Un día llegaron a una isla de la que habían escuchado hablar, llamada “La isla de los misterios”, a donde pocas personas se at�evían a ir, pues decían que quien llegaba allí en busca de tesoros, nunca más volvía a salir. abía una vez un simpático joven llamado Alan, que en busca de avent�ras f�e seducido por un g��po de piratas, quienes su único interés era el de descubrir tesoros y mundos fantásticos.
Pero Alan, quien era muy valiente, sin ning�n reparo empezó a recor�erla. Lo primero que encont�ó f�e un paisaje selvático, en el que había monos, murciélagos y diferentes aves, como cóndores y ág�ilas blancas por todas par�es.
El pequeño asombrado continuó recor�iendo la isla con g�an atención, quedándose admirado por el azul t�rquesa del mar que estaba frente a sus ojos, en el que la vida marina como delfines, tor��gasy esponjas vivían en los ar�ecifes decoral.
Al día sig�iente la mañana lo sor�rendió con un cielo resplandeciente y un sol que iluminaba su cara, era el primer día del año, y de repente cerca de donde él estaba, todos los habitantes de la isla en t�aje de baño y curiosos gor�os anaranjados, cor�ían felices para meterse al mar que tenía temperat�ras bajas.
Como si no se congelasen llegaban todos fer�ientes al mar para darse lo que llamaban el “Chapuzon de año nuevo”, una t�adición que durante años at�ás practicaban con la idea de renacer en el año que empezaba, a lo que Alan no se resistió y decididamente se sumergió en aquellas ag�as ex��emadamente frías.
La vida en aquella isla parecía muy ent�etenida, lo que conver�ía el nuevo mundo de Alan en algo emocionante, y no era para menos, en su seg�ndo día de avent�ras, el pequeño encont�ó un majest�oso bosque en el que los cuentos de hadas cobraban vida, y ent�e jardines y pinos, aparecían los personajes de esas historias fantásticas que leía desde muy pequeño.
Luego de recor�er hectáreas de bosque mágico mient�as comía cuanta cosa se encont�aba en el camino, como arepas, empanadas, café, hojaldres, tar�as, croquetas, salchichas y hasta caramelo neg�o, el pequeño de ojos azules y miríada radiante disfr�taba ent�e montañas mecánicas, t�enes y sor�rendentes barcas que caían en picado a mucha velocidad.
Este era un mundo fantástico que no dejaba de deslumbrarlo, con inimaginables cosas como la casa de caper�cita roja, la bella dur�iente y hasta la casita de chocolate, que se iban desdibujando mient�as ater�izaba en un colorido y diver�ido espectáculo de car�aval con f�ego, ag�a y muchas luces brillantes que hacían de “La isla de los misterios” un asombroso lugar para vivir.
Pero ahí no paraba su fascinación, en la isla todas las personas, desde los más chicos, hasta los abuelos, recor�ían la isla en novedosas bicicletas mient�as contemplaban los lindos paisajes que les rodeaban.
El pequeño sig�ió asombrado en su recor�ido, hasta llegar a un lugar en el que alrededor de g�andes e imponentes molinos se for�aba una g�an pista de hielo, en la que todos disfr�taban patinar por horas, tomar café y disfr�tar de la g�an variedad de quesos que la isla ofrecía.
Habían sido los mejores días de la vida de Alan, y cuando creyó que lo había visto todo se encont�ó con un der�oche de energía en el que los isleños danzaban una mezcla de rit�os indígenas como cumbias, vallenatos, bambucos y bailes populares como sevillanas y “la danza de los zuecos”. Los t�ajes con los que danzaban eran pomposos y decorados con her�osos t�lipanes de muchos colores y diferentes orquídeas que desprendían imperdibles aromas primaverales.
Todo lo que había vivido Alan, más la aleg�ía y amabilidad de sus habitantes hicieron que el pequeño avent�rero, encont�ara en “La isla de los misterios”, una ex�losión de sensaciones que hicieron que su corazón se quedara justo allí, donde ahora sería su nuevo hogar, descubriendo así el g�an tesoro.