”. Metros más, metros menos, “en los últimos años, el mercado inmobiliario ha comenzado a invertir en las costas: Quilmes, Avellaneda, Tigre y Rosario se están poblando de barrios privados al borde de sus ríos. Los caminos de la ribera no se respetan de por sí en ningún lugar del país, pero con el Código viejo la lucha permitía esperanza”, advierte el coordinador de AAdeAA. Señala al Estado como primer responsable de no hacer cumplir la ley: “Es el principal cómplice de la especulación inmobiliaria”. Tampoco existen registros de la superficie que implican los ríos que atraviesan el país, “mucho menos evaluaciones que indiquen cuántos metros o riquezas se pierden al entregar los caminos ribereños” en manos del mejor postor, añade. Ni hablar de la situación en la que están los lagos de la Patagonia, como el Escondido, el Nahuel Huapi, el Gutiérrez y el Huechulafquen: no existe en todo el territorio nacional norma alguna que regule el libre acceso a ríos, lagos y montañas. * Producción: Ailín Bullentini y Al Margen (almargen.org.ar).

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LABUENAPIPA

La mierda sucede o la mierda pasa. Algo así decía la frase que Patricio leyó en la remera de Milady, a las dos de la mañana, cuando ella abrió la puerta del departamento. Milady tenía veintidós años y trabajaba de camarera. Era simpática con los clientes del bar, pero sabía poner límites. Dos meses atrás y después de insistir varias veces Patricio había conseguido que le diera su número de celular. Después Milady había renunciado. Habían intercambiado mensajes, hubo un tiempo de silencio y ahora sí: con la brisa húmeda del verano entrando por la ventanilla del auto, manejaba camino a la casa de su primera colombiana. Vivía en Once, sobre la calle San Luis. A esa hora no caminaba un alma. Patricio bajó del auto y buscó el edificio, antiguo y con la puerta de hierro. Tocó el timbre del 1º A. Esperaba que bajara a abrirle, pero Milady se asomó por la ventana. Hey, gritó desde arriba y tiró la llave. Patricio la atajó, abrió, subió hasta el departamento. Su colombiana lo esperaba descalza, con un short minúsculo y la remera que decía Shit Happens. Le pareció que no tenía corpiño. Milady lo abrazó con

fuerza y empezó a hablar. Estaba muy desmejorada desde la última vez que la había visto en el bar: despeinada, tenía el maquillaje corrido, parecía demasiado flaca aunque, eso sí, seguía teniendo el mismo buen culo de siempre. Milady hablaba sin parar: señaló las lámparas del living, los cuadros, le contó la historia de cómo había alquilado ese departamento, un mes atrás, cuando se tuvo que mudar, los bolsos con la ropa que todavía no había podido ordenar, ¿tú sabes?, y el desmadre que fue la mudanza porque yo, marica, soy una mujer sola y los tipos se propasan con una, dijo y se tocó la nariz. Entraron a la habitación. Milady corrió a poner música. Patricio se quedó parado al lado de la cama, mirando alrededor: las sábanas sucias, ropa tirada, una mezcla de olor a humedad con desodorante Polyana. ¿Y ése quién es?, preguntó. Señalaba una foto sobre la mesa de luz. Ahora es mi ex novio, contestó Milady y puso la foto boca abajo. Patricio lo había visto varias veces en el bar. Llegaba en una moto, no saludaba a nadie, pedía su whisky con una seña y se sentaba, y la colombiana era la única que hablaba con él.

Milady se había acostado boca abajo y elegía música en la netbook, pasando frenéticamente de un tema a otro. Ponía una canción y decía que era bachata, después reggaetón, un vallenato de las sierras colombianas. ¿Te gusta esto?, preguntaba y no le daba tiempo para responder. Ella misma se contestaba que no, se tocaba la nariz otra vez, volvía a cambiar. Al final se decidió a poner salsa. Oscar de León, dijo, y se agachó para levantar un plato que tenía en el piso. ¿Quieres?, preguntó Milady y le mostró el plato con cocaína. —Y el hijueputa de mi novio —empezó a decir Milady—, ¿qué se cree que soy? ¿Cómo puede haber sido tan hijueputa? En la época en que él también tomaba cocaína se excitaba viendo a una mujer aspirando. Ahora, en cambio, sintió pena. A Milady el novio le había metido los cuernos y la había convertido en una porquería. Eso dijo ella: “Una porquería debo ser para que ese hijueputa me haya puesto los cuernos”, y se limpió la nariz con el dedo. Patricio se recostó en la cama. Debajo de las sábanas encontró bollos de pañuelos de papel. Vení, le dijo a Milady, vení que


