Isis Y El Drag贸n
Escrito e ilustrado por Mary Schafrath
Gracias a Maryjane, Suzanna, Shoshana, mis hermanas y mis padres. Les amo. Traducido por Eyder Marrufo. Editado por Suzanna Elkin y Iliana Toussieh.
Isis Y El Drag贸n Copyright 漏 2011 Mary Schafrath y MS Designs Publicado digitalmente en Issuu por MS Designs 228 Park Avenue South #9462 New York, New York 10003 www.MSDesigns.us
Existió una vez una tierra de verdes bosques, en donde vivía un fénix tan rojo y brillante como las brazas del infierno. Vivía sola y contenta con sus sueños, mismos que la llevaron a muchos lugares, guiada en su camino por su incesante resplandor.
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La fénix siempre brillaba, tanto en la suavidad de sus sueños como en la más vibrante luz del día. Cuando su tiempo habría de llegar, su gran resplandor ardería desde adentro, transformándola en un montón de cenizas. Ella moriría con dolorosa aceptación y renacería siempre más hermosa que antes.
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Su nombre era Isis
Posada siempre en su nido en lo m谩s alto del bosque, observaba con admiraci贸n y asombro la elegancia del venado, los juegos de las ardillas y la naturalidad innata de los osos.
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Por las noches...
Isis escuchaba fascinada y curiosa los cantos de los perros. Ellos se congregaban en manada y luego se dispersaban dentro de los caminos que la luna alcanzaba a iluminar. Los cantos eran de lamento, de alegr铆a y de celebraci贸n.
Ella ansiaba estar entre ellos, sin embargo sabía que eso nunca podría ser… ella era un Fénix. Su destino era el de la soledad y no podría ser de otra manera. Y así, estaba contenta sólo observando desde lo alto a los animales jugar y cantar.
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Dentro de una cueva en este bosque encantado, habitaba un dragón maléfico cuyo fuego nunca existió. Dormía durante el día pues él solo salía por las noches para alimentarse de las almas de los perros. Tenía celos de todas las criaturas del bosque, especialmente de los perros. Sentía resentimiento por su felicidad, ya que él jamás la poseería.
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Asi el dragón inició la cacería de perros a la luz de la luna. Salía de entre las sombras, los arrancaba del camino, les extraía el alma por el hocico para después devorarlas en pedazos. Los dejaba deambulando en el bosque, arrastrando su pena y aullando su lamento hacia la luna. Desarrolló un gusto por el sabor de sus almas y la manera como lo hacían sentir mientras los despojaba, ligeros, inocentes, vulnerables. Disfrutaba escuchar a sus víctimas aullar con remordimiento las noches siguientes. Pero para él no era suficiente. El dragón maldito necesitaba otra víctima después de pocos días para mantenerse satisfecho… y poco a poco los cantos nocturnos se llenaron de aullidos de lamento de los perros que sólo conservaban la mitad de sus almas.
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Isis estaba fuera de sí, abatida y devastada. Ella deseaba terminar con su sufrimiento, traerles paz. Isis no le temía al dragón pues sabía que su luz interior jamás sería presa de la oscuridad del dragón.
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Fue entonces que Isis comenzó a brindar su fuego a los perros desalmados. Soplando lentamente dentro de sus temblorosos hocicos, incendiaba su sufrimiento volviéndolo cenizas. La pena resurgió transformada en algo hermoso.
Los perros desalmados se convirtieron en lobos, fieles s贸lo a Isis. Desde entonces los lobos cantaron s贸lo para ella, mientras la f茅nix, en sus sue帽os cantaba con ellos.
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El dragón estaba furioso. No podía descansar con los vibrantes aullidos de los lobos. Ahora eran demasiado poderosos para capturarlos. Se habían convertido en los dueños del bosque nocturno.
Fue as铆 que el drag贸n se hizo pasar por lobo y camin贸 por el bosque en busca de respuestas.
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Siguió los aullidos de los lobos hasta que los encontró reunidos diente con diente bajo un árbol En la copa de éste se encontraba en un sueño silencioso la hermosa Isis. El suave resplandor de su aliento irradiaba en el fresco cielo nocturno.
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El dragón maldito permaneció allí y observó en quietud y con disgusto, sintió el fuego de sus celos consumiéndose. La envidia se convirtió en odio. Su respiración se aceleró más y más cada vez. Olvidó su disfraz y comenzó a escalar el árbol hacia Isis.
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Los lobos ladraron y aullaron, intentaron desesperadamente capturar al dragĂłn, pero ĂŠste era demasiado rĂĄpido y fue demasiado tarde.
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Isis despertó por los viciosos ladridos. Allí vió al dragón. Pero ella no sentía miedo, pues sabía que su luz interior jamás sería presa de la oscuridad del dragón… Entonces, comenzó a incendiarse.
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El dragón fue consumido por sus celos, tomó entre sus garras el pequeño y delicado cuerpo. La abrió en dos, comenzando desde su ombligo, robó la frágil luz que yacía en el interior de la fénix y la devoró con vigor.
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“¡Ahora tendré su fuego sólo para mi!” pensó el dragón, lamiendo sus labios llenos de sangre. Nunca se había sentido tan satisfecho. Eso fue mejor que un millón de almas caninas. Se sintió cálido y completo con el fuego de Isis brillando en su estómago. El ligero calor se incrementó hasta ser insoportable y poco a poco el calor se acrecentó hasta quemarlo desde sus entrañas. Comenzó a gritar bajo el silencioso cielo nocturno, gritando desde una parte de su ser que jamás imaginó que existía. Gritó y gritó hasta que el fuego lo consumió completamente.
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El cuerpo de Isis: atrapado en medio de las llamas, en medio de las garras del drag贸n, en medio de sus gritos. No hab铆a nada que pudiera contener las llamas enfurecidas contra el suave y fresco bosque. Ardi贸 desde la base del 谩rbol hasta alcanzar el cielo.
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Y la oscuridad se convirti贸 en luz...
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hasta que la luz se extingui贸...
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Se destrozĂł en mil pedazos. Tomando con ĂŠl el cuerpo de Isis, llevĂĄndolo a las 4 esquinas de la tierra. Sus dientes y huesos se convirtieron en la espuma del mar.
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Su carne roja y hermosa se esparci贸 como las semillas de las flores en el suelo del bosque. Y su suave fuego ardiente qued贸 fragmentado como las estrellas en el cielo iluminado por la luna.
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En donde siempre lucharรก contra la oscuridad de la noche.
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