Enzo_Maqueira.doc 73 te abrazo y te cuido un poco, vos necesitás que te cuiden, y la atrajo contra él. Milady temblaba, pero seguía hablando: que el hijueputa se creía muy lindo, que ella lo había bancado en los peores momentos y ahora le pagaba así, con una cualquiera, típico de los hombres, dijo y en ese momento se movió un poco y Patricio le miró el escote y era cierto: estaba sin corpiño. No todos los hombres somos iguales, dijo Patricio y se acercó hasta que olió la piel de Milady. Ella seguía con su monólogo: el hijueputa esto y lo otro, el hijueputa y peinar otra raya de cocaína, vivíamos juntos, compartíamos todo, ¿entiendes?, éramos una sola persona y el hijueputa me cagó. ¿Cuánto hacía que estaba tomando? Dos días, dijo Milady. Había comprado para un día más. ¿Qué iba a hacer cuando se le terminara? Milady se largó a llorar. La cara quedó atravesada por las lágrimas negras del delineador. Patricio le acarició la cabeza. Pobrecita, le dijo, y mientras la acariciaba le pedía que se olvidara de todo y siguiera adelante. Te propongo esto, dijo Patricio: me quedo esta noche cuidándote, mañana temprano vamos a desayunar y empezás una nueva vida. Milady se sonó la nariz con otro pañuelo, se secó las lágrimas y sonrió. Le dijo que sí, que estaba harta de todo y quería olvidarse del hijueputa. Parecía convencida. Patricio había dejado la cocaína, entre otras cosas, porque se pasaba horas sufriendo mientras esperaba, por fin, quedarse dormido. Pensó que tenía una oportunidad con Milady. Te voy a hacer unos mimos, dijo en voz baja y la abrazó desde atrás. Le acarició la espalda, le dio besos en el cuello, le rozó el borde del short con los dedos. Hizo lo mismo que había hecho tantas otras veces con tantas otras mujeres para conseguir lo que quería. Pero esta vez no hubo caso: la colombiana se había dormido. Lo despertó el sol de la mañana. Milady se había levantado y buscaba un toallón en el placard. Tenía el short metido en el culo. ¿Estás mejor?, preguntó Patricio. Ella sonrió: usted me salvó la vida, dijo y salió de la habitación. Patricio escuchó que entraba al baño, que abría la ducha, que se ponía a cantar. Se quedó tirado en la cama. Los platos con cocaína habían desaparecido, también los pañuelos de papel. Era la primera vez que pasaba la noche con una mujer sin haber tenido sexo. Y lo más raro de todo es que esta vez se sentía orgulloso de que hubiera

sido así. La iba a llevar a un lugar con sol, a tomar el té con masas secas para darle la bienvenida a su nueva vida. Se levantó y se miró en el espejo: de repente se vio como un hombre capaz de ayudar a una mujer. ¿Quizás por fin había madurado? Estaba por volver a acostarse cuando un celular empezó a sonar. Venía del baño. Milady no respondía y el celular llamó dos veces más. Al rato tocaron el portero eléctrico. Patricio escuchó que Milady salía del baño y preguntaba quién es, se quedaba callada, no te quiero ver, que te vayas hijueputa, vete. Al rato Milady volvió: se había dejado la remera de Shit Happens puesta, pero estaba maquillada y con un jean que le calzaba como un guante. Parecía la de antes. ¿Qué pasó?, preguntó Patricio. Nada, mi amor, dijo ella y le dio un beso en la mejilla, ¿a dónde me vas a llevar? Patricio sabía que mentía, pero igual la abrazó y le dijo que la iba a llevar a donde ella quisiera: hoy es el primer día de tu nueva vida. Milady le guiñó un ojo, se puso perfume en los brazos y bajó la persiana de la habitación. Salieron del edificio agarrados de la mano. Patricio lo vio enseguida: el tipo estaba en la vereda de enfrente, subido a la moto. ¿Qué hago?, preguntó y Milady le apretó la mano. Subieron al auto. Hacía un calor sofocante. Patricio bajó la ventana, pisó el acelerador, hizo dos cuadras por San Luis y dobló para entrar por avenida Córdoba. El semáforo estaba en rojo; los autos cruzaban a toda velocidad por delante de ellos. Por el espejo retrovisor vio que la moto se acercaba. El semáforo seguía en rojo. Qué pendejo es, dijo Milady. La moto había frenado del lado de Patricio. ¿Cómo te llamás?, preguntó el novio, mirándolo fijo. Apenas le salían las palabras y tenía la misma mirada que Milady la noche anterior. Patricio no esperaba esa pregunta. Estaba pensando si decirle la verdad o inventar un nombre cuando el novio se abrió la campera y sacó una pistola. Al principio Patricio creyó que era de juguete, pero Milady empezó a gritar. Hijo de puta, decía, ahora sí, con todas las letras, y Patricio escuchó el tiro y un fogonazo lo empujó contra Milady. Lo último que vio fueron las letras, Shit Happens, la tela de la remera en la cara y los gritos que se hicieron cada vez más lejanos, como si cayeran en un pozo oscuro, lleno de mierda.


MIENTRASLOSCAMPEONESGANAN

PHILIPPE MARCEL BAGGETTE


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PERIODISMO SOBRE ARTE & SOCIEDAD

#20 / A単o 5 / 2015 / ARG $50

EL MONSTRUO DEL GLIFOSATO COSTAS PRIVATIZADAS JAVIER CANTERO AYOTZINAPA


